Solo ante la Muerte [Privado Milenka]

Recuerdo del primer mensaje :

Ya había perdido la cuenta de las veces que me había caído de camino a esa tienda, y también las veces en que me había maldecido por ser tan idiota al no ver por donde iba. Las personas que caminaban por donde yo me miraban con desdén y lástima (si es que se atrevían a mirar a un neomundista con harapos), y sólo un niño se me acercó a ayudarme, pero su padre casi le arrancó el brazo de un tirón para traerlo de vuelta a su protección, regañándolo y regañándome por "estar en su camino". Bueno, al menos fue un insulto amable...aunque la verdad me daba igual, estaba acostumbrado a regaños muchísimo peores que ese.

Me senté en el suelo con esfuerzo y vi como todo seguía su curso, aunque me dio un poco de pena ver al pobre crío mirarme echando atrás la cabeza y ser volteado por su progenitor. Suspiré y recordé de pronto que no tenía tiempo para descansar (¿Qué es eso?) así que me levanté; pero yo el muy imbécil también había olvidado que llevaba kilómetros caminando desde las afueras de la ciudad. De milagro no me volví a caer, y con esa misma suerte seguí hacia mi destino cuidando de no perder el papel que me identificaba para recibir el encargo aunque no tuviese idea de lo que decía. Cada pisada era un logro, pero cada inspiración me congelaba los huesos. No recordaba haber sentido tanto frío en mi vida...pero bueno, no había sentido calor tampoco; estar viviendo con alguien que parecía haber sido fría toda su vida no te daba mucho ala imaginación. ¡Ah! Quizás el metal caliente en mi espalda servía...

Tal y como me habían dicho, reconocí la tienda por sus colores y el resto al llegar fue un trámite: enseñé el papel y me entregaron una caja que parecía tener barras de hierro y cadenas por lo pesada que estaba. ¿En verdad eran velas como mi Ama me había dicho? Por curiosidad me tenté a abrir la caja, pero se me hubiera caído encima de los pies, conociendo mi mala suerte. Me estremecí de sólo pensarlo y me despedí con un "adiós", pero un "lárgate" acompañado de una risa burlona y un portazo en las narices fue todo lo que recibí. Volví a suspirar y empecé a caminar de vuelta a la residencia. Sería una noche tan larga y solitaria...

Me temblaba todo el cuerpo, y ni siquiera llevaba medio kilómetro cuando paré en una esquina y me puse a mirar la vitrina casi por reacción refleja: era una panadería. Mi estómago sonó inmediatamente y mi boca seca y lastimada se llenó de saliva, pero para variar no iba a poder comer. Tenía que rogar que mi Ama estuviera de "buen humor" para tirarme las sobras cual perro, y que no quisiera violarme toda la noche para no gastar las pocas energías que ganaba con esa comida.

En eso, sentí el inconfundible olor del pan caliente recién salido del horno, y me volteé para no seguir lamentándome, sentándome bajo la vitrina con la caja sobre mis piernas cruzadas a modo de meditación, entrecerrando los ojos. Empecé a sentir sueño casi de inmediato....no, ¡no podía dormirme! Sabía perfectamente que si lo hacía era mi perdición en todo sentido, pero no lo soporté. Morir de hambre y frío sí que era más digno que seguir con esto.

¿Italiano? ¿Qué era eso exactamente? Recuerdo que mi Ama mencionaba esa palabra de cuando en cuando…que la sangre italiana era deliciosa… ¿Acaso era un tipo de persona como los morenos y los como yo? Nunca me lo habían explicado, así que, para no quedar como el rey de los idiotas, me quedó mirándola con la cabeza ladeada, aunque no me veía tan inteligente o confiado como yo quería – N-no lo sé…-finalmente confesé, carcomido por mi propia honestidad, esa que derivaba en más y más cicatrices decorando mi cuerpo cuando era mi Ama la que estaba en frente y no la señorita que se identificaba como Milenka. Procuraría no olvidarlo, o al menos mantenerlo oculto en lo más recóndito de mi memoria tan atrofiada por los controles mentales a los que era sometido – Gracias….t-trataré de…de venir cuando pueda…-dije levantándome con esfuerzo, quedando en cuclillas para contraer mis músculos, porque se venía un viaje muy largo, y un castigo aún peor. No me extrañaría que la mitad de mis amigos estuvieran muertos por mi culpa… ¡Por qué imaginé eso! ¡Soy una bestia! ¡Yo si que merezco morir por pensamientos así!

Me incorporé después de que ella lo hizo sintiendo por fin mi cuerpo y sonreí tímido, aunque también resignado por lo que iba a pasarme una vez que llegare a la hacienda – Y-yo…-me sonrojé por esa sonrisa, mirando un poco a un lado para tranquilizarme aunque el corazón me latiera desesperado sólo por comenzar a estresarme – le agradezco t-todo…l-lo que ha hecho por mí…-Ahí fue cuando le miré aún con el rubor bajo mis ojos y en parte de mis mejillas, sintiéndome extrañamente cálido – N-no tengo cómo…devolverle e-el favor de…de alguna forma…

En eso, pensé en cómo llevaría las velas y la canasta. El regalo de la señorita Milenka se iba a notar demasiado, y si mi Ama me veía con algo que me podía favorecer…todo iba a terminar mal. Como si eso fuera novedad….

Siempre había pensado que iba a estar solo a mi suerte, entregado a lo que a mi Ama le diera la gana tras dormir o tras beber un cuerpo o dos rellenos de sangre. Desde que tengo memoria se me ha inculcado que siempre voy a estar solo con ella, que nadie se va a dignar a una escoria maldita como yo, y que si llegaba a morir, lo iba a hacer en la más absoluta y patética soledad, “para que los cuervos se den un festín con tus restos” según palabras auténticas y exactas de quien seguro me esperaba con una catástrofe en la hacienda. ¡No quiero ni imaginar cómo me va a recibir!

Por eso iba caminando rápidamente acortando lo más posible mi demora ya grosera, con la canasta en mi espalda gracias a la correa y con la caja firmemente sujeta entre mis brazos, recordando las palabras que la señorita Milenka me había dicho antes de partir. Y aquel abrazo, ¿Quién me había dado un abrazo así que no fuera parte del grupo de esclavos de mi Ama?…o más bien, ¿Qué persona extraña a la hacienda me había dado un abrazo así de la nada? Ninguna, y por ello era que la señorita de cabello oscuro era alguien tan especial. Tenía razón, no podía cargar la caja porque llevaba cuatro días comiendo una miga de pan y unos lenguetazos de agua que apenas servían para chasquear los labios y evitar que se secaran, porque hasta la saliva era escasa estando con mi dueña de cabello rojo fuego.

Ni me di cuenta, y al rato ya estaba trotando. Sentía como si me hubieran hecho de nuevo, y eso me hacía sentirme raro. Sonreía como idiota, y no sentía ningún dolor. Podía pensar con libertad…y no sentía una opresión en el pecho. ¿Qué era eso? Y al rato lo descubrí: ¡Así se siente uno cuando es feliz!