Un Nuevo Comienzo {Libre}

Era muy temprano por la mañana, el sol empezaba a dar tímidos rayos de sol que calentaban los huesos de Calypso. Algún pájaro cantaba por el fondo y los primeros carros pasaban por las calles. Había tenido que madrugar porque le habían avisado de que su primer cargamento de “materiales” había llegado y le estaba esperando delante de la tienda. Estaba de camino, cuando empezó a ver su nuevo negocio. “L’Oiseau Rebelle” que había estando restaurando las últimas semanas y ahora parecía más un negocio que un casa en ruinas, que es lo que pareció la primera vez que lo vio. No tenia puertas, ni ventanas, todo estaba tapiado. El interior mejoraba un poco pero tampoco estaba para echar cohetes. Día tras día Calypso iba arreglando todo lo que veía mal y empezaba a acomodar las cosas para abrir definitivamente un negocio: las estanterías, los potecitos de vidrio, una mini destilería que estaba detrás del mostrador. La verdad es que el conjunto de la tienda principal era bastante encantador.

También acomodo un pequeño almacén arriba, en el primer piso, para guardar excesos o simplemente cosas que sobraran o necesitaran una forma de preservación especial. Pero el orgullo de Calypso era el sótano, totalmente acomodado como un hogar para ella, donde podía relajarse y tumbarse un rato en un sofá que se había encontrado, pero que también le serviría para hacer las transacciones mas, complicadas, por decirlo de alguna manera. La tienda no era solo para ayudar a los humanos corrientes con sus insignificantes dolores de cabeza, sino que había acomodado un trastienda donde vendía productos bastante comprometidos a brujos y gitanos, que realmente estaban prohibidos por la Inquisición, tales como libros de magia negra que habían sido publicados clandestinamente en Europa; pócimas bastante peligros y también pócimas de su producción, ojos de sopa y todas esas cosas. La verdad era que la tienda no estaba terminada del todo, pero ya que le habían llegado suministros abriría lo antes posible.

“L’Oiseau Rebelle”, finalmente había llegado delante de su negocio y allí le esperaba un carro. Se acordó de que nombre de su negocio estaba inspirado por su mascota, Hermes, que era un cuervo majestuoso que también tenía un lugar especial en la tienda al lado del mostrador. Con la ayuda del trasportista cargo caja tras caja las veinte que había encargado. Exhausta, Calypso pago lo que debía al trasportista y se despidió del de la manera más cordial que le salió. Seguidamente se sentó detrás del mostrador y cogió un té que se había preparado antes de empezar a descargar, necesitaba descansar aunque le cartel de fuera dijera. “Abierto”.

Ahí la habían enviado. Svea, haciendo gala de su pésimo sentido de la orientación se había perdido varias veces antes de estar encaminada hacia el lugar. Unas compañeras le habían recomendado el lugar y Svea, al ser desconocedora del mundo que la rodeaba optó por creerlas. Paris le seguía resultado una ciudad desconocida. Llevaba el tiempo suficiente trabajando como para ahber ganado el suficiente dinero para comprarse unos bonitos vestidos y una sombrilla, como le recomendó Isobel el primer día que se conocieron NotreDame.

Ahora, la joven, podría andar por las calles de Paris por mucho sol que hiciera, lo que aumenta su sensación de ser libre de verdad. Con el tiempo estaba perdiendo el miedo tanto a la gente como a todo lo que le rodeaba y ahora más que temerosa se mostraba curiosa y quería conocer todo lo de él. Aun así, su vista seguía isendo el problema. Veía borroso, y eso se debía a la falta de pigmentación en sus ojos, ap esar de estar casi ciega, nadie podría decirlo puesto que había aprendido a manejarse a la perfección. Otro de los problemas que la acaban era el cuepro, ya no le dolía como anteriormente pero sí partes y zonas que hasta entonces no habían sido utilizadas.

Los clientes no se habían mostrado rudos con ella, de hecho, muchos parecían tener miedo a tocarla, era como si fuera una diosa pálida y etérea. Se podía decir que le gustaba, aquella noche había tenido su primer encuentro por una mujer y no se podía decir que le había desagradado. A Svea, no le encantaba su trabajo, pero hasta la fecha todo el contacto físico que había recibido era para tener dolor y ahora en cambio, era para recibir y dar placer, por lo que estaba satisfecha con ese cambio a mejor. A pesar de eos, había seguido la recomendación de Isobel de buscar trabajo como criada o doncella, y no había tenido éxito. Su físico espantaba a todos.

Llegó a la supuesta tienda, pero tenía pinta de ser demasiado nueva a como la habían descrito. Svea se encogió de hombros, ¿qué más daba si podía conseguir lo mismo de todos modos? Entro en ella y cerró el parasol, dejando a la vista su blanco pelo y su rojiza mirada que la rebelaban como albina. Distinguió una figura oscura al fondo, supuse que sería alguien de color. -¿Hola?-preguntó aun así, no quería hacer el gilipollas hablando con la pared.

Al sentarse, Calypso suspiro con alivio, por fin un poco de descanso. Seguramente no había trabajado tanto desde que dejo su hogar en Jamaica. Cuando abrió su primera tienda en Nueva Orleans se lo encontró todo hecho, así ella simplemente atendía a los clientes, pero esas semanas había descubierto lo difícil que era abrir un negocio. – Por fin un poco de calma – dijo dirigiéndose a su cuervo posado sobre un estante, cerca del mostrador. Este hizo un movimiento que parecía de afirmación tras un rugido; típico de Hermes.

Dio un sorbo de té y apoyo la cabeza contra el respaldo de la silla donde estaba, para relajarse un poco. Pensaba en que si alguien haya arriba hacia bien su trabajo, no haría falta que se tuviera que ir corriendo a otro continente. Pero el sonido de la puerta interrumpió sus pensamientos de futuro. Dio un sorbo más y ante el saludo de la primera clienta que tenía subió la mirada para inspeccionarla. “Madre mía” pensó. Blanca como la nieve se alzaba delante de ella una chica que en vez de tener cabello, parecía que tenía hilo de oro. Se fijo en el paraguas, pensó que quizás tendría una enfermedad relacionada con la piel. Sus sospechas se confirmaron cuando vio los ojos rojizos de la chica. Nunca había visto alguien tan blanco, hasta le parecía extraño que se atreviera a salir de donde fuera que viviera. Igualmente al tratarse de esa primera clienta Calypso se sentía emocionada por volver a empezar otra vez – Hola, buenos días – dijo en el tono más cordial que pudo falsear – en que puedo ayudarla, señorita – la verdad le parecía curiosa esa visión, también parecía que ha Hermes le había impresionado.

Calypso se quedo aturdida por la pegunta de la chica: ¿Un gato? ¿En serio?: Como podía confundir tal ave negra, con su graznido característico con un simple mamífero que ronroneaba y hacia el manta todo el día. Pensó que quizás sí que tendría algún problema de la vista o simplemente confundía los sonidos, pero no tenía que quedarse callada, eso haría pensar que estaba elucubrando cosas que no son – Me temo que no es un gato – dijo mientras dejaba la taza de y se levantaba de su silla – me temo que no es un mamífero, es my cuervo Hermes - La expresión de la chica cambio a parecer algo asustadiza, Calypso no tardo a responder a esa expresión – Tranquila, no hace nada si no le molestas, la verdad es muy buena gente – dijo mientras Hermes soltaba un graznido de afirmación.

Calypso no quería asustar a los clientes con su imponente mascota, pero necesitaba un sitio fijo para el en el que estar. Cogió la taza de té y dio el sorbo final para acabarse el contenido de la taza y la dejo en su correspondiente plato. Entonces empezó a divagar por la tienda en busca de ungüentos y soluciones analgésica y demás. Pero la descripción de la chica había resultado inexacta, ya que según ciertas zonas no se aplicaba la misma mezcla, incluso mal usado causaba efectos secundarios no muy deseados. – Tendrás que ser un poco mas exacta, chica – dijo – para que lo quieres, si lo quieres tipo crema, tipo infusión, donde te lo tendrás que aplicar y demás – enumero como si fuera una autentica experta. Calypso seguía revolviendo las cajas de esta mañana y también algunas soluciones que había estado creando como reserva esos días antes de abrir.

Al escuchar la contestación sobre el gato, se le cayó la cra de vergüenza. Svea titubeo y sus mejillas se sonrojaron y bajo institivamente la mirada. Había metido la pata estaba claro. -Lo... lo siento, señora, es que no lo vi bien. Por su color negro pensé que era un gato, discúlpeme por favor. No tengo buena vista.-dijo de forma algo nerviosa, atragantándose con las palabras y tratando de enmendar el asunto.

Se quedó plantada donde estaba para evitar tirar nada, escuchó a la mujer sorber y dejar una taza de té o café en un plato. Svea siguió aguardando con el corazón ligeramente encogiendo por ya haber errado. A veces parecía que no hacía nada bien. -¡Ah claro! Sí, sí, lo siento, disculpeme. Pues... pues... sería para... las partes íntimas, señora.-respondió no del todo segura por como denominar de forma delicada y educada la zona genital.