AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Encuentro fortuito {Privado}
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Encuentro fortuito {Privado}
El olor de las ratas.
Abatida por los reclamos de mi padre, me dediqué el resto del día a buscar una razón más por la cual continuar a su lado y no salir corriendo de allí. Las cicatrices de mi brazo derecho poco a poco comenzaban a sanar, ya no dolían igual que la semana pasada, sólo se trata de finas líneas amoratadas rodeándolos. Los dedos de sus manos se quedaron marcados allí es por ello que me veía en la necesidad de cubrirlos con las mangas largas y finas de mis vestidos. El tic-tac de la sala principal resonaba estridentemente para mí aunque para los demás apenas fuese audible. Entonces esa imagen abofeteó mi cabeza por enésima vez… Alice. Su mirada era tan profunda e infinitamente hermosa que no sería una sorpresa encontrarse a si mismo reflejado en sus ojos y sentirse poca cosa a su lado, pero su corazón era tan maravilloso que aún cuando mil veces intenté huir de sus calidez, siempre se trató de mí regresando a ella con los brazos abiertos. La perfección de esa mujer me devoró como el cocytos consume el alma condenada de los mortales… cometí pecado tras pecado sólo para complacerle, me corrompió hasta lo más recóndito y aún cuando sea sólo la reverberación de su voz y el reflejo de su silueta en los cristales, continuaba amándola intensamente.
Podía con toda seguridad, sentir sus manos sobre mi piel cada que el viento osaba acariciar mi rostro o respirar su aroma cuando las flores se abren al alba. Deslizar las gotas de la lluvia en mi cuerpo e imaginar que es su esencia impregnándose a la mía, idílicamente maravillosa. Me revolcaba en las sábanas de seda una y otra vez pensando que es ella, fantaseando que no se ha ido, que no está muerta. Mi ser se estremeció con cada susurro de sus labios a mi oído, yo le pertenecía a ella y Alice, mi amada e inmortal Alice… Una espina germina en mi corazón cada que le recuerdo, por mi apabullante estupidez de crear ilusiones alternas con un “Si estuviese aquí". La puerta de la entrada a la mansión se abrió repentinamente con un golpazo a la madera de la pared, el cristal de las ventanas vibró junto a ese acto y yo simplemente bajé la mirada. Otra noche soportando sus desplantes de ebrio, otra noche en la cual querrá arrojarme a las garras del fuego para expiar mis culpas ¡Maldito hipócrita! El fétido olor a licor que desprendió desde su cuerpo me causó náuseas, me sentí ligeramente mareada. Observé como su pantalón era desabotonado para desprenderse de la cinta que lo sujetaba a la cintura con firmeza. Clavó sus ojos azules sobre mí y allí encontré todo el odio jamás imaginado hacia una hija. Aún no podía perdonarme el hecho de acostarme con su esposa, mucho menos el hecho de ser una mujer que apetece del fruto de otras damas. Él me enseñaría a gozar de los hombres… Para mi fortuna su equilibrio era un asco y cayó desmayado sobre la alfombra de la sala. Sin pensarlo, sólo actuar como las malditas ratas atraídas por el olor de la comida, corrí hacia la libertad de la calle para empaparme con una hermosa lluvia de invierno.
La calle se abrió sólo para mí con una invitación a vivirla como nunca antes, el talud se adoquinaba de millones de guijarros siendo atropellados por el ignorante pie de las multitudes. Aceleraban sus pasos para pasar por debajo de esa lluvia. El viento sopló fuerte, logró erizar cada centímetro de mi piel, el frío no es una broma y poco a poco mi temperatura corporal comenzaba a disminuir ¿Regresar a casa? ¡No! Ni siquiera había conseguido saborear el olor a la tierra húmeda, ni apreciar el destello de las gotas sobre las plantas, cual diamantes en la corona y sólo había una cosa que podría mejorar aquel perfume atizado por la magia de los Dioses, el olor de un libro añejo y sus páginas contaminadas por el tiempo. Me dirigí hasta la biblioteca con grandes zancadas, mis brazos cruzados a la altura de la cintura, una joroba en mi espalda y el mecho de cabello rojizo colándome entre la curvatura de mis senos. Tenía frío, la piel me lució como la de un muerto cualesquiera, mis labios se estuvieron a punto de tornarse morados y las uñas de mis dedos junto a ellos. Abrí las puertas de par en par con una sonrisa llena de complicidad en mi boca, era como entrar al santuario de la Diosa Afrodita, todo para mí… Tras de mí el viento rugió con fiereza, adentrándose a la biblioteca y colando su gélido aliento por los pasillos de las estanterías. Al final de esos pasillos, un hombre caucásico de cabello negro, mirada profunda, medianamente robusto y concentrado en algunas páginas; tuvo la desgracia de ser interrumpido por ese aire viajero que revolvió lo que se encontraba leyendo. –Lo siento- dije en voz alta, fui la culpable de eso y al igual que él no me hubiese gustado en lo absoluto que por la imprudencia de un adolescente, mi lectura no fuese amena… El taconeo de mis zapatos despertó a la anciana bibliotecaria quien miró mi aspecto desaliñado y con un fuerte “Shhhh” me ordenó mantener el silencio.
Podía con toda seguridad, sentir sus manos sobre mi piel cada que el viento osaba acariciar mi rostro o respirar su aroma cuando las flores se abren al alba. Deslizar las gotas de la lluvia en mi cuerpo e imaginar que es su esencia impregnándose a la mía, idílicamente maravillosa. Me revolcaba en las sábanas de seda una y otra vez pensando que es ella, fantaseando que no se ha ido, que no está muerta. Mi ser se estremeció con cada susurro de sus labios a mi oído, yo le pertenecía a ella y Alice, mi amada e inmortal Alice… Una espina germina en mi corazón cada que le recuerdo, por mi apabullante estupidez de crear ilusiones alternas con un “Si estuviese aquí". La puerta de la entrada a la mansión se abrió repentinamente con un golpazo a la madera de la pared, el cristal de las ventanas vibró junto a ese acto y yo simplemente bajé la mirada. Otra noche soportando sus desplantes de ebrio, otra noche en la cual querrá arrojarme a las garras del fuego para expiar mis culpas ¡Maldito hipócrita! El fétido olor a licor que desprendió desde su cuerpo me causó náuseas, me sentí ligeramente mareada. Observé como su pantalón era desabotonado para desprenderse de la cinta que lo sujetaba a la cintura con firmeza. Clavó sus ojos azules sobre mí y allí encontré todo el odio jamás imaginado hacia una hija. Aún no podía perdonarme el hecho de acostarme con su esposa, mucho menos el hecho de ser una mujer que apetece del fruto de otras damas. Él me enseñaría a gozar de los hombres… Para mi fortuna su equilibrio era un asco y cayó desmayado sobre la alfombra de la sala. Sin pensarlo, sólo actuar como las malditas ratas atraídas por el olor de la comida, corrí hacia la libertad de la calle para empaparme con una hermosa lluvia de invierno.
La calle se abrió sólo para mí con una invitación a vivirla como nunca antes, el talud se adoquinaba de millones de guijarros siendo atropellados por el ignorante pie de las multitudes. Aceleraban sus pasos para pasar por debajo de esa lluvia. El viento sopló fuerte, logró erizar cada centímetro de mi piel, el frío no es una broma y poco a poco mi temperatura corporal comenzaba a disminuir ¿Regresar a casa? ¡No! Ni siquiera había conseguido saborear el olor a la tierra húmeda, ni apreciar el destello de las gotas sobre las plantas, cual diamantes en la corona y sólo había una cosa que podría mejorar aquel perfume atizado por la magia de los Dioses, el olor de un libro añejo y sus páginas contaminadas por el tiempo. Me dirigí hasta la biblioteca con grandes zancadas, mis brazos cruzados a la altura de la cintura, una joroba en mi espalda y el mecho de cabello rojizo colándome entre la curvatura de mis senos. Tenía frío, la piel me lució como la de un muerto cualesquiera, mis labios se estuvieron a punto de tornarse morados y las uñas de mis dedos junto a ellos. Abrí las puertas de par en par con una sonrisa llena de complicidad en mi boca, era como entrar al santuario de la Diosa Afrodita, todo para mí… Tras de mí el viento rugió con fiereza, adentrándose a la biblioteca y colando su gélido aliento por los pasillos de las estanterías. Al final de esos pasillos, un hombre caucásico de cabello negro, mirada profunda, medianamente robusto y concentrado en algunas páginas; tuvo la desgracia de ser interrumpido por ese aire viajero que revolvió lo que se encontraba leyendo. –Lo siento- dije en voz alta, fui la culpable de eso y al igual que él no me hubiese gustado en lo absoluto que por la imprudencia de un adolescente, mi lectura no fuese amena… El taconeo de mis zapatos despertó a la anciana bibliotecaria quien miró mi aspecto desaliñado y con un fuerte “Shhhh” me ordenó mantener el silencio.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Despertar a su lado, con su cabello rojo como el fuego del Hades y su piel estrellas conjugadas de la vía láctea, su rostro sereno y luego el otro amor de mi vida llegando a la cama corriendo, gritando “papi” y jalándome del brazo para comenzar el día. Era una visión perfecta, era la vida que tuve hace años, al lado de Joan y mi hija, era una pena que ahora se tratara sólo de un sueño.
Abrí los ojos como quien dispara al aire y luego moví la cabeza frenéticamente hacía un lado donde un reloj marcaba la hora. Me hice consciente de mi propio cuerpo y por un minuto o dos sentí el aire inundar mis pulmones y luego salir de mi cuerpo. Había estado soñando aquello durante los últimos días, aunque más que un sueño, se sentía como un recuerdo, como si mi mente quisiera impedir que me olvidara de ellas y por ello, las traía con tanta persistencia. ¿Cómo olvidarlas?, lo amores de mi vida.
Era tarde, tarde a comparación de las horas a las que yo acostumbraba levantarme, ir a desayunar al café calle más abajo no era opción, porque esta mañana tenía una cita, por fin había podido concretar una entrevista de trabajo con uno de los periódicos locales y no podía permitirme llegar a deshoras. Impuntual es una cosa que no soy.
Caminé a la cocina y ahí preparé café, lo bebí rápidamente, tanto que me quemé la lengua y luego me vestí con cierta formalidad, listo para aquel día. Comprar el periódico una vez fuera de la casa fue el siguiente paso y finalmente, ir caminando al lugar de la cita.
Cuando finalmente salí de aquel encuentro, me encontré mirando el cielo, las nubes se cerraban sobre mi cabeza, pronto arremeterían contra la tierra en su furiosa tormenta. Apresuré el paso pensando en lo que había hablado con aquel nombre; por fortuna me conocía y sabía de lo que era capaz, me quería trabajando con ellos, ¿el problema?, mi francés, aunque lo hablo y lo entiendo, no es mi lengua nativa, cosa que prometí arreglar. Lo más sencillo hubiese sido contratar un maestro, pero los ahorros que había traído desde Londres no me durarían para siempre, debía ser más inteligente con mis gastos.
Suspiré y la primera gota cayó sobre mi rostro, justo debajo de mi ojo izquierdo, como si el llanto tardío llegara a mí tras mi sueño de la mañana. A esa gota siguieron dos, luego cuatro y así se multiplicaron como los panes y los peces. Miré a un lado y luego a otro, aún estaba lejos de casa y si me atrevía a correr, terminaría empapado, caminé pegado a las paredes, que las cornisas de las casas me sirvieran de paraguas momentáneo hasta que frente a mi estuvo mi salvación.
Tal parecía que iba a parar a ese lugar sólo como refugiado de la lluvia, pues la vez anterior que había entrado a la Biblioteca parisina había sido muy similar, huyendo de la tormenta. Pero qué mejor lugar para mí que ese. Sin pensarlo crucé la calle y me adentré en esos pasillos obscuros y cálidos. Sacudí los hombros del saco de lana para quitar las gotas de lluvia que aún no eran absorbidas por la tela. Dejé mis cosas (el periódico y algunas anotaciones) sobre un escritorio y caminé entre los pasillos.
Aquel aroma a cuero y papel viejo me tranquilizaba, me detuve un segundo, flanqueado por dos estantes de libros y cerré los ojos sólo para disfrutar de aquella sensación. Reí ante mi propio ritual y avancé. Tomé un libro al azar, sin siquiera ver en qué sección estaba y me topé con letras en latín. Parecía un tomo que nadie nunca consultaba, y por lo poco que sabía de latín, aparentemente se trataba de un texto sobre Historia, pero su textura y su perfume valían la pena, lo sostuve por algunos momentos sólo para sentirlo entre mis manos.
Un ventarrón me golpeó la nuca y volteé de inmediato, cerrando el libro que de todos modos no me iba a servir de mucho. Frente a mi una chica que había tenido peor suerte que yo, empapada por la lluvia, y con una cabellera tan encendida como la de mis dos mujeres, que ya no estaban más conmigo. Sonreí de lado ante el sólo pensamiento e iba a contestar a su disculpa cuando la bibliotecaria la hacía callar. Negué divertido con la cabeza.
-Señorita –me atreví a dirigirme a ella, hablé con voz baja dado el lugar donde estábamos-, no tiene que disculparse, y venga por aquí, si no quiere hacerse acreedora de otro regaño –le dije y señalé más allá en donde los libros seguían siendo centinelas silenciosos, lo único que quería hacer era alejarla de la mujer que se hacía cargo del lugar, quizá ofrecerle mi propio saco para abrigarse. Tal vez, con un poco de suerte, hacernos compañía en lo que la lluvia nos daba tregua.
Abrí los ojos como quien dispara al aire y luego moví la cabeza frenéticamente hacía un lado donde un reloj marcaba la hora. Me hice consciente de mi propio cuerpo y por un minuto o dos sentí el aire inundar mis pulmones y luego salir de mi cuerpo. Había estado soñando aquello durante los últimos días, aunque más que un sueño, se sentía como un recuerdo, como si mi mente quisiera impedir que me olvidara de ellas y por ello, las traía con tanta persistencia. ¿Cómo olvidarlas?, lo amores de mi vida.
Era tarde, tarde a comparación de las horas a las que yo acostumbraba levantarme, ir a desayunar al café calle más abajo no era opción, porque esta mañana tenía una cita, por fin había podido concretar una entrevista de trabajo con uno de los periódicos locales y no podía permitirme llegar a deshoras. Impuntual es una cosa que no soy.
Caminé a la cocina y ahí preparé café, lo bebí rápidamente, tanto que me quemé la lengua y luego me vestí con cierta formalidad, listo para aquel día. Comprar el periódico una vez fuera de la casa fue el siguiente paso y finalmente, ir caminando al lugar de la cita.
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Cuando finalmente salí de aquel encuentro, me encontré mirando el cielo, las nubes se cerraban sobre mi cabeza, pronto arremeterían contra la tierra en su furiosa tormenta. Apresuré el paso pensando en lo que había hablado con aquel nombre; por fortuna me conocía y sabía de lo que era capaz, me quería trabajando con ellos, ¿el problema?, mi francés, aunque lo hablo y lo entiendo, no es mi lengua nativa, cosa que prometí arreglar. Lo más sencillo hubiese sido contratar un maestro, pero los ahorros que había traído desde Londres no me durarían para siempre, debía ser más inteligente con mis gastos.
Suspiré y la primera gota cayó sobre mi rostro, justo debajo de mi ojo izquierdo, como si el llanto tardío llegara a mí tras mi sueño de la mañana. A esa gota siguieron dos, luego cuatro y así se multiplicaron como los panes y los peces. Miré a un lado y luego a otro, aún estaba lejos de casa y si me atrevía a correr, terminaría empapado, caminé pegado a las paredes, que las cornisas de las casas me sirvieran de paraguas momentáneo hasta que frente a mi estuvo mi salvación.
Tal parecía que iba a parar a ese lugar sólo como refugiado de la lluvia, pues la vez anterior que había entrado a la Biblioteca parisina había sido muy similar, huyendo de la tormenta. Pero qué mejor lugar para mí que ese. Sin pensarlo crucé la calle y me adentré en esos pasillos obscuros y cálidos. Sacudí los hombros del saco de lana para quitar las gotas de lluvia que aún no eran absorbidas por la tela. Dejé mis cosas (el periódico y algunas anotaciones) sobre un escritorio y caminé entre los pasillos.
Aquel aroma a cuero y papel viejo me tranquilizaba, me detuve un segundo, flanqueado por dos estantes de libros y cerré los ojos sólo para disfrutar de aquella sensación. Reí ante mi propio ritual y avancé. Tomé un libro al azar, sin siquiera ver en qué sección estaba y me topé con letras en latín. Parecía un tomo que nadie nunca consultaba, y por lo poco que sabía de latín, aparentemente se trataba de un texto sobre Historia, pero su textura y su perfume valían la pena, lo sostuve por algunos momentos sólo para sentirlo entre mis manos.
Un ventarrón me golpeó la nuca y volteé de inmediato, cerrando el libro que de todos modos no me iba a servir de mucho. Frente a mi una chica que había tenido peor suerte que yo, empapada por la lluvia, y con una cabellera tan encendida como la de mis dos mujeres, que ya no estaban más conmigo. Sonreí de lado ante el sólo pensamiento e iba a contestar a su disculpa cuando la bibliotecaria la hacía callar. Negué divertido con la cabeza.
-Señorita –me atreví a dirigirme a ella, hablé con voz baja dado el lugar donde estábamos-, no tiene que disculparse, y venga por aquí, si no quiere hacerse acreedora de otro regaño –le dije y señalé más allá en donde los libros seguían siendo centinelas silenciosos, lo único que quería hacer era alejarla de la mujer que se hacía cargo del lugar, quizá ofrecerle mi propio saco para abrigarse. Tal vez, con un poco de suerte, hacernos compañía en lo que la lluvia nos daba tregua.
Invitado- Invitado
Re: Encuentro fortuito {Privado}
El calor de los libros.
Los pasillos crecían a mi alrededor, nacidos en sueños labrados para aquel bibliotecario que adora la apasionante lectura como hacer el amor a su pareja. Múltiples colores vestían los estantes, su pasta de piel y las letras doradas, títulos conocidos y algunos que me interesaría devorar con brutal impaciencia. Mi propio edén, sólo podía comparar semejante belleza abrumadora con la delicada flor de una mujer, bajo los rayos de una pálida luna mientras el rocío baña su piel alimentando su néctar de la vida. El olor que se escabullía por mis fosas nasales a viejo, era una completa delicia indescriptible… El papel, la tinta, el empastado. Sin embargo, esa esencia no le pertenecía en su totalidad al gran cúmulo de libros, también era enriquecido por los perfumes de sus visitantes, una mezcla de sabores para el olfato que valió la pena descifrar. Se encontraba en el aire el derroche de esos lirios en el florero al lado de la anciana, la loción del caballero frente a mí y, la humedad de mi cuerpo. Me encogí ligeramente de hombros. Realmente me fascina prestar atención a todo lo que me rodea, observar hasta el más ínfimo detalle de una habitación, de una persona, de un gesto, de un pensamiento. Los bellos de mi piel se erizaron por completo al poder distinguir la diferencia de temperaturas. Allí adentro el ambiente era cálido, lleno de quietud… era como estar en casa. Noté la reacción de mí cuerpo y sonreí por inercia.
Caminé una vez más por el insidioso laberinto de libros. El suelo bajo mis pies crujió por el peso, no es que mi mediana estatura y la complexión de mi cuerpo fuesen bastante pesados para él, se trataba del silencio ensordecedor que cubría la sala con su tétrica sinfonía de sosiego. La voz de ese hombre me recordó un poco la de Donovan en el inicio de mi infancia, una nota sutilmente gutural, con una estructura amorfa, pero aún así no dejaba de ser hermosa, perfecta para alguien que pinta esa edad ante mis ojos. Parecía ser un caballero, un hombre dedicado a la vida media. Su atuendo lo delataba, además que muy pocos aristócratas se pasaban por la biblioteca en días como ese. Ver las arrugas de su frente y alrededor de sus ojos, además de esa mirada tan profundamente serena, me condujeron a interpretar en él toda aquella experiencia y sabiduría que el transcurso de los años le ha traído. Abrí los ojos de par en par, al sorprenderme siendo más descarada de lo posible. ¡Estaba estudiándole! No estoy segura si mis mejillas se llenaron de ese color rosado por la vergüenza, pero es evidente que era lo más probable. Después de tanto tiempo, es irónico encontrar un poco de pena conservadora en mí. Me mordí el labio inferior y aspiré profundamente una vez más el karma que se vertía sobre la biblioteca.
Me fue inevitable pasar por alto, el libro que cogía el caballero en sus manos. Lo observé como lo había estado haciendo desde que entre por esa puerta. No pude descifrar el título del libro, no por ignorancia en el idioma, si no más bien por la forma en que lo cargaba, además del desgaste en la portada pese a ser aparentemente, uno de los libros menos usados en esa biblioteca. Lo menciono por la huella que él dejó en su pasta con sus dedos por encima del polvo acumulado. –Por educación, la disculpa es inevitable Monsieur- Mi francés era un asco, mi inglés no se entendía muy bien pero al menos podía alcanzar un mejor acento que aquel de la ciudad en la que me encuentro. Estudiaba durante el día dos horas aproximadamente, mientras Donovan se perdía yo me encerraba con algún maestro en la pequeña biblioteca de nuestra casa, Dante siempre prefería salir detrás de una dama antes que prestarle atención a las clases y no lo culpo, así fue educado bajo los caprichos de nuestro padre. -¿Un poco de literatura ligera, Monsieur?- Pregunté con un poco de timidez, realmente me interesaba de qué se trataba ese libro. Pude ver algunas palabras en latín, lo cual se resume a que su contenido puede ser histórico, filosófico, eclesiástico y astronómico. –En lo personal, me resulta un poco difícil poder traducir y entender el antiguo idioma, más aún si se trata sobre algo que está fuera de mi comprensión o madurez mental. Algunas veces me pregunto si me sería posible llegar a profundizar el entendimiento de algunas obras como esa- Comenté. Quizá en una sociedad como esa, era mal visto encontrar que una mujer usara su cerebro para pensar, sin embargo y dado que había roto con la mitad de los mandamientos… No me interesaba el juicio que pudiesen darme.
Caminé una vez más por el insidioso laberinto de libros. El suelo bajo mis pies crujió por el peso, no es que mi mediana estatura y la complexión de mi cuerpo fuesen bastante pesados para él, se trataba del silencio ensordecedor que cubría la sala con su tétrica sinfonía de sosiego. La voz de ese hombre me recordó un poco la de Donovan en el inicio de mi infancia, una nota sutilmente gutural, con una estructura amorfa, pero aún así no dejaba de ser hermosa, perfecta para alguien que pinta esa edad ante mis ojos. Parecía ser un caballero, un hombre dedicado a la vida media. Su atuendo lo delataba, además que muy pocos aristócratas se pasaban por la biblioteca en días como ese. Ver las arrugas de su frente y alrededor de sus ojos, además de esa mirada tan profundamente serena, me condujeron a interpretar en él toda aquella experiencia y sabiduría que el transcurso de los años le ha traído. Abrí los ojos de par en par, al sorprenderme siendo más descarada de lo posible. ¡Estaba estudiándole! No estoy segura si mis mejillas se llenaron de ese color rosado por la vergüenza, pero es evidente que era lo más probable. Después de tanto tiempo, es irónico encontrar un poco de pena conservadora en mí. Me mordí el labio inferior y aspiré profundamente una vez más el karma que se vertía sobre la biblioteca.
Me fue inevitable pasar por alto, el libro que cogía el caballero en sus manos. Lo observé como lo había estado haciendo desde que entre por esa puerta. No pude descifrar el título del libro, no por ignorancia en el idioma, si no más bien por la forma en que lo cargaba, además del desgaste en la portada pese a ser aparentemente, uno de los libros menos usados en esa biblioteca. Lo menciono por la huella que él dejó en su pasta con sus dedos por encima del polvo acumulado. –Por educación, la disculpa es inevitable Monsieur- Mi francés era un asco, mi inglés no se entendía muy bien pero al menos podía alcanzar un mejor acento que aquel de la ciudad en la que me encuentro. Estudiaba durante el día dos horas aproximadamente, mientras Donovan se perdía yo me encerraba con algún maestro en la pequeña biblioteca de nuestra casa, Dante siempre prefería salir detrás de una dama antes que prestarle atención a las clases y no lo culpo, así fue educado bajo los caprichos de nuestro padre. -¿Un poco de literatura ligera, Monsieur?- Pregunté con un poco de timidez, realmente me interesaba de qué se trataba ese libro. Pude ver algunas palabras en latín, lo cual se resume a que su contenido puede ser histórico, filosófico, eclesiástico y astronómico. –En lo personal, me resulta un poco difícil poder traducir y entender el antiguo idioma, más aún si se trata sobre algo que está fuera de mi comprensión o madurez mental. Algunas veces me pregunto si me sería posible llegar a profundizar el entendimiento de algunas obras como esa- Comenté. Quizá en una sociedad como esa, era mal visto encontrar que una mujer usara su cerebro para pensar, sin embargo y dado que había roto con la mitad de los mandamientos… No me interesaba el juicio que pudiesen darme.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Una retícula. En cada espacio una figura geométrica delineada, un ángulo, sus vértices, y el movimiento de algunas cosas, gráficas de tangente y cotangentes. La biblioteca a parte de ser el sitio que se antojaba natural para mí por mi profesión, también era un lugar ideal para dar rienda suelta a eso que jamás he podido controlar, y no es como si quisiera hacerlo. Hablo en letras, pero entiendo en números.
París comenzaba a sentirse como un sitio joven, y yo era el avejentado Londres. Siempre que salía, eran personas de la mitad de mi edad o menos, las que se cruzaban en mi camino, personas que tendrían la edad de mi hija si ésta siguiera viva. El recuerdo, atizado por el sueño de aquella mañana, me impidió la entrada y salida de aire, y luego recordé la dinámica de respirar para culminar en una sonrisa amable.
Dicho gesto se vio acentuado al notar que se había sonrojado. Esa joven se había sonrojado aunque se lo atribuí al frío de la lluvia que la empapaba. Cerré el libro que estaba en mis manos e hizo ese sonido característico de muchas páginas chocando contra muchas otras páginas. Un ‘paf’ seco y sordo. Mi atención se concentró en ella, tenía un aura de sagacidad que no podía con ella aunque lo intentara, y muy bella también, pero más allá de su apariencia física, lo que parecía más atrayente era esa mirada suspicaz y aguda, definitivamente, y a simple vista, no era una joven de su edad común y corriente. Podía intuir, por su ropa, que se desenvolvía en los estratos más altos de la sociedad, por ende, debía ser instruida, pero eso no era sinónimo de inteligencia. Muchas mujeres, hombres incluso, podían haber tenido a los mejores tutores de Francia, y no dejaban de ser unos completos idiotas; en este caso, algo me decía que no era así, ¿pero qué?
Reí y observé el libro en mis manos ante su comentario, aquel tomo de ligero no tenía nada, ni en peso, ni en contenido, era un nocaut para quien se atreviera a descifrarlo.
-En realidad… -coloqué el libro en su sitio, procurando que quedara alineado al resto de los libros en el estante, empujé un poco al final con el dedo índice y medio para verificar que todos estuvieran a la misma distancia del borde del librero –no tengo idea de lo que hago –acepté y miré al suelo, a las puntas de mis zapatos, boleados como minucioso espero. Alcé el rostro cuando ella continuó hablando, confirmando lo que su mirada astuta ya me daba a entender, sus palabras, y cómo escapaban de su boca, llevaban una connotación, un significado ulterior.
-Aceptar la ignorancia propia en ciertos temas habla de una sabiduría superior –le dije inclinando levemente la cabeza hacia ella. Sonreí de lado, lo que parecía una tarde de lluvia normal comenzaba a tornarse más interesante. Estuve seguro que esa curiosidad que parecía calzarle con naturalidad, le habría traído problemas en el pasado. Tenía suerte de haber sido yo con quien se topara y no alguno que la tachara de insolente, la brutalidad del hombre supuestamente civilizado no dejaba de sorprenderme, por desgracia.
-Mi habilidades con el latín están oxidadas también –acepté y miré por sobre nuestras cabezas, el letrero al inicio del pasillo era muy claro en cuanto a la sección en la que estábamos-, pero… -avancé y la pasé de largo-, si me acompaña, podríamos sumergirnos en letras y textos que entendamos, en sus líneas al menos, tal vez podamos descifrar que tratan de decirnos –dije asomándome por el pasillo como un niño travieso.
¿Había sido atrevido?, no sería la primera vez, pero por lo poco que habíamos intercambiado, sabía que lejos de asustarla u ofenderla, no se tomaría a mal la invitación.
París comenzaba a sentirse como un sitio joven, y yo era el avejentado Londres. Siempre que salía, eran personas de la mitad de mi edad o menos, las que se cruzaban en mi camino, personas que tendrían la edad de mi hija si ésta siguiera viva. El recuerdo, atizado por el sueño de aquella mañana, me impidió la entrada y salida de aire, y luego recordé la dinámica de respirar para culminar en una sonrisa amable.
Dicho gesto se vio acentuado al notar que se había sonrojado. Esa joven se había sonrojado aunque se lo atribuí al frío de la lluvia que la empapaba. Cerré el libro que estaba en mis manos e hizo ese sonido característico de muchas páginas chocando contra muchas otras páginas. Un ‘paf’ seco y sordo. Mi atención se concentró en ella, tenía un aura de sagacidad que no podía con ella aunque lo intentara, y muy bella también, pero más allá de su apariencia física, lo que parecía más atrayente era esa mirada suspicaz y aguda, definitivamente, y a simple vista, no era una joven de su edad común y corriente. Podía intuir, por su ropa, que se desenvolvía en los estratos más altos de la sociedad, por ende, debía ser instruida, pero eso no era sinónimo de inteligencia. Muchas mujeres, hombres incluso, podían haber tenido a los mejores tutores de Francia, y no dejaban de ser unos completos idiotas; en este caso, algo me decía que no era así, ¿pero qué?
Reí y observé el libro en mis manos ante su comentario, aquel tomo de ligero no tenía nada, ni en peso, ni en contenido, era un nocaut para quien se atreviera a descifrarlo.
-En realidad… -coloqué el libro en su sitio, procurando que quedara alineado al resto de los libros en el estante, empujé un poco al final con el dedo índice y medio para verificar que todos estuvieran a la misma distancia del borde del librero –no tengo idea de lo que hago –acepté y miré al suelo, a las puntas de mis zapatos, boleados como minucioso espero. Alcé el rostro cuando ella continuó hablando, confirmando lo que su mirada astuta ya me daba a entender, sus palabras, y cómo escapaban de su boca, llevaban una connotación, un significado ulterior.
-Aceptar la ignorancia propia en ciertos temas habla de una sabiduría superior –le dije inclinando levemente la cabeza hacia ella. Sonreí de lado, lo que parecía una tarde de lluvia normal comenzaba a tornarse más interesante. Estuve seguro que esa curiosidad que parecía calzarle con naturalidad, le habría traído problemas en el pasado. Tenía suerte de haber sido yo con quien se topara y no alguno que la tachara de insolente, la brutalidad del hombre supuestamente civilizado no dejaba de sorprenderme, por desgracia.
-Mi habilidades con el latín están oxidadas también –acepté y miré por sobre nuestras cabezas, el letrero al inicio del pasillo era muy claro en cuanto a la sección en la que estábamos-, pero… -avancé y la pasé de largo-, si me acompaña, podríamos sumergirnos en letras y textos que entendamos, en sus líneas al menos, tal vez podamos descifrar que tratan de decirnos –dije asomándome por el pasillo como un niño travieso.
¿Había sido atrevido?, no sería la primera vez, pero por lo poco que habíamos intercambiado, sabía que lejos de asustarla u ofenderla, no se tomaría a mal la invitación.
Invitado- Invitado
Re: Encuentro fortuito {Privado}
Las ilusiones son perecederas.
Me había dedica en escuchar con total atención sus palabras, no… realmente no fue precisamente de esa forma. Me perdí en la forma que tomaba su voz en la distancia que nos separaba, me hundí entre recuerdos del pasado confundiendo la realidad con la fantasía. La manera en la cual se desenvolvió en la conversación me hizo reconocer un aroma bastante familiar dentro de mi cuerpo. Mi piel se erizó ¿El frío? No, dentro de esa biblioteca el aire, la lluvia y todo lo que conforma la baja temperatura; no podían alcanzarme, era bastante cálido allí adentro. La reacción que tuve ocurrió bajo la inevitable comparación de ese hombre con Alice. Su mirada antañona, sin pudor a mostrar lo que la edad ha hecho de sus existencias. Fui educada para ser una señorita de sociedad, de aquellas que sonríen ante los comentarios racistas de los hombres y no replican nada cuando les ofenden. Saber bordar, cocinar, fingir que todo está bien cuando es completamente lo contrario. Pero eso no era lo que yo deseaba para mí, Dante me ayudó a robar de la biblioteca todos esos libros que hoy por hoy forjaron mi carácter poco complaciente. Después de conocer a Alice, mi vida dio un giro de 360º grados. Y esque ella fue una revelación a la insignificancia que encontré en el comportamiento humano. Me decepcioné a mi misma por pensar tan amargamente sobre los hechos y privé a mi mente de tantas cosas, pero a la llegada de esa mujer… Renací cual fénix de las cenizas. De regreso a la realidad, me sorprendí a mi misma sonriendo como idiota ¿No se supone que es así como se comportan los jóvenes de mi edad? Sólo habían pasado escasos segundos, pero en mi naufragio mental, fue toda una eternidad de nostálgicos momentos que no volverán. Sólo fantasías que mueren en el tiempo presente y se quedan flotando en un escenario alterno.
Ladeé mi cabeza ligeramente, entrecerré los ojos y traté de comprender su frase. Hasta cierto punto poseía una razón irrefutable, pero para alguien con la capacidad suficiente de alterar las palabras, jugando, divirtiéndose con ellas, cualquier razonamiento filosófico. Analicé cuidadosamente su afirmación y asentí deliberadamente –No creo que se trate de sabiduría, sólo es comprender que el conocimiento absoluto es irracional- Fruncí el ceño y sacudí la cabeza. Había más dialéctica escondida tras la frase simplona que arrojé. Raramente me siento cohibida ante alguien, por lo regular siempre son ellos los que terminan sin nada más para expresar que un dolor de cabeza. En esa ocasión, todo fue diferente lo cual me agradó en demasía. Seguí de cerca sus pasos observando sin parecer imprudente, la forma que tenía su cabeza, las arrugas de su piel y las canas casi invisibles que se ocultaban entre lo azabache de su cabellera. No me fue necesario realizar un estudio más profundo sobre él para darme cuenta que no se trataba de un hombre que presumía arrogancia sin entender la etimología de la palabra. Una plácida compañía ¿Hace cuánto tiempo no me topaba con alguien como él? Era demasiado pedirle una conversación coherente a mi padre. Soltaba golpes contra mí cuando no podía interpretar mis palabras. ¡Maldición, me culpaba por su ignorancia! Pasé mi dedo índice por el lomo de ese libro, enfocando la vista en el título de otro.
Me resultó bastante curioso ser acreedora a una invitación como esa. Por supuesto no me negué. –Los libros son curiosos, aunque digan lo mismo, la interpretación de su enseñanza depende completamente del lector y, al ser entes con pensamientos diferentes… pero eso es lo interesante de la lectura ¿No es así? Que la sabiduría del escritor termine con el libro pero la del lector, le de el poder de ir más allá de los párrafos- Prudencia, silencio… ¿Quedarme callada? Imposible. Clavé la mirada en sus ojos y sonreí con un auge de inocencia. Es evidente que de esto no posee nada, pero aún así en una mujer con la apariencia física que poseo es incuestionable. Vacilé un poco antes de proseguir con mis argumentos. Es de inteligentes pensar antes de hablar y hasta ese momento no lo había hecho claramente, pero nunca es tarde o ¿Sí? –Me gustan los retos- Agregué. Es verdad, sentarme a resolver el misterio del día es uno de mis pasatiempos favoritos, pero él no tenía por qué saberlo ni yo un motivo para confesarlo, simplemente ocurrió. -¿Qué tipo de literatura le gusta Monsieur?- ¡Demonios! Estaba fraternizando con un extraño. ¡Maldición! A todo esto ¿Dónde había quedado mi educación? Hice un gesto y me recriminé entre dientes. Hablar sola es sinónimo de estar loco y si lo estaba ¿Quién me lo iba a asegurar sin contradecirse? Mordí mi labio inferior y golpeé el piso con el tacón de mi zapato a manera de rabieta, después de todo seguía siendo sólo un adolescente ¿No? –Oh, debe creer que soy una joven imprudente y además maleducada. Lo siento, Samantha D’Ancona a vuestro servicio, Monsieur- Me arriesgué a ser silenciada nuevamente por la bibliotecaria al elevar el tono de mi voz. Realicé una reverencia como el protocolo de la aristocracia lo dictamina. Esperé una respuesta de su parte, sólo deseaba que lo apacible del encuentro no se desvaneciera por un error tan baladí como ese.
Ladeé mi cabeza ligeramente, entrecerré los ojos y traté de comprender su frase. Hasta cierto punto poseía una razón irrefutable, pero para alguien con la capacidad suficiente de alterar las palabras, jugando, divirtiéndose con ellas, cualquier razonamiento filosófico. Analicé cuidadosamente su afirmación y asentí deliberadamente –No creo que se trate de sabiduría, sólo es comprender que el conocimiento absoluto es irracional- Fruncí el ceño y sacudí la cabeza. Había más dialéctica escondida tras la frase simplona que arrojé. Raramente me siento cohibida ante alguien, por lo regular siempre son ellos los que terminan sin nada más para expresar que un dolor de cabeza. En esa ocasión, todo fue diferente lo cual me agradó en demasía. Seguí de cerca sus pasos observando sin parecer imprudente, la forma que tenía su cabeza, las arrugas de su piel y las canas casi invisibles que se ocultaban entre lo azabache de su cabellera. No me fue necesario realizar un estudio más profundo sobre él para darme cuenta que no se trataba de un hombre que presumía arrogancia sin entender la etimología de la palabra. Una plácida compañía ¿Hace cuánto tiempo no me topaba con alguien como él? Era demasiado pedirle una conversación coherente a mi padre. Soltaba golpes contra mí cuando no podía interpretar mis palabras. ¡Maldición, me culpaba por su ignorancia! Pasé mi dedo índice por el lomo de ese libro, enfocando la vista en el título de otro.
Me resultó bastante curioso ser acreedora a una invitación como esa. Por supuesto no me negué. –Los libros son curiosos, aunque digan lo mismo, la interpretación de su enseñanza depende completamente del lector y, al ser entes con pensamientos diferentes… pero eso es lo interesante de la lectura ¿No es así? Que la sabiduría del escritor termine con el libro pero la del lector, le de el poder de ir más allá de los párrafos- Prudencia, silencio… ¿Quedarme callada? Imposible. Clavé la mirada en sus ojos y sonreí con un auge de inocencia. Es evidente que de esto no posee nada, pero aún así en una mujer con la apariencia física que poseo es incuestionable. Vacilé un poco antes de proseguir con mis argumentos. Es de inteligentes pensar antes de hablar y hasta ese momento no lo había hecho claramente, pero nunca es tarde o ¿Sí? –Me gustan los retos- Agregué. Es verdad, sentarme a resolver el misterio del día es uno de mis pasatiempos favoritos, pero él no tenía por qué saberlo ni yo un motivo para confesarlo, simplemente ocurrió. -¿Qué tipo de literatura le gusta Monsieur?- ¡Demonios! Estaba fraternizando con un extraño. ¡Maldición! A todo esto ¿Dónde había quedado mi educación? Hice un gesto y me recriminé entre dientes. Hablar sola es sinónimo de estar loco y si lo estaba ¿Quién me lo iba a asegurar sin contradecirse? Mordí mi labio inferior y golpeé el piso con el tacón de mi zapato a manera de rabieta, después de todo seguía siendo sólo un adolescente ¿No? –Oh, debe creer que soy una joven imprudente y además maleducada. Lo siento, Samantha D’Ancona a vuestro servicio, Monsieur- Me arriesgué a ser silenciada nuevamente por la bibliotecaria al elevar el tono de mi voz. Realicé una reverencia como el protocolo de la aristocracia lo dictamina. Esperé una respuesta de su parte, sólo deseaba que lo apacible del encuentro no se desvaneciera por un error tan baladí como ese.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
La vida del escritor es, en el mejor de los casos, un transito solitario, en donde no hay cabida a la cordura, y aunque parece que estoy en mi cabales, quizá si hay un atisbo de eso en mi, sino no conversaría con cuanto extraño me cruzo en el camino. Sino no crearía mundos ficticios en mis líneas, creo que eso basta para tacharme de loco. Sin embargo, a pesar de la constante soledad, no me gusta estar solo; claro que da espacios de tiempo y de descanso para pensar, para estar con uno mismo y decir en voz alta cosas que nunca dirías a alguien más, sin embargo, siempre busco a la gente, me gusta escuchar a la gente. La gente es interesante, toda ella, esa es mi premisa.
Si no lo fuera, o no lo creyera al menos, no tendría caso hacer lo que hago, ¿para qué discursar de algo que me pareciera aburrido?, sería un ejercicio de futilidad. Las letras le dan movimiento al mundo, los textos nos dejan entrever no sólo otras épocas, sino pensamientos en concreto, y era divertido descifrarlos como el arqueólogo descifra jeroglíficos. Cada vez descubriendo cosas nuevas, guardándolo y descubriendo con el tiempo y con los nuevos conocimientos que se adquieren al pasar los años que eso que alguna vez significo, ya no existe más, que significa algo nuevo, aunque las letras sigan en su mismo exacto lugar. La literatura es una amante engañosa, y un arte mutante, como todo el arte. Cambia con las nuevas generaciones pero cambia internamente también, cuando poco a poco vas descubriendo pormenores que antes pasaste por alto.
Me giré para verla cuando escuché su voz de nuevo, primero con una expresión plana y blanco, como si no supiera que reacción vestir ante sus palabras, y luego una sonrisa de lado, más que de alegría, de satisfacción, como si la joven en cuestión se tratara de mi hallazgo personal en aquella tarde de lluvia. Alguien con quien platicar, alguien que no te dijera sí a todo, que rebatiera pero que lo hiciera no como un niñato tonto que hace un berrinche, sino asida a la razón y a los hechos. De esos que me dicen sí a todo conozco muchos, sobre todo en Londres, pues aunque carezco de fama, soy un escritor respetado y por ello nunca falta el que es capaz de darme la razón a todo aunque esté yo diciendo la más grande de las estupideces. Caía bien alguien que me dijera no, me gustaba que me dijeran no, pero me gustaba más que me dijeran por qué no.
-E imposible –apunté aún con ese gesto sonriente sobre mis labios-, ¿puede creer que hay quienes lo consideran probable? –suspiré –y no sólo eso, sino que se creen poseedores de él, del conocimiento, y por ende, de la verdad absoluta –negué con la cabeza recordando algunos colegas que ya se consideraban figuras mesiánicas sólo porque algún noble o un crítico importante los señalaba como grandes dentro de sus campos-, creo que todas las verdades son lo mismo mentiras veladas que contundentes exactitudes, todo depende de quién la pronuncia y quien la recibe –sonreí ante nuestras lucubraciones filosóficas, yo le dejaba la Filosofía a los filósofos, yo sólo era un escritor ansioso por dibujar mundos con palabras y frases.
-Eso es totalmente cierto, un libro no le puede decir lo mismo a usted que a mí, cada uno de nosotros posee horizontes referenciales distintos, y aunque éstos difieran tan sólo un poco, difieren al fin y al cabo, lo que provoca un resultado distinto –pausé –la tarea del escritor es comunicar, la del lector la de interpretar, y cada uno es libre de hacerlo como mejor quiera y pueda –eso lo sabía bien yo, porque yo jugaba en ambos lados, escribía, ese era mi trabajo, pero leía, porque… bueno, porque era parte de mi trabajo también. Y vaya que conocía los riesgos de todo aquello, aún recuerdo uno de mis primeros cuentos publicados, yo era joven y no sabía muy bien de qué iba el mundo, se me acusó de suicida, cuando era simple ficción, tuve que aclarárselo a mis padres, al resto de la gente no, porque hasta cierto punto, aquello me daba un aire romántico divertido.
Estuve a punto de responder con un «de todo» ante su pregunta sobre mi tipo de lectura de predilección pero antes de poder hacer aquello, mi atención era llamada por su repentino cambio de comportamiento, mismo que entendí cuando se presentó.
-La verdad, lo modales pueden quedar de lado cuando la conversación se torna tan interesante, ¿no cree? –fue mi forma de decirle que no había problema alguno con su “falta de modales”-, ahora debe creer que yo soy un maleducado también –bromeé –Ranald Hrasky a su servicio –hice una reverencia, tomé su mano, posé un beso en su dorso como decía el protocolo y la solté con suavidad-. Supongo que como a mi, no todos los días le sucede encontrar alguien con quien conversar sobre estos temas, se entiende que se nos haya olvidado la etiqueta –sonreí de nuevo, aunque me había desenvuelto entre aristócratas, debido a mi trabajo, yo no era más que un hombre fascinado por otras personas, y la señorita D’Ancona realmente valía la pena mi fascinación.
Si no lo fuera, o no lo creyera al menos, no tendría caso hacer lo que hago, ¿para qué discursar de algo que me pareciera aburrido?, sería un ejercicio de futilidad. Las letras le dan movimiento al mundo, los textos nos dejan entrever no sólo otras épocas, sino pensamientos en concreto, y era divertido descifrarlos como el arqueólogo descifra jeroglíficos. Cada vez descubriendo cosas nuevas, guardándolo y descubriendo con el tiempo y con los nuevos conocimientos que se adquieren al pasar los años que eso que alguna vez significo, ya no existe más, que significa algo nuevo, aunque las letras sigan en su mismo exacto lugar. La literatura es una amante engañosa, y un arte mutante, como todo el arte. Cambia con las nuevas generaciones pero cambia internamente también, cuando poco a poco vas descubriendo pormenores que antes pasaste por alto.
Me giré para verla cuando escuché su voz de nuevo, primero con una expresión plana y blanco, como si no supiera que reacción vestir ante sus palabras, y luego una sonrisa de lado, más que de alegría, de satisfacción, como si la joven en cuestión se tratara de mi hallazgo personal en aquella tarde de lluvia. Alguien con quien platicar, alguien que no te dijera sí a todo, que rebatiera pero que lo hiciera no como un niñato tonto que hace un berrinche, sino asida a la razón y a los hechos. De esos que me dicen sí a todo conozco muchos, sobre todo en Londres, pues aunque carezco de fama, soy un escritor respetado y por ello nunca falta el que es capaz de darme la razón a todo aunque esté yo diciendo la más grande de las estupideces. Caía bien alguien que me dijera no, me gustaba que me dijeran no, pero me gustaba más que me dijeran por qué no.
-E imposible –apunté aún con ese gesto sonriente sobre mis labios-, ¿puede creer que hay quienes lo consideran probable? –suspiré –y no sólo eso, sino que se creen poseedores de él, del conocimiento, y por ende, de la verdad absoluta –negué con la cabeza recordando algunos colegas que ya se consideraban figuras mesiánicas sólo porque algún noble o un crítico importante los señalaba como grandes dentro de sus campos-, creo que todas las verdades son lo mismo mentiras veladas que contundentes exactitudes, todo depende de quién la pronuncia y quien la recibe –sonreí ante nuestras lucubraciones filosóficas, yo le dejaba la Filosofía a los filósofos, yo sólo era un escritor ansioso por dibujar mundos con palabras y frases.
-Eso es totalmente cierto, un libro no le puede decir lo mismo a usted que a mí, cada uno de nosotros posee horizontes referenciales distintos, y aunque éstos difieran tan sólo un poco, difieren al fin y al cabo, lo que provoca un resultado distinto –pausé –la tarea del escritor es comunicar, la del lector la de interpretar, y cada uno es libre de hacerlo como mejor quiera y pueda –eso lo sabía bien yo, porque yo jugaba en ambos lados, escribía, ese era mi trabajo, pero leía, porque… bueno, porque era parte de mi trabajo también. Y vaya que conocía los riesgos de todo aquello, aún recuerdo uno de mis primeros cuentos publicados, yo era joven y no sabía muy bien de qué iba el mundo, se me acusó de suicida, cuando era simple ficción, tuve que aclarárselo a mis padres, al resto de la gente no, porque hasta cierto punto, aquello me daba un aire romántico divertido.
Estuve a punto de responder con un «de todo» ante su pregunta sobre mi tipo de lectura de predilección pero antes de poder hacer aquello, mi atención era llamada por su repentino cambio de comportamiento, mismo que entendí cuando se presentó.
-La verdad, lo modales pueden quedar de lado cuando la conversación se torna tan interesante, ¿no cree? –fue mi forma de decirle que no había problema alguno con su “falta de modales”-, ahora debe creer que yo soy un maleducado también –bromeé –Ranald Hrasky a su servicio –hice una reverencia, tomé su mano, posé un beso en su dorso como decía el protocolo y la solté con suavidad-. Supongo que como a mi, no todos los días le sucede encontrar alguien con quien conversar sobre estos temas, se entiende que se nos haya olvidado la etiqueta –sonreí de nuevo, aunque me había desenvuelto entre aristócratas, debido a mi trabajo, yo no era más que un hombre fascinado por otras personas, y la señorita D’Ancona realmente valía la pena mi fascinación.
Invitado- Invitado
Re: Encuentro fortuito {Privado}
En el entendimiento de un verso…
Y, de repente allí me encontraba yo, frente a un hombre que me resultaba familiar pero lejanamente extraño ¿Cómo era eso posible? Si sus palabras no hubiesen sido más que extendidas por su lengua que por los pensamientos, no sería una conversación amena, sin embargo, desde el comienzo, la mirada perdida sobre aquella página en los libros me hizo identificar la diferencia de él entre el resto de las manchas negras de la humanidad. Poco a poco, con paso seguro mientras las palabras se anidaban en mi cabeza y el asombro no terminaba de azotarme proporcional al destello de mis ojos mientras le observaba con la discreción que me era permitida; me dejé envolver en una atmósfera que sólo con Alice había descubierto, tranquilidad plena. Bajé la mirada, sonreí de medio lado sintiéndome apenada por lo que dije, no pensé mis palabras y era muy probable que él se háyase ofendido por mis comentarios poco prudentes, poco después encontré la verdad, mi semblante mutó a algo más relajado. Su compañía ameritaba arrastrar una de las sillas debajo de la mesa para sentarse, colocar los codos sobre la superficie del respaldo para lectura y prestar atención a la sarta de palabrerías, cuentos, moralejas, historias y conocimientos externos que alguien como él tiene para ofrecer ¡Una joya! Sí, me había encontrado con una gema viviente… Curioso, la mitad del tiempo me la paso odiando a las personas, deseando que la estupidez les devore rápidamente antes de que el mal se propague a las mentes brillantes que, siendo pocas, son amenazadas con el exterminio.
Concediéndole la razón… -Parece imposible conseguir un encuentro que amerite la fatiga al continuar el hilo de la conversación; las personas a estas alturas le han vendido el alma al diablo a cambio de una intensa depuración mental, antes se filosofaba sobre la existencia…- Ladee la cabeza 45 grados a la izquierda y fruncí el ceño en desaprobación a las conclusiones que llegué desde niña, observando la carretera de parásitos que siguen una ideología retorcida y carente de justificaciones –hoy la superficie de la estética ha sobrepasado a la inteligencia y por ende a la sabiduría- Era muy probable que el noventa por ciento de las personas que me rodean ignorasen mis comentarios, no por ser mujer, si no porque no comprenden ni la mitad de lo que digo. Sé lo fastidiosamente pedante que puedo llegar a ser, reconozco lo mareador de mis frases, pero ¿Qué hago? Cuando se tiene la capacidad suficiente como para dar cátedra a temas sin aparente importancia, no se debe dejar de lado sólo porque el resto tiene miedo o se encuentra en un estado de incubación eterna. –Pero… ¿Qué sabré yo? Un infante que juega a ser adulto- Agregué. Clásico comentario de Donovan al evadir la respuesta a mis preguntas poco ortodoxas. Por alguna extraña razón, entendí que Ranald, por muy errada que estuviese, me dejaría creerlo de esa manera o bien me expondría sus puntos de vista perfectamente sustentados, antes que ignorarme. Este era el fascinante mundo de los versos, esos en donde el poeta se sumerge y se deja arrastrar por el sentimiento impreso en un papel o disipado en la suavidad del viento.
Me aventuré por el pasillo hasta las mesas de la biblioteca, lo miré con una invitación a seguirme, el libro podría esperar en los estantes dudo mucho que desaparezcan de allí, después de todo la gente carece en lugares como ese, sobre todo en días lluviosos donde el agua y el viento los mantiene presos. Desvié la mirada hasta las gigantescas ventanas, afuera la pequeña tormenta humedecía cada espacio desierto de la calle, las nueves rugían en respuesta a los años que se mantuvieron bajo perfil, los relámpagos danzaban en un majestuoso vals… Si algún pintor capturaba la esencia de esa tarde, yo compraría la obra por el simple recuerdo de que aquel encuentro fortuito entre un hombre y una mujer pasaría a la inmortalidad en una mente llena de recuerdos. –Y bien… - Esperé retomar el hilo de la conversación antes de que fuese interrumpida por mi sutil encanto de la desviación -¿Tiene alguna lista de libros que se destaque por su favoritismo?- Giré mi cabeza hasta encontrarme frente a él y poder así mirar una vez más sus ojos. No había conocido hombre que se parezca a él, ni siquiera uno que pudiese compararse con la sombra que proyecta a sus pies, ese era mi problema… la misantropía me obligó a encerrarme en un mundo lleno de obscuridad en donde sólo el recuerdo de mi amada Alice podía iluminarlo, pero las cosas cambian y a esas alturas estaba más segura que nunca, los hombres podrían llegar a ser como ellas…
Concediéndole la razón… -Parece imposible conseguir un encuentro que amerite la fatiga al continuar el hilo de la conversación; las personas a estas alturas le han vendido el alma al diablo a cambio de una intensa depuración mental, antes se filosofaba sobre la existencia…- Ladee la cabeza 45 grados a la izquierda y fruncí el ceño en desaprobación a las conclusiones que llegué desde niña, observando la carretera de parásitos que siguen una ideología retorcida y carente de justificaciones –hoy la superficie de la estética ha sobrepasado a la inteligencia y por ende a la sabiduría- Era muy probable que el noventa por ciento de las personas que me rodean ignorasen mis comentarios, no por ser mujer, si no porque no comprenden ni la mitad de lo que digo. Sé lo fastidiosamente pedante que puedo llegar a ser, reconozco lo mareador de mis frases, pero ¿Qué hago? Cuando se tiene la capacidad suficiente como para dar cátedra a temas sin aparente importancia, no se debe dejar de lado sólo porque el resto tiene miedo o se encuentra en un estado de incubación eterna. –Pero… ¿Qué sabré yo? Un infante que juega a ser adulto- Agregué. Clásico comentario de Donovan al evadir la respuesta a mis preguntas poco ortodoxas. Por alguna extraña razón, entendí que Ranald, por muy errada que estuviese, me dejaría creerlo de esa manera o bien me expondría sus puntos de vista perfectamente sustentados, antes que ignorarme. Este era el fascinante mundo de los versos, esos en donde el poeta se sumerge y se deja arrastrar por el sentimiento impreso en un papel o disipado en la suavidad del viento.
Me aventuré por el pasillo hasta las mesas de la biblioteca, lo miré con una invitación a seguirme, el libro podría esperar en los estantes dudo mucho que desaparezcan de allí, después de todo la gente carece en lugares como ese, sobre todo en días lluviosos donde el agua y el viento los mantiene presos. Desvié la mirada hasta las gigantescas ventanas, afuera la pequeña tormenta humedecía cada espacio desierto de la calle, las nueves rugían en respuesta a los años que se mantuvieron bajo perfil, los relámpagos danzaban en un majestuoso vals… Si algún pintor capturaba la esencia de esa tarde, yo compraría la obra por el simple recuerdo de que aquel encuentro fortuito entre un hombre y una mujer pasaría a la inmortalidad en una mente llena de recuerdos. –Y bien… - Esperé retomar el hilo de la conversación antes de que fuese interrumpida por mi sutil encanto de la desviación -¿Tiene alguna lista de libros que se destaque por su favoritismo?- Giré mi cabeza hasta encontrarme frente a él y poder así mirar una vez más sus ojos. No había conocido hombre que se parezca a él, ni siquiera uno que pudiese compararse con la sombra que proyecta a sus pies, ese era mi problema… la misantropía me obligó a encerrarme en un mundo lleno de obscuridad en donde sólo el recuerdo de mi amada Alice podía iluminarlo, pero las cosas cambian y a esas alturas estaba más segura que nunca, los hombres podrían llegar a ser como ellas…
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
En el jardín de juegos para niños hay uno que siempre ha llamado mi atención, el balancín es como ver gráficamente la lucha constante por el poder, no es que eso me parezca algo malo, si no hubiese disyuntivas y combates de ideas, la humanidad se vería sumida en un periodo de obscurantismo, porque aunque lo hubo hace siglos, aún en ese periodo de tiempo surgieron las figuras prometeicas de algunos pensadores y artistas que, como el semi dios del mito, bajó el fuego a los mortales. El fuego que ilumina, el conocimiento, pero sobre todo, el hambre por éste, esa que impulsa a querer seguir avanzando. Bien, ambos estábamos en ese momento en el balancín, cada uno en su extremo, cada uno luchando contra el peso corporal ajeno para subir y bajar, subir y bajar, darle movimiento a esto, al juego, o a nuestras vidas, cada uno colocado firmemente desde su posición para hacerlo, pero ambos en el mismo tablón de madera. Fue inevitable pensar también en los ángulos que se formaban en dicho juego. Sonreí para mi mismo.
Ambos estábamos ahí, sí, enfrascados en esta lucha, produciendo sinergia para avanzar. Me di cuenta que, como en el juego infantil, estábamos posados en los extremos más separados de un mismo pensamiento. Su comentario me daba a entender que, a diferencia mía, ella no solía hacer esto a menudo, y a diferencia mía también, quizá consideraba a todos, o a la gran mayoría, no menos que estúpidos. No la culpaba, demostraba ser inteligente y astuta, y la gente cada vez se empeñaba más en decepcionarme, pero al contrario de Samantha, yo encontraba incluso en la ignorancia y en la estupidez, algo que me dejara entrever algo interesante para explotar. Claro que se trataban de puras conjeturas mías. Arriba y abajo, arriba y abajo en este balancín.
-Sabe más incluso de lo que quiere aceptar –le dije finalmente sonriendo de lado-, por lo poco que hemos conversado, y si me permite el atrevimiento –me llevé la mano al pecho –puedo decirle que se trata usted de una persona observadora, y ya son pocos los que tienen esa capacidad –suspiré y miré a un lado –la mayoría pasa sus vidas sin darse cuenta de absolutamente nada de su entorno –esperaba estarme explicando-, por desgracia, los que son como usted, que no se conforman con existir, sino que buscan darle sentido a esa existencia, normalmente están destinados a la melancolía –tuve que ser sincero –supongo que es el precio que se paga por ser inteligente –todo eso sin vestir yo el saco de “inteligente”, más bien, ella me lo parecía a mi-. Y la edad, créame, esa no es obstáculo, incluso puede jugar a su favor –rematé, pensando que siendo tan joven, la visión de las cosas no está tan moldeada por la vivencias, o por la amargura que traen consigo los años.
Finalmente ella avanzó por el pasillo y la seguí hasta que llegamos al centro de la biblioteca, donde los escritorios se encontraban formados con orden en una cuadrícula que dibujé de inmediato mentalmente, encontrando así que un ángulo estaba mal causa de una silla mal colocada. Me acerqué a ese sitio y alineé la silla fuera de su lugar y luego observé a mi acompañante, quien miraba la ventana, mi vista también se dirigió a aquel sitio por uno momentos y su voz volvía a llamar mi atención.
-Tengo muchos, jamás terminaría –reí alzando ambas cejas-, la obra picaresca de Henry Fielding, la fantasía gótica de Horace Walpole -mencioné algunos –pero creo que el poema épico “Paraíso Perdido” de John Milton debe ser mi favorito –finalicé y reí, parecía que reía de un chiste personal-, se nota que soy inglés, pero me gusta lo que se ha hecho en mi país –aclaré el motivo de mi risa y tranquilicé mi semblante-, dígame, ¿usted tiene algún libro favorito? ¿O muchos? –jalé la silla que antes acomodé, de la cual aún tenía asido su respaldo y me senté en uno de los escritorios usados para lectura, invité con un ademán de la mano a mi joven acompañante a imitarme.
La lluvia allá afuera parecía no disminuir, cada vez los truenos eran más sonoros y los rayos iluminaban el cielo por una brevedad cegadora. Y estaba bien, mi intención no era la de querer ir a casa. Dejé de lado mi preocupación sobre el empleo en el periódico, si me lo daban o no, mañana lo sabría, por ahora era más interesante seguir esta conversación. No todos los días me topaba con gente como ella, no iba a desperdiciar mi oportunidad sólo por el cansancio digno de mi edad.
Ambos estábamos ahí, sí, enfrascados en esta lucha, produciendo sinergia para avanzar. Me di cuenta que, como en el juego infantil, estábamos posados en los extremos más separados de un mismo pensamiento. Su comentario me daba a entender que, a diferencia mía, ella no solía hacer esto a menudo, y a diferencia mía también, quizá consideraba a todos, o a la gran mayoría, no menos que estúpidos. No la culpaba, demostraba ser inteligente y astuta, y la gente cada vez se empeñaba más en decepcionarme, pero al contrario de Samantha, yo encontraba incluso en la ignorancia y en la estupidez, algo que me dejara entrever algo interesante para explotar. Claro que se trataban de puras conjeturas mías. Arriba y abajo, arriba y abajo en este balancín.
-Sabe más incluso de lo que quiere aceptar –le dije finalmente sonriendo de lado-, por lo poco que hemos conversado, y si me permite el atrevimiento –me llevé la mano al pecho –puedo decirle que se trata usted de una persona observadora, y ya son pocos los que tienen esa capacidad –suspiré y miré a un lado –la mayoría pasa sus vidas sin darse cuenta de absolutamente nada de su entorno –esperaba estarme explicando-, por desgracia, los que son como usted, que no se conforman con existir, sino que buscan darle sentido a esa existencia, normalmente están destinados a la melancolía –tuve que ser sincero –supongo que es el precio que se paga por ser inteligente –todo eso sin vestir yo el saco de “inteligente”, más bien, ella me lo parecía a mi-. Y la edad, créame, esa no es obstáculo, incluso puede jugar a su favor –rematé, pensando que siendo tan joven, la visión de las cosas no está tan moldeada por la vivencias, o por la amargura que traen consigo los años.
Finalmente ella avanzó por el pasillo y la seguí hasta que llegamos al centro de la biblioteca, donde los escritorios se encontraban formados con orden en una cuadrícula que dibujé de inmediato mentalmente, encontrando así que un ángulo estaba mal causa de una silla mal colocada. Me acerqué a ese sitio y alineé la silla fuera de su lugar y luego observé a mi acompañante, quien miraba la ventana, mi vista también se dirigió a aquel sitio por uno momentos y su voz volvía a llamar mi atención.
-Tengo muchos, jamás terminaría –reí alzando ambas cejas-, la obra picaresca de Henry Fielding, la fantasía gótica de Horace Walpole -mencioné algunos –pero creo que el poema épico “Paraíso Perdido” de John Milton debe ser mi favorito –finalicé y reí, parecía que reía de un chiste personal-, se nota que soy inglés, pero me gusta lo que se ha hecho en mi país –aclaré el motivo de mi risa y tranquilicé mi semblante-, dígame, ¿usted tiene algún libro favorito? ¿O muchos? –jalé la silla que antes acomodé, de la cual aún tenía asido su respaldo y me senté en uno de los escritorios usados para lectura, invité con un ademán de la mano a mi joven acompañante a imitarme.
La lluvia allá afuera parecía no disminuir, cada vez los truenos eran más sonoros y los rayos iluminaban el cielo por una brevedad cegadora. Y estaba bien, mi intención no era la de querer ir a casa. Dejé de lado mi preocupación sobre el empleo en el periódico, si me lo daban o no, mañana lo sabría, por ahora era más interesante seguir esta conversación. No todos los días me topaba con gente como ella, no iba a desperdiciar mi oportunidad sólo por el cansancio digno de mi edad.
Última edición por Ranald Hrasky el Miér Abr 25, 2012 5:01 am, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Encuentro fortuito {Privado}
Hay que ganarse la arrogancia;
La humildad es el reflejo de lo que vales.
La humildad es el reflejo de lo que vales.
Había algo en él que me estaba atrayendo cada segundo que pasaba, pero no de forma física, eso es sencillamente imposible. Deseé tener algún poder mágico y descubrir lo que su mente escondía tras ese silencio. Acceder a las profundidades de sus pensamientos y embaucarme tratando de descifrar su código, pero en el misterio de la vida el interés siempre se hace más fuerte. Agradecí entonces, poder leer un capítulo diferente cada día desde que tengo uso de razón; lo mismo ocurriría con él, en esa tarde sería la dicha de una buena compañía y en el mañana… quién sabe, quizá un pasaje secreto en las vidas de los desconocidos. No pude evitar bajarme de la nube en la que siempre me poso ante los demás quienes no son capaces de halarme a la tierra con palabras que dañen mi ego y, lo curioso fue que Ranald lo hizo sin recurrir a las ofensas, sólo tuvo que tener la capacidad de seguir el juego en la conversación por muy disparatado y decadente que este pareciese. La lluvia trajo consigo un descubrimiento insuperable, al menos para mí. Sonreí negando sus palabras un par de veces, no… aún me faltaba demasiado para considerarme inteligente, aún cuando es mi arrogancia la carta de presentación, sabía perfectamente que me restaba toda una vida para llegar a la plenitud de la sabiduría y, claro ni así lograría alcanzar la sombra de los filósofos más grandes que han pisado la tierra mortal. Pasé mi lengua por el labio inferior humedeciendo la zona –La melancolía es opcional- Me sonreí. Era un chiste personal, saber que soy tan joven y tan amargada como un anciano encerrado en las mazmorras de su propia mansión, queriendo alejarse de toda sociedad y escuchando las carcajadas de los niños al pasar muy cerca de su hogar. Vaya broma me había hecho, sin embargo, no era otra cosa más que la verdad. –Habemos muchos que nos encerramos en la fatalidad de la vida sin apreciar los buenos momentos como este, por ejemplo- Enfoqué mi vista en un punto, en la nada a decir verdad. Entrecerré los ojos, tomé un poco de oxígeno y me dispuse a continuar –pero habrá genios que compartan lo aprendido y disfruten de la compañía de los demás, aún cuando estos sean incapaces de comprender lo que se está diciendo- Abrí los labios ligeramente, quería añadir algo más pero me fue imposible –Es curioso, complicado y bastante confuso. Somos nosotros quienes elegimos si ser felices o no- Hice una mueca, eso fue un autogol –Masoquismo-
Es increíble ver como llegas a conclusiones propias bajo la compañía y pensamientos de alguien más. Duele darse cuenta de lo errado que estabas, más aún de entender que seguirás sumergido en el mismo abismo obscuro y miserable por mero gusto. ¡Simplemente patético! ¿Tan decepcionante me era la vida? ¡Demonios si no! Afortunadamente no tenía que quédame pensando en ello el resto de la tarde o toda la noche. Los temas de conversación con alguien ‘pensante’ sobran y, en esta ocasión ya habíamos abordado otro aparte del problema existencial en algunas personas, entre ellas yo. Su voz me sacó del ensimismamiento mental, dirigí mi vista hasta él escuchando los títulos y autores que salían de sus labios. Algunos pude reconocerlos otros, no… No cabe duda, existe un mundo de publicaciones que aún me son indiferentes, esperaba que no por mucho tiempo. –“Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”- Cité a Satanás o debería decir al autor de la obra. Pocos entendían la frase fuera de las ataduras hipócritas que la Iglesia se había encargado de difundir a través de los siglos desde el instante en que esa secta tomó poder y revolucionó el pensamiento del hombre a través de amenazas y la difusión del miedo. Sí, realmente pocos, sólo aquellos que no se sentían aterrados por el hecho de pensar sin tener que blasfemar en contra de un Dios ¿Vengativo? Pero se supone que la divinidad es todo amor y toda gloria, ¿No? Bien, pues aquí es donde se cae en las contradicciones que, la obra de Milton encara o al menos uno de los tantos puntos que abarca con su poema. Pero claro, esto sólo era la forma en la que yo percibía dicha obra, el personaje frente a mí podría no verlo de esa manera. ¿Cómo confrontar tu punto con uno diferente? ¿Por qué si siempre hacía lo que me daba la gana, esa tarde frente a él, me sentía temerosa de exponer mis pensamientos? Era como desnudarme ante un desconocido, pero si no lo hacía entonces me quedaría estancada en un mismo punto llegando a parecer aburrida. No quería eso. Cuando pretendí agregar algo más, fue él quién cuestionó mis gustos. Suspiré.
-La verdad, es que encuentro una lista bastante larga al igual que usted. Voy desde la lírica Griega con Safo, una de mis favoritas para ser sincera- Sonrisa. Otro chiste personal. Safo fue la primer mujer reconocida que amaba a otra fémina. Tenía que ser un ejemplo a seguir para mí, una figura mortal e inmortal junto a la diosa Afrodita a quien le dedicó varias de sus obras. –Los clásicos poemas épicos de Homero. He leído también, al señor Milton- Asentí con la cabeza y una media sonrisa en mis labios, por si no lo dejé claro con la cita, ahora se daría cuenta o al menos eso esperaba. Fruncí el ceño –y, al igual que usted, debo reconocer el trabajo de los autores natos de “La bella Italia”- Enfaticé mi acento en las últimas palabras – Dante Alighieri, "il Sommo Poeta"- La verdad es que el desfile de autores y títulos no paraba allí, escritores de nacionalidades diferentes han hecho acto de presencia en mis manos, labios y pensamientos. Una vida leyendo libros a lo bruto ¿Qué más podía esperar? Es allí donde no se puede tomar a uno sólo y hacer presunción de su trabajo como el único. Hay quienes se complementan con otros autores como lo hizo Aristóteles de Platón y este a su vez de Sócrates. Una lista interminable que aún quedaba por añadir aún más y más… Resoplé los labios –La lista es infinita, entiendo que no pueda decidirse- Me encogí de hombros. Me quedé en silencio sin saber que más agregar, podía retroceder fácilmente y hacer preguntas sobre la obra que él mencionó o dejar que hiciese más cuestiones a mi persona ¿Importaba? Realmente no, porque bien podríamos quedarnos allí hablando de todo y al mismo tiempo de la nada. Él contenía una cultura tan generalizada que me dejaba con la boca abierta. Tal vez yo no tuviese nada para ofrecerle salvo toda mi atención y, eso para alguien como ambos, ya era mucho, significaba bastante pues de esta manera se hacía un reconocimiento mudo a las capacidades que se poseen. Me recosté sobre la mesa con la cabeza apoyada en los brazos cruzados, lo mire fijamente. Sí, en ocasiones se me salía lo infantil, después de todo, sólo era una jovencita de diecisiete años ¿No? –Y pensar que me aburría en casa- Susurré mirándolo con un destello singular en las pupilas. Ese fulgor de un niño que encuentra algo perdido, un sueño, un juguete, un tesoro… Suspiré.
Es increíble ver como llegas a conclusiones propias bajo la compañía y pensamientos de alguien más. Duele darse cuenta de lo errado que estabas, más aún de entender que seguirás sumergido en el mismo abismo obscuro y miserable por mero gusto. ¡Simplemente patético! ¿Tan decepcionante me era la vida? ¡Demonios si no! Afortunadamente no tenía que quédame pensando en ello el resto de la tarde o toda la noche. Los temas de conversación con alguien ‘pensante’ sobran y, en esta ocasión ya habíamos abordado otro aparte del problema existencial en algunas personas, entre ellas yo. Su voz me sacó del ensimismamiento mental, dirigí mi vista hasta él escuchando los títulos y autores que salían de sus labios. Algunos pude reconocerlos otros, no… No cabe duda, existe un mundo de publicaciones que aún me son indiferentes, esperaba que no por mucho tiempo. –“Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”- Cité a Satanás o debería decir al autor de la obra. Pocos entendían la frase fuera de las ataduras hipócritas que la Iglesia se había encargado de difundir a través de los siglos desde el instante en que esa secta tomó poder y revolucionó el pensamiento del hombre a través de amenazas y la difusión del miedo. Sí, realmente pocos, sólo aquellos que no se sentían aterrados por el hecho de pensar sin tener que blasfemar en contra de un Dios ¿Vengativo? Pero se supone que la divinidad es todo amor y toda gloria, ¿No? Bien, pues aquí es donde se cae en las contradicciones que, la obra de Milton encara o al menos uno de los tantos puntos que abarca con su poema. Pero claro, esto sólo era la forma en la que yo percibía dicha obra, el personaje frente a mí podría no verlo de esa manera. ¿Cómo confrontar tu punto con uno diferente? ¿Por qué si siempre hacía lo que me daba la gana, esa tarde frente a él, me sentía temerosa de exponer mis pensamientos? Era como desnudarme ante un desconocido, pero si no lo hacía entonces me quedaría estancada en un mismo punto llegando a parecer aburrida. No quería eso. Cuando pretendí agregar algo más, fue él quién cuestionó mis gustos. Suspiré.
-La verdad, es que encuentro una lista bastante larga al igual que usted. Voy desde la lírica Griega con Safo, una de mis favoritas para ser sincera- Sonrisa. Otro chiste personal. Safo fue la primer mujer reconocida que amaba a otra fémina. Tenía que ser un ejemplo a seguir para mí, una figura mortal e inmortal junto a la diosa Afrodita a quien le dedicó varias de sus obras. –Los clásicos poemas épicos de Homero. He leído también, al señor Milton- Asentí con la cabeza y una media sonrisa en mis labios, por si no lo dejé claro con la cita, ahora se daría cuenta o al menos eso esperaba. Fruncí el ceño –y, al igual que usted, debo reconocer el trabajo de los autores natos de “La bella Italia”- Enfaticé mi acento en las últimas palabras – Dante Alighieri, "il Sommo Poeta"- La verdad es que el desfile de autores y títulos no paraba allí, escritores de nacionalidades diferentes han hecho acto de presencia en mis manos, labios y pensamientos. Una vida leyendo libros a lo bruto ¿Qué más podía esperar? Es allí donde no se puede tomar a uno sólo y hacer presunción de su trabajo como el único. Hay quienes se complementan con otros autores como lo hizo Aristóteles de Platón y este a su vez de Sócrates. Una lista interminable que aún quedaba por añadir aún más y más… Resoplé los labios –La lista es infinita, entiendo que no pueda decidirse- Me encogí de hombros. Me quedé en silencio sin saber que más agregar, podía retroceder fácilmente y hacer preguntas sobre la obra que él mencionó o dejar que hiciese más cuestiones a mi persona ¿Importaba? Realmente no, porque bien podríamos quedarnos allí hablando de todo y al mismo tiempo de la nada. Él contenía una cultura tan generalizada que me dejaba con la boca abierta. Tal vez yo no tuviese nada para ofrecerle salvo toda mi atención y, eso para alguien como ambos, ya era mucho, significaba bastante pues de esta manera se hacía un reconocimiento mudo a las capacidades que se poseen. Me recosté sobre la mesa con la cabeza apoyada en los brazos cruzados, lo mire fijamente. Sí, en ocasiones se me salía lo infantil, después de todo, sólo era una jovencita de diecisiete años ¿No? –Y pensar que me aburría en casa- Susurré mirándolo con un destello singular en las pupilas. Ese fulgor de un niño que encuentra algo perdido, un sueño, un juguete, un tesoro… Suspiré.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
«La melancolía es opcional» ella había dicho y asentí con sonrisa contrariada, ensimismado, navegando en aquella frase que de pronto, pareció hablarme en una voz desconocida, olvidada, arcana pero que a su vez, que podía entender con pasmosa claridad. Comprendía lo que me decía, porque desde que vagaba solo, aquella indolente dama que amenazaba con zambullirme en un río hasta ahogarme de tristeza me ha rondado y la siento, pero la alejo con ahínco. Una vez ya había asido una soga a mi cuello, cuando murió la primera de mis mujeres, mi hija, pero al contrario de Joan, no dejé que finalmente pateara la silla que no dejaba que la cuerda se tensara. Vi marchitarse a mi mujer, quizá pude hacer algo más por ella, nunca lo sabré, pero como Samantha, el nombre de la perspicaz dama que tenía de frente, había dicho, la melancolía era una opción, una a la que visitaba a veces, ¿cómo no hacerlo cuando mi hija y mi mujer han muerto y yo simplemente no pude hacer nada? Pero no dejo que me domine, aún me aviento a ese mar enrarecido con un traje de buzo que no me deja ahogarme y me permite regresar.
Quizá había guardado silencio por mucho tiempo, pero cuando ella volvió a hablar supe que seguíamos en el mismo exacto lugar, conversando de todo y nada y sin embargo, manteniendo interesante el intercambio de palabras. Muchos colegas jactanciosos se creen superiores por el simple hecho de que su nombre está grabado en las pastas de cuero de libros que, muchas veces, no valen el papel en el que están impresos, yo no, jamás he considerado que lo mucho o poco que sé sea tan preciado como para no compartirlo; o quizá precisamente es por eso que lo comparto, porque vale mucho. Ya lo dice un viejo dicho, hay que gente tan pobre que lo único que tiene es dinero.
-Ese es el truco –metí la mano al interior de mi saco de donde extraje una pluma fuente y la coloqué frente a nosotros, en un segundo pude acomodarla paralelamente a las orillas de la mesa donde estábamos, quizá ella no hubiese notado aquello de tan rápido que lo había hecho-, saber elegir – dije vagamente mirando el bolígrafo, aun alineándolo a un pautado imaginario. Sin despegar la vista de objeto sonreí cuando ella tuvo a bien a citar al propio Milton y asentí.
-¿Y no lo cree así? –Finalmente levanté el rostro para toparme con el suyo de líneas suaves a veces iluminado dramáticamente por los truenos provenientes del exterior, estuve seguro que muchos hombres la deseaban, pero ella se encargaba de despreciarlos, o esa fue la historia que inventé sobre Samantha en ese instante al menos-, Luzbel, porque era Luzbel cuando estaba en el cielo, fue alguien que no se conformó con estar bajo el yugo de alguien más y se rebeló, acto que ha fascinado a muchos escritores desde que fue redactado en la Biblia, las connotaciones religiosas no importan ahora, no creo que hayan importado nunca –pausé y reí –excepto para quienes quieren darle un valor o una moralidad –carraspeé e hice un ademán indicando que me estaba desviando del tema -¿no es ese Luzbel, más tarde Lucifer, una proyección de un hombre libre? Mejor reinarse a uno mismo, a dejar que lo reinen –esperaba estarme explicando y no estar diciendo ningún tipo de afrenta a cualquier creencia que ella pudiera tener, pero la chispa en sus ojos, voz y palabras me hacían entender que no estaba frente a alguien que se diera golpes de pecho. Eso era raro, pero refrescante.
No me sorprendió cuando comenzó a decirme autores, todos grandes; ya esperaba un listado de aquellas dimensiones viniendo de ella, me hubiese decepcionado de haber sido de otro modo. Escuché con atención recordando cuando yo mismo había leído a muchos de ellos, de varios la obra completa, de otros pocos sólo algunos textos. Leía de todo, desde que descubrí que quería escribir en lugar de resolver teoremas, me dediqué a leer como enajenado, pude haber leído también a Pitágoras y sus teoremas, pero qué me hubiese aportado eso si era algo que parecía estar incrustado en mi memoria desde que había nacido. El camino de las Letras era el camino no fácil, las Matemáticas simplemente habían estado ahí antes, estaban ahora y estarían ahí después en mi mente hablándome en dialecto algebraico, no es queja, me gusta también.
-Italia -exclamé repitiendo lo que decía, ahora entendía su encanto foráneo y una vez que marcó su propio acento, supe que había estado ahí desde que habíamos comenzado a hablar pero hasta ahora lo notaba-, la bella Italia –dije algo abstraído, solo una vez había estado en Italia, aún con Joan y eso me golpeó sin previo aviso, pero me recompuse-. Los italianos son pasionales, sanguíneos, contrarios a nosotros los ingleses, que somos, o eso dicen, más flemáticos –me encogí de hombros, no podía encasillar a todo mundo en los humores hipocráticos, pero era divertido a veces como de hecho coincidían.
-Entiendo –asentí y la miré cuando adoptó aquel gesto infantil de recargarse en la mesa, de aquel modo me pareció incluso más joven, o yo lucí más viejo, o ambas. Estiré la mano y moví la pluma fuente perpendicularmente de su posición original –lo emocionante es que se siguen escribiendo cosas interesantes, cosas que dentro de… no sé, unos cien años, dos desconocidos como nosotros citarán como algunos de sus libros favoritos; la entiendo a la perfección, jamás acabaríamos de mencionar a todos aquellos que nos han marcado con sus habilidosas letras, siempre pasa que al mencionar uno te acuerdas de cinco más, es cosa de nunca acabar –le sonreí y luego parpadee incrédulo-. ¿Aburrirse? ¿Usted? Me parte el corazón, alguien que ha leído tanto y que claramente es tan brillante no debería aburrirse jamás, o es tal vez por eso que se aburre, las cuatro paredes de su hogar deben parecerle una prisión –evidentemente, su mente era más grande que su cuerpo y un sitio cerrado debía parecer una jaula.
Quizá había guardado silencio por mucho tiempo, pero cuando ella volvió a hablar supe que seguíamos en el mismo exacto lugar, conversando de todo y nada y sin embargo, manteniendo interesante el intercambio de palabras. Muchos colegas jactanciosos se creen superiores por el simple hecho de que su nombre está grabado en las pastas de cuero de libros que, muchas veces, no valen el papel en el que están impresos, yo no, jamás he considerado que lo mucho o poco que sé sea tan preciado como para no compartirlo; o quizá precisamente es por eso que lo comparto, porque vale mucho. Ya lo dice un viejo dicho, hay que gente tan pobre que lo único que tiene es dinero.
-Ese es el truco –metí la mano al interior de mi saco de donde extraje una pluma fuente y la coloqué frente a nosotros, en un segundo pude acomodarla paralelamente a las orillas de la mesa donde estábamos, quizá ella no hubiese notado aquello de tan rápido que lo había hecho-, saber elegir – dije vagamente mirando el bolígrafo, aun alineándolo a un pautado imaginario. Sin despegar la vista de objeto sonreí cuando ella tuvo a bien a citar al propio Milton y asentí.
-¿Y no lo cree así? –Finalmente levanté el rostro para toparme con el suyo de líneas suaves a veces iluminado dramáticamente por los truenos provenientes del exterior, estuve seguro que muchos hombres la deseaban, pero ella se encargaba de despreciarlos, o esa fue la historia que inventé sobre Samantha en ese instante al menos-, Luzbel, porque era Luzbel cuando estaba en el cielo, fue alguien que no se conformó con estar bajo el yugo de alguien más y se rebeló, acto que ha fascinado a muchos escritores desde que fue redactado en la Biblia, las connotaciones religiosas no importan ahora, no creo que hayan importado nunca –pausé y reí –excepto para quienes quieren darle un valor o una moralidad –carraspeé e hice un ademán indicando que me estaba desviando del tema -¿no es ese Luzbel, más tarde Lucifer, una proyección de un hombre libre? Mejor reinarse a uno mismo, a dejar que lo reinen –esperaba estarme explicando y no estar diciendo ningún tipo de afrenta a cualquier creencia que ella pudiera tener, pero la chispa en sus ojos, voz y palabras me hacían entender que no estaba frente a alguien que se diera golpes de pecho. Eso era raro, pero refrescante.
No me sorprendió cuando comenzó a decirme autores, todos grandes; ya esperaba un listado de aquellas dimensiones viniendo de ella, me hubiese decepcionado de haber sido de otro modo. Escuché con atención recordando cuando yo mismo había leído a muchos de ellos, de varios la obra completa, de otros pocos sólo algunos textos. Leía de todo, desde que descubrí que quería escribir en lugar de resolver teoremas, me dediqué a leer como enajenado, pude haber leído también a Pitágoras y sus teoremas, pero qué me hubiese aportado eso si era algo que parecía estar incrustado en mi memoria desde que había nacido. El camino de las Letras era el camino no fácil, las Matemáticas simplemente habían estado ahí antes, estaban ahora y estarían ahí después en mi mente hablándome en dialecto algebraico, no es queja, me gusta también.
-Italia -exclamé repitiendo lo que decía, ahora entendía su encanto foráneo y una vez que marcó su propio acento, supe que había estado ahí desde que habíamos comenzado a hablar pero hasta ahora lo notaba-, la bella Italia –dije algo abstraído, solo una vez había estado en Italia, aún con Joan y eso me golpeó sin previo aviso, pero me recompuse-. Los italianos son pasionales, sanguíneos, contrarios a nosotros los ingleses, que somos, o eso dicen, más flemáticos –me encogí de hombros, no podía encasillar a todo mundo en los humores hipocráticos, pero era divertido a veces como de hecho coincidían.
-Entiendo –asentí y la miré cuando adoptó aquel gesto infantil de recargarse en la mesa, de aquel modo me pareció incluso más joven, o yo lucí más viejo, o ambas. Estiré la mano y moví la pluma fuente perpendicularmente de su posición original –lo emocionante es que se siguen escribiendo cosas interesantes, cosas que dentro de… no sé, unos cien años, dos desconocidos como nosotros citarán como algunos de sus libros favoritos; la entiendo a la perfección, jamás acabaríamos de mencionar a todos aquellos que nos han marcado con sus habilidosas letras, siempre pasa que al mencionar uno te acuerdas de cinco más, es cosa de nunca acabar –le sonreí y luego parpadee incrédulo-. ¿Aburrirse? ¿Usted? Me parte el corazón, alguien que ha leído tanto y que claramente es tan brillante no debería aburrirse jamás, o es tal vez por eso que se aburre, las cuatro paredes de su hogar deben parecerle una prisión –evidentemente, su mente era más grande que su cuerpo y un sitio cerrado debía parecer una jaula.
Última edición por Ranald Hrasky el Mar Mayo 22, 2012 7:32 pm, editado 1 vez
Invitado- Invitado
Re: Encuentro fortuito {Privado}
“La libertad es ignota, incluso para el ave que vuela más allá de la inmensidad”
Fascinante, referirse al demonio de esa forma como un ente victimizado y no por ser él quien había desatado la rebelión en lo alto del cielo, era sencillamente una de tantas razones por las cuales admirar al escritor en cuestión, pero ese detalle se quedo fuera de mi alcance cuando pude enfocarme en el análisis que Ranald había hecho sobre el trasfondo de la obra. Hasta cierto punto, él poseía una verdad irrefutable pero eso no se trataba de un dogma. El hombre frente a mí no era en lo absoluto una persona cabalística, lo que quiere decir que aceptaría una replica a sus pensamientos, de él dependía analizarla y llegar a comprender el pensamiento transcendental o bien quedarse sólo en la superficie. Sonreí con gusto ante sus ademanes, ¿No era precisamente eso lo que la humanidad hace con respecto a un tema que le atañe, descifrar los códigos que se involucran en el tema sin importar que tan lejos nos encontremos del punto de partida? Con Alice siempre era así, iniciábamos con el paroxismo sentimental de Romeo y Julieta para terminar debatiendo sobre Arquímedes y su rayo de calor. Era realmente extraño pero se disfrutaba con tanta sencillez que el nirvana no era sólo un mito, porque sin haber estado muerta y sin haber purgado mis culpas, yo lo palpaba con mis manos, el paraíso para mí era ella… sólo ella y, tras su muerte llegué a la conclusión que fácilmente podría aplicarse al aquí y al ahora con Ranald frente a mí.
-Aún cuando hubo cortado los lazos que lo esclavizaron en su momento, no era libre de si mismo- Añadí. No podía estar segura de darme a entender así que tendría que explicarlo mucho mejor, a mi manera, es verdad, pero siempre con ese canalillo que permite la alteración de la filosofía, es decir, la chispa para que otro con un potencial mejor llegase a destruir toda tu obra y considerarle como un precursor, después de todo tuvo que leer tus teorías para pensar por si mismo ¿No? –La mayoría de los hombres creen que la libertad es precisamente lo que expresa su definición, pero no es así- Focalicé mi vista en un punto obscuro sobre la mesa en la que nos encontrábamos. Mis manos se movieron junto con las facciones de mi cuerpo, era involuntario pero el lenguaje corporal expresaba más de lo que las frases coherentes podían explicar –contextualizar la libertad es quedarse estancado en un punto, en el punto ciego del hombre, es por ello que el mayor porcentaje se queda allí, pero existen quienes no ven con los ojos y no es tan literal como quisiera- Sonreí con cierto nerviosismo. Escupir palabrería metafísica no es fácil, mucho menos para una niña que apenas si tenía un esbozo sobre la totalidad de la vida –todos desearíamos que la libertad fuese un derecho, pero no es más que una falacia disfrazada de esperanza- Hice un mohín, no estaba segura… bueno entendí que, mi punto de vista de esa palabra podía no ser compartido por las masas y quizá tenía mis equivocaciones, pero necesitaba terminarlo para poder saber qué era lo que opinaba él, porque… parecerá mentira pero de repente me importó el juicio que ese hombre podía tener de mí –es ahí donde nos equivocamos, creer que rompiendo las cadenas que nos atan seremos libres, pero la verdad radica en que siempre lo hemos sido, el problema no está en cuántas ataduras somos capaces de desquebrajar por voluntad propia, si no en el cuándo seremos capaces de hacerlo. Es fácil creer que el esclavo será libre cuando salga de su celda, pero una vez estando afuera será sometido a más y más cadenas, incluso aquellas que él mismo se ha impuesto… es paradójico- Hice una pequeña pausa –citando a los grandes quedaría de la siguiente forma: La tesis socrática cree que “El cuerpo es la cárcel del alma”, pero como antítesis tenemos el pensamiento neoplatonizante de San Agustín que afirma “Maior sum quam qui mancipium sim corporis mei”; Soy demasiado grande para ser esclavo de mi cuerpo- Me encogí ligeramente de hombros –Soy un caso perdido ¿Cierto?-
Parece fácil llegar al fondo de las cosas cuando te encuentras frente al espejo completa sola, se creería que los pensamientos comienzan a bailotear por toda la habitación y que es cuando puedes tomar piezas de aquí y de allá para generar tu nuevo rompecabezas, pero hay instantes en ese lapsus de idealismos en los que no sabes qué partes tomar de tu todo. Eso es lo que ocurre conmigo en medio de las cuatro paredes que él mencionó. Es lo a lo que me refería con tanto ímpetu minutos atrás, es precisamente a lo que el mundo le tiene miedo pero le cuesta trabajo admitirlo, focalizar los pensamientos, encontrar los más aterradores de ellos, descubrir la verdad de uno mismo y la realidad que nos rodea. “La verdad os hará libres” ¡Que tontería! Porque aún cuando esta frase sea real, siempre tendrá como obstáculo las mentiras que habría que aparcar del camino, porque no existe la verdad absoluta, entonces la afirmación de Jesús también resulta ser una falacia y con ello la lógica nos dice que la libertad también. Levanté la vista hasta él, sonreí con la tranquilidad del mundo inmolada en el brillo de mis ojos –Exacto- finalicé. No había más que decir y claramente había desgastado todas mis palabras en un hecho fácilmente cuestionable y, por lo tanto una vorágine sin final que se resume fácil pero contradictoriamente compleja, el hombre.
-Aún cuando hubo cortado los lazos que lo esclavizaron en su momento, no era libre de si mismo- Añadí. No podía estar segura de darme a entender así que tendría que explicarlo mucho mejor, a mi manera, es verdad, pero siempre con ese canalillo que permite la alteración de la filosofía, es decir, la chispa para que otro con un potencial mejor llegase a destruir toda tu obra y considerarle como un precursor, después de todo tuvo que leer tus teorías para pensar por si mismo ¿No? –La mayoría de los hombres creen que la libertad es precisamente lo que expresa su definición, pero no es así- Focalicé mi vista en un punto obscuro sobre la mesa en la que nos encontrábamos. Mis manos se movieron junto con las facciones de mi cuerpo, era involuntario pero el lenguaje corporal expresaba más de lo que las frases coherentes podían explicar –contextualizar la libertad es quedarse estancado en un punto, en el punto ciego del hombre, es por ello que el mayor porcentaje se queda allí, pero existen quienes no ven con los ojos y no es tan literal como quisiera- Sonreí con cierto nerviosismo. Escupir palabrería metafísica no es fácil, mucho menos para una niña que apenas si tenía un esbozo sobre la totalidad de la vida –todos desearíamos que la libertad fuese un derecho, pero no es más que una falacia disfrazada de esperanza- Hice un mohín, no estaba segura… bueno entendí que, mi punto de vista de esa palabra podía no ser compartido por las masas y quizá tenía mis equivocaciones, pero necesitaba terminarlo para poder saber qué era lo que opinaba él, porque… parecerá mentira pero de repente me importó el juicio que ese hombre podía tener de mí –es ahí donde nos equivocamos, creer que rompiendo las cadenas que nos atan seremos libres, pero la verdad radica en que siempre lo hemos sido, el problema no está en cuántas ataduras somos capaces de desquebrajar por voluntad propia, si no en el cuándo seremos capaces de hacerlo. Es fácil creer que el esclavo será libre cuando salga de su celda, pero una vez estando afuera será sometido a más y más cadenas, incluso aquellas que él mismo se ha impuesto… es paradójico- Hice una pequeña pausa –citando a los grandes quedaría de la siguiente forma: La tesis socrática cree que “El cuerpo es la cárcel del alma”, pero como antítesis tenemos el pensamiento neoplatonizante de San Agustín que afirma “Maior sum quam qui mancipium sim corporis mei”; Soy demasiado grande para ser esclavo de mi cuerpo- Me encogí ligeramente de hombros –Soy un caso perdido ¿Cierto?-
Parece fácil llegar al fondo de las cosas cuando te encuentras frente al espejo completa sola, se creería que los pensamientos comienzan a bailotear por toda la habitación y que es cuando puedes tomar piezas de aquí y de allá para generar tu nuevo rompecabezas, pero hay instantes en ese lapsus de idealismos en los que no sabes qué partes tomar de tu todo. Eso es lo que ocurre conmigo en medio de las cuatro paredes que él mencionó. Es lo a lo que me refería con tanto ímpetu minutos atrás, es precisamente a lo que el mundo le tiene miedo pero le cuesta trabajo admitirlo, focalizar los pensamientos, encontrar los más aterradores de ellos, descubrir la verdad de uno mismo y la realidad que nos rodea. “La verdad os hará libres” ¡Que tontería! Porque aún cuando esta frase sea real, siempre tendrá como obstáculo las mentiras que habría que aparcar del camino, porque no existe la verdad absoluta, entonces la afirmación de Jesús también resulta ser una falacia y con ello la lógica nos dice que la libertad también. Levanté la vista hasta él, sonreí con la tranquilidad del mundo inmolada en el brillo de mis ojos –Exacto- finalicé. No había más que decir y claramente había desgastado todas mis palabras en un hecho fácilmente cuestionable y, por lo tanto una vorágine sin final que se resume fácil pero contradictoriamente compleja, el hombre.
FDR: Disculpa la tremenda demora.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Entrelacé las manos, coloqué ambos codos sobre la superficie de la mesa que jugaba el papel de mediadora silenciosa y escuché. Escuché con atención porque incluso antes de que la primera palabra escapara de su boca, estuve seguro que lo que venía a continuación no sólo merecía la pena ser atendido, sino también analizado, discutido y guardado, sí, guardarlo para volver a repasarlo con el tiempo, porque incluso a mi edad te das cuenta que conforme pasan los años encuentras nuevos significados a las cosas, quizá no a los pasos agigantados que este fenómeno avanzaba siendo joven; ahí Samantha tenía una ventaja, era joven y era inteligente, lo que ella era capaz de hacer era inimaginable, ni yo podía cuantificarlo y cualificarlo, y ese es mi trabajo, imaginar.
Entorné los ojos tan pronto soltó la primera frase, pero de inmediato borré ese gesto, no quería que ella lo interpretara como si la fuese a juzgar, no quería se detuviera o frenara. No era yo un hombre tan intimidante, pero la edad quizá fuese un factor. No esperaba, desde luego, que me fuese decir que yo estaba en lo correcto, porque nunca nadie está en lo correcto, ni en lo erróneo; la vida no es blanco o negro, ni siquiera es una escala de grises, se trata de toda la gama cromática y es ahí donde radica nuestro error, nuestra incapacidad de ser felices, aferrados al blanco o al negro, incapaces de caminar por el resto de los colores. Y eso aplicaba también a las ideas y posturas, el tiempo, el lugar, las circunstancias, todo cambiaba lo que estaba bien y estaba mal. La moralidad, el concepto de bien y mal, el arte incluso, todo eso es mutante, debe serlo para sobrevivir a un ser que se encarga de hacer añicos todo lo que se le pone en las manos: el hombre.
Y justo hablábamos de este género taxonómico al que ambos pertenecíamos. Milton en su poema épico decía mucho más que sus prosaicos versos daban a entender, y aún más se decía cuando alguien de ideas tan firmes, pero sobre todo, amplias lo interpretaba. No yo, por supuesto, ella, esta jovencita frente a mi que avergonzaría al más arrogante de mis colegas. Asentí cada determinado tiempo, sin distraerme y sin interrumpir, con aquel gesto pensativo, mas no ausente. Comprendía lo que trataba de decirme, entendía hacia dónde iba.
-Porque incluso sin ataduras insistimos en atarnos, ya lo dijo Madame de Staël, un amante es siempre un esclavo –curioso, una frase de una mujer, una mujer radicada en París, anciana ya para estas alturas, pero inteligente, certera siempre –el amor, la responsabilidad, la familia, todos anclas, anclas que el hombre ama amar –reí ante la pequeña aliteración de mis palabras –de todos modos, en supuesto que la completa libertad no fuese un mito y sí una realidad ¿crees que estaríamos preparados? –giré de nuevo a la ventana, la tormenta eléctrica había pasado pero el aguacero continuaba, dejé la pluma fuente desatendida, formaba un ángulo de noventa grados con el borde de la mesa donde yo estaba. Noventa grados exactos, estuve seguro-. Creo que somos demasiado temerosos, no sabríamos manejarlo, si así… con sólo la falacia de que somos libres, cometemos las barbaridades que cometemos, imagínate el caos que sería con un regalo tan preciado –volví a mirarla –la libertad, cierta o falsa, es un regalo precioso, tanto que debe ser racionado –sonreí entonces, quizá era yo el que balbuceaba cosas sin sentido y comenzaba a sonar a líder dictatorial.
Me puse de pie entonces, así de pronto, miré a un punto en la nada sobre su pelirroja cabeza y luego a ella, a sus ojos.
-Fraude o no, deberíamos aprovecharla, algún cínico dijo que la libertad es lo que las leyes permiten hacer, hagamos lo que la doble moralina París nos permite hacer -¿cómo habíamos acabado hablando de un tema tan voluble y subjetivo? No lo sabía y en realidad no importaba; sólo me intrigaba qué camino nos condujo a ese sitio. Avancé hasta quedar a su lado aunque ambos dando la cara a sitios opuestos.
-Lamento que lo físico sea un grillete para una mente como la suya –me giré para verla –no soy Teseo, no puedo liberarla de su minotauro personal, pero puedo hacerle llevadera la estancia en la ciudad –eso era una evidente invitación para próximos encuentro, no es que me estuviera despidiendo ya. Avancé un poco más en dirección a los pasillos que anunciaban en rótulos que se trataban del área de Historia, ahí donde nos habíamos encontrado, pero quería abordar Historia más reciente, esperé que me siguiera, no me gusta quedarme quieto en un solo lugar y mucho menos estando en una biblioteca, lugar que debía… no, tenía que ser explorado –una y otra vez de ser necesario-, dejé la pluma fuente en la mesa, quien estuviera cerca tenía la libertad o no de llevársela y juzgar eso de hurto o simple hallazgo; era un chiste personal.
Entorné los ojos tan pronto soltó la primera frase, pero de inmediato borré ese gesto, no quería que ella lo interpretara como si la fuese a juzgar, no quería se detuviera o frenara. No era yo un hombre tan intimidante, pero la edad quizá fuese un factor. No esperaba, desde luego, que me fuese decir que yo estaba en lo correcto, porque nunca nadie está en lo correcto, ni en lo erróneo; la vida no es blanco o negro, ni siquiera es una escala de grises, se trata de toda la gama cromática y es ahí donde radica nuestro error, nuestra incapacidad de ser felices, aferrados al blanco o al negro, incapaces de caminar por el resto de los colores. Y eso aplicaba también a las ideas y posturas, el tiempo, el lugar, las circunstancias, todo cambiaba lo que estaba bien y estaba mal. La moralidad, el concepto de bien y mal, el arte incluso, todo eso es mutante, debe serlo para sobrevivir a un ser que se encarga de hacer añicos todo lo que se le pone en las manos: el hombre.
Y justo hablábamos de este género taxonómico al que ambos pertenecíamos. Milton en su poema épico decía mucho más que sus prosaicos versos daban a entender, y aún más se decía cuando alguien de ideas tan firmes, pero sobre todo, amplias lo interpretaba. No yo, por supuesto, ella, esta jovencita frente a mi que avergonzaría al más arrogante de mis colegas. Asentí cada determinado tiempo, sin distraerme y sin interrumpir, con aquel gesto pensativo, mas no ausente. Comprendía lo que trataba de decirme, entendía hacia dónde iba.
-Porque incluso sin ataduras insistimos en atarnos, ya lo dijo Madame de Staël, un amante es siempre un esclavo –curioso, una frase de una mujer, una mujer radicada en París, anciana ya para estas alturas, pero inteligente, certera siempre –el amor, la responsabilidad, la familia, todos anclas, anclas que el hombre ama amar –reí ante la pequeña aliteración de mis palabras –de todos modos, en supuesto que la completa libertad no fuese un mito y sí una realidad ¿crees que estaríamos preparados? –giré de nuevo a la ventana, la tormenta eléctrica había pasado pero el aguacero continuaba, dejé la pluma fuente desatendida, formaba un ángulo de noventa grados con el borde de la mesa donde yo estaba. Noventa grados exactos, estuve seguro-. Creo que somos demasiado temerosos, no sabríamos manejarlo, si así… con sólo la falacia de que somos libres, cometemos las barbaridades que cometemos, imagínate el caos que sería con un regalo tan preciado –volví a mirarla –la libertad, cierta o falsa, es un regalo precioso, tanto que debe ser racionado –sonreí entonces, quizá era yo el que balbuceaba cosas sin sentido y comenzaba a sonar a líder dictatorial.
Me puse de pie entonces, así de pronto, miré a un punto en la nada sobre su pelirroja cabeza y luego a ella, a sus ojos.
-Fraude o no, deberíamos aprovecharla, algún cínico dijo que la libertad es lo que las leyes permiten hacer, hagamos lo que la doble moralina París nos permite hacer -¿cómo habíamos acabado hablando de un tema tan voluble y subjetivo? No lo sabía y en realidad no importaba; sólo me intrigaba qué camino nos condujo a ese sitio. Avancé hasta quedar a su lado aunque ambos dando la cara a sitios opuestos.
-Lamento que lo físico sea un grillete para una mente como la suya –me giré para verla –no soy Teseo, no puedo liberarla de su minotauro personal, pero puedo hacerle llevadera la estancia en la ciudad –eso era una evidente invitación para próximos encuentro, no es que me estuviera despidiendo ya. Avancé un poco más en dirección a los pasillos que anunciaban en rótulos que se trataban del área de Historia, ahí donde nos habíamos encontrado, pero quería abordar Historia más reciente, esperé que me siguiera, no me gusta quedarme quieto en un solo lugar y mucho menos estando en una biblioteca, lugar que debía… no, tenía que ser explorado –una y otra vez de ser necesario-, dejé la pluma fuente en la mesa, quien estuviera cerca tenía la libertad o no de llevársela y juzgar eso de hurto o simple hallazgo; era un chiste personal.
Invitado- Invitado
Re: Encuentro fortuito {Privado}
"Los libros no poseen todas las enseñanzas."
Había cosas que los humanos aprendemos a desarrollar ya sea por instinto o por simple herencia; saber diferenciar la cantidad de formas, los colores e infinidad de cosas, todo eso se aprendió por la experiencia, por alguien que se atrevió a romper los esquemas ya conocidos e ir más allá, buscando la verdad, tratando de comprender este mundo que nos rodea. Los más jóvenes llaman a esas personas ancianos, los adultos les llaman sabios y habrá quienes los nombren de otra forma, pero ninguno acertará demasiado a lo que en realidad eran, son y serán. Un niño, con sus ojos llorosos, con el dolor por haberse raspado la rodilla al saltar por encima de la verja, no lo volverá a hacer debido a que aprendió su lección, pero no sería una clase completa si no estuviese su madre ahí para advertírselo una vez más y, entonces allí se encontraban. Los padres, los guías, sea cual fuere su sinónimo, siempre formarían parte de la forja de determinado individuo.
Al ver a Ranald con esa sonrisa en sus labios, las arrugas al lado de sus ojos y algunas canas en su cabello. Con esa expresión sublime, con la atención suficiente como para entender todas las locuras que mis labios disparataban a manera de vómito verbal, con la paciencia que sólo un virtuoso podría tener… deseé que fuese mi padre. Mis pensamientos me traicionaron, lo admiraba cada vez más con cada palabra que decía, con el razonamiento que expresaban sus años de vivencias, su inalcanzable e incomparable visión sobre los autores, sobre la vida misma. Me parecía como una extraña y lejana ilusión, una fantasía que me palpitaba en el pecho, el ansiedad por ser algo más que un decepcionante estorbo para Donovan, incluso creí haber estado soñando todo ese tiempo, con el ideal de un padre al cual darle mi devoción, al cual amar y no sólo el despojo de un ebrio que malgasta su dinero en alcohol pues su hija resulta ser el demonio y su único varón algo peor que un bastardo, un traidor.
Un pequeño pellizco en mi antebrazo pretendió traerme de regreso a este mundo, donde la desilusión se encuentra en cada rincón de las calles, pero me di cuenta que no era un sueño y que ese hombre frente a mí era tan real como yo, como la lluvia misma en las afueras de la biblioteca. Suspiré, sonreí con gratitud y me quedé pasmada escuchando todo lo que tenía que decirme. Era como estar frente a un profeta, podía sentir una extraña conexión con ese hombre, por muy extraño que parezca, por más descabellado que fuese, él junto con Dante, eran los únicos varones que me habían hecho sonreír de esa manera, sencilla, honesta y humilde. Mordí la comisura de mis labios, lo observé moverse desde mi lugar, con la cátedra que me daba me fue imposible siquiera interrumpirlo pues no había nada que refutar, él sabía tanto como yo e incluso muchísimo más y no me daba pena reconocérselo, por el contrario, lo admiré.
Me puse de pie y lo seguí hasta el pasillo. Su pasión por los libros era fácilmente reconocida en el destello de sus pupilas y la forma por como los trataba, el respeto que les tenía sólo era equiparable a la cantidad de ellos que había leído. En mi afán por exprimir todo conocimiento de él, me cuestioné si sólo los leía o había escrito él algunas obras. Su nombre no lo reconocí entre el montón de mi colección, pero eso no significaba que no lo hiciera, había grandes escritores que no se encontraban en mi lista, no porque fuese menos, sino porque en mi búsqueda por la lectura, siempre tenía que lidiar con monstruos y abismos. –Conclusión; La libertad es la mentira perfecta o el más hermoso enigma- Me encogí de hombros y caminé hacia donde se encontraba, pero no quería leer sobre la historia o quizá sí. Entre los libros, además de la mitología había algunos que me llamaban bastante la atención, libros matemáticos.
Los pasillos se abrían frente a mi como un laberinto de magnas proporciones, de existir el paraíso para un pecador como yo, sería una biblioteca enorme con millones de obras publicadas, un libro por día… Conduje mi cuerpo hasta el estante que poseía la marquesina de matemáticas. Sonreí. Pasé al lado de esos lomos y los acaricié con el dedo índice de mi mano derecha. Buscaba uno en especial, era un pequeño cuadernillo anónimo que poseía juegos, acertijos matemáticos que me gustaba descifrar en mis visitas a la biblioteca, hasta ese día sólo había podido encontrar el resultado de dos cuadrados mágicos –¿Sabía usted que los cuadros mágicos datan desde la época primitiva?- Volví a extender mi sonrisa caminando hasta donde se encontraba Ranald regresando por el mismo pasillo por el cual desaparecí.
En mi manos se encontraba el cuadernillo, algunas de sus páginas se encontraban maltratadas y otras poseían anotaciones ajenas a la escritura. Lo hojeaba mientras intentaba memorizar algo que leí o escuché –Existe una leyenda popular sobre su origen, no estoy muy segura si sea China o Japonesa- fruncí el ceño recriminándome por no poder recodar el dato completo –Que dice que cierto día se produjo el desbordamiento de un río; la gente, temerosa, intentó hacer una ofrenda al dios del río “Lo” para calmar su ira. Sin embargo, cada vez que lo hacían, aparecía una tortuga que rondaba la ofrenda sin aceptarla, hasta que un chico se dio cuenta de las peculiares marcas del caparazón de la tortuga, de este modo pudieron incluir en su ofrenda la cantidad pedida, quince era el número que sumaban esas marcas en su caparazón, y sólo de este modo el dios quedó satisfecho volviendo las aguas a su cauce. Es un dato curioso, solamente- Respiré profundamente, dadas las circunstancias parecía imposible el que me pusiera nerviosa, sin embargo, lo hice. El rubor de mis mejillas me delató, la mirada vacilante también era una señal. Me carcajee con excitación bizarra, mordí mi labio inferior –¿Le interesaría jugar un rato conmigo?- Pregunté extendiendo el brazo para mostrar el libro.
Al ver a Ranald con esa sonrisa en sus labios, las arrugas al lado de sus ojos y algunas canas en su cabello. Con esa expresión sublime, con la atención suficiente como para entender todas las locuras que mis labios disparataban a manera de vómito verbal, con la paciencia que sólo un virtuoso podría tener… deseé que fuese mi padre. Mis pensamientos me traicionaron, lo admiraba cada vez más con cada palabra que decía, con el razonamiento que expresaban sus años de vivencias, su inalcanzable e incomparable visión sobre los autores, sobre la vida misma. Me parecía como una extraña y lejana ilusión, una fantasía que me palpitaba en el pecho, el ansiedad por ser algo más que un decepcionante estorbo para Donovan, incluso creí haber estado soñando todo ese tiempo, con el ideal de un padre al cual darle mi devoción, al cual amar y no sólo el despojo de un ebrio que malgasta su dinero en alcohol pues su hija resulta ser el demonio y su único varón algo peor que un bastardo, un traidor.
Un pequeño pellizco en mi antebrazo pretendió traerme de regreso a este mundo, donde la desilusión se encuentra en cada rincón de las calles, pero me di cuenta que no era un sueño y que ese hombre frente a mí era tan real como yo, como la lluvia misma en las afueras de la biblioteca. Suspiré, sonreí con gratitud y me quedé pasmada escuchando todo lo que tenía que decirme. Era como estar frente a un profeta, podía sentir una extraña conexión con ese hombre, por muy extraño que parezca, por más descabellado que fuese, él junto con Dante, eran los únicos varones que me habían hecho sonreír de esa manera, sencilla, honesta y humilde. Mordí la comisura de mis labios, lo observé moverse desde mi lugar, con la cátedra que me daba me fue imposible siquiera interrumpirlo pues no había nada que refutar, él sabía tanto como yo e incluso muchísimo más y no me daba pena reconocérselo, por el contrario, lo admiré.
Me puse de pie y lo seguí hasta el pasillo. Su pasión por los libros era fácilmente reconocida en el destello de sus pupilas y la forma por como los trataba, el respeto que les tenía sólo era equiparable a la cantidad de ellos que había leído. En mi afán por exprimir todo conocimiento de él, me cuestioné si sólo los leía o había escrito él algunas obras. Su nombre no lo reconocí entre el montón de mi colección, pero eso no significaba que no lo hiciera, había grandes escritores que no se encontraban en mi lista, no porque fuese menos, sino porque en mi búsqueda por la lectura, siempre tenía que lidiar con monstruos y abismos. –Conclusión; La libertad es la mentira perfecta o el más hermoso enigma- Me encogí de hombros y caminé hacia donde se encontraba, pero no quería leer sobre la historia o quizá sí. Entre los libros, además de la mitología había algunos que me llamaban bastante la atención, libros matemáticos.
Los pasillos se abrían frente a mi como un laberinto de magnas proporciones, de existir el paraíso para un pecador como yo, sería una biblioteca enorme con millones de obras publicadas, un libro por día… Conduje mi cuerpo hasta el estante que poseía la marquesina de matemáticas. Sonreí. Pasé al lado de esos lomos y los acaricié con el dedo índice de mi mano derecha. Buscaba uno en especial, era un pequeño cuadernillo anónimo que poseía juegos, acertijos matemáticos que me gustaba descifrar en mis visitas a la biblioteca, hasta ese día sólo había podido encontrar el resultado de dos cuadrados mágicos –¿Sabía usted que los cuadros mágicos datan desde la época primitiva?- Volví a extender mi sonrisa caminando hasta donde se encontraba Ranald regresando por el mismo pasillo por el cual desaparecí.
En mi manos se encontraba el cuadernillo, algunas de sus páginas se encontraban maltratadas y otras poseían anotaciones ajenas a la escritura. Lo hojeaba mientras intentaba memorizar algo que leí o escuché –Existe una leyenda popular sobre su origen, no estoy muy segura si sea China o Japonesa- fruncí el ceño recriminándome por no poder recodar el dato completo –Que dice que cierto día se produjo el desbordamiento de un río; la gente, temerosa, intentó hacer una ofrenda al dios del río “Lo” para calmar su ira. Sin embargo, cada vez que lo hacían, aparecía una tortuga que rondaba la ofrenda sin aceptarla, hasta que un chico se dio cuenta de las peculiares marcas del caparazón de la tortuga, de este modo pudieron incluir en su ofrenda la cantidad pedida, quince era el número que sumaban esas marcas en su caparazón, y sólo de este modo el dios quedó satisfecho volviendo las aguas a su cauce. Es un dato curioso, solamente- Respiré profundamente, dadas las circunstancias parecía imposible el que me pusiera nerviosa, sin embargo, lo hice. El rubor de mis mejillas me delató, la mirada vacilante también era una señal. Me carcajee con excitación bizarra, mordí mi labio inferior –¿Le interesaría jugar un rato conmigo?- Pregunté extendiendo el brazo para mostrar el libro.
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Al mirarla la constante pregunta inevitable rondaba mi cabeza, era lógico que al ver su pueril perspicacia y comprobar su arrojado aplomo en mi mente se formaran los recuerdos de Joan y Eilidh, Eilidh sobre todo, mi hija arrebatada de mis brazos por el fuego que no perdona. Me pregunté en un arranque de fe qué hubiese sido de mi vida si las dos mujeres que más he amado (y aún amo) no se hubieran marchado. Para empezar no estaría aquí en París, en la biblioteca, charlando con Samantha. ¿Mi hija hubiese crecido para ser una joven tan encantadora como esta con la que conversaba? Aunque me quedaba clara una cosa, esta joven poseía un encanto más allá de sus modales, más allá incluso de todo eso que evidentemente conocía y de esa curiosidad que no podía ocultar aunque no intentara, más allá incluso de su físico privilegiado; parecía guardar más de lo que hablaba, pero ¿quién no lo hacía después de todo? Aquí estoy yo recordado una hija y una esposa difuntas, todos cargamos con historias que nos jalan al centro de la tierra como la fuerza de gravedad más básica o que nos elevan y nos separan de la realidad como globos de aire caliente. Giré el rostro cuando la tuve a un lado y sonreí, sólo eso al escuchar sus palabras, hablaba como una persona del doble de sus años y la admiré por eso, poseía armas valiosas y conservaba el ímpetu de alguien tan joven. De algún modo y guardando las proporciones, me recordó a mí mismo a esa edad –misma que sólo calculaba al no saberla con certeza- cuando me fijé en Joan y me enamoré de ella, menor que yo porque tal parece que soy experto en no seguir reglas, cuando decidí dejar las matemáticas a un lado en pos de si sueño absurdo de ser escritor, porque… insisto, si la lógica dictaba que mi destino era ser grande en los números, preferí ser feliz en las letras.
Tomé un libro al azar, no lo abrí, sólo me bastó con sentir la textura de su cubierta para sentirme anclado al momento, eso y su presencia que cada vez me parecía más indispensable para no morir de aburrimiento. Alguien como yo se aburre en extremo fácil, por eso mismo dejé Londres, una urbe para nada tediosa y que comenzó a parecerlo para mí. Ella era un salmón que nada contracorriente, que me recuerda como es ese ejercicio de batallar con el adocenamiento natural de esta, la raza humana. Fui a decir algo pero entonces se movió y la seguí con la mirada, dejé el libro que había tomado sobre una mesa donde se dejaban todos los libros para que alguien los regresara a su lugar y alcé ambas cejas al comprobar su trayectoria hasta donde un rótulo indicaba que era ahí donde Pitágoras y Tales de Mileto yacían con sus teoremas y todo. Reí, de ningún modo con burla, reí de sincera felicidad cuando abrió la boca de nuevo, cada vez que hablaba me sorprendía y fascinaba más y aprendía más yo de ella que ella de mí, aunque me gustaba pensar que era recíproco el aprendizaje. Esperé a que relatara la historia, una que yo conocía bien y una vez que terminó asentí, asentí aun repasando sus palabras en mi mente.
-Si no me equivoco –apunté –es una historia china, pero puedo estar equivocado, a un viejo como yo suele fallarle la memoria –ni era tan viejo, ni me fallaba tanto la memoria, pero en realidad no tenía una certeza del cien por ciento y eso me hizo sentir todos mis años vividos de golpe, quizá era solamente que poseía demasiados datos en mi cabeza y éstos se atropellaban y tapaban unos con otros. Me acerqué hasta quedar a su lado, hombro con hombro para ambos poder mirar las páginas del cuadernillo de actividades que tenía en las manos –los datos curiosos siempre me han parecido los más interesantes, como ese dicho que reza que lo importante está en los detalles –giré el rostro para verla, sonreí o quizá la sonrisa no me había abandonado en un buen rato.
-Juguemos –acepté y la tomé de un brazo, sólo un contacto educado y sutil y con la otra mano señalé una mesa para sentarnos, busqué un bolígrafo en el interior de mi saco pero recordé que lo había dejado en el escritorio que antes habíamos ocupado y que seguramente ya no estaría ahí. Ya nos las arreglaríamos. No dije nada sobre ese don mío que refiere a la aritmética y demás disciplinas matemáticas, íbamos a jugar en igualdad de condiciones-. Tiene años, décadas y no miento, que no me siento a jugar algo así –era porque para alguien como yo dejaron de representar reto, me entretenía más con teoremas que supuestamente eran imposibles, y que en efecto, a la fecha no había logrado descifrar. Es como alguien que nace con habilidad para tocar el piano, así mismo mi habilidad son los números, nací con eso, no puedo desprenderme de lo que puede ser una bendición o la más cruel de las maldiciones; yo prefería tomarlo como un rasgo más de mi personalidad, no atormentarme, era como que mis ojos son verdes y que no soy muy alto, sólo una característica más para describir mi persona, no dejaría que un regalo que no pedí me definiera, pero tampoco huiría de él, que al final eso resultaba lo mismo, vivir en función a algo que, no podía negar, era poderoso y valioso, no calzaba con mis metas.
-Elije –le pedí –comencemos con algo sencillo.
Tomé un libro al azar, no lo abrí, sólo me bastó con sentir la textura de su cubierta para sentirme anclado al momento, eso y su presencia que cada vez me parecía más indispensable para no morir de aburrimiento. Alguien como yo se aburre en extremo fácil, por eso mismo dejé Londres, una urbe para nada tediosa y que comenzó a parecerlo para mí. Ella era un salmón que nada contracorriente, que me recuerda como es ese ejercicio de batallar con el adocenamiento natural de esta, la raza humana. Fui a decir algo pero entonces se movió y la seguí con la mirada, dejé el libro que había tomado sobre una mesa donde se dejaban todos los libros para que alguien los regresara a su lugar y alcé ambas cejas al comprobar su trayectoria hasta donde un rótulo indicaba que era ahí donde Pitágoras y Tales de Mileto yacían con sus teoremas y todo. Reí, de ningún modo con burla, reí de sincera felicidad cuando abrió la boca de nuevo, cada vez que hablaba me sorprendía y fascinaba más y aprendía más yo de ella que ella de mí, aunque me gustaba pensar que era recíproco el aprendizaje. Esperé a que relatara la historia, una que yo conocía bien y una vez que terminó asentí, asentí aun repasando sus palabras en mi mente.
-Si no me equivoco –apunté –es una historia china, pero puedo estar equivocado, a un viejo como yo suele fallarle la memoria –ni era tan viejo, ni me fallaba tanto la memoria, pero en realidad no tenía una certeza del cien por ciento y eso me hizo sentir todos mis años vividos de golpe, quizá era solamente que poseía demasiados datos en mi cabeza y éstos se atropellaban y tapaban unos con otros. Me acerqué hasta quedar a su lado, hombro con hombro para ambos poder mirar las páginas del cuadernillo de actividades que tenía en las manos –los datos curiosos siempre me han parecido los más interesantes, como ese dicho que reza que lo importante está en los detalles –giré el rostro para verla, sonreí o quizá la sonrisa no me había abandonado en un buen rato.
-Juguemos –acepté y la tomé de un brazo, sólo un contacto educado y sutil y con la otra mano señalé una mesa para sentarnos, busqué un bolígrafo en el interior de mi saco pero recordé que lo había dejado en el escritorio que antes habíamos ocupado y que seguramente ya no estaría ahí. Ya nos las arreglaríamos. No dije nada sobre ese don mío que refiere a la aritmética y demás disciplinas matemáticas, íbamos a jugar en igualdad de condiciones-. Tiene años, décadas y no miento, que no me siento a jugar algo así –era porque para alguien como yo dejaron de representar reto, me entretenía más con teoremas que supuestamente eran imposibles, y que en efecto, a la fecha no había logrado descifrar. Es como alguien que nace con habilidad para tocar el piano, así mismo mi habilidad son los números, nací con eso, no puedo desprenderme de lo que puede ser una bendición o la más cruel de las maldiciones; yo prefería tomarlo como un rasgo más de mi personalidad, no atormentarme, era como que mis ojos son verdes y que no soy muy alto, sólo una característica más para describir mi persona, no dejaría que un regalo que no pedí me definiera, pero tampoco huiría de él, que al final eso resultaba lo mismo, vivir en función a algo que, no podía negar, era poderoso y valioso, no calzaba con mis metas.
-Elije –le pedí –comencemos con algo sencillo.
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Me quedé en silencio escuchando, no estoy segura si era a él o a mi subconsciente. Pero durante un prologando tiempo permanecí callada como si alguien o algo mantuviese su mano sobre mis labios impidiendo que las palabras se escaparan de ellos. No se trató de una situación alarmante, ni siquiera puedo asegurar que el señor Ranald se háyase dado cuenta de esa pequeña posesión que sufrí con respecto a la nada. Mordía mi labio inferior por inercia, la pequeña libreta matemática aún se resguardaba en mis brazos, había algo en ella que me atraía demasiado y, lejos de cualquier pensamiento racional, el escaparme entre sus páginas suponía una fantasía más viable que cualquier cuento de hadas que se contase a un niño. El caballero me tomó del brazo con esa envidiable educación a la cual era acreedor, resultaba bastante difícil el encontrar a una persona con su capacidad de tolerancia y humildad, cualquier otro me había propiciado una bofetada en el rostro sólo por la insolencia de tomar uno de esos libros e intentar encontrar la resolución de los problemas que contenían en sus páginas. Caminé a su lado, ensimismada aún en mis propios pensamientos. Ignoraba la cantidad de curiosidad que despertaba en él, así como él debería serle indiferente en el por qué de mi cambiante actitud. Al sentarnos frente a la mesa tomé una de las decisiones más valiosas hasta el momento. Compartiría con él el enigma que encerraban las páginas de ese libro anónimo y la terrible curiosidad que en mí despertaba.
-Adoro su chiste, sobre lo sencillo de las matemáticas, Mosieur- Comenté. Quizá yo haya estado en un lapso perdido del tiempo, pero mis sentidos habían capturado la conversación en un plano que desconocía, ergo, pude responder como si no hubiese pasado nada en lo absoluto. –pero tengo el ligero presentimiento que esto le resultará un poco más difícil que cualquier juego al que se haya encontrado- Me encogí ligeramente de hombros. No quería adentrarme en sus pensamientos y juzgar que le parecería absurda la idea que yo poseía sobre ese cuadernillo. Cualquiera podría deducir mi incapacidad matemática en lo que respecta a ese conjunto de hojas carentes de retos posibles, sin embargo, el hecho de que sólo hubiese encontrado el resultado de dos cuadros, de debía a que las páginas de ese libro tenían un código que –al parecer- sólo yo había podido descubrir. Lo abrí y se lo mostré con los múltiples garabatos que alguien tachó a manera de anotación en la cordillera de las primeras hojas. Señalé el número de página de la segunda y después le di vuelta a la tercera para mostrar el encabezado. Giré el cuadernillo para que Ranald lo apreciara de cabeza y las finas líneas que poseía en su grabado generaban un par de símbolos. –Eso no es todo- Saqué del bolso un pequeño espejo ¡Una mujer jamás sale de casa sin un espejo! Cierto, cierto… pero yo utilizaba ese artefacto para algo más práctico que enardecer la vanidad femenina. Lo coloqué de modo que esos jeroglíficos se reflejaran en él. -¿Fascinante, no?- Levanté la vista a él insegura de lo que pudiese pensar. Al observar su expresión acuné una mueca y entonces añadí –Son egipcios, pero aún no sé lo que dice… además- Aparté el espejo y me fui directo a las últimas páginas del cuadernillo –Esto es una pista ¡Estoy segura!- Señalé la frase.
Había estado trabajando en ese texto durante los últimos meses y lo único que había conseguido era sacar nombres poco familiares que no poseían ninguna relación entre sí y la verdad comenzaba a desesperarme, pero el deseo por descubrir el secreto que esa libreta escondía, incitaba a mi mente para no rendirse. –Estas de aquí- Señalé un par de caracteres números dentro de un cuadro mágico. –Son coordenadas geográficas y apuntan a Egipto, pero gracias a mi ignorancia no sé qué punto en específico. Es extraño y quizá sólo sea producto de mi paranoia, juzgue usted y dígame… ¿Éste misterio le resulta fácil de resolver?- Dejé el libro en paz para que él pudiese revisarlo sin ningún compromiso. Desvié la mirada hasta la bibliotecaria que nos observaba desde su lugar haciendo anotaciones en un pedazo de papel y buscando la cera para sellar el sobre de lo que parecía ser una carta. Ignoré el exterior, la lluvia y el sonido de los truenos sobre el manto celeste. El ajetreo de la ciudad me resultaba estoico a comparación de lo que tenía ahí dentro, frente a mí y no sólo me refiero al hecho del olor añejo de los libros o lo infinito de sus conocimientos, en ese tiempo, me di cuenta de que la Misantropía no era aplicable a la humanidad en general, sólo a aquella que me despierta cierta alergia. Ranald se encontraba del otro lado de la balanza y, al igual que con los egipcios, asegura que su corazón pesaba lo mismo que la pluma…
-Adoro su chiste, sobre lo sencillo de las matemáticas, Mosieur- Comenté. Quizá yo haya estado en un lapso perdido del tiempo, pero mis sentidos habían capturado la conversación en un plano que desconocía, ergo, pude responder como si no hubiese pasado nada en lo absoluto. –pero tengo el ligero presentimiento que esto le resultará un poco más difícil que cualquier juego al que se haya encontrado- Me encogí ligeramente de hombros. No quería adentrarme en sus pensamientos y juzgar que le parecería absurda la idea que yo poseía sobre ese cuadernillo. Cualquiera podría deducir mi incapacidad matemática en lo que respecta a ese conjunto de hojas carentes de retos posibles, sin embargo, el hecho de que sólo hubiese encontrado el resultado de dos cuadros, de debía a que las páginas de ese libro tenían un código que –al parecer- sólo yo había podido descubrir. Lo abrí y se lo mostré con los múltiples garabatos que alguien tachó a manera de anotación en la cordillera de las primeras hojas. Señalé el número de página de la segunda y después le di vuelta a la tercera para mostrar el encabezado. Giré el cuadernillo para que Ranald lo apreciara de cabeza y las finas líneas que poseía en su grabado generaban un par de símbolos. –Eso no es todo- Saqué del bolso un pequeño espejo ¡Una mujer jamás sale de casa sin un espejo! Cierto, cierto… pero yo utilizaba ese artefacto para algo más práctico que enardecer la vanidad femenina. Lo coloqué de modo que esos jeroglíficos se reflejaran en él. -¿Fascinante, no?- Levanté la vista a él insegura de lo que pudiese pensar. Al observar su expresión acuné una mueca y entonces añadí –Son egipcios, pero aún no sé lo que dice… además- Aparté el espejo y me fui directo a las últimas páginas del cuadernillo –Esto es una pista ¡Estoy segura!- Señalé la frase.
Había estado trabajando en ese texto durante los últimos meses y lo único que había conseguido era sacar nombres poco familiares que no poseían ninguna relación entre sí y la verdad comenzaba a desesperarme, pero el deseo por descubrir el secreto que esa libreta escondía, incitaba a mi mente para no rendirse. –Estas de aquí- Señalé un par de caracteres números dentro de un cuadro mágico. –Son coordenadas geográficas y apuntan a Egipto, pero gracias a mi ignorancia no sé qué punto en específico. Es extraño y quizá sólo sea producto de mi paranoia, juzgue usted y dígame… ¿Éste misterio le resulta fácil de resolver?- Dejé el libro en paz para que él pudiese revisarlo sin ningún compromiso. Desvié la mirada hasta la bibliotecaria que nos observaba desde su lugar haciendo anotaciones en un pedazo de papel y buscando la cera para sellar el sobre de lo que parecía ser una carta. Ignoré el exterior, la lluvia y el sonido de los truenos sobre el manto celeste. El ajetreo de la ciudad me resultaba estoico a comparación de lo que tenía ahí dentro, frente a mí y no sólo me refiero al hecho del olor añejo de los libros o lo infinito de sus conocimientos, en ese tiempo, me di cuenta de que la Misantropía no era aplicable a la humanidad en general, sólo a aquella que me despierta cierta alergia. Ranald se encontraba del otro lado de la balanza y, al igual que con los egipcios, asegura que su corazón pesaba lo mismo que la pluma…
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Fecha de inscripción : 08/01/2012
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Tracé la trayectoria de sus movimientos con mi mirada y de vez en cuando dibujaba en el aire las circunferencias de ciertos movimientos, de sus brazos o sus pasos, el ángulo en el que sostenía el cuadernillo de ejercicios, incluso la parábola de su sonrisa si es que vestía una en el momento que la veía. Una parábola, me pareció el término más adecuado, la curvatura de sus labios, claro, pero también una metonimia del momento, una metáfora simbólica de algo más que, en ese momento, carecí de respuesta, pero estuve seguro el tiempo me daría una, vendría sola, no iba a tener que buscarla. A veces me embebía tanto en asuntos de números que no me daba cuenta que ya había caminado del punto A al punto B y estaba en mi destino, como esa tarde de lluvia, que por estar calculando los recorridos de mi cómplice vespertina, no me di cuenta que estaba sentando en un escritorio hasta que dejé de pensar en aritmética y figuras literarias (¡vaya combinación!). Alcé la vista para comprobarla a mi lado, y ella me pareció tan entusiasmada con la empresa que íbamos a llevar a cabo que me contagió un poco a decir verdad. Las matemáticas a su lado iban a volver a ser un reto y eso se sintió como algo completamente nuevo. Que alguien me hiciera sentir algo nuevo, a mis años, era un hito.
Hice un ademán con la mano restándole importancia a lo que decía sobre mi actitud hacia las matemáticas, era complicado de explicar por decir lo menos y aquella vez lo que desee de verdad fue divertirme, no encontrarle ese sentido estrictamente lógico que requiere la materia, más bien, conducir a Samantha, sorprenderme de nuevo. Jugar. Sus palabras elevaron mis expectativas sobre una base que me decía con ahínco que no iba a resultar decepcionado, ¿cómo lo sabía? ¿Cómo podía asegurar tal cosa? No tenía ni la más mínima idea, simplemente era así, lo sabía.
-Veamos –respondí, listo para el reto, que suponía vendría más de ella que del libro que consultábamos en sí. Observé lo que me señalaba, anotaciones anónimas, quise preguntar si ella las había hecho pues habían llegado a unas conclusiones bastante plausibles (que tendrían que ser comprobadas, pero vaya, era un gran logro), sin embargo no pude, ella entonces me mostraba el secreto ulterior que aquello escondía, miré concienzudamente y fascinado el reflejo, que formaban un todo, que hablaba en un lenguaje más allá de lo que los ojos podían captar-. Fascinante –susurré, más como un pensamiento vocalizado que un iniciador de conversación.
Pero aquello no se detuvo ahí y ella me siguió mostrando, la observé mientras ella me explicaba, concentrada en las páginas y luego fijé mis ojos en esos misterios y acertijos. Había llegado bastante lejos, quizá yo, tan distraído a veces, no hubiese podido llegar a esos resultados y lo hubiese dejado por la paz, pensando que sólo se trataba de una broma. Su curiosidad no dejaba de sorprenderme, y su habilidad también. No dije nada por un rato y un poco ansioso, tomé yo el libro para poder revisar todo de primera mano.
-Bueno, si he de ser sincero, mis conocimientos sobre Egipto están un poco oxidados –dije en tono cándido mirándola fugazmente y luego regresando mi atención a lo que nos atañía –si mal no recuerdo, los egipcios eran fanáticos de los símbolos, es decir, es obvio que los jeroglíficos son ideogramas, a lo que me refiero es que a veces escribían algo pero querían decir otra cosa, quien quisiera enterarse debía descifrarlo, y creo que estamos frente a algo así… -sonreí y dejé el libro en medio de ambos, con la palma extendida sobre el papel –desde luego se tienen que saber matemáticas, pero creo que es el inicio, también se debe tener cierto conocimiento de lingüística y al final nos enteraremos del mensaje, y si recuerdo bien mis clases de Historia, debe ser algo sobre Horus… les encantaba hablar sobre Horus –bromeé, pero sí, era probable que el mensaje se tratara de algo sobre su cosmología. Alcé el dedo índice como si fuese a decir algo pero no lo hice, en cambio, me puse de pie abruptamente y regresé a los estantes de libros.
Fui directo a la sección de Geografía y tomé un Atlas para luego regresar a donde Samantha me esperaba, no dije nada, abrí el libro y comencé a buscar.
-Empecemos por definir esas coordenadas, que de navegante no tengo nada –expliqué entonces el motivo de la presencia del Atlas en nuestra mesa con tono cándido-. Aquí –señalé con un dedo un punto en uno de los mapas y se lo mostré –Edfu, una ciudad sagrada, pero podemos estar equivocados, Luxor está muy cerca y podría tratarse de ese sitio también –románticamente me gustaba más la idea de que se tratara de la primera ciudad, por su importancia para el dios creador de los antiguos habitantes de la cuenca del Nilo, pero era sólo una idea tonta basada en nada-. Se me ocurre… -continué sin dejar de señalar el mapa –dotar a cada símbolo de un valor, y luego a ese valor asignarle un significado para formar el mensaje, si es que de eso se trata –reí. No respondí directamente a su pregunta, porque no sabía si me iba a resultar fácil resolver el problema ante nosotros, lo que me interesaba más en realidad, era el proceso, ser cómplice de Samantha, convertirnos en arqueólogos por un rato descubriendo una tumba faraónica.
Hice un ademán con la mano restándole importancia a lo que decía sobre mi actitud hacia las matemáticas, era complicado de explicar por decir lo menos y aquella vez lo que desee de verdad fue divertirme, no encontrarle ese sentido estrictamente lógico que requiere la materia, más bien, conducir a Samantha, sorprenderme de nuevo. Jugar. Sus palabras elevaron mis expectativas sobre una base que me decía con ahínco que no iba a resultar decepcionado, ¿cómo lo sabía? ¿Cómo podía asegurar tal cosa? No tenía ni la más mínima idea, simplemente era así, lo sabía.
-Veamos –respondí, listo para el reto, que suponía vendría más de ella que del libro que consultábamos en sí. Observé lo que me señalaba, anotaciones anónimas, quise preguntar si ella las había hecho pues habían llegado a unas conclusiones bastante plausibles (que tendrían que ser comprobadas, pero vaya, era un gran logro), sin embargo no pude, ella entonces me mostraba el secreto ulterior que aquello escondía, miré concienzudamente y fascinado el reflejo, que formaban un todo, que hablaba en un lenguaje más allá de lo que los ojos podían captar-. Fascinante –susurré, más como un pensamiento vocalizado que un iniciador de conversación.
Pero aquello no se detuvo ahí y ella me siguió mostrando, la observé mientras ella me explicaba, concentrada en las páginas y luego fijé mis ojos en esos misterios y acertijos. Había llegado bastante lejos, quizá yo, tan distraído a veces, no hubiese podido llegar a esos resultados y lo hubiese dejado por la paz, pensando que sólo se trataba de una broma. Su curiosidad no dejaba de sorprenderme, y su habilidad también. No dije nada por un rato y un poco ansioso, tomé yo el libro para poder revisar todo de primera mano.
-Bueno, si he de ser sincero, mis conocimientos sobre Egipto están un poco oxidados –dije en tono cándido mirándola fugazmente y luego regresando mi atención a lo que nos atañía –si mal no recuerdo, los egipcios eran fanáticos de los símbolos, es decir, es obvio que los jeroglíficos son ideogramas, a lo que me refiero es que a veces escribían algo pero querían decir otra cosa, quien quisiera enterarse debía descifrarlo, y creo que estamos frente a algo así… -sonreí y dejé el libro en medio de ambos, con la palma extendida sobre el papel –desde luego se tienen que saber matemáticas, pero creo que es el inicio, también se debe tener cierto conocimiento de lingüística y al final nos enteraremos del mensaje, y si recuerdo bien mis clases de Historia, debe ser algo sobre Horus… les encantaba hablar sobre Horus –bromeé, pero sí, era probable que el mensaje se tratara de algo sobre su cosmología. Alcé el dedo índice como si fuese a decir algo pero no lo hice, en cambio, me puse de pie abruptamente y regresé a los estantes de libros.
Fui directo a la sección de Geografía y tomé un Atlas para luego regresar a donde Samantha me esperaba, no dije nada, abrí el libro y comencé a buscar.
-Empecemos por definir esas coordenadas, que de navegante no tengo nada –expliqué entonces el motivo de la presencia del Atlas en nuestra mesa con tono cándido-. Aquí –señalé con un dedo un punto en uno de los mapas y se lo mostré –Edfu, una ciudad sagrada, pero podemos estar equivocados, Luxor está muy cerca y podría tratarse de ese sitio también –románticamente me gustaba más la idea de que se tratara de la primera ciudad, por su importancia para el dios creador de los antiguos habitantes de la cuenca del Nilo, pero era sólo una idea tonta basada en nada-. Se me ocurre… -continué sin dejar de señalar el mapa –dotar a cada símbolo de un valor, y luego a ese valor asignarle un significado para formar el mensaje, si es que de eso se trata –reí. No respondí directamente a su pregunta, porque no sabía si me iba a resultar fácil resolver el problema ante nosotros, lo que me interesaba más en realidad, era el proceso, ser cómplice de Samantha, convertirnos en arqueólogos por un rato descubriendo una tumba faraónica.
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Las emociones se desbordaban desde mi interior. No había tenido la oportunidad de mostrarle a alguien mi trabajo, la razón por la cual me encaminaba hasta la biblioteca cada fin de semana y no salía de ahí hasta que la bibliotecaria me despedía con disgusto. Incluso a ella le había llegado al límite de la paciencia, no me comprendía, ni siquiera prestaba atención a lo que intentaba confesarle pues para ella sólo la literatura romántica valía la pena y es una completa ironía que su mente se desperdiciara entre esas novelas de fatídicos amores que jamás terminan bien por las complicaciones del estatus social. Con todo el tiempo que esa mujer tenía, la experiencia y la biblioteca para ella sola, yo… yo podría ser la chica más feliz en todo el bendito mundo. Pero por supuesto, ella no era yo y yo jamás me podría comparar con el aprendizaje escondido en las ojeras de esa dama. Ahora estaba ahí, frente a un hombre al que bien podría reconocer como mi padre y apostaba la vida a que si mi naturaleza fuese la correcta, ya habría corrido a sus brazos para aférrame a él y besarlo con la misma pasión en que Safo amaba a Afrodita.
Me quedé en silencio, entusiasmada, escuchando cada una de sus palabras y gravando como una memoria fotográfica, cada gesto de Ranald, me parecía increíblemente perfecto, hermoso como sólo el hombre podría serlo, pero no de esa forma morbosa en la que –obligada por mi deseo- veo a las mujeres. ¡Dios! ¿Acaso me estás castigando? Las arrugas de sus manos, las líneas en su rostro, la mirada atenta e interesada en algo que una mujer le había ofrecido ¿Era él un símbolo masculino perdido en la creación? Porque sí, él escapaba a todos mis berrinches y teorías sobre el machismo. Asentí un par de veces, realmente comprendía lo que me decía pero me sentía como una bruta al no poder concretar los pensamientos sobre el papel. Entonces en el momento en que él mencionó el nombre de aquel dios, algo me golpeó en la cara como una revelación mortuoria -¡Eso es!- Exclamé levantándome sin pensarlo. Fruncí el ceño, mi mente trabajaba sola e indiferente a mi consciencia. Me encerré en una cabina obscura en donde las letras comenzaron a hacer de las suyas, los recuerdos y las frases leídas años atrás comenzaban a tener sentido en todo lo que se presentaba ante mí. Era una gigantesca ola calurosa de verdades olvidadas –La venganza de Horus- susurré encontrando la liga perfecta que conjuga toda esa teoría sobre el antiguo Egipto. Me mordí el labio inferior. –Tendría que ser Edfu, ahí está edificado el templo a Horus. No tendría caso dirigirnos a Luxor si ahí no hay nada que represente a Horus a menos que…- Me quedé callada siguiendo el rumbo de sus pensamientos –¿Un valor matemático?- Pregunté pero no era necesaria la respuesta.
Volví a sentarme meditando, había pasajes en mi cabeza que me hacían recordar algunas de las épicas historias de Egipto, pero la verdad es que me resultaba un tanto difícil poderlas relacionar dada mi fascinación por la mitología griega. Me dejé caer sobre la mesa con los brazos estirados, observando el papel del cuadernillo. –Si esto habla sobre Horus, lo más probable es que se refiera al texto perdido sobre la venganza, básicamente el desenlace de la misma. Según entiendo, si la memoria no me falla. Algunos de los acontecimientos develados, no cuadran a la perfección sobre lo que se encuentra enterrado en el templo de Edfu, no sería extraordinario creer que las traducciones sobre la leyenda han sido erróneas, de hecho algunos de los autores aún no logran ponerse de acuerdo, pero… - Me encogí de hombros. Suena imposible que yo, con tan sólo diecisiete años de edad estuviese desdeñando a quienes han dedicado toda una vida en desentrañar los secretos de una antigua civilización –Es sólo una teoría basada en instinto lógico, sin embargo… - Levanté la cabeza clavando la vista fijamente en él. Ignoré la chispa destellante en color azul de mis ojos, la euforia en el tono de mi voz o lo colorado de mis mejillas, para mí nada de eso tenía sentido, no cuando me encontraba frente a algo tan perfecto como ese instante -¿Se imagina lo que pasaría si fuésemos nosotros quienes encuentren el final para este mítico enigma?- Lejos de cualquier cosa, no me refería a la fama, mucho menos a la importancia que tomarían nuestras vidas a partir del descubrimiento, era algo más transcendental, el sólo hecho de poder dar respuesta a algo que se cree imposible es… es una sensación indescriptible. –Oh, sólo me estoy adelantando a los hechos y creando absurdas fantasías- Sacudí la cabeza y, con la misma rapidez en la que el entusiasmo me embargó, todo atisbo de ilusión desapareció.
Me quedé en silencio, entusiasmada, escuchando cada una de sus palabras y gravando como una memoria fotográfica, cada gesto de Ranald, me parecía increíblemente perfecto, hermoso como sólo el hombre podría serlo, pero no de esa forma morbosa en la que –obligada por mi deseo- veo a las mujeres. ¡Dios! ¿Acaso me estás castigando? Las arrugas de sus manos, las líneas en su rostro, la mirada atenta e interesada en algo que una mujer le había ofrecido ¿Era él un símbolo masculino perdido en la creación? Porque sí, él escapaba a todos mis berrinches y teorías sobre el machismo. Asentí un par de veces, realmente comprendía lo que me decía pero me sentía como una bruta al no poder concretar los pensamientos sobre el papel. Entonces en el momento en que él mencionó el nombre de aquel dios, algo me golpeó en la cara como una revelación mortuoria -¡Eso es!- Exclamé levantándome sin pensarlo. Fruncí el ceño, mi mente trabajaba sola e indiferente a mi consciencia. Me encerré en una cabina obscura en donde las letras comenzaron a hacer de las suyas, los recuerdos y las frases leídas años atrás comenzaban a tener sentido en todo lo que se presentaba ante mí. Era una gigantesca ola calurosa de verdades olvidadas –La venganza de Horus- susurré encontrando la liga perfecta que conjuga toda esa teoría sobre el antiguo Egipto. Me mordí el labio inferior. –Tendría que ser Edfu, ahí está edificado el templo a Horus. No tendría caso dirigirnos a Luxor si ahí no hay nada que represente a Horus a menos que…- Me quedé callada siguiendo el rumbo de sus pensamientos –¿Un valor matemático?- Pregunté pero no era necesaria la respuesta.
Volví a sentarme meditando, había pasajes en mi cabeza que me hacían recordar algunas de las épicas historias de Egipto, pero la verdad es que me resultaba un tanto difícil poderlas relacionar dada mi fascinación por la mitología griega. Me dejé caer sobre la mesa con los brazos estirados, observando el papel del cuadernillo. –Si esto habla sobre Horus, lo más probable es que se refiera al texto perdido sobre la venganza, básicamente el desenlace de la misma. Según entiendo, si la memoria no me falla. Algunos de los acontecimientos develados, no cuadran a la perfección sobre lo que se encuentra enterrado en el templo de Edfu, no sería extraordinario creer que las traducciones sobre la leyenda han sido erróneas, de hecho algunos de los autores aún no logran ponerse de acuerdo, pero… - Me encogí de hombros. Suena imposible que yo, con tan sólo diecisiete años de edad estuviese desdeñando a quienes han dedicado toda una vida en desentrañar los secretos de una antigua civilización –Es sólo una teoría basada en instinto lógico, sin embargo… - Levanté la cabeza clavando la vista fijamente en él. Ignoré la chispa destellante en color azul de mis ojos, la euforia en el tono de mi voz o lo colorado de mis mejillas, para mí nada de eso tenía sentido, no cuando me encontraba frente a algo tan perfecto como ese instante -¿Se imagina lo que pasaría si fuésemos nosotros quienes encuentren el final para este mítico enigma?- Lejos de cualquier cosa, no me refería a la fama, mucho menos a la importancia que tomarían nuestras vidas a partir del descubrimiento, era algo más transcendental, el sólo hecho de poder dar respuesta a algo que se cree imposible es… es una sensación indescriptible. –Oh, sólo me estoy adelantando a los hechos y creando absurdas fantasías- Sacudí la cabeza y, con la misma rapidez en la que el entusiasmo me embargó, todo atisbo de ilusión desapareció.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Aunque uno de mis pasatiempos favoritos siempre ha sido resolver algunos de los teoremas más intrincados conocidos por el hombre, porque sí, ese tipo de cosas son mi diversión, mi entretenimiento, mí salida de escape cuando la inspiración de escritor no viene, el respiro cuando las letras me ahogan, pero que me siente a tratar de resolverlos no quiere decir que de hecho los resuelva, a veces paso horas, días enteros con miles de anotaciones y posibles respuestas pero nada conclusivo y cuando los números me asfixiaban, regresaba a las letras como remansos de paz; jamás me había topado con algo comparado al acertijo que se erigió frente a mí y frente a Samantha como monolito inscrito en antiguo idioma egipcio, como monumento a los faraones caídos, a los dioses con cabeza de chacal. Y aunque no se trataba de una empresa de vida o muerte, en ese instante sentí la urgencia de, en compañía de tan adorable joven, desentrañar el misterio.
Miré fijamente el papel en el que todo estaba impreso pero parecía no sólo en un idioma incomprensible para mí, sino en un alfabeto completamente distinto, algo que jamás había visto, y por supuesto, me sentía perdido como un niño pequeño. Trataba de buscarle conexiones, significados, algo, lo que fuera cuando ella se puso de pie abruptamente, alcé la mirada para verla y al escucharla algo hizo clic en mi interior. «La venganza de Horus» había dicho en un tono de voz que se confundió con el runrún del exterior, pero que alcancé a percibir y aunque había escuchado algo al respecto, pero no podía considerarme un experto sobre el tema, me sonaba conocido, como si hubiese escuchado o leído sobre ello en el pasado pero sólo superficialmente y este leve conocimiento hubiese quedado enterrado entre tantas otras cosa que he leído a lo largo de mi vida. Sin embargo, a pesar de este breve lapsus, algo tuvo más fuerza y fue la expresión encantadora en el rostro de Samantha, la observé ahí de pie frente a mí y sonreí, porque era inteligente y feroz, pero no dejaba de ser una jovencita fresca y lozana. Y pensé en mi hija muerta, ¿cómo no hacerlo?
La escuché cuando se hubo sentado de nuevo y estuvo más sosegada, entrelacé las manos y asentía cada determinado tiempo comprendiendo lo que decía, hilando algunas cosas con algunos datos que yo mismo poseía, datos sueltos y que bien podían ser mentira, inventados por mí, a lo mejor leídos por ahí en algún libro de ficción y traducidos en el momento como verdades científicas. Incliné la cabeza cuando ella hizo una pausa.
-Pero suena… -hice una pausa y rectifiqué –tiene sentido, creo que debemos explorar la sección de Historia de esta biblioteca para no avanzar a ciegas –señalé con el pulgar sobre mi hombro y no pude decir más, ella continuó hablando y esta sonreí de verdad, con ganas al escucharla y me halagó profundamente todo aquello y al último estiré una mano, me atreví a tocarla esperando que no se lo tomara a mal, tomé su antebrazo con fuerza pero delicadeza a su vez y por alguna razón me disgustó lo que dijo, no al grado de querer pararme e irme, no de ese modo, sino como si ella hubiese perdido algo y yo tenía el deber de regresárselo, algo más bien cómo: -¿pero qué dices? La civilización entera está construida a base de absurdas fantasías, si nadie nunca hubiese soñado con este edificio… -miré al techo, la majestuosidad de la biblioteca que nos albergaba, sus arcos y estructuras, sus ángulos y líneas -¿quién lo hubiera construido? –era eso, ella tan joven, más que nadie, más que yo, debía soñar, era casi su deber y no iba a permitir que fuese de otro modo. Suspiré –sé que esto no será fácil –señalé el escritorio que ocupábamos, poco a poco comenzaba a llenar de libros abiertos y estuve seguro que ahí no acabaría –pero será entretenido, el secreto, creo yo, va a consistir en no desesperarnos –por mi parte podía admitir que era sumamente paciente y esperaba que ella también lo fuera, si no y decidía continuar, tendría que aprender a serlo.
-Entonces, ¿me acompañas a esa excursión a la sección de Historia? –me puse de pie y le sonreí, ofrecí mi mano, seguía en ese papel de arqueólogo explorando mundos desconocidos, pero no podía continuar sin mi compañera, sin esa que había propiciado todo. La quería… no, la necesitaba a mi lado esta tarde para resolver el acertijo y convertirlo en nuestro preciado secreto.
Miré fijamente el papel en el que todo estaba impreso pero parecía no sólo en un idioma incomprensible para mí, sino en un alfabeto completamente distinto, algo que jamás había visto, y por supuesto, me sentía perdido como un niño pequeño. Trataba de buscarle conexiones, significados, algo, lo que fuera cuando ella se puso de pie abruptamente, alcé la mirada para verla y al escucharla algo hizo clic en mi interior. «La venganza de Horus» había dicho en un tono de voz que se confundió con el runrún del exterior, pero que alcancé a percibir y aunque había escuchado algo al respecto, pero no podía considerarme un experto sobre el tema, me sonaba conocido, como si hubiese escuchado o leído sobre ello en el pasado pero sólo superficialmente y este leve conocimiento hubiese quedado enterrado entre tantas otras cosa que he leído a lo largo de mi vida. Sin embargo, a pesar de este breve lapsus, algo tuvo más fuerza y fue la expresión encantadora en el rostro de Samantha, la observé ahí de pie frente a mí y sonreí, porque era inteligente y feroz, pero no dejaba de ser una jovencita fresca y lozana. Y pensé en mi hija muerta, ¿cómo no hacerlo?
La escuché cuando se hubo sentado de nuevo y estuvo más sosegada, entrelacé las manos y asentía cada determinado tiempo comprendiendo lo que decía, hilando algunas cosas con algunos datos que yo mismo poseía, datos sueltos y que bien podían ser mentira, inventados por mí, a lo mejor leídos por ahí en algún libro de ficción y traducidos en el momento como verdades científicas. Incliné la cabeza cuando ella hizo una pausa.
-Pero suena… -hice una pausa y rectifiqué –tiene sentido, creo que debemos explorar la sección de Historia de esta biblioteca para no avanzar a ciegas –señalé con el pulgar sobre mi hombro y no pude decir más, ella continuó hablando y esta sonreí de verdad, con ganas al escucharla y me halagó profundamente todo aquello y al último estiré una mano, me atreví a tocarla esperando que no se lo tomara a mal, tomé su antebrazo con fuerza pero delicadeza a su vez y por alguna razón me disgustó lo que dijo, no al grado de querer pararme e irme, no de ese modo, sino como si ella hubiese perdido algo y yo tenía el deber de regresárselo, algo más bien cómo: -¿pero qué dices? La civilización entera está construida a base de absurdas fantasías, si nadie nunca hubiese soñado con este edificio… -miré al techo, la majestuosidad de la biblioteca que nos albergaba, sus arcos y estructuras, sus ángulos y líneas -¿quién lo hubiera construido? –era eso, ella tan joven, más que nadie, más que yo, debía soñar, era casi su deber y no iba a permitir que fuese de otro modo. Suspiré –sé que esto no será fácil –señalé el escritorio que ocupábamos, poco a poco comenzaba a llenar de libros abiertos y estuve seguro que ahí no acabaría –pero será entretenido, el secreto, creo yo, va a consistir en no desesperarnos –por mi parte podía admitir que era sumamente paciente y esperaba que ella también lo fuera, si no y decidía continuar, tendría que aprender a serlo.
-Entonces, ¿me acompañas a esa excursión a la sección de Historia? –me puse de pie y le sonreí, ofrecí mi mano, seguía en ese papel de arqueólogo explorando mundos desconocidos, pero no podía continuar sin mi compañera, sin esa que había propiciado todo. La quería… no, la necesitaba a mi lado esta tarde para resolver el acertijo y convertirlo en nuestro preciado secreto.
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Re: Encuentro fortuito {Privado}
Me sentí extrañamente fascinada por todo lo que él representaba. Un hombre que maravillaba a una pequeña niña desdichada como yo, con la paciencia de un padre que sabe escuchar y con el encanto que debería tener un pequeño al aprender de sus mayores. Había tantas cosas que aún no podía comprender, otras tantas que jamás llegaría a saber. No cabe duda, la humanidad siempre tiene algo dentro de si mismos que puede hacernos sorprender de vez en cuando sin importar de quien se trate. Jamás imaginé que me toparía con una mente brillante en ese día y, por supuesto, no pude llegar a creer que terminaríamos compartiendo uno de los enigmas que persiguen los historiadores. Me sentí reverendamente atraída por su mente, como un duendecillo que espía desde las lejanías un cúmulo de semillas para robar. Quería conocer sus teorías, aprender lo más que pudiese de él, exprimir la filosofía que se rige dentro de su mente, exponer la mía y, con gusto, aceptaría los errores que viese en mi frágil y decadente forma de pensar.
-Los sueños ambicionan las cosas que la humanidad no cree posibles- Musité. Me encogí de hombros al darme cuenta que ababa de darle la razón, pero eso no quietaba el hecho de que había estado navegando en las posibilidades incluso antes de cerciorarse. Sonreí. –Siempre habrá soñadores en este mundo, el punto es no dejarlos perecer convirtiéndose en uno más de la multitud- Suspiré. ¿Cuántos hombres habían abandonado sus ilusione sólo porque alguien decidió no creer en ellos? ¿Cuántos hombres fueron sacrificados en las mazmorras, en las planchas, en las calles de las ciudades sólo porque aportaron cosas diferentes a la humanidad a partir de la ciencia? Ser un soñador en medio de tanta gente despierta impone un riesgo, el riesgo de ser señalado, juzgado y encontrado culpable sólo porque los demás no comprenden.
Asentí con la cabeza ante su pregunta. Me puse de pie y comencé a caminar en dirección a donde él se encontraba para después dirigirme hasta la sección de historia. En mi cabeza se almacenaban datos interesantes que escuché de algún pasante en determinadas ocasiones. Alice, la mujer culpable de lo que soy, me había confesado algunas curiosidades sobre las antiguas civilizaciones, entre ellas estaba Egipto y su imponente imperio hace miles de años, incluso antes de que se impusiera una religión como ley a seguir de todos los humanos –Se sabe que los antiguos egipcios realizaban todos sus rituales minuciosamente, desde colocar las vísceras de los cadáveres embalsamados dentro de unas vasijas… ¿Cómo demonios las nombraban?- Concentrada en mis recuerdos sobre los mitos que Alice me contó, no me di cuenta de la palabra que se me había escapado. ¿Juzgaría a mi persona por una metida de pata? Esperaba que no. De vez en cuando, todos tenemos que sacar los sentimientos reprimidos con palabras soeces. Me mordí el labio inferior obligándome a recordar –Sí, lo tengo. ¡Vasos Canopos!- Exclamé y, en las lejanías, escuché el chisteo de la bibliotecaria. ¡Maldición! ¿Acaso uno no puede festejar su buena memoria? –No me sorprendería que todo esté estrechamente relacionado con algún otro templo. Cada uno de ellos está relacionado con alguna tumba de los faraones. Es por ello que las matemáticas no son juego para estos sujetos. No lo sé, es una de las civilizaciones más extraordinarias y de la que menos cosas sé. Es bastante frustrante tomando en cuenta que acabo de toparme con un enigma sobre ellos- Pasé el dedo índice sobre el lomo de los libros, buscando algún título que pudiese servir de ayuda en nuestra investigación.
-Los sueños ambicionan las cosas que la humanidad no cree posibles- Musité. Me encogí de hombros al darme cuenta que ababa de darle la razón, pero eso no quietaba el hecho de que había estado navegando en las posibilidades incluso antes de cerciorarse. Sonreí. –Siempre habrá soñadores en este mundo, el punto es no dejarlos perecer convirtiéndose en uno más de la multitud- Suspiré. ¿Cuántos hombres habían abandonado sus ilusione sólo porque alguien decidió no creer en ellos? ¿Cuántos hombres fueron sacrificados en las mazmorras, en las planchas, en las calles de las ciudades sólo porque aportaron cosas diferentes a la humanidad a partir de la ciencia? Ser un soñador en medio de tanta gente despierta impone un riesgo, el riesgo de ser señalado, juzgado y encontrado culpable sólo porque los demás no comprenden.
Asentí con la cabeza ante su pregunta. Me puse de pie y comencé a caminar en dirección a donde él se encontraba para después dirigirme hasta la sección de historia. En mi cabeza se almacenaban datos interesantes que escuché de algún pasante en determinadas ocasiones. Alice, la mujer culpable de lo que soy, me había confesado algunas curiosidades sobre las antiguas civilizaciones, entre ellas estaba Egipto y su imponente imperio hace miles de años, incluso antes de que se impusiera una religión como ley a seguir de todos los humanos –Se sabe que los antiguos egipcios realizaban todos sus rituales minuciosamente, desde colocar las vísceras de los cadáveres embalsamados dentro de unas vasijas… ¿Cómo demonios las nombraban?- Concentrada en mis recuerdos sobre los mitos que Alice me contó, no me di cuenta de la palabra que se me había escapado. ¿Juzgaría a mi persona por una metida de pata? Esperaba que no. De vez en cuando, todos tenemos que sacar los sentimientos reprimidos con palabras soeces. Me mordí el labio inferior obligándome a recordar –Sí, lo tengo. ¡Vasos Canopos!- Exclamé y, en las lejanías, escuché el chisteo de la bibliotecaria. ¡Maldición! ¿Acaso uno no puede festejar su buena memoria? –No me sorprendería que todo esté estrechamente relacionado con algún otro templo. Cada uno de ellos está relacionado con alguna tumba de los faraones. Es por ello que las matemáticas no son juego para estos sujetos. No lo sé, es una de las civilizaciones más extraordinarias y de la que menos cosas sé. Es bastante frustrante tomando en cuenta que acabo de toparme con un enigma sobre ellos- Pasé el dedo índice sobre el lomo de los libros, buscando algún título que pudiese servir de ayuda en nuestra investigación.
Nadége Morózova- Realeza Rusa
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