AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Retorno [Privado]
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Retorno [Privado]
La fiesta había sido totalmente aburrida.
Y ese era el veredicto final que le daba Alejandro. Lo cierto, es que no era la primera vez que se aburría en una fiesta que organizaba Lady Regret, pero siempre acababa siendo hipnotizado por la belleza que poseía dicha mujer. Una morena de ojos verdes y metro ochenta como mínimo, sin tacones, y rondando los treinta años ¡Wow! Eso si era una buena mujer por los tiempos que corrían, impresionante. E igual de impresionante era la lista de conocidos y amantes que se le conocía. Aunque nadie la sabía. Si algo era, además de hermosa, es recelosa de su intimidad. Muy recelosa. Y además es que ¡Siempre le invitaba después de hacerle una de sus 'visitas' mensuales! ¿Cómo iba a decirle que no? Simplemente imposible. Pero después de que terminase era cuando se empezaba a arrepentir. Y, posiblemente, cuando volviera a invitarle por mucho que se jurara denegar la oferta la acabaría aceptando. Suspiró ligeramente cansado de sus propios pensamientos y, esta vez, acudiendo a otros algo más placenteros. El pequeño ligue, futuro contacto, que había echo durante la celebración. Los únicos minutos del encuentro que valieron realmente la pena. Rubia, ojos azules, metro setenta y cinco con unos tacones infinitos y con sus buenas curvas. No llegaba a la altura de la anfitriona pero su físico junto a la buena elección del vestido la hacía ser una de las más destacadas del evento. Y a nuestro Alejandro no se le podía escapar, por supuesto. No se le escapó de echo.
Sonrió, llevándose una mano al cabello para revolvérselo, y desabrochó el pequeño nudo de adorno que tenía atado al cuello. La ropa ajustada, como siempre, le resultaba de lo más incómoda. Había tardado bien poco al salir en sacarse la chaqueta, aun con la fresca brisa que corría a esas horas de la madrugada -Las cuatro, aproximadamente.- su bien mantenido cuerpo le protegía perfectamente del frío. Él no era alguien friolento precisamente.
Escuchaba pasos de vez en cuando, alguna que otra risa o sonido poco decoroso, a los que respondía con una sonrisita. Le era inevitable recordar esos momentos de calentón y borrachera en los que había acabado también en algún callejón, perdiendo el control tanto de su cuerpo como el de su acompañante. Y aun con sus años encima le era capaz de ocurrir, porque no dejaba de ser la mar de excitante. A esas horas en las que todo lo que hay por la calle es gente que está tan o más borracha que tú y que, por tanto, ni se enterarán de su presencia. Gente sin pudor. Gente que no miraría a nadie por encima del hombro a menos que fuese por diferencia de altura. Sí, definitivamente, desde que había llegado a París Alejandro consideraba ese tramo de tiempo uno de los mejores para desinhibir cualquier deseo oculto. En público. O para dar un paseo de vuelta a 'algún lugar' como estaba haciendo él. Concretamente, hacia el burdel. Su casa le quedaba demasiado lejos del distrito e ir caminando a esas horas desde luego que le superaba por creces la pereza. Por tanto, no había tardado ni dos segundos en decidir que pasaría la noche en su estimado burdel. Y eso le hizo pensar en los que había visto anteriormente, tenía en mente algún negocio, pero ese seguía siendo todavía su lugar favorito. Dónde había empezado de '0' y había conocido a mucha gente del mismo oficio. Dónde había aprendido algunos truquitos y, por sobretodo, dónde había pasado muy buenos momentos y había disfrutado como hacía tiempo no. Desde su última 'mujer', había querido alejarse de todo.
- Bravo - Susurró cuando, al llegar a la puerta principal, se la encontró cerrada. Sí, ya sabía que un burdel estaba hasta tarde, pero a veces su tarde no era el mismo tarde de otros. Y la jefa cerraba cuando le daba la gana según el día, los clientes, y la caja echa. Ese no era su día de suerte entonces. Miró hacia los lados, sabiendo que podría probar de entrar por la parte trasera, pero una vez más su pereza le podía. Apoyó entonces la espalda contra la puerta y se dejó resbalar hasta quedar tendido allí, sin intenciones de moverse. En algún momento alguien le vería y abriría la puerta o bien se uniría a él para conversar. Tal vez. O, de lo contrario, acabaría allí mismo dormido. No tenía ningún problema en coger el sueño siempre que el sueño le cogiese a él primero.
Y ese era el veredicto final que le daba Alejandro. Lo cierto, es que no era la primera vez que se aburría en una fiesta que organizaba Lady Regret, pero siempre acababa siendo hipnotizado por la belleza que poseía dicha mujer. Una morena de ojos verdes y metro ochenta como mínimo, sin tacones, y rondando los treinta años ¡Wow! Eso si era una buena mujer por los tiempos que corrían, impresionante. E igual de impresionante era la lista de conocidos y amantes que se le conocía. Aunque nadie la sabía. Si algo era, además de hermosa, es recelosa de su intimidad. Muy recelosa. Y además es que ¡Siempre le invitaba después de hacerle una de sus 'visitas' mensuales! ¿Cómo iba a decirle que no? Simplemente imposible. Pero después de que terminase era cuando se empezaba a arrepentir. Y, posiblemente, cuando volviera a invitarle por mucho que se jurara denegar la oferta la acabaría aceptando. Suspiró ligeramente cansado de sus propios pensamientos y, esta vez, acudiendo a otros algo más placenteros. El pequeño ligue, futuro contacto, que había echo durante la celebración. Los únicos minutos del encuentro que valieron realmente la pena. Rubia, ojos azules, metro setenta y cinco con unos tacones infinitos y con sus buenas curvas. No llegaba a la altura de la anfitriona pero su físico junto a la buena elección del vestido la hacía ser una de las más destacadas del evento. Y a nuestro Alejandro no se le podía escapar, por supuesto. No se le escapó de echo.
Sonrió, llevándose una mano al cabello para revolvérselo, y desabrochó el pequeño nudo de adorno que tenía atado al cuello. La ropa ajustada, como siempre, le resultaba de lo más incómoda. Había tardado bien poco al salir en sacarse la chaqueta, aun con la fresca brisa que corría a esas horas de la madrugada -Las cuatro, aproximadamente.- su bien mantenido cuerpo le protegía perfectamente del frío. Él no era alguien friolento precisamente.
Escuchaba pasos de vez en cuando, alguna que otra risa o sonido poco decoroso, a los que respondía con una sonrisita. Le era inevitable recordar esos momentos de calentón y borrachera en los que había acabado también en algún callejón, perdiendo el control tanto de su cuerpo como el de su acompañante. Y aun con sus años encima le era capaz de ocurrir, porque no dejaba de ser la mar de excitante. A esas horas en las que todo lo que hay por la calle es gente que está tan o más borracha que tú y que, por tanto, ni se enterarán de su presencia. Gente sin pudor. Gente que no miraría a nadie por encima del hombro a menos que fuese por diferencia de altura. Sí, definitivamente, desde que había llegado a París Alejandro consideraba ese tramo de tiempo uno de los mejores para desinhibir cualquier deseo oculto. En público. O para dar un paseo de vuelta a 'algún lugar' como estaba haciendo él. Concretamente, hacia el burdel. Su casa le quedaba demasiado lejos del distrito e ir caminando a esas horas desde luego que le superaba por creces la pereza. Por tanto, no había tardado ni dos segundos en decidir que pasaría la noche en su estimado burdel. Y eso le hizo pensar en los que había visto anteriormente, tenía en mente algún negocio, pero ese seguía siendo todavía su lugar favorito. Dónde había empezado de '0' y había conocido a mucha gente del mismo oficio. Dónde había aprendido algunos truquitos y, por sobretodo, dónde había pasado muy buenos momentos y había disfrutado como hacía tiempo no. Desde su última 'mujer', había querido alejarse de todo.
- Bravo - Susurró cuando, al llegar a la puerta principal, se la encontró cerrada. Sí, ya sabía que un burdel estaba hasta tarde, pero a veces su tarde no era el mismo tarde de otros. Y la jefa cerraba cuando le daba la gana según el día, los clientes, y la caja echa. Ese no era su día de suerte entonces. Miró hacia los lados, sabiendo que podría probar de entrar por la parte trasera, pero una vez más su pereza le podía. Apoyó entonces la espalda contra la puerta y se dejó resbalar hasta quedar tendido allí, sin intenciones de moverse. En algún momento alguien le vería y abriría la puerta o bien se uniría a él para conversar. Tal vez. O, de lo contrario, acabaría allí mismo dormido. No tenía ningún problema en coger el sueño siempre que el sueño le cogiese a él primero.
Última edición por Alejandro Garay el Sáb Mar 03, 2012 5:34 am, editado 1 vez
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: Retorno [Privado]
Eran tres las semanas que Eugénie no había podido escapar de casa. La princesa de hielo, así es como le llamaban los sirvientes de aquel castillo, desde que había sido una pequeña se había sabido que algo diferente crecía dentro de su cuerpo, no era como las típicas niñas de su edad, siempre sobresalía de entre las demás por su hermoso y largo caballero, por sus gruesos labios, por sus ojos tan expresivos. Siempre se dijo antes de nacer, un hada había tocado a su madre, la había bendecido y por eso la pequeña había salido de una belleza envidiable, no bastó con aquella belleza, pues conforme pasaba el tiempo su hambre de conocimiento fue aumentando. Una pequeña que con tal solo escuchar se quedaba toda información en su memoria, pero no, no todo puede ser de color de rosa, el descubrir que su cuerpo necesitaba estímulos, reaccionaba ante caricias, y deseaba ser profanado, todo dio un cambio. Se había encerrado en una pequeña burbuja, que nadie podía entrar sin su consentimiento. La mayor porte del día lo pasaba malhumorada, en cambio al caer la noche su sonrisa se ampliaba. Nadie sabía de su enfermedad solo ella, nadie sabía ese deseo insaciable que se había apoderado de su ser, solo personas cercanas, solo aquellos que eran dignos de tal conocimiento, y aquellas que lo sabían no podían ver que más había, pues su rostro siempre estaba cubierto, no era tonta, nunca lo fue y en este momento no lo sería, se podía tener todo, siempre y cuando lo supiera hacer. La joven vivía entre sabanas de seda de día, pero de noche, solo aquella capa cristalina, producto del cansancio humano era lo que cubría su cuerpo, el sudor, la prueba del delito, la prueba de que una mujer de sociedad también sabía divertirse, y que ser una cortesana no se trataba solo de pobreza, sino también de un arte, el arte de la seducción. Pero ella no podía pasar encerrada más tiempo, si la descubrían sabría correr el riesgo, aquella noche de manera clandestina saldría de casa, se pondría su antifaz junto con peques prendas ajustadas, y todo su deseo se calmarían por una noche.
Y así fue, la cortesana había pasado aquella noche con tres hombres diferentes, cada uno distinto al otro, cada uno con una historia diferente que contar, cada antifaz guardaba aquel relato que el cliente hacía, cada antifaz se convertía en un mundo, en un escenario, en un anhelo que el cliente pedía a gritos y que ella, podía hacer realidad. Extrañamente se sentía cansada, necesitaba un buen baño para volver a recuperar energías, o para hundir las pocas que tenía, sin embargo en esta profesión en ocasiones los tiempos y los descansos no son permitidos, pues alguien más estaría esperando ser atendido. Antes de poder escapar alguien había tocado a su puerta, un hombre regordete, con marcas en el cuerpo, con un olor no muy agradable, la dama no se negaría, pues esos también eran preciosos que tenía que aguantarse por permanecer en ese lugar, trabajando como si necesitará los francos. El hombre parecía molesto, ansioso, y pronto se lo hizo saber a Genie. Ni siquiera espero a que está le ofreciera una copa, se fue directo contra el hermoso cuerpo de la joven. Genie apenas podía respirar entre besos, pero ni siquiera con esa pasión desbordante podía sentir placer, aquel hombre estaba tan necesitado que se notaba no sabía lo que hacía, pues su intimidad no se lubricaba, pues sus pezones no se endurecían, aquel caballero se enfureció. Pero ¿acaso aquellas cortesanas eran las culpables? Ellos eran los clientes, pero también debían impartir placer, en este caso, no lo había. La joven simulaba jadeos, simulaba placer, pero el caballero no se conformaba, quería más, deseaba más, y al no obtenerlo su coraje se hizo grande, y en el cuerpo de la mujer se desquito, propinando golpes y fuertes mordidas. Los gritos de la cortesana se hicieron presentes, dos guardias (ambos vampiros) pronto aparecieron, le quitaron al caballero de encima. Varias cortesanas llegaron al auxilio de la joven portadora del antifaz, curaron sus heridas, la comprendían, aquella comunidad se protegía. ¿Que haría Genie para que en casa no se dieran cuenta? Al menos por una noche no regresaría, necesitaba reposo, y si salía de ese lugar corría el riesgo de ser vista y seguida por aquel hombre, debía permanecer.
Pocas fueron las horas que pasaron cuando el burdel cerró las puertas, aquel incidente había dejado un mal sabor de boca en el dueño, esté cuidaba con recelo a sus cortesanas, y claro tenía un especial afecto en Genie, pues aquel antifaz atraía clientes, demasiados por aquel misterio, y debía claro, cuidar sus intereses. La joven se quedo en la sala dormida, solo con algunas prendas encima, pero su sueño fue interrumpido al sentir como alguien intentaba entrar. Se despertó respingando, incluso en sueños se encontraba a la defensiva. Sin embargo, se puso de pie. Avanzó por los cuartos y se metió a uno para poder ver entre las cortinas de quien se trataba. Su sonrisa de hizo presente cuando vio de quien se trataba. No tardó en abrir la puerta con total sigilo - ¿Que hace usted ahí? Póngase pronto de pie y entre, el sereno puede hacerle daño, y eso no es conveniente en el trabajo - Pronto se hizo presente la sonrisa burlesca de la cortesana. A pesar de las heridas, y que poco tiempo antes había estado sola el antifaz pertenecía. Había conocido a Alejandro unos meses atrás, ambos tenían un carácter bastante dominante, sabían que eran buenos, solicitados, y completamente atractivos por lo que siempre se hacía lo que ambos querían, ambos eran dinamita dentro de ese lugar, y claro que el dueño del burdel no los dejaría escapar tan fácilmente. La puerta se había quedado abierta has que esté pudiera entrar - Cierré con llave, nadie tiene permitido entrar hasta mañana a las siete de la noche que vienen los de la limpieza - Su voz había salido con firmeza, aquel burdel deprimía sin todo aquel movimiento que en las noches tenía. Genie se paseaba con las pocas telas que tenía encima, aparte de los dolores que tenía, no sentía pena alguna de estar en ese estado, pues sus formas eran exquisitas, excitantes. - ¿Gusta algo de tomar? - Preguntó de manera cordial al entrar al salir principal, se dirigió a la barra para sacar algunas botellas y así ofrecerle. - Es agradable verle ¿Dónde estaba? Muchas clientes preguntaron por usted, y claro alguno que otro cliente también, hizo falta en la noche - Se mordió el labio inferior, lo cierto era que la presencia de Alejandro también agradaba a la cortesana, pocos hombres a su edad estaban tan parecidos como él, tan bien conservados, sabían lo que hacían, y sobre todo eran interesantes, verle le causaba placer, y cierta seguridad, quizás la noche no acabaría tan mal para ella, todo podía pasar.
Y así fue, la cortesana había pasado aquella noche con tres hombres diferentes, cada uno distinto al otro, cada uno con una historia diferente que contar, cada antifaz guardaba aquel relato que el cliente hacía, cada antifaz se convertía en un mundo, en un escenario, en un anhelo que el cliente pedía a gritos y que ella, podía hacer realidad. Extrañamente se sentía cansada, necesitaba un buen baño para volver a recuperar energías, o para hundir las pocas que tenía, sin embargo en esta profesión en ocasiones los tiempos y los descansos no son permitidos, pues alguien más estaría esperando ser atendido. Antes de poder escapar alguien había tocado a su puerta, un hombre regordete, con marcas en el cuerpo, con un olor no muy agradable, la dama no se negaría, pues esos también eran preciosos que tenía que aguantarse por permanecer en ese lugar, trabajando como si necesitará los francos. El hombre parecía molesto, ansioso, y pronto se lo hizo saber a Genie. Ni siquiera espero a que está le ofreciera una copa, se fue directo contra el hermoso cuerpo de la joven. Genie apenas podía respirar entre besos, pero ni siquiera con esa pasión desbordante podía sentir placer, aquel hombre estaba tan necesitado que se notaba no sabía lo que hacía, pues su intimidad no se lubricaba, pues sus pezones no se endurecían, aquel caballero se enfureció. Pero ¿acaso aquellas cortesanas eran las culpables? Ellos eran los clientes, pero también debían impartir placer, en este caso, no lo había. La joven simulaba jadeos, simulaba placer, pero el caballero no se conformaba, quería más, deseaba más, y al no obtenerlo su coraje se hizo grande, y en el cuerpo de la mujer se desquito, propinando golpes y fuertes mordidas. Los gritos de la cortesana se hicieron presentes, dos guardias (ambos vampiros) pronto aparecieron, le quitaron al caballero de encima. Varias cortesanas llegaron al auxilio de la joven portadora del antifaz, curaron sus heridas, la comprendían, aquella comunidad se protegía. ¿Que haría Genie para que en casa no se dieran cuenta? Al menos por una noche no regresaría, necesitaba reposo, y si salía de ese lugar corría el riesgo de ser vista y seguida por aquel hombre, debía permanecer.
Pocas fueron las horas que pasaron cuando el burdel cerró las puertas, aquel incidente había dejado un mal sabor de boca en el dueño, esté cuidaba con recelo a sus cortesanas, y claro tenía un especial afecto en Genie, pues aquel antifaz atraía clientes, demasiados por aquel misterio, y debía claro, cuidar sus intereses. La joven se quedo en la sala dormida, solo con algunas prendas encima, pero su sueño fue interrumpido al sentir como alguien intentaba entrar. Se despertó respingando, incluso en sueños se encontraba a la defensiva. Sin embargo, se puso de pie. Avanzó por los cuartos y se metió a uno para poder ver entre las cortinas de quien se trataba. Su sonrisa de hizo presente cuando vio de quien se trataba. No tardó en abrir la puerta con total sigilo - ¿Que hace usted ahí? Póngase pronto de pie y entre, el sereno puede hacerle daño, y eso no es conveniente en el trabajo - Pronto se hizo presente la sonrisa burlesca de la cortesana. A pesar de las heridas, y que poco tiempo antes había estado sola el antifaz pertenecía. Había conocido a Alejandro unos meses atrás, ambos tenían un carácter bastante dominante, sabían que eran buenos, solicitados, y completamente atractivos por lo que siempre se hacía lo que ambos querían, ambos eran dinamita dentro de ese lugar, y claro que el dueño del burdel no los dejaría escapar tan fácilmente. La puerta se había quedado abierta has que esté pudiera entrar - Cierré con llave, nadie tiene permitido entrar hasta mañana a las siete de la noche que vienen los de la limpieza - Su voz había salido con firmeza, aquel burdel deprimía sin todo aquel movimiento que en las noches tenía. Genie se paseaba con las pocas telas que tenía encima, aparte de los dolores que tenía, no sentía pena alguna de estar en ese estado, pues sus formas eran exquisitas, excitantes. - ¿Gusta algo de tomar? - Preguntó de manera cordial al entrar al salir principal, se dirigió a la barra para sacar algunas botellas y así ofrecerle. - Es agradable verle ¿Dónde estaba? Muchas clientes preguntaron por usted, y claro alguno que otro cliente también, hizo falta en la noche - Se mordió el labio inferior, lo cierto era que la presencia de Alejandro también agradaba a la cortesana, pocos hombres a su edad estaban tan parecidos como él, tan bien conservados, sabían lo que hacían, y sobre todo eran interesantes, verle le causaba placer, y cierta seguridad, quizás la noche no acabaría tan mal para ella, todo podía pasar.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Retorno [Privado]
Estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo cuando ¡Pum! escuchó la voz que había estado esperando desde que llegó.
Bueno, no sabía qué chica sería exactamente, pero si sabía que alguna tenía que haber todavía despierta que le hubiese escuchado dar golpecitos para intentar entrar. Aunque fuese solo por curiosidad de mirar si era alguien importante, interesante, o un ladrón. También podía ser un borracho que acudiera demasiado tarde y no parase de berrear y golpear hasta que le abrieran. Había muchas posibilidades teniendo en cuenta el tipo de lugar que era, aún que el barrio no se encontraba del todo en las peores calles de París. Era uno de los mejores burdeles que Alejandro había pisado.
De manera bastante perezosa no le quedó de otra que reponerse y, lentamente, levantarse. Sus ojos se taponaron ligeramente por la brisa y el adormecimiento momentáneo. Eso, sumado a lo que tardó en ver bien por completo, no le permitió 'disfrutar' de quien era la muchacha hasta que pasaron unos minutos y ya estuvo dentro. El calor y conforte del lugar le retornó las fuerzas. También el hedor que hacía después de toda una noche de personas sudorosas de allá para acá y de acá para allá. Hubiese abierto una de las ventanas de no ser porque estaba prohibido ventilar hasta que no fuese de día. A plena luz había pocas personas que se atreviesen a entrar en un burdel, por el qué dirían obviamente. No le quedó de otra que quitarse el olor de la mente con una sacudida y, después de cerrar con las llaves que estaban puestas por dentro, seguir a la mujer hacia la barra del minibar. Mujer que tan amablemente le ofreció un trago. ¡Oh, sí! Le venía más que de perlas - Gracias preciosa, pero yo mismo lo serviré - Agarró la botella de las manos ajenas y tras hacer un par de malabarismos para acabar de despertarse acabó por verter el vino en la copa que permanecía sobre la barra. Inmóvil. - ¿De verdad preguntaron por mi? - Sonrió por el comentario de la muchacha mientras le servía también en otra copa destinada a ella. - Me invitaron a una aburrida fiesta y hasta ahora que no me han 'soltado' - Se carcajeó ligeramente, casi en un susurro, acabando por depositar la botella lejos de los vasos cuando ya terminó de llenar lo suficiente la parte del 'culo'. - Toma, a ti también te vendrá bien - Deslizó el vaso que le pertocaba a ella hacia dónde se encontraba, en el otro lado de la barra frente a él, y mientras apoyó su trasero en el pequeño taburete que le quedaba más cerca. Para poder reposar la espalda después de pasarse casi toda la noche/madrugada de pie. Excepto los minutos que había tendido su cuerpo frente al burdel, por lo demás en una fiesta bien pocas veces se sentaba un hombre. ¡Algo malo tenía que tener! De lo contrario, las mujeres estarían en demasiada desventaja y poner la balanza tanto a su favor no era del todo justo.
Después de darle un buen trago al vino, un buen vino, fijó su vista -Por fin.- en la muchacha. Oh, sí que la conocía. Aunque en ese momento no le vino a la mente el nombre lo que recordaba era el par de veces que habían charlado. Y como olvidar su particular 'detalle'; la máscara que llevaba siempre arriba y abajo sobre la parte de sus ojos. El antifaz, más propiamente dicho.
Y, de repente, se dio cuenta de algo que le hizo sentirse estúpido por unos segundos. Dejó el vaso sobre la mesa, alargando su mano hasta coger la que ella tenía libre - ¿Qué te ha pasado? - Preguntó, serio, observando las magulladuras en su cuerpo y heridas que habían sido vendadas con cuidado aunque poca destreza. En algunas podía ver que se había aflojado y, por tanto, no ejercería la presión debida. Si algo tenía de bueno la experiencia, aun sin ser experto en enfermería, era que se había tenido que curar bastantes heridas a lo largo de su vida. - No me lo digas. Seguro que ha sido alguno de esos estúpidos - La soltó, con un deje de hastío en la voz. Aunque con delicadeza ya que no iba a pagar su pequeño enfado con quien precisamente menos debía de todo el mundo. - A veces los mataría, en serio - Suspiró y dio otro trago sin hacer intentos por ocultar la pequeña rabia que le había creado el imaginarse a esa mujer siendo golpeada. Cualquier hombre, cobarde, que se atreviese a dañar a una mujer en su presencia se llevaría una buena tunda. Sin duda alguna. Y le enfurecía pensar en ello. Pero ver cómo le hacían daño a alguna de sus compañeras por el echo de ejercer la prostitución todavía le cabreaba más, no había entendido cómo podían ser tan estúpidos. Si él hubiese estado delante... - Deberías descansar, siento haberte interrumpido - Se disculpó, volviendo su vista hacia ella con verdadero arrepentimiento.
Bueno, no sabía qué chica sería exactamente, pero si sabía que alguna tenía que haber todavía despierta que le hubiese escuchado dar golpecitos para intentar entrar. Aunque fuese solo por curiosidad de mirar si era alguien importante, interesante, o un ladrón. También podía ser un borracho que acudiera demasiado tarde y no parase de berrear y golpear hasta que le abrieran. Había muchas posibilidades teniendo en cuenta el tipo de lugar que era, aún que el barrio no se encontraba del todo en las peores calles de París. Era uno de los mejores burdeles que Alejandro había pisado.
De manera bastante perezosa no le quedó de otra que reponerse y, lentamente, levantarse. Sus ojos se taponaron ligeramente por la brisa y el adormecimiento momentáneo. Eso, sumado a lo que tardó en ver bien por completo, no le permitió 'disfrutar' de quien era la muchacha hasta que pasaron unos minutos y ya estuvo dentro. El calor y conforte del lugar le retornó las fuerzas. También el hedor que hacía después de toda una noche de personas sudorosas de allá para acá y de acá para allá. Hubiese abierto una de las ventanas de no ser porque estaba prohibido ventilar hasta que no fuese de día. A plena luz había pocas personas que se atreviesen a entrar en un burdel, por el qué dirían obviamente. No le quedó de otra que quitarse el olor de la mente con una sacudida y, después de cerrar con las llaves que estaban puestas por dentro, seguir a la mujer hacia la barra del minibar. Mujer que tan amablemente le ofreció un trago. ¡Oh, sí! Le venía más que de perlas - Gracias preciosa, pero yo mismo lo serviré - Agarró la botella de las manos ajenas y tras hacer un par de malabarismos para acabar de despertarse acabó por verter el vino en la copa que permanecía sobre la barra. Inmóvil. - ¿De verdad preguntaron por mi? - Sonrió por el comentario de la muchacha mientras le servía también en otra copa destinada a ella. - Me invitaron a una aburrida fiesta y hasta ahora que no me han 'soltado' - Se carcajeó ligeramente, casi en un susurro, acabando por depositar la botella lejos de los vasos cuando ya terminó de llenar lo suficiente la parte del 'culo'. - Toma, a ti también te vendrá bien - Deslizó el vaso que le pertocaba a ella hacia dónde se encontraba, en el otro lado de la barra frente a él, y mientras apoyó su trasero en el pequeño taburete que le quedaba más cerca. Para poder reposar la espalda después de pasarse casi toda la noche/madrugada de pie. Excepto los minutos que había tendido su cuerpo frente al burdel, por lo demás en una fiesta bien pocas veces se sentaba un hombre. ¡Algo malo tenía que tener! De lo contrario, las mujeres estarían en demasiada desventaja y poner la balanza tanto a su favor no era del todo justo.
Después de darle un buen trago al vino, un buen vino, fijó su vista -Por fin.- en la muchacha. Oh, sí que la conocía. Aunque en ese momento no le vino a la mente el nombre lo que recordaba era el par de veces que habían charlado. Y como olvidar su particular 'detalle'; la máscara que llevaba siempre arriba y abajo sobre la parte de sus ojos. El antifaz, más propiamente dicho.
Y, de repente, se dio cuenta de algo que le hizo sentirse estúpido por unos segundos. Dejó el vaso sobre la mesa, alargando su mano hasta coger la que ella tenía libre - ¿Qué te ha pasado? - Preguntó, serio, observando las magulladuras en su cuerpo y heridas que habían sido vendadas con cuidado aunque poca destreza. En algunas podía ver que se había aflojado y, por tanto, no ejercería la presión debida. Si algo tenía de bueno la experiencia, aun sin ser experto en enfermería, era que se había tenido que curar bastantes heridas a lo largo de su vida. - No me lo digas. Seguro que ha sido alguno de esos estúpidos - La soltó, con un deje de hastío en la voz. Aunque con delicadeza ya que no iba a pagar su pequeño enfado con quien precisamente menos debía de todo el mundo. - A veces los mataría, en serio - Suspiró y dio otro trago sin hacer intentos por ocultar la pequeña rabia que le había creado el imaginarse a esa mujer siendo golpeada. Cualquier hombre, cobarde, que se atreviese a dañar a una mujer en su presencia se llevaría una buena tunda. Sin duda alguna. Y le enfurecía pensar en ello. Pero ver cómo le hacían daño a alguna de sus compañeras por el echo de ejercer la prostitución todavía le cabreaba más, no había entendido cómo podían ser tan estúpidos. Si él hubiese estado delante... - Deberías descansar, siento haberte interrumpido - Se disculpó, volviendo su vista hacia ella con verdadero arrepentimiento.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: Retorno [Privado]
Aquella era la verdadera realidad, ser una cortesana no solo era abrir las piernas, no solo era dar aquel placer o escenario deseado por el cliente, ser cortesana es aprender que el sexo no solo es placer, que existen cosas lamentables que se tienen que pasar gracias a él. Por lo regular, las personas que nunca se han atrevido a investigar un poco al respecto, piensan en mujeres completamente hermosas, con cuerpos envidiables, totalmente perfectas físicamente, que simplemente trabajaban para acostarse con aquellos hombres libertinos que deseaban algo fuera del matrimonio, hombres casados, con hijos, con una vida triste, ese era la percepción de muchas personas en la sociedad, pero no se trataba para nada de eso. La profesión más vieja del mundo, aquella que surgió de la necesidad y el deseo, que no es más que una vía para conseguir un sustento. Dentro de esta vida, no solo están aquellos príncipes azules que desean un cuerpo nuevo, también existen borrachos, hombres regordetes, hombres sucios, hombres desquiciados, y como Eugénie lo había experimentado, hombres golpeadores. Por un momento quiso esconder las marcas de su cuerpo con sus brazos, pero ya era demasiado tarde, de nada serviría pues se había expuesto lo suficiente.
Genie había permanecido en total silencio, solo observando como las facciones del caballero se movía de manera ruda, se notaba en demasía lo molesto que estaba, sintió su cálido contacto, y le sonrió demasiado agradecida - Estaba borracho, creo que tuvo una pelea, no lo sé… Tuve que gritar, me mordía con demasiado fuerza, no era normal ni siquiera para alguien que te pide un encuentro rudo - Y vaya que había tenido un par de esos, pero habían sido completamente placenteros, tanto que ella misma había pedido más de ese tipo, la diferencia es que aquellas agresiones físicas eran por un mutuo acuerdo, y esta vez aquel hombre simplemente quiso aprovecharse de la situación. Los ojos de la joven comenzaron a reflejar un brillo bastante particular, un brillo que todos sabemos que significaba pero que pocos reprimían, la cortesana por primera vez estaba temerosa, por primera vez se sentía frágil, por primera vez había dejado a un lado aquellas formas de ser tan firmes, aquel carácter tan inquebrantable, las lagrimas comenzaron a correr aquellas mejillas blancas y perfectas, rápido llevo las manos a su rostro para limpiarlas - Me duele - Susurró, con la voz temblorosa, apretando con cierta fuerza la mano que unía con la de él.
Estiró su mano libre para tomar aquella copa que le habían dejado Alejandro. Se lo llevó a los labios y de un solo trago se lo terminó. Negó varias veces regalándole la mejor sonrisa que había hecho aquella noche - Estaba durmiendo si, pero en realidad no interrumpió nada, creo que en poco tiempo voy a marchar a mi hogar - Se encogió de hombros con suavidad, y de un movimiento a otro soltó la mano del caballero. Se puso de pie y caminó por aquel lugar. Para ella ese lugar era hermoso, como un escenario de una buena obra de teatro, donde todas aquellas mujeres eran las protagonistas de una obra de historias cruzadas, y aquellos clientes eran los extras que solo le daban cierto toque para adornar la obra. Eugénie se acercó a un pequeño tocadiscos que había en aquel lugar, algunas noches la música que se podía escuchar en aquellas paredes era de algún grupo en vivo de músicos pero aquella noche, sin nadie que molestará podría ponerlo para ambos. La música que empezó a tocar era sensual, pero no tan movida, algo que te invitaba a hacer una especie de ritual de seducción. Genie volteo a ver a aquel hombre aun con el antifaz puesto. Estiró su mano hacía el caballero - Acompáñeme a curar mis penas y dolores con una pieza de baile - Ahora la joven estaba dejando de lado aquel dolor y vergüenza por lo que había pasado, se dejaría llevar por el momento, cerraría la noche con broche de oro, tenía buen lugar, buena música, buena bebida y buena compañía, ya no había nada más que poner su mejor esfuerzo para hacer que ambos, disfrutaran del encuentro que el destino les había puesto.
Genie había permanecido en total silencio, solo observando como las facciones del caballero se movía de manera ruda, se notaba en demasía lo molesto que estaba, sintió su cálido contacto, y le sonrió demasiado agradecida - Estaba borracho, creo que tuvo una pelea, no lo sé… Tuve que gritar, me mordía con demasiado fuerza, no era normal ni siquiera para alguien que te pide un encuentro rudo - Y vaya que había tenido un par de esos, pero habían sido completamente placenteros, tanto que ella misma había pedido más de ese tipo, la diferencia es que aquellas agresiones físicas eran por un mutuo acuerdo, y esta vez aquel hombre simplemente quiso aprovecharse de la situación. Los ojos de la joven comenzaron a reflejar un brillo bastante particular, un brillo que todos sabemos que significaba pero que pocos reprimían, la cortesana por primera vez estaba temerosa, por primera vez se sentía frágil, por primera vez había dejado a un lado aquellas formas de ser tan firmes, aquel carácter tan inquebrantable, las lagrimas comenzaron a correr aquellas mejillas blancas y perfectas, rápido llevo las manos a su rostro para limpiarlas - Me duele - Susurró, con la voz temblorosa, apretando con cierta fuerza la mano que unía con la de él.
Estiró su mano libre para tomar aquella copa que le habían dejado Alejandro. Se lo llevó a los labios y de un solo trago se lo terminó. Negó varias veces regalándole la mejor sonrisa que había hecho aquella noche - Estaba durmiendo si, pero en realidad no interrumpió nada, creo que en poco tiempo voy a marchar a mi hogar - Se encogió de hombros con suavidad, y de un movimiento a otro soltó la mano del caballero. Se puso de pie y caminó por aquel lugar. Para ella ese lugar era hermoso, como un escenario de una buena obra de teatro, donde todas aquellas mujeres eran las protagonistas de una obra de historias cruzadas, y aquellos clientes eran los extras que solo le daban cierto toque para adornar la obra. Eugénie se acercó a un pequeño tocadiscos que había en aquel lugar, algunas noches la música que se podía escuchar en aquellas paredes era de algún grupo en vivo de músicos pero aquella noche, sin nadie que molestará podría ponerlo para ambos. La música que empezó a tocar era sensual, pero no tan movida, algo que te invitaba a hacer una especie de ritual de seducción. Genie volteo a ver a aquel hombre aun con el antifaz puesto. Estiró su mano hacía el caballero - Acompáñeme a curar mis penas y dolores con una pieza de baile - Ahora la joven estaba dejando de lado aquel dolor y vergüenza por lo que había pasado, se dejaría llevar por el momento, cerraría la noche con broche de oro, tenía buen lugar, buena música, buena bebida y buena compañía, ya no había nada más que poner su mejor esfuerzo para hacer que ambos, disfrutaran del encuentro que el destino les había puesto.
- Spoiler:
- El primer reproductor salió en 1877, quería adaptarlo para que quedara bien. Saludos espero no te moleste// lamento la tardanza, ojalá sea bueno T_T
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Retorno [Privado]
Mientras más lo pensaba más enfadado se sentía. Entendía a la perfección el tener un encuentro sexual rudo, extremadamente rudo, pero sabía que había una delgada línea que separaba lo rudo placentero de la pura violencia que era lo que precisamente le había pasado a la muchacha. Sin embargo y, por desgracia, muchas mujeres debían soportar ese tipo de cosas más a menudo de lo que deberían. De echo, según Alejandro, no deberían pasar por esas situaciones nunca. Y no solo las mujeres sufrían abusos. Había muchos hombres, niños o adolescentes, que no tenían la suficiente fuerza para defenderse de aquellos mayores que quisieran infringirles daño, entre ellos se incluía una época oscura de su pasado. Tal vez, en parte, por eso se enfurecía tanto cuando pensaba en todo aquello. Cuando recordaba algunos de los peores momentos de su vida, que nada tenían que ver con la exclavitud de Mariska. Momentos que le habían ayudado a ser el hombre que era. Podría resultar desagradable o, tal vez, un hijo de puta por todo el daño sentimental que posiblemente habría causado tanto a hombres como a mujeres, pero si de algo no podían tacharle era de maltratador. ¿Algo bueno tenía que tener, no creéis?.
De nuevo recuerdos llegaron a su mente, recuerdos que se vio obligado a alejar cuando sintió un ligero apretón en una de sus manos. La mano que todavía se mantenía junto a la de la muchacha. Al fijar claramente su vista en ella, observó que un par de lágrimas no pudieron resistirse a salir; deslizándose por las blancas mejillas ella hasta morir en la zona de la barbilla. Y no supo qué hacer. ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez que había estado presente en una escena parecida? Mucho tiempo, tal vez, demasiado. Sin embargo, sintió que lo mejor era dejar que se desahogara sin intervenir ni citar esas absurdas palabras que todo el mundo decía en un momento de consuelo 'Todo estará bien' porque no iba a estarlo. Tal vez ese hombre volvería y de nuevo la dañaría, o si no era ese sería otro. Porque trabajando en ese lugar aquello se volvía cotidiano. Y aunque él no pudiese hacer mucho por mejorar aquello, procuraba defender a 'sus chicas', muchachas con las que llevaba casi un año relacionándose y por las que había cogido algo de cariño. Era una lástima que algunas malinterpretaran ese cariño por algo más profundo ya que nuestro cortesano tenía un cero por cierto de sensibilidad. Y no dudaba en decirles claramente que solo buscaba pasar un buen rato.
Acabó su trago cuando la mujer liberó su mano y se alegró de que el mal momento fuese pasando; también de que le asegurara el no haber molestado su sueño. A veces resultaba molesto por naturaleza y aunque mayormente le gustaba, no habría sido el caso en ese momento. - Me alegro, será lo mejor - Comentó, aprobando la idea de que se fuese a su casa lo antes posible. Por otra parte, la música que empezó a escuchar hizo desviar la mirada hacia el tocadiscos que se situaba tras la barra y sonrió adivinando lo que quería la muchacha. Poner una música como aquella, tan lenta y seductora, no era precisamente lo que se le había pasado por la cabeza para una mujer que había sufrido un 'ataque'. Sin embargo, le agradó esa idea. - Será un placer - Contestó. Curar las penas y el dolor le sonó de maravilla, aunque para una mente tan perversa como la suya tal vez la chica no sabía a quién le estaba pidiendo esas cosas. Agarró la mano que le ofrecía al mismo tiempo que se bajaba del taburete y casi de un paso -Un largo paso.- la llevó hasta un rincón oscuro del lugar. Uno cerca de la barra en el que no los molestarían aunque entrara alguien por la puerta o bajase algún cliente de la parte de arriba. Rodeó la cintura femenina con un brazo y, reafirmando el agarre de su mano, hizo que sus cuerpo se estrecharan entre sí. Lenta y disimuladamente, como sugería la música de fondo que ambos escuchaban. Sus caderas no tardaron en empezar a moverse, siguiendo el ritmo de la música. - ¿Un baile curará tus penas? - Preguntó, susurrando sobre el oído ajeno.
Acababa de volver de una fiesta en la que se había hartado de bailar para volver a bailar; irónico ¿Verdad?.
De nuevo recuerdos llegaron a su mente, recuerdos que se vio obligado a alejar cuando sintió un ligero apretón en una de sus manos. La mano que todavía se mantenía junto a la de la muchacha. Al fijar claramente su vista en ella, observó que un par de lágrimas no pudieron resistirse a salir; deslizándose por las blancas mejillas ella hasta morir en la zona de la barbilla. Y no supo qué hacer. ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez que había estado presente en una escena parecida? Mucho tiempo, tal vez, demasiado. Sin embargo, sintió que lo mejor era dejar que se desahogara sin intervenir ni citar esas absurdas palabras que todo el mundo decía en un momento de consuelo 'Todo estará bien' porque no iba a estarlo. Tal vez ese hombre volvería y de nuevo la dañaría, o si no era ese sería otro. Porque trabajando en ese lugar aquello se volvía cotidiano. Y aunque él no pudiese hacer mucho por mejorar aquello, procuraba defender a 'sus chicas', muchachas con las que llevaba casi un año relacionándose y por las que había cogido algo de cariño. Era una lástima que algunas malinterpretaran ese cariño por algo más profundo ya que nuestro cortesano tenía un cero por cierto de sensibilidad. Y no dudaba en decirles claramente que solo buscaba pasar un buen rato.
Acabó su trago cuando la mujer liberó su mano y se alegró de que el mal momento fuese pasando; también de que le asegurara el no haber molestado su sueño. A veces resultaba molesto por naturaleza y aunque mayormente le gustaba, no habría sido el caso en ese momento. - Me alegro, será lo mejor - Comentó, aprobando la idea de que se fuese a su casa lo antes posible. Por otra parte, la música que empezó a escuchar hizo desviar la mirada hacia el tocadiscos que se situaba tras la barra y sonrió adivinando lo que quería la muchacha. Poner una música como aquella, tan lenta y seductora, no era precisamente lo que se le había pasado por la cabeza para una mujer que había sufrido un 'ataque'. Sin embargo, le agradó esa idea. - Será un placer - Contestó. Curar las penas y el dolor le sonó de maravilla, aunque para una mente tan perversa como la suya tal vez la chica no sabía a quién le estaba pidiendo esas cosas. Agarró la mano que le ofrecía al mismo tiempo que se bajaba del taburete y casi de un paso -Un largo paso.- la llevó hasta un rincón oscuro del lugar. Uno cerca de la barra en el que no los molestarían aunque entrara alguien por la puerta o bajase algún cliente de la parte de arriba. Rodeó la cintura femenina con un brazo y, reafirmando el agarre de su mano, hizo que sus cuerpo se estrecharan entre sí. Lenta y disimuladamente, como sugería la música de fondo que ambos escuchaban. Sus caderas no tardaron en empezar a moverse, siguiendo el ritmo de la música. - ¿Un baile curará tus penas? - Preguntó, susurrando sobre el oído ajeno.
Acababa de volver de una fiesta en la que se había hartado de bailar para volver a bailar; irónico ¿Verdad?.
No te preocupes, estuvo perfecto.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: Retorno [Privado]
Nadie podría negar la fuerza que la cortesana tenía, no solo de ella, también de muchas que soportaban este estilo de vida, la diferencia con ellas, y la chica portadora del antifaz era muy simple; si un día decidía dejar de ejercer aquel trabajo, lo haría sin problema alguno, sin tener no tener que comer la próxima semana. Simplemente se divertía, incluso muchas de las personas no lo sabían, pero el dinero que esta cortesana ganaba lo repartía entre algunas amigas que tenía dentro del burdel. Podría tener un carácter firme, en ocasiones dominante, pero si algo tenía o sobresalía de ella, es que siempre pensaba en los demás, y no solo eso, siempre gustaba de ayudar cuando podía. Era completamente cierto que la situación le incomodaba, también que las golpes le dolían, pero ella se lo había buscado, si tan solo se hubiera quedado en casa como una chica normal de su clase social, nada de esto le hubiese pasado, nada. Ahora era el momento de soltar todo mal recuerdo, de disfrutar la buena música, la bebida fina, pero sobre todo, aprovechar la compañía que no podría ser mejor, y que Genie había deseado como suya de hace un tiempo atrás a la fecha.
Bastante notoria era la diferencia de temperaturas en ambos cuerpos, la cortesana apenas llevaba puesta la ropa interior con llena de encaje, su cuerpo estaba prácticamente expuesto, las ventajas de saber que se tiene un cuerpo envidiable es que no tienes problemas en mostrarlo, por muy marcado que se encuentre. La faltaba de prendas había dejado la frialdad en cada parte de su cuerpo, en cada pedacito de su piel. En cambio el caballero ten un tacto cálido, suave, un poco rasposo por la mano masculina, pero su roce era suave y delicado, contradictorio si, pero al tener experiencia en una cama, se tiene experiencia en todo lo que el cuerpo muestra o puedes ver. Su agarré firme hizo que Genie alzará la mirada, el antifaz no estorbaba, de hecho ya se había acostumbrado demasiado a la prenda. Una de sus manos se movió con cierta lentitud, sin perder la sensualidad de los movimientos hasta descansar en el hombro ajeno, y su mano libré se enredó con la masculina. Su enfermedad comenzaba a jugarle malas pasadas, su cuerpo a pesar de haber sufrido tal daño deseaba sentir un nuevo roce, deseaba sentir las manos del hombre sobre su cuerpo, sus labios sobre su piel y su hombría dentro de su ser. Genie era así, su naturaleza le exigía un constante placer que en ocasiones no sabía como controlar, sin embargo también le gustaba sentirse deseada, no dar ese primer paso, se había acostumbrado, su profesión lo decía: "al cliente lo que pida" y ya que ellos escogían…
Recargó su cabeza en el pecho de Alejandro, y su cuerpo comenzó a moverse con discreción, sus caderas jugaban contra el cuerpo masculino, siguiendo el compás de esas notas musicales hechas especialmente para ese lugar, para situaciones intimidas. Solo una vela alumbraba la estancia esta daba un toque elegante y sensual al lugar en donde se encontraban. La oscuridad puede ser sin duda interesante, o imaginas los movimientos de tú acompañante, o tocas para hacerte también la idea. La mano de la cortesana fue viajando con suavidad por la espalda contraría, cuando llego a la parte media de esta, sus dedos se aferraron a la piel incluso sobre la tela, lo atrajo para sentirlo más cerca, para no dejar ni un poco de espacio entre ellos, ni siquiera se permitía que una brisa de aire pasara entre ambos cuerpos. - Las penas son olvidadas según la capacidad de sanción y olvido de una persona, un baile en cambio puede incitar a dos personas a disfrutar de la noche, a distinguir el calor del cuerpo ajeno, a desear un roce placentero, a romper con un momento incomodo - Y no es que le incomodara la presencia ajena, más bien le incomodaba tener que verse tan débil en esos momentos. Sin duda le gustaba no solo verse fuerte, también hermosa y lista para cualquier otra cosa. De nada servia seguir lloriqueando - El baile quizás era un pretexto para sentirlo cerca - Otra cosa que se le podía distinguir, era su sinceridad al decir las cosas. Eugénie no era de las jóvenes que se hacían de la boca chiquita, y si es que sus labios tocaban el sexo de un desconocido ¿De que le servía callar sus propios deseos? Hipócrita no era. - ¿Debo seguir sufriendo un maltrato cuando tengo una nueva situación enfrente? - Su sonrisa burlesca apareció en sus labios, alzó la mirada para poder tener la mirada del caballero a su alcance, se mordió el labio inferior, y siguió moviendo su cuerpo, siguiendo el baile al que había invitado a su ahora compañero.
Bastante notoria era la diferencia de temperaturas en ambos cuerpos, la cortesana apenas llevaba puesta la ropa interior con llena de encaje, su cuerpo estaba prácticamente expuesto, las ventajas de saber que se tiene un cuerpo envidiable es que no tienes problemas en mostrarlo, por muy marcado que se encuentre. La faltaba de prendas había dejado la frialdad en cada parte de su cuerpo, en cada pedacito de su piel. En cambio el caballero ten un tacto cálido, suave, un poco rasposo por la mano masculina, pero su roce era suave y delicado, contradictorio si, pero al tener experiencia en una cama, se tiene experiencia en todo lo que el cuerpo muestra o puedes ver. Su agarré firme hizo que Genie alzará la mirada, el antifaz no estorbaba, de hecho ya se había acostumbrado demasiado a la prenda. Una de sus manos se movió con cierta lentitud, sin perder la sensualidad de los movimientos hasta descansar en el hombro ajeno, y su mano libré se enredó con la masculina. Su enfermedad comenzaba a jugarle malas pasadas, su cuerpo a pesar de haber sufrido tal daño deseaba sentir un nuevo roce, deseaba sentir las manos del hombre sobre su cuerpo, sus labios sobre su piel y su hombría dentro de su ser. Genie era así, su naturaleza le exigía un constante placer que en ocasiones no sabía como controlar, sin embargo también le gustaba sentirse deseada, no dar ese primer paso, se había acostumbrado, su profesión lo decía: "al cliente lo que pida" y ya que ellos escogían…
Recargó su cabeza en el pecho de Alejandro, y su cuerpo comenzó a moverse con discreción, sus caderas jugaban contra el cuerpo masculino, siguiendo el compás de esas notas musicales hechas especialmente para ese lugar, para situaciones intimidas. Solo una vela alumbraba la estancia esta daba un toque elegante y sensual al lugar en donde se encontraban. La oscuridad puede ser sin duda interesante, o imaginas los movimientos de tú acompañante, o tocas para hacerte también la idea. La mano de la cortesana fue viajando con suavidad por la espalda contraría, cuando llego a la parte media de esta, sus dedos se aferraron a la piel incluso sobre la tela, lo atrajo para sentirlo más cerca, para no dejar ni un poco de espacio entre ellos, ni siquiera se permitía que una brisa de aire pasara entre ambos cuerpos. - Las penas son olvidadas según la capacidad de sanción y olvido de una persona, un baile en cambio puede incitar a dos personas a disfrutar de la noche, a distinguir el calor del cuerpo ajeno, a desear un roce placentero, a romper con un momento incomodo - Y no es que le incomodara la presencia ajena, más bien le incomodaba tener que verse tan débil en esos momentos. Sin duda le gustaba no solo verse fuerte, también hermosa y lista para cualquier otra cosa. De nada servia seguir lloriqueando - El baile quizás era un pretexto para sentirlo cerca - Otra cosa que se le podía distinguir, era su sinceridad al decir las cosas. Eugénie no era de las jóvenes que se hacían de la boca chiquita, y si es que sus labios tocaban el sexo de un desconocido ¿De que le servía callar sus propios deseos? Hipócrita no era. - ¿Debo seguir sufriendo un maltrato cuando tengo una nueva situación enfrente? - Su sonrisa burlesca apareció en sus labios, alzó la mirada para poder tener la mirada del caballero a su alcance, se mordió el labio inferior, y siguió moviendo su cuerpo, siguiendo el baile al que había invitado a su ahora compañero.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Retorno [Privado]
Agradable al tacto...
Y es que, para Alejandro, la mujer se sentía como una pluma. No por ser ligera sino delicada. Es cierto que, comparado con los noventa kilos -Aproximadamente.- que se hacía él, ella posiblemente quedaría muy distante. Igual que en la altura y complexión que los distinguía, como le ocurría con la mayoría de personas. Sin embargo, en ese momento, la sintió especialmente delicada ante sus grandes manos y su gran cuerpo. Como si al sujetarla o acercarla hacia él, fuera a lastirmarla. Posiblemente, por todo lo que le había contado del desafortunado incidente, se sentía de esa manera tan extraña. No acostumbraba a ser delicado y, de echo, nunca se había creído alguien con esa cualidad. Sabía jugar a 'damas' y 'caballeros'. Tenía un cierto respeto, para quién se lo mereciese. Tenía la madurez e inteligencia necesaria como para saber comportarse según la situación lo requiriese. Y, aún también tenía su parte inmadura, solía salir a flote en los momentos más oportunos. Aunque como todo ser humano, hay emociones incontrolables en según que situaciones. Aquella debía ser una de ellas. Se sintió extraño por ello más las palabras que empezó a escuchar lo alejaron de esos extraños pensamientos.
Inclinó el cuerpo ligeramente hacia delante, un gesto automático cuando ella apoyó la cabeza en su pecho. Protector. Como si, por ser más grande y ancho, pudiese envolverla con sus brazos para que no volvieran a causarle daño. ¡Ah! Si, en el fondo, a veces este hombre parecía que sacaba sus pensamientos de una novela rosa. Y es que el maltrato de verdad era un tema que le llegaba al fondo del corazón, tanto así como para acercarse lo suficiente a una mujer sin miedo a que se tomara demasiadas confianzas. Y, con ello, no me refiero a la parte pervertida de la vida. Sino a la más romántica. Alejandro hacia todo lo posible por espantar a jovencitas vírgenes e inocentes que buscaban nuevas experiencias y, la palabra clave, amor. Un amor que él nunca iba a poder dar a nadie, independientemente del sexo, el rango o la raza. El amor no era para él. Lo había practicado durante tres años y se esfumó del mismo modo que sabía se esfumaría en cualquier otra ocasión. Para él, lo único que no se esfumaba, era el deseo y la pasión por alguien que le excitara. Ya fuese con palabras o acciones. El roce del cuerpo femenino contra el suyo le produjo una leve erección, inevitable teniendo en cuenta lo mucho que había acostumbrado a su cuerpo para que se mostrara 'sincero' así lo sintiera. Para su desgracia, llevaba esos molestos y apretados pantalones, por lo que tal vez la chica lo notara. ¿Se avergonzaría? Sonrió muy ligeramente, aprovechando que ella no lo veía en ese momento. Claro que no, se contestó más rápido de lo que había preguntado. ¡Era cortesana! No una puritana. Algo ligeramente duro en la entrepierna de un hombre no era ni la mitad de lo que se veía allí día a día. Ni la mitad.
El baile quizás era un pretexto para sentirlo cerca.
Escuchó de repente y se sorprendió un poco. No esperaba esa confesión, después del mal trago que había tenido que pasar. Sin embargo, una parte suya quedó aliviado al saber que no lo tomaría por un degenerado si notaba la excitación que sus roces habían producidos. Por otra parte, la erección de un hombre no siempre significaba un 'Quiero acostarme contigo' rotundo. No, claro que no. Esa podía decirse era la parte más sensible de su anatomía y, por tanto, casi cualquier contacto mínimamente placentero y satisfactorio la haría reaccionar. Sonrió de nuevo, para si mismo. Está vez pensó en que se alegraba de que así fuera, porque de lo contrario es que las cosas empezaban a ir mal ¡Y para eso faltaba todavía mucho! Y tanto. - Si querías sentirme cerca, solo tenías que haberlo pedido. - Susurró, esta vez algo más bajo para que quedara en la intimidad de los dos mientras todavía continuaban con el baile. Lento, bastante lento, pero placentero. - Los abrazos son gratis ¿Sabes? - Y entonces se separó lo suficiente para mirarla a los ojos, con una sonrisa entre bromista y seductora que, en momentos así, le era inevitable poner. - ¿Hay alguna cosa más que quieras y no hayas pedido? - Se aventuró a tratarla definitivamente de 'tú' pues consideraba demasiado remilgado el usted; y venía de un lugar en el que ya había sido demasiado formal. En el burdel no. En ese momento no. - Mira que me siento generoso y puedes aprovecharte - Se quitó la broma quedándose únicamente el brillo de la seducción en su mirada.
En pocas notas tocaría el final de la canción por lo que, de manera desprevenida, afianzó el agarre de su cintura y cordinó lo suficiente como para terminar de una manera perfecta. Ella inclinada hacia un lado y él, afianzándola bien contra si, casi encima. La posición del beso, la llamaban. ¿Por qué? Porque, además de la sensual proximidad, los rostros de la pareja habituaban a quedar peligrosamente cerca.
Ejemplo: Paso de baile.
Algo así, pero menos profesional. & Disculpa la demora.
Y es que, para Alejandro, la mujer se sentía como una pluma. No por ser ligera sino delicada. Es cierto que, comparado con los noventa kilos -Aproximadamente.- que se hacía él, ella posiblemente quedaría muy distante. Igual que en la altura y complexión que los distinguía, como le ocurría con la mayoría de personas. Sin embargo, en ese momento, la sintió especialmente delicada ante sus grandes manos y su gran cuerpo. Como si al sujetarla o acercarla hacia él, fuera a lastirmarla. Posiblemente, por todo lo que le había contado del desafortunado incidente, se sentía de esa manera tan extraña. No acostumbraba a ser delicado y, de echo, nunca se había creído alguien con esa cualidad. Sabía jugar a 'damas' y 'caballeros'. Tenía un cierto respeto, para quién se lo mereciese. Tenía la madurez e inteligencia necesaria como para saber comportarse según la situación lo requiriese. Y, aún también tenía su parte inmadura, solía salir a flote en los momentos más oportunos. Aunque como todo ser humano, hay emociones incontrolables en según que situaciones. Aquella debía ser una de ellas. Se sintió extraño por ello más las palabras que empezó a escuchar lo alejaron de esos extraños pensamientos.
Inclinó el cuerpo ligeramente hacia delante, un gesto automático cuando ella apoyó la cabeza en su pecho. Protector. Como si, por ser más grande y ancho, pudiese envolverla con sus brazos para que no volvieran a causarle daño. ¡Ah! Si, en el fondo, a veces este hombre parecía que sacaba sus pensamientos de una novela rosa. Y es que el maltrato de verdad era un tema que le llegaba al fondo del corazón, tanto así como para acercarse lo suficiente a una mujer sin miedo a que se tomara demasiadas confianzas. Y, con ello, no me refiero a la parte pervertida de la vida. Sino a la más romántica. Alejandro hacia todo lo posible por espantar a jovencitas vírgenes e inocentes que buscaban nuevas experiencias y, la palabra clave, amor. Un amor que él nunca iba a poder dar a nadie, independientemente del sexo, el rango o la raza. El amor no era para él. Lo había practicado durante tres años y se esfumó del mismo modo que sabía se esfumaría en cualquier otra ocasión. Para él, lo único que no se esfumaba, era el deseo y la pasión por alguien que le excitara. Ya fuese con palabras o acciones. El roce del cuerpo femenino contra el suyo le produjo una leve erección, inevitable teniendo en cuenta lo mucho que había acostumbrado a su cuerpo para que se mostrara 'sincero' así lo sintiera. Para su desgracia, llevaba esos molestos y apretados pantalones, por lo que tal vez la chica lo notara. ¿Se avergonzaría? Sonrió muy ligeramente, aprovechando que ella no lo veía en ese momento. Claro que no, se contestó más rápido de lo que había preguntado. ¡Era cortesana! No una puritana. Algo ligeramente duro en la entrepierna de un hombre no era ni la mitad de lo que se veía allí día a día. Ni la mitad.
El baile quizás era un pretexto para sentirlo cerca.
Escuchó de repente y se sorprendió un poco. No esperaba esa confesión, después del mal trago que había tenido que pasar. Sin embargo, una parte suya quedó aliviado al saber que no lo tomaría por un degenerado si notaba la excitación que sus roces habían producidos. Por otra parte, la erección de un hombre no siempre significaba un 'Quiero acostarme contigo' rotundo. No, claro que no. Esa podía decirse era la parte más sensible de su anatomía y, por tanto, casi cualquier contacto mínimamente placentero y satisfactorio la haría reaccionar. Sonrió de nuevo, para si mismo. Está vez pensó en que se alegraba de que así fuera, porque de lo contrario es que las cosas empezaban a ir mal ¡Y para eso faltaba todavía mucho! Y tanto. - Si querías sentirme cerca, solo tenías que haberlo pedido. - Susurró, esta vez algo más bajo para que quedara en la intimidad de los dos mientras todavía continuaban con el baile. Lento, bastante lento, pero placentero. - Los abrazos son gratis ¿Sabes? - Y entonces se separó lo suficiente para mirarla a los ojos, con una sonrisa entre bromista y seductora que, en momentos así, le era inevitable poner. - ¿Hay alguna cosa más que quieras y no hayas pedido? - Se aventuró a tratarla definitivamente de 'tú' pues consideraba demasiado remilgado el usted; y venía de un lugar en el que ya había sido demasiado formal. En el burdel no. En ese momento no. - Mira que me siento generoso y puedes aprovecharte - Se quitó la broma quedándose únicamente el brillo de la seducción en su mirada.
En pocas notas tocaría el final de la canción por lo que, de manera desprevenida, afianzó el agarre de su cintura y cordinó lo suficiente como para terminar de una manera perfecta. Ella inclinada hacia un lado y él, afianzándola bien contra si, casi encima. La posición del beso, la llamaban. ¿Por qué? Porque, además de la sensual proximidad, los rostros de la pareja habituaban a quedar peligrosamente cerca.
Ejemplo: Paso de baile.
Algo así, pero menos profesional. & Disculpa la demora.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: Retorno [Privado]
En este tipo de situaciones compruebas que el quitarse la ropa no es uno de los actos más sensuales del mundo. Un mirada, la cercanía, la manera de hablar, el escenario que se forma, todo ese influye para que dos extraños sientan el deseo de seguir perteneciendo al otro, incluso sino eres de la otra persona, simplemente sientes el deseo de no apartarte del acompañante. El pequeño baile había relajado por completo un cuerpo que había sufrido grandes golpes, incluso la joven se podía dar el lujo de ignorar lo antes ocurrido pues ya lo había olvidado. Su mayor debilidad, aparte del sexo por supuesto, eran las buenas compañías, hace tiempo había querido acercarse al hombre que ahora la sujetaba, no precisamente por un buen polvo, también por una buena platica, así le sumamos otra debilidad, el aprendizaje es una fuerte para ella, y no solo aprender de los libros de texto, o de los profesionales instructores que diariamente le llevaban a casa, el mayor conocimiento que anhelaba era de las voces de aquellos que podían contar sus historias, quizás fuera de su enfermedad, habría entrado a esta profesión para crearse historias dignas, historias que algunas podían ser contadas y que otras se volvían tan intimas como el sentir dentro a un hombre cada noche.
Quizás no solo el antifaz era un incentivo para ser una de las cortesanas más solicitadas, también lo bien que separaba el lado sentimental de la profesión ejercida. Muchas trabajadoras del burdel terminaban siendo despedidas, o incluso ellas mismas huían al caer en esos problemas. Si te pones a pensar de manera correcta, ¿Quién puede enamorarse de alguien que diariamente abre las piernas a un desconocido? Es un tanto ilógico, ¿Cómo confiar en una persona así? Un estilo de vida fácil y extremadamente placentero como el del burdel, no se rompe de la noche a la mañana, quizás pueda pasar, todos tienen derecho a sentir un amor profundo, pero fuera de este edificio. ¿Cómo llevar a una prostituta a una vida de sociedad? Eso estaba tan penado, tan juzgado en la época. He ahí uno de los porqués del antifaz, una joven de sociedad como ella debía guardar la compostura, seguramente sus padres creían que aun se mantenía "pura". Para Genie el solo pensar en aquello en ocasiones le hacía soltar carcajadas en lugares menos esperados.
La mirada azulada de la joven se clavaba de una manera profunda en el rostro del caballero. Sin importar su atrevimiento, soltó una de sus manos del agarre firme ejercido en el cuerpo del hombre, recorrió con sugerencia el pecho del caballero, se podía notar lo fina que era la tela pues sus dedos se deslizaban con facilidad, cómplice de sus caprichos, la mano siguió aquel recorrido hasta toparse con el borde elástico del pantalón varonil. Notó entonces que seguían con aquella postura del baile final, ejerció fuerza en las piernas y se impulso para volver a pararse con propiedad, mientras su mano seguía bajando con lentitud hasta colocarse en la masculinidad del caballero - Dicen que los hombres sensibles al roce corporal son los que mejor placer dan - Presionó aquel paquete erecto, lo soltó a los pocos segundos después, sus brazos se colocaron en su cuello, siguiendo otra pieza suave, cualquiera que viera la escena de fuera juraría que se trata de dos enamorados queriendo cortejarse, la realidad solo lo sabían ellos dos, y la fortuna de tener el lugar a solas, a su disposición - Sabes de tú atractivo, lo sabes y por eso eres tan seguro - Le guiñó un ojo con coquetería, la misma que él mostraba ahora - En este lugar nada es gratis… Aunque podría abrir las piernas sin problema, sin necesidad de paga para ti - Ella no se medía la lengua al hablar, eso no le quitaba la clase que poseía al moverse, incluso en el tono de voz, pero a pesar de tener esa clase en las venas, Genie no podía hacerse de la boca chiquita o reprimir pensamientos cuando era evidente que no le quedaba la situación.
La joven soltó a su acompañante, su cuerpo empezaba a acalorarse en demasía, su enfermedad causaba estragos en ocasiones menos esperadas. Acababan horas antes de atentar contra ella, sin embargo tenía la gran necesidad de terminar el placer interrumpido que había recibido, era más poderosos que su tranquilidad. Quiso disculparse por su actuación, pero en realidad no lo sentía, tenía ganas de tocarle de nuevo, de mirar esa hombría, ¿Aquel hombre se ofendería? A fin de cuentas se había acercado a ella para darle consuelo, no placer, y s algo sabía Genie, es que no todos pueden sentir ese deseo o atracción hacía tú persona. - ¿Otro trago? Aun faltan horas al amanecer, sería una gran insolencia de nuestra parte desperdiciar la complicidad de una noche… - La noche, el mejor de los regalos para los seres oscuros, para las criaturas "no-humanas", el mejor regalo y complicidad para el ser humano, que la espera con ansia para dejar al descubierto el más grande de los placeres, el mayor libertinaje.
Quizás no solo el antifaz era un incentivo para ser una de las cortesanas más solicitadas, también lo bien que separaba el lado sentimental de la profesión ejercida. Muchas trabajadoras del burdel terminaban siendo despedidas, o incluso ellas mismas huían al caer en esos problemas. Si te pones a pensar de manera correcta, ¿Quién puede enamorarse de alguien que diariamente abre las piernas a un desconocido? Es un tanto ilógico, ¿Cómo confiar en una persona así? Un estilo de vida fácil y extremadamente placentero como el del burdel, no se rompe de la noche a la mañana, quizás pueda pasar, todos tienen derecho a sentir un amor profundo, pero fuera de este edificio. ¿Cómo llevar a una prostituta a una vida de sociedad? Eso estaba tan penado, tan juzgado en la época. He ahí uno de los porqués del antifaz, una joven de sociedad como ella debía guardar la compostura, seguramente sus padres creían que aun se mantenía "pura". Para Genie el solo pensar en aquello en ocasiones le hacía soltar carcajadas en lugares menos esperados.
La mirada azulada de la joven se clavaba de una manera profunda en el rostro del caballero. Sin importar su atrevimiento, soltó una de sus manos del agarre firme ejercido en el cuerpo del hombre, recorrió con sugerencia el pecho del caballero, se podía notar lo fina que era la tela pues sus dedos se deslizaban con facilidad, cómplice de sus caprichos, la mano siguió aquel recorrido hasta toparse con el borde elástico del pantalón varonil. Notó entonces que seguían con aquella postura del baile final, ejerció fuerza en las piernas y se impulso para volver a pararse con propiedad, mientras su mano seguía bajando con lentitud hasta colocarse en la masculinidad del caballero - Dicen que los hombres sensibles al roce corporal son los que mejor placer dan - Presionó aquel paquete erecto, lo soltó a los pocos segundos después, sus brazos se colocaron en su cuello, siguiendo otra pieza suave, cualquiera que viera la escena de fuera juraría que se trata de dos enamorados queriendo cortejarse, la realidad solo lo sabían ellos dos, y la fortuna de tener el lugar a solas, a su disposición - Sabes de tú atractivo, lo sabes y por eso eres tan seguro - Le guiñó un ojo con coquetería, la misma que él mostraba ahora - En este lugar nada es gratis… Aunque podría abrir las piernas sin problema, sin necesidad de paga para ti - Ella no se medía la lengua al hablar, eso no le quitaba la clase que poseía al moverse, incluso en el tono de voz, pero a pesar de tener esa clase en las venas, Genie no podía hacerse de la boca chiquita o reprimir pensamientos cuando era evidente que no le quedaba la situación.
La joven soltó a su acompañante, su cuerpo empezaba a acalorarse en demasía, su enfermedad causaba estragos en ocasiones menos esperadas. Acababan horas antes de atentar contra ella, sin embargo tenía la gran necesidad de terminar el placer interrumpido que había recibido, era más poderosos que su tranquilidad. Quiso disculparse por su actuación, pero en realidad no lo sentía, tenía ganas de tocarle de nuevo, de mirar esa hombría, ¿Aquel hombre se ofendería? A fin de cuentas se había acercado a ella para darle consuelo, no placer, y s algo sabía Genie, es que no todos pueden sentir ese deseo o atracción hacía tú persona. - ¿Otro trago? Aun faltan horas al amanecer, sería una gran insolencia de nuestra parte desperdiciar la complicidad de una noche… - La noche, el mejor de los regalos para los seres oscuros, para las criaturas "no-humanas", el mejor regalo y complicidad para el ser humano, que la espera con ansia para dejar al descubierto el más grande de los placeres, el mayor libertinaje.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Retorno [Privado]
Sorpresa, sorpresa.
¿O no tan sorpresa? Él mismo había empezado a hablar con algo de coquetería y la mujer no era precisamente la más santa ni la más pura. Era directa, no tenía pelos en la lengua. Sería fogosa en la cama, o eso supuso. Todo un torbellino concentrado en aquel cuerpo femenino de exquisitas curvas. Lo cierto era, que Alejandro -A pesar del mal trago que la mujer había sufrido.- se maravillaba de su cuerpo, con pensamientos nada buenos para un momento 'tranquilo' como pretendía ser aquel. Dejó de serlo en el mismo momento en el que ella dio el agigantado paso de tocarle sin disimulo alguno. De la manera más descarada posible que se podía hacer, colocó su mano sobre esa tan delicada parte que ya se había estimulado más de la cuenta solo con unos cuantos roces.. Estaba claro que se había dado cuenta. "Dicen que los hombres sensibles al roce corporal son los que mejor placer dan" Le había dicho, mientras todavía se sujetaban mutuamente. Ella por 'allí' y él entre sus brazos durante aquella especie de baile. Todo un cumplido dirigido a él, por supuesto. Y Alejandro estaba de lo más orgulloso por ser capaz de excitarse en situaciones como esas, una vez más demostraba que su edad solo era un mero número sin importancia. Físicamente continuaba siendo todo un chaval, incluidas las erecciones involuntarias que siempre ocurrían en los momentos menos indicados. ¿O sería aquel un indicado momento?.
Soltó una pequeña carcajada tanto por su descubrimiento como por la manera en que se le había ofrecido, sin problema alguno. "Abrir las piernas para ti" habían sido las palabras exactas que lo habían divertido. ¡Qué mujer! Pensó, ipso facto. ¿Tendría dueño? Se preguntó, a lo que automáticamente contestó con una negación. No se conocían más que de un par de miradas y aquel momento que estaban compartiendo pero Alejandro dedujo que era demasiado libre como para conseguir que alguien la enjaulara. Y, de echo, pensó en que sería todo un desperdicio someter algo tan bello como la fiereza de una mujer. En este caso, esa mujer. - No soy el único que sabe de su atractivo ¿Me equivoco? - Sonrió, pues ser vanidoso era algo que aceptaba con naturalidad. Algo inevitable. No lo consideraba malo en lo absoluto. - Debería sentirme halagado, me da que no eres de las que abre sus piernas para cualquiera - Comentó, justo antes de que ella se separase por propia voluntad de él. Para su suerte. Adivinó que no era el único empezando a acalorarse en demasía, gracias a ella. Le pareció divertido que se hubiese puesto en una situación comprometida por sus propios medios, era una de las pocas veces en el que él no había incitado a la seducción; o por lo menos no lo creía así.
- Me apetece - Fue lo único que respondió, aceptando el trago que le ofrecía. Se acercó al tocadiscos que todavía seguía tocando aquella melodiosa música y decidió que apagarlo podía ser la opción más sensata. Empezaba a dolerle un poco la cabeza. No había sido una buena idea quedarse en pie después de la fiesta; las fiestas siempre le resultaban agotadoras con aquellos trajes ajustados que le hacían llevar. Ahora, tenía una especial parte ajustada de más. Demasiado. Eso le provocaba el calor y el calor le aumentaba el cansancio. Toda una espiral de sensaciones ligeramente molestas, para su mala suerte. De camino a la barra, se desabrochó los tres primeros botones de la camisa que aprisionaba su pecho. Siempre le pasaba lo mismo con aquellas prendas. En cuanto se sentó en el taburete, frente a la barra, agarró el vaso más cercano que ya tenía un par de hielos y seguidamente la botella con el licor. Un fresco licor que esperaba le sirviese de alivio hasta que subiera a la habitación, se desnudara y pudiese descansar durante toda la mañana. Servido el suyo, pasó a hacer lo mismo con el contiguo suponiendo que la muchacha también deseaba aquel trago. Se la imaginaba en una situación similar a la suya. Sonrió, divertido. - ¿Pretendía algo más que calentarme con sus acciones la señorita? - Se carcajeó, con aquel tono de burla que hablaba en tercera persona. Como si no fuera ella la responsable. Lo que estaba claro, para suerte de ella, era que a Alejandro no le habían molestado ni sus descaradas acciones ni sus descaradas palabras. Todo lo contrario, cuanto mayor era el grado más le servía para pasar un buen rato.
¿O no tan sorpresa? Él mismo había empezado a hablar con algo de coquetería y la mujer no era precisamente la más santa ni la más pura. Era directa, no tenía pelos en la lengua. Sería fogosa en la cama, o eso supuso. Todo un torbellino concentrado en aquel cuerpo femenino de exquisitas curvas. Lo cierto era, que Alejandro -A pesar del mal trago que la mujer había sufrido.- se maravillaba de su cuerpo, con pensamientos nada buenos para un momento 'tranquilo' como pretendía ser aquel. Dejó de serlo en el mismo momento en el que ella dio el agigantado paso de tocarle sin disimulo alguno. De la manera más descarada posible que se podía hacer, colocó su mano sobre esa tan delicada parte que ya se había estimulado más de la cuenta solo con unos cuantos roces.. Estaba claro que se había dado cuenta. "Dicen que los hombres sensibles al roce corporal son los que mejor placer dan" Le había dicho, mientras todavía se sujetaban mutuamente. Ella por 'allí' y él entre sus brazos durante aquella especie de baile. Todo un cumplido dirigido a él, por supuesto. Y Alejandro estaba de lo más orgulloso por ser capaz de excitarse en situaciones como esas, una vez más demostraba que su edad solo era un mero número sin importancia. Físicamente continuaba siendo todo un chaval, incluidas las erecciones involuntarias que siempre ocurrían en los momentos menos indicados. ¿O sería aquel un indicado momento?.
Soltó una pequeña carcajada tanto por su descubrimiento como por la manera en que se le había ofrecido, sin problema alguno. "Abrir las piernas para ti" habían sido las palabras exactas que lo habían divertido. ¡Qué mujer! Pensó, ipso facto. ¿Tendría dueño? Se preguntó, a lo que automáticamente contestó con una negación. No se conocían más que de un par de miradas y aquel momento que estaban compartiendo pero Alejandro dedujo que era demasiado libre como para conseguir que alguien la enjaulara. Y, de echo, pensó en que sería todo un desperdicio someter algo tan bello como la fiereza de una mujer. En este caso, esa mujer. - No soy el único que sabe de su atractivo ¿Me equivoco? - Sonrió, pues ser vanidoso era algo que aceptaba con naturalidad. Algo inevitable. No lo consideraba malo en lo absoluto. - Debería sentirme halagado, me da que no eres de las que abre sus piernas para cualquiera - Comentó, justo antes de que ella se separase por propia voluntad de él. Para su suerte. Adivinó que no era el único empezando a acalorarse en demasía, gracias a ella. Le pareció divertido que se hubiese puesto en una situación comprometida por sus propios medios, era una de las pocas veces en el que él no había incitado a la seducción; o por lo menos no lo creía así.
- Me apetece - Fue lo único que respondió, aceptando el trago que le ofrecía. Se acercó al tocadiscos que todavía seguía tocando aquella melodiosa música y decidió que apagarlo podía ser la opción más sensata. Empezaba a dolerle un poco la cabeza. No había sido una buena idea quedarse en pie después de la fiesta; las fiestas siempre le resultaban agotadoras con aquellos trajes ajustados que le hacían llevar. Ahora, tenía una especial parte ajustada de más. Demasiado. Eso le provocaba el calor y el calor le aumentaba el cansancio. Toda una espiral de sensaciones ligeramente molestas, para su mala suerte. De camino a la barra, se desabrochó los tres primeros botones de la camisa que aprisionaba su pecho. Siempre le pasaba lo mismo con aquellas prendas. En cuanto se sentó en el taburete, frente a la barra, agarró el vaso más cercano que ya tenía un par de hielos y seguidamente la botella con el licor. Un fresco licor que esperaba le sirviese de alivio hasta que subiera a la habitación, se desnudara y pudiese descansar durante toda la mañana. Servido el suyo, pasó a hacer lo mismo con el contiguo suponiendo que la muchacha también deseaba aquel trago. Se la imaginaba en una situación similar a la suya. Sonrió, divertido. - ¿Pretendía algo más que calentarme con sus acciones la señorita? - Se carcajeó, con aquel tono de burla que hablaba en tercera persona. Como si no fuera ella la responsable. Lo que estaba claro, para suerte de ella, era que a Alejandro no le habían molestado ni sus descaradas acciones ni sus descaradas palabras. Todo lo contrario, cuanto mayor era el grado más le servía para pasar un buen rato.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: Retorno [Privado]
Mientras se alejaba del hombre, la cortesana movía las caderas de manera marcada, con movimientos lentos, sensuales, que cualquier hombre, o incluso criatura de la noche, no podrían pasar desapercibido. Pocas mujeres aprovechan de la belleza que se les brindaba, pocas la utilizaban, pero muy contadas reconocían la belleza que irradiaban, y ellas, son las que obtienen todo lo que desean. Para la buena suerte de la anfitriona, ella era de las contadas que sacaba jugo de sus dotes, por ejemplo, ese momento. De estar en otra situación, o con otro tipo de mujer, estaba segura que Alejandro no habría permitido ese contacto, no es que ella fuera especial para el caballero, pero no todas pueden llegar a hacer algo así, o no con todas estas dispuesto a echar un buen polvo. La mujer tomó asiento en la barra, sonriendo de manera amplia, mordisqueando su labio inferior de manera insinuante, sin dejar de ver a los ojos al que se sentaba ahora frente a ella. - ¿Qué cortesana no abre las piernas a cualquiera? Incluso usted ¿Con quién se niega? Los francos que los clientes están dispuestos a pagar no nos dejan en una posición para escoger, a fin de cuentas estamos aquí para cumplir placeres, y para ganar dinero… Y no, no es de manera fácil, nunca lo será, porque estoy segura que pocas personas tendrían el coraje para meterse a la cama de cualquier desconocido. - La joven no mentía, mientras le pagarán, no tendría porque ver si alguien era chaparro o alto, gordo o flaco, agraciado o no, ese tipo de detalles se hacían a un lado, sin embargo… - Pero si hablamos por gusto propio, esta en lo correcto, no a cualquiera le digo de esta manera que lo quiero sentir dentro de mi, que quiero me haga gemir - La mujer estaba diciendo lo que quería con él, como deseaba sentirlo, pero quizás ella podía decir misa, pero si el hombre no accedía nada podría hacer ¿Rogarle? No, no estaba dispuesta a eso.
Tomó con cuidado su vaso entre los dedos. Se llevó el mismo hasta poder aspirar el aroma del liquido, olía demasiado bien, de los mejores licores que pudieran existir, y es que en los burdeles se debía estar preparado para todo, para el cliente que sólo paga por un buen sexo oral, o por el que paga la noche entera con la mejor de las comodidades, y los trabajadores, como ellos, tenían permitido tocar cualquier cosa, y tomar también lo que fuera necesario. Dio un pequeño sorbo al licor, y después bebió de manera profunda, sintiendo como su garganta sentía un ligero malestar, una especie de ardor gracias a la cantidad que había ingerido. Aquello no le parecía molesto, incluso le era agradable, además que, los efectos del alcohol eran fuertes, y adormecían parte del cuerpo, o evitaba que la persona que lo consumiera siguiera sintiendo dolor.
Aquí el juego era de dos, era bastante evidente que ambos se coqueteaban a esas alturas y que ambos disfrutaban de lo que su cuerpo estaba experimentando - Me parece que debe desabrochar el pantalón, no creo que a su miembro le guste estar mucho tiempo apretado en esas condiciones - Ahí estaba ella, demostrando que le importaba muy poco lo que pensara de ella por como se expresaba, y de cierta manera no estaba siendo grosera, de hecho, estaba utilizando un lenguaje bastante apropiado. - Vamos, adelante, no creo que sea algo que no haya visto - Soltó una risita burlona, y volvió a dar otro sorbo a su vaso, lo estaba pasando bastante bien, de hecho el momento requería un poco más de acción, o ella era la que necesitaba la atención en esa parte de su cuerpo. - ¿Me va a decir entonces que sólo quiere un calentón, y quedarse a medias? A mi nunca me gusta dejar las cosas a medias, me gusta terminarlas - Arqueó una de sus cejas, el hombre no era tonto, no podía serlo, y debía de notar la tensión del ambiente, y de las cosas que podrían pasar.
La mujer por fin había terminado su trago, aunque en realidad no es que fuera mucho. Se puso de pie de nueva cuenta, y caminó hasta poder rodear por completo la barra donde se habían sentado. Se detuvo cuando estuvo frente a Alejandro. Y sus manos se estiraron hasta llegar al botón de su pantalón, ahí con maestría lo desabrochó, y también deslizó la bragueta para poder liberar la presión del lugar, sentía incluso que el cuerpo del caballero se lo agradecía - Así esta mejor ¿No lo cree? Aunque si quiere más libertad al respecto, puede pedirlo, con gusto puedo ayudarle con eso - Problemas no tendría en dejarle a la vista aquel miembro erecto, que sin verlo, y sólo rozándolo pudo notar lo bien dotado que se encontraba. La chica había olvidado por completo los golpes que había recibido, el dolor se había esfumado por arte de magia, su enfermedad era la que hablaba en ese momento, la que invadía por completo cada rincón de su ser, y también de sus pensamientos. Movió su cuerpo dando dos pasos hacía atrás y después lo miro con inocencia, con una perfectamente fingida - Si lo desea también puedo dejarlo descansar, se nota bastante cansado, y no quiero hacer que la noche no le rinda demasiado - Se burló. A estás alturas ni ella quería descansar. ¿El querría? Genie había escuchado que dejar la erección de un hombre de esa manera era cruel, pues más tarde el no bajarla le haría sentir un gran dolor. Un hombre que practicaba a diario el deporte ejemplar del sexo, estaría más expuesto al dolor. ¿Acaso estaría dispuesto a sufrir un dolor más tarde? Estaba por verse.
Tomó con cuidado su vaso entre los dedos. Se llevó el mismo hasta poder aspirar el aroma del liquido, olía demasiado bien, de los mejores licores que pudieran existir, y es que en los burdeles se debía estar preparado para todo, para el cliente que sólo paga por un buen sexo oral, o por el que paga la noche entera con la mejor de las comodidades, y los trabajadores, como ellos, tenían permitido tocar cualquier cosa, y tomar también lo que fuera necesario. Dio un pequeño sorbo al licor, y después bebió de manera profunda, sintiendo como su garganta sentía un ligero malestar, una especie de ardor gracias a la cantidad que había ingerido. Aquello no le parecía molesto, incluso le era agradable, además que, los efectos del alcohol eran fuertes, y adormecían parte del cuerpo, o evitaba que la persona que lo consumiera siguiera sintiendo dolor.
Aquí el juego era de dos, era bastante evidente que ambos se coqueteaban a esas alturas y que ambos disfrutaban de lo que su cuerpo estaba experimentando - Me parece que debe desabrochar el pantalón, no creo que a su miembro le guste estar mucho tiempo apretado en esas condiciones - Ahí estaba ella, demostrando que le importaba muy poco lo que pensara de ella por como se expresaba, y de cierta manera no estaba siendo grosera, de hecho, estaba utilizando un lenguaje bastante apropiado. - Vamos, adelante, no creo que sea algo que no haya visto - Soltó una risita burlona, y volvió a dar otro sorbo a su vaso, lo estaba pasando bastante bien, de hecho el momento requería un poco más de acción, o ella era la que necesitaba la atención en esa parte de su cuerpo. - ¿Me va a decir entonces que sólo quiere un calentón, y quedarse a medias? A mi nunca me gusta dejar las cosas a medias, me gusta terminarlas - Arqueó una de sus cejas, el hombre no era tonto, no podía serlo, y debía de notar la tensión del ambiente, y de las cosas que podrían pasar.
La mujer por fin había terminado su trago, aunque en realidad no es que fuera mucho. Se puso de pie de nueva cuenta, y caminó hasta poder rodear por completo la barra donde se habían sentado. Se detuvo cuando estuvo frente a Alejandro. Y sus manos se estiraron hasta llegar al botón de su pantalón, ahí con maestría lo desabrochó, y también deslizó la bragueta para poder liberar la presión del lugar, sentía incluso que el cuerpo del caballero se lo agradecía - Así esta mejor ¿No lo cree? Aunque si quiere más libertad al respecto, puede pedirlo, con gusto puedo ayudarle con eso - Problemas no tendría en dejarle a la vista aquel miembro erecto, que sin verlo, y sólo rozándolo pudo notar lo bien dotado que se encontraba. La chica había olvidado por completo los golpes que había recibido, el dolor se había esfumado por arte de magia, su enfermedad era la que hablaba en ese momento, la que invadía por completo cada rincón de su ser, y también de sus pensamientos. Movió su cuerpo dando dos pasos hacía atrás y después lo miro con inocencia, con una perfectamente fingida - Si lo desea también puedo dejarlo descansar, se nota bastante cansado, y no quiero hacer que la noche no le rinda demasiado - Se burló. A estás alturas ni ella quería descansar. ¿El querría? Genie había escuchado que dejar la erección de un hombre de esa manera era cruel, pues más tarde el no bajarla le haría sentir un gran dolor. Un hombre que practicaba a diario el deporte ejemplar del sexo, estaría más expuesto al dolor. ¿Acaso estaría dispuesto a sufrir un dolor más tarde? Estaba por verse.
- Spoiler:
- Lamento la demora, espero valga la pena u.u
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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Re: Retorno [Privado]
Eugénie lo estaba tentando, demasiado. Desde hacía rato -El baile, concretamente- había notado la tensión sexual entre ellos. Él había llegado cansado de la fiesta, con ganas de dormir durante horas y horas. Se la había encontrado y pensó que un trago no estaría mal para relajar al organismo, siempre entraba bien. Y no sabía cómo ¡Habían acabado así! Él, empalmado, y ella lanzándole sutiles y no tan sutiles indirectas. Muy directas. Sí, porque esa mujer no tenía pelos en la lengua. Algo que no podía poner más caliente a Alejandro. ¡Ah, qué cruel el destino! Ponerle a esa mujer delante cuando ella había sufrido un asalto violento horas atrás. Se le hacía ligeramente incómodo pensar en los moretones que tendría bajo la ropa que la cubría, sin embargo.. Tampoco podía pensar en no desearla. Era bella, muy bella. Joven. Había comprobado cual era su tacto y la suavidad de su piel. Su olor corporal, exquisito. ¿Cómo resistirse a todo eso? Aunque él estaba acostumbrado a rodearse de mujeres hermosas y no precisamente mayores, disfrutaba de cada momento. Y de cada belleza. Le estaba costando mucho resistirse para no cogerla allí mismo, como un jodido animal.
Por supuesto, había sabido ver que no era como cualquier cortesana. Y que no le hablaba de esa manera tan directa a cualquier hombre, más cuando no iba a pagar por ella. Tomó un nuevo trago sin mencionar nada. Necesitaba calmarse para bajar la erección y concentrarse en otra cosa. En el whisky, por ejemplo. O en el sueño que parecía haberle desaparecido del cuerpo. Curiosamente, siendo sustituido por la excitación.. Este hombre parecía nunca tener fin. La mujer, desde luego, tampoco le estaba ayudando en absoluto. "Me parece que debe desabrochar el pantalón, no creo que a su miembro le guste estar mucho tiempo apretado en esas condiciones" ¡Eso sí no se lo estaba esperando! En un visto y no visto, le había desabrochado el pantalón. - Sí, ya veo que no te gusta dejar las cosas a medias - Sonrió de medio lado, mientras por dentro maldecía a todo Dios. ¿Y eso, cómo seguir a eso?. Se quedaba sin excusas. Estaba claro que Eugénie había olvidado hacía rato su incidente con el cliente y él.. ¿Por qué demonios se estaba resistiendo? ¡Era imbécil! Ni siquiera lo sabía, solo sentía que no era el momento. Ni el lugar. Que sus instintos no debían liberarse. No allí.
Acabó de un solo trago el vaso y se levantó del taburete. Notó que los pantalones parecían querer caerse por lo que subió la cremallera, sin arriesgarse a abrochar el botón. Que ella fuera tan directa no significaba que estuviese equivocada ¡Claro que no! Él estaba más duro de lo que la ropa podía aguantar y de lo que se consideraba saludable. Siempre se había sabido que esa parte masculina, en concreto, resultaba extremadamente sensible al roce. No solo en el buen sentido. Con decisión, se acercó a la mujer. Alargó una mano, agarrando un par de mechones de su ligeramente alborotado cabello, e hizo el gesto de olorarlo. Una caricia muy dulce. Pero en Alejandro, lo dulce se convertía en traicionero. Estiró de dichos mechones, acercando el rostro de la fémina hasta el suyo propio. Tanto, que incluso sentía el aliento ajeno sobre él mismo. - No me gustan los juegos, preciosa. No soy el tipo de hombre que te agradará esta noche - Sin embargo, su mano prontamente había empezado a recorrer las curvas femeninas rápidamente, Palpando y asegurándose de no olvidar el tacto. Lo necesitaría recordar más adelante, cuando tuviera que bajar aquella 'inflamación' natural. - Por hoy me encargaré solo, ya has tenido bastante violencia - ¿Sonaba caballero? ¡No lo era! O, tal vez, las mujeres heridas eran una de sus pocas y no descubiertas todavía debilidades. No pudo hacer más que soltarla, aparentemente indiferente. Realmente no quería parecer alguien cortes ni 'bueno', mucho menos dulce. Él no era así. Solo estaba siendo producto de la falta de sueño combinada con el alcohol. Una mezcla extraña.
- Sed buena, madame - En una última acción estúpida, besó el dorso de la mano femenina que le caía más cerca antes de darse la vuelta. Que ganas tenía de darse una buena ducha fría. Suspiró pesadamente, recorriendo con una mano su rostro cansado. Qué pocas veces se había quedado él con las ganas... Y mucho menos por su propia voluntad. Sí, definitivamente el sueño era lo que le afectaba. Se dijo. O puede que la edad. Aunque hasta ahora no hubiese demostrado ningún síntoma parecido. Las mujeres maltratadas también lo reblandecían un poco... Desde luego, no estaba para una de sus sesiones de sexo. En las que era de todo menos delicado. No podría tocarla suavemente, en ningún momento.
Como siempre hacía, entró rápidamente a los baños comunes y se dirigió a la ducha. Sus manos lo desvistieron con rapidez sin prestar atención si quiera a dónde tiraba la ropa. El agua fría y mano harían el resto.
Lo dejo abierto a que Eugénie siga o se quede así, tú decides (?)
PD: Y disculpa la demora, intento volver a coger al personaje.
Por supuesto, había sabido ver que no era como cualquier cortesana. Y que no le hablaba de esa manera tan directa a cualquier hombre, más cuando no iba a pagar por ella. Tomó un nuevo trago sin mencionar nada. Necesitaba calmarse para bajar la erección y concentrarse en otra cosa. En el whisky, por ejemplo. O en el sueño que parecía haberle desaparecido del cuerpo. Curiosamente, siendo sustituido por la excitación.. Este hombre parecía nunca tener fin. La mujer, desde luego, tampoco le estaba ayudando en absoluto. "Me parece que debe desabrochar el pantalón, no creo que a su miembro le guste estar mucho tiempo apretado en esas condiciones" ¡Eso sí no se lo estaba esperando! En un visto y no visto, le había desabrochado el pantalón. - Sí, ya veo que no te gusta dejar las cosas a medias - Sonrió de medio lado, mientras por dentro maldecía a todo Dios. ¿Y eso, cómo seguir a eso?. Se quedaba sin excusas. Estaba claro que Eugénie había olvidado hacía rato su incidente con el cliente y él.. ¿Por qué demonios se estaba resistiendo? ¡Era imbécil! Ni siquiera lo sabía, solo sentía que no era el momento. Ni el lugar. Que sus instintos no debían liberarse. No allí.
Acabó de un solo trago el vaso y se levantó del taburete. Notó que los pantalones parecían querer caerse por lo que subió la cremallera, sin arriesgarse a abrochar el botón. Que ella fuera tan directa no significaba que estuviese equivocada ¡Claro que no! Él estaba más duro de lo que la ropa podía aguantar y de lo que se consideraba saludable. Siempre se había sabido que esa parte masculina, en concreto, resultaba extremadamente sensible al roce. No solo en el buen sentido. Con decisión, se acercó a la mujer. Alargó una mano, agarrando un par de mechones de su ligeramente alborotado cabello, e hizo el gesto de olorarlo. Una caricia muy dulce. Pero en Alejandro, lo dulce se convertía en traicionero. Estiró de dichos mechones, acercando el rostro de la fémina hasta el suyo propio. Tanto, que incluso sentía el aliento ajeno sobre él mismo. - No me gustan los juegos, preciosa. No soy el tipo de hombre que te agradará esta noche - Sin embargo, su mano prontamente había empezado a recorrer las curvas femeninas rápidamente, Palpando y asegurándose de no olvidar el tacto. Lo necesitaría recordar más adelante, cuando tuviera que bajar aquella 'inflamación' natural. - Por hoy me encargaré solo, ya has tenido bastante violencia - ¿Sonaba caballero? ¡No lo era! O, tal vez, las mujeres heridas eran una de sus pocas y no descubiertas todavía debilidades. No pudo hacer más que soltarla, aparentemente indiferente. Realmente no quería parecer alguien cortes ni 'bueno', mucho menos dulce. Él no era así. Solo estaba siendo producto de la falta de sueño combinada con el alcohol. Una mezcla extraña.
- Sed buena, madame - En una última acción estúpida, besó el dorso de la mano femenina que le caía más cerca antes de darse la vuelta. Que ganas tenía de darse una buena ducha fría. Suspiró pesadamente, recorriendo con una mano su rostro cansado. Qué pocas veces se había quedado él con las ganas... Y mucho menos por su propia voluntad. Sí, definitivamente el sueño era lo que le afectaba. Se dijo. O puede que la edad. Aunque hasta ahora no hubiese demostrado ningún síntoma parecido. Las mujeres maltratadas también lo reblandecían un poco... Desde luego, no estaba para una de sus sesiones de sexo. En las que era de todo menos delicado. No podría tocarla suavemente, en ningún momento.
Como siempre hacía, entró rápidamente a los baños comunes y se dirigió a la ducha. Sus manos lo desvistieron con rapidez sin prestar atención si quiera a dónde tiraba la ropa. El agua fría y mano harían el resto.
Lo dejo abierto a que Eugénie siga o se quede así, tú decides (?)
PD: Y disculpa la demora, intento volver a coger al personaje.
Alejandro Garay- Prostituta Clase Baja
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Re: Retorno [Privado]
Era cómo una especie de medicamento, de eso se trataba el saciar el deseo sexual de su cuerpo en el burdel. Por eso estaba noche tras noche entre aquellas paredes que apestaba a colonia barata y sexo sin sentimientos, porqué aunque no se fácil de procesar, la actividad sexual con sentimientos suele saborearse y olerse de maneras distintas. No, ella no estaba dispuesta a sentir amor, no lo podía conocer dentro de un burdel, dentro de un cuarto, mucho menos por un desconocido. Según su madre el amor es complejo, tienen muchas cosas de por medio, muchas sensaciones distintas, no empieza en una cama, y ella lo sabía bien, y lo había reafirmado esa noche cuando un hombre la había tocado de la manera más brusca. Estaba en una especie de dilema, como cuando te ponen entre la espada y la pared. La chica no sabía si sentir repulsión por lo que estaba dejando pasar, o tranquilidad por ser "fuerte" y olvidarlo con rapidez. Quizás por ese tipo de pensamientos, quizás por dejar que las cosas pasen todo el tiempo es cuando las mujeres mueren a mano de los hombres violentos. Una especie de corriente eléctrica se movió por todo su cuerpo, haciendo que abriera los ojos, quizás lo correcto para ella era dejar un tiempo el burdel, alejarse de esa zona, el dueño lo entendería por completo, sabía que él no sería capaz de detenerla, a fin de cuentas tenía afinidad con ella, y ambos tenían un trato, ella no tenía contratos ni siquiera podía tratarla como si fuera un objeto valioso, Genie daba fuertes cantidades de dinero con tal de pavonearse frente a hombres y humedecer sus miembros cuando estaban dentro de ella. No necesitaba trabajar aquí para vivir, así que, si se marchaba no había problema. Tal vez haría un trato con alguna de sus compañeras, con la que mejor le cayera, le donaría todos sus antifaces para que llamara la atención y pudiera conseguir buen dinero por la paga, quien sabe, debía analizarlo bien, eso no era un juego, ella lo sabía.
Génie negó repetidas veces, su mente estaba viajando a otro mundo, a su mundo de tormentos, no estaba frente a Alejandro, y eso la hizo sentir avergonzada pero mientras él no lo notará estaría bien. No podía apartar su mirada de ese gran bulto, y la alternaba en ocasiones con los ojos que ahora denotaban calentura, esos ojos ajenos tan hermosos. Por lo regular sus clientes eran niños grandes, herederos mantenidos, caprichosos, muy pocos adultos, o quizás se trataba de la temporada, porqué si, incluso en el burdel existe una especie de estación del año, un momento vienen niños, otros adultos, otros viejos, mujeres, depende, todo depende de los momentos. Nunca se había metido con un compañero de trabajo, menos tan bueno como él, deseaba poder sentir sus manos en su cuerpo, y también esa boca dando vueltas en su intimidad. La cortesana estaba perdiendo la compostura, la excitación la comenzaba a abrumar. Se mordisqueó el labio inferior con fuerza para concentrarse, pero no podía, esa vista era demasiado buena.
Estuvo a punto de enroscar sus manos en su cuello cuando el hombre le dejó en claro que por hoy, o quizás siempre, no tendría ganas de tocarla. La joven se quedó congelada, sus ojos se abrieron ligeramente, no mostró su sorpresa, no, simplemente lo miró a los ojos con un toque de desilusión, de dolor. ¡La estaba rechazando! Eugénie sintió que se estaba mareando, se sintió confundida, estaba demasiado deseosa de ese hombre, tenía ganas de tocarlo, deseaba chuparle ese miembro duro y enterrárselo de un sólo sentó, las cosas que estaba pensando, las cosas que estaba deseando con él y éste simplemente la rechaza. Se mordió de nueva cuenta el labio inferior ahogando un sollozo estúpido. ¡Que gran bofetada! Primero aquel hombre se había atrevido a lastimar su cuerpo, pero para ella, esto era peor que un golpe a su cuerpo. Quiso llorar de manera ridícula pero se aguantó, él no era nadie para verla de esa manera, tan pequeña, tan débil, tan vulnerable… ¡Tan rechazada! Una especie de ardor fue lo que sintió dentro de su estomago, su carácter tan fuerte, caprichoso, tan demandante como la princesa que era en casa se hizo presente, arrugó el ceño, y se quedó mirando a la pared cuando éste se iba. Su mano se estiró hasta topar la copa que había dejado medio llena, y la arrastró hasta sus labios para dar un gran trago, lo dejó completamente vació, y disfruto el ardor en su garganta, al menos sabía que eso relajaría su cuerpo. Miró a su alrededor, su maleta estaba a un lado del sillón, la cogió apenas moviéndose y con rapidez y destreza se colocó el vestido con el que debía volver a casa.
Genie avanzó hasta el cuarto de baño, dónde Alejandro, con esa espalda enorme y bien definida le estaba dando la espalda. - ¡Oye! - Masculló bastante molesta, y adentró su mano entre los pliegues de su vestido, arrastró sus pantaletas húmedas y calientes hacía abajo, y con un movimiento rápido se las lanzó con fuerza hasta que chocaron contra su pecho - Te va a servir para tu paja, quizás las tiñas de blanco, te las regalo - Espetó de manera furiosa, denotando la furia e indignación que en ese momento sentía. La joven se colocó la capucha sobre su cuerpo, y salió del ese burdel directo a casa, en definitiva eso le había confirmado la idea de no volver al burdel, o bueno… Al menos en un tiempo.
Génie negó repetidas veces, su mente estaba viajando a otro mundo, a su mundo de tormentos, no estaba frente a Alejandro, y eso la hizo sentir avergonzada pero mientras él no lo notará estaría bien. No podía apartar su mirada de ese gran bulto, y la alternaba en ocasiones con los ojos que ahora denotaban calentura, esos ojos ajenos tan hermosos. Por lo regular sus clientes eran niños grandes, herederos mantenidos, caprichosos, muy pocos adultos, o quizás se trataba de la temporada, porqué si, incluso en el burdel existe una especie de estación del año, un momento vienen niños, otros adultos, otros viejos, mujeres, depende, todo depende de los momentos. Nunca se había metido con un compañero de trabajo, menos tan bueno como él, deseaba poder sentir sus manos en su cuerpo, y también esa boca dando vueltas en su intimidad. La cortesana estaba perdiendo la compostura, la excitación la comenzaba a abrumar. Se mordisqueó el labio inferior con fuerza para concentrarse, pero no podía, esa vista era demasiado buena.
Estuvo a punto de enroscar sus manos en su cuello cuando el hombre le dejó en claro que por hoy, o quizás siempre, no tendría ganas de tocarla. La joven se quedó congelada, sus ojos se abrieron ligeramente, no mostró su sorpresa, no, simplemente lo miró a los ojos con un toque de desilusión, de dolor. ¡La estaba rechazando! Eugénie sintió que se estaba mareando, se sintió confundida, estaba demasiado deseosa de ese hombre, tenía ganas de tocarlo, deseaba chuparle ese miembro duro y enterrárselo de un sólo sentó, las cosas que estaba pensando, las cosas que estaba deseando con él y éste simplemente la rechaza. Se mordió de nueva cuenta el labio inferior ahogando un sollozo estúpido. ¡Que gran bofetada! Primero aquel hombre se había atrevido a lastimar su cuerpo, pero para ella, esto era peor que un golpe a su cuerpo. Quiso llorar de manera ridícula pero se aguantó, él no era nadie para verla de esa manera, tan pequeña, tan débil, tan vulnerable… ¡Tan rechazada! Una especie de ardor fue lo que sintió dentro de su estomago, su carácter tan fuerte, caprichoso, tan demandante como la princesa que era en casa se hizo presente, arrugó el ceño, y se quedó mirando a la pared cuando éste se iba. Su mano se estiró hasta topar la copa que había dejado medio llena, y la arrastró hasta sus labios para dar un gran trago, lo dejó completamente vació, y disfruto el ardor en su garganta, al menos sabía que eso relajaría su cuerpo. Miró a su alrededor, su maleta estaba a un lado del sillón, la cogió apenas moviéndose y con rapidez y destreza se colocó el vestido con el que debía volver a casa.
Genie avanzó hasta el cuarto de baño, dónde Alejandro, con esa espalda enorme y bien definida le estaba dando la espalda. - ¡Oye! - Masculló bastante molesta, y adentró su mano entre los pliegues de su vestido, arrastró sus pantaletas húmedas y calientes hacía abajo, y con un movimiento rápido se las lanzó con fuerza hasta que chocaron contra su pecho - Te va a servir para tu paja, quizás las tiñas de blanco, te las regalo - Espetó de manera furiosa, denotando la furia e indignación que en ese momento sentía. La joven se colocó la capucha sobre su cuerpo, y salió del ese burdel directo a casa, en definitiva eso le había confirmado la idea de no volver al burdel, o bueno… Al menos en un tiempo.
Eugénie Florit- Prostituta Clase Alta
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