The perfect beginning {Dennis Vallespir}

Así se reencontraba consigo mismo después de tanto: ni las bromas del mismísimo tiempo podían rivalizar con las que aquella chiquilla eterna le tenía reservadas incluso después de todos esos años. Ah, si algo de ella se enterara alguna vez de la verdadera naturaleza que para él desprendían los años…

¿Y acaso no era ésa la auténtica recompensa de su sufrimiento?

—Ten cuidado con lo que dices ahora que más bien eres tú la vieja —replicó tras una sonrisa malévola en su infantilidad y que muy probablemente no se le dibujara en el rostro desde que se obligara a olvidarla para siempre.

Apenas parpadeó ante el concierto canino y se volvió con una expresión la mar de entretenida hacia el ruido de la elegante terraza próxima al jardín donde estaban y donde pasaba a estar entonces la persona más pintoresca de aquellas memorias del pasado.

—Señorito Dennis, ¿tiene un segundo para atende- —la señora Tréville, más arrugada, más escéptica, más refunfuñona surgió de la morada Vallespir como el simpático fantasma que sigue asustando a todos con su próxima regañina. A excepción de que entonces, al observar detenidamente a la visita real en ambos sentidos que acogían aquella tarde, pareció ser ella la que hubiera visto uno— No es posible… No…

El único heredero de Judith se apresuró a sostener el principio de desmayo que alertó incluso al viejo chucho, y rápidamente intercambió miradas con Nastya, unas que barajaban la condescendencia con el más enterrado cariño.

—Sí lo es, mi querida señora: por fin la hemos encontrado.

La señora Trèville se amarró al brazo de Dennis cuando ambos siguieron las, como siempre, atolondradas pisadas de esa jovencita que ya no lo era tanto y que volvía a empeñarse en dirigir la marcha. Le susurró, con la terca suspicacia que jamás se dejaría menguar por los años, pero también con la intuición implícita de —¿por qué no? — una madre, acerca de la que un día fuera también una Vallespir más:

—Los ropajes que lleva, el talle de ese vestido… El origen de su calidad resulta ineludible hasta para una vieja como yo.

—No exageréis, mi buena señora —respondió, mientras daba una palmada a la mano con la que le sujetaba el brazo—. Tampoco sois tan vieja —remató la broma, antes de permitir que fuera a por el dulce que había recordado su antigua ahijada con un gruñido de ruidosa frustración.

Entre sonrisas triunfales y divertidas, Dennis se plantó junto a la muchacha rusa, quien se había sentado en el suelo a contemplar otro de los incansables recuerdos que despertaba con su regreso allí. Por muy disparatado que sonara, realmente así era: algo en aquella casa, por no decir toda ella, se había puesto del revés con su sola llegada, al instante, como si siempre hubiera estado escondido hasta oírla entrar a ella. Sólo a ella.

—El señorito se negaba a cambiar el dichoso mueble sucio ni aunque allí se sentaran sus mismísimas majestades —escupió el ama de llaves desde la puerta como un espíritu cotilla que cuenta las intimidades ajenas antes de desvanecerse por completo.

Ante la revelación con la que pasaba a dejarlos a solas, el hombre se apresuró a toser y aclararse la garganta en un intento por volver a parecer… ¿normal? De repente, no supo muy bien por qué aquella información le ponía tan nervioso a ojos de Nastya. Literalmente 'a ojos', pues una vez posó los suyos sobre los de la chica, no hubo manera sobrenatural de apartarlos. En especial porque lo más importante de todo era que no estaba dispuesto a hacerlo. No quería, no después de tanto tiempo. De tanta represión.

—Bueno, parece que al final no va a distar mucho de ser así —concluyó, en un alivio cómico que hacía referencia a su posición social en la realeza.

Ay, si alguno de los allí presentes supiera cuántas ironías quedaban reducidas a ceniza cuando era un hombre lobo quien se veía obligado a afrontarlas… Hombre lobo o no, nada le había preparado nunca para sentir lo que allí mismo sentía.

Y por quién lo sentía.

Dennis estuvo temiéndose aquella pregunta que, de un modo u otro, sabía que iba a tener que contestar. Se había imaginado muchas veces contándoselo por fin si algún día llegaba el improbable y fatídico momento en el que las piernas humanas más revoltosas que habían pisado la mansión de Judith Vallespir regresaran a su lugar de origen —sí, era extremadamente pretencioso y casi egoísta, incluso retorcido, sugerir que Nastya había nacido allí pero para él, en cierta manera, sucedió así, aunque sólo fuera porque con su atolondrada presencia renació buena parte de la casa… incluido su propio dueño—. Quién iba a decirle que algún día volverían tan ataviadas y apenas vistas al estar enfundadas por el protocolo de la mismísima realeza.

—Lo siento mucho, mi gata —técnicamente la gata de su difunta tía pero qué demonios, había pasado tantos años a su lado que Dennis no la consideraba menos suya por eso— ya era muy mayor antes de que tú y Pucca llegarais… —Hasta el que un día fuese un cachorro tan jovial como su fiel compañera pareció dejar ir un pequeño llanto ante el tono lánguido que inevitablemente se apoderó del ambiente.

Y es que las pruebas del paso del tiempo no iban a ser fáciles de evitar en su relación presente…

No obstante y como si además de haberles escuchado, no estuviera de acuerdo con el carácter lúgubre de la noticia, otra bola de pelo irrumpió en el lugar a toda prisa, nada propio de la desconfianza y el sigilo previo de la mayoría de felinos, y antes de que Pucca lanzara un par de ladridos de sorpresa, el animal pelirrojo acabó de un bote sobre los hombros de la gran duquesa, con la falta de remilgos que tanto caracterizara a la mozalbeta en su día.

—Pero esta casa no podía estar libre de patas, y menos después de que os fuerais —rio y para sorpresa de sí mismo, además de la posible culpa que aún acechara a su antigua ahijada, mencionó aquel último hecho sin ningún rastro de rencor en su rostro o su voz—. Os presento a la hija de la vieja Anastasia, tiene la misma energía que ella alguna vez… o eso supongo, creo que ni yo he vivido tanto como lo hizo esa condenada para saber cómo era de joven —volvió a reír, cada vez más cómodo con la situación y cómo la gatita se restregaba primero por las mejillas de la joven rusa y después, se deslizaba por su falda para detenerse a olisquear al perro en el suelo—. Por cierto, se llama Natasha —añadió y esperó a que los ojos de la tocaya se encontraran con los suyos para compartir unas carcajadas ante la burlona coincidencia.

Con un respetuoso asentimiento de cabeza se despidió del ama de llaves y acto seguido, giró el cuello para señalar más allá del exterior de la terraza, un gesto que invitaba también a los dos animales.

—Nastya, me gustaría que camináramos un rato a solas —dijo sin más y le ofreció la mano de un modo galante que en aquel momento, en aquel hogar, después de tantos años y sus consecuencias, se hizo extrañamente íntimo. Maduro para ambos, distinto en varios sentidos, como el uso de un nombre que quizá ya nadie más usara para referirse a ella.

Al fin y al cabo, y como bien le había dicho en la ópera, 'con Nastya le bastaba'.

—Háblame de los descubrimientos que hiciste —comenzó mientras paseaban juntos y se introducían poco a poco en el camino del bosque—. Habrás conocido lugares nuevos, personas nuevas… Un título de gran duquesa no es moco de pavo, tendrás que lidiar con muchas responsabilidades… —A decir verdad, le costaba imaginársela tan encorsetada… ¡Ehem, ¡es decir!— ¿Alguna de ellas ha sido… —Pero, ¿qué haces, tío?— Bueno, es comprometert… —carraspeó para interrumpirse. Ni él sabía adonde quería ir a parar, miraba fijamente al frente para no tener que toparse con el estado de su propia cara reflejada en los ojos de aquella mujer— ¿Hay alguien en tu vida ahora mismo?

Toda una mujer crecida.

—Algo me habías contado de que los prusianos os hicieron una visita. ¿También un ataque 'Persa', aun cuando los iraníes dejaron de llamarse así hace tiempo? —teatralizó en un tono de sorpresa y negó con la cabeza, sin ser del todo consciente ya del surrealismo que se había acatado entre ambos casi como un pacto—. Ya veo que seguimos prestando la misma atención a las clases de historia, ¿eh?

Sin embargo, una sonrisa se le acabó asomando por culpa de los últimos comentarios de la chica en respuesta a su torpe insinuación de si estaba comprometida con alguien o sencillamente tenía la mente... ya sabéis, ocupada con una persona en particular. Hostia puta, y todas las blasfemias malsonantes que contrastaban con su estirado perfil de clase alta y que irónicamente a una chiquilla que había convivido en las calles no alterarían, por muy duquesa imperial que hubiera descubierto ser más adelante… ¿Así que era eso lo que quería saber realmente, si en todo ese tiempo se había enamorado o aún lo estaba? En tal caso debía evitar por todos los medios no preguntarle nada parecido por segunda vez. ¿Acaso los desvaríos de un pobre viejo a su lado iban a estropear lo que suponía aquel reencuentro?

Solía acabar ensuciándolo todo cuando se trataba de mujeres, Nastya era su excepción hasta el momento y todos sus sentidos menos egoístas le gritaban que así debía seguir siendo. No por tenerla idealizada en una pureza que, desde que la conoció, nunca había pertenecido realmente a una pilluela de los bajos fondos, ella no era ningún lienzo en blanco al que pintarrajear sino que siempre había tenido su propia huella, sus propios borrones y escritos… como todo el mundo, hombre o mujer. No, probablemente hubiera que pulir ciertos aspectos en la mentalidad de Dennis respecto al apartado feminista de la sociedad pero, fuera como fuere, Nastya le importaba demasiado como para creerse con derecho a nada. Simple y llanamente. No quería nada más que su compañía, como en los viejos tiempos, se detestaría a sí mismo de hacerla creer que pretendía sacar tajada de su nueva vida o recibir algo a cambio de lo que él volcó la suya por darle cobijo.

Nunca. Jamás. Con. Ella.

—Es gracioso que de repente estemos hablando de esto… —'Por supuesto, señor bipolaridad, intenta disimular ahora…'— Mi tía me puso de condición que para heredar esta mansión primero debía contraer matrimonio. —y al principio lo explicó de forma casual, mientras pasaba a contemplar la vegetación del camino que siempre le había sosegado. No obstante, al mencionar a su tía se dio cuenta de que probablemente se tratara de la primera vez en mucho tiempo que hablaba del turbio testamento con el que le dejara Judith antes de largarse para siempre. Sólo gracias a Abigail Zarkozi —¿en serio debía agradecerle algo a esa sádica?— le había sido revelada la licantropía que nunca supo que compartía con la matriarca de los Vallespir en Luxemburgo, pero más allá de los pocos que conocían la situación por cuenta propia, nunca hablaba en profundidad sobre el misterio que le había desbaratado la vida entera. Y ahora, allí, con el regreso de Nastya, de golpe y porrazo…— Requisito que ya has visto que no he cumplido hasta la fecha. Al final ni siquiera la ley me lo pudo impedir, por lo que creo que estoy maldito desde el primer día que puse un pie en París. —El día en que le mordieron y destrozaron la mitad de su humanidad… pero la duquesa no podía saber a qué apartado hacía realmente referencia— Aunque claro, ¿qué mujer iba a encontrarme atractivo con esta 'cara de salamandra'? —ironizó como pequeña pulla hacia su antigua tutelada para poder respirar un poco y guiñarle un ojo sin más inquina que la necesaria para romper el hielo.

Ella no, desde luego, siempre te habrá visto más como una figura paterna, fraternal o sencillamente un colega. Aquí y ahora sólo hay una persona bella, ya es hora de ir bajando de las nubes.

Autoestima… A veces, se preguntaba cómo había llegado a la categoría de Don Juan. Al lado de Nastya siempre se había olvidado de serlo.

Si fuese el Dennis cambiante incluso en mitad de sus insinuantes mecanismos de Don Juan, habría tenido algo muy deliberadamente sospechoso que responder a eso de que le gustaran las cosas viejas. Afortunadamente para la vergüenza, propia y ajena, nunca había sido así con Nastya y parecía tratarse de las pocas cosas estables que todavía le brindaba la misericordia de la existencia misma. Claro que ese 'nunca' corría un grave peligro después de aquel reencuentro, pues incluso si en todo ese tiempo que no se habían visto habían cambiado muchas cosas, más aún iban a cambiar ahora que volvían a tenerse delante.

Voto a bríos o alguna de esas expresiones melodramáticas de las que usaba la niña que, para bien o para mal, ya había dejado de serlo, ¿cuánto más iba a ponerse a reflexionar sobre la vida ahora que tenía a la actual duquesa de nuevo en ella? Cualquiera que conociera sus patologías mentales se habría empezado a preocupar hacía ya rato… puede que desde que se decidiera a permitir la entrada en su mansión a una completa desconocida de las calles que ya no volvería a serlo jamás.

Corta el rollo, 'viejo', se está haciendo tarde.

Torció una sonrisa de inevitable melancolía al escuchar el comentario sobre la maldición de su tía… Realmente debería sentirse avergonzado por pensar que la auténtica sobrenaturalidad estaba precisamente en esa tontería con su mitad animal transformada por la luna llena allí dormida, aunque presente. Sus supersticiones casi parecían cosas de críos, y por eso se hacía aún más simbólico que fuera una crecida Nastya la encargada de rebatirlo.

—Sí, claaaro, ahora no intentes arreglarlo. Mucha educación de la realeza pero parece que todavía nadie os puede enseñar a salvaros de los estropicios que soltáis en público. ¡Estoy horrorizado, voy a llamar ahora mismo a la señora Tréville para que se una al trauma, habráse visto! —rio, en tanto negaba con la cabeza y finalmente, se detenían en un punto donde la vegetación podía ser perfectamente contemplada junto a una perspectiva preciosa de la mansión de Judith Vallespir— Pero tienes razón: esta mansión bien merece un matrimonio.

Y de golpe y porrazo, sin ton ni son, tras un largo suspiro con el que dejó marchar por fin todos los momentos de lúgubre reflexión de aquella tarde, salió despavorido hacia el bosque mientras le recordaba a gritos las carreras a las que solían retarse y que aquella vez, estaba seguro de que la nueva señoritinga no iba a poder ganar.

No, ahora y desde la muerte de su tía, era la mansión de Dennis Vallespir.