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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Craig Ulrich Jue Abr 12, 2012 11:24 pm

"Tengo planeado violarte, matarte y comerte; el problema es que no sé en qué orden".
—Hannibal Lecter.



A la media noche, Craig se abría paso por entre la hierba, la cual pisaba con las pesadas y desgastadas botas color marrón que calzaba. El cementerio solía ser un lugar tranquilo pero esa noche los gritos desgarradores de una mujer rompían el silencio. Craig la sujetaba del cabello, la arrastraba sin la menor culpa y ella, intentando aminorar el dolor que sentía en su cabeza, se aferraba a las manos del vampiro que seguía caminando sin siquiera girarse a verla. La joven rubia suplicaba por su vida, le rogaba, le imploraba que la dejara libre, palabras que Craig simplemente ignoraba.

— Cállate, puta asquerosa. — No le molestaban los gritos, de hecho le encantaban, pero el tener a tu lado a una mujer histérica cuando se intenta pasar desapercibido no era la mejor opción. Aún así continuó su camino, arrastrándola, provocando que la ropa de la mujer se rasgara por cada sitio por el que la obligaba a pasar. Cuando finalmente llegó a donde quería, sin soltarla del cabello, se giró hacia ella y la levantó con un mínimo esfuerzo provocando que dos grandes mechones del cabello rubio se desprendieran de su cabeza. Craig se acercó a ella y observó el rostro joven y hermoso que la muchacha de apenas dieciséis años poseía, estaba completamente cubierto de tierra que se había vuelto barro a causa de las lágrimas que no dejaban de brotar. También pudo ver con claridad las múltiples heridas en su tierna carne, y sin dejar de sonreír acercó su lengua a una de las mejillas heridas y lamió la sangre fresca que manchaba su perfección.

— Por…favor. — Rogó la muchacha titubeando mientras cerraba los ojos y mostraba un gesto de asco cuando Craig se pasaba a su otra mejilla y repetía el proceso. — Por favor…no me haga nada…por favor. — La voz de la muchacha era la de apenas una niña, podía reconocerse la inocencia entre sus palabras, justo eso era lo que había llevado a Craig a elegirla como su víctima.

Se alejó un poco, tan sólo para tomar la distancia necesaria para contemplarla una vez más, y alzó su mano para acariciar las mejillas que acababa de dejar limpias.

— Shhh, shhh, shhhh. — La acalló llevándose el dedo índice de su mano libre hasta su boca mezquina, dedicándole una mirada digna de un loco. — Sólo puedes hablar cuando yo lo diga, ¿entendido? Sólo cuando yo lo diga. — La muchacha asintió compulsivamente sin decir una palabra más, dando por hecho que si obedecía a todo lo que él dijera la dejaría libre o al menos la trataría menos mal. — Así es, así me gusta. — La voz de Craig era dulce, falsamente dulce. Le acarició el cabello, enredó sus largos dedos entre las hebras doradas, como si de verdad sintiese cariño por la muchacha y cuando menos esperó le soltó una bofetada que le volteó la cara y la obligó a caer al piso sentada. La muchacha empezó a llorar, se llevó las manos al rostro y lo cubrió para protegerse, se arrastró hasta Craig y lo tomó de los pies, volvió a suplicar.

— ¡Por favor, por favor!, ¿qué he hecho yo? — Pronunció entre lágrimas y berreos, aferrándose a las piernas de Craig como la niña indefensa que era. Craig amó aquello, la forma en la que ella suplicaba, el como se arrastraba hasta él, humillándose, haciéndole saber que él tenía el poder en aquella situación.

— Te dije que te callaras. — Le recordó, pero en el fondo deseó -y sabía que lo haría- que no parara, que continuara rogando, eso estaba excitándolo de una manera increíble. Sin moverse un centímetro, la observó desde lo alto y como si de un bicho se tratase, sacudió sus piernas y logró así liberarse del abrazo de la muchacha. Se puso en cuclillas para estar a su altura y la tomó del rostro con una sola mano, se acercó a ella para asegurarse de que escuchara bien lo que le diría.

— ¿Sabes qué es lo que va a pasar esta noche contigo? — Preguntó sin dejar de sujetarla; la muchacha no se movió, con temor esperó expectante saber al fin los planes que ese hombre, que la había tomado en la calle y la había arrastrado hasta allí, tenía para ella. — Voy a cogerte, te voy a hacer sufrir, gozar y gritar hasta que me supliques. — Sonrío con suficiencia, como si aquello que acababa de decirle fueran los buenos días. — Después, voy a cortarte con esto… — La muchacha no supo de donde lo había sacado, pero frente a ella brilló un cuchillo afilado, grande como el de un carnicero. Se echó hacia atrás cuando vio como Craig acercaba la hoja a su rostro pero él la sujetó con fuerza, impidiéndoselo. — …te voy a cortar en pedacitos y me voy a quedar mirando como te desangras mientras te termino en la boca. — La rubia emitió un sonido desgarrador cuando Craig cortó su mejilla con el arma y la soltó a propósito, tan sólo por el placer de ver como intentaba huir y volver a cazarla.

— ¡Corre, corre tan rápido como puedas! — Le gritó mientras se arrastraba por el piso, entre las lápidas, intentando escapar. — De todos modos no tienes escapatoria... — Añadió para sí mismo con una voz apenas audible y sin despegar la vista de su víctima, empezó a desabrochar su pantalón y comenzó a andar con pasos lentos tras ella.


Run Rabbit Run by Rob Zombie on Grooveshark
No pega para nada con la temática del foro pero no pude resistirme.



Última edición por Craig Ulrich el Mar Jun 05, 2012 10:41 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Marishka Marquand Sáb Abr 21, 2012 3:40 pm

Noches como esas debían ser escritas en un libro de terror. La sangre que se derramaba no solo en los bosques, también en las calles podrían pintar grandes murales que incluso los artistas más reconocidos no podrían hacer. Matar a un simple humano es una tarea difícil, sin embargo puede ser la mejor obra de arte. La elegancia de un vampiro nadie la puede imitar, ni siquiera el más educado de los humanos, y la piel pálida y tersa ni la mejor de las sedas puede simularla. Son cuerpos envidiables, rostros hermosos bajo la luz de la luna. La belleza es solo una mascara, una careta que envuelve al peor de los asesinos. No necesitan armas que defiendan su cuerpo, ni siquiera a los suyos. Aquella perfecta mandíbula, esos afilados colmillos son cómplices de los peores y más crueles asesinatos, tontos aquellos que no quedan cautivados con la presencia de un ser así, más aun cuando no aprecian la fortuna de ser aniquilados por ellos. La belleza, el terror, y la destreza que tienen no es lo único que es digno de admirar, pues poseen una inteligencia que no necesita ser tomada de libros de textos, sus experiencias son las que juegan un papel importante, el paso de los años los hacen ser más codiciados que un diamante en bruto. Ser un vampiro es un una bendición o maldición dependiendo del sentido en que ves la vida. No cualquier debería ser mordido por uno, y aquellos que no sirven para portar la eternidad debería ser aniquilado, castigado o torturado como el peor de los criminales, aplastado como el más asqueroso bicho. Paris debía estar de fiesta al tener la fortuna de que grandes pisaran sus tierras.

Marishka había planeado ese encuentro mucho tiempo atrás, su visita a esa ciudad no solo era por el placer de apoderarse de una nueva fortuna, necesitaba sentir los ojos de un buen amante, y un gran depredador sobre su cuerpo. Mucho tiempo había pasado desde que ambas criaturas se habían visto, sin embargo ese olor no se perdería ni siquiera pasando millones de años, lo sabía porque había aprendido a volverlo suyo. No solo en encuentros carnales que con el paso del tiempo se volvían vanos, su deseo atroz por aquella sangre la había hecho cometer locuras para poder beberla, cosa que no se arrepentía, el portador de aquella esencia estaba cerca su olfato fino se lo indicaba y su cuerpo vibraba al sentir casi aquellas manos recorrer su perfecta figura. La pregunta es ¿Por qué debía acontecer aquella noche? ¿Que intereses había de por medio? Nada de lo que ellos hacían era de gratis, mucho menos para perder el tiempo, alguna meta debía ser alcanzada, y solo los mejores podrían obtener el punto final a las historias, saliendo ilesos, saliendo victoriosos y aclamados.

Su andar no podía ser reconocido, incluso criaturas como ella podían no sentir su presencia, se había encargado de pasar desapercibida hasta en las peores situaciones. ¿Quién podría dudar de una hermosa mujer con rostro de ángel? Nadie. Por eso aquel bosque se volvía cómplice de destino, le guía por el rumbo correcto, y el aroma era una especie de flecha para poder llegar al lugar acordado. Aquel fino oído podía captar los gritos placenteros de un Craig que estaba aprovechando la noche. Aquel hombre no perdía el tiempo, pero que falta de educación comer y aplacar parte de su placer sin esperarla. Ninguna falta de educación quizás, pues aquel vampiro no se reconocía por seguir el protocolo impuesto por aquella sociedad.

Escondida entre las sombras de unos arboles pudo apreciar el rostro perfecto de su viejo "amigo". Soltó una carcajada al ver a la mujer intentar huir de la escena. Humanos, tan tontos y predecibles, creyendo que siempre pueden salirse con la suya, creyendo que pueden burlar al diablo mismo. Tan perfectamente estúpidos. La joven no perdió más el tiempo, odiaba no poder participar en aquel acto. Incluso le aburría el hecho de tener que ver a alguien jugar al gato y al ratón. Quiso aplaudir, pero salía sobrando. Se adelantó para poder alcanzar a la mujer. Cuando la tuvo enfrente una sonrisa mordaz había aparecido en aquel pálido rostro. Subió con sensualidad y elegancia su mano, el dedo indice se pegó a sus labios para indicar a la rubia que guardará silencio, queriendo darle a entender que podía esconderse con ella. Mientras la mujer se arrastraba hasta tomarla de las piernas e implorarle ayuda. La chica rodó los ojos. Gatos que le rogaban tenía muchos, una insignificante humana no podría apagar la llama que en su interior había encendido el ver a Craig de esa manera. - Patético - Musitó para ella. La mano que hace unos momentos se encontraba a la altura de su rostro se alargó con rapidez hundiendo sus dedos en aquel cráneo. Sintió un crujir en aquella cabeza, un grito que había alarmado a aves nocturnas, haciendo que salieran volando. Caminó jalando de los cabellos a la mujer. - ¿No pudiste encontrar una mejor presa? Decepcionante, pensé que la clase no la habías perdido - Se burló, arrojando sobre los pies del vampiro a la mujer. - No huele tan bien, búscate otra que este a tú nivel si quieres tirarte a una humana… - Sus dedos se habían hundido tanto en aquel cráneo que la sangre cálida había bañado sus dedos. - Mátala ya, no pienso perder mi tiempo - Se llevó los dedos al rostro, olisqueando el liquido vital de la mujer. Sus ojos no perdían de vista al atractivo vampiro que tenía frente a ella. Su lengua como si de una serpiente encantara se tratará, salió de entre sus labios lamiendo la sangre que había impregnado de calidez aquellos fríos y muertos dedos. Lamió cada uno de ellos hasta perder rastro del liquido carmesí. La poca paciencia que tenía estaba siendo reunida para esperar que Craig terminará pronto con aquel estúpido jueguito.


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Mensaje por Invitado Miér Mayo 02, 2012 11:25 am

La noche caía con suma delicadeza sobre los edificios de la ciudad de París, esparcidos en zonas y pegados unos a otros en otros lugares, según la clase social preponderante en cada una de ellas, y la luna borraba todo rastro de desigualdad con su uniforme luz blanquecina, apenas camuflada por las nubes que sólo parcialmente cubrían el firmamento, cuajado de estrellas. La temperatura era suave, primaveral, y no demasiado cálida o tampoco fría: simplemente agradable, perfecta para un paseo nocturno con aquel viento que mecía mis cabellos rojos, que tanto contrastaban en la oscuridad dominante... pero yo no estaba paseando, no. El aire que desprendía mi cuerpo era diferente al tranquilo que se presupone en esas circunstancias, siendo más bien similar al de un animal acechando a su presa; mi expresión estaba no crispada, pero sí en tensión, como esperando algo; mantenía, en general, una calma sólo aparente que se veía contradicha vivamente por los temblores ocasionales de mi cuerpo, agazapado tras una esquina, expectante... Todo parecía perfecto, como el escenario que se alza tras los actores de una obra de teatro para dar la impresión de que las circunstancias son las propicias para dar una sensación determinada, y lo adecuado del contexto me hizo desviar una sonrisa, especialmente cuando la trampa se accionó e hizo el efecto adecuado al traer a mi vista un hombre de mediana edad, aspecto sumamente duro con rasgos del norte del continente y aire aristocrático al que no podía renunciar: mi objetivo. Un instante bastó para que el status quo cambiara radicalmente: mi cuerpo se relajó; mi amplio vestido de la tela más suave, color verde, caía lánguidamente en suaves ondas, no como los forzados pliegues de hasta ese momento; la cascada pelirroja sobre mi piel marmórea caía lisa, perfectamente definida, y fue aquel toque lo que captó su atención cuando con un movimiento deliberadamente ingenuo abandoné la seguridad de la callejuela para afrontar la amplia avenida.

Su aroma me llegó con intensidad casi salvaje, tan exótico como sabía que lo sería, y una sonrisa sensual y traviesa se me grabó en los labios, de un rojo desvaído por la falta de sangre, y mi mirada se clavó, entornada, en él con una falta de pudor que enseguida lo atrajo hacia su depredadora. Entonces, comenzó el baile; sólo roto por el frufrú de la tela de mi vestido ondeando tras de mí, mecida por el viento en mi apresurada carrera a ritmo humano, el silencio de mi huida contrastaba con el suyo, tan humano, tan continuamente interrumpido por sus jadeos, sus palabras en un francés plagado de acento holandés, el eco de sus pasos rebotando contra los edificios que pronto abandonamos, y finalmente el golpe, ese impulso que me hizo estar contra la verja del cementerio de Montmartre con su cuerpo sobre el mío y su mirada, hielo quemador, fuego gélido, sobre la mía, devorándonos mutuamente... Ah, y eso que sólo acababa de empezar.

Llevaba algunos días siguiéndole la pista, asegurándome de que nuestras miradas se cruzaran, de que mi vestido rozara siempre sus impecables trajes, de que se me escaparan sonrisas siempre que él estaba presente en los eventos oficiales que habían tenido lugar las últimas jornadas; en definitiva, tejiendo la red en la que él finalmente se había visto atrapado por mí, aunque no lo sospechaba. ¿Cómo podría por un momento pensar que la monarca de su nación, los Países Bajos, tendría algo contra la principal familia noble que luchaba por el poder si ella no era sino una dama débil de la alta sociedad parisina? ¿Cómo, si era tan deseable, tan frágil, tan pálida, tan sumamente hermosa atrapada en sus brazos, tan atrayente que no pudo evitar buscar los labios de su monarca, que lo esquivó a un tiempo? ¡Era imposible! Sus palabras brotaron de los labios carnosos, que anhelaban los míos, con una mezcla entre su idioma y el del reino en el que nos encontrábamos; me pedía que tuviera piedad, compasión, que le dejara continuar y cesara en mi actitud esquiva, y únicamente alcé una ceja, divertida, como tan bien se vio en mi taimada sonrisa.

– ¿Soy perversa? ¿Soy cruel? ¿Creéis que no tengo piedad? Ah, me temo que todavía no habéis visto nada, monsieur. – le dije, con tono fresco y jovial, que pronto evidenció aún más la transformación de mi cuerpo, acontecida en apenas segundos. Todo rastro de elegancia se esfumó para dejar paso a la bestialidad más absoluta; toda suavidad fue sustituida por la fiereza y la furia, la sed sobre todo, y en un abrir y cerrar de ojos había desgarrado su cuello con mis colmillos y me alimentaba de él, de su sangre con esencia a mar y a pescado, de su vida, que tras un par de desesperados pálpitos pereció en mis brazos. Una sonrisa satisfecha se abrió camino en mi rostro manchado de sangre, y la sensación dulce del triunfo se mezcló con el sabor de mi alimento vital recién ingerido por mi interior, casi elevándome y desde luego revitalizándome. Cargué con el cuerpo inerte del antaño príncipe en brazos unos segundos, lo que me bastó entrar al cementerio, y arrojé su cuerpo a una fosa vacía, aparentemente satisfecha... Hasta que lo percibí. Un olor conocido, una esencia que me resultaba ya vivida y que se extendía junto a otra, más sutil, de manera casi obscena por el cementerio de Montmartre: aquello me hizo desviar la mirada hasta las sombras, escudriñándolas en busca de su origen, y en apenas un momento me vi en la otra punta del lugar, frente al mismísimo Craig Ulrich... y frente a una jovencísima vampiresa que, al parecer, se había unido a su entretenimiento nocturno en forma de muchacha moribunda. Me llevé los dedos a los labios y aparté la sangre sobrante de ellos, llevándomela a la boca para saborearla en un gesto similar al que la vampiresa había efectuado segundos antes sólo que sin mi elegancia nata.

– A estas alturas su sangre valdrá menos que un puñado de barro sobre el que han caído un par de gotas, así que os sirve igual muerta que viva porque, de todas maneras, no va a sobrevivir... En eso estoy de acuerdo con ella, Craig. Creía recordar que tenías mejor gusto que eso... – comenté, arrugando la nariz al final en una clara muestra de desprecio hacia el guiñapo humano que malvivía a sus pies y cuya muerte vendría dada de manera casi inmediata por la gravedad de sus heridas o, quizá, por la sed lujuriosa de alguno de los tres vampiros que estábamos allí reunidos, en una velada de pronto mucho más interesante que lo que había sido al principio de mi cacería nocturna.
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Mensaje por Craig Ulrich Vie Mayo 04, 2012 1:53 am

Los minutos que transcurrían solo hacían que la excitación en Craig fuera todavía más evidente. No era ningún secreto en sus años como mortal, allá a mediados de los años 1600, Craig había sido uno de los asesinos más buscados en su natal California y en todos los Estados Unidos; en esos años Craig había logrado conmocionar a toda una nación, hombres y mujeres que se habían horrorizado ante los monstruosos actos que este había llegado a cabo. Un monstruo, no había mejor palabra para definirlo y aún así se quedaba corta. Craig Ulrich estaba mentalmente dañado, su tormentosa infancia había sido clave en ello y él en medio de su locura lo sabía, aún a la fecha cada vez que asesinaba a sangre fría a una mujer –porque sí, ellas eran sus favoritas- veía en ellas el rostro de su madre, esa prostituta que había desarrollado un marcado desprecio hacia su hijo por el increíble parecido que tenía con su padre, el hombre alcohólico que la había golpeado hasta el cansancio.

Ciento treinta y cinco años después Craig ya no era un humano y si antes de ser transformado en un ser de la noche era causante de miedo ahora debían temerle el doble porque tenía de su lado la inmortalidad y la fuerza. Para él pocas cosas habían cambiado, el hecho de ser un vampiro no significaba que debía actuar diferente, aún cuando años atrás había poseído riquezas que habían sido hurtadas a su creadora seguía siendo el mismo Craig, el mismo que no tenía intenciones de aprender modales, que iba por la calle lanzando escupitajos sin importarle las miradas de desprecio de aquellos que presenciaban tan desagradable escena, mejor aún, disfrutando sus gestos de desaprobación; seguía siendo el mismo que se comportaba como un auténtico bastardo, que gozaba con torturar mujeres, de ultrajarlas, de humillarlas todo lo posible antes de finalmente arrancarles la vida, justo como tenía pensado hacer con esa chiquilla rubia. La muchacha seguía corriendo, de vez en cuando tropezaba y caía al suelo y en su afán de no querer perder tiempo y darle más ventaja a Craig para alcanzarla se arrastraba entre las lápidas y la tierra suelta del camposanto.

— Ven aquí, amorcito. Prometo que te gustará. — Se burlaba mientras caminaba a pasos normales. El tenía la capacidad de alcanzarla en cuestión de segundos pero prefería gozar de aquel momento, de sus jadeos que podía escuchar a la perfección gracias a su desarrollado oído, de su respiración agitada, de ese corazón que latía como corcel desbocado en el interior del frágil pecho de la niña.

Craig comenzó a aminorar sus pasos cuando olfateó a una criatura que le era familiar, los orificios de su nariz se abrieron y alzando su cabeza al cielo aspiró hondamente aquel aroma exquisito que no podía pertenecer a nadie que no fuera Marishka, su amante, su aliada, la maldita zorra con la que había gozado en demasía. Relamió sus labios al recordar aquellas fogosas noches al lado de la inmortal y su boca se torció en una sonrisa llena de lujuria y cargada de demencia cuando la observó después de tanto tiempo. Para variar la vampiresa no había cambiado en absoluto, seguía siendo la misma caprichosa de siempre, la que siempre le exigía cosas o mostraba desacuerdo con cada uno de sus actos. No es que Marishka no gozara las perversidades que Craig llevaba a cabo, era más bien que su relación había sido siempre de ese modo: dándose siempre la contra en todo, una constante lucha de egos y de poder.

Craig ignoró sus palabras que hacían énfasis en sus supuestos malos gustos a la hora de elegir a sus víctimas, al vampiro siempre le había importado un rábano lo que los demás pensaran de él, en especial Marishka que de antemano conocía su desmedido gusto por llevarle la contra siempre. La muchacha volvió a los pies de Craig, con la cabeza herida se arrastró hasta abrazarlo nuevamente de las piernas, suplicándole entre lágrimas una oportunidad. Craig ladeó su rostro como lo habría hecho un perro curioso y le sonrío, dejó que en el interior de la muchacha creciera una débil esperanza al creer que haría caso a las nuevas palabras que se hacían escuchar en el cementerio. Con un salvaje movimiento Craig alzó la vista y se encontró cara a cara con otra de sus queridas, ni más ni menos que Amanda Smith, esa por la que casi había perdido la vida años atrás al ser descubiertos en pleno acto sexual por el entonces amante en turno que la pelirroja tenía, uno con bastante mal carácter, por cierto.

— ¡Vaya, vaya! ¿Qué es esto? — Las miró a ambas ignorando por un segundo a la muchacha que yacía ante sus pies, planeando su escape al ver como los tres sujetos dialogaban entre sí. — Esto sí que es una verdadera sorpresa. — Se llevó las manos a la barbilla y la masajeó haciendo evidente el gusto que le daba ver a dos de las mujeres que había tenido en la cama…o mejor dicho en el piso, en los sitios menos pensados. — ¡Mírense! Están hechas unas diosas, creo que se me ha puesto tiesa sólo de verlas. — El vocabulario soez no era ninguna novedad en él, ellas más que nadie debían reconocerlo. Mojó sus labios con la lengua, esa que hubiese querido tener dentro de sus bocas, pero ya habría tiempo para revolcarse, primero lo primero. — Ah, me encanta cuando las hembras se agreden unas a las otras. — La sonrisa se ensanchó aún más, con esa ligereza les dejaba claro que le importaba muy poco lo que ellas dos pensaran.

— ¿Así que les parece poca cosa, eh? ¿No será acaso envidia porque ambas saben perfectamente lo que estoy por hacerle a esta preciosura? ¿No será que las dos se mueren por estar en su lugar? — Las miró a ambas y finalmente bajó la vista hasta la rubia que se echó hacia atrás cuando el vampiro se le echó encima. Allí, en medio un montón de tierra le subió el vestido y le arrancó la ropa interior, la colocó de espaldas, con una rápidez impresionante se bajó los pantalones y dejó a la vista su miembro viril, el cual introdujo dentro del recto de la muchacha, provocando que esta lanzara alaridos de dolor cuando la penetró con el salvajismo digno de un animal. La muchacha se resistió pero la debilidad finalmente le ganó la batalla, dejó de agitar sus manos y se quedó inmóvil bajo el cuerpo de su verdugo mientras sus lágrimas no dejaban de empapar su rostro, se resignó y rezó porque aquello terminara pronto. Cada vez que Craig aumentaba la fiereza de sus embestidas ella daba un respingo y soltaba un grito ahogado, varias veces habló para suplicarle que parara pero como si en lugar de estarle pidiendo un alto le pidiera que aumentara sus movimientos este arremetía más contra ella, gozando con el alma el dolor ajeno.

En medio del éxtasis y con el cabello sobre el rostro, alzó su vista y miró a las dos vampiras que presenciaban la escena sin mover un sólo dedo, sintió que su excitación aumentaba al imaginar que ellas también estaban gozando la función.



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Mensaje por Marishka Marquand Mar Mayo 29, 2012 4:30 am

El negro azabache de sus ojos se movió son suavidad recorriendo la figura masculina del vampiro. Sus labios ya no mostraban una mueca de desaprobación, ahora formaban una línea curveada tenue, parecida a una sonrisa burlesca. Se burlaba de él, se burlaba de la situación, pero también lo incitaba a acercarse a ella. Recordó las veces que había estado con Craig, las apariencias que habían tenido que guardar por algún capricho nuevo que ella tenía. Pocas eran las ocasiones que esté cedía ante sus deseos, pues siempre le llevaba la contra, pero cuando le cumplía sabía que tendría grandes recompensas. Para ella todo se trataba de eso, ganar-ganar, él había ganado, ella había ganado, sin embargo más eran las veces en las que ella se había empeñado en ganar. Pequeñas imágenes de encuentros sexuales aparecieron en su cabeza, el depredador que tenía enfrente había sido un buen amante, no sólo un buen aliado. Independientemente de esa competencia constante que tenían, la lealtad entre ellos era irrompible, irrefutable, quizás todo radicaba en lo bueno de los encuentros venideros, en los cuerpos que profanarían, en las pieles que mancillarían, y en la sangre que pintaría cada rincón de su piel cuando bebían de aquellos humanos, pues la mezcla de la sangre y el sexo también formaba parte de su especialidad. Eran tan diferentes al resto, y al mismo tiempo tan parecidos entre si, ese era otro punto a su favor, la mente bizarra de los vampiros, de aquellos amantes del pasado.

De nuevo el color negro como la noche de sus ojos, se volvió a mover cuando un efluvio diferente, y nunca antes conocido inundo sus fosas nasales. El olor era apetitoso y ni siquiera había visto el paquete completo, la vampiresa tenía una especie de fijación por la sangre de los de su especie, quizás estaban muertos, pero esa esencia muerta mezclada con la sangre humana era una de sus debilidades. La sonrisa de la morocha se amplió al ver la silueta de una pelirroja bastante atractiva. Arqueó una de sus cejas, se mordisqueó su labio inferior entretenida, escuchando las palabras de su nueva acompañante, en definitiva nadie se había puesto de acuerdo esa noche, sin embargo pintaba para ser una grata e interesante. La observó con descaro, sin embargo no había sido obscena, quizás su estudio visual dejaba en claro la aprobación a la nueva invitada de la noche. - Y en el pasado dejaste el buen gusto - Comentó. Refiriéndose a la pelirroja, y obviamente en ella misma. Sus cabellos negros de la "pequeña" vampiresa se movieron, los acomodó con sensualidad y elegancia, su lado fino y recatado nunca se perdería, por más salvaje que su condición fuera, su vanidad nunca se terminaría, esa vanidad que se acrecentaba por su ego engrandecido.

Negó repetidas veces, fijaba su atención en Craig, estaba por soltar una carcajada al ver a la humana suplicante, pero después de ver tantas suplicas de humanos, ya hasta le aburrían en cierto punto, todos iguales, ninguno de ellos solía ser un poco más original en sus suplicas. ¡Era su vida! ¿Por qué eran tan patéticos en pedirla? A fin de cuentas eran una raza inferior, insignificante, nunca se compararían con un vampiro, y pensar que de ahí venían. Quizás por eso no todos merecían el privilegio de la inmortalidad. Para Marishka no cualquiera podía lidiar con la "no-vida", menos aquellos que se aferraban a su parte humana. - Cállala ya, o yo misma lo haré - No le gustaba perder tiempo, aunque lo tuviera de sobra. La última vez que se había metido con un humano, cada una de sus entrañas había sido colgada por toda la habitación, como si fuera la mejor de las decoraciones, le habría fascinado tener un cuadro de ese escena, que alguien inmortalizara cada uno de sus asesinatos, quizás contrataría a alguien con esas habilidades, se haría su propia colección de escenas trágicas. ¿Qué vampiro no disfrutaba con esos momentos? Y no sólo los vampiros, también los humanos debían de apreciar ese arte, el que tenían como destino final. Para ella, vivir en un escondidos, bajo la sombra de esos seres insignificantes era denigrante, poco faltaría para que eso cambiara, estaba segura.

- Tiesa ya la tienes querido, lo que me hace cuestionarme tú hombría, vuelvo a lo mismo, de nuevo me muestras que con poco te llegas a complacer - Y ahí estaba ella, picando… No, picando no, taladrando el orgullo del vampiro, volviendo a jugar como si el tiempo no hubiera pasado, destrozando el ego de un inmortal que, a su criterio, debía reclamar algo incluso divino. Ignoró entonces sus preguntas, y dio un par de pasos hacía el cuerpo femenino - Debido a la falta de presentaciones me toca preguntarle su nombre. No le veo el caso observar algo tan… Denigrante - Sus últimas palabras fueron arrastradas, y el tono de su voz había aumentado sólo para darle el énfasis necesario. De nuevo, molestándolo. Lo cierto era que si, quizás podría desear estar llena del placer desbordante que le daría Ulrich, pero no en ese lugar, y menos después de tirarse a su comida, una no muy digna.

El silencio se hizo presente por unos instantes, pero la fuerte penetración que el hombre estaba ejerciendo sobre el cuerpo humano rompía el descanso de los muertos, la tranquilidad que las almas anhelaban al encontrar el fin de su existencia. Al acercarse a la vampiresa, Marishka sintió una especie de olor conocido, uno que hace quizás unos dos años no volvía a respirar, quizás el momento le estaba jugando malas pasadas. ¡No! ¡Ella nunca tenía malas pasadas! Lo único que quedaba era averiguar. El interés evidente por conocer que había detrás de ese hermoso cabello rojizo, se hizo presente. No era de extrañarse, ella era así, interesada, siempre buscando explicaciones, siempre vigilando, conociendo por donde atacar, o simplemente arrebatar lo que veía interesante. Lo único que quedaba en ese momento, aparte de las presentaciones, y el nuevo conocimiento obtenido, era ignorar al vampiro que fornicaba sin miramientos. - Así que conoces a Ulrich… ¿Hace mucho tiempo? - Le dirigió una mirada significativa al vampiro, de reojo, y una sonrisa cínica, pero aquello fue breve, pues si atención absoluta se dirigió a Amanda, quien se inmutaba de las situaciones que pasaba a su alrededor. Una mujer que no dejaba ver aquello que pensaba o incluso que sentía, suele ser una mujer a la cual verdaderamente temer. ¿Y por qué dudarlo? Nunca sabrás lo que dirán o como actuaran, por más predecible que creas que son, y las mejores sorpresas vienen de la incertidumbre.


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Mensaje por Invitado Vie Jun 08, 2012 1:58 pm

Ella era preciosa, una palidez espectral que parecía emanar de su piel blanca como el marfil usado en el Partenón delineando sus rasgos finos y delicados, que escondían una fuerza intensa bajo sus ojos, su pelo o sus protuberantes labios; él era no menos atractivo, física y psicológicamente en aquella mente tan peligrosamente retorcida de la que hacía gala en momentos como aquel, en los que desataba todo su poderío sobre una humana que no sería capaz de recordarlo porque moriría bajo las garras de Craig Ulrich. Sus efluvios, que inundaban con fuerza el cementerio en el que nos encontrábamos, respondían a las características que ellos desprendían, no solamente en cuanto a lo poco que podía entrever de sus psiques en aquel momento sino también en cuanto a atractivo, y aún así... Aún así ella era distinta, me atraía de una manera diametralmente opuesta al empuje que ejercía Craig sobre mí, quizá por la frescura de su juventud, visible en cada poro de su piel por un ojo experto como lo era el mío, o quizá porque a Craig lo conocía ya muy bien y ella era un misterio que alentaba mi curiosidad, no lo sabía, pero el hecho estaba ahí. Por suerte nada me impedía conocerla, ni tampoco ejercer parte de mi personalidad para que ella hiciera lo propio conmigo en un intercambio, un quid pro quo en el que las dos salíamos ganando, obviamente beneficiadas, y de paso nos hacíamos el mutuo favor de ignorar el espectáculo de Craig, que se lo estaba pasando tan bien solo que no nos necesitaba y nos regalaba una libertad que yo estaba utilizando, ¡y de qué manera!, para estudiar a mi femenina acompañante, la que rezumaba elegancia, delicadeza y peligro a partes iguales, la que me estaba obsequiando también con palabras afiladas como el acero que grababan en mis labios, al igual que lo habría hecho un arma de ese material, una media sonrisa por los ataques hacia el vampiro, ataques fundados en un mal gusto que, desde luego, no decía nada demasiado bueno de mí, que había sido su amante... Aunque no podía importarme menos.

De mis pensamientos volvió a sacarme ella, la vampiresa sensual de nombre desconocido, que precisamente hizo referencia a nuestra mutua – e intolerable – ignorancia acerca de nuestras identidades respectivas en un intento notablemente acertado de hacernos desviar la intención del vulgar intercambio de fluidos corporales que estaba teniendo lugar por parte del psicópata con cara de cachorro (cachorro rabioso en aquel caso) y la patética humana. Tras esa, me preguntó acerca de mi relación con Craig, aunque dado que no lo llamó por su nombre de pila me permitió intuir, junto al resto de palabras con las que se había dirigido a él, el matiz de dominación que ella establecía sobre él. Admirable, teniendo en cuenta que él tenía una mente tan inestable que cualquiera corría peligro a su lado, y su manera de tentar a la bestia, de hacer cosquillas al león durmiente, también podía considerarse como inconsciente... Curiosamente atrayente para mí, al igual que lo físicamente agradable que escondía las profundidades de una mente no menos retorcida que la de nuestro acompañante.

– Qué poca cordialidad y educación ha mostrado nuestro acompañante al no presentarnos, yo hasta diría que tiene la cabeza demasiado ocupada en otros asuntos como para darse cuenta de que no está solo, diga lo que diga... A fin de cuentas es un hombre, todas sabemos que la cabeza que utiliza no es precisamente la que tiene sobre los hombros, y una vez la otra ha actuado... en fin, lo hemos perdido, si es que alguna vez ha habido esperanzas, aunque yo diría que dadas las circunstancias al menos dos veces ha tenido buen gusto, ¿me equivoco? – comenté, con una encantadora media sonrisa al final para terminar de hacer referencia a ella y a mí, ya que suponía que, como lo había sido yo, ella también se podía considerar una de las amantes de con quien las dos estábamos compartiendo espacio en aquel cementerio parisino. No obstante, aquello no me importaba realmente, no en la medida en que mi foco de atención no recaía sobre Craig sino sobre ella, que me había pedido mi nombre, algo que sin embargo no le había dado, un fallo por mi parte que me apresuré en corregir, comenzando a hablar durante una breve pero elegante reverencia.
– Mi nombre es Amanda Smith, chérie, y hace bastante tiempo que lo conozco... Además, el hecho de que intentaran matarme por su culpa hace nuestra relación algo particular, pero eso son cosas del pasado. – añadí, con un ademán con la mano que servía para quitarle hierro al asunto y que era su turno de contarme algo sobre ella, cosa que sorprendentemente me interesaba... y mucho.

La curiosidad que me generaba no era normal. No era tanto el hecho de que fuera una persona nueva y, como tal, despertara mi interés, aunque también había algo de eso en la manera que tenía de despertar en mí ciertos sentimientos; también estaba el hecho de que me recordaba a algo, o más bien a alguien... Había, por increíble que pareciera, algo de Dragos en ella, una esencia tan lejana y sutil que me parecía improbable, y precisamente por ello tan cierta como que nos encontrábamos los tres allí reunidos en una suerte de encuentro que de casual lo tenía todo y que, al mismo tiempo, podía generar cualquier tipo de consecuencia del mismo. Curioso... Y quizá por ello me atraía, quizá por eso me generaba un componente de deseo que no era fácilmente ignorable en lo más profundo de mi mente, aunque esa no era la única razón, y lo sabía, dado que el atractivo de aquella joven era antinatural y no relacionado solamente con el vampirismo, sino con ella per se, como tal... incluso como humana, aunque no tanto.
– Él tiene para rato, dado que seguramente disfrutará de su manjar de dudosa cualidad durante un tiempo que se nos hará eterno si nos centramos en su enorme vulgaridad, por lo que yo preferiría centrarme en vos, mademoiselle, que en este momento resultáis bastante más interesante que él, probablemente porque seguís siendo distinguida pese a vuestros ataques hacia él... Por cierto, son deliciosamente divertidos y certeros, como auténticos dardos que dan en el clavo, tenéis mis más sinceras felicitaciones. – musité, mordiéndome después el labio inferior, inevitablemente juguetona como no podía ser de otra manera en la situación en la que nos encontrábamos, con un juego tendido entre los tres en el que todos teníamos las de ganar, con la única diferencia de lo que podíamos ganar... Y, probablemente, acabáramos resultando ganadoras aquella muchacha de nombre aún desconocido y yo.
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Mensaje por Craig Ulrich Mar Mayo 21, 2013 12:12 am

Craig cesó un segundo las bestiales embestidas, y dejó escapar un largo y sonoro bufido al escuchar la sarta de tonterías que las hembras vampiro estaban dedicándole, como si ambas se conocieran de antes y hubieran decidido jugarle una mala broma esa noche. Lo peor del caso es que él sabía que no era un chiste, el tiempo de conocerlas, el pecaminoso pasado con cada una de ellas, realmente podía presumir de que las conocía lo suficiente como para asegurar que lo decían en serio. Sin despegar su pelvis del húmedo trasero de la muchacha, rodó los ojos de forma tan teatral como ridícula, dejándoles claro a ambas que sus púdicos comentarios pecaban de aburridos, al grado se tornarse fastidiosos para sus oídos. De pronto le parecieron más bien dos mujercitas recatadas, de esas que arrugan la nariz por todo. Decidió ignorarlas, y los próximos minutos los dedicó a terminar lo que había empezado.

Los gritos de la jovencita, a la que estaba violando, se tornaron cada vez más desgarradores. De su virginidad ya no quedaba ni la sombra. Había sido mancillada hasta el cansancio por el más animal de las bestias. Ella sentía que la estaban destrozando desde adentro, que removían sus entrañas con cada tosco movimiento, y que sus vísceras no tardarían en salir a la luz. Él, la estaba pasando de lo lindo, como pocas veces, el sufrimiento ajeno era su mejor afrodisíaco. La brutalidad le encantaba, especialmente en el sexo y la muerte. Llegó al orgasmo cuando decidió clavarle los colmillos en el cuello y la sangre de la doncella llenó sus fauces, pero no se conformó con exprimirla, como todos los de su especie acostumbraban con sus víctimas, deseaba algo más sádico, mucho más sangriento, algo digno de recordar y digno de un asesino como él. Utilizó sus afilados instrumentos como navajas y con ellos comenzó a rasgar la rosada piel de la muchacha, la cual trozó con una facilidad digna de admirar. Revivió su época dorada como asesino serial y la abrió viva, empezando desde el cuello hasta la espalda. Dejó que la sangre brotara como una fuente de vida y bañara su rostro extasiado y mortífero, y bebió del chorro de sangre, hasta que sació su sed. El espectáculo se tornó macabro, digno de un ser sin escrúpulos. La muchacha quedó irreconocible, hecha jirones, que se esparcieron sobre el escaso pasto, las piedras y el polvo del cementerio de Montmartre, luego de la forma tan cruel en que había sido masacrada. Los gritos se apagaron para siempre.

El vampiro, que en esos instantes lucía como un auténtico carnicero, se puso de pie y se les plantó a las dos hembras sin pudor alguno. Todavía llevaba los pantalones enroscados a la altura de las rodillas, los generosos genitales expuestos, y tenía el mismo aspecto de un lobo que ha desollado viva a su presa. La sangre le escurría desde la boca hasta el pecho y estómago y manchaba sus sucias ropas, sobre las que podían apreciarse todavía algunos pequeños jirones de piel humana. Como calzado utilizaba unas desgastadas botas en color negro que le llegaban hasta los gemelos de cada pierna. Sus prendas no eran de seda, algodón o alguna otra fila tela, sino de lana y cuero, del más corriente, además carecían de esos afeminados adornos que los hombres de la época les gustaban añadir a su apariencia con el afán de lucir más sofisticados, a Craig le parecían payasos disfrazados. Craig era todo menos eso, por lo tanto, jamás luciría como uno. Se relamió los labios, con la misma insensibilidad que solía caracterizarlo, orgulloso de su acto, orgulloso de haber tenido público, de que hubieran presenciado una pequeña parte de su lado más sanguinario. Ladeó su rostro y les dedicó una fingida mirada severa.

Ustedes dos son tan aburridas —les espetó con un poco de indignación y en respuesta a su actitud tan desilusionante de hacía unos momentos—, que si no fuera por esas lindas tetas y los apetitosos coñitos que tienen entre las piernas, jamás me habría acostado con ninguna de las dos. Una puta de burdel es mucho más divertida, y mucho más barata —con el cinismo propio de su persona, desvío la mirada y subió su pantalón hasta su sitio, más no lo abrochó. Caminó un poco, rodeándolas con sus pasos.

¿Dónde ha quedado ese espíritu salvaje, queridas? Las recordaba mucho más ardientes. Lo dicho, las hembras se vuelven aburridas con el tiempo. Siguen viéndose como dos jovencitas, pero en realidad no son más que dos viejas y secas cacatúas —oh, sí, Craig Ulrich estaba de humor para sermonear, aunque más bien lo hacía para devolverles los insultos—. Son lo más cercano a un miserable humano, todo lo que les importa es no manchar o rasgar los costosos trapos que llevan encima. ¿También cenan con tenedor y cuchillo? –se burló y lanzó una risita tonta, dejando que sus blancos colmillos asomaran entre sus labios, luego escupió a sus pies, haciendo alarde de sus pocos y muy primitivos modales.



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Mensaje por Marishka Marquand Lun Ago 19, 2013 12:24 am

Sus ojos se entornaron, imitando, o al menos queriendo mostrar que estaba sorprendida de aquella escena tan "grotesca" que su compañero de hace tiempo de cama estaba teniendo, en realidad  no le sorprendía, muy por el contrario, le resulta sumamente aburrida, algo demasiado común en los vampiros. Las palabras de Amanda se habían apagado con la interrupción de la criatura que parecía más bien ser controlado por el pene, pues ya se le dudaba que llegara a tener una cabeza que pensara de forma correcta. Su sonrisa se amplió de forma burlona, dio algunos pasos hacía la mujer castaña, debe destacar que aquellos ojos llaman demasiado la atención, mirada asesina, sin duda llamativa, muy sensual. ¿Qué todo habría visto aquella vampiresa que ella ya había presenciado o que le faltaba por observar? Se sentía atraída por su elegancia, por la sexualidad que desbordaba, pero sobre todo por aquella experiencia y años entre la eternidad que le llevaron a otro tipo de inteligencia, a una sabia. ¿Por qué entonces no se sentía tan concentrada? Por un lado tenía el manjar de Ulrich colgando entre sus piernas, por otro la fascinación y el magnetismo que aquella voluptuosa fémina le otorgaba ¿y si podía mezclar los dos para ella? La simple idea le hizo ronronear de antojo, se relamió los labios con descaro, que delicia tenía enfrente.  

Ya había caminado lo suficiente como para, de moverse un poco, poder rozar con el codo a la vampiresa. Aspiró su aroma, seguro aquella sangre eterna le sabría deliciosa, pero nunca la pedía de un momento a otro, a veces ni siquiera la solicitaba. Podía llamarse a si misma quizás caníbal por disfrutar de comer lo que poseían sus iguales, aunque en ese caso solo fuera la sangre, solo era una comparación por decirlo de alguna forma. Se reprendió, no iba a perder la compostura, no le iba a dar el gusto al vampiro de hacerle quedar mal, por más criatura instintiva que fuera, le gustaba el recato y la elegancia, los modales, lo fino, claro que a labora de comer, o follar los dejaba de lado. Se cruzó los brazos a la altura del pecho, le miraba desafiante, pero también con indiferencia, y con un aire de altanería. Y pensar que aquella criatura la había creado, le había dado la oportunidad y el don de un vivieron felices por siempre, aunque quitando la ridiculez de felicidad. Suspiró sólo para crear dramatización a sus movimientos y a lo que estaba por decir, claro que no necesitaba de eso tan básico que los humanos ocupaban para poder vivir. Respirar ya no venía siendo parte de su nueva naturaleza, al igual que dormir o comer, claro, lo proveniente de la tierra.

- Y pensar que cuando te conocí, cuando me diste el don de la inmortalidad te pavoneabas soberbio, con el mundo perfecto y costoso bajo tus pies, ahora te mueves y te arrastras en el fango como si fueras una maldita rata, actúas peor que un humano ¿no lo ves? - Se burló, aunque en realidad buscaba hacerlo enojar. A Marishka le encantaba, le excitaba, hacía que sus bragas se mojaran con la imagen de Craig furioso, era cuando la tomaba con más fuerza, y terminaba por clavársela sin piedad. ¿Para que mentir? A la vampiresa le encanta follar como puta, o peor que eso, duro, y pensar que puede tenerlo entre sus piernas le hace querer provocarlo. En la cama, lo ha extrañado, ¿para que mentir? aunque claro, no va a admitirlo, eso es de débiles y ella no lo es. - ¿Usted que opina, madame? - Su mirada se desvió a la de la fémina. - ¿Usted se arrastraría cual perra en el fango donde se ha follado a una humana? No, considero que merecemos más que eso, mucho más - Se mordió con fuerza el labio inferior, con coquetería. Necesita acción también, nada de palabrería porque termina por cansarla. Conoce a criaturas de su misma raza que pueden hablar por horas, que controlan esos deseos o impulsos, pero ella apenas y tiene cuatro años con esa condición.

- Ahora, si tan aburridas nos crees ¿Por qué demonios no te dignas a darnos una prueba digna de lo divertido que dices… eres. - Soltó con veneno. - Mucho hablar, poca acción, te advierto que ese teatro que acabas de hacer aburrió en vez de hacerme sentir mojada ¿quedó claro? bueno, entonces haz algo - Una de sus manos se estiró y se movió hacía el frente con la palma abierta como invitándolo a que hiciera algo más. - ¿Acaso te quieres quedar jugando con las partes de tu humana? ¿Vas a armar las piezas para follarla de nuevo? - Negó, aburrida, fastidiada - ¿Gusta de un paseo, querida dama? - Hizo una reverencia juguetona hacía Amanda, y de hecho se acercó para tomarle del brazo. - Mi nombre es Marishka, y me da cierta vergüenza o más bien orgullo reconoce que esa criatura me ha otorgado la inmortalidad, creo que es la única cosa inteligente que ha hecho alguna vez, de ahí en fuera supongo que el conocernos ambas y hacer que nos conozcamos - Comentó con una sonrisa ladina y orgullosa. La vampiresa de apenas cuatro años de existencia es bastante soberbia y prepotente ¿Para que negarlo? No le da vergüenza alardear, muy por el contrario.  


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Mensaje por Invitado Mar Ago 27, 2013 7:22 am

La juventud en un vampiro era un regalo inesperado, la clase de detalle que podía marcar la diferencia entre un comportamiento absolutamente humano y uno total y completamente bestial, propio de esos neófitos que no controlaban bien su sed o de aquellos que, como yo en ocasiones, no veíamos la necesidad de hacerlo. Era cierto que durante los primeros años tras la conversión, la sed de sangre se volvía tan acuciante que muchos no podían resistirla, cometían errores en forma de masacres no ocultadas debidamente que llevaban a caer en las garras de la Inquisición, pero no solamente era ese impulso de alimentarse lo que crecía, sino que también lo hacían otros. Con la transformación se intensificaban los sentimientos, los deseos y anhelos más ocultos que había estado acumulando la mente humana y que pasaban a ser claros, escritas con una letra nítida y perfectamente legible, aunque más o menos duradera en función del sujeto de estudio en particular. Lo que a algunos neófitos se les pasaba en los primeros años, en otros los acompañaba hasta que su edad era respetable, y mi curiosidad radicaba, o al menos eso creía yo, en el hecho de que la juventud de mi jovencísima acompañante, Marishka como dijo llamarse, parecía ser tan impulsiva como correspondía a alguien de su corta vida vampírica, algo que indicaba su actitud tanto como sus ojos. Acostumbrada como lo estaba a juntarme con inmortales que, salvo en el caso de mi propio neófito, superaban el siglo de antigüedad, la escasez de experiencia en la vida inmortal de la joven Marishka era un soplo de aire fresco lo suficientemente intenso para que me olvidara, por un momento, de mi antiguo amante.

– ¿Y arriesgarme por un momento a que me comparen con la humana cuando no se puede siquiera ponernos a un mismo nivel? No, querida, en absoluto. Ni siquiera el fango que yo piso es digno de pasar bajo los pies de una humana, mucho menos puede pretenderse que sea al contrario, ¡habrase visto qué ocurrencia, menuda pretensión! – bufé, divertida y ni remotamente molesta por las palabras de Craig, ya que lo conocía tan bien que su actitud agresiva no era ninguna sorpresa. Había algo en mí, desde que era humana, que se sentía atraído por los hombres de la peor calaña, psicológicamente hablando; ese algo, que durante un tiempo me había resultado imposible de identificar, era lo que me había llevado a juntarme con Dragos en primer lugar, y también lo que había provocado que Ulrich me atrajera como la luz a una polilla, una comparación sumamente irónica si tenía en cuenta que, como vampiresa, era absolutamente intolerante a la luz. Nunca había, no obstante, probado el límite de ese particular gusto mío, que a los ojos ajenos bien podía acercarse a alguna forma extraña de fetichismo, y la demostración de que era más amplio de lo que pensaba en un principio resultaba, cuando menos, abrumadora. No me había molestado descubrir que podía sentirme atraída por mujeres, de hecho en incontables ocasiones había disfrutado de su compañía, en menor medida que en la de los hombres pero con resultados absolutamente satisfactorios, y suponía que era normal que alguien con una mente tan retorcida como las que solían atraerme, como era el caso de Marishka, me hiciera olvidar algo tan mundano como el género. Sí, tanto él como ella me parecían absolutamente deseables, pero en aquellas circunstancias ella brillaba con luz propia.

– Al contrario, mademoiselle, convertiros no fue la única cosa inteligente que hizo, también lo fue convertirse en mi amante hace ya algún tiempo. – afirmé, con una sonrisa divertida grabada a fuego en los labios y sin que me importara airear mi pasado de esa manera. No lo había hecho, con la compañía adecuada por supuesto, cuando había estado soltera, y no veía que una boda de conveniencia fuera a cambiar aquello, así que no veía ningún problema en hacerla partícipe de algo tan mundano como lo era ese dato sobre mi pasado, que por mucho que hubiera tenido complicadas consecuencias no podía, en absoluto, categorizarse como algo fundamental en mi vida o en lo que me definía como Amanda. En cualquier caso, la conversación sobre él había terminado por mi parte, especialmente si tenía en cuenta que prefería centrar mi atención en ella, en su sensual vulgaridad al hablar de su ropa interior, en su juventud que tanto me enardecía por mucho que fuera poco más que una chiquilla en comparación conmigo, pero todo lo que le faltaba de experiencia lo suplía con una imposible y desconcertantemente atrayente intensidad que me recordaba a la mía propia, a un tiempo en el que solía actuar sin pensar, hacía ya demasiado. ¿Dónde habían quedado mis salvajes impulsos? Controlados bajo el yugo de una racionalidad que no me gustaba y no me convencía como actitud vital, y mi intención era resucitarlos, con la inestimable ayuda de la joven Marishka, a quien, sin que se lo esperara, robé un suave beso en los labios, que pronto intensifiqué al acariciar su piel con la lengua para empaparme de su sabor. Ah, sublime... Me moría por probar también su sangre; quizá lo haría más adelante.
– No puedo culparlo, en vampiresas siempre ha mostrado un gusto exquisito por quienes poseen un sabor sin igual. – murmuré, a sabiendas de que ambos podrían escucharme perfectamente, y acaricié el labio inferior de Marishka con un dedo, creando un recorrido que pronto siguió mi lengua, atrevida.
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