Un nuevo comienzo ( Énina)

por Invitado Vie Mar 23, 2012 10:19 am

El mundo astral se mostraba diferente al terrenal. No me acostumbraba a la idea de vivir entre las sombras mucho menos ante la frialdad, extrañaba mi vida como capitán, como brujo pero mi vida había cambiado rotúndamente, ya ni siquiera era Amelhíon Do Crucerois, ahora mi nombre era Segur Tribilich, sólo los que me conocían en vida tenían en su poder ese misterio y con él mi protección absoluta e incondicional.

¿ Cómo es el mundo astral?. Igual a la vieja París, sólo que en vez de materias con calor, transitan sus calles los espíritus que por alguna razón no pudieron elevarse, por alguna misión, por decisión propia o incluso por petición de un ser superior, como en mi caso. Y así vagaba, cada vez con menos peso encima, haciendo que el viaje que antes me costaba medio día, me costara una simple hora.

- Segur Tribilich.- rugió un espíritu oscurecido, sus garras se clavaban ante las pesadas marcas del camino.
- ¿ Qué quieres?.- rugí, apoyando el bastón en medio de mis pies, con una firmeza poco vista.
El demonio sonría, sólo sonreía.
- Estás muerto.
- Tu también lo estás.- dije apretando los dientes, ya no necesitaba pensar que se me podían caer si hacía mucho esfuerzo. Lentamente, una neblina lo entorpeció todo. En una esquina sombría, llena de serpientes apareció la madre de todas las almas, Iansa. Vestida de rojo, con fama de guerrera, implacable, se acercaba a mí.
Me arrodillé ante ella.
- ¡ Eparrey!.- saludé eufórico. El espíritu oscuro se retiro, como quien se retira si se ve en problemas, quizá su vida en éste plano del astral ahora estaba contada, tal vez llegaba mi hora de ser guardían.
- Hijo, antes de que tu padre te de su ashé para que seas un guardían digno, tendrás que ayudarme.
- Lo que desee mi mamá.- hice una reverencia. Mi cabeza comenzaba a pesarme, lo que era raro sin una materia.
- Me va a ayudar, va a ayudar a un alma en pena, no a elevarse, sino a que comprenda que puede ayudar a todos los niños, como si fueran sus hijos.

Asentí, besé su mano aterciopelada, y comencé efectivamente a buscar a aquella mujer de cabellos fueguinos. Todo estaba oscuro, las luces de las velas prendidas por brujos que en ese momento estaban trabajando con fuerzas de éste plano iluminaban a penas una porción. Era escalofriante saber que una vez de muerto, tenías que recorrer la versión oscura de las calles, ver el frío mar junto a sus guardianes, sentir la luz sin quemarse. A lo lejos, apareció aquella alma, con una profunda tristeza en su corazón, vagando desde su muerte se encontraba Énina.

Me concentré juntando todas las moléculas que formaban mi cuerpo espectral y llegué hacia donde se encontraba ella.
- Divaga quien pertenece a las almas, mujer.- mi voz, éterea, sin emoción alguna, brotaba como brotaría una rosa.