AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
2 participantes
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And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
"Paris hold the key to her past.
Yes, Princess, I've found you at last.
No more pretend,
You'll be gone,
That's the end"
Yes, Princess, I've found you at last.
No more pretend,
You'll be gone,
That's the end"
Volver a París al cabo de tanto tiempo -¡voto a bríos! Casi diez años habían pasado ya- removía en la jovencita rusa sentimientos encontrados. Podríase decir que unos tan parecidos a los que había experimentado al regresar al país que la vio nacer, empero, nada más lejos de la realidad, pues de Rusia sólo vagos recuerdos albergaba -y para ser ciertos, el rostro de doña Katya, la jefa del orfanato de San Petersburgo, no despertaba en Natasha las más tiernas sensiblerías-, mas de Francia sí guardaba ella, como oro en paño, las memorias del viejo gitanillo que húbose convertido en paloma y, por supuesto, el tiempo pasado con su estimado don Dennis.
Y allí estaba ella, subida en aquel carro de caballos, manos enguantadas y capa bordada sobre sus hombros, aguantando el frío del diciembre parisina sin mentar una palabra acerca de ello, que quejarse poco podía tras los inviernos seguidos en las calles de París. ¡Chst! ¡Y que a ningún señoritingo se le ocurriese gimotear de eso en su presencia, que ella bien rápido los callaba con "una guerra tenía que venir" y una mirada que hacía al más blanco lord inglés tornarse del rojo bermellón de los tomates!
Bájose nuestra Nastya -ahora restablecida de sus títulos de Gran Duquesa Natasha Paulóvna Stroganóva- del carromato, sus tirabuzones dorados recogidos formando una trenza de espiga que contorneaba el moño entrevestido de perlas. De la pilluela de catorce años poco quedaba (en apariencia, claro), pues sus caderas ahora se habían ensanchado, sus rasgos aniñados se habían alargado un poco aunque todavía conservaba ese aspecto duendecil que había llevado de cabeza a tantos tenderos en el mercado de los domingos.
Recogióse las faldas del pomposo vestido mientras subía las escaleras exteriores del teatro. Que sí, que sí. Que muy hermoso y muy de encaje y muy todo pero la prenda era horriblemente aparatosa. ¿Cuánto faltaba para que a alguna modista francesa se le ocurriese la transgresora idea de los pantalones para mujer? ¡Por todos los diablejos!
Cuatro caballeros de frac bajaron tras ella. Alguno, gustoso, hubiera salido antes para tender la mano a la dama y ayudarla a descender. Pero con Natasha Paulóvna es que era muy difícil hacerse el galante, oiga.
El motivo que llevó a Natasha otra vez a París y acompañada de semejantes mostrencos rusos era, ni más ni menos, que aburridos asuntos de Estado que Fyodor había relegado en ella. ¡Y él, muy bien que había escurrido el bulto!
Bueno, no. No seamos crueles con el buen Ivashkov, que siendo valederos, había sido la propia Natasha la que se había ofrecido.
Una vez en la recepción del teatro, la rusa esperó a que Volkov, embajador ruso en tierras normandas, apareciese. No se hizo mucho de rogar el caballero del mostacho rubio.
-Natasha Paulóvna, dichosos los ojos -exclamó, regalandole un beso en el dorso de la mano.
-Mijaíl Alexandrovich, lo mismo digo.
-Buena noche para el teatro. ¿Alguna vez ha llegado a ver La Flauta Mágica representada?
Inocente y simple pregunta que a la duquesa hízole balbucear unos momentos. Por cierto que sí. Ella sólo una criaja de ¿cuánto? ¿once, doce años? que no había pisado nunca un teatro -o eso creía-, y el hombre que la acompañaba, el que vino a convertirse en su amigo, confidente y protector. La sola mención de la ópera le traía irremediables recuerdos. ¡Pero no os amedrentéis, que una servidora siempre está ahí para profesar estos dramas por medio de la palabra escrita!
-Hace muchos años, en este mismo teatro. Imagínese que yo todavía con dientes de leche comía -exclamó, exagerando como siempre- Pero la recuerdo muy bien. La ópera que más disfruto, no lo dude, Mijaíl Alexandrovich.
Que había ido a verla más de una vez en San Petersburgo, pero nunca conseguía el mismo efecto que con la primera. ¿Había sido por la ilusión de lo nuevo? ¿La impresión de su corta edad? ¿Había sido la compañía, quizá?
Siguieron hablando de todo y nada el embajador y la duquesa, mientras esperaban la llegada del embajador de Francia en Rusia y de otros príncipes del Este, rodeados de toda esa fachada de oropeles y mieles, al tiempo que las letras Die Zauberflöte brillaba, metafórica y literalmente, con una caligrafía impresa perfecta, por todas las esquinas de la habitación.
Y allí estaba ella, subida en aquel carro de caballos, manos enguantadas y capa bordada sobre sus hombros, aguantando el frío del diciembre parisina sin mentar una palabra acerca de ello, que quejarse poco podía tras los inviernos seguidos en las calles de París. ¡Chst! ¡Y que a ningún señoritingo se le ocurriese gimotear de eso en su presencia, que ella bien rápido los callaba con "una guerra tenía que venir" y una mirada que hacía al más blanco lord inglés tornarse del rojo bermellón de los tomates!
Bájose nuestra Nastya -ahora restablecida de sus títulos de Gran Duquesa Natasha Paulóvna Stroganóva- del carromato, sus tirabuzones dorados recogidos formando una trenza de espiga que contorneaba el moño entrevestido de perlas. De la pilluela de catorce años poco quedaba (en apariencia, claro), pues sus caderas ahora se habían ensanchado, sus rasgos aniñados se habían alargado un poco aunque todavía conservaba ese aspecto duendecil que había llevado de cabeza a tantos tenderos en el mercado de los domingos.
Recogióse las faldas del pomposo vestido mientras subía las escaleras exteriores del teatro. Que sí, que sí. Que muy hermoso y muy de encaje y muy todo pero la prenda era horriblemente aparatosa. ¿Cuánto faltaba para que a alguna modista francesa se le ocurriese la transgresora idea de los pantalones para mujer? ¡Por todos los diablejos!
Cuatro caballeros de frac bajaron tras ella. Alguno, gustoso, hubiera salido antes para tender la mano a la dama y ayudarla a descender. Pero con Natasha Paulóvna es que era muy difícil hacerse el galante, oiga.
El motivo que llevó a Natasha otra vez a París y acompañada de semejantes mostrencos rusos era, ni más ni menos, que aburridos asuntos de Estado que Fyodor había relegado en ella. ¡Y él, muy bien que había escurrido el bulto!
Bueno, no. No seamos crueles con el buen Ivashkov, que siendo valederos, había sido la propia Natasha la que se había ofrecido.
Una vez en la recepción del teatro, la rusa esperó a que Volkov, embajador ruso en tierras normandas, apareciese. No se hizo mucho de rogar el caballero del mostacho rubio.
-Natasha Paulóvna, dichosos los ojos -exclamó, regalandole un beso en el dorso de la mano.
-Mijaíl Alexandrovich, lo mismo digo.
-Buena noche para el teatro. ¿Alguna vez ha llegado a ver La Flauta Mágica representada?
Inocente y simple pregunta que a la duquesa hízole balbucear unos momentos. Por cierto que sí. Ella sólo una criaja de ¿cuánto? ¿once, doce años? que no había pisado nunca un teatro -o eso creía-, y el hombre que la acompañaba, el que vino a convertirse en su amigo, confidente y protector. La sola mención de la ópera le traía irremediables recuerdos. ¡Pero no os amedrentéis, que una servidora siempre está ahí para profesar estos dramas por medio de la palabra escrita!
-Hace muchos años, en este mismo teatro. Imagínese que yo todavía con dientes de leche comía -exclamó, exagerando como siempre- Pero la recuerdo muy bien. La ópera que más disfruto, no lo dude, Mijaíl Alexandrovich.
Que había ido a verla más de una vez en San Petersburgo, pero nunca conseguía el mismo efecto que con la primera. ¿Había sido por la ilusión de lo nuevo? ¿La impresión de su corta edad? ¿Había sido la compañía, quizá?
Siguieron hablando de todo y nada el embajador y la duquesa, mientras esperaban la llegada del embajador de Francia en Rusia y de otros príncipes del Este, rodeados de toda esa fachada de oropeles y mieles, al tiempo que las letras Die Zauberflöte brillaba, metafórica y literalmente, con una caligrafía impresa perfecta, por todas las esquinas de la habitación.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
"París es la puerta a su hogar.
Princesa, te voy a añorar.
No hay más función,
al bajar el telón."
Princesa, te voy a añorar.
No hay más función,
al bajar el telón."
La friolera de casi diez años, y allí continuaba él, acudiendo a esas lujosas paredes cada vez que llegaba a sus oídos la representación de la simpática obra de Herr Mozart. Estuvo a punto de no ir el primer año, tampoco al siguiente, ni al otro, ni al otro más. En realidad, la costumbre de pensar que no podía hacerlo se había convertido en una sola con la de acabar por hacerlo siempre. Típico de su paradójica bipolaridad, incluso si con el tiempo, sus recuerdos se habían hecho tan resistentes (y qué doloroso era tener una memoria fotográfica) como su rencor. A pesar de todo, éste también parecía haberse vuelto íntimo de la resignación después de que las luces del teatro se desvanecieran y el reencuentro de Tamino y Pamina iluminara todo el escenario. Como sólo era posible en la más bella de las ficciones.
El servicio de su casa nunca hacía comentarios al respecto cuando llegaba el día de armar el carruaje y despedirse por una noche de la mansión de su tía, ya que normalmente los criados no volvían a ver a su señor hasta la mañana siguiente. Al acabar la función, Dennis paseaba a pie por distintas calles de la infatigable ciudad y en las primeras ocasiones logró evitarlo, pero conforme seguían pasando los años, no importaba cuántos adoquines pisoteara o por cuántos puentes del Sena cruzara, que al final acababa contemplando, aunque sólo fuera de lejos, el rincón de aquel parque que alguien una vez bautizó como 'su lugar mágico'. En cierta medida, quizá hubiera algo de magia en todo eso, pues a pesar de que las fechas anuales de aquella ópera solían caer tan separadas, ninguna había coincidido jamás con la luna llena… Parecía como si incluso su naturaleza salvaje se armonizara para permitir su presencia en aquel nostálgico pasaje de su vida. De hecho, había llegado a entablar alguna que otra amistad entre sus fieles visitas al teatro, a pesar de que no en todas pudiera evitar toparse con las impertinencias de gente como los Lemoine y los Chavanel. Algo de provechoso había en el masoquismo al ver así cumplida una de sus más perezosas obligaciones sociales, pues algunos contactos que hacía bajo el techo del teatro también se manifestaban después el resto del año, y en más de una ocasión, casi había llegado a conocer a su futura prometida, la que también debía romper la maldición de Judith Vallespir; varias a lo largo de su existencia social, ninguna en su parón como tutor, y escasas en adelante. Como si aquella pérdida de acento ruso en su vida tuviera algo que ver, como si no necesitara ya desenterrarse de la soledad que había dejado a su paso. ¿Cierto?
Aquella noche, Dennis hizo su anual recorrido por las puertas del majestuoso edificio y divisó a uno de esos escuetos amigos charlando junto a una mujer que no pudo distinguir, o que más bien, no tuvo tiempo de hacerlo al recibir antes el saludo de otro amigo escalofriantemente inesperado. Sus reflejos sobrenaturales reaccionaron a tiempo de sostener la esbelta figura de un perro que se había escapado de quien sostenía su correa y había entrado al teatro a ladrido limpio para echársele encima, en lo más parecido a un abrazo que podían dar los de su especie. El cariñoso escándalo que estaba armando aquel chucho se había ganado la atención de toda la fachada, y mientras el licántropo trataba de calmarlo con fuertes caricias, cayó en la cuenta de que el animal le estaba reconociendo.
"No es posible."
'¡Ah, mi querido Vallespir! ¡No lo soltéis, por favor, es inofensivo y enseguida se lo llevan!', exclamó Volkov, el colega que había visto antes del incidente canino y que se acercaba a él tan teatrero como siempre (¿seguro que a alguien así le permitían dedicarse a algo tan importante?), a la vez que un empleado muy serio y bien vestido llegaba por otro lado para agarrar al perro de su correa y alejarlo a duras penas. '¡Venid, venid, que me pilláis en buen momento!' Dennis no alejó la mirada del sabueso sin poder creérselo todavía y tan anonadado se había quedado, que se dejó arrastrar sin resistencia por el dicharachero embajador hasta que no le quedó más remedio que volver la vista al frente. 'No diréis que gracias a mi oficio, no se conoce a gente interesante, pillastre. Natasha Paulóvna, he aquí un admirador igual de ferviente de este singspiel en París que vos en San Petersburgo. Practicad vuestras reverencias, Dennis Vallespir, pues estáis ante la Gran Duquesa de Rusia: Natasha Paulóvich Stroganóva.'
Y de golpe y porrazo, cuando ya parecía que el mareo de su vida se había esfumado y lo demás empezaba a pararse, el mundo volvió a dar vueltas a su alrededor. Sólo que aquella vez, había algo, alguien, perfectamente quieto al que Dennis podía contemplar con auténtica serenidad.
En todo ese tiempo, jamás la había imaginado con el nuevo aspecto que le habrían brindado los años, en contraposición a la implacable longevidad que él lucía ahora. Y sin embargo, no había absolutamente nada en esos cabellos, en ese rostro y en esos ojos que aquel niño grande no fuera capaz de reconocer.
Nastya…
Completamente mudo que se había quedado y, aun así, logró pronunciar aquel nombre. Lo único que se escuchó de sus labios durante una apoteósica intensidad de segundos, de los que sólo el confuso fruncimiento de cejas del embajador y la misma asfixiada sorpresa en la cara de su antigua tutelada, fueron testigos.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
El embajador era tan buen hablador que hasta rivalizar podría con la rusa en sus mejores chácharas. Mas ésta en concreto no era una de ellas pues al cansancio propio de un viaje tan largo como lo era el de San Petersburgo a París (¡y Dios recompensase sin hijos a los genios inventores del ferrocarril, si no, hubiésemos apagado y nos hubiésemos ido hace tiempo ya!) se le sumaba el hastío provocado por las curiosas miradas de los acompañantes de Mijaíl Alexandróvich, pues la historia de la Duquesa Huérfana -como los tabloides habían tomado el gusto de llamarla- habíase ya extendido por la Madre Rusia. ¡Y era más! Al creciente interés por su figura se había unido, como no podía ser de otra manera, los que en duda ponían su sangre aristocrática. Pero claro, ¡teniendo tan buen abogado como lo era Fyodor Ivashkov a ver quién era el listo que decía nada! Pero haberlos, habíalos.
Bueno, bueno, bueno. ¿La función no empezaba ya? Que el señor Alexandróvich hablaba por los codos y la espera se le empezaba a hacer a la duquesa más larga que un páter nóster.
-¿No lo cree, Natalia Paulóvna?
¿Qué? ¿Cómo? ¿Lo cuálo?
-Ooooh, sí, sí. Ya lo creo, ya lo creo, Mijaíl Alexandróvich -una sonrisa y un carraspeo. Esa parte de la lección (ya sabéis; manual de duquesas. Capítulo cuatro: cómo ignorar a los parlanchines sin que se note) se lo sabía de memoria. Sabía que lo iba a necesitar, pues los marqueses y princesos eran especialistas en hablar mucho de nada en particular.
El ladrido de un mico peludo que no llegaría ni a un metro fue su salvación por la campana. Habíase llevado a Pucca con ella, claro estaba, pues él también era un viejo amigo de París y a la rusa le habría parecido injusto no partir con su compañero de fatiga. Lo había subido hasta el coche de caballos, a merced de los "pero señora, ¿no sería mejor...?" Que a la duquesa no se le rechistaba y punto.
Pasó el animal como un destello, directo hacia su objetivo, y al seguir la dueña el camino de su canino compañero encontróse, cara a cara, con él.
Muda quedó (y eso sí que era raro en ella), el estómago revolucionándose a sus anchas que casi sintió que el alma se le salía del cuerpo por la impresión. Sorda antes las aceleradas disculpas del lacayo por no haber sujetar a la mini bestia.
Ni una arruga más en su rostro. Ningún hilo plateado adornaba su cabello castaño. Era Dennis Vallespir. Tal y como había permanecido en su memoria. Tal y como lo había dejado aquel día de hacía diez años. ¿Cómo era posible?
-Señor Valles... don Denn... -su lengua se trastabillaba al no saber cómo debía dirigirse a él. Era la única cosa que no estaba en su manual de duquesa-Señor Dennis -se recompuso rápidamente, una amplia sonrisa iluminando sus rasgos todavía infantiles-Toda una sorpresa.
-Ah, señor. Veo que conoce a la Gran Duquesa Natasha Paulóvna Stroganóva, ¿niet?-interrumpió el embajador.
-Mijaíl Alexandróvich, le presento a Dennis Vallespir. El señor Vallespir es un estimado y viejo amigo -volvíose a clavar su mirada en la del luxemburgués-No se preocupe, Dennis, no tendrá que aprenderse toda esa retahíla de nombre. Con Nastya me basta -medió bromeó.
Sí. Con Nastya le bastaba.
Bueno, bueno, bueno. ¿La función no empezaba ya? Que el señor Alexandróvich hablaba por los codos y la espera se le empezaba a hacer a la duquesa más larga que un páter nóster.
-¿No lo cree, Natalia Paulóvna?
¿Qué? ¿Cómo? ¿Lo cuálo?
-Ooooh, sí, sí. Ya lo creo, ya lo creo, Mijaíl Alexandróvich -una sonrisa y un carraspeo. Esa parte de la lección (ya sabéis; manual de duquesas. Capítulo cuatro: cómo ignorar a los parlanchines sin que se note) se lo sabía de memoria. Sabía que lo iba a necesitar, pues los marqueses y princesos eran especialistas en hablar mucho de nada en particular.
El ladrido de un mico peludo que no llegaría ni a un metro fue su salvación por la campana. Habíase llevado a Pucca con ella, claro estaba, pues él también era un viejo amigo de París y a la rusa le habría parecido injusto no partir con su compañero de fatiga. Lo había subido hasta el coche de caballos, a merced de los "pero señora, ¿no sería mejor...?" Que a la duquesa no se le rechistaba y punto.
Pasó el animal como un destello, directo hacia su objetivo, y al seguir la dueña el camino de su canino compañero encontróse, cara a cara, con él.
Muda quedó (y eso sí que era raro en ella), el estómago revolucionándose a sus anchas que casi sintió que el alma se le salía del cuerpo por la impresión. Sorda antes las aceleradas disculpas del lacayo por no haber sujetar a la mini bestia.
Ni una arruga más en su rostro. Ningún hilo plateado adornaba su cabello castaño. Era Dennis Vallespir. Tal y como había permanecido en su memoria. Tal y como lo había dejado aquel día de hacía diez años. ¿Cómo era posible?
-Señor Valles... don Denn... -su lengua se trastabillaba al no saber cómo debía dirigirse a él. Era la única cosa que no estaba en su manual de duquesa-Señor Dennis -se recompuso rápidamente, una amplia sonrisa iluminando sus rasgos todavía infantiles-Toda una sorpresa.
-Ah, señor. Veo que conoce a la Gran Duquesa Natasha Paulóvna Stroganóva, ¿niet?-interrumpió el embajador.
-Mijaíl Alexandróvich, le presento a Dennis Vallespir. El señor Vallespir es un estimado y viejo amigo -volvíose a clavar su mirada en la del luxemburgués-No se preocupe, Dennis, no tendrá que aprenderse toda esa retahíla de nombre. Con Nastya me basta -medió bromeó.
Sí. Con Nastya le bastaba.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
Había soñado muchas veces con aquel teatro, aquella ópera y aquella mujer (porque ahora ya podía usar la palabra en todo su fascinante y dañino esplendor: mujer). Y con el trabajo que hacían, entre los dos, su subconsciente, trastornado como todo lo que tuviera que ver con su mente, y su habilidad sobrenatural para la memoria fotográfica, era un verdadero chiste que ninguna se pareciera ni remotamente a lo que, de repente, estaba ocurriendo ante sus ojos. Por fin.
Perfectamente real, perfectamente posible, había algo más invencible que el constante mareo que emborronaba su vida y lo tenía ahí de nuevo, a sólo un paso de sus botas, un gesto de su mano, una caricia que depositar sobre el rostro de la única felicidad que había llegado a experimentar desde que volvió a la capital de Francia, sin esposa y sin perdón. Un rostro que, a pesar de cuantas esperanzas depositó Dennis en su portadora y en la alianza que forjaron, no había visto crecer. Y tan pronto como se encontró tentado de imitar su sonrisa, se descubrió incapaz de devolvérsela… El momento le había traicionado por completo y, sin embargo, los recuerdos de su dolor reaparecieron con munición nueva. Una, incluso, más letal.
Nastya, aquella pequeña diablilla, aquella vagabunda que sobrevivía a base de su picardía y sus pies en polvorosa, la misma que odiaba los leotardos y se dormía en mitad de los sermones de institutrices, profesores y amas de llave muy pesadas… ¿Gran Duquesa de Rusia? ¿Acaso el destino había querido estamparles en la cara la mayor de las ironías, o era todo una de las bromas de su antigua tutelada? No, nada apuntaba a que lo fuera, tenía un testigo importante que lo corroboraba, había también un pequeño séquito de guardias cerca de donde estaban. Y la niña, su pequeña Nastya… iba ataviada con las mejores galas que hubiera visto un hombre de alta alcurnia como lo era él, dignas, efectivamente, de la realeza rusa. No, aquello no era una broma, sino una ironía, pero una ironía auténtica.
Nastya… -no pudo evitar pronunciar de nuevo, víctima aún de la enajenación de tantas emociones y tantos hechos de golpe. Se veía a leguas que intentaba decirle algo, y ninguno de los dos sabía con certeza el qué- Estás preciosa –sentenció finalmente, con abatimiento, pero con una sinceridad tan agónica que hasta, durante unos instantes, le hizo bajar la mirada. A él, quien a tantas mujeres había elogiado en su insano historial de conquistas, el mismísimo Dennis Vallespir al desnudo frente a un halago que ni siquiera había sido original. De repente, fue como si el niño que, día tras día, moría y revivía a partes iguales en su interior se hubiera asomado con timidez para confesarse por primera vez ante una chica…
Chica, mujer, ya no sabía cómo referirse a esa vieja amiga del pasado, que en realidad estaba muy lejos de ser vieja y aun así, había dejado muy atrás la niñez que la trajo hasta él, para convertirse en toda una belleza. Una belleza insolente, de unos rasgos impolutos que todavía conservaban cierta aura infantil, pero que ya no se esforzaban por ocultar el atractivo innegable de la juventud. Algo que de todas maneras, Dennis habría sentido hacia ella aunque hubiera sido la pájara más fea de su reino.
Así que… Gran Duquesa –tras un carraspeo, el luxemburgués interrumpió definitivamente cualquier resquicio de intimidad que pudiera intercambiarse entre sus miradas deseosas, ya que a fin de cuentas, el maldito embajador permanecía allí pendiente de todo. Debía utilizar la forma del respeto para dirigirse a la realeza-. Me alegra saber que, por lo menos, al final uno de los dos ha conseguido averiguar quién era.
Y el antiguo tutor de la muchacha tampoco dejaba de ser un hombre cambiante que no podía olvidar el daño que le había provocado otro abandono más en su vida.
Perfectamente real, perfectamente posible, había algo más invencible que el constante mareo que emborronaba su vida y lo tenía ahí de nuevo, a sólo un paso de sus botas, un gesto de su mano, una caricia que depositar sobre el rostro de la única felicidad que había llegado a experimentar desde que volvió a la capital de Francia, sin esposa y sin perdón. Un rostro que, a pesar de cuantas esperanzas depositó Dennis en su portadora y en la alianza que forjaron, no había visto crecer. Y tan pronto como se encontró tentado de imitar su sonrisa, se descubrió incapaz de devolvérsela… El momento le había traicionado por completo y, sin embargo, los recuerdos de su dolor reaparecieron con munición nueva. Una, incluso, más letal.
Nastya, aquella pequeña diablilla, aquella vagabunda que sobrevivía a base de su picardía y sus pies en polvorosa, la misma que odiaba los leotardos y se dormía en mitad de los sermones de institutrices, profesores y amas de llave muy pesadas… ¿Gran Duquesa de Rusia? ¿Acaso el destino había querido estamparles en la cara la mayor de las ironías, o era todo una de las bromas de su antigua tutelada? No, nada apuntaba a que lo fuera, tenía un testigo importante que lo corroboraba, había también un pequeño séquito de guardias cerca de donde estaban. Y la niña, su pequeña Nastya… iba ataviada con las mejores galas que hubiera visto un hombre de alta alcurnia como lo era él, dignas, efectivamente, de la realeza rusa. No, aquello no era una broma, sino una ironía, pero una ironía auténtica.
Nastya… -no pudo evitar pronunciar de nuevo, víctima aún de la enajenación de tantas emociones y tantos hechos de golpe. Se veía a leguas que intentaba decirle algo, y ninguno de los dos sabía con certeza el qué- Estás preciosa –sentenció finalmente, con abatimiento, pero con una sinceridad tan agónica que hasta, durante unos instantes, le hizo bajar la mirada. A él, quien a tantas mujeres había elogiado en su insano historial de conquistas, el mismísimo Dennis Vallespir al desnudo frente a un halago que ni siquiera había sido original. De repente, fue como si el niño que, día tras día, moría y revivía a partes iguales en su interior se hubiera asomado con timidez para confesarse por primera vez ante una chica…
Chica, mujer, ya no sabía cómo referirse a esa vieja amiga del pasado, que en realidad estaba muy lejos de ser vieja y aun así, había dejado muy atrás la niñez que la trajo hasta él, para convertirse en toda una belleza. Una belleza insolente, de unos rasgos impolutos que todavía conservaban cierta aura infantil, pero que ya no se esforzaban por ocultar el atractivo innegable de la juventud. Algo que de todas maneras, Dennis habría sentido hacia ella aunque hubiera sido la pájara más fea de su reino.
Así que… Gran Duquesa –tras un carraspeo, el luxemburgués interrumpió definitivamente cualquier resquicio de intimidad que pudiera intercambiarse entre sus miradas deseosas, ya que a fin de cuentas, el maldito embajador permanecía allí pendiente de todo. Debía utilizar la forma del respeto para dirigirse a la realeza-. Me alegra saber que, por lo menos, al final uno de los dos ha conseguido averiguar quién era.
Y el antiguo tutor de la muchacha tampoco dejaba de ser un hombre cambiante que no podía olvidar el daño que le había provocado otro abandono más en su vida.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
Sácose una vez la rusa de su paroxismo y volvióse a su ser, pudo analizar la situación: Dennis Vallespir estaba allí. Delante de ella. Diez años después. Lo más probable fuese que, tras tanto tiempo, la hubiese perdonado, ¿no? La ponzoña no puede guardarse tanto tiempo, que luego se pudre. Eso solamente ocurrían en las novelas de folletín.
-Gracias -añadió a la galantería anterior. Pero según decían en algunas tierras, como lo cortés no quita lo valiente, no tardó la lengua viperina (o mejor dicho, la lengua herida) de don Dennis en regalarle a la rusa una sutil disquisición. Que por si acaso se lo preguntaba la Gran Duquesa, ahí le vino la respuesta en forma de comentario envenenado. Que conocía bien a Dennis Vallespir y su mordacidad.
Por primera vez en ¿toda una vida? Natasha -Nastya- Stroganóva se tuvo que morder esa bocaza suya. Le reservó el derecho que su antiguo tutor tenía de guardarle rencor. Mas, quería tener la oportunidad de explicarse. Y, claramente, esa oportunidad no vendría estando el cabeza de chorlito del embajador por ahí poniendo sus oídos donde menos le llamaban (que la fama de Mijaíl Alexandróvich traspasaba las fronteras heladas de la Madre Rusia, ¿eh?).
Aclaróse la voz y agregó:
-Don Dennis, ¿le apetece sentarse con nosotros en el palco que hemos alquilado? Siempre es mejor disfrutar de una buena función en compañía -carraspeó mientras la fierecilla (nada domada) de Pucca se peleaba con el pobre cochero en prácticas. ¡Válgame Dios, de no ser porque la duquesa tenía otro asunto más importante en mente lo que se hubiera reído! (del cochero, claro está).
Esperóse expectante la respuesta del luxemburgués, con el corazón en un puño, como quien dice. Porque si a él le había dado el derecho al resentimiento, ella también exigía el suyo de explicar su por qué. ¡Y Dios mediante si no era eso lo que más le importaba en esos instantes a la duquesa! Antes que nada, que él la perdonara.
-Gracias -añadió a la galantería anterior. Pero según decían en algunas tierras, como lo cortés no quita lo valiente, no tardó la lengua viperina (o mejor dicho, la lengua herida) de don Dennis en regalarle a la rusa una sutil disquisición. Que por si acaso se lo preguntaba la Gran Duquesa, ahí le vino la respuesta en forma de comentario envenenado. Que conocía bien a Dennis Vallespir y su mordacidad.
Por primera vez en ¿toda una vida? Natasha -Nastya- Stroganóva se tuvo que morder esa bocaza suya. Le reservó el derecho que su antiguo tutor tenía de guardarle rencor. Mas, quería tener la oportunidad de explicarse. Y, claramente, esa oportunidad no vendría estando el cabeza de chorlito del embajador por ahí poniendo sus oídos donde menos le llamaban (que la fama de Mijaíl Alexandróvich traspasaba las fronteras heladas de la Madre Rusia, ¿eh?).
Aclaróse la voz y agregó:
-Don Dennis, ¿le apetece sentarse con nosotros en el palco que hemos alquilado? Siempre es mejor disfrutar de una buena función en compañía -carraspeó mientras la fierecilla (nada domada) de Pucca se peleaba con el pobre cochero en prácticas. ¡Válgame Dios, de no ser porque la duquesa tenía otro asunto más importante en mente lo que se hubiera reído! (del cochero, claro está).
Esperóse expectante la respuesta del luxemburgués, con el corazón en un puño, como quien dice. Porque si a él le había dado el derecho al resentimiento, ella también exigía el suyo de explicar su por qué. ¡Y Dios mediante si no era eso lo que más le importaba en esos instantes a la duquesa! Antes que nada, que él la perdonara.
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
A pesar de la enorme y estrecha jaula de grillos, con sus trastornos y sus patologías, que era la mente de Dennis Vallespir, nunca le había parecido oír voces en su cabeza. Sus pensamientos tenían su propia voz y eso le bastaba para vedar la realidad y continuar con su camino, sin remedio ni pausa. Pero esa vez, allí mismo, creyó que las palabras con las que pasaba a torturarse, golpe a golpe, latido a latido, las pronunciaba otra persona:
No se te ocurra negarte. No importa lo que haya pasado, no importa lo que hayas sufrido. No-se-te-ocurra-negarte. La tienes ahí. Pensabas que no iba a volver a pasar, pero la tienes ahí. Es de verdad. ¿Qué demonios te pasa ahora, criajo de mierda?
Tan abismalmente crucial estaba siendo aquella crisis, que su problemática bipolaridad había alcanzado nuevos niveles de dualidad. Pero ya era un poco tarde para hacer amigos imaginarios, y mucho menos si ni siquiera le apoyaban (aunque, ¿cómo iban a hacerlo con una persona que tan pronto cambiaba de idea?). Bien mirado, quizá fuera normal (¿normal?) aquella espiral de confusión, al fin y al cabo, no había nada en sus casi cuarenta y un años de edad, ni como niño ni como adulto a medias, que se pareciera a lo que entonces le estaba ocurriendo. A pesar de que sus escasos seres queridos, de una manera u otra, se hubieran ido de su lado, nunca antes se había reencontrado con ninguno. Seguramente porque ninguno podía hacerlo. Pero ella sí. Nastya sí. Dennis era un pobre diablo que vivía en una espera perpetua, en el limbo de sus preguntas sin resolver, y Nastya, la única persona que había pasado dos veces por la misma puerta de su locura secreta y permanecía allí plantada para demostrarlo.
Tan abismalmente crucial estaba siendo aquella crisis, que aun consciente de todo eso, con su voz o la de otros, no ganó la batalla de sus deseos. El miedo se parecía más a lo que había sentido siempre.
Os lo agradezco de corazón, alteza, pero temo no poder hacerlo –respondió al fin, sin rastros de acidez y con una sinceridad tan ambigua como su condena. Ni siquiera tuvo tiempo de mirar a la mujer mucho rato seguido, pues tan pronto como dijo eso, todo el teatro se puso de acuerdo para movilizarse hacia los palcos. El último aviso previo a la función se esparció por cada recoveco del lugar, y no tardó el barullo de la gente en taponarles los oídos y distraerles la vista.
'¡Pero no os apuréis, Natasha Paulóvna! ¡Ha sido un encuentro muy fortuito, vos y vuestro viejo amigo podréis seguir poniéndoos al día con tranquilidad durante el entreacto! ¡Hablamos ahora, mi querido Vallespir!', se despidió el embajador, al tiempo que casi arrastraba a la Gran Duquesa hacia la sala de teatro, y el luxemburgués, todavía quieto, los miraba irse (la miraba irse).
Dennis no entendió cómo consiguió llegar a su propio palco, en realidad, ni cómo aguantó siquiera hasta el cuarto acto sobre un suelo que sabía sin tapujos que también estaba pisando Nastya. No se atrevió a rozar los binoculares de su asiento y mantuvo su mirada fija, casi con martillo y clavos, en la representación, una que se conocía de memoria y en la que, sin embargo, de repente no podía concentrarse. Seguramente fue cuando se dio cuenta de que no estaba preparado para la escena en la que Tamino y Pamina aceptaban separarse sólo por la promesa de volver a encontrarse, que abandonó el palco en mitad de la función y recorrió la arquitectura del teatro a toda prisa, con el estómago a punto de salirse por la boca.
Mandó al carruaje partir con tanta presteza que ni puso atención a unos ladridos que tras su marcha, pasaban a presenciar las afueras de la ópera. Todo su cuerpo empezaba a sudar, como si acabaran de despertarle en mitad de un mal sueño, así que se descubrió pidiendo al cochero que parara en el mismo lugar de siempre… Curioso que aquel parque tuviera la capacidad de darle un mínimo de estabilidad en esos precisos instantes, pues el aire regresó a sus pulmones nada más plantarse allí y respirar la humedad de los árboles. Era medio animal, a fin de cuentas, estaba más unido a la fauna y la flora de lo que parecía. Y por descontado, tuvo que ser una broma más del destino que esa misma noche, y no otra durante los diez años que había ido visitando aquel rincón, descubriera, al sentarse sobre el muro, el mensaje que había escrito en el árbol sobresaliente:
Le lieu magique pour Dennis et Nastya. Interdit de passer!
No se te ocurra negarte. No importa lo que haya pasado, no importa lo que hayas sufrido. No-se-te-ocurra-negarte. La tienes ahí. Pensabas que no iba a volver a pasar, pero la tienes ahí. Es de verdad. ¿Qué demonios te pasa ahora, criajo de mierda?
Tan abismalmente crucial estaba siendo aquella crisis, que su problemática bipolaridad había alcanzado nuevos niveles de dualidad. Pero ya era un poco tarde para hacer amigos imaginarios, y mucho menos si ni siquiera le apoyaban (aunque, ¿cómo iban a hacerlo con una persona que tan pronto cambiaba de idea?). Bien mirado, quizá fuera normal (¿normal?) aquella espiral de confusión, al fin y al cabo, no había nada en sus casi cuarenta y un años de edad, ni como niño ni como adulto a medias, que se pareciera a lo que entonces le estaba ocurriendo. A pesar de que sus escasos seres queridos, de una manera u otra, se hubieran ido de su lado, nunca antes se había reencontrado con ninguno. Seguramente porque ninguno podía hacerlo. Pero ella sí. Nastya sí. Dennis era un pobre diablo que vivía en una espera perpetua, en el limbo de sus preguntas sin resolver, y Nastya, la única persona que había pasado dos veces por la misma puerta de su locura secreta y permanecía allí plantada para demostrarlo.
Tan abismalmente crucial estaba siendo aquella crisis, que aun consciente de todo eso, con su voz o la de otros, no ganó la batalla de sus deseos. El miedo se parecía más a lo que había sentido siempre.
Os lo agradezco de corazón, alteza, pero temo no poder hacerlo –respondió al fin, sin rastros de acidez y con una sinceridad tan ambigua como su condena. Ni siquiera tuvo tiempo de mirar a la mujer mucho rato seguido, pues tan pronto como dijo eso, todo el teatro se puso de acuerdo para movilizarse hacia los palcos. El último aviso previo a la función se esparció por cada recoveco del lugar, y no tardó el barullo de la gente en taponarles los oídos y distraerles la vista.
'¡Pero no os apuréis, Natasha Paulóvna! ¡Ha sido un encuentro muy fortuito, vos y vuestro viejo amigo podréis seguir poniéndoos al día con tranquilidad durante el entreacto! ¡Hablamos ahora, mi querido Vallespir!', se despidió el embajador, al tiempo que casi arrastraba a la Gran Duquesa hacia la sala de teatro, y el luxemburgués, todavía quieto, los miraba irse (la miraba irse).
Dennis no entendió cómo consiguió llegar a su propio palco, en realidad, ni cómo aguantó siquiera hasta el cuarto acto sobre un suelo que sabía sin tapujos que también estaba pisando Nastya. No se atrevió a rozar los binoculares de su asiento y mantuvo su mirada fija, casi con martillo y clavos, en la representación, una que se conocía de memoria y en la que, sin embargo, de repente no podía concentrarse. Seguramente fue cuando se dio cuenta de que no estaba preparado para la escena en la que Tamino y Pamina aceptaban separarse sólo por la promesa de volver a encontrarse, que abandonó el palco en mitad de la función y recorrió la arquitectura del teatro a toda prisa, con el estómago a punto de salirse por la boca.
Mandó al carruaje partir con tanta presteza que ni puso atención a unos ladridos que tras su marcha, pasaban a presenciar las afueras de la ópera. Todo su cuerpo empezaba a sudar, como si acabaran de despertarle en mitad de un mal sueño, así que se descubrió pidiendo al cochero que parara en el mismo lugar de siempre… Curioso que aquel parque tuviera la capacidad de darle un mínimo de estabilidad en esos precisos instantes, pues el aire regresó a sus pulmones nada más plantarse allí y respirar la humedad de los árboles. Era medio animal, a fin de cuentas, estaba más unido a la fauna y la flora de lo que parecía. Y por descontado, tuvo que ser una broma más del destino que esa misma noche, y no otra durante los diez años que había ido visitando aquel rincón, descubriera, al sentarse sobre el muro, el mensaje que había escrito en el árbol sobresaliente:
Le lieu magique pour Dennis et Nastya. Interdit de passer!
Última edición por Dennis Vallespir el Mar Mayo 05, 2015 9:54 am, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
La negativa de Dennis Vallespir no iba a dejar a la rusa sin aliento. ¡Já! ¿Qué os pensábais? ¿Que porque haya cambiado su viejo chambergo por vestidos de volantes se iba a hacer la víctima? ¡Por todos los diablos del Averno, claro que no! Eso de hacerse la ofendida déjoselo a las damas de alta alcurnia, que, aunque ella Gran Duquesa era, se había criado en las calles y no en los palacios.
-Oh, bueno. En ese caso podríamos vernos después de la función. -y antes de que pudiera añadir algo más, ya estaba el fatigoso embajador tirando de ella para entrar a la función. ¡Que ya va, que ya va, señor embajador! ¡Que la función no se iba a ir a ningún sitio, leches!
Tomó asiento en su palco a la verita de Mijaíl Alexandróvich y sacó sus binoculares del bolso (que ya venía preparada, ¿eh? De todo se aprende). A unos metros enfrente de su propia platea se encontróse la figura erguida de don Dennis Vallespir. ¡Vaya, mira por donde, qué casualidad! Mas, como narrador de historias, permítanme esta licencia, anda.
Subíose el telón y la primera nota armónica de la noche fue capaz de llenar el teatro con la potencia de la voz de Clarita Herberg, la soprano alemana más famosa de la época. Pero a Nastya ni Clarita ni papanatas. Que ella no podía evitar, de vez en cuando, que tampoco había propósito ni virtud en parecer una maruja perturbada, a echarle un vistacillo a su vecino de enfrente. De reojo y esas cosas.
No obstante, el Ilustre Mijaíl Alexandróvich se había propuesto a hacerle la noche más amena a la duquesa, vaya por Dios. El embajador parecía tener la necesidad apremiante de comentar cada escena. "¡Maravillosa esta Herberg! Pero qué bien escenificado está todo. Yo fui a verla hace unos años a Italia, pero la producción no era ni de lejos tan..." y otra sucesión de blablablás que ahora no vienen al caso, la verdad.
Cuando ya se había decidido la Gran Duquesa a ignorar de nuevo a su cargante acompañante, fijó otra vez la vista en Dennis Vallespir, pero su asiento estaba ya vacío. No se lo pensóse demasiado.
-Discúlpeme, Mijaíl. Debo salir un momento.
Se hizo a un lado para dejarla pasar al tiempo que comentaba otra cosa (Claro, claro, querida. Pero se va a perder el momento en el que... y más blablablás).
Volvió la joven rusa al punto de partida. El recibidor donde hacía unos escasos treinta minutos había estado conversando con Dennis. En la antesala, antes llena de gente muy acicalada, ahora solo estaba un botones dedicado en cuerpo y alma a recoger las bebidas y bandejas de todo el jaleo anterior.
-Perdona, mozo. ¿Sabes dónde ha ido un hombre así como muy alto, un poco delgaducho y con la cara como de salamandra?
Sí. Una descripción magnífica, Natasha. Pero a estas alturas no negaremos que la belleza de Dennis Vallespir era ciertamente curiosa. El botones no pareció quedarse con la imagen del tipo, pero había visto uno largarse hacía un rato en un carruaje. No sabía la dirección que podría haber tomado el esbelto -pongámosle ese adjetivo, por favor- señor.
La rusa maldijo con un mierda y salió fuera del edificio. Llamó a uno de los carruajes que estaban allí a la espera de que la función acabase y poder ganarse el jornal con la panda de ricos que salían del teatro. No tenía ni idea de a dónde había ido Dennis Vallespir, mas si lo conocía como si lo hubiese parido, Nastya apostaría a que estaba en el parque de Des Halles.
Efectivamente, en Des Halles estaba el soldado de la triste figura apoyado sobre el muro, acariciando el árbol donde tanto tiempo atrás Natasha había escrito un mensaje para él. Se acercó con los brazos cruzados y una media sonrisa en su rostro todavía de niña.
-Te pillé.
-Oh, bueno. En ese caso podríamos vernos después de la función. -y antes de que pudiera añadir algo más, ya estaba el fatigoso embajador tirando de ella para entrar a la función. ¡Que ya va, que ya va, señor embajador! ¡Que la función no se iba a ir a ningún sitio, leches!
Tomó asiento en su palco a la verita de Mijaíl Alexandróvich y sacó sus binoculares del bolso (que ya venía preparada, ¿eh? De todo se aprende). A unos metros enfrente de su propia platea se encontróse la figura erguida de don Dennis Vallespir. ¡Vaya, mira por donde, qué casualidad! Mas, como narrador de historias, permítanme esta licencia, anda.
Subíose el telón y la primera nota armónica de la noche fue capaz de llenar el teatro con la potencia de la voz de Clarita Herberg, la soprano alemana más famosa de la época. Pero a Nastya ni Clarita ni papanatas. Que ella no podía evitar, de vez en cuando, que tampoco había propósito ni virtud en parecer una maruja perturbada, a echarle un vistacillo a su vecino de enfrente. De reojo y esas cosas.
No obstante, el Ilustre Mijaíl Alexandróvich se había propuesto a hacerle la noche más amena a la duquesa, vaya por Dios. El embajador parecía tener la necesidad apremiante de comentar cada escena. "¡Maravillosa esta Herberg! Pero qué bien escenificado está todo. Yo fui a verla hace unos años a Italia, pero la producción no era ni de lejos tan..." y otra sucesión de blablablás que ahora no vienen al caso, la verdad.
Cuando ya se había decidido la Gran Duquesa a ignorar de nuevo a su cargante acompañante, fijó otra vez la vista en Dennis Vallespir, pero su asiento estaba ya vacío. No se lo pensóse demasiado.
-Discúlpeme, Mijaíl. Debo salir un momento.
Se hizo a un lado para dejarla pasar al tiempo que comentaba otra cosa (Claro, claro, querida. Pero se va a perder el momento en el que... y más blablablás).
Volvió la joven rusa al punto de partida. El recibidor donde hacía unos escasos treinta minutos había estado conversando con Dennis. En la antesala, antes llena de gente muy acicalada, ahora solo estaba un botones dedicado en cuerpo y alma a recoger las bebidas y bandejas de todo el jaleo anterior.
-Perdona, mozo. ¿Sabes dónde ha ido un hombre así como muy alto, un poco delgaducho y con la cara como de salamandra?
Sí. Una descripción magnífica, Natasha. Pero a estas alturas no negaremos que la belleza de Dennis Vallespir era ciertamente curiosa. El botones no pareció quedarse con la imagen del tipo, pero había visto uno largarse hacía un rato en un carruaje. No sabía la dirección que podría haber tomado el esbelto -pongámosle ese adjetivo, por favor- señor.
La rusa maldijo con un mierda y salió fuera del edificio. Llamó a uno de los carruajes que estaban allí a la espera de que la función acabase y poder ganarse el jornal con la panda de ricos que salían del teatro. No tenía ni idea de a dónde había ido Dennis Vallespir, mas si lo conocía como si lo hubiese parido, Nastya apostaría a que estaba en el parque de Des Halles.
Efectivamente, en Des Halles estaba el soldado de la triste figura apoyado sobre el muro, acariciando el árbol donde tanto tiempo atrás Natasha había escrito un mensaje para él. Se acercó con los brazos cruzados y una media sonrisa en su rostro todavía de niña.
-Te pillé.
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
'Le pilló', sí, al hombre que pensaba demasiado y al que se olvidaba de hacerlo en un momento. El eterno inconstante, que vivía angustiado en su situación, pero había acabado estancado en ella. Ah, sí, por supuesto que 'le pilló', y con una certeza tal que incluso a la muchacha le habría sorprendido la enorme relevancia de esas dos palabras que había soltado tan inocentemente. Porque Dennis Vallespir estaba pillado y lo estaba desde hacía mucho tiempo. Ambos podían ponerle una cifra aproximada en años, de hecho.
Observó a la joven rusa desde el muro, segundos después de apartar con rapidez la mano del árbol que portaba aquel mensaje tan apropiadamente descubierto en aquel momento preciso, ni antes ni después. El destino se cebaba a su costa, pero eso ya era algo que tenía asumido de sobras. Sólo le quedaba preguntarse cuándo demonios le dejaría en paz (el destino, no Nastya), o esperar a que su humor cambiara como de costumbre y se centrara en otras preocupaciones, u olvidara las más angustiosas hasta nuevo aviso. Visto así… ¿Qué clase de vida era ésa? ¿Por qué había tan pocas cosas que lograran estabilizarlo? ¿Por qué casi todas estaban muertas… o habían desaparecido misteriosamente hasta esa noche?
Nastya –pronunció de nuevo, en un carraspeo tras haber mantenido el equilibrio a pesar de la sorpresa. Sorpresa emocional, ya que por lo demás, no había forma de evitar que sus instintos medio animales percibieran con antelación su presencia (los mismos que llevaban años dotándole de un cuerpo fornido, a pesar de que fuera más divertido hacer chistes sobre su cara o la engañosa tarea de sus ropajes). Se sentía cada vez más imbécil al llamarla por un nombre que quizá técnicamente ya no le perteneciera, como si estuviese volviendo constantemente a esa época color sepia y olor a chuletón, de tutor y tutelada que no hicieron preguntas a la hora de acogerse como familia en un mundo de pobreza e hipocresía. ¡Maldita influencia de quien años atrás era una niña, que hacía del mismísimo Don Juan un amasijo inseguro de puntos suspensivos y frases endebles! Bueno, ¿y qué diantres significaba todo eso? ¿Que acaso debería considerar a su vieja amiga como una mujer más? ¡Claro que ella no era una mujer más, pero sí una mujer, había crecido! Su madre, su tía y ahora Nastya… las mujeres cruciales en su vida siempre habían tenido la potestad de cambiársela, con o sin proponérselo.
Sabes que no podía quedarme allí –declaró, entonces con algo de firmeza, sereno al fin-. Ven, sube –dijo, antes de encorvarse un poco y ofrecerle la mano. Fue bastante cómico ver cómo se las apañaron para que la chica se colocara a su lado encima del muro con aquel imponente vestido de la realeza (y la pobre se quejaba de los que tuvo que llevar bajo su tutela… al lado de ése, le habrían parecido un pijama, seguro que ahora los echaba de menos)-. Querías hablar conmigo, ¿no es cierto? –continuó, una vez posicionados del mismo modo y en el mismo lugar que aquella noche de hacía casi diez años- Tienes tantas cosas que contarme… y yo en comparación, tan pocas –Mentira, por supuesto, pero una mentira de la que su portador no era consciente-. Nunca pensé que volvería a verte. Al menos, nunca me permití pensarlo.
Patologías bipolares a un lado, Dennis había sido muchas cosas a lo largo de su vida. Un superviviente nato, entre otras tantas.
Observó a la joven rusa desde el muro, segundos después de apartar con rapidez la mano del árbol que portaba aquel mensaje tan apropiadamente descubierto en aquel momento preciso, ni antes ni después. El destino se cebaba a su costa, pero eso ya era algo que tenía asumido de sobras. Sólo le quedaba preguntarse cuándo demonios le dejaría en paz (el destino, no Nastya), o esperar a que su humor cambiara como de costumbre y se centrara en otras preocupaciones, u olvidara las más angustiosas hasta nuevo aviso. Visto así… ¿Qué clase de vida era ésa? ¿Por qué había tan pocas cosas que lograran estabilizarlo? ¿Por qué casi todas estaban muertas… o habían desaparecido misteriosamente hasta esa noche?
Nastya –pronunció de nuevo, en un carraspeo tras haber mantenido el equilibrio a pesar de la sorpresa. Sorpresa emocional, ya que por lo demás, no había forma de evitar que sus instintos medio animales percibieran con antelación su presencia (los mismos que llevaban años dotándole de un cuerpo fornido, a pesar de que fuera más divertido hacer chistes sobre su cara o la engañosa tarea de sus ropajes). Se sentía cada vez más imbécil al llamarla por un nombre que quizá técnicamente ya no le perteneciera, como si estuviese volviendo constantemente a esa época color sepia y olor a chuletón, de tutor y tutelada que no hicieron preguntas a la hora de acogerse como familia en un mundo de pobreza e hipocresía. ¡Maldita influencia de quien años atrás era una niña, que hacía del mismísimo Don Juan un amasijo inseguro de puntos suspensivos y frases endebles! Bueno, ¿y qué diantres significaba todo eso? ¿Que acaso debería considerar a su vieja amiga como una mujer más? ¡Claro que ella no era una mujer más, pero sí una mujer, había crecido! Su madre, su tía y ahora Nastya… las mujeres cruciales en su vida siempre habían tenido la potestad de cambiársela, con o sin proponérselo.
Sabes que no podía quedarme allí –declaró, entonces con algo de firmeza, sereno al fin-. Ven, sube –dijo, antes de encorvarse un poco y ofrecerle la mano. Fue bastante cómico ver cómo se las apañaron para que la chica se colocara a su lado encima del muro con aquel imponente vestido de la realeza (y la pobre se quejaba de los que tuvo que llevar bajo su tutela… al lado de ése, le habrían parecido un pijama, seguro que ahora los echaba de menos)-. Querías hablar conmigo, ¿no es cierto? –continuó, una vez posicionados del mismo modo y en el mismo lugar que aquella noche de hacía casi diez años- Tienes tantas cosas que contarme… y yo en comparación, tan pocas –Mentira, por supuesto, pero una mentira de la que su portador no era consciente-. Nunca pensé que volvería a verte. Al menos, nunca me permití pensarlo.
Patologías bipolares a un lado, Dennis había sido muchas cosas a lo largo de su vida. Un superviviente nato, entre otras tantas.
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
A la rusa díole la sensación de que pocas cosas habían cambiado, al ver al que fuera su tutor tan señoritingo vestido subido encima de aquella tapia como si fuera un niño arrabalero. La percepción era bien desacertada. Claro que habían cambiado las cosas, mas la Gran Duquesa todavía no había alcanzado ese momento de lucidez en el que habría de darse cuenta de ello. Fuera como fuese, una sonrisilla escapose de sus labios; pensaba en lo que diría la vieja y recta ama de llaves si viera a su señor y a la antigua señorita de esa guisa. Tal vez nada, pues curada de espanto estaba la mujer.
Aceptó entonces la mano que le ofrecía Dennis. Pero no porque ella no pudiera subir sola, que saben vuestras mercedes que podía, ¿eh? Incluso con esa mierd... con ese aparatoso vestido. Colocose al lado del que antaño hubiese sido su valedor y observó la caída desde allí y una muesca de decepción pintóse sus ojos azules, pues ésta ya no parecía tan peligrosa como se le había antojado hacía unos años. Crecía.
Encogíose de hombros. Que hablar de sentimientos no era lo suyo, vamos. Que se le trababa la lengua, y empezaba a boquear como una zopenca. Que nunca se le había dado bien. Que se las había apañado tan acertadamente sola durante tanto tiempo que las sensiblerías se las guardaba para ella, y fin. Empero, aquella noche tocaba disculparse. Una vez más, crecía.
-Bueno, en Rusia hace un frío de esos que pelan hasta los huesos, más que aquí en invierno. -empezó- Ah, y una vez nos atacaron los prusianos. -enunció como si eso de recibir ataques de un ejército armado de Prusia fuera lo más normal del mundo.
Descolgóse uno de los mechones del recogido por culpa de una ráfaga de viento mal venida. La duquesa volvió a colocárselo en su sitio mientras continuaba escuchando a su bienhechor. Nunca me permití pensarlo. La muy cuca le había hecho daño con su despedida a la francesa (nunca mejor dicho). Que ya ven vuestras mercedes que de verdad las delicadezas no eran lo suyo, y para ahorrarse ella el pesar lo había herido a él. Si es que no hacía una a derechas.
-Qué melodramático nos has salido. Ni que Rusia estuviera a dos mil kilómetros de Francia. -bromeó y tensó una sonrisa. Luego bajó la cabeza, comenzó a juguetear con el encaje de la falda. Carraspeó. Había estado ensayando lo que iba a decirle durante todo el trayecto de la ópera hasta el parque, mas, como siempre pasa, lo que salió de sus labios distaba mucho de la dignidad con la que quedaba todo en su cabeza:
-Siento lo de... la despedida a la francesa. Hice mal y el demonio y todos los diablillos del inframundo que se me lleven porque fui una desconsiderada y una desvergonzada y una bruta y una... -ya no se le ocurrían más adjetivos. Suspiró.-Solamente quería pedirte perdón.
Lo miró a los ojos. Nastya era, de hecho, todas esas cosas que había enumerado al principio, pero también era honesta, para bien y para mal.
Aceptó entonces la mano que le ofrecía Dennis. Pero no porque ella no pudiera subir sola, que saben vuestras mercedes que podía, ¿eh? Incluso con esa mierd... con ese aparatoso vestido. Colocose al lado del que antaño hubiese sido su valedor y observó la caída desde allí y una muesca de decepción pintóse sus ojos azules, pues ésta ya no parecía tan peligrosa como se le había antojado hacía unos años. Crecía.
Encogíose de hombros. Que hablar de sentimientos no era lo suyo, vamos. Que se le trababa la lengua, y empezaba a boquear como una zopenca. Que nunca se le había dado bien. Que se las había apañado tan acertadamente sola durante tanto tiempo que las sensiblerías se las guardaba para ella, y fin. Empero, aquella noche tocaba disculparse. Una vez más, crecía.
-Bueno, en Rusia hace un frío de esos que pelan hasta los huesos, más que aquí en invierno. -empezó- Ah, y una vez nos atacaron los prusianos. -enunció como si eso de recibir ataques de un ejército armado de Prusia fuera lo más normal del mundo.
Descolgóse uno de los mechones del recogido por culpa de una ráfaga de viento mal venida. La duquesa volvió a colocárselo en su sitio mientras continuaba escuchando a su bienhechor. Nunca me permití pensarlo. La muy cuca le había hecho daño con su despedida a la francesa (nunca mejor dicho). Que ya ven vuestras mercedes que de verdad las delicadezas no eran lo suyo, y para ahorrarse ella el pesar lo había herido a él. Si es que no hacía una a derechas.
-Qué melodramático nos has salido. Ni que Rusia estuviera a dos mil kilómetros de Francia. -bromeó y tensó una sonrisa. Luego bajó la cabeza, comenzó a juguetear con el encaje de la falda. Carraspeó. Había estado ensayando lo que iba a decirle durante todo el trayecto de la ópera hasta el parque, mas, como siempre pasa, lo que salió de sus labios distaba mucho de la dignidad con la que quedaba todo en su cabeza:
-Siento lo de... la despedida a la francesa. Hice mal y el demonio y todos los diablillos del inframundo que se me lleven porque fui una desconsiderada y una desvergonzada y una bruta y una... -ya no se le ocurrían más adjetivos. Suspiró.-Solamente quería pedirte perdón.
Lo miró a los ojos. Nastya era, de hecho, todas esas cosas que había enumerado al principio, pero también era honesta, para bien y para mal.
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
Una disculpa… Decir que no estaba preparado para escucharla sería insustancial, pues cualquier alusión al paso de Nastya por su vida le había conducido cada día a un final distinto, a una nueva forma de alimentar la nostalgia y perfilar su resentimiento. Hasta que casi diez años después, con sus lunas llenas y sus aullidos desorientados, volvía a tenerla delante y ni siquiera sabía cómo echárselo en cara.
Llevaba mucho tiempo acumulando ese resquemor incorregible en la barriga, esa frustración incurable que no encontraba dónde caerse muerta precisamente porque no era la primera vez que le abandonaban y, sin embargo, no se había visto venir el golpe. Sus padres murieron, sus tíos murieron, alguien le convirtió en un esclavo sobrenatural, Judith Vallespir le endosó una incógnita desgarradora que aún no había solucionado… pero a Nastya la acogió voluntariamente en el peligroso caos de su existencia y lo peor fue que llegó a hacérsela olvidar por un momento. Sí, la niña se volvió tan necesaria para Dennis que hasta él se olvidó del motivo por el que la necesitaba. Y después, se esfumó sin dejar rastro. Sin tener que morir, ni convertirle en licántropo, ni escribir palabras crueles e incomprensibles en un testamento. Y a diferencia de todos los estigmas de su pasado, ahora regresaba de entre los recuerdos para darle la primera respuesta a su confusión de niño de siete años.
¿Cómo iba a saber echarle en cara todo ese dolor, si la causa había sido su ausencia y ahora la veía allí truncada? ¿Tan decisivo era su orgullo, pues? ¿El rencor le había despedazado con tanta saña que ni siquiera podía reconocer la promesa de la purgación cuando estaba en sus propios morros de chiquillo bipolar, y de la mano de a quien tanto había deseado volver a abrazar?
En realidad, no me estaba refiriendo a esas cosas, granujilla de tres al cuarto –respondió ante los diversos chascarrillos sobre Rusia, sus labios de repente sorprendidos de esbozar una mueca que llevaba tanto sin dibujársele en la cara: una sonrisa entre juiciosa y cómplice, de nuevo la madurez y la infantilidad en ese habitual entredicho que siempre le había supuesto la joven rusa-. ¿Gran Duquesa? ¡Incluso hija bastarda de Zeus me habría parecido más creíble! –rió. En efecto, una carcajada se escapó de su boca, barriendo con pasado, presente y futuro.
Le mantuvo la mirada en su última confesión, en aquella disculpa que todavía retumbaba contra su pecho, o quizá ya hubiera descendido por toda su barriga y desbancado al maldito resquemor, mientras la frustración hallaba su ansiada cura. Le mantuvo la mirada, esa mirada que había acabado hasta con el último recurso de su memoria y que él ya no estaba dispuesto a dejar escapar. Mucho menos ahora que además encontraba nuevos rasgos que analizar en los cambios de la edad que asolaban la belleza de su rostro.
Yo también quería pedirte perdón –se sorprendió a sí mismo diciéndolo, todavía sin desviar los ojos de los suyos-. Cuando nos conocimos, dije que te ayudaría a averiguar quién eras, pero a pesar de vivir un año entero contigo, no lo hice -Y quizá entonces sí acabara de limpiarse un apartado importante de su historia, cuando finalmente estuvo preparado para escuchar en voz alta y de su propia voz todos aquellos pensamientos que había vetado durante casi una década-. No sólo no lo hice, sino que lo olvidé. Olvidé tu misterio y el mío, y en mitad de toda aquella vida que creamos juntos, decidí por los dos. No me extraña que quisieras huir, si de algún modo yo te tenía atrapada –declaró, con el sabor de un yunque en la garganta-. Fue lo mejor para ti y la prueba está en que por fin encontraste respuesta a lo que buscabas. Y me alegro mucho, Nastya. Me alegro de corazón.
'Sólo que, en realidad, me habría gustado… ser parte de tu descubrimiento.'
Llevaba mucho tiempo acumulando ese resquemor incorregible en la barriga, esa frustración incurable que no encontraba dónde caerse muerta precisamente porque no era la primera vez que le abandonaban y, sin embargo, no se había visto venir el golpe. Sus padres murieron, sus tíos murieron, alguien le convirtió en un esclavo sobrenatural, Judith Vallespir le endosó una incógnita desgarradora que aún no había solucionado… pero a Nastya la acogió voluntariamente en el peligroso caos de su existencia y lo peor fue que llegó a hacérsela olvidar por un momento. Sí, la niña se volvió tan necesaria para Dennis que hasta él se olvidó del motivo por el que la necesitaba. Y después, se esfumó sin dejar rastro. Sin tener que morir, ni convertirle en licántropo, ni escribir palabras crueles e incomprensibles en un testamento. Y a diferencia de todos los estigmas de su pasado, ahora regresaba de entre los recuerdos para darle la primera respuesta a su confusión de niño de siete años.
¿Cómo iba a saber echarle en cara todo ese dolor, si la causa había sido su ausencia y ahora la veía allí truncada? ¿Tan decisivo era su orgullo, pues? ¿El rencor le había despedazado con tanta saña que ni siquiera podía reconocer la promesa de la purgación cuando estaba en sus propios morros de chiquillo bipolar, y de la mano de a quien tanto había deseado volver a abrazar?
En realidad, no me estaba refiriendo a esas cosas, granujilla de tres al cuarto –respondió ante los diversos chascarrillos sobre Rusia, sus labios de repente sorprendidos de esbozar una mueca que llevaba tanto sin dibujársele en la cara: una sonrisa entre juiciosa y cómplice, de nuevo la madurez y la infantilidad en ese habitual entredicho que siempre le había supuesto la joven rusa-. ¿Gran Duquesa? ¡Incluso hija bastarda de Zeus me habría parecido más creíble! –rió. En efecto, una carcajada se escapó de su boca, barriendo con pasado, presente y futuro.
Le mantuvo la mirada en su última confesión, en aquella disculpa que todavía retumbaba contra su pecho, o quizá ya hubiera descendido por toda su barriga y desbancado al maldito resquemor, mientras la frustración hallaba su ansiada cura. Le mantuvo la mirada, esa mirada que había acabado hasta con el último recurso de su memoria y que él ya no estaba dispuesto a dejar escapar. Mucho menos ahora que además encontraba nuevos rasgos que analizar en los cambios de la edad que asolaban la belleza de su rostro.
Yo también quería pedirte perdón –se sorprendió a sí mismo diciéndolo, todavía sin desviar los ojos de los suyos-. Cuando nos conocimos, dije que te ayudaría a averiguar quién eras, pero a pesar de vivir un año entero contigo, no lo hice -Y quizá entonces sí acabara de limpiarse un apartado importante de su historia, cuando finalmente estuvo preparado para escuchar en voz alta y de su propia voz todos aquellos pensamientos que había vetado durante casi una década-. No sólo no lo hice, sino que lo olvidé. Olvidé tu misterio y el mío, y en mitad de toda aquella vida que creamos juntos, decidí por los dos. No me extraña que quisieras huir, si de algún modo yo te tenía atrapada –declaró, con el sabor de un yunque en la garganta-. Fue lo mejor para ti y la prueba está en que por fin encontraste respuesta a lo que buscabas. Y me alegro mucho, Nastya. Me alegro de corazón.
'Sólo que, en realidad, me habría gustado… ser parte de tu descubrimiento.'
Última edición por Dennis Vallespir el Sáb Nov 07, 2015 11:26 am, editado 1 vez
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
Vaya pilla del demonio estaba hecha la doña Fortuna que, por no pecar de chanchullera lo hacía de bromista. ¡Y más diría, si no fuera demasiado alarde de galas, que hasta con nuestra rusa podría competir! Empero, no por falta de orgullo ladronil de la ahora duquesa, que la otra doña ganaba por tirada. ¿Quién le iba a decir a la mocosa que dormiría en plumas cuando hacía sólo cuatro días -como quien dice- lo hacía en suelo húmedo?
Pero basta de elucubraciones y centrémonos, que a este ritmo se nos hacen las albas y cuatro páter noster.
La disculpa de don Dennis se le hizo tan repentina como repentino y bizarro y maravilloso había sido el sopetado encuentro en la ópera. ¿Disculparlo de qué tenía ella? Si había sido precisamente don Vallespir quien, de manera indirecta y de forma que todavía la rusa no había descubierto, el que la había impulsado a definitivamente a concluir con su cruzada del Ser. Por cierto, tarea que no acabaría hasta haber exhalado el aliento final.
-Pero, ¿qué disculpas ni qué niño muerto? -ni tres vidas en la corte rusa serían capaces de anular la bruta claridad de la rubia, por muy Gran Duquesa que fuese- Hiciste todo lo bien conmigo. ¡Si hasta de doña Tréville hago cariño! -y bien era verdad, que no hubo día que pasase en San Petersburgo sin evocar los leotardos infernales.
Y sí, que finalmente se había hallado en una familia, por desgracia, incompleta. Que detrás de títulos, herencias, palacetes y demás beldades sólo quedaban los fantasmas. Ella no quería un título, ni un palacio, ni herencias ni beldades; quería un padre, una madre y unos hermanos. ¡Ay! Pero nada de esto le contaría todavía a don Dennis, no. ¡Por todas las enaguas de Catalina la Grande, no quería amargar ese encuentro!
-Además, me quedaré un tiempo en París. Todavía me queda una cosa por hacer. -y se sacó de entre las ropas el colgante que jamás se había quitado y del que nada sabía. Ni tan siquiera don Fyodor había sabido responderle a ese enigma- He de encontrar a quién me dio este colgante.
Pudiera ser que no todo fueran fantasmas, al final.
Más animosa y chancera que antes, se echó un tanto hacia atrás, moviendo los pies como en un columpio.
-¿Y qué nuevas se cuenta vuestra merced después de diez años?
Pero basta de elucubraciones y centrémonos, que a este ritmo se nos hacen las albas y cuatro páter noster.
La disculpa de don Dennis se le hizo tan repentina como repentino y bizarro y maravilloso había sido el sopetado encuentro en la ópera. ¿Disculparlo de qué tenía ella? Si había sido precisamente don Vallespir quien, de manera indirecta y de forma que todavía la rusa no había descubierto, el que la había impulsado a definitivamente a concluir con su cruzada del Ser. Por cierto, tarea que no acabaría hasta haber exhalado el aliento final.
-Pero, ¿qué disculpas ni qué niño muerto? -ni tres vidas en la corte rusa serían capaces de anular la bruta claridad de la rubia, por muy Gran Duquesa que fuese- Hiciste todo lo bien conmigo. ¡Si hasta de doña Tréville hago cariño! -y bien era verdad, que no hubo día que pasase en San Petersburgo sin evocar los leotardos infernales.
Y sí, que finalmente se había hallado en una familia, por desgracia, incompleta. Que detrás de títulos, herencias, palacetes y demás beldades sólo quedaban los fantasmas. Ella no quería un título, ni un palacio, ni herencias ni beldades; quería un padre, una madre y unos hermanos. ¡Ay! Pero nada de esto le contaría todavía a don Dennis, no. ¡Por todas las enaguas de Catalina la Grande, no quería amargar ese encuentro!
-Además, me quedaré un tiempo en París. Todavía me queda una cosa por hacer. -y se sacó de entre las ropas el colgante que jamás se había quitado y del que nada sabía. Ni tan siquiera don Fyodor había sabido responderle a ese enigma- He de encontrar a quién me dio este colgante.
Pudiera ser que no todo fueran fantasmas, al final.
Más animosa y chancera que antes, se echó un tanto hacia atrás, moviendo los pies como en un columpio.
-¿Y qué nuevas se cuenta vuestra merced después de diez años?
Natasha Stroganóva- Realeza Rusa
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Re: And bring me home. At last {Dennis Vallespir}
Dennis contempló con cierta languidez el colgante de la chica, ese colgante que tantas veces le había comprobado cuando por su cuerpo de preadolescente habían pasado desde pantalones para escapar de los guardias de las calles, hasta prendas que lograban un agradecido intermedio entre las dos clases sociales que la habían amparado (si se podía llamar 'amparar' a lo que experimentara como vagabunda) y por supuesto, los famosísimos leotardos avalados por la señora Tréville. La había visto de varias maneras durante aquel año que vivieron juntos y ninguna de ellas se había separado de su colgante, incluso si éste quedaba oculto al otro lado de la ropa. Así que volver a tener ahí la imagen de sus dedos que lo sostenían, mientras aquel pequeño brillo de nostalgia inconsciente traicionaba su mirada perdida, fue como reencontrarse oficialmente con todo lo que implicaba la pequeña Nastya. La pequeña-no-tan-pequeña Natasha Stroganóva.
Te quedarás un tiempo en París –repitió, y aunque creía que sonaría como una pregunta, acabó por salir firme y afirmativo. Todo lo firme y afirmativo que podía escuchar al condenado chiquillo de su interior patalear contra su pecho, demasiado feliz para lo insoportable que parecía por la descripción, pero nunca encontraba formas bonitas de hablar sobre su infancia interrumpida y menos si sólo hablaba consigo mismo-. Entonces, espero no arruinarlo todo con lo que voy a pedirte: pásalo conmigo –dejó escapar sin más, y al comprobar el efecto de sus propias palabras en los ojos de la rusa, que ya no sólo brillaban por la ilusión de la nostalgia, sino por los primeros fulgores del amanecer, se dio cuenta de que por fin se había abandonado completamente a lo que el regreso de Nastya a su vida podría traer consigo. Bueno y malo.
Como ya les había pasado a la salida de una ópera como aquélla, incluso de una que sí habían visto entera, el tiempo se había despegado totalmente de la realidad de la conversación y se habían estado poniendo al día con una naturalidad vertiginosa, a juzgar por la cantidad de años que realmente se había interpuesto entre ellos. Pensándolo mejor, quizá tenían ya demasiada experiencia con el paso del tiempo como para dejarse amedrentar por él una vez recuperada la confianza. Pues eso era lo más extraño, y agradable a la vez: que habían perdido muchas cosas en su cruzada existencial, pero no ésa.
Y bueno… –interrumpió la enésima anécdota en tanto los dos paraban de mirar al otro para mirar hacia las pintadas del cielo que aún tardaban en iluminarse- Si quieres saber más de mi vida, tendrás que ganarme en otra carrera por los jardines de casa –rió. 'De casa', con esa terminación familiar que le otorgaba la misma posesión a ella sobre la mansión donde pudo crecer un poco, o más bien, alargar su infancia para disfrutarla una última vez junto a él-. Creo que hasta el banquero más avaro pagaría lo indecible por presenciar la cara de cierta ama de llaves ante tu verdadera identidad…
Y conforme lo decía tras una de esas sonrisas que le había rescatado la rubia, escuchó a la perfección cómo se montaba un pequeño puesto de dulces en la entrada del parque, y no hizo falta recrearse mucho en la mirada de Nastya para adivinar lo que ambos pensaban ('¿Un bollo de crema y una taza caliente?'). Pero se recreó de todas maneras, porque a fin de cuentas, llevaba diez malditos años sin poder hacerlo.
Te quedarás un tiempo en París –repitió, y aunque creía que sonaría como una pregunta, acabó por salir firme y afirmativo. Todo lo firme y afirmativo que podía escuchar al condenado chiquillo de su interior patalear contra su pecho, demasiado feliz para lo insoportable que parecía por la descripción, pero nunca encontraba formas bonitas de hablar sobre su infancia interrumpida y menos si sólo hablaba consigo mismo-. Entonces, espero no arruinarlo todo con lo que voy a pedirte: pásalo conmigo –dejó escapar sin más, y al comprobar el efecto de sus propias palabras en los ojos de la rusa, que ya no sólo brillaban por la ilusión de la nostalgia, sino por los primeros fulgores del amanecer, se dio cuenta de que por fin se había abandonado completamente a lo que el regreso de Nastya a su vida podría traer consigo. Bueno y malo.
Como ya les había pasado a la salida de una ópera como aquélla, incluso de una que sí habían visto entera, el tiempo se había despegado totalmente de la realidad de la conversación y se habían estado poniendo al día con una naturalidad vertiginosa, a juzgar por la cantidad de años que realmente se había interpuesto entre ellos. Pensándolo mejor, quizá tenían ya demasiada experiencia con el paso del tiempo como para dejarse amedrentar por él una vez recuperada la confianza. Pues eso era lo más extraño, y agradable a la vez: que habían perdido muchas cosas en su cruzada existencial, pero no ésa.
Y bueno… –interrumpió la enésima anécdota en tanto los dos paraban de mirar al otro para mirar hacia las pintadas del cielo que aún tardaban en iluminarse- Si quieres saber más de mi vida, tendrás que ganarme en otra carrera por los jardines de casa –rió. 'De casa', con esa terminación familiar que le otorgaba la misma posesión a ella sobre la mansión donde pudo crecer un poco, o más bien, alargar su infancia para disfrutarla una última vez junto a él-. Creo que hasta el banquero más avaro pagaría lo indecible por presenciar la cara de cierta ama de llaves ante tu verdadera identidad…
Y conforme lo decía tras una de esas sonrisas que le había rescatado la rubia, escuchó a la perfección cómo se montaba un pequeño puesto de dulces en la entrada del parque, y no hizo falta recrearse mucho en la mirada de Nastya para adivinar lo que ambos pensaban ('¿Un bollo de crema y una taza caliente?'). Pero se recreó de todas maneras, porque a fin de cuentas, llevaba diez malditos años sin poder hacerlo.
Dennis Vallespir- Licántropo Clase Alta
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