Diablo Guardián | Privado

por **Michael Sundqvist** Vie Abr 20, 2018 6:30 pm

Postrado frente al portentoso altar que se erguía de forma solemne frente a sus orbes. Lacerado aun por cada una de las palabras y los actos que el coronel había derramado sobre él. No había descansando ni una sola noche, ninguna en la que pudiera conciliar el sueño sin antes reprocharse el hecho de haber optado por el camino de las artes, si Ionel hubiese sabido las consecuencias catastróficas a las que le conllevaría tal decisión su respuesta habría sido un rotundo no. No a tener que soportar las constantes comparaciones con su hermano mayor, no a los golpes que a pesar de los años seguían atormentado su mente más que su cuerpo. Y sin embargo encontró la forma de moverse en la penumbra espesa que flotaba dentro de la catedral, las luces opacas que oscilaban de un lado a otro proyectaban grotescas formas en las paredes frías, un tenue aroma a rosas perfumaba el ambiente.

Se santiguo antes de confeccionar un par de oraciones, tal como su madre le había enseñado de pequeño. Miró hacia arriba, hacia el rictus inmóvil de aquella estatuilla de yeso a la que todos los presentes rendían devoción de forma silenciosa. Trató de encontrar una razón poderosa para presentarse ahí como una de esas ovejas, perdidas. A simple vista, su fachada mundana cubría a la perfección los detalles, no obstante estaba seguro que una esencia diferente yacía ahora en sus entrañas, un monstruo que tarde o temprano clamaría por salir a jugar en la plenitud de la oscuridad. ¿Acaso ser diferente a como el coronel esperaba era un pecado demasiado grave para seguir pagando hoy en día? Su mirada nostálgica reparó en los detalles del decorado y acabo del mismo edificio. Magníficos, absolutamente perfectos para ser plasmados por sus manos. Haciendo uso de ese don que conservaba desde niño trató de memorizar cada objeto ahí presente, lo que él consideraba esencial en el recinto sin restarle importancia al resto de la arquitectura.

Su mirada se topó de imprevisto con la de un chiquillo de no más de 8 años. Sonrió amable ante dicho evento y trato de comprender la inocencia en ese iris cándido, esa pureza que él había perdido unos días atrás, bajo el asaltante filo de una bestia sedienta de vida. Volteó entonces estrepitosamente hacia otro lado y la congoja que atacó su corazón le estrujo de tal forma que prefirió detener sus observaciones y encaminarse hacia la salida, Alekséi no tenía derecho ya a compartir nada con aquellos extraños, pues ahora se había vuelto un ente ajeno a ese ambiente de paz. Sería un hipócrita si permaneciera un segundo más dentro. Los canticos apenas se escuchaban como susurros a su alrededor y en la profundidad de su ser, deseó que cada rezo fuera escuchado, que cada dolor fuese mitigado por intercesión divina, que al menos uno de ellos conociera el beneficio que brinda el ser alcanzado por ese auxilio, ese perdón anhelado que él seguía buscando.