Presenciando la muerte (Fausto)

Había salido a dar un paseo, era ya la tarde-noche. Pero yo siempre solía salir a estas horas para dar paseo sola o acompañada de mama. Pero aquel día mama se había querido quedar en casa, estuve varias horas caminando. Me había encontrado con algunos amigos míos por las calles y había estado con ellos algunas horas. Además había quedado con el maestro y me había pedido que le enseñara como había crecido mi poder de bruja desde que me había convertido en su discípula, la verdad es que gracias a él mis poderes habían crecido muchísimo y era mucho más poderosa que antes, claro que aun seguía teniendo 16 años y no era tan poderosa como él. Pero cuando acabemos de todo pude ver cómo era ya muy tarde, debería volver a casa porque le había dicho a mama que no tardaría mucho en llegar. Es decir que llegaría antes de que se hiciera mucho de noche.

Por eso me despedí del maestro y me fui de camino a casa, cuando iba ya llegando me pare en medio de la calle de golpe. Una de mis visiones me vino a la cabeza no era tan nítida como las que solía tener pero la que si vi era mi madre pero lo que pasaba no lo veía bien. Eso hizo que el miedo de que le pasara algo atenazara mi cuerpo y salí corriendo como alma que lleva el diablo hacia casa. Abrí la puerta con cuidado pero sin hacer ruido de pronto escuche unos pasos, era unos pasos de hombre porque eran demasiado pesados para ser el de mi madre. Cogí una de mis capas, una negra que había al lado de la puerta y me la puse por encima para ocultarme en las sombras de la casa y seguir al hombre. No sabía quién era pero no le veía bien y esperaba el momento para atacarle. ¿Dónde estaba madre?

Varias preguntas poblaron su mente (empujando los pequeños recovecos que no estaban ocupados por el resto de toda la superioridad de sus ideas) cuando la niña le miró a los ojos. Pero ya no podía recordar más que la sangre entre sus dedos, las arrugas enrojecidas de muerte y la esencia de la inmortalidad recorriéndole de arriba abajo. Nunca había asesinado a una criatura sobrenatural sin tener que pararse a contemplar después el resultado y si se trataba de un bebedor de sangre, únicamente se reducía a tomar aire y saborear el eterno cometido por el cual había consagrado lo que restase de su vida en borrar a los vampiros de la faz de la tierra (de la faz de sus propias entrañas mortales, efímeras, reales… pero tan sabias como tantos pellejos milenarios que acuchillaba).

Fausto tuvo que reconocerlo llegado el momento (obvia y únicamente para sí mismo): no esperaba que aquella presa en cuestión fuera a cambiar en algo la rutina de sus cacerías, simplemente había sido una desgraciada más a quien el azar escupió a la cara cuando la puso en su mismo camino… y en el de los contratantes que le pagaron por darle muerte. No parecían conocerla a ella exclusivamente, seguro que serían parte independiente de algún grupo religioso o sociedad contra el abuso de aquellos monstruos del averno (cómo se les desintegraría el rostro de puro bochorno por tal ocurrencia, si conocieran la oscuridad que habitaba en el cazador alemán). Aquella mujer habría caído accidentalmente en su punto de mira y pocos días después, habrían contratado los tétricos servicios de aquel profesor de teología para que se llevase su alma tras una estocada de sable. Y quizá, Fausto podría haber acabado haciendo una excepción, llegado el momento de acecharla entre las sombras que formaban ese hogar que ambos tenían en común con la noche. Quizá podría haber averiguado algo más acerca de su modo de evitarle, de defenderse frente a los ataques del hombre, frente a la inhumana elevación de sus saltos perseguidores… Su forma de mirarle a los ojos, con una expresión tan horrorizada como llena de epifanías. Aquella vampiresa portaba un aura diferenciable de muchas otras, y que alguien como Fausto, que había visto tantas, lo dijera suponía una afirmación potente.

¿Tendría algo de interesante en realidad? ¿Habría valido la pena indagar hasta el fondo de todo antes de clavarle la estaca en el corazón? Quizá. El insistente adverbio que había coronado aquel infame y desgraciado acontecimiento.

Pero el problema estuvo en que, a fin de cuentas, se trataba de una vampiresa. Ergo, hubiese trabajo o no de por medio, debía morir entre sus garras de afilada certeza, de ávido conocimiento; vanidosa e insufrible realidad.

Lástima.

(Si de verdad, él la sintiera)

La mujer, tras una interminable persecución con Fausto por las calles vacías de gente y llenas de defunción silenciosa, había acabado refugiándose en una casa, presa de una desesperación evidente que le había hecho firmar su propia sentencia (un lugar cerrado en bandeja para la misión de un asesino). Puede que la suya propia o la de cualquier habitante de aquella zona que también acabara de ser acribillado por el nefasto azar de la noche… a Fausto continuó sin importarle, pues no tuvo problema alguno en profanar la vivienda y acorralar finalmente a su próxima víctima en una de las habitaciones.

Fausto comenzó a sospechar acerca del futuro golpe de novedades en su psicópata labor cuando, en lugar de arrancarle la vida como solía hacerlo siempre con los vampiros –ensartando cabezas con su arma punzante-, utilizó el clásico utensilio de la estaca para abatir el cuerpo errante de aquella criatura. Igual de efectivo, pero muchísimo menos letal (muchísimo menos cruento, frío, visceral). Y no era habitual en él andarse con remilgos ni consideraciones, ni siquiera en la forma de matar, muchísimo menos con uno de los seres inmortales que había jurado borrar de la existencia terrenal… Pero así se dio; sostuvo el cuerpo de la vampiresa contra su tórax mientras ésta se aferraba al brazo de su verdugo en un último y paradójico aliento de no-vida antes de que sus pupilas se cerraran sin ni siquiera bajar los párpados y el peso de su extinción cayera al suelo como una canica de porcelana. Y fue en ese preciso instante en el que Fausto volteó el rostro completamente hacia la puerta y la vio a ella.

Fausto ya había sentido la presencia de otra persona en la escena mucho antes, pero sólo entonces se decidió a otorgarle la misma, o incluso más, atención que a la fiera gacela que acababa de abandonar la tierra por obra de sus manos. Sin embargo, en el momento exacto en el que sus ojos se desbordaron sobre los de la chiquilla testigo de todo lo ocurrido, no únicamente supo que, definitivamente, aquélla se trataba de la casa de la reciente difunta… sino también que la pequeña fisgona era alguien demasiado importante para ella.

El alemán hizo los primeros movimientos tras los inabarcables segundos que él y la muchacha permanecieron mirándose fijamente y limpió cuidadosamente los restos de sangre que goteaban de su estaca antes de guardársela en el interior de su chaqueta, todo sin romper el contacto visual.

Varias preguntas poblaron su mente cuando la niña le miró a los ojos… y no dijo absolutamente nada durante ese período de tiempo, porque su tarjeta de presentación ya había sido lo suficientemente abrupta.

U: Disculpa la enorme tardanza, he tenido algunos problemas

Escuchaba los pasos en la casa, eran dos tipos de pasos los de mi madre y los del hombre que habían allí. Pero no era normal… esos pasos eran demasiado rápidos. Estaban corriendo por la mansión, me ausente un momento y hice un hechizo rápido que producía que corriera más rápido pero que no se oyeran mis pisadas seguía los pasos con dificultad porque resonaban por toda la casa y nunca sabía bien de donde venia. Pensaba en utilizar la magia pero eso me haría más evidente delante del hombre aunque yo sabía que sabía de mi presencia. Los perseguí hasta una de las habitaciones del segundo piso… pero… tuve que ver la peor visión de toda mi vida. Aquel hombre estaba matando a mi madre, en aquel momento supe porque la visión que había tenido en la calle había sido tan inclara… mi madre estaba en las sombras. Pero tan de cerca podía ver que estaba pasando, me quede en shock no sabía qué hacer. Mi capa negra me ocultaba el cuerpo y el cabello rubio, me tape la boca con las manos sin saber que decir, quería gritar, quería llorar, quería pegar a ese hombre pero no podía hacer nada. Mis ojos se cruzaron con los fríos del hombre y todo en mi cuerpo se desato.

-¡¡MADRE NO!!

Extendí mis manos hacia el hombre y solo pronuncia un hechizo en voz baja y eso hizo que el hombre saliese disparado hacia atrás con fuerza gracias al hechizo y en ese momento las lágrimas salieron de mis ojos y corrí hasta mi madre aunque de ella ya no quedaba nada. Me arrodille junto a lo que quedaba y empecé a llorar tapándome la cara con las manos sin dejar de repetir: “Madre”.