AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mad World [Fausto]
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Mad World [Fausto]
Siempre creí que no podía ser maldecida de una forma aun peor, que no habría otra forma de que volvieran a hacerme tanto daño. Pero como en ello y tantas otras cosas en mi vida, estaba equivocada. Es el problema de la existencia de lazos, de su creación y de los inútiles esfuerzos por mantenerlos. Tal vez Aristóteles tenía razón. Su idea de una sociedad en que fuésemos separados de nuestros padres al nacer para así perder toda consciencia de lazos familiares se me antoja como un buen comienzo, pero sé que la familia no es el único problema.
Se puede amar, se puede odiar, sin conocer más que un nombre y una cara, y sin que medie lazo sanguíneo alguno. A veces…
Ese tipo de sentimientos nos hacen débiles, recuerdo que alguien me lo dijo hace no mucho tiempo: “Las cosas en las que crees, las relaciones, todo eso nos vuelve vulnerables”, lo dijo alguien que acabó rindiéndose ante esos mismos sentimientos, supongo que ya no tiene moral para decirlo, aunque es claramente más inteligente que yo, porque pudo escapar a tiempo de todo esto.
¿Fue eso mismo lo que gatilló todo lo que está pasando? ¿O era completamente inevitable que me estrellara contra una locura que se venía gestando hace mucho tiempo? No había ninguna barrera lo suficientemente fuerte como para detenerme, ni siquiera él…
Simplemente desconecté el lado de mi cerebro que unía mi sentido común a mis acciones y cercené por completo toda conexión con la racionalidad. Ya no espero ningún milagro que pueda salvarme, solo busco lo más simple, la satisfacción de las necesidades fisiológicas indispensables para alguien como yo. Lo que se reduce a una cosa. Un suave y tibio líquido escarlata que nos vuelve animales.
A veces luego de esas noches de descontrol no recuerdo nada y me las tengo que ingeniar para averiguar la identidad del lugar y de los cadáveres a mí alrededor ¿Pero a quién le importa? Tal vez incluso les esté haciendo un favor arrebatándoles sus miserables y vacías vidas. No sé en que punto dejé de sentir remordimiento ¿Después de los dos o tres primeros asesinatos de mi pequeña y secreta lista, tal vez? Aunque eso tampoco importa, la cantidad de sangre que recorrió por mis manos y mis labios es demasiada como para querer buscar el punto de no retorno. El caso es que ya lo pasé con creces, y nada más importa, ni siquiera yo misma.
¿Qué si hay alguna buena razón para seguir “viviendo”? No, no hay ninguna. O tal vez sí. Será que a pesar de todo el caos me siento increíblemente en paz conmigo misma, tanto que no me lo esperaba luego de acabar mi lista de cosas por hacer, de personas con lazos sanguíneos que sacrificar para aliviar los síntomas del veneno del odio que me estaba pudriendo por dentro desde el día en que el mundo siguió girando a pesar de dejarme atrás.
Es la misma sensación de paz que está plasmada en mi rostro con un dejo de amabilidad, como si no fuese más que un buen efecto logrado con un buen cincel sobre el mármol, cosa que ayuda bastante para transmitir un poco de seguridad a quien estas apunto te asesinar. Es un espectáculo hermoso ver como sus rostros apenas muestran dolor mientras sus cuerpos se desangran o son despedazados. Aunque he de reconocer que los rictus de histeria y miedo son igualmente bellos, así como los de este neófito de ser nocturno que pudo reconocer mis intenciones unos segundos antes de que quebrase su tráquea con una de mis manos. No me da mucho margen de tiempo para beber de él, pero no importa, en esta ciudad hay bastantes fuentes llamándome a probarlas. Es cosa de seducirlas y llevarlas a un lugar privado apartado como este, de una… de dos… de tres… ¡Las que sean!
Ahora que mi estúpida consciencia ya no es un obstáculo y que mis alas están quebradas, no hay absolutamente nada a lo que tema. Ni siquiera a mi misma.
Se puede amar, se puede odiar, sin conocer más que un nombre y una cara, y sin que medie lazo sanguíneo alguno. A veces…
Ese tipo de sentimientos nos hacen débiles, recuerdo que alguien me lo dijo hace no mucho tiempo: “Las cosas en las que crees, las relaciones, todo eso nos vuelve vulnerables”, lo dijo alguien que acabó rindiéndose ante esos mismos sentimientos, supongo que ya no tiene moral para decirlo, aunque es claramente más inteligente que yo, porque pudo escapar a tiempo de todo esto.
¿Fue eso mismo lo que gatilló todo lo que está pasando? ¿O era completamente inevitable que me estrellara contra una locura que se venía gestando hace mucho tiempo? No había ninguna barrera lo suficientemente fuerte como para detenerme, ni siquiera él…
Simplemente desconecté el lado de mi cerebro que unía mi sentido común a mis acciones y cercené por completo toda conexión con la racionalidad. Ya no espero ningún milagro que pueda salvarme, solo busco lo más simple, la satisfacción de las necesidades fisiológicas indispensables para alguien como yo. Lo que se reduce a una cosa. Un suave y tibio líquido escarlata que nos vuelve animales.
A veces luego de esas noches de descontrol no recuerdo nada y me las tengo que ingeniar para averiguar la identidad del lugar y de los cadáveres a mí alrededor ¿Pero a quién le importa? Tal vez incluso les esté haciendo un favor arrebatándoles sus miserables y vacías vidas. No sé en que punto dejé de sentir remordimiento ¿Después de los dos o tres primeros asesinatos de mi pequeña y secreta lista, tal vez? Aunque eso tampoco importa, la cantidad de sangre que recorrió por mis manos y mis labios es demasiada como para querer buscar el punto de no retorno. El caso es que ya lo pasé con creces, y nada más importa, ni siquiera yo misma.
¿Qué si hay alguna buena razón para seguir “viviendo”? No, no hay ninguna. O tal vez sí. Será que a pesar de todo el caos me siento increíblemente en paz conmigo misma, tanto que no me lo esperaba luego de acabar mi lista de cosas por hacer, de personas con lazos sanguíneos que sacrificar para aliviar los síntomas del veneno del odio que me estaba pudriendo por dentro desde el día en que el mundo siguió girando a pesar de dejarme atrás.
Es la misma sensación de paz que está plasmada en mi rostro con un dejo de amabilidad, como si no fuese más que un buen efecto logrado con un buen cincel sobre el mármol, cosa que ayuda bastante para transmitir un poco de seguridad a quien estas apunto te asesinar. Es un espectáculo hermoso ver como sus rostros apenas muestran dolor mientras sus cuerpos se desangran o son despedazados. Aunque he de reconocer que los rictus de histeria y miedo son igualmente bellos, así como los de este neófito de ser nocturno que pudo reconocer mis intenciones unos segundos antes de que quebrase su tráquea con una de mis manos. No me da mucho margen de tiempo para beber de él, pero no importa, en esta ciudad hay bastantes fuentes llamándome a probarlas. Es cosa de seducirlas y llevarlas a un lugar privado apartado como este, de una… de dos… de tres… ¡Las que sean!
Ahora que mi estúpida consciencia ya no es un obstáculo y que mis alas están quebradas, no hay absolutamente nada a lo que tema. Ni siquiera a mi misma.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Mad World [Fausto]
Hide my head I want to drown my sorrow
No tomorrow, no tomorrow...
No tomorrow, no tomorrow...
Los páramos desérticos en el frío glacial de la noche, de tanto en tanto, ilustraban muy bien el pequeño vacío existencial de su persona. Siempre que recurría a ellos se sentía en completa armonía con el ambiente, pero no porque le hiciera falta el silencio para viajar más allá del cuerpo, pues sus meditaciones empujaban perfectamente a cualquier suceso banal que estuviera aconteciendo a su alrededor para llevarlo, sin ningún apego al mundo exterior, hacia su propio éxtasis mental, donde todavía quedaban cosas por descubrir, incluso entre sus propios saberes. Se debía precisamente a esa curiosa y completamente inhabitual implicación con el entorno, como si ya no le hiciera falta abrir los ojos o girar el cuello para verlo todo, pues era como estar caminando sobre sí mismo, o sobre algo que estaba ahí sólo para hacérselo todo más fácil. Y aunque no lo necesitara, él precisamente no iba a repudiar una impresión de complicidad con la que operar entre las sombras, abandonándose a la cercanía de la sangre y el exterminio.
Otra vez le habían vuelto a citar para contratar sus servicios, y siempre dejaba elegir a sus clientes para saber cosas de ellos incluso antes de conocerse. Aquel lugar de reunión indicaba ya una cierta predisposición al peligro que a Fausto primeramente le interesaba, incluso sin tener que escuchar todavía cuál sería ese próximo pedido. De alguien a quien no debía de hacerle falta comprar la muerte para procesarla o que sencillamente quisiera hacerse de respetar, presentando una falsa temeridad que, en cualquier caso, predecía una insana atención a que un ente sobrenatural perdiera la vida o no-vida, lo cual también le ofrecía otro interés extra a la hora de la cacería: juguetear entre relamidos movimientos que eternizaban el dolor y torturaban todavía más el momento en que sus patanes contratantes y la criatura que les comía el sueño dejarían de preocuparse por el otro. Y es que, a veces, el profesor alemán se aburría demasiado con tanto licántropo pipiolo o tanto cambiaformas que no sabía corretear con su peso seboso a cuestas… de tal modo que, incluso, de tanto en tanto, llegaba a replantearse aceptar sólo demandas de lo único en lo que se fijaba por propia voluntad en aquel ámbito inhumano: bebedores de sangre.
El robo de la inmortalidad, el mal uso de su don eterno, el hedonismo que lo mancillaba todo como si no creyera en las causas únicas… La prepotencia, la degradación, el desperdicio, el insulto, la desfachatez de cagar en el inframundo, como si hasta su estiércol fuese digno de caer cerca del Diablo. Ilusiones y desparpajos de más insectos ordinarios que llenaban la tierra de sonidos crujientes cuando llegaba la hora de pisotearlos para caminar. Puede que a él, la edad le venciera mucho antes de llegar a absorber la eternidad a todos los vampiros que deslizaban sus colmillos infectos por la existencia, puesto que Fausto ya no posaba atención alguna en compartirla, y conocerlo todo con la gélida insistencia de que cualquier conocimiento podría ser el último lo volvía más perfecto. Así el flujo, la materia, el contenido... se saboreaban con una intensidad omnipotente que ningún ser que no pudiera morir a no ser que le arrancaran la cabeza o atravesaran el corazón con madera comprendería jamás.
Ni ellos, ni nadie. Porque si había alguien más, nunca se molestaría en averiguarlo, ni la otra persona en demostrarlo.
Fue la manera de deslizarse hasta tocar suelo empedrado en la que el reciente cadáver que manaba carmesí se alejó de aquella chica. Fue eso y que el supuesto contratante seguía sin aparecer, pero con aquel reciente descubrimiento, ya había dejado de ser el motivo de estar ahí, topándose de casualidad con uno de los amantes de la noche que había mencionado para sí mismo minutos antes. La imagen resultaba tan reveladora dentro de su particular aire novicio que hasta pensó que aquel sería el momento ideal para dejar vagar sus meditaciones, inspirado una vez más por lo que le deparaban aquel tipo de paisajes. Y su primera muestra de curioso respeto, a pesar de que técnicamente y a la vista nada fuese diferente; que aquella muchacha extrañamente asesina se tratara de otra vampiresa más y la presencia de otra muerte más que seguir caracterizando a sus necesidades dementes o alimenticias… se resumió a no moverse del sitio y no perturbar la perturbadora paz de la escena que formaban ahora cazador y presa, hasta que ella se decidiera a percatarse de la presencia de él.
Como en las runas de un panteón condenado por injurias, el Diablo y su experimento caminan sobre las vísceras que han esparcido entre sí al mismo tiempo.
Buenas noches y buena suerte.
And I find it kinda funny
I find it kinda sad...
I find it kinda sad...
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: Mad World [Fausto]
Tenía frío, y uno que otro escalofrío, bendecidos por la facultad de recuperar aunque sea momentáneamente la sensación de calor producida por la ingesta de sangre, que contrastaba con el clima exterior. Todo aquello era fascinante, como si me convirtiera en una burda copia una mujer humana, no es que añore serlo o algo por el estilo, pero no puedo evitar disfrutar los beneficios de ciertas funciones vitales. ¿Para qué lo haría? ¿Para qué negarme? Simplemente voy a disfrutarlo hasta que el placer se vuelva hastío y la sangre tibia deje de perder su sabor, así como todos los vicios que se vuelven excesos que dejan de satisfacer para volverse rutina.
¿Alguien podría hastiarse de la sangre? ¿Era posible? Y aunque así fuese, supongo que tengo tiempo suficiente como para encontrar otros vicios de los que hastiarme ¿Tabaco, alcohol, apuestas, sexo? No lo sé, todo eso es tan decadente que si no he caído en ellos es solo porque aun no llego al extremo de ser cínica con todo lo que odiaba, o que recuerdo que odiaba, todos esos excesos de nuestra amada sociedad, aunque sin olvidar la más fundamental de las diferencias. Lo mío no era para ganar puntos en apariencia, sino que era porque buscaba… o busco algo más que solo levantarme por las noches y dormirme antes del amanecer. ¿Un significado de la vida? No, no tan profundo como eso, pero si algo que me tenga lo suficientemente ocupada por los siguientes años.
En fin, mi precioso momento de caótica paz estaba apunto de ser destruido como quien deliberadamente le da a una sandia con una enorme roca, así sin más, salpicando los recuerdos de aquellos instantes por todas partes, tanto que cuando quieres oler el momento de nuevo no puedes recoger todos los pedazos.
Escuché un suave gemido, moribundo, de un cadáver femenino que yacía a mi lado derecho, y después de ver que el proceso de su muerte se antojaba lento y tortuoso, tiré de uno de sus brazos para sentarla en mi regazo para que así también pudiese darle la bienvenida al extraño. ¿Tendrían algo que ver? No podía cerrarme a la posibilidad de que el sujeto estuviese buscando venganza, porque mis gustos se volvían cada vez menos selectivos, así que hasta ahora no había reparado en que la chica parecía de clase alta.
- Lamento el desastre – dije mientras tomaba la muñeca de la chica para hacer que saludase al extraño – Si me hubiese avisado de su visita podría haber preparado algo especial – comenté mientras apoyaba el mentón en el hombro de la chica, sin preocuparme en buscar el lugar del que venía el intruso - ¿No estás de acuerdo, my Darling? – dije mientras acariciaba la magullada fuente de su cuello con la punta de mi nariz.
Aun podía sentir un palpitar tan débil como si tratara de tatarear un vals. Un, dos, tres… un, dos, tres… Casi creí que en cualquier otra circunstancia podría dormirme escuchando ese arrullador sonido, y sintiendo esa agónica respiración saliendo de ella. Pero claro, repito, en cualquier otra. Porque no podía estar segura de las intenciones del intruso, aunque con lo que sí podía contar era que pagaría su curiosidad con el precio que a mi me diera la gana.
- Supongo que es gracioso, pero podemos intentar la tradición a la inversa – dijo aclarando suavemente mi garganta – Está usted invitado a pasar – agregué con algo de sarcasmo.
No iba a preguntar cuanto tiempo había estado ahí, por eso lo del chiste de esa ridícula tradición folklórica que imponía que los vampiros no podían entrar a una casa si no eran invitados antes por sus moradores, porque este ahora era nuestro lugar, el lugar de los muertos.
¿Alguien podría hastiarse de la sangre? ¿Era posible? Y aunque así fuese, supongo que tengo tiempo suficiente como para encontrar otros vicios de los que hastiarme ¿Tabaco, alcohol, apuestas, sexo? No lo sé, todo eso es tan decadente que si no he caído en ellos es solo porque aun no llego al extremo de ser cínica con todo lo que odiaba, o que recuerdo que odiaba, todos esos excesos de nuestra amada sociedad, aunque sin olvidar la más fundamental de las diferencias. Lo mío no era para ganar puntos en apariencia, sino que era porque buscaba… o busco algo más que solo levantarme por las noches y dormirme antes del amanecer. ¿Un significado de la vida? No, no tan profundo como eso, pero si algo que me tenga lo suficientemente ocupada por los siguientes años.
En fin, mi precioso momento de caótica paz estaba apunto de ser destruido como quien deliberadamente le da a una sandia con una enorme roca, así sin más, salpicando los recuerdos de aquellos instantes por todas partes, tanto que cuando quieres oler el momento de nuevo no puedes recoger todos los pedazos.
Escuché un suave gemido, moribundo, de un cadáver femenino que yacía a mi lado derecho, y después de ver que el proceso de su muerte se antojaba lento y tortuoso, tiré de uno de sus brazos para sentarla en mi regazo para que así también pudiese darle la bienvenida al extraño. ¿Tendrían algo que ver? No podía cerrarme a la posibilidad de que el sujeto estuviese buscando venganza, porque mis gustos se volvían cada vez menos selectivos, así que hasta ahora no había reparado en que la chica parecía de clase alta.
- Lamento el desastre – dije mientras tomaba la muñeca de la chica para hacer que saludase al extraño – Si me hubiese avisado de su visita podría haber preparado algo especial – comenté mientras apoyaba el mentón en el hombro de la chica, sin preocuparme en buscar el lugar del que venía el intruso - ¿No estás de acuerdo, my Darling? – dije mientras acariciaba la magullada fuente de su cuello con la punta de mi nariz.
Aun podía sentir un palpitar tan débil como si tratara de tatarear un vals. Un, dos, tres… un, dos, tres… Casi creí que en cualquier otra circunstancia podría dormirme escuchando ese arrullador sonido, y sintiendo esa agónica respiración saliendo de ella. Pero claro, repito, en cualquier otra. Porque no podía estar segura de las intenciones del intruso, aunque con lo que sí podía contar era que pagaría su curiosidad con el precio que a mi me diera la gana.
- Supongo que es gracioso, pero podemos intentar la tradición a la inversa – dijo aclarando suavemente mi garganta – Está usted invitado a pasar – agregué con algo de sarcasmo.
No iba a preguntar cuanto tiempo había estado ahí, por eso lo del chiste de esa ridícula tradición folklórica que imponía que los vampiros no podían entrar a una casa si no eran invitados antes por sus moradores, porque este ahora era nuestro lugar, el lugar de los muertos.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Mad World [Fausto]
Al cazador acababa de confirmársele el pequeño placer de esa clase de situaciones, donde el posible aburrimiento se arrancaba de cuajo antes de que pudiera florecer hasta su cabeza y darle la razón acerca del mundo. Que se la daría, de todas maneras, pues la existencia continuaba siendo igual de zarrapastrosa, con o sin entretenimiento nocturno. Pero, al menos, podría solazarse en algo más allá de su propia mente. Ésta sería superior a su entorno, por supuesto, no obstante, desquitarse con cosas que vinieran de fuera beneficiaría de paso su enorme habitación de saberes. Salía ganando hiciera lo que hiciera y el estímulo de aquella aparición, al menos, prometía un poco de ejercicio. Algo mucho mejor que lo que le estaba ofreciendo el imbécil de su contratante que todavía no daba señales de vida. Bien, en ese caso Fausto se centraría en las de no-vida.
No es necesario, cachorrilla. Si querías algo especial, hay suficiente conmigo.
El hombre sonrió de medio lado al escuchar aquella referencia al florkore y ya únicamente gracias a aquel detalle se decidió a otorgarle el beneficio de la duda. Una duda que iba más allá de catalogarla como mera presa que añadir a su inagotable lista. La actitud que Fausto pasó a adoptar era increíblemente natural, problemáticamente sibilina. No tenía especiales expectativas puestas en el encuentro, pero tampoco lo despreciaba. Algo parecía querer marcar aquella unión fortuita como decisiva, no importaba para qué ni si tendría repercusiones en el futuro, Fausto tampoco metía mano del instinto en aquellos momentos, mas sí sentía que parte de la esencia de la vampiresa estaba escrita para toparse con sus pasos. Se disponía a averiguarlo… o, en su defecto, a dar continuidad al objetivo de sus mortíferas habilidades que convertían su figura en el verdugo de los chupa-sangres. Otro menos sobre la faz de la tierra, otra alma errante y corrupta que dejara de mancillar la realidad. Ninguno estaba hecho para un mundo al que aquel alemán perteneciera también.
El profesor de teología se introdujo lentamente en aquella especie de cabaña, quedándose en el marco de la puerta durante unos instantes. Su figura, encuadrada por aquella forma geométrica tan imperfecta, ofrecería una falsa premisa de sus cualidades, de no ser porque la parte que entonces avisaba de algo era su faceta retorcida, mostrando esa tensión de lados, ángulos y caras como el discurso silencioso de un profeta. El profeta que advertía sobre la llegada del diablo. Aquella infeliz acababa de invitar a pasar a la prueba en vivo de porqué había gente que les llamaba hijos de Satanás. El nombre de Fausto resultaba mucho más original en ese caso.
Opino que una marioneta apunto de estropearse del todo es un adorno muy original para la decoración, pero teniendo en cuenta que el resto de esta cabaña es tan austero, no comparto tu gusto para combinar… -comentó acerca de la mujer que perecía lentamente en brazos de la vampiresa, en tanto se decidía por fin a introducir el sonido de sus botas de cuero en la vivienda… Que si ya hacía rato que había dejado de merecer ese sustantivo, ahora con la aparición de Fausto podría haberse jubilado antes de tener que presenciar aquel festival de sangre- Por no hablar de que podrás romper muchas tradiciones, que eso no te eximiría de tu falta de respeto hacia este invitado que soy.
Sus pies abandonaron el suelo carcomido y de un salto, acabó a pocos centímetros de la criatura sobrenatural, sus ojos cernidos, sin perderse detalle alguno de su rostro, ni siquiera cuando extrajo lentamente su sable de su abrigo y presionó la barbilla de la mujer moribunda con el mango del arma.
¿Vas a dejar que haya un testigo más que presencie este encuentro inhumano? ¿No te basta conmigo? Ese carácter insaciable es la mejor muestra de desfachatez o de ignorancia, ¿con cuál de esas dos opciones pretendes hacer que me interese por iniciar la partida?
Ni siquiera hacía falta que cerraran la puerta para encarcelar la sentencia.
No es necesario, cachorrilla. Si querías algo especial, hay suficiente conmigo.
El hombre sonrió de medio lado al escuchar aquella referencia al florkore y ya únicamente gracias a aquel detalle se decidió a otorgarle el beneficio de la duda. Una duda que iba más allá de catalogarla como mera presa que añadir a su inagotable lista. La actitud que Fausto pasó a adoptar era increíblemente natural, problemáticamente sibilina. No tenía especiales expectativas puestas en el encuentro, pero tampoco lo despreciaba. Algo parecía querer marcar aquella unión fortuita como decisiva, no importaba para qué ni si tendría repercusiones en el futuro, Fausto tampoco metía mano del instinto en aquellos momentos, mas sí sentía que parte de la esencia de la vampiresa estaba escrita para toparse con sus pasos. Se disponía a averiguarlo… o, en su defecto, a dar continuidad al objetivo de sus mortíferas habilidades que convertían su figura en el verdugo de los chupa-sangres. Otro menos sobre la faz de la tierra, otra alma errante y corrupta que dejara de mancillar la realidad. Ninguno estaba hecho para un mundo al que aquel alemán perteneciera también.
El profesor de teología se introdujo lentamente en aquella especie de cabaña, quedándose en el marco de la puerta durante unos instantes. Su figura, encuadrada por aquella forma geométrica tan imperfecta, ofrecería una falsa premisa de sus cualidades, de no ser porque la parte que entonces avisaba de algo era su faceta retorcida, mostrando esa tensión de lados, ángulos y caras como el discurso silencioso de un profeta. El profeta que advertía sobre la llegada del diablo. Aquella infeliz acababa de invitar a pasar a la prueba en vivo de porqué había gente que les llamaba hijos de Satanás. El nombre de Fausto resultaba mucho más original en ese caso.
Opino que una marioneta apunto de estropearse del todo es un adorno muy original para la decoración, pero teniendo en cuenta que el resto de esta cabaña es tan austero, no comparto tu gusto para combinar… -comentó acerca de la mujer que perecía lentamente en brazos de la vampiresa, en tanto se decidía por fin a introducir el sonido de sus botas de cuero en la vivienda… Que si ya hacía rato que había dejado de merecer ese sustantivo, ahora con la aparición de Fausto podría haberse jubilado antes de tener que presenciar aquel festival de sangre- Por no hablar de que podrás romper muchas tradiciones, que eso no te eximiría de tu falta de respeto hacia este invitado que soy.
Sus pies abandonaron el suelo carcomido y de un salto, acabó a pocos centímetros de la criatura sobrenatural, sus ojos cernidos, sin perderse detalle alguno de su rostro, ni siquiera cuando extrajo lentamente su sable de su abrigo y presionó la barbilla de la mujer moribunda con el mango del arma.
¿Vas a dejar que haya un testigo más que presencie este encuentro inhumano? ¿No te basta conmigo? Ese carácter insaciable es la mejor muestra de desfachatez o de ignorancia, ¿con cuál de esas dos opciones pretendes hacer que me interese por iniciar la partida?
Ni siquiera hacía falta que cerraran la puerta para encarcelar la sentencia.
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: Mad World [Fausto]
Había suficiente material como para sacar muchas carcajadas a un auditorio completo, de estar en un contexto diferente, claro, y a pesar de que en cualquier otro momento me habría cuestionado la seriedad de las palabras del intruso, esta vez era obvio que hablaba ridículamente en serio. Debía reprimir las carcajadas, pero era cada vez más difícil con cada palabra que salía de esa garganta que estaba siendo llamada a ser destrozada, por lo que con la mano con que me propuse sostener el mentón de la mujer traté de hacerla esbozar una sonrisa subiendo las comisuras de sus labios. Era una lástima, debió haber sido una hermosa sonrisa, pero el rigor de su cuerpo aun no era el suficiente como para conservar aquella postal.
Ocupada ayudándola a verse más bella fue que el sujeto hizo formal acto de presencia, aunque amenazar la vida de mi juguete no era en absoluto un buen comienzo, porque la noche había empezado hace demasiado poco como para hacerme salir en búsqueda de otros miserables.
Prácticamente podía oler el acero de ese sable ensuciando la piel en que hace no mucho había puesto mi atención, y mis labios. Pero haciendo gala de su raza, como era obvio, ya había arruinado mi escena - ¿Un testigo más? ¿Bastarme, tú? – repetí a modo de pregunta sus palabras, con el ceño evidentemente fruncido – No serías suficiente aunque mi fauces estuviesen llenas de sangre – agregué con un tono caprichoso mientras dejaba que mi mano se ubicara en la mejilla opuesta al lado del cuello en que estaba el filo del sable.
Dejé salir un suspiro de lástima, no por la chica, sino por mí, que tendría que buscar diversión nueva en otro sitio, y de un suave movimiento posicioné la espada al costado de su cuello, donde aún estaban aquellas insignificantes marcas que delataban mi crimen – Además… - dije, interrumpiéndome para encajar precisamente la espada en el cuello de la mujer, haciendo esa débil vena quedara cercenada por completo, bañando su cuerpo con la poca sangre que le quedaba – No busco llamar tu atención – finalicé, mirándolo fijamente a los ojos, como si quisiera dejarle aún más claro lo molesta de su intromisión.
No sé exactamente en qué punto había pasado de la mera molestia al enfado, aunque tampoco trataba de justificarme un motivo, ni mucho menos al sujeto… ¿Con un sable? De momento no podía decir que estuviese en su sano juicio, por lo que solo le concedería ese beneficio de la duda para completar la frase: ¿Quién en su sano juicio iba con un sable bajo la ropa? Y las probabilidades se reducían bastante, aún más sin consideraba ese talante arrogante.
La ciudad se estaba plagando de ellos, tanto de los que se agrupaban bajo la cruz de un cruel dios, como de los que se movían por motivos más nobles como el dinero. Y hasta el momento, salvo aislados grupos de sucios licántropos, nadie se había levantado en su contra, y si ello no sucedía pronto… Bueno, ¿Quién era yo para querer solucionar los problemas del universo?
Sin querer, miento, puse más presión entre el cuello de la mujer y la espada, haciendo que está última llegara al hueso, provocando un apagado sonido ¿Su sable estaría lo suficientemente trabajado? Entonces sonreí con la sola idea, y arremetí con más fuerza hasta cercenar la cabeza completa – Tienes un buen pulso – dije para que obviamente malentendiera – Es admirable, así que puedes quedarte con el resto – agregué cuando el cadáver cayó sobre el inmundo suelo y la cabeza yacía en mi regazo, con una expresión de paz envidiable en tantos sentidos.
Finalmente me levanté de aquella silla, tomando lo que quedaba de mi muñeca por su cabello, y aunque sabía que no sería una buena idea llegar a casa arrastrándola, de momento no tenía en qué esconderla, y… ¿Tenía que ir a casa tan pronto? Bien podría hacerle un servicio a mi raza acabando con uno de los que constituía esa peste, pero la pereza se coludía con la falta de interés para buscarme mejores planes.
Ocupada ayudándola a verse más bella fue que el sujeto hizo formal acto de presencia, aunque amenazar la vida de mi juguete no era en absoluto un buen comienzo, porque la noche había empezado hace demasiado poco como para hacerme salir en búsqueda de otros miserables.
Prácticamente podía oler el acero de ese sable ensuciando la piel en que hace no mucho había puesto mi atención, y mis labios. Pero haciendo gala de su raza, como era obvio, ya había arruinado mi escena - ¿Un testigo más? ¿Bastarme, tú? – repetí a modo de pregunta sus palabras, con el ceño evidentemente fruncido – No serías suficiente aunque mi fauces estuviesen llenas de sangre – agregué con un tono caprichoso mientras dejaba que mi mano se ubicara en la mejilla opuesta al lado del cuello en que estaba el filo del sable.
Dejé salir un suspiro de lástima, no por la chica, sino por mí, que tendría que buscar diversión nueva en otro sitio, y de un suave movimiento posicioné la espada al costado de su cuello, donde aún estaban aquellas insignificantes marcas que delataban mi crimen – Además… - dije, interrumpiéndome para encajar precisamente la espada en el cuello de la mujer, haciendo esa débil vena quedara cercenada por completo, bañando su cuerpo con la poca sangre que le quedaba – No busco llamar tu atención – finalicé, mirándolo fijamente a los ojos, como si quisiera dejarle aún más claro lo molesta de su intromisión.
No sé exactamente en qué punto había pasado de la mera molestia al enfado, aunque tampoco trataba de justificarme un motivo, ni mucho menos al sujeto… ¿Con un sable? De momento no podía decir que estuviese en su sano juicio, por lo que solo le concedería ese beneficio de la duda para completar la frase: ¿Quién en su sano juicio iba con un sable bajo la ropa? Y las probabilidades se reducían bastante, aún más sin consideraba ese talante arrogante.
La ciudad se estaba plagando de ellos, tanto de los que se agrupaban bajo la cruz de un cruel dios, como de los que se movían por motivos más nobles como el dinero. Y hasta el momento, salvo aislados grupos de sucios licántropos, nadie se había levantado en su contra, y si ello no sucedía pronto… Bueno, ¿Quién era yo para querer solucionar los problemas del universo?
Sin querer, miento, puse más presión entre el cuello de la mujer y la espada, haciendo que está última llegara al hueso, provocando un apagado sonido ¿Su sable estaría lo suficientemente trabajado? Entonces sonreí con la sola idea, y arremetí con más fuerza hasta cercenar la cabeza completa – Tienes un buen pulso – dije para que obviamente malentendiera – Es admirable, así que puedes quedarte con el resto – agregué cuando el cadáver cayó sobre el inmundo suelo y la cabeza yacía en mi regazo, con una expresión de paz envidiable en tantos sentidos.
Finalmente me levanté de aquella silla, tomando lo que quedaba de mi muñeca por su cabello, y aunque sabía que no sería una buena idea llegar a casa arrastrándola, de momento no tenía en qué esconderla, y… ¿Tenía que ir a casa tan pronto? Bien podría hacerle un servicio a mi raza acabando con uno de los que constituía esa peste, pero la pereza se coludía con la falta de interés para buscarme mejores planes.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Mad World [Fausto]
Para no pretender nada, aquella criaturita pretendía demasiado. Y ni siquiera se percataba de los niveles de presuntuosidad que alcanzaba, cosa que la volvía todavía más patética. No resultaba raro que los ignorantes ignoraran, por descontado, pero Fausto sabía que ahora no se hallaba ante una estúpida más de la noche y la sangre, sabía que una esencia como la suya no habría atraído de esa manera a alguien como él de no ser porque ocultara algo interesante de-ver-dad, tras toda aquella soporífera capa de insolencia. Y le molestaba, sí, le aburría tener que empezar la velada con complejo de sacacorchos. Por parte de la vampira, no era un modo decente de aprovechar la suerte que había tenido su no-vida al estar a punto de agonizar a manos de un cazador con universo y criterio. Qué decepción, ¿y tan pronto? Eso sí que no se lo habría esperado.
No hizo nada para evitar que su arma se bañara con los húmedos tejidos corporales de la muñequita. Ésa que había dejado de adornar el ambiente con la belleza dilatada de su muerte para pintar un cuadro de vísceras más grotesco sobre las paredes y el pavimento. Una apuesta rompedora, sin lugar a dudas. Fausto no se molestó ni en chistar al ver cómo la criatura se valía de su sable para cercenar la mortalidad del juguetito de turno, decidió emplear sus selectivos segundos en estudiarla con un detenimiento extra que compensara la falta absoluta de provecho que ella estaba demostrando. No solía ser tan considerado con un mísero murciélago que acabara de conocer y únicamente quisiera eliminar por principios. Seguro que formaba parte del encanto de la joven, eso de desaprovechar las buenas oportunidades para hundirse un poco más en el fango de su inapetencia.
Tus fauces… -repitió, sin apenas emoción en la voz y con tranquilidad, siguió el trayecto del cuerpo sin cabeza que descendió hasta el pavimento- Sustantivos demasiado grandes para hablar de lo que estás hecha -Lástima, cuando el hombre miraba cómo sangraban las heridas, prefería que éstas fueran menos contundentes que la que acababa de hacerle al recién cadáver. Ni en eso podía empezar a satisfacerle un poco-. Y precisamente, cachorra, que no te haya hecho falta buscarla es lo que me preocupa –respondió frente a lo poco que le importaba su atención, y negó parcamente con la cabeza como un profesor condescendiente.
En contra a lo que habitualmente ocurría cuando disfrutaba de una presa en condiciones, tendría que ir directo al grano. Ya le habían aburrido bastante horas atrás por culpa de aquel contratante que lo citaba para después no presentarse. Si pasada la noche seguía sin recibir noticias suyas, él mismo se encargaría de abordarle directamente para que la próxima vez que le apeteciera marear la disponibilidad de un cazador serio, lo hiciera con los testículos de corbata. Si, por el contrario, llegaba en mitad de aquel encuentro… bueno, algo interesante podría sacarse de su intervención, siempre que acabara uniéndose a los pedacitos de persona que contorneaban sus pies y los de la mujer.
En fin, no me has dejado alternativa –concluyó y no transcurrieron más milésimas de las que tardó en decirlo para que la figura de la vampira se trasladara al otro extremo de la habitación, con el cuello a dos centímetros del suelo y la espalda retorciéndose contra la fragilidad de la pared. Fausto recorrió apaciblemente la senda por la que ella había salido volando nada más placarla de una sola y le ayudó a levantarse en la postura correcta, agarrándola del cuello con los dedos en ese punto entre la nuca y la columna que su arte marcial le había ayudado a paralizar. Si escogía mal los movimientos para zafarse del cazador, sus articulaciones caerían una a una como un castillo de naipes-. Vas a tener que demostrarme seriamente qué tienes de especial, me cansa abusar tanto de la intuición.
Tras el duro golpe, se había abierto un corte profundo en la barbilla de la pelirroja y esa vez, el alemán sí que pudo regodearse como quería en la herida. No contento con eso, paseó uno de sus dedos por el hilillo carmesí de su boca y unió el suyo también cuando, voluntariamente, restregó el pulgar por uno de sus colmillos hasta torturarla con el regusto a la sangre humana que acababa de iniciar su condena.
No hizo nada para evitar que su arma se bañara con los húmedos tejidos corporales de la muñequita. Ésa que había dejado de adornar el ambiente con la belleza dilatada de su muerte para pintar un cuadro de vísceras más grotesco sobre las paredes y el pavimento. Una apuesta rompedora, sin lugar a dudas. Fausto no se molestó ni en chistar al ver cómo la criatura se valía de su sable para cercenar la mortalidad del juguetito de turno, decidió emplear sus selectivos segundos en estudiarla con un detenimiento extra que compensara la falta absoluta de provecho que ella estaba demostrando. No solía ser tan considerado con un mísero murciélago que acabara de conocer y únicamente quisiera eliminar por principios. Seguro que formaba parte del encanto de la joven, eso de desaprovechar las buenas oportunidades para hundirse un poco más en el fango de su inapetencia.
Tus fauces… -repitió, sin apenas emoción en la voz y con tranquilidad, siguió el trayecto del cuerpo sin cabeza que descendió hasta el pavimento- Sustantivos demasiado grandes para hablar de lo que estás hecha -Lástima, cuando el hombre miraba cómo sangraban las heridas, prefería que éstas fueran menos contundentes que la que acababa de hacerle al recién cadáver. Ni en eso podía empezar a satisfacerle un poco-. Y precisamente, cachorra, que no te haya hecho falta buscarla es lo que me preocupa –respondió frente a lo poco que le importaba su atención, y negó parcamente con la cabeza como un profesor condescendiente.
En contra a lo que habitualmente ocurría cuando disfrutaba de una presa en condiciones, tendría que ir directo al grano. Ya le habían aburrido bastante horas atrás por culpa de aquel contratante que lo citaba para después no presentarse. Si pasada la noche seguía sin recibir noticias suyas, él mismo se encargaría de abordarle directamente para que la próxima vez que le apeteciera marear la disponibilidad de un cazador serio, lo hiciera con los testículos de corbata. Si, por el contrario, llegaba en mitad de aquel encuentro… bueno, algo interesante podría sacarse de su intervención, siempre que acabara uniéndose a los pedacitos de persona que contorneaban sus pies y los de la mujer.
En fin, no me has dejado alternativa –concluyó y no transcurrieron más milésimas de las que tardó en decirlo para que la figura de la vampira se trasladara al otro extremo de la habitación, con el cuello a dos centímetros del suelo y la espalda retorciéndose contra la fragilidad de la pared. Fausto recorrió apaciblemente la senda por la que ella había salido volando nada más placarla de una sola y le ayudó a levantarse en la postura correcta, agarrándola del cuello con los dedos en ese punto entre la nuca y la columna que su arte marcial le había ayudado a paralizar. Si escogía mal los movimientos para zafarse del cazador, sus articulaciones caerían una a una como un castillo de naipes-. Vas a tener que demostrarme seriamente qué tienes de especial, me cansa abusar tanto de la intuición.
Tras el duro golpe, se había abierto un corte profundo en la barbilla de la pelirroja y esa vez, el alemán sí que pudo regodearse como quería en la herida. No contento con eso, paseó uno de sus dedos por el hilillo carmesí de su boca y unió el suyo también cuando, voluntariamente, restregó el pulgar por uno de sus colmillos hasta torturarla con el regusto a la sangre humana que acababa de iniciar su condena.
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Re: Mad World [Fausto]
A cada segundo que pasaba entendía menos al sujeto, excepto por el hecho de que odiaba a los que eran como yo, porque aquello me quedaba más claro a cada palabra que salía de su sucia boca, principalmente debido al hecho de que cuando hablaba de mi parecía abstraer mi existencia a la del resto de los vampiros, y quien sabe, quizás también a la del resto de los sobrenaturales. Pero aquello era un error y un insulto. Tal y como incluso yo reconocía que había diversidad entre ellos, él no tenía el derecho a verme como si no fuese más que otra cabeza de ganado, y tarde o temprano le haría pagar dicho insulto.
Aun en mi ira escuché sus siguientes palabras ¿Qué era aquello de que no le dejaba alternativa? Fruncí el ceño ligeramente, pero no tardé en arrepentirme por haberme cuestionado eso antes de pensar siquiera en ponerme a salvo. Pero fue tarde. Y lo único que supe entonces era que estaba en el suelo, ni siquiera me enteré de dónde me golpeó o con qué lo hizo, solo tuve consciencia del dolor con el golpe que me di en el mugroso suelo.
Estaba sorprendida, no por él y su habilidad, sino que por mi propia estupidez, la misma que ahora me impidió moverme por el tiempo que le tardo al cazador acercarse para levantarme de aquella forma tan poco cortés. No diré que dolió, porque en efecto no fue así, sino que lo contrario, me quedé obedientemente quieta, porque sabía exactamente el punto de mi cuello que estaba presionando, Koizumi me lo había enseñado, así que por lo mismo no hice amago alguno de moverme, solo me quedé mirándolo con la misma apatía de siempre, pero una que esta vez quizás rayaba ligeramente la hostilidad.
- Me temo que tendrás que seguir abusando de ella – dije colgándome de sus palabras – Porque no tengo nada que demostrarle a nadie, mucho menos a alguien como tú – alcancé a agregar antes de que el sabor de la sangre, una diferente a la mía, llegara a mi boca. Eso había sido suficiente, porque la próxima vez que probara su sangre me aseguraría de que no fuesen solo unas cuantas gotas.
Pero no aun. Por eso evité tragar aquella odiosa mezcla, y separando los labios lo suficiente, para evitar cualquier movimiento brusco de mi parte, acabé por escupirla sobre su aún más odioso rostro. Entonces algo me resultó perturbadoramente familiar, quizás una imagen, un amago de recuerdo, yo realizando la misma acción, pero frente a otra persona, otro sujeto… alguien cuyo nombre y rostro no podía recordar. Admito que me desesperé por unos instantes, porque era la primera reminiscencia de los recuerdos que había perdido, pero cuando recordé en la situación en la que me encontraba, decidí dejar eso atrás, aún bajo el riesgo de perder aquel recuerdo para siempre.
Me limité a observarlo, a buscar que me sostuviese la mirada fijamente para usar aquel pequeño truco al que el común de los mortales caía sin mayor esfuerzo de mi parte. Y digo el común, porque este sujeto era diferente y seguramente estaba bien entrenado, lo suficiente como para no caer tan fácil en una de mis tretas, mucho menos en las que ahora intentaba usar.
- Así que… Fausto – dije con algo más de suavidad, aun sin quitar aquel férreo contacto visual con el que buscaba lograr ese efecto hipnotizante, y demostrando lo poco que había conseguido sacar de su cabeza, algo que también seguramente sería nada más que otra manifestación de su enorme ego - ¿Podrías hacer el favor de soltarme? – pregunté del mismo modo como si no quisiera romper aquel encantamiento que servía para controlar humanos, levanté cuidadosamente la mano para no mover el hombro correspondiente y por lo tanto tampoco la columna, o al menos no lo suficiente como para hacer colapsar mi cuerpo.
Era mi mano la que ahora se posaba sobre su mejilla casi como una caricia, entonces, y por solo un segundo le sonreí, eso antes de deslizar de un ágil movimiento hasta el costado de su cuello, amenazando aquella importante vena, aunque por supuesto no mi favorita, con mi índice, que debió antojársele más una garra, porque si conocía lo suficientemente bien a los que eran como yo, sabría que no tendría problema ninguno en atravesar la piel y el músculo. La decisión era suya. O se arriesgaba a que desgarrara su yugular o me soltaba, más aun sabiendo que con cualquier movimiento con que nos alejase más allá de la longitud de su brazo se salvaría, porque si no lo hacía, o si no encontraba otra salida, en el segundo en que nuestras manos concretasen la amenaza no sería él quien podría mantenerse de pie.
Aun en mi ira escuché sus siguientes palabras ¿Qué era aquello de que no le dejaba alternativa? Fruncí el ceño ligeramente, pero no tardé en arrepentirme por haberme cuestionado eso antes de pensar siquiera en ponerme a salvo. Pero fue tarde. Y lo único que supe entonces era que estaba en el suelo, ni siquiera me enteré de dónde me golpeó o con qué lo hizo, solo tuve consciencia del dolor con el golpe que me di en el mugroso suelo.
Estaba sorprendida, no por él y su habilidad, sino que por mi propia estupidez, la misma que ahora me impidió moverme por el tiempo que le tardo al cazador acercarse para levantarme de aquella forma tan poco cortés. No diré que dolió, porque en efecto no fue así, sino que lo contrario, me quedé obedientemente quieta, porque sabía exactamente el punto de mi cuello que estaba presionando, Koizumi me lo había enseñado, así que por lo mismo no hice amago alguno de moverme, solo me quedé mirándolo con la misma apatía de siempre, pero una que esta vez quizás rayaba ligeramente la hostilidad.
- Me temo que tendrás que seguir abusando de ella – dije colgándome de sus palabras – Porque no tengo nada que demostrarle a nadie, mucho menos a alguien como tú – alcancé a agregar antes de que el sabor de la sangre, una diferente a la mía, llegara a mi boca. Eso había sido suficiente, porque la próxima vez que probara su sangre me aseguraría de que no fuesen solo unas cuantas gotas.
Pero no aun. Por eso evité tragar aquella odiosa mezcla, y separando los labios lo suficiente, para evitar cualquier movimiento brusco de mi parte, acabé por escupirla sobre su aún más odioso rostro. Entonces algo me resultó perturbadoramente familiar, quizás una imagen, un amago de recuerdo, yo realizando la misma acción, pero frente a otra persona, otro sujeto… alguien cuyo nombre y rostro no podía recordar. Admito que me desesperé por unos instantes, porque era la primera reminiscencia de los recuerdos que había perdido, pero cuando recordé en la situación en la que me encontraba, decidí dejar eso atrás, aún bajo el riesgo de perder aquel recuerdo para siempre.
Me limité a observarlo, a buscar que me sostuviese la mirada fijamente para usar aquel pequeño truco al que el común de los mortales caía sin mayor esfuerzo de mi parte. Y digo el común, porque este sujeto era diferente y seguramente estaba bien entrenado, lo suficiente como para no caer tan fácil en una de mis tretas, mucho menos en las que ahora intentaba usar.
- Así que… Fausto – dije con algo más de suavidad, aun sin quitar aquel férreo contacto visual con el que buscaba lograr ese efecto hipnotizante, y demostrando lo poco que había conseguido sacar de su cabeza, algo que también seguramente sería nada más que otra manifestación de su enorme ego - ¿Podrías hacer el favor de soltarme? – pregunté del mismo modo como si no quisiera romper aquel encantamiento que servía para controlar humanos, levanté cuidadosamente la mano para no mover el hombro correspondiente y por lo tanto tampoco la columna, o al menos no lo suficiente como para hacer colapsar mi cuerpo.
Era mi mano la que ahora se posaba sobre su mejilla casi como una caricia, entonces, y por solo un segundo le sonreí, eso antes de deslizar de un ágil movimiento hasta el costado de su cuello, amenazando aquella importante vena, aunque por supuesto no mi favorita, con mi índice, que debió antojársele más una garra, porque si conocía lo suficientemente bien a los que eran como yo, sabría que no tendría problema ninguno en atravesar la piel y el músculo. La decisión era suya. O se arriesgaba a que desgarrara su yugular o me soltaba, más aun sabiendo que con cualquier movimiento con que nos alejase más allá de la longitud de su brazo se salvaría, porque si no lo hacía, o si no encontraba otra salida, en el segundo en que nuestras manos concretasen la amenaza no sería él quien podría mantenerse de pie.
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Re: Mad World [Fausto]
En un tiempo lejano (ocho años, sí, algo contrariamente lejano para lo que aquella raza vivía a diario en su inmortalidad), el arrojo y la firmeza de esa vampira no le habrían llamado ni la más mínima atención, le habrían parecido iguales a la picadura de un mosquito y al vuelo de un moscardón aturdido, que cree que dando vueltas sin sentido compensa una especie de dignidad sólo porque todavía sigue volando. Y seguramente ella fuera todo eso y más, porque aquel tiempo lejano había cambiado a Fausto en concreto, no necesariamente a su presa, pero era inevitable, por mucho que su raciocinio no usara las mismas palabras para describirlo: ahora mismo, en la actualidad, el alma lánguida y mártir del alemán sabía identificar la misma especie de condena en otros, demasiado bella y poética como para ser aceptada por aquel pétreo orgullo.
También por eso, le incitaba a desencadenar (aún más) los impulsos de su crueldad, de su innata capacidad de desprecio hacia el resto de seres vivos con la indiferencia mezclada con esa necesidad de verse reflejado en la sangre, ajena y propia. De recordarse una y otra vez cómo de diabólico era, cómo de puro podía ser el vacío en su corazón que aun así, experimentaba con las emociones. Sólo con las que infringían dolor, a sí mismo y a todos los que le rodeaban.
Por un momento, estuvo realmente tentado de retar hasta su propia cautela, contradiciendo la baza de superioridad con la que no se permitía subestimar ni a una piedra, pues con pocos límites se conseguía vadear a la perfección. Así era imposible que lo sorprendieran, de hecho, pocas veces lo habían hecho desde que decidió prepararse para cazador. Claro que no se le podría llamar 'sorprender' a algo a lo que voluntariamente se expondría, pero no importaba, las únicas heridas que le harían serían las que él buscara. El lienzo de aquella escena ya tenía un pintor, y a esa pobre infeliz tampoco se la podría llamar 'musa', algo que abarcaba muchos más lienzos y muchas más pinturas antes y después de ese momento, pero sin duda era la motivación para ése en cuestión. Tal vez con aptitudes para ser recordada como un espécimen interesante en mitad de la cruda e implacable senda de sus pasos por la tierra, o para ser fácilmente olvidada una vez la hubiera matado. Por ahora, la criatura tenía a su favor que él pretendiera alargar aquella cacería, lo cual no solía ocurrir casi nunca.
Lo estuvo, y tan cierto. Estuvo realmente tentado de obligarle a que le rajara el pescuezo, a que ejecutara su amenaza de tres al cuarto. Sin embargo, bastó escuchar cómo de su voz salía el nombre que había permitido que leyera entre la ventisca imperturbable de su mente y suavizar sus impulsos suicidas. Seguía sin necesitar provocar a la chiquilla para que allí hubiera sangre.
Como prefieras –respondió tranquilamente y la soltó, pero la soltó tras coger impulso con el brazo que la sujetaba y medio costado de su cuerpo a la hora de volver a lanzarla por los aires, entonces con mucha más potencia y deliberación que al principio.
A los restos de sangre en la boca y barbilla de ella se le unió el de la siguiente brecha que se hizo en la nuca al chocar contra los restos de una viga en el suelo y entonces Fausto no bajó la guardia, se movió rápido para acabar con las rodillas a sendos lados de sus caderas y proceder a clavarle dos estacas, una en cada palma de la mano, que se hundieron y adhirieron contra su carne y tras la enorme viga, apresándolas. Seguramente lograra sacar la fuerza suficiente para levantarla, tenía poderes sobrenaturales, pero lo que no podría hacer sería levantarla sin que las heridas se le abrieran más y, por consiguiente, se cercenara aquella zona por completo, así que le convenía estarse quieta. Sus habilidades físicas de poco le servirían ya.
Se nota que eres una vampira joven, joven y descompuesta –comentó, dejando que lo leyera en su mente antes de hacerlo oficial con sus palabras de hielo infecto- ¿Acaso no te das cuenta del dolor que desprendes? ¿Del dolor que suplicas? –sin dejar de observarla con todo ese tiempo que veneraba a su disposición, volvió a incorporarse tras desenfundar de nuevo su sable- Dices que no tienes nada que demostrar, pero yo creo que es justo al revés. Quieres demostrar que ahora todo se ve tan simple que puedes hacer lo que quieras. Como olvidar. Es tan fácil olvidar. Tan vulgar.
Fausto dio unos cuantos pasos alrededor de ella, lentos y metódicos, y estudió mejor la situación y sus intenciones, a la vez que alzaba la mano que no sujetaba el arma y se lamía distraídamente la sangre que aún pendía de su dedo pulgar.
También por eso, le incitaba a desencadenar (aún más) los impulsos de su crueldad, de su innata capacidad de desprecio hacia el resto de seres vivos con la indiferencia mezclada con esa necesidad de verse reflejado en la sangre, ajena y propia. De recordarse una y otra vez cómo de diabólico era, cómo de puro podía ser el vacío en su corazón que aun así, experimentaba con las emociones. Sólo con las que infringían dolor, a sí mismo y a todos los que le rodeaban.
Por un momento, estuvo realmente tentado de retar hasta su propia cautela, contradiciendo la baza de superioridad con la que no se permitía subestimar ni a una piedra, pues con pocos límites se conseguía vadear a la perfección. Así era imposible que lo sorprendieran, de hecho, pocas veces lo habían hecho desde que decidió prepararse para cazador. Claro que no se le podría llamar 'sorprender' a algo a lo que voluntariamente se expondría, pero no importaba, las únicas heridas que le harían serían las que él buscara. El lienzo de aquella escena ya tenía un pintor, y a esa pobre infeliz tampoco se la podría llamar 'musa', algo que abarcaba muchos más lienzos y muchas más pinturas antes y después de ese momento, pero sin duda era la motivación para ése en cuestión. Tal vez con aptitudes para ser recordada como un espécimen interesante en mitad de la cruda e implacable senda de sus pasos por la tierra, o para ser fácilmente olvidada una vez la hubiera matado. Por ahora, la criatura tenía a su favor que él pretendiera alargar aquella cacería, lo cual no solía ocurrir casi nunca.
Lo estuvo, y tan cierto. Estuvo realmente tentado de obligarle a que le rajara el pescuezo, a que ejecutara su amenaza de tres al cuarto. Sin embargo, bastó escuchar cómo de su voz salía el nombre que había permitido que leyera entre la ventisca imperturbable de su mente y suavizar sus impulsos suicidas. Seguía sin necesitar provocar a la chiquilla para que allí hubiera sangre.
Como prefieras –respondió tranquilamente y la soltó, pero la soltó tras coger impulso con el brazo que la sujetaba y medio costado de su cuerpo a la hora de volver a lanzarla por los aires, entonces con mucha más potencia y deliberación que al principio.
A los restos de sangre en la boca y barbilla de ella se le unió el de la siguiente brecha que se hizo en la nuca al chocar contra los restos de una viga en el suelo y entonces Fausto no bajó la guardia, se movió rápido para acabar con las rodillas a sendos lados de sus caderas y proceder a clavarle dos estacas, una en cada palma de la mano, que se hundieron y adhirieron contra su carne y tras la enorme viga, apresándolas. Seguramente lograra sacar la fuerza suficiente para levantarla, tenía poderes sobrenaturales, pero lo que no podría hacer sería levantarla sin que las heridas se le abrieran más y, por consiguiente, se cercenara aquella zona por completo, así que le convenía estarse quieta. Sus habilidades físicas de poco le servirían ya.
Se nota que eres una vampira joven, joven y descompuesta –comentó, dejando que lo leyera en su mente antes de hacerlo oficial con sus palabras de hielo infecto- ¿Acaso no te das cuenta del dolor que desprendes? ¿Del dolor que suplicas? –sin dejar de observarla con todo ese tiempo que veneraba a su disposición, volvió a incorporarse tras desenfundar de nuevo su sable- Dices que no tienes nada que demostrar, pero yo creo que es justo al revés. Quieres demostrar que ahora todo se ve tan simple que puedes hacer lo que quieras. Como olvidar. Es tan fácil olvidar. Tan vulgar.
Fausto dio unos cuantos pasos alrededor de ella, lentos y metódicos, y estudió mejor la situación y sus intenciones, a la vez que alzaba la mano que no sujetaba el arma y se lamía distraídamente la sangre que aún pendía de su dedo pulgar.
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Re: Mad World [Fausto]
Podía llegar a deleitarme con el palpitar de su vena bajo mi dedo índice, pero no porque fuese una melodía, al contrario de cualquier otro ser que se encontrara en su posición, aparte de los embates del gasto físico que significaba mantenerme inmovilizada, su corazón no dejaba rastro alguno de exaltación, latía con una anormal regularidad considerando las circunstancias, así que de poder moverme, aplaudiría aquel aplomo con el que se manejaba. Lo que también daba luces de que no se trataba de un simple cazador o inquisidor. Éste era bastante bueno, y además tenía en beneficio de la edad. No como esos mocosos con los que me había encontrado últimamente.
Me di el lujo de dejar salir un suspiro a pesar de la forma en que constreñía mi garganta, eso antes de que el bastardo me soltara, aunque no precisamente para dejarme en paz, sino que para arremeter de inmediato contra mí. Pero tal y como había pasado antes, la rapidez de su movimiento me hizo insensible a cualquier reacción o sensación, o bien, si hubo, se vio opacada por el golpe en la nuca, uno que fácilmente podría haberle fracturado el cráneo a un mortal, como él, por ejemplo, lo que era algo que me proponía recordarle.
Cerré los ojos con fuerza debido al dolor e instintivamente quise llevar una mano a mi nuca para sopesar los daños ¿Habría una fractura? Bueno, no fui capaz de averiguarlo, porque antes de que mi catastro de daños se concretara sentí un par de fuertes punzadas en las palmas de ambas manos. Nuevamente alardeaba ¿Pero era necesario el cliché de las estacas? ¿No podía simplemente acribillarme? Porque sí, ambas heridas que tenía eran en cierto modo incapacitantes, pero era obvio que ni siquiera a un mortal le hubiese causado la muerte. De hecho, se me ocurría un ejemplo muy gracioso, razón por la que solté una larga carcajada que coincidió con aquellas palabras suyas cargadas de desprecio.
Pude haberme quedado unos instantes dándole unas vueltas a sus palabras, aquello sobre que desprendía y pedía dolor, pero la verdad es que no me apetecía reflexionar sobre mi evidente masoquismo en estos momentos, me bastaba con sentirlo y disfrutarlo, porque en parte generaba la ilusión de que aún estaba viva, de que aun podía sentir.
Cuando se levantó volteé el rostro para mirar la entidad las heridas que provocaban los artilugios que atravesaban mis manos, los que hacían evidente que no sería fácil, ni indemne, zafarme de ellos, pero tampoco sería una gran tragedia. O al menos así fue en esos instantes en que conservaba la tranquilidad, porque cuando se refirió a la vulgaridad del acto de olvidar… eso sí me había herido.
Por eso cerré los ojos, y en vano intenté hacer lo mismo con mis labios, antes de comenzar a deslizar dolorosamente la estaca a través de mi mano izquierda. Una evidente mueca de dolor se debe haber esbozado en mi cara, una que me llevaba a fruncir el ceño y a enseñar los colmillos como si fuese a atacar el aire. Lo que se vio culminado con un suspiro y una respiración agitada.
Traté de empuñar aquella mano, pero la dificultad suponía la rotura de algún ligamento, lo que haría difícil la tarea de liberar la siguiente – Es curioso – dije mientras volvía a empuñar la mano para probar la movilidad – En todas las representaciones de la crucifixión que he visto, las estacas aparecen en el mismo lugar en que clavaste estas – agregué mientras me reacomodaba para quitar la otra de un modo menos lesivo – Lo que es anatómicamente incorrecto, porque con su peso sus manos se habrían desgarrado – dije antes de usar la poca fuerza que esa mano me permitía para quitar la estaca de la otra, esta vez, con solo un gemido – El lugar correcto era la articulación de las muñecas, pero no es tan poético como esto –
Levanté mis manos para poder mirar como de a poco dejaban de desperdigar la sangre recién adquirida, sentí lástima de quienes infructuosamente me habían servido de alimento, pero no había caso porque ahora debía preocuparme de mí misma.
Tratando de apoyar lo menos posible las manos en el suelo, me incorporé. Llevé la mano más lesionada a mis labios para limpiar algo de la sangre que se había acumulado, mientras quitaba rápidamente la estaca que aún se encontraba adherida al suelo para lanzársela de la forma más certera posible considerando mi estado. Sabía que a esa distancia fallaría. Y así fue.
Una útil distracción que me permitió usar aquellos dones de la agilidad para arrinconarlo contra una de las paredes de la roñosa cabaña. Le sonreí unos segundos y acto seguido clavé la otra de las estacas en su hombro izquierdo, y no contenta con ello, ejercí más presión sobre la misma, retorciéndola al mismo tiempo en su recorrido por la carne ajena. Pero era obvio que aún no estaría satisfecha.
Me di el lujo de dejar salir un suspiro a pesar de la forma en que constreñía mi garganta, eso antes de que el bastardo me soltara, aunque no precisamente para dejarme en paz, sino que para arremeter de inmediato contra mí. Pero tal y como había pasado antes, la rapidez de su movimiento me hizo insensible a cualquier reacción o sensación, o bien, si hubo, se vio opacada por el golpe en la nuca, uno que fácilmente podría haberle fracturado el cráneo a un mortal, como él, por ejemplo, lo que era algo que me proponía recordarle.
Cerré los ojos con fuerza debido al dolor e instintivamente quise llevar una mano a mi nuca para sopesar los daños ¿Habría una fractura? Bueno, no fui capaz de averiguarlo, porque antes de que mi catastro de daños se concretara sentí un par de fuertes punzadas en las palmas de ambas manos. Nuevamente alardeaba ¿Pero era necesario el cliché de las estacas? ¿No podía simplemente acribillarme? Porque sí, ambas heridas que tenía eran en cierto modo incapacitantes, pero era obvio que ni siquiera a un mortal le hubiese causado la muerte. De hecho, se me ocurría un ejemplo muy gracioso, razón por la que solté una larga carcajada que coincidió con aquellas palabras suyas cargadas de desprecio.
Pude haberme quedado unos instantes dándole unas vueltas a sus palabras, aquello sobre que desprendía y pedía dolor, pero la verdad es que no me apetecía reflexionar sobre mi evidente masoquismo en estos momentos, me bastaba con sentirlo y disfrutarlo, porque en parte generaba la ilusión de que aún estaba viva, de que aun podía sentir.
Cuando se levantó volteé el rostro para mirar la entidad las heridas que provocaban los artilugios que atravesaban mis manos, los que hacían evidente que no sería fácil, ni indemne, zafarme de ellos, pero tampoco sería una gran tragedia. O al menos así fue en esos instantes en que conservaba la tranquilidad, porque cuando se refirió a la vulgaridad del acto de olvidar… eso sí me había herido.
Por eso cerré los ojos, y en vano intenté hacer lo mismo con mis labios, antes de comenzar a deslizar dolorosamente la estaca a través de mi mano izquierda. Una evidente mueca de dolor se debe haber esbozado en mi cara, una que me llevaba a fruncir el ceño y a enseñar los colmillos como si fuese a atacar el aire. Lo que se vio culminado con un suspiro y una respiración agitada.
Traté de empuñar aquella mano, pero la dificultad suponía la rotura de algún ligamento, lo que haría difícil la tarea de liberar la siguiente – Es curioso – dije mientras volvía a empuñar la mano para probar la movilidad – En todas las representaciones de la crucifixión que he visto, las estacas aparecen en el mismo lugar en que clavaste estas – agregué mientras me reacomodaba para quitar la otra de un modo menos lesivo – Lo que es anatómicamente incorrecto, porque con su peso sus manos se habrían desgarrado – dije antes de usar la poca fuerza que esa mano me permitía para quitar la estaca de la otra, esta vez, con solo un gemido – El lugar correcto era la articulación de las muñecas, pero no es tan poético como esto –
Levanté mis manos para poder mirar como de a poco dejaban de desperdigar la sangre recién adquirida, sentí lástima de quienes infructuosamente me habían servido de alimento, pero no había caso porque ahora debía preocuparme de mí misma.
Tratando de apoyar lo menos posible las manos en el suelo, me incorporé. Llevé la mano más lesionada a mis labios para limpiar algo de la sangre que se había acumulado, mientras quitaba rápidamente la estaca que aún se encontraba adherida al suelo para lanzársela de la forma más certera posible considerando mi estado. Sabía que a esa distancia fallaría. Y así fue.
Una útil distracción que me permitió usar aquellos dones de la agilidad para arrinconarlo contra una de las paredes de la roñosa cabaña. Le sonreí unos segundos y acto seguido clavé la otra de las estacas en su hombro izquierdo, y no contenta con ello, ejercí más presión sobre la misma, retorciéndola al mismo tiempo en su recorrido por la carne ajena. Pero era obvio que aún no estaría satisfecha.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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Re: Mad World [Fausto]
Las cavidades de la cabaña se habían hecho insultantemente insuficientes para presenciar aquel acontecimiento, claro que eso había sido así desde el primer vistazo en la noche y el germánico cazador de abrigo lánguido y oscuro hacía ya mucho rato que se había abandonado a los tratos más desconsiderados y libres de la espontaneidad. No es que su paciencia estuviera siendo agotada (pues eso era un logro tan puntiagudo como quien se atrevía a introducir la mano entre los colmillos de un dragón para recuperar su espada) y ahora se dedicara a dejar a un lado toda posible sutileza que acompañara a las formas (formas en las que, de todas maneras, tampoco creía ni se molestaba en creer). Pero todo ese reclamo que había hecho, tanto en voz alta como para sus propios pensamientos, se estaba cumpliendo ahora y los comportamientos que contemplaba de la vampira le ayudaban a desvelar el motivo de que estuviera allí, dispuesto a entregarle su tiempo, cuya cansina y preciada valoración ya se hacía hasta insufrible.
Sí, Fausto era un maldito exigente, elitista y selectivo con todo aquel que pretendiera acercarse a él, aunque sólo se tratara de mantener una mísera conversación, y era un aspecto que había quedado claro, muchísimo antes de conocer a esa criaturilla, incluso. Precisamente por eso le había sorprendido no necesitar siquiera una hora para sentir la pureza de ese magnetismo entre ambos y precisamente por eso le sorprendía que aún necesitara más pruebas para gratificarse. Seguramente ya había llegado un punto en el que antes que de una necesidad, hablábamos de un deseo. El hombre quería profundizar hasta en la última gota de su masoquismo y del masoquismo de ella, o en todo caso, fundir su nociva curiosidad sobre el masoquismo de ella. Aún no se habían introducido en el dolor de Fausto y probablemente todavía faltara mucho para eso o directamente no fuese a ocurrir, pues aquella moradora de la noche apenas paraba atención al suyo propio, así que sus aptitudes para ahondar en la mente del alemán errante no empezaban ni a merecer que las llamaran así.
La telepatía no tenía ningún valor entre esas paredes, el acto de poder referirse a él con un nombre propio sería lo único que la pelirroja podría sacar a relucir con su habilidad sobrehumana y cualquier otro iluso de su raza con la capacidad de rastrear entre pensamientos ajenos. No sólo su maestro Georgius le había entrenado en ese campo mental, además en numerosas ocasiones el propio Fausto se alimentaba sólo de su psique, llevando sus meditaciones a un punto más allá de las necesidades básicas de la biología como comer, beber o dormir. No le gustaba demasiado cuando esos murciélagos se decidían a emplear ese 'don', podía llegar a considerarlo de un notable mal gusto y, por descontado, los situaba en un puesto que no importaba si eterno o no, pues carecía absolutamente de mérito, era un ahorro deliberado de esfuerzo que los reducía a no ser nadie antes de acabar alimentándose de sangre, mucho menos después. ¿O acaso no jugaban con ventaja así? ¿Qué mostraban a su favor que les hiciera falta leer la mente, ya fuera por curiosidad, impulso o táctica? Dejó de proteger su cabeza por un insignificante segundo sólo para que esa mujercita pudiera ver lo que pensaba al respecto, palabra por palabra, acompañado de su nombre, ya que tanto le costaba a la pobre preguntárselo directamente. Claro que no estaba ahí para ser considerado, eso también había quedado claro sin necesidad de telepatía.
No respondió al comentario que ella hizo sobre la crucifixión, pudiendo tacharlo de poco original, pero él mismo había sido el primero en buscárselo, dada la posición en la que le había clavado las estacas, no estaría siendo consecuente si se quejaba y, de hecho, no lo hizo. Por el contrario, dejó que su dolorida voz femenina le envolviera mientras se dedicaba pacientemente a contemplar cómo la sangre brotaba de las heridas que él le había hecho, aunque fuera a ser por un espacio de tiempo muchísimo más breve de lo que reclamaba su macabro pasatiempo. Y tal vez por eso, por la intimidad tan absurda como onírica que habían alcanzado en aquel escenario y en aquella instantánea conexión, la cachorrilla consiguió pillarle desprevenido. O pillarle receptivo, mejor dicho, porque en mitad de aquellas milésimas de ataque, el cazador sonrió de medio lado, escalofriantemente satisfecho, y sus labios se ensancharon con una saña aún mayor cuando sintió la estaca hundirse en su propia carne, con la mezcla de su sangre y la de ella retorciéndose dentro de su cuerpo. ¿Antes había dicho algo de su propio masoquismo? Al parecer, el físico ofrecía una adorable gama de posibilidades para que empezara a surgir, compensando que las de su tormentosa cabeza estuvieran tan vedadas. Y no fueran ni remotamente adorables…
¿No resulta más poético entonces que el vampirismo, monstruosidad perseguida por la Iglesia, permita que su pantomima sea anatómicamente correcta? –comentó tranquilamente, como si no tuviera a una vampira clavándole astillas de madera en la piel, como si continuara dando pasos alrededor de ella con la sola mirada de sus pupilas, azules y maquiavélicas- Ya veo que no te gusta nada que te recuerden las cosas, no hace falta que te molestes conmigo.
Eso último lo dijo después de una cortante carcajada de burla y no tardó nada en flexionar una pierna contra su cuerpo para después apartarla de una ágil patada. No perdió tiempo en retirarse la estaca del brazo, sino que extrajo de su abrigo otra arma, uno de los bastones de su arte marcial indio, especialmente afilado, y volvió a aproximarse a ella para propinarle un golpe en el estómago y volverla a tumbar en el suelo, irónicamente postrándose junto a ella para ensartarle la punta del bastón en la rodilla y atravesársela hasta el otro lado que se clavó en el suelo. Permaneció en esa postura, apoyando sus dedos en el arma sin alejarla ni un solo instante de ella, y esa vez se encargó de apresarle bien las dos manos, juntando sus muñecas por encima de su pecho.
¿Recuerdas tu nombre también? –hablándole muy cerca del rostro, pasó a sujetarle dichas muñecas con una sola mano y por un instante soltó el bastón que yacía rígido e imperturbable, marcando ya su territorio, usando la otra para arrancarse por fin la estaca del hombro y contemplarla toda sangrante, con retales de su perturbadora hemofilia en los ojos- ¿O intentas leer las mentes para suplir esa patética carencia?
Sí, Fausto era un maldito exigente, elitista y selectivo con todo aquel que pretendiera acercarse a él, aunque sólo se tratara de mantener una mísera conversación, y era un aspecto que había quedado claro, muchísimo antes de conocer a esa criaturilla, incluso. Precisamente por eso le había sorprendido no necesitar siquiera una hora para sentir la pureza de ese magnetismo entre ambos y precisamente por eso le sorprendía que aún necesitara más pruebas para gratificarse. Seguramente ya había llegado un punto en el que antes que de una necesidad, hablábamos de un deseo. El hombre quería profundizar hasta en la última gota de su masoquismo y del masoquismo de ella, o en todo caso, fundir su nociva curiosidad sobre el masoquismo de ella. Aún no se habían introducido en el dolor de Fausto y probablemente todavía faltara mucho para eso o directamente no fuese a ocurrir, pues aquella moradora de la noche apenas paraba atención al suyo propio, así que sus aptitudes para ahondar en la mente del alemán errante no empezaban ni a merecer que las llamaran así.
La telepatía no tenía ningún valor entre esas paredes, el acto de poder referirse a él con un nombre propio sería lo único que la pelirroja podría sacar a relucir con su habilidad sobrehumana y cualquier otro iluso de su raza con la capacidad de rastrear entre pensamientos ajenos. No sólo su maestro Georgius le había entrenado en ese campo mental, además en numerosas ocasiones el propio Fausto se alimentaba sólo de su psique, llevando sus meditaciones a un punto más allá de las necesidades básicas de la biología como comer, beber o dormir. No le gustaba demasiado cuando esos murciélagos se decidían a emplear ese 'don', podía llegar a considerarlo de un notable mal gusto y, por descontado, los situaba en un puesto que no importaba si eterno o no, pues carecía absolutamente de mérito, era un ahorro deliberado de esfuerzo que los reducía a no ser nadie antes de acabar alimentándose de sangre, mucho menos después. ¿O acaso no jugaban con ventaja así? ¿Qué mostraban a su favor que les hiciera falta leer la mente, ya fuera por curiosidad, impulso o táctica? Dejó de proteger su cabeza por un insignificante segundo sólo para que esa mujercita pudiera ver lo que pensaba al respecto, palabra por palabra, acompañado de su nombre, ya que tanto le costaba a la pobre preguntárselo directamente. Claro que no estaba ahí para ser considerado, eso también había quedado claro sin necesidad de telepatía.
No respondió al comentario que ella hizo sobre la crucifixión, pudiendo tacharlo de poco original, pero él mismo había sido el primero en buscárselo, dada la posición en la que le había clavado las estacas, no estaría siendo consecuente si se quejaba y, de hecho, no lo hizo. Por el contrario, dejó que su dolorida voz femenina le envolviera mientras se dedicaba pacientemente a contemplar cómo la sangre brotaba de las heridas que él le había hecho, aunque fuera a ser por un espacio de tiempo muchísimo más breve de lo que reclamaba su macabro pasatiempo. Y tal vez por eso, por la intimidad tan absurda como onírica que habían alcanzado en aquel escenario y en aquella instantánea conexión, la cachorrilla consiguió pillarle desprevenido. O pillarle receptivo, mejor dicho, porque en mitad de aquellas milésimas de ataque, el cazador sonrió de medio lado, escalofriantemente satisfecho, y sus labios se ensancharon con una saña aún mayor cuando sintió la estaca hundirse en su propia carne, con la mezcla de su sangre y la de ella retorciéndose dentro de su cuerpo. ¿Antes había dicho algo de su propio masoquismo? Al parecer, el físico ofrecía una adorable gama de posibilidades para que empezara a surgir, compensando que las de su tormentosa cabeza estuvieran tan vedadas. Y no fueran ni remotamente adorables…
¿No resulta más poético entonces que el vampirismo, monstruosidad perseguida por la Iglesia, permita que su pantomima sea anatómicamente correcta? –comentó tranquilamente, como si no tuviera a una vampira clavándole astillas de madera en la piel, como si continuara dando pasos alrededor de ella con la sola mirada de sus pupilas, azules y maquiavélicas- Ya veo que no te gusta nada que te recuerden las cosas, no hace falta que te molestes conmigo.
Eso último lo dijo después de una cortante carcajada de burla y no tardó nada en flexionar una pierna contra su cuerpo para después apartarla de una ágil patada. No perdió tiempo en retirarse la estaca del brazo, sino que extrajo de su abrigo otra arma, uno de los bastones de su arte marcial indio, especialmente afilado, y volvió a aproximarse a ella para propinarle un golpe en el estómago y volverla a tumbar en el suelo, irónicamente postrándose junto a ella para ensartarle la punta del bastón en la rodilla y atravesársela hasta el otro lado que se clavó en el suelo. Permaneció en esa postura, apoyando sus dedos en el arma sin alejarla ni un solo instante de ella, y esa vez se encargó de apresarle bien las dos manos, juntando sus muñecas por encima de su pecho.
¿Recuerdas tu nombre también? –hablándole muy cerca del rostro, pasó a sujetarle dichas muñecas con una sola mano y por un instante soltó el bastón que yacía rígido e imperturbable, marcando ya su territorio, usando la otra para arrancarse por fin la estaca del hombro y contemplarla toda sangrante, con retales de su perturbadora hemofilia en los ojos- ¿O intentas leer las mentes para suplir esa patética carencia?
Fausto- Cazador Clase Alta
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Re: Mad World [Fausto]
El mundo parecía ser un lugar lo suficientemente grande como para que seres como nosotros (porque hablar de personas podría prestarse para cuestionamientos respecto de ambos) pudiésemos habitar sin mayores roces, pero a veces el destino, el azar, o como se le quiera llamar, insistía en jugarretas como estas que en principio podrían parecer de lo más irrelevantes. Estaba claro que habían bastantes probabilidades de que solo uno de nosotros volviera en pie, por no decir vivo, a casa. El punto era la motivación. El universo podría ser el culpable de ponernos uno frente al otro, pero el primer golpe y la seguida reacción era algo que cada uno escogía ¿Pero por qué? En estos momentos se me hacía difícil recordar quien había iniciado esto y por qué.
Recordar. De nuevo esa molesta palabra volvía a cruzarse en mi cabeza. Y es que admito que en estos momentos no tenía la memoria más privilegiada de París, era evidente, pero tampoco es que estuviera demasiado interesada en recuperar lo perdido ¿De qué serviría? Si hubiese algo, o alguien, lo suficientemente importante, ya me habría estrellado con esto y no habría necesidad de llenar vacíos con los impulsos autodestructivos de los que estaba siendo víctima.
¿Qué era aquello que había dicho el cazador momentos atrás? ¿Qué tenía algo que demostrarle? ¿Y para qué? ¿Para justificar el tiempo que estaba malgastando conmigo? ¿No era el gato el que debía justificar la energía gastada en atrapar al ratón? Aunque a momentos no supiera qué papel le tocaba a quién.
Solo sabía de lo delicioso que era el sentir como la madera se hundía en la carne ajena, en una estocada de todo menos limpia. Estaba disponiéndome a usar toda la extensión del artilugio hasta atravesar todo su hombro y llegar a incrustarla en la roída pared, ignorando por complemento los comentarios del cazador hasta aquel que selló con una carcajada. ¿Cómo podía conocer algo así para usarlo en mi contra? No creo haber dicho nada al respecto antes, y si solo lo decía por tantear, ya había caído en el error de confirmar todo con mi expresión contrariada. Por lo que en apenas esos instantes, de un golpe volví a acabar en el suelo.
No hice ningún amago por levantarme nuevamente, porque las divagaciones en mi cabeza parecían volverse más importantes que la suerte que corriera mi cuerpo, porque sí, tampoco hice intento alguno por evitar que ahora fuese mi carne la que se separara entre el filo de aquella cosa. Dolía, claro que sí, lo suficiente como para hacerme retorcer bajo él y romper el silencio de los alrededores con un agudo grito, pero ni aun con el nuevo dolor que provocaba el que ejerciera presión sobre mis manos ya heridas estaría curada de espanto para las nuevas palabras que saldrían de su pérfida garganta.
Traté de no cerrar los ojos porque sabía que se habían humedecido lo suficiente como para que en el siguiente parpadeo una par de tímidas gotitas resbalaran por mis mejillas. Había vivido una buena cantidad de tiempo, y mi nombre y unos poco importantes recuerdos de mi vida en Londres eran lo que aún quedaba en mi memoria, y a pesar de que el tiempo en París que no podía recordar era proporcionalmente menor, de cierto modo sabía que había algo importante en ello. Eso era lo que me torturaba. Y el cazador estaba jugando con aquello.
- No recuerdo mi nombre – mentí inconscientemente, mientras observaba la sangre de Fausto caer sobre mi ropa, que dejaba un reconfortante y cálido tacto también sobre mi piel. El sujeto no parecía entender muy la situación pese a tener, al menos formalmente, el control de todo, y claro, no esperaba más aunque fuese decepcionante – No hay nadie en esta ciudad que me recuerde, ergo, no tengo con quien suplir esa patética carencia que dices – dije en un ataque de sinceridad – Y si esto no te da suficientes luces de la situación, te lo explicaré de forma que lo puedas entender – agregué con el tono gélido de antes, desprovisto de cualquier emoción que normalmente pudiesen contener mis palabras.
Esbocé una leve sonrisa, y haciendo gala de las pocas fueras que me iban quedando debido a la pérdida de sangre, comencé a flexionar la rodilla en que aquella especie de espada estaba incrustada, dejando que se deslizara con cuidado para no desencajarla del suelo que suponía su punto de anclaje.
- Nada de lo que me hagas importa – dije sin borrar aquella sonrisa de antes – Porque esta batalla no es contigo, sino conmigo misma – agregué con cierto desdén, queriendo hacerle saber ninguna de las heridas que me había hecho significaba más de las que yo misma me había infringido. ¿Qué tenía que justificar un ser que no tenía nada? ¿Qué era lo que le mantenía en pie? Eran cosas que esperaba aprender hoy.
De momento, me bastaba con quitármelo de encima, por lo que aproveché la postura y aquella distracción para golpearle el abdomen con la rodilla que aún estaba indemne. Pero no había calculado bien el asunto, porque lejos de caer apartado de mí, todo su peso de desplomó sobre el arma, casi cercenando mi carne. Había sido demasiado. Ni toda la sangre que había ingerido durante la noche sería suficiente para mantener una mínima funcionalidad con la entidad de las heridas, por lo que físicamente no había mucho más que hacer.
Recordar. De nuevo esa molesta palabra volvía a cruzarse en mi cabeza. Y es que admito que en estos momentos no tenía la memoria más privilegiada de París, era evidente, pero tampoco es que estuviera demasiado interesada en recuperar lo perdido ¿De qué serviría? Si hubiese algo, o alguien, lo suficientemente importante, ya me habría estrellado con esto y no habría necesidad de llenar vacíos con los impulsos autodestructivos de los que estaba siendo víctima.
¿Qué era aquello que había dicho el cazador momentos atrás? ¿Qué tenía algo que demostrarle? ¿Y para qué? ¿Para justificar el tiempo que estaba malgastando conmigo? ¿No era el gato el que debía justificar la energía gastada en atrapar al ratón? Aunque a momentos no supiera qué papel le tocaba a quién.
Solo sabía de lo delicioso que era el sentir como la madera se hundía en la carne ajena, en una estocada de todo menos limpia. Estaba disponiéndome a usar toda la extensión del artilugio hasta atravesar todo su hombro y llegar a incrustarla en la roída pared, ignorando por complemento los comentarios del cazador hasta aquel que selló con una carcajada. ¿Cómo podía conocer algo así para usarlo en mi contra? No creo haber dicho nada al respecto antes, y si solo lo decía por tantear, ya había caído en el error de confirmar todo con mi expresión contrariada. Por lo que en apenas esos instantes, de un golpe volví a acabar en el suelo.
No hice ningún amago por levantarme nuevamente, porque las divagaciones en mi cabeza parecían volverse más importantes que la suerte que corriera mi cuerpo, porque sí, tampoco hice intento alguno por evitar que ahora fuese mi carne la que se separara entre el filo de aquella cosa. Dolía, claro que sí, lo suficiente como para hacerme retorcer bajo él y romper el silencio de los alrededores con un agudo grito, pero ni aun con el nuevo dolor que provocaba el que ejerciera presión sobre mis manos ya heridas estaría curada de espanto para las nuevas palabras que saldrían de su pérfida garganta.
Traté de no cerrar los ojos porque sabía que se habían humedecido lo suficiente como para que en el siguiente parpadeo una par de tímidas gotitas resbalaran por mis mejillas. Había vivido una buena cantidad de tiempo, y mi nombre y unos poco importantes recuerdos de mi vida en Londres eran lo que aún quedaba en mi memoria, y a pesar de que el tiempo en París que no podía recordar era proporcionalmente menor, de cierto modo sabía que había algo importante en ello. Eso era lo que me torturaba. Y el cazador estaba jugando con aquello.
- No recuerdo mi nombre – mentí inconscientemente, mientras observaba la sangre de Fausto caer sobre mi ropa, que dejaba un reconfortante y cálido tacto también sobre mi piel. El sujeto no parecía entender muy la situación pese a tener, al menos formalmente, el control de todo, y claro, no esperaba más aunque fuese decepcionante – No hay nadie en esta ciudad que me recuerde, ergo, no tengo con quien suplir esa patética carencia que dices – dije en un ataque de sinceridad – Y si esto no te da suficientes luces de la situación, te lo explicaré de forma que lo puedas entender – agregué con el tono gélido de antes, desprovisto de cualquier emoción que normalmente pudiesen contener mis palabras.
Esbocé una leve sonrisa, y haciendo gala de las pocas fueras que me iban quedando debido a la pérdida de sangre, comencé a flexionar la rodilla en que aquella especie de espada estaba incrustada, dejando que se deslizara con cuidado para no desencajarla del suelo que suponía su punto de anclaje.
- Nada de lo que me hagas importa – dije sin borrar aquella sonrisa de antes – Porque esta batalla no es contigo, sino conmigo misma – agregué con cierto desdén, queriendo hacerle saber ninguna de las heridas que me había hecho significaba más de las que yo misma me había infringido. ¿Qué tenía que justificar un ser que no tenía nada? ¿Qué era lo que le mantenía en pie? Eran cosas que esperaba aprender hoy.
De momento, me bastaba con quitármelo de encima, por lo que aproveché la postura y aquella distracción para golpearle el abdomen con la rodilla que aún estaba indemne. Pero no había calculado bien el asunto, porque lejos de caer apartado de mí, todo su peso de desplomó sobre el arma, casi cercenando mi carne. Había sido demasiado. Ni toda la sangre que había ingerido durante la noche sería suficiente para mantener una mínima funcionalidad con la entidad de las heridas, por lo que físicamente no había mucho más que hacer.
Carmmine Von Misson- Vampiro Clase Alta
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