El ajedrez del diablo {Privado}

Ocho treinta, el sol se ocultó en el horizonte apenas unos minutos atrás. La ventanilla abierta permite que el viento se eleve por la habitación, partículas de polvo revolotean a su alrededor. Las veladoras encendidas danzan en un vaivén casi mágico y el cabello azabache de una mujer ondea frente al espejo avivando la llama de su belleza. Sus pupilas observan con detenimiento esa cicatriz en su pierna, han pasado los años y aún no puede entregarse por completo al olvido. Sus dedos acarician la comisura de esa marca, sonríe con pesadez y dirige su vista hasta su reflejo. La piel pálida, los labios resecos, cada vez pierde más la vitalidad que presumía en sus años de gloria. Se siente cansada y está a punto de rendirse, renunciar a sus sueños sólo porque su cuerpo ya no puede soportar la batalla. El corsé se ajusta a su pecho, alguien tras ella tira de los listones y le saca el aire de los pulmones.

Toma el colorete para sus labios, los mancha con un color carmesí bastante llamativo, su vestido contrasta con esa blanquecina, fina y delicada piel, un tono obscuro como la noche con relieves en escarlata. Los parpados de sus ojos son sombreados para dares profundidad y firmeza; bajo tanto maquillaje nadie sospecharía que la desgraciada está enferma –Te ves hermosa, Elsy- Una voz dulce rompió el silencio pronunciando el nombre de aquella mujer frente al espejo. Esta, no dice nada se pone de pie buscando el abanico que dejó sobre la cama. Coloca una de sus manos sobre el pecho, la otra en su frente y espera a que el mundo se detenga -¿Estás bien?- Un suspiro fúnebre se expide de sus labios –¿Habría alguna diferencia?- Responde la cortesana a la compañera que le ayuda a vestirse. La chica hace una mueca negando con la cabeza. –Esta noche, una vez más dejo de ser “Elsy” para convertirme en el Ónix- Sonríe con amargura, camina hasta el borde de la cama inclinándose para tomar las zapatillas, el abanico y salir por la puerta…

Carcajadas, bailes, festines y el derroche de dinero. El morbo, la indecencia, la lujuria y la perdición. Los hombres observan con impúdicos deseos el desfile de las cortesanas, ellas preparan sus pomposos vestidos para ser elegidas entre la multitud. Algunas de ellas colocan servilletas de tela bajo sus pechos para abultarlos aún más de lo normal, verse apetecibles para los zánganos que pagarán por una noche de placer; el resto se ha sometido a una estricta dieta para permitir que su cuerpo adopte la perfección, Chelsey por más que se esfuerce no pasa de ser aquella escuálida muchacha sin atributos exuberantes que las más finas cortesanas poseían. Pero por alguna extraña razón, siempre conseguía clientes. Está acostumbrada a todo tipo de sesiones, desde lo salvaje hasta aquellas en donde el varón solo busca comprensión y un par de brazos cálidos donde sumergirse a soñar, a sentirse queridos.

Baja por las escaleras con la mirada tajante, una sonrisa avasalladora y pasos firmes. Malgasta su sensualidad entre los hombres que acaricia por la espalda y el pecho, esperando a ser llamada por uno de ellos. Se desliza entre las multitudes moviendo sus caderas, pavoneándose como la mejor de las putas, ocultando la mutilación de su felicidad. En sus pupilas el engaño es creíble, pues sus orbes casi negros destellan al ver el fajo de dinero en alguno de los presentes. La barra se encuentra sola, pide un trago –Doble- Necesita algo fuerte para continuar su recorrido, de un golpe se lo arroja bajo garganta. Hace una pequeña mueca al sentir el amargo licor quemándole las entrañas. Se sienta de lado con la pierna cruzada, deja ver un poco de su carne. Se inclina a la altura de sus rodillas, hincha los labios, y recoge un mechón de su cabello tras la oreja, todo esto lo hace con una tentadora lascivia.

Entrando un poco en calor, sus manos acarician la curvatura de sus pechos. Arquea su espalda y exhala el aire de su interior en un mudo jadeo. El cuerpo de Chelsey se retuerce como una sirena en el fondo del océano, juguetea con el vaso en que le sirvieron la bebida. Una gota se encuentra en el fondo del cristal, sonríe… En la entrada del burdel un joven de mirada perdida pero segura de si misma, aparece tratando de encontrar un poco de acción en los brazos de una cualquiera. La fémina lo mira sin borrar esa curva de sus labios, arquea una ceja, consigue que él la observe desde las lejanías… Chelsey acomoda su cuerpo de manera que la visión de ella sea completa, toma el vaso con el restante del licor y lo vierte sobre el arco de su cuello. La gota se desliza por su piel, fría, apetecible, encantadora, delirante… Ella relame sus labios a la par en la que encorva su espalda, cierra sus ojos, sus puños se aferran a su vestido y gime a causa de un orgasmo imaginario… Vuelve a su juicio, levanta su mano e invita a ese varón a acompañarle.