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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Lun Mar 12, 2012 10:33 pm

Hate And Heartache by Mouth of the Architect on Grooveshark
«We know things are bad - worse than bad. They're crazy.»
-Mouth of the Architect, “Hate and Heartache”

Había un momento durante el día, desde aquel día desafortunado, que lo dedicaba a pensar en ella, belleza foránea, pero sobre todo, suficiente fiereza como para hacerle frente. No cualquiera debía aceptar, no cualquiera se le ponía al tú por tú. Durante esa brevedad dejaba que todo saliera, solo en su laboratorio, el sitio que verdaderamente era suyo, lleno de aparatos que no servían, como no servía él, era otra máquina rota. En ese periodo de tiempo, nimio comparado con las 24 horas de un día, dejaba de maldecir su nombre sefardita y sólo se enfocaba en su rostro y en su voz y en sus habilidades como doctora. Una mujer en un mundo de hombres, le había dicho una y otra vez como burla, pero ahí, solo entre sus experimentos, fallidos y los que habían resultado, aquella frase cobraba otro sentido. «Una mujer en un mundo de hombres», se traducía en una fuerza que no había visto nunca antes.

Era sólo un brevísimo segundo durante la tarde, en ese momento en el que las sobras danzaban en la ciudad justo antes de que el astro rey que las provocaba terminara de marcharse para dar pie a Selene, era durante ese momento, cuando la línea dorada del horizonte era fina y breve, que Gregor la pensaba, sin ninguna otra lectura, un minúsculo trozo de tiempo en el que se enfocaba en ella y no en otra cosa.

Al segundo siguiente de aquel raro momento durante su día, volvía a odiarla y maldecirla como si fuese lo más importante en su vida, y regresaba a sus experimentos y al piano, a beber y mascar opio como si se tratara de un pan con mermelada. A ser él. Aunque, no lo sabía, y no lo aceptaría, claro, cuando la pensaba a ella, era más él que en ningún otro momento de la jornada.

Miró a un lado, a un escritorio angosto y desvencijado en donde dejaba todos los papeles que no importaban (por lo que se podía adivinar que todo aquello que no hablara de Física terminaba ahí), y vio brillar el borde bronceado de un sobre, nunca lo abrió, había llegado semanas atrás y con botella de whisky en mano, estiró la otra desocupada y lo observó. Era una invitación, alguna gente necia que aún lo invitaba a las reuniones porque el apellido Dvořák aún valía algo. Rio al pensar aquello, su padre pudo haber sido todo lo militar respetado que la sociedad quisiera adjudicarle, y todo lo buen empresario que sus colegas quisieran verlo, pero él sabía la verdad; Calum Dvořák era un bastardo sin alma que no se tentaba el corazón a la hora de azotar a su único hijo, por más mínima que fuese la falta. Y aunque Gregor odiaba aceptarlo, la educación que su progenitor había asestado sobre él lo había moldeado, había definido más de su personalidad de lo que estaba a la vista. Un ejemplo era, desde luego, esa manía que el Físico tenía por ganar, pero sobre todo, de hacer de absolutamente todo una competición en donde cualquier recurso es válido para obtener la victoria.

Si era un hijo de puta, era en gran medida gracias a su querido padre.

Abrió finalmente el sobre y leyó, no tuvo que hacer gran esfuerzo pues, raro, no estaba ebrio aquella tarde-noche. Una fiesta de aire ligeramente informal en el Palacio Royal, la alta sociedad de París se olería los traseros como jauría de perros en aquel ostentoso sitio. Botó el sobre y su contenido y miró los avances que había conseguido aquel día en su investigación. Se recargó en la mesa sopesando sus opciones, había logrado el siguiente paso en comprobar teorías de colegas ingleses y por aquel día no iba a poder hacer mucho más. Dio un último trago a su botella (porque ¿Quién necesitaba las formalidades de los vasos cuando nadie te miraba?), tomó un saco a juego con los pantalones que vestía y ordenó ser llevado al lugar del evento. ¿Elegante? Jamás, si se iba a mezclar con ese cardumen en el que supuestamente debía nadar a la par, iba a poner todo se su parte para desentonar. Era un salmón que nada contra corriente.

El lugar era un sitio completamente ajeno a él, no era un obscuro cuarto con anotaciones regadas por todos lados y botellas de licor vacías en el suelo, no olía a opio y vómito. Era limpio y falso y aburrido, sobre todo aburrido. Suspiró antes de entrar y, respaldado por su altura, verlo todo desde la altura. Le gustaba ser tan alto, así su desdén por todos y todo se veía acentuado sin mucho esfuerzo. Al menos ahí, burlándose de todos esos, muchas veces sin que ellos mismos se dieran cuenta, lo que lo hacía más divertido; no pensaría en su padre y en la doctora hija de Abraham. Algunos lo miraron y de inmediato regresaron a sus asuntos, otro ni siquiera se tomaron la molestia de ver al recién llegado, y Gregor avanzó en línea recta hasta un mesero con una charola plateada, tomó una copa del líquido áureo contenido. «Puag, champagne, bebida para débiles», pensó.

Escuchaba el murmullo de muchas conversaciones, pero en realidad, el ambiente era muy tranquilo, demasiado tranquilo para su gusto. En una de las esquinas del salón que ocupaba la reunión se encontraba un piano color marfil, además de otros instrumentos en pedestales, pero no había una banda que fuese a usarlos a la vista. Dejó la… ¿tercera, cuarta? Copa del débil licor que ya llevaba engullida y caminó en dirección a aquel lugar. Algunos sabrían quién era, los más viejos tal vez, que hubiesen conocido a su padre, pero para la mayoría, no era más que un desconocido con pinta de zarrapastroso, con aliento alcohólico y olor rancio y amargo.

No pidió permiso, porque el nunca pedía permiso y siempre hacía lo que se le venía en gana, jaló el taburete del piano provocando que las patas rechinaran por sobre la superficie del piso, lo que hizo voltear a más de uno. Se colocó, echó un vistazo a la concurrencia. A la primera nota, un re sostenido en la escala de do cinco, siguió otra y otra y todas se unieron para formar una melodía de olvidado vals praguense. Triste, claro, porque no podía ser de otro modo. Acre, desde luego, porque bastaba ver quien tocaba para que todo concordara. Que arremete como buey, y sin embargo, había una delicadeza intrínseca ahí clavada a la mitad como estaca en el corazón de un no-muerto.

Terminó y estiró el cuello para ver los gestos de la gente. Más de uno pensaría que por eso un hombre de su facha estaba ahí, era quien amenizaría la velada con música y quizá por ello, por una educación endeble pero siempre ahí, los aplausos comenzaron.


Última edición por Gregor Dvořák el Miér Ago 08, 2012 9:49 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Dennis Vallespir Lun Mar 26, 2012 10:06 pm

End of All Hope by Nightwish on Grooveshark

It is the end of all hope
To lose the child, the faith
To end all the innocence
To be someone like me


-End of all hope, Nightwish


Otra vez. Aceptar invitaciones de gente que archivaba su apellido entre los actos reflejos del incordio para acicalar la insipidez de sus eventos. 'Aceptar', sí, acudir a ellas como el impulso de alguien que ponía sellos o que martilleaba un camastro roto. Pulir la apariencia por urgencia protocolaria y despilfarros de la sociedad que su tía siempre había cumplido, incluso cuando él no había alcanzado edad para acudir a conmemoración de ningún tipo. Y más que claro estaba que de vuelta a París, en la mansión de dicha tutora, con el tatuaje de sus recuerdos más vigente que todos los días y meses y años antes del reencuentro… había empezado a dejarse llevar. Por la inercia de optar por acudir a citas sociales, en lugar de volverse a perder entre callejuelas y bosques con el instinto de un primerizo. Sonreír con falsa condescendencia a personas que no le importaban lo más mínimo, mientras por dentro rememoraba aquella mordedura, peluda y afilada, y el ardor de la luna llena bajo sus ojos todavía puros.

Todavía… porque ahora, las distintas cicatrices que le surcaban el cuerpo y –sobre todo- la mente no guardaban lugar alguno para descripciones impolutas, si no era recalcando que nadie más que Dennis Vallespir sería lo bastante puro como para ir de cabeza al purgatorio. Y ese sitio tan exaltado por filósofos y artistas tenía una mitad podrida y otra esperanzada. Sólo que gracias a una falsa esperanza, él ya sabía bien a cuál de las dos aferrarse: a la última. Incluso si eso significaba quedar más expuesto.

No obstante, en apariencia jamás lo dejaría entrever. Su porte se mantuvo tan recio como acostumbraba cuando le habló a su amiga sobre el evento y la respuesta de ésta se resumió a ordenar a uno de sus perros que lo placara. Con los lametones caninos llenándole la cara de sonrisas, escuchó cómo ella concluía la propuesta afirmando que debía de estar loco, si pensaba que sus primeras semanas en París iban a consistir en molestarse por pulir todavía más la alcurnia de su apellido. El hombre casi lo prefirió así, cuando minutos después la fémina abandonaba el interior de la casa para jugar con sus sabuesos en el vasto jardín que había fuera. Él se la quedó mirando, todavía en un punto intermedio en el que no había cautela, pero tampoco dejaba de ser un escondrijo, como era costumbre cada vez que espiaba la sonrisa de la chica en su estado más íntimo y vulnerable. Y lo terminó de preferir, absolutamente; prefirió que ella permaneciera allí, envuelta por un hábitat sincero, que a manos de un cúmulo de hurracas y pretenciosos de cuello alto. Sabía que con su potente personalidad, se los hubiera comido a todos, mas ninguno de ellos se merecía siquiera una mueca suya de desprecio. Para eso ya estaba el lacónico hábito de Dennis, medido a conciencia por la insistencia de su tía y los suspiros alentadores de su tío.

De hecho, quizá habría decidido dejarse engullir por aquel espíritu subversivo y no haber hecho acto de presencia en el Palacio Royal, de no ser porque uno de aquellos pájaros enjaulados en su propia y aterciopelada ignorancia le hubiera hablado concretamente de un violín que deseaba regalarle. Normalmente los instrumentos que pudieran ofrecerle en sociedad, incluso la más elevada, carecían absolutamente de su interés, eran copias de otra copia que había sido copiada antes de que copiaran la auténtica. Algo, como decía, carente absoluto de interés, siempre y cuando no se trataran de la marca Schsyagu. Los Schsyagu eran completamente imposibles de imitar, los habían concebido por vez primera una familia de carpinteros de siglos y siglos de antigüedad, cuyo origen natal todavía no se había resuelto y cuya técnica seguía impresionando a fabricantes venideros, sin más solución para tener uno parecido que obtener el enteramente auténtico. Dennis ya tenía uno, el primero que tocó desde pequeño y que conservaría hasta que su corazón se transformara en madera, por lo que, de repente, visualizar la oportunidad de tener un compañero se le hizo más exquisita que cualquier otra excusa para la velada.

Una vez allí, observando la mercancía instrumental en un concentrado silencio, mientras le hablaba todo aquel que se dignara a reconocer al heredero de Judith Vallespir, escuchó repentinamente la musical intromisión del extraño zarrapastroso que contentaba a los presentes con su entrada, tan magistral como introvertida, a pesar de que nadie pareciera haberle obligado a tocarla. En tanto repasaba con sus ensimismados dedos la caoba del Schsyagu, Dennis comenzó a acercarse hacia el piano, sin importarle si dejaba con la palabra en la boca a sus interlocutores. A medida que las notas de música le aportaban un análisis del curioso hombre de una forma más reveladora que su aspecto o su rostro, comprendió, nada más detenerse al lado de él y reposar su espalda contra la pared más cercana, que el azul de los ojos de aquel tipo podían atisbar vejaciones sobrenaturales donde ningún otro ser las veía. Pero eso no fue suficiente para amedrentar al licántropo.

Deberíais andaros con ojo –e hizo una distraída pirueta con el arco del violín, utilizando primeramente la forma del respeto para dirigírsele, aunque su facha lamentable indicara una falta absoluta de alcurnia que, sin embargo, Dennis le asociaba. Y si en breve se acababa pasando al tuteo, lo decidiría la reciprocidad o no del otro sujeto-, alguien podría creer que vais a ser todo un espectáculo y no están acostumbrados a que su médico de cabecera los atienda de seguido.



Última edición por Dennis Vallespir el Lun Sep 03, 2012 10:39 pm, editado 3 veces
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Mensaje por Invitado Lun Abr 09, 2012 7:02 pm

Mientras tocaba, mientras sus largos dedos, mil veces heridos por los experimentos fallidos, porque ni a él le salía todo bien en el campo que dominaba, se deslizaban por el marfil de las teclas realmente logró olvidar donde estaba, metido en un sitio en donde evidentemente no correspondía, el choque de realidad a una ensoñación aristocrática, el papel que había jugado a lo largo de su vida. Cuando era más joven, un niño nada más, sus padres quisieron seguir la formalidad que dictaba su clase social e insistieron un par de veces en llevar a Gregor a fiestas de sociedad, no sólo el chiquillo no supo adaptarse, sino que hacía todo lo posible por dejar mal parado el nombre de la familia, claro que esto le daba pase directo a azotes épicos por parte de su padre. Y aunque ahora Calum y Olga estaban muertos y Gregor asistía a dichas reuniones por voluntad propia, su misión parecía seguir siendo la misma, crear ámpula, desorden, dejar claro que podía tener dinero como ellos, quizá más, pero que algo más profundo e importante los diferenciaba, el físico tenía sesos y una clara falta de escrúpulos, tenía una capacidad abrasadora por soltar la verdad desnuda, a diferencia de todos los presentes, hipócritas para Gregor, hipócritas por antonomasia. Y ahora, por fortuna, su comportamiento no le ganaba el castigo físico al que fue sometido durante su infancia.

Los aplausos cayeron de sorpresa, los ignoró pues eran una pieza más en la faramalla de aquella reunión. Fingir educación aunque detrás de las mascaras de falsedad hubiese más podredumbre que en las tabernas en las que solía pasar noches y días enteros. Por un segundo, el periodo de tiempo en el que el silencio reinó entre el fin de los desangelados aplausos y la reanudación de las conversaciones banales, Gregor estuvo tentado a tocar una segunda pieza, algo quizá menos intrincado que un aciago vals de una ciudad de Praga dejada hacía mucho tiempo atrás. Pero antes de poder decidir, una voz pareció sobresalir de las barahúndas conversaciones, giró el rostro más como un reflejo, pues no creyó que se estuvieran dirigiendo a él, y al toparse un sujeto a su lado supo que no había nadie más a quien le pudiera estar hablando. De inmediato le intrigó aquel hombre y sus motivaciones para dirigirse a un tipo como él. Arqueó una ceja.

-Esta gente no está preparada para el espectáculo que yo soy capaz de dar –si hablaba de música o no, resultaba un misterio. Se puso de pie empujando el taburete del piano con cierta brusquedad, le gustaba estar de pie entre grupos numerosos de gente porque su altura lo hacía destacar, y no es que buscara brillar a donde quiera que fuera, sólo pensaba con cierta sorna que aquello era una demostración gráfica de su superioridad inherente. Se plantó de frente al desconocido y miró instantáneamente sus manos, llevaba ahí un estuche, por el tamaño supo que de violín, no de viola-. Como sea –habló con tono despreocupado –quizá tú puedas amenizarlos con algo que sea más de su gusto –el veneno que salió de su boca no fue un penoso accidente, iba entonado con alevosía, con dolo. Su sarcasmo no podía ser más evidente porque era imposible, un «pfff» remató la frase para enfatizar el tono de burla y una mirada desdeñosa hacia el violín entre las manos ajenas completó el cuadro.

«Más de su gusto» había dicho, y en voz de Gregor eso no era para nada un cumplido, es más, podía ser tachado de un insulto, al desconocido, a la concurrencia, a todos; le daba igual. Se recargó en una de las orillas del piano para disimular el dolor de espalda que comenzó a aquejarlo en cuanto se puso de pie y esperó a que el otro se fuera o arremetiera con una respuesta inteligente. La experiencia le había enseñado que debía esperar lo primero, pero quién sabe, tal vez se sorprendería.

Supuso que la gente ahí reunida lo veía como el pobre músico de medio pelo destinado a amenizar su fiestecita, que mentalmente Gregor había bautizado como “Villa Tedio” por la carencia de algo que lo sacara de su aburrimiento perpetuo, así que si aquel hombre no le decía algo como que hiciera su trabajo en lugar de estar perdiendo el tiempo, no se sorprendería. Pero si se trataba de la otra cara de la moneda, un pez gato que causa movimiento en aguas tranquilas, agradecería al destino, mismo en el que no creía, por haberlo sacado de su enorme y apabullantemente solitaria casa.

Así como experimentaba al interior de su laboratorio con energías, cuerpos y densidades, lo hacía cada vez que podía con la gente, y como la Física, obtenía una serie de patrones, la diferencia con las personas era que de vez en cuando se topaba con alguien que se salía de la norma, la doctora Sabik era un ejemplo (aunque preferir no ahondar en ese pensamiento) y eso lo hacía entretenido. Eso lo hacía salir de su encierro, no la necesidad de convivir, sino la necesidad de corroborar el por qué necesitaba estar solo.
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Mensaje por Dennis Vallespir Miér Abr 25, 2012 3:14 pm

Hacía unas cuentas décadas, unas cuantas vidas, incluso anteriores a las que lo trajeron al mundo, que las situaciones que Dennis arrastraba conforme sus pasos se volvían más grandes no siempre respondían a su valía. No porque se creyera excesivamente superior a cuantos hubiera físicamente a su lado, sino porque había aprendido que debía apreciar hasta la milésima más insignificante de lo que decidiera hacer con su tiempo. Y haberlo malgastado considerablemente en acostumbrarse a su obligada naturaleza de licántropo y a esperar a que todas las piezas encajaran en el tablero que era y siempre sería París… Bueno, digamos que trataba de no pensar demasiado al respecto, porque si lo hacía en aquellas circunstancias, en aquel lugar inicialmente inútil y cerca del enigmático sujeto, quizá no necesitaría la luna llena para descontrolar sus instintos.

No tenía ni idea del motivo que le había llevado a abordar mentalmente aquel tema en presencia del misterioso pianista… pero desde luego, no era un mal incentivo para que, de repente, la noche se centrara más allá del violín que yacía entre sus yemas.

Apretó más los dedos contra la madera del instrumento y el estuche ya había quedado olvidado allá donde aquellos papagayos se lo habían regalado. Miró fijamente a su interlocutor hasta un punto en el que no acabó de ser normal, como si estuviera comprobando un eclipse lunar que no por ser menos extraño, daba menos de lo que pensar… De hecho, en una laguna de gente muerta como en la que ambos estaban ahora sumidos -quizá por motivos distintos, pero motivos a fin de cuentas-, era verdaderamente significativo resaltar en el sentido que aquel tipo lo hacía, con ese carácter despectivo en su acusadora decadencia que buscaba la insolencia por encima de todo. Claro que en un escenario tan patético como el de ese tipo de reuniones, Dennis perfectamente podía pensar que tenía el mismo mérito que destacar vestido de negro en mitad de un desierto difuminado… Sin embargo, haber dejado pasar todo lo que aquel hombre transmitía también hubiera significado un insulto hacia su propia inteligencia, pues reconocer universos complejos habitables en la mente de otras –pocas- personas, gracias a la esencia desfigurada de sus trastornos, era una de las especialidades de Dennis. Y a través de los ojos azules de aquel sujeto lamentable había tanto en lo que adentrarse que el interés del luxemburgués no hizo más que aumentar.

El lugar de Dennis en la vida social de los de su clase representaba todo tipo de sensaciones. Haber sido criado por una mujer tan extravagante como estricta, en su caso y los entresijos del papel femenino que llevaba cosidos a él desde que una lo sostuviera en brazos, no daba pie a elegir una alternativa, dados los privilegios con los que había nacido. Igual que su cabeza había hecho desde que sus padres dejaron ese vacío existencial en su memoria, sencillamente aprendió a imitar a la perfección todo lo que mostraban los seres queridos que le quedaban y formaban su rutina diaria, por lo que mantenerse erguido entre el gentío aterciopelado con el rostro de alguien que se esperaría tratable, era el mayor acto reflejo del amor que sentía por su estirpe, incluso si apenas conocía lo que le implicaba a él. Si del mismo Dennis hubiera dependido, las necesidades obstruidas del niño que se mantenía pataleando en su interior, optaría siempre por la comodidad de refugiarse entre sus propias paredes o exprimir únicamente lo que motivaba a sus andadas, frenadas a tan temprana edad y desembocando en aquel hombre que nunca desentonaba en las fiestas, pero siempre parecía situarse muy por encima de ellas, sin saberse nunca si su decoro surgía de las mismas puertas del sarcasmo.

Alguien que no estaba dispuesto a que el nombre de su familia cayera en el olvido a costa de su propio parecer. Simple y llanamente.

Dennis alzó el mentón hacia un lado cuando el otro hombre se colocó frente a él y le devolvió esa misma mueca de superior desdén nada más alejar la espalda de la pared y erguirse completamente también cara a él. Ambos compartían una altura similar, de manera que el otro no tenía nada con lo que intimidarle por esa parte, y cuando le escuchó replicar aquello de 'algo que sea más de su gusto', Dennis tuvo unas ganas irreverentes de responderle con una carcajada que llamara más la atención de los presentes que todo cuanto hubieran salido de sus dedos al piano. Sin embargo, con la expresión que pasó a (des) dibujarle toda la cara, quedó absolutamente claro que no le hacía ninguna falta recurrir a la risa para mostrar la mofa que le parecía aquella otra mofa.

Grosse Fugue In B Flat Major by Takács Quartet on Grooveshark

Grosse Fuge in B flat major, Ludwing Van Beethoven

De su gusto… –repitió con reposada ironía y tan sólo se alejó unos pasos de él para situarse en una posición idónea a la hora de clavarse el violín contra la mandíbula y agitar suavemente el arco para colocarlo en las cuerdas-. Sí, seguramente.

Y dio entrada a la máxima expresión de las tripas en su sonido musical, sorprendiéndose de estar rompiendo su costumbre de martirizarse con su instrumento en público, mas ese pensamiento se enhebró a través del recorrido melódico que chirrió envidiablemente entre sus manos, su cabeza apoyada contra su propio desgarro y la agitación de todo su cuerpo al compás de lo que tocaba. La evidencia absoluta de que lo que acababa de afirmar el pianista acerca de él sólo había sido excremento injustificado de su desprecio se intensificó a medida que la pieza musical adquiría mayor intensidad, pues con Dennis y su violín ocurría exactamente lo que a la inversa del desconocido y su piano: una persona que vestía con la pulcritud acorde a su entorno y que, sin embargo, en el resultado de su música se encontraba la suciedad y la crudeza de alguien que era mucho más que un noble, que una persona bien vista a secas: alguien contradictoriamente real en sus propios defectos, el resultado manchado de la humanidad que nadie se atrevía a reconocer, que nadie se atrevía a apreciar... Victorioso por regodearse en ello en una visceralidad que sólo podía retratarse en auténtica belleza.

Al contrario que con el pianista, la gente guardó un sepulcral silencio cuando Dennis terminó la pieza y se decidieron paulatinamente a formar un aplauso algo torpe, transcurridos ya varios segundos. No obstante, para él aquella era la clase de aplauso perfecta y más halagadora que podría encontrar en un lugar como ése y supo también que el otro opinaba lo mismo, al alejarse finalmente el violín de la cara y mirarle directamente a las pupilas, antes de realizarle una burlona reverencia con la cabeza.

Ah, creo que mejor te dejo a ti la 'elaborada' tarea de satisfacerles.

Touché. Y sin ni siquiera planearlo. Sin parecer una cosa forzada ni engreída. Sólo haciendo lo que siempre hacía cuando nadie miraba, cuando nadie escuchaba. Touché.


Última edición por Dennis Vallespir el Mar Jul 10, 2012 1:16 pm, editado 1 vez
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Hate and Heartache [Dennis Vallespir] Empty Re: Hate and Heartache [Dennis Vallespir]

Mensaje por Invitado Mar Mayo 08, 2012 6:07 am

Olga Yusupova era una mujer culta e instruida, como cualquier mujer de la alta sociedad de la época. De padres rusos, inmigrantes en territorio de Praga, Olga siempre tuvo acercamiento a las artes, tocaba el piano, el arpa y la flauta, pintaba, bordaba y leía novelas ligeras; lo usual. Era bella, no despampanante y de intensos ojos azul cobalto, llamó la atención de un respetado militar de la zona, Calum Dvořák y contrajeron nupcias porque eso convenía a ambas familias, usanzas de la región y la época, nada fuera de lo común. Pronto el militar dejó ver su verdadera cara, quizá producto de estar tanto tiempo recluido en la academia, aunque eso no justificaba su comportamiento y amedrentó hasta el cansancio a su mujer, que como buena dama de la aristocracia, tenía que mantener las apariencias y sonreír y ocultar a toda costa los moretones de las bofetadas que su marido le asestaba. Su refugio fue la música, piano, arpa y flauta, como si en las notas pudiera olvidar el infierno de su vida y recordar la tranquilidad de cuando aún era soltera. Más que soltera, libre, porque Calum la tenía cautiva. Cuando supo que estaba embarazada lloró en silencio, el destino de su hijo sería el mismo que el suyo, sin embargo, el general Dvořák ansiaba un hijo –siempre fue misterio para Olga el motivo- y se regocijó con la idea. Respetó a su mujer durante los nueve meses de gestación y Gregor vio la luz, poco después de eso, la rutuna se reanudó y los golpes continuaron. Otros niños escuchan nanas para dormir, Gregor se acostumbró desde antes de tener razón de sí, a escuchar los gritos de clemencia de Olga y los furiosos de Calum. Cuando el chiquillo pareció no ser tan frágil, también le comenzó a tocar su cuota de golpes e insultos, de castigos, de humillaciones. Calum estaba obsesionado con la idea de siempre ganar, de siempre ser el mejor, el error era castigado; una idea de milicia que no venía al caso con su familia y aun así la aplicaba como ley universal.

Pronto Gregor entendió, en parte porque fue obligado y otro poco porque recibió un don que su padre jamás apreciaría, el de la genialidad. Era avispado, inteligente y perspicaz, y aunque conocía el precio de su insolencia, se encargó sistemáticamente de dejar mal parado el apellido de aquel hombre que se hacía llamar su padre. Olga se mantenía en su falsa utopía construida a base de labios rotos, y adornada con notas musicales, y enseñó a su hijo a tocar el piano. Para Gregor, aún a esas alturas, el piano y su sonido era el vínculo que seguía manteniendo con su madre, que para él era más una compañera de celda que una madre en realidad. Gente externa no lograba entender, porque no sabía y al Físico poco le importaba que lo supieran o no, el grado de sublimación que el hombre dedicado a la ciencia conseguía con aquella expresión artística. Como un choque descomunal de rabia y melancolía, recuerdos y heridas. Y era raro, rarísimo que Gregor por voluntad propia tocara frente a una concurrencia tan numerosa, precisamente por eso, porque para él era un acto íntimo, era totalmente lo opuesto a su comportamiento habitual de insultos, sarcasmo y meter el pie a medio mundo para que cayera. Él era caos, incertidumbre, desasosiego, excepto cuando tocaba el piano -y recordaba a Olga como consecuencia-, en ese momento era calmado, taciturno, reflexivo.

Miró con atención al violinista, alzó el rostro mientras la estridencia de su melodía llegaba a sus oídos y sonrió de lado con autosuficiencia. Porque encontró el blanco a su propia tonalidad negra. Mientras él era todo incendiario en cada momento de su vida excepto tocando el piano, ese desconocido, que lucía correcto y educado, era una antorcha cuando tocaba. Miró a un lado, a la concurrencia que seguramente no sabía que sucedía entre esos dos individuos que eran peculiares en diferentes aspectos, pero peculiares los dos. Y la melodía, si es que podía llamársele tal, llegó a su fin y aquel extraño y mal articulado aplauso llegó y se fue. A ese sonido le siguió el de un gruñido por parte del checo, respuesta corta y sin palabras al comentario ajeno. Aplaudió entonces él, sólo cuando todos los demás no lo hacían, en aquel acto no se notaba un respeto o una admiración verdadera, era burla en su forma más natural.

-No queremos deprimirlos –entonces dijo –quedo descartado, y no queremos volver a desconcertarlos, quedas descartado –sonrió de nuevo y se acercó al otro hombre, como su fuese a decirle un secreto –esta gente es impresionable y manipulable, admito que sería divertido arruinarles la fiesta, pero creo que podríamos aprovechar mejor nuestro tiempo, dejemos que la banalidad de sus conversaciones sea su música de acompañamiento –se cruzó de brazos –porque ese no es mi trabajo –aclaró que no era el músico en turno para amenizar la superficialidad de aquella reunión. Carraspeó y se giró sólo un cuarto de círculo para observar a la gente que había regresado a su intercambio de palabras que, para él, sonaba como graznidos sin sentido. Siempre hablando de lo mismo, nunca de nada relevante.

-Lo acepto, me pareces interesante –dijo de la nada y lo miró de soslayo. Su tono fue arrogante, déspota, como si quisiera dar a entender la magnitud del “halago”, que el otro se sintiera privilegiado de recibir aquellas palabras. Aunque claro, no era estúpido, Gregor no esperaba que su acompañante se pusiera a dar de saltos de felicidad y le agradeciera encarecidamente por el calificativo recibido-. Gregor Dvořák –se presentó estirando la mano para estrechar la ajena. No esperaba que el nombre le sonara familiar, no estaba en una reunión de la comunidad científica, y hacía mucho tiempo que el nombre de Calum Dvořák había pasado al olvido, Gregor mismo se había encargado de enterrarlo en lodo y estiércol.
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Hate and Heartache [Dennis Vallespir] Empty Re: Hate and Heartache [Dennis Vallespir]

Mensaje por Dennis Vallespir Vie Jul 27, 2012 11:00 am

Si Dennis hubiera podido empezar a imaginarse lo que supondría dejarse llevar por la inmensa curiosidad que le producía aquel hombre, seguramente habría dado marcha atrás. Y ya no sabía si aquella muestra de cautelosa cobardía era una sorpresa o no viniendo de él, porque su cabeza seguía tan embutida en la correa del cambio continuo que únicamente podía afirmar que esa caprichosa bipolaridad figuraría en su epitafio. Acababa de regresar a París después de demasiado tiempo bajo la luz de ese recuerdo, aquella realidad ineludible que se adhería a su piel y gimoteaba entre aullidos hasta despellejarlo al día siguiente. Y aunque llegaba de la mano de alguien más, que empezaba a ser todo fuerza para él y el destino que le aguardara en aquella ciudad decisiva de su pasado y presente, el manojo de emociones que portaba dentro seguía inevitablemente vulnerable. Con una portada pulcra y firme que ofrecer a los demás, por supuesto, pero inevitablemente vulnerable. De ese hilo pendían sus pasos ahora mismo y lo peor era que no había empezado a preocuparle hasta toparse con otra persona igual de interesante que él, tal vez igual de conocedora...

Debía andarse con ojo, aun dentro de sus impulsos masoquistas por quemarse en su afán de seguir reafirmándose. O de arriesgarse a que lo desestabilizaran (a que alguien más que su cabeza loca tuviera esa capacidad).

Mientras aquel sujeto le hablaba, le miraba, le veía a través del penetrante cobalto de sus ojos para situarlo donde no muchos más podrían, a Dennis le tembló el brillo de sus pupilas, en esa tonalidad que sólo entonces, ligeramente amenazado, se volvía más suave. Aquella amenaza que representaba el enigmático pianista era bien simple: únicamente alguien que hubiera escuchado el sonido atroz que salía de las enfermizas entrañas de Dennis y permaneciera todavía delante, significaba mucho más que un pelele del que burlarse tras una sonrisa educada. Y sí, el propio luxemburgués se relamía gustosamente los dientes ante cualquier cosa que se saliera de lo ordinario, que le espetara que allá donde fuera siempre existía la posibilidad de que alguien le cerrara la boca con la eficacia irreprochable de una recordada madre y la contundencia desconsiderada de una tía temida. No obstante, ya fuera secreta o abiertamente (dependiendo siempre de su estado de ánimo), aunque Dennis apreciara esas personalidades como las de aquel desconocido que llegaban para cagar sobre la sociedad, había ocasiones para todo y, tal vez y sólo tal vez (aún estaba por descubrirlo en el rostro y la conversación del otro hombre) en ninguna otra como aquella se arriesgaba tanto a que descubrir gente a su nivel lo dejara expuesto.

¿Había dicho que aquella amenaza era bien simple? Ah, por favor… Puñetera alma de cántaro.

Lo acepto, me pareces interesante. Gregor Dvořák.

El licántropo sonrió de oreja a oreja cuando escuchó el nombre con el que llamar a esa nueva cavilación en su mente deshilachada. Incluso, sintió cómo le dolía la boca al mantener los labios de esa forma torcida. Cínica, pero cómplice. Arruinar aquella fiesta, gente manipulable que deprimir y desconcertar a su alrededor… De repente, era como si sus pensamientos cobraran un aspecto nuevo con el que decirle exactamente lo mismo, pero en voz alta y corroborado con la realidad. O con la locura de otra persona. Gregor Dvořák… Demasiado jugoso, demasiado interesante.

… Y antes había hablado de cautela, sí. Debía madurar de una condenada vez y vigilarse lo de la jodida bipolaridad algún día, en algún momento.

Miró durante unos instantes la mano que Gregor le ofrecía y la aceptó segundos después, con la misma con la que sujetaba el arco del violín, estrechando la unión de sus pieles con la incidente madera de aquel instrumento que escupía el fuego de su alma. Tal vez para denotar que su locura era una extremidad más de la que no iba a ser fácil separarlo, tal vez para nuevamente dejar clara su firmeza o tal vez para remarcar lo diferentes que seguían siendo del resto, y que nada del aburrimiento al que estuvieran acostumbrados iba a servir de algo en ese instante.

Dennis Vallespir –se presentó de vuelta, y retuvo la mano del otro el tiempo suficiente para escudriñar más a través de su mirada y pensar que sus propios ojos no sólo estaban volviéndose de una tonalidad más suave, sino también más verde. Como ocurría cuando empezaba a albergar esperanzas de algo, Dios sabía de qué-. ¿Un placer? –añadió con ironía, encarcelándolo entre interrogantes que se burlaban de las normas de cortesía, tan mecánicas que incluso resultaban más insultantes que su sarcasmo. O, al menos, así lo creía él.

Le soltó de una vez y movió ligeramente la barbilla hacia otra dirección para que le siguiera hasta un lugar más apartado de la soporífera algarabía del resto de invitados, y cuando llegaron a una pequeña mesa donde quedaban expuestas algunas bebidas, se pasó el arco a la misma mano en la que residía el violín y rechazó la ayuda de uno de los sirvientes con un gesto de la cabeza para que también les dejara intimidad.

Ya has dicho que no eres músico, pero imagino que apreciarás la buena bebida –mientras le servía él mismo en una de las copas y le observaba mientras lo hacía- que curiosamente cualquiera de esos papagayos rechazaría por ser de las más baratas. Pagan más por no emborracharse, hasta eso llega su hipocresía –Inicialmente no se sirvió nada para sí mismo, pues no pensaba probar alcohol, si el otro no decía nada al respecto. Odiaba tomarlo por motivos esquizofrénicos, no orgullosos ni hipócritas, pero una sola copa al año, no hacía daño. Podía arriesgarse también a eso (demasiados riesgos en una sola noche, y todos relacionados con la maldita ciudad parisina)-. Espero que no te importe que no te devuelva el cumplido de antes, pero es demasiado obvio que tú también sales de lo estrictamente común. Sólo te llevaría a pensar que soy igual de aburrido que todos ellos. Aunque permíteme una sugerencia: no cometas ese error.

Realmente no temía quedar expuesto por la situación o por lo que pudiera experimentar respecto a ella… si no porque ambos se parecían más de lo que estaba dispuesto a reconocer que le gustaba.

Al fin.


Última edición por Dennis Vallespir el Lun Sep 03, 2012 10:41 pm, editado 1 vez
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Hate and Heartache [Dennis Vallespir] Empty Re: Hate and Heartache [Dennis Vallespir]

Mensaje por Invitado Miér Ago 08, 2012 11:55 pm

Como era su costumbre, Gregor convirtió la situación en una competencia y por vez primera no se sintió en una posición que lo aventajara, sin embargo, lejos de enojarlo, eso lo divertía de sobremanera, cosa complicada considerando que su capacidad de asombro se había visto mermada con los años y la gente idiota –toda, en todo caso- terminó por pisotearla. Para el físico era más interesante el movimiento de las galaxias que una conversación con cualquiera de los presentes, o casi… ese hombre frente a él que sostenía el violín como quien se ase al lábaro orgulloso de su patria era una de esas rarísimas excepciones, una que se presentaba de vez en cuando para recordarle que no todo estaba tan perdido y que si bien podían reducirse a un solo encuentro, ese simple suceso lo regresaba a la realidad abúlica y lo zarandeaba un poco; algo notablemente beneficioso para un sujeto perpetuamente entumido en alcohol y drogas.

Estudió al hombre, sus gestos, sus ademanes, su suspicaz mirada que delataba una curiosidad similar a la propia aunque quizá, alimentada por cosas muy distintas. Lo estudió porque esa era la gran labor trascendental de Gregor sobre la faz de una tierra que no podía valerle menos que un carajo, era el gran observador de todo y el que resuelve las grandes cuestiones que aquejan a esa humanidad de la que no se sentía parte y para su desdicha, lo era; por supuesto, un objeto de estudio que desbordaba tanto appeal para él merecía especial interés. Ya se lo había dicho, le parecía interesante y esa frase pedante y malintencionada envolvía con receloso misterio un significado ulterior, el checo estaba aceptando que otro ser humano era digno de su atención y la gente ahí presente, la gente de todo París y de toda Francia jamás entendería el peso de aquello, la importancia de una frase grosera que esconde un cumplido sincero, y más aún proferida por Gregor Dvořák.

Torció el gesto en esa sonrisa que hiere como un pequeño cuchillo sin demasiado filo, no mata, no de inmediato al menos, pero está ahí para lacerar y molestar prolongando el tormento, escuchó con atención al hombre y anotó mentalmente en ese cerebro de una capacidad como ningún otro, el nombre: Dennis Vallespir. Que comience el juego, trato que fue sellado con un protocolario apretón de manos que de pronto pareció un duelo de vencidas. Gregor tomó la mano ajena con firmeza, en parte porque era como un condenado perro que marca su territorio y en parte para pesar, de algún modo, al otro, como un Anubis que pone un corazón en la balanza y decide tu destino eterno.

-Eso se verá –fue la sencilla respuesta a la pregunta irónica, si iba a ser un placer o un jodido dolor de cabeza, ya se vería, en cualquier caso, no iba a ser aburrido y Gregor apreciaba las cosas no aburridas como ninguna otra, porque eran tan raras, tal vez por eso coleccionaba artefactos extraños aunque inservibles, eran raros y se identificaba con lo que se salía de la normalidad, como esos objetos en su laboratorio, como ese hombre frente a él. Avanzó cuando el otro lo hizo sólo porque a la distancia divisó la mesa con bebidas más fuertes, el refinado champagne no iba con su curtida garganta que puede beber fuego líquido sin resentirlo causa de tanto que ha probado a lo largo de sus años. Entornó los ojos para ver qué le era servido aunque en realidad daba igual y tomó la copa ofrecida, asintió ante el comentario, su rostro dibujó una satisfacción casi maligna al escuchar los comentarios de su acompañante, le concedía la razón de ese modo silente.

-Por la hipocresía –alzó la copa en un brindis solitario y bebió el contenido de un solo trago, habló con desmedido volumen adrede, para ser escuchado por aquellos que lo rodeaban, era claro. Se sirvió de nuevo y sin ayuda de Dennis esta vez. Al contrario de esos que ambos en ese instante se encargaban de criticar, a Gregor no le importaba mantener apariencia alguna, era un borracho, drogadicto y genial científico, ese era él-, ah, falta algo –recordó, aunque fue como si hablara para sí mismo y de un bolsillo de su saco extrajo un pañuelo color sangre, envuelto había opio molido, tomó dos pequeños trozos y los engulló para luego beber de nuevo con rapidez.

Miró entonces a su interlocutor y se limitó a encogerse de hombros como si fuese un niño inocente, como si eso que acababa de hacer no fuese mal visto, estuvo seguro que Dennis no lo juzgaría por ese acto.

-No te preocupes –se sirvió la tercera copa en cuestión de minutos –yo no cometo errores –su voz sonó segura y hasta un poco más clara debido al alcohol ingerido –y si los llego a cometer es porque no ha estado en mis manos –sí, en pocas palabras Gregor estaba dando a entender que si bien no era perfecto, rayaba ese concepto más que nadie en el salón y en el mundo-. Es evidente que te sales de la norma, no cualquiera se acercaría a… alguien como yo –ahondó y al referirse así mismo sus cejas se contrajeron en movimiento plagado de soberbia, mientras su voz escupía ampulosidad. Desde luego, la regla que medía todo aquello era él, «no cualquiera se acercaría alguien como yo» había dicho, él como centro de su propio universo egocéntrico. Rio roncamente.

-Me pregunto entonces qué demonios hacemos aquí –dijo a modo de broma, aunque en verdad se lo preguntaba, si ambos eran evidentemente distintos a la media de esa concurrencia gris, ¿qué hacían ahí? Gregor por su parte, se sacudía el polvo de la rutina, aunque su única pasión verdadera era la Física, a veces se estancaba en un círculo vicioso y tenía que tomar un poco de aire fresco para retomar sus investigaciones, sus motivos eran sencillos y hasta comunes, ¿cuáles serían los de Dennis?-. Pero veo que no ha sido un fiasco mi decisión de pararme por aquí –se giró para ver la concurrencia –veamos –hizo gesto de estar pensando, índice en la barbilla y todo –¿a quién de estas marionetas conoces? ¿Quién te arrastró a Villa Tedio? –bautizó la reunión. El único momento que no fue monótono fue cuando se acercó al piano, y ahora, claro, con su nuevo acompañante. La sutileza no era algo que caracterizara al científico, sus preguntas llegaron rudas como un gancho bien asestado al hígado.
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Mensaje por Dennis Vallespir Vie Oct 19, 2012 10:44 pm

La función que Gregor se había encargado de iniciar desde las teclas de su piano se estaba desprendiendo a fuego lento, curtiendo frases tan metafóricas como aquella que ahora mismo Dennis sentía conjugar, aunque sólo fuera con el pecho y no con la mente. Y es que las intuiciones y emociones tenían mayor cabida en esa situación que todo lo que su cerebrito pudiera razonar en un segundo. Sí, exacto, ese mismo segundo que tan pronto podía cambiar su estado de ánimo o su opinión o su simple necesidad de aparecer y reaparecer. Se había criado con ese segundo de más durante toda su vida (al menos durante la posterior a la muerte de sus padres), lo había incrustado en demasiadas cosas que le pertenecían: gestos, miradas, movimientos, temas de conversación, recuerdos… Había acabado por creer que él mismo era ese segundo de nada, un rayajo que se había salido del punto y nadie había modificado después, algunos por temor a estropear el resto de la hoja, otros porque lo que había allí escrito no les gustaba lo suficiente como para molestarse y otros, la menor cantidad de personas que hasta entonces había conocido, porque lo veían como un garabato artístico, repleto de una moderna espontaneidad que debía permanecer como era. Perfecta.

Sin duda, ese segundo en mitad de sus sentidos, ese rayajo que sobresalía con tensión del resto de la partitura, llevaba toda su vida siendo brutalmente encadenado por Dennis, pero siempre con una zona más débil que la otra para poderse desatar en cuanto algo de lo que realmente era sufriera demasiado. A veces, por toda esa bipolaridad, Dennis podía ser tanto y tan poco, una cosa o la otra, que ante el acuciante vacío de no poderse definir, prefería decir que era ese minúsculo segundo. Bueno, pensarlo, más bien, porque si dijera una cosa como ésa en voz alta, nadie en su puñetera existencia le comprendería. No obstante, lo mejor de todo fue que al momento de comunicarse con aquel borracho de turno en aquella reunión no lo vio con claridad, pero al presenciar cómo extraía el opio molido sin ningún reparo ante el aburrido y ordenado planeta, sintió que él sí lo entendería. Torcería una sonrisa sarcástica, se burlaría de cómo tenía ordenada la cabeza, incluso se atrevería a pensar que con esa información lo tenía cogido del pescuezo… pero el jodido Gregor Dvořák lo entendería. Y allí se alojaría la emocional condena de Dennis, en la culpabilidad de que sólo podría infringir dolor a aquellos que lo conocieran de verdad.

Mientras experimentaba toda esa serie de subconscientes epifanías, agradeció que su interlocutor no le instigara a beber también, hasta que se dio cuenta de que él mismo estaba deseando tomarse, aunque fuera, una copa para brindar en su compañía y observar a toda esa prole de vida tan patéticamente acolchada como dos falsos caballeros. No necesitaba el alcohol para eso, claro estaba, pero la influencia de su simpático acompañante se presentaba de todo, menos positiva… Aunque, claro, ¿qué podía esperarse de alguien que congeniara tan bien con el trastornado licántropo y, además, en tan poco tiempo?

Desde luego, no porque lo vayas pidiendo a gritos –respondió al comentario del otro hombre sobre que pocos se le acercarían y ladeó la cabeza para morderse la lengua por dentro, a tiempo de chistar y que el sarcasmo se escuchara menos bífido. Pero a una persona que lo practicaba tan a menudo como Gregor poco podía disimularle-. Tienes suerte de que elijan esquivarte por propia voluntad. Salirse de la norma acaba sirviendo de poco, si la gente insípida puede ponerse a apestar a tu lado como si nada.

Echó una dubitativa ojeada hacia las bebidas de la mesa, de nuevo pensando que por una vez... (se le estaba yendo la maldita cabeza, absolutamente). Acto seguido, se apresuró a volver la mirada a Gregor cuando notó que éste observaba lo que hacía, antes de erguir más el cuello frente al azul de sus ojos y dedicarle una sonrisa tan infantil como la que recibiera de él después de mostrarle el opio. En el caso de Dennis, como la de un niño que acababa de ser atrapado en el último momento y, aun así, tenía una excusa en la manga. Falsa o no, eso ya era más difícil de averiguar.

Le ignoró el comentario de la superioridad en los errores con una leve negación de cabeza con la que se sintió más seguro a la hora de reír con sorna, agradablemente consciente de su arrogancia, totalmente incrédulo frente a sus palabras, y se colocó más cerca de Gregor para responder a su pregunta y mirar sin ningún interés real hacia la misma dirección, absurdamente pendientes de aquel soporífero rebaño de clase alta.

¿Ves a ese palillo para remover la sopa que habla con la obesa hurraca de cesta como sombrero? –le indicó, con la mejilla próxima a su rostro para así poder señalar con falso disimulo adonde se encontraban las dos personas en cuestión- Son ese tedioso y su mujer los que me atrajeron a la mierda con una perita en dulce –aclaró y tras eso, elevó una mano para mostrarle más atentamente el Schsyagu-. La urgencia que tienen todas estas personitas por cebar un círculo social de mugrientas y falsas amistades les ha llevado a regalarme este violín por la cara. Y por uno de esta calidad, te aseguro que aguanto una velada en estas cloacas y las que hagan falta –afirmó, reservándose el especificar que no se debía únicamente a que fuera un diseño caro o casi imposible de encontrar. Para las charlas más íntimas aún le harían falta noches (y copas)-. Aunque bueno, eso ha dejado ya de tener mérito –concluyó, sin añadir un 'ahora que nos hemos encontrado'.

Desvió las pupilas definitivamente hacia la mesa y optó por voltear el resto del cuerpo y agarrar una de las cochinas botellas, ahogando sus pensamientos incluso cuando todavía no había acercado la boca ni agarrado un recipiente de cristal para parecer civilizado.
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Hate and Heartache [Dennis Vallespir] Empty Re: Hate and Heartache [Dennis Vallespir]

Mensaje por Invitado Mar Oct 30, 2012 12:17 am

Por un largo rato Gregor ignoró a Dennis, es decir, seguía consciente que estaba ahí, pero alcohólico como era, el licor tomó su importancia usual y bebió vaso tras vaso de quién sabe qué diantres, pero no importaba mientras fuese alcohol, bebió como si en ellos le fuese la vida, sin reparo y sin respirar casi, luego la voz de su acompañante lo hizo detenerse y lo miró, rio quedamente y con ese tono chancero que a la vez sonaba completamente honesto, era complicado decir cuáles eran las intenciones de Gregor cuando reía así, o cuando hacía cualquier cosa en todo caso, ni él mismo sabía la mayoría de las veces. Arqueó una ceja y lo miró, dio un sorbo más al vaso, un trago breve y hasta discreto, contario a como había estado bebiendo y asintió de forma vaga. Pensó en eso que Dennis le decía, las ventajas de ser evitado por la voluntad propia ajena, sí, tenía razón –no lo diría en voz alta- tenía suerte, si es que creyera en tales cosas, claro, lo que menos quería era ser molestado, porque claro, él podía irrumpir e interrumpir en la vida de quién él quisiera, pero pobre de aquel que se atreviera a hacerlo con él.

Escuchó lo que vino a continuación, siguió el trayecto que Dennis marcaba, algo incómodo por la cercanía pero no dijo nada y miró a aquel par de personas que eran señaladas, todos los clichés de la alta sociedad parisina, perfumados y pomposos, obtusos como el más aburrido de los ángulos y pedantes regocijándose en su propia ignorancia, que para Gregor eso era el peor de los crímenes. Asintió y luego miró el violín con especial atención. Sonrió de lado sin dejar de mirar el instrumento, pensando que al menos él tenía un pretexto más o menos creíble para estar ahí, aunque él podía fabricarse muchos que sonaran convincentes, luego alzó el rostro en automático el gesto sonriente desapareció como si fuese un delito ser visto así.

-Como científico que soy –sacó el pecho orgulloso –soy de la idea que a toda acción hay una reacción, el destino es para los cobardes que temen darle una explicación racional a las cosas –negó con la cabeza –viniste a este lugar, tu visita a este salón tendrá consecuencias, tu plática conmigo, todo, y para mí será lo mismo -estaba hablando como un profeta que dice versículos en medio del desierto y trató de aterrizar para no sonar tan impreciso –tu llegada pudo haber sido conducida por un incentivo quizá sin importancia, pero tu estadía… ¡ah! Esa es la que importa –volvió a sonreír mientras lo miraba, una sonrisa bellaca y que se antojaba traicionera, pero divertida también. Ahí tenía su propia respuesta, como había dicho antes, estaba ahí para salir de la rutina de su vida que se reducía a beber, drogarse y contestar preguntas de trascendencia universal, y en Dennis cerraba a la perfección la respuesta a su pregunta, a la pregunta de qué hacía ahí.

Luego su expresión cambió, dejó con sutileza el vaso del que bebía sobre la mesa y se recargó en ésta cruzando una pierna por enfrente de la otra y presionando con esos ojos lacerantes y azules a su acompañante, muy probablemente el otro no se había percatado de esto pues observaba el prismático juego de luz que las botellas de licor provocaban con la luz de las velas que iluminaban el banalmente hermoso Palais Royal, pero Gregor continuaba mirándolo, se enfocó en ese par de manos largas de violinista, mucho más rasas que las suyas, pues claro, ese hombre no lidiaba con descargas de energía, ácidos y metales sueltos todos los días. Sonrió triunfal cuando finalmente tomó una de las botellas, como si su labor de pequeño diablo hablándole al oído hubiese rendido frutos al fin. Soltó una fuerte palmada en la espalda ajena y rio desparpajado, el alcohol comenzaba a hacer de las suyas, pero aún se encontraba coherente, luego tomó su vaso de nuevo y estiró el brazo pidiéndole sin palabras que le sirviera a él también.

-Entonces ese violín vale la pena el sacrificio, ¿no? –Dijo, demasiado interesado en él -¿qué tiene de especial? –No pudo ocultar su sincera curiosidad, como él, Dennis parecía apreciar la música y eso decía bastante, no sólo se salía de la norma, sino que tenía puntos de convergencia con él, cosa que con el tiempo cada vez le pareció más imposible de encontrar, aunque no era como si buscara con demasiado ahínco, prefería la soledad. Estaba mejor solo, o al menos se había convencido de que así era.

A veces en las noches recibía a Lodewijk y Nicola, jugaban cartas, fumaban y bebían, se burlaban unos de los otros y del mundo en general y luego se iban al alba y no se veían por largas temporadas, esa era la dosis perfecta de compañía que Gregor necesitaba. Pero entonces había llegado Ayelet (pensarla lo hizo maldecir el nombre erial) y ya no estaba tan seguro de muchas cosas. Sacudió la cabeza y observó a Dennis, lo observó como ese punto intermedio entre los polos de su vida, la absoluta soledad y el deseo inconcebible de tener a alguien, tenerla a ella (¡pero qué mierda estaba pensando!).

-Brindemos –propuso nuevamente para sacar los descabellados pensamientos de su mente y alzó el vaso tan violentamente que un poco del líquido contenido se derramó por las orillas-, por la música –ahora fue su pretexto y dio un trago, de nuevo un trago breve, algo le decía que debía mantenerse sobrio, que la compañía de Dennis valía la pena la sobriedad-, por las acciones que tienes reacciones –agregó y dio un trago más, esta vez más corto, apenas mojándose los labios y muy atento a lo que el otro pudiera o no hacer. Era digno de estudio, y eso es lo que estaba haciendo, llevando a cabo su método científico con escrupuloso tino.
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