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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Sáb Abr 14, 2012 2:52 am

Eres como un ángel
un ángel perverso

Los últimos días se había esforzado el doble pero en el fondo sabía que no iba a conseguirlo. Amanda, esa vampiresa con la que Dragos estaba encaprichado se ponía cada vez más difícil y él no dejaba de reafirmar su teoría de que simplemente estaba haciéndose la difícil, cotizándose al saberse tan importante en su vida. Cada vez que él decidía bajar la guardia, ella la subía; cada vez que ella parecía bajar la suya no era más que una burla; él sabía que disfrutaba viéndolo arrastrase, que se moría por verlo suplicando, humillándose y que aún si él se atreviese a hacerlo sólo sería para carcajearse a sus costillas; así de malditamente imposible e irresistible era la pelirroja. Lo que Amanda no tenía en cuenta –o estaba ignorando a propósito, porque lo conocía, muy bien- era que él también poseía un ego bastante grande y que la única razón por la cual le permitía ese tipo de cosas era que se trataba de ella y que en el fondo, muy en el fondo, aunque no lo hiciera evidente, se arrepentía por el atentado que había llevado a cabo con ella. Dragos pasó esa noche en la calle, bebiendo de hombres ahogados en alcohol con el fin de que le contagiaran un poco de ese estado etílico que tanto añoraba experimentar pero que su condición de inmortal ya no le permitía gozar, al menos no de igual forma que cuando era un simple humano. Finalmente y después de haber asesinado a sangre fría a cuatro desdichados hombres de los que bebió casi hasta la última gota, logró conseguir sentirse ligeramente embriagado y gozó como nunca la sensación. Regresó al palacete con la certeza de que ahí encontraría a Amanda y lanzó al aire varios jarrones de gran valor cuando la servidumbre le informó que la señora había salido. Por un momento tuvo el impulso de salir tras de ella, perseguirla y encontrarla para traerla de vuelta de dondequiera que se encontrase, pero un sentimiento extraño lo hizo desistir, uno que hasta ese momento le fue imposible descifrar.

Intentó calmarse pero los celos podían más que cualquier esfuerzo que hiciese, le resultaba imposible no imaginarla en los brazos de algún otro infeliz, sobretodo luego de que dos noches antes había sido espectador de una desagradable escena en la que Amanda había intentado –lográndolo- darle celos con su neófito Nigel Quartermane.

— Ese bastardo. — Gruñó por lo bajo, cerrando sus manos en un puño, tan salvajemente que parecía que rompería sus propios huesos. Se imaginó a sí mismo destrozándole la cara al “niño bonito” como el mismo le había apodado, y en medio de aquella sala llena de destrozos que él mismo había hecho se juró que le daría muerte y que sería pronto, antes de lo que Amanda pudiera imaginar. Pero mientras ese momento llegaba llevaría a cabo otra cosa. Completamente poseído por los celos y después de haberse autoconvencido de que lo más probable era que Amanda estaba con otro en esos momentos, decidió darle una cucharada de su propio chocolate. Con pasos firmes y toscos se dirigió hasta donde el personal del palacete se encontraba reunido y casi a punto de partir a dormir –y algunos a sus casas- dadas las altas horas que eran; de pie ante ellos e ignorando sus miradas asustadas, llamó con su mano a uno de los hombres que fungían como guardias de la residencia y le indicó con gestos que lo siguiera hasta la sala de estar donde Dragos se sirvió una copa y se sentó placidamente como si fuera el auténtico dueño de la casa. El hombre lo miró sorprendido, para él Dragos no era más que un amigo de su patrona, pero le debía igual respeto y lealtad. El hombre esperó de pie y completamente en silencio las instrucciones.

— Escucha bien lo que voy a decirte… — comenzó a hablar y se detuvo para continuar bebiendo del vaso de cristal. Cuando se terminó la bebida cruzó una pierna sobre la otra haciendo más efectivo ese semblante de hombre abusivo. El vampiro clavó sus brillantes ojos claros en los del hombre y le sonrío como si de verdad pretendiera que fuera su cómplice. — Quiero que vayas a un burdel, el mejor de todos y me traigas hasta aquí a la mujer más hermosa y más ardiente que encuentres. Tiene que ser muy, muy hermosa y muy apetitosa; tiene que ponerte nervioso con solo verla. Ah, pero eso sí, un gran detalle: tiene que ser pelirroja, ¿entendiste? No la quiero morena ni rubia, pe-li-rro-ja. — Indicó con la mano en el aire, separando con los dedos cada sílaba de la palabra. Volvió a sonreír. El hombre asintió y sin cuestionar aquella barbaridad se dio media vuelta y salió por la puerta principal, directamente hasta el sitio que Dragos le había indicado.

El vampiro volvió a servirse otra copa, la cual bebió para después volver a repetir el procedimiento un par de veces más, luego llegó a la conclusión de que esperaría en la recámara, en la de Amanda. Tomó un par de las mejores botellas que la vampira tenía en su mini bar y subió las escaleras para finalmente tirarse sobre la cama, donde esperó impaciente a la mujer que había pedido.



Última edición por Dragos el Jue Nov 29, 2012 5:57 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Eugénie Florit Lun Abr 23, 2012 10:50 pm

Las señoritas de sociedad siempre están perfectamente vigiladas, incluso cuando duermen, pero Eugénie quería dejar de lado todo ese protocolo estúpido de "señorita" todas las noches. Por alguna extraña razón siempre se salía con la suya. Podía librar a aquellos guardias que la custodiaban fuera del cuarto, todas las noches, incluso estaba segura que a todas horas. De estar en otra situación se habría quejado, los abría despedido, y hubiera contratado a alguien más, pero dado a que la situación le convenía, prefería guardar silencio y disfrutar de la incompetencia. Aquella noche no fue la excepción. Había preparado un bolso de mano con las diminutas prendas intimas que utilizaba, la tela que se utilizaban para esas transparencias eran de las más finas, incluso dentro del trabajo no podía perder la clase. Aquello por lo que se escondía en las noches era un pasatiempo, un hobbie que le ayudaba a frenar su deseo indomable.

La chica pensaba que conforme pasaban los días, aquel deseo era más grande, más difícil de aplacar; en definitiva necesitaba algo nuevo. En el bolso no solo se encontraba aquella ropa de precesión, también se encontraba una bata fina color rojo, y al finalizar un antifaz del mismo color. Cada noche uno nuevo, diferente, y especial. La cortesana tenía maneras de ser diferentes a las demás en su oficio, su cuerpo bien formado, sumando un poco la belleza escondida de su rostro bajo ese antifaz, y claro esta ultima prenda mencionada, hacía que fuera una de las cortesanas más solicitadas. La joven no se andaba con miramientos, no se cotizaba como aquellas que creían que sus piernas valían más que las otras subiendo precios, disfrutaba de la gama de hombres y mujeres que llegaban a pedir sus servicios, sin importar lo grotesco que fuera. De eso se trata la prostitución, dinero fácil que llega a los bolsillos, sin importar el físico, y la fantasía del cliente. ¿Quienes eran ellas? Mujeres que se convertían en lo que ellos quisieran, en quienes ellos quisieran, mujeres que pintaban el más romántico de los escenarios, y también el más pervertido y grotesco de ellos. Ellas lo hacían todo, las mejores actrices, las dueñas de la seducción. Porque estar en un burdel no es tarea fácil, es tan difícil como diseñar un edificio para la realeza, la diferencia es que el placer es exquisito, y el sudor del cuerpo se vuelve uno con el del acompañante.

En la barra se encontraba cuando un hombre se acercó a ella, temblaba al verla, una gota de sudor se resbalaba por su frente, y apenas y podía pronunciar bien aquellas palabras - ¿Disculpe? - Repitió la chica mirándolo con diversión. -"Necesito que venga conmigo, le darán una buena paga"- Arqueó una ceja poniéndose de pie, caminando detrás de aquel hombre. Su sonrisa se plasmó bastante divertida en el rostro al ver un carruaje estarla esperando en la parte trasera - ¿A qué se debe tanta elegancia? - Preguntó la mujer mirando al caballero, el cual estiraba su mano dejando una peluca color rojizo en sus manos - "Señor ha solicitado a la mejor de todas, el problema es que usted no posee los caballos de un fénix en llamas"- Una mueca ahora aparecía en aquel rostro de porcelana, sin embargo no dijo nada, se subió al carruaje, dentro de él acomodó sus cabellos negros en una coleta, sin dejar algún mechón al aire. No tardó mucho en estar lista cuando aquel carruaje se detuvo. Mansiones así no le intimidaban, muchas de ellas se basaban en lujos e historias tormentosas o aburridas. El hombre que había ido por ella le indicaba el camino. Resonaba el andar de la mujer por los pasillos, por las escaleras, pero ese resonar se detuvo frente a una gran puerta que fue abierta por su guía. La hizo esperar por un momento, muy breve en realidad ya que la hicieron entrar enseguida.

Eugénie entró con toda la seguridad que tenía, moviendo las caderas con suavidad, su cuerpo era un arma de seducción inquietante. Moví sus ojos azules bajo aquel antifaz observando a detalle la habitación. Pudo observar al fondo un retrato, una hermosa y ardiente mujer estaba en él, tenía caballeros rojos. Aquel detalle hizo que la cortesana entendiera el porque de aquel cabello falso. - Buenas noches - Susurró sin voltear o intentar buscar la ubicación del que sería su amante aquella noche. El cuadro la había atrapado, sin embargo sonrió y al poco movió su figura para observar con atención al caballero. Sus rasgos apenas se movieron mostrando un gran asombro. ¿Quién lo diría? Un caballero de atractivo incomparable corriendo a los brazos de una mujer de la vida fácil. - Cuénteme caballero. ¿Cuál es su historia? ¿Qué me trae aquí aparte de una buena noche de placer? - La joven no quiso parecer atrevida, más bien estaba completamente interesada en saber la historia que había detrás de ese rostro. Su historia quería grabarla en aquel antifaz, la dejaría escrita en él. Dependiendo de las cosas la colgaría en su pared especial, esa que colgaba los antifaces con mejores cuentos, y no es que fueran fantasías, pero si ella hablará cada situación que había pasado, y que había adquirido conocimiento seguramente podría escribir un libro, el más vendido de todos, pues la naturaleza morbosa del ser humano los llevaría a adquirirlo.

Los encuentros de la cortesana no se limitaban a quitarse la ropa, abrir las piernas, dejar que un hombre entrara y después marcharse, ella se adentraba al ser de cada uno, quizás por eso la satisfacción que ambos llegaban a sentir. Genie había aprendido que interés, y amistad era muy diferente que enamoramiento, en toda su vida había dicho y reafirmado que no mezclaría aquel detalle, que se trataba de una profesional, y sabía bien que su destino era casarse con un hombre impuesto por sus padres como cualquier mujer de sociedad, sin embargo, mientras el momento llegaba, un poco de conocimiento y buen sexo no le vendría nada mal.



Última edición por Eugénie Florit el Miér Jul 11, 2012 12:46 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Miér Mayo 02, 2012 7:38 pm

Transcurrieron alrededor de cuarenta minutos, los cuales esperó recostado en la cama mirando el cielo raso de esa misma habitación en la que se había suscitado el esperado encuentro entre Amanda y él, uno bastante deprimente si habría que mencionarlo, pues lo que él había anhelado que terminara la cama había terminado de la peor manera, con una desagradable escena donde Amanda le daba celos y Dragos preso de la ira arremetía contra ella. Ahora había llegado su hora de vengarse, de demostrarle a Amanda que no sólo ella tenía con quién revolcarse cuando le diera la gana y que no sólo ella podía hacerlo en sus narices; le demostraría que él podía ser más cínico, lo doble o triple que ella; le haría saber que tan bastardo podía ser tirandose a una puta en su propia casa, en su propia cama.

Dragos supo que habían llegado aún cuando el guardia no tocaba la puerta para avisarle que su encargo estaba listo. Dragos no se movió, se quedó recostado y tomó una de las almohadas la cual colocó bajo su cabeza con el fin de tener una mejor vista de la que esa noche sería su amante. La mujer entró enseguida y la habitación se inundó con su exquisito aroma natural que golpeó enseguida la nariz del vampiro. La observó caminar y dejar su bolso sobre un mueble mientras el guardia se encargaba de cerrar la puerta para darles intimidad. Una sonrisa se dibujó en los labios del inmortal, una llena de satisfacción puesto que su encargo había sido cumplido al pie de la letra: la mujer era una de las más bellas y apetitosas que había presenciado en su vida, ¡y vaya que había conocido a muchas! Se incorporó hasta quedar sentado sobre la cama y los ojos cristalinos examinaron a la fémina a detalle, lo primero que llamó su atención fue el antifaz color rojo que llevaba puesto, se preguntó por qué lo usaba o qué escondía, incluso estuvo a punto de preguntárselo pero se distrajo al verla caminar moviéndose con sensualidad, meneando las cadenas de las cuales no despegó sus ojos hasta que dej de andar. Cuando la joven se colocó de perfil fue más visible la tenue curva que se formaba en sus pechos, Dragos fue consciente de que la muchacha no poseía grandes atributos y que era más bien muy exquisita y delicada pero bien proporcionada, su figura delgada y estilizada le sumaba un aire sofisticado que no cualquier prostituta poseía en esos días. Sus piernas eran largas, eternas y tan blancas como el mármol, totalmente deseables, Dragos deseó tocarlas en ese instante y deleitarse con su textura. Se puso de pie y sirvió una copa, la cual le ofreció a la joven depositándola en sus manos y haciendo caso omiso a las preguntas que la mujer le había hecho, sin previo aviso alzó su mano y colocó su dedo índice en la boca de la joven.

— Regla numero uno: cero preguntas. El único que tiene derecho a hacer preguntas soy yo, mismas que deben ser respondidas. — Con esa simple frase le dejó claro que no respondería a lo que ella había preguntado. Gracias a la cercanía que había entre ambos tuvo una mejor visión de ese rostro perfecto que ella se había empeñado en cubrir, de no haber sido por esos labios tan apetitosos y esos ojos grandes y tan azules como los suyos habría jurado que la razón que la orillaba a usar el antifaz era que no era tan físicamente agraciada, pero era sencillamente imposible, esa mujer era una diosa en toda la extensión de la palabra, con cada centímetro de su ser. — Tienes una boca increíblemente sensual. — Sin quitar el dedo que había colocado sobre sus labios para acallarla empezó a masajear la zona que acababa de elogiar, sintió la textura suave y tibia, los labios eran gruesos y rosados; tuvo ganas de atraparlos con su boca y devorarlos sin piedad. — Regla numero dos: Quien manda soy yo, se hace lo que yo digo. ¿Entendido? — Una de las cejas del vampiro se alzó y su boca se torció en una media sonrisa empapada de malicia. Retiró su dedo de la boca de la muchacha no sin antes recorrer su cuello y finalmente su escote, luego volvió hasta la cama, se sirvió una copa y se recostó en ella asegurándose de ponerse cómodo como si estuviera a punto de ver una función. Bebió un poco de ese alcohol que jamás llegaría a ponerlo ebrio por su naturaleza de vampiro y luego volvió a mirar a la joven que permanecía de pie frente a él, al otro extremo de la habitación.

— ¿Por qué el antifaz? ¿Acaso hay algo que ocultar? Fea no eres, estoy seguro, entonces no veo porque usarlo. Quítatelo. — Ordenó tajantemente como el rey que era mientras bebía de nueva cuenta un poco de ese whisky escocés, cortesía de su amada Amanda. — Anda, quítatelo. — Volvió a insistir al ver que ella no obedecía a su primera petición de la noche. — ¿Y no tienes algún atuendo más…sexy? Ese que llevas puesto me parece demasiado conservador. — Sonrío como si fuese un niño caprichoso a punto de recibir lo que exigía, la mujer debía saber que si quería una buena paga de parte de él tenía que cumplir todo lo que él le pidiera, si lo hacía él sería bastante generoso y puede que hasta esa noche no fuera la primera ni única vez en la contratara, todo dependía de ella. — ¿Eres buena en lo que haces? — Preguntó mientras esperaba a que ella se deshiciera del antifaz y se cambiara de ropa como le había pedido. — ¿Qué sabes hacer?, ¿sabes bailar? Un baile no me vendría nada mal… — La incitó una vez más mientras buscaba nuevamente confort en la cama.


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Mensaje por Eugénie Florit Dom Mayo 13, 2012 5:29 am

Sus dedos sintieron el frío de la copa. Se deslizaron en está para tomarla con firmeza, y no dejar que se resbalara. Observó los movimientos elegantes que el hombre poseía, una elegancia que se mezclaba con un aire salvaje, no sólo era atractivo, Eugénie pudo notar que también era letal, sus formas se lo indicaban, pero no estaba para estudiar al hombre en sólo unos minutos, la noche le diría más. Para la mala suerte del vampiro, la cortesana no era fácil de intimidar, no estaba dispuesta a retirar su antifaz o sus ideas, por un simple capricho de un cliente. Cierto era que ella venía a cumplir su trabajo, y que al dedicarse a la prostitución no podía inflar su pecho y marcharse con "dignidad", pues ya no la poseía, pero sabía bien las reglas del juego, y esté juego sería no sólo manejado por él, ella también participaría, le gustara o no. Era momento de picotear el inflado ego de un hombre que, por más seguro, y prepotente que se parase, al fin de cuentas había recurrido a un servicio como esté. ¿Qué no había sido él capaz de obtener para llegar a ese punto? Poseía un gran atractivo, hombres como él rara vez se veía entre los pasillos del burdel, y cuando se les veía era por un imposible, por algo negado.

La joven llevó la copa hasta sus labios y dio un trago normal. Se limpió la comisura de estos con a misma lengua para poder saborear el exquisito sabor del Whisky. "Nada mal" Pensó para ella misma, y pronto dejó la copa en una mesita próxima. Genie se estaba tomando su tiempo, había permanecido en silencio. - Pensé que era más creativo. - Musitó atrapando la mirada ajena entre la suya - Las prendas juegan un papel importante en un buena noche de placer, dejan a la imaginación del espectador, incitan, incrementan el deseo… - Se encogió de hombros y sonrió burlona - Pero dado a que carece de esa parte, supongo que vengo con alguien convencional, que esta a punto de tener sexo convencional - Genie no dejó de sonreír de esa manera burlona, bien decían en el burdel "Que sea atractivo, no garantiza un buen polvo". La castaña estaba a punto de de comprobar si ese dicho era cierto o no.

Ignoró el tema de su antifaz, aquello no estaba a discusión, y no pretendía hacerle caso. Dinero no necesitaba, si se encontraba en esa habitación era por el placer que todas las noches necesitaba recibir. Se giró dándole la espalda. Acomodó la peluca haciendo que los cabellos rojizos cayeran en forma de cascada, su rostro se giró para poder mirarle sobre el hombro, con una sonrisa insinuante. Genie pasó los dedos por los bordes de su abrigo, de aquella capucha que cubría su cuerpo todas las noches antes de llegar al burdel. Comenzó desabrochar el primer botón, el segundo, y así llegó al tercero, hecho la prenda hacía atrás, dejando ver su piel blanca, y las tiras de su sujetador. La cortesana dejó de verlo, se enfocó en la pared del fondo, donde observaba su figura y sus formas gracias a un espejo amplio. Movió hacía un lado su cuerpo para poder captar el rostro pálido del vampiro. Se imaginó la música del burdel, esos sonidos eróticos que incitaban a cualquier amante a hacer una danza en la cama. La joven disfrutó de los sonido que venían en su cabeza, empezó a mover sus caderas con suavidad, con sensualidad. Sus piernas hicieron compañía al movimiento, sus formas resaltaban cuando se movía de un lado a otro, pues el abrigo que ahora cubría su piel se ceñía a su estrecha cintura, y a sus voluptuosas caderas. Genie terminó de desabrochar su abrigo, y dejó que este cayera hasta el suelo. Su cuerpo ahora solo tenía prendas pequeñas, de esas que recién habían sido enviadas de España. Encajes, transparencias, medías a mitad de las piernas con ligeros. Sus glúteos se partían a causa de la presión que las prendas ejercían, se podía apreciar completamente el cuerpo femenino, la joven comenzó a bajar su cuerpo con lentitud, los músculos de sus piernas se tensaron al soportar el peso de su cuerpo. Llegó hasta el suelo pero no se puso de pie, recargó sus rodillas en el suelo, y se giró mirándolo en esa posición. La chica estiró sus manos para sostenerse de la cama, una mano en cada costado de sus piernas. Le sonrió con malicia, y gateó solo dos pasos, alzando su cuerpo, corriéndose hasta poder ahora recargar las rodillas en la cama, encerrando las piernas de su acompañante.

Se sentó en sus piernas, y lo miró agachando el rostro - Hagamos un trato, usted no se mete con mi antifaz, y yo no le hago preguntas, nos dedicamos a lo que he venido a hacer y fin de la situación - Le dedicó una breve sonrisa, sus manos ahora estaban a la altura de su rostro, se inclinó, no sin antes mover su cadera, haciendo que sus sexos estuvieran a la par, movió esta con suavidad, sólo para incitar más a su acompañante. Se había inclinado para hundir su rostro en la curvatura de su cuello, aspirando el aroma varonil de Dragos. Eugénie abrió suavemente los labios, dejó que su aliento cálido golpeara el cuello del vampiro, y su lengua probó la parte expuesta de su piel. Sólo dio un inocente lengüetazo y volvió a erguirse - ¿Y si se quitas la camisa? Algo más sexy - Jugó con las palabras que él le había aplicado. Sus manos se deslizaron a su camisa, quitando el primero botón con los dedos, pero Eugénie se aburría de lo mismo, su rostro se acercó al siguiente botón, jalándolo con los dientes, arrancándolo con fuerza, su lengua abrió la tela, la piel era fría como ninguna otra que hubiese sentido. - ¿Quiere comenzar? Digo, porque es el que da las ordenes - Se burló de nueva cuenta alzando su rostro para que ambas miradas se volvieran a encontrar. Genie había tenido todo tipo de clientes, ricos y pobres, mujeres y hombres. Todos y cada uno de ellos le habían contado historias, algunas buenas, otras aburridas, que el vampiro se comportara como un berrinchudo niño pequeño, le daba más armas para entercarse en la situación. Ahora no sólo averiguaría su nombre, al finalizar la noche, Genie conociería parte de él, y no porque ella realizara preguntas, conocería su historia porque él se lo contaría todo, quizás esa no esa noche, pero la cortesana haría que la volviera a solicitar, y el sexo que le proporcionaría en aquella habitación, sería su garantía. La cortesana se acercó a sus labios, estos los lamió con suavidad, antes de tomar sus labios echó su cuerpo hacía atrás, y se puso de pie, sentándose en un cómodo sillón, tomó la copa entre sus manos, dio un sorbo a esta, y lo miró con una sonrisa radiante. - ¿Que clase de baile? - Le preguntó con inocencia. Iba a aceptar algunas cosas, un buen baile no le negaría, pero en ese momento, buscaba ver sus reacciones.


Última edición por Eugénie Florit el Miér Jul 11, 2012 12:47 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Sáb Jun 16, 2012 3:47 pm

“La gata sacaba la uñas, le mostraba los colmillos.
Pero él era un perro, un perro difícil de amaestrar; rabioso, en celo…”


Ladeó la cabeza cuando la escuchó hablar de esa manera, tan retadora; lejos de hacerlo molestar le gustaba. Le divertía la mujer, lo hacía sentirse fogoso en exceso, le agradaba que no fuera sumisa y extremadamente complaciente, le apasionaba la idea de que se negara a cumplir algunas de sus peticiones porque le gustaban las mujeres de carácter y que daban guerra, para él eran las que mejor sexo proveían. Así era Amanda Smith: malditamente indomable, renegada, independiente. Amaba y odiaba eso de ella, ambas cosas por igual. Lo odiaba porque el que Amanda fuese una mujer obstinada, le hacía las cosas más difíciles y lo orillaba a hacer cosas como esa que estaba a punto de hacer, a revolcarse con otra más por venganza que por ganas. Aunque admitía que ahora que conocía a la cortesana, le parecía apetitosa en exceso, extremadamente sensual. La venganza sería deliciosa, sería perfecta.

Cuando la prostituta se acercó a él, apenas y la tocó, no por falta de ganas, por simple decisión. Prefería deleitar primero a su pupila, a su oído, a su olfato; ya tendría tiempo de sobra para deleitar al cuerpo. Sintió el peso de esta sobre sus piernas, sobre su sexo palpitante; se deleitó con la textura de su piel, de su lengua sobre el cuello, ¡y ese aroma!, la cortesana poseía un olor tan suculento que Dragos podía jurar que la sangre que corría por sus venas sería una de la más deliciosas que habría de saborear, porque por supuesto, no se quedaría con las ganas.

Dragos sonrió, sus labios gruesos se ampliaron ya sin cuidado, sin pretender que los colmillos no quedaran a la vista de la humana. Poco le importaba ya que la prostituta se diera cuenta de que ese que tenía enfrente no era sólo un hombre lujurioso como a los que ella estaba acostumbrada; era una bestia, un vampiro, alguien letal. De hecho, le agrada la idea de que ella lo supiera, serviría como advertencia para hacerle saber que con él no debía jugar sucio o querer pasarse de lista, de lo contrario bastaría un sólo movimiento para romperle el cuello en mil pedazos, si le daba la gana. Cuando ella se alejó, él observó sus caderas, le gustaba la forma en la que las movía, la manera en la que las ligas de su ropa interior se adherían a su cuerpo haciendo que sus formas resaltaran de una manera provocadora, incitándolo a liberar su cuerpo de aquellas sogas de tela; pocas mujeres se atrevían a usar conjuntos como esos, era uno de los encantos que poseían las cortesanas, uno de muchos. La mujer lo miró de manera desafiante cuando se sentó en el sofá de la habitación y como si aquello fuera el medio día y ellos fueran un par de amigos que se reunían para beber un café, lo miró con despreocupación. A Dragos casi le ofendía que ella lo viera como a uno más del montón, quería respeto por parte de ella, deseaba que lo viera como lo que realmente era: un rey, alguien superior, a quien debía servir y complacer hasta lo imposible. A Dragos le gustaba el poder, sentirse por encima de los demás, era un gusto que había obtenido desde que se había convertido en rey, y nadie podía culparlo por ello, tener el poder de toda una nación era delicioso, embriagador, adictivo.

El vampiro soltó la copa y se puso de pie, haciendo caso a la petición que la puta le había hecho, se despojó de su ropa, pero no sólo de la camisa, también del pantalón, de cada una de las prendas que cubrían su labrado cuerpo. Se desvistió sin tapujo alguno, el pudor no formaba parte de el. Dejó a la vista la amplia espalda que poseía, el blanco y musculoso pecho donde podían observarse muchas cicatrices tenues, recuerdo de su pasado como guerrero; la más visible de ellas era una en el costado de su abdomen, justo en las costillas, era la prueba que su adversario, ese que había hundido la hoja de su espada en su carne, podía tener de su victoria el día que le había acarreado la muerte. Sus brazos y piernas eran también dignos de admirar, grandes, largos, gruesos, las venas se contraían debajo de la piel, le daban un aspecto intimidante. Su miembro, que era grande como el resto de su cuerpo, colgaba rozando con su entrepierna, tenía una ligera capa de vello rubio que se extendía a su alrededor, lo cubría y lo camuflaba con el resto de su cuerpo. Caminó lentamente hacia ella, dándole la oportunidad de deleitarse también con su cuerpo, dejándola imaginar lo que le esperaba cuando por fin decidiera entrar en ella.

Le quitó la copa de las manos y dobló las piernas, agachándose para quedar a su altura, la miró a los ojos y abrió su boca para lamer sus propios labios; y como si su sola presencia o su cuerpo no fueran ya lo suficientemente intimidantes, dejó a la vista sus impotentes colmillos, permitió que ella los observara a detalle.

— ¿Esto te asusta? — Preguntó fingiendo inocencia en su forma de hablar, como si eso que ababa de hacer fuera una especie de travesura que se daba el lujo de llevar a cabo. Nunca antes había revelado su identidad a un humano, eso lo hacía permanecer a la expectativa. — ¿Has estado con otros como yo antes? ¿Sabes lo que se siente? — Si él no era el primer vampiro con el que se estaba a punto de acostarse, sabría de antemano que los no-muertos solían ser salvajes como su naturaleza, y él no era la excepción. — Ahora sabes que no será sexo convencional lo que habrá de ocurrir en esta habitación esta noche. Cuidado con lo que haces, cortesana, tengo el carácter un poco…voluble, te conviene mantenerme contento, apuesto a que sabes como lograrlo. — Acarició su mejilla y el contraste de las temperaturas corporales fue evidente: hielo y fuego se unían en una caricia. Dragos gozó una vez más de la delicadeza que poseían los humanos, de la fragilidad que los condenaba, le parecían tan vulnerables, tan...encantadores.

— Así que… ¿no te agrada sexo convencional? — Preguntó retomando un tema que ella había abarcado, intentando mofarse de él. — Tampoco a mí. — Aseguró pensativo, imaginando todo lo que le haría esa noche, en esa cama, en el buró, en el piso, en todos lados… Mientras más pruebas de ello quedaran esa noche en la habitación de Amanda, mejor para él. — ¿Qué clase de sexo te gusta entonces? Hablaste de juegos, me gustan, pero solamente aquellos en los que salgo ganando. Cuéntame, ¿qué clase de juegos le gustan a una cortesana rebelde como tú? Sé explicita. — Deseaba ver si realmente era tan atrevida como aparentaba o si aquella actitud retadora era tan sólo parte de su disfraz, del antifaz que llevaba puesto.


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Mensaje por Eugénie Florit Lun Jun 18, 2012 4:04 am

Su sonrisa se amplió, había salido victoriosa en aquella petición. Se deleitaba las pupilas observando al hombre despojarse de las prendas sin titubear. Pocos eran los hombres que se habían metido con ella que presumían orgullosos su atractivo físico. Muchos de ellos se escondían bajo las sabanas, bajo el cuerpo desnudo de la mujer, aquello le parecía ridículo, si has de practicar el sexo, disfrútalo con todo y el cuerpo que posees, el campo visual es un buen estimulante para llegar a las caricias, y luego a la penetración perfecta. Mojó sus labios de manera sugerente, deseaba probar el sabor de aquella piel fría y cincelada. Deseaba también acariciar cada cicatriz con la yema de los dedos, incluso con la punta de su lengua. Su enfermedad le pedía a gritos que se levantara, que lo tumbara a la cama, y se sentara en aquel miembro erecto de un sólo golpe, pero se contuvo, sabía controlarse, y mientras más guardaba ese deseo en su interior, más grande seria su explosión, su placer. La mirada lascivia de la cortesana, viajo lentamente por aquel cuerpo, memorizaba con recelo cada parte del vampiro, se imaginaba las mil y un cosas que podrían hacer, aquellos seres no se cansaban con facilidad, a ella no le importaría caer desmayada a causa del placer y los orgasmos que sintiera, aquella noche él era su dueño, y disfrutaría cada segundo como si él mañana nunca estuviera por llegar. Por fin su mirada se había detenido en "esa" zona en particular, ahí deseaba quedarse, y no solo observando, también chupando.

La cortesana inclinó el cuerpo hacía adelante, tanto que podía oler la hombría de Dragos, aspiró profundamente, y de golpe dejó salir el aire caliente contra el miembro ya endurecido del vampiro. Sonrió, deseaba probarlo, estaba demasiado deseosa. No inclinó más el rostro porque no deseaba empezar así, sin embargo, su mano se alargó para tocar con la yema de los dedos la punta, sólo la punta de aquel instrumento, casi podía sentir calidez emanar de él pero aquello era imposible, sólo era su propia temperatura. Después del roce, vino el agarre firme del mismo, presionando con fuerza, ejerciendo mucha presión. Admitía que era uno de los penes más grandes, sino es que el más grande con él que había estado, o más bien iba a estar hasta el momento, y eso le llenaba de satisfacción, el hombre merecía ser altanero por sus grandes dotes. Tan rápido como había tocado, dejó de hacerlo. Dirigió su mirada hasta los ojos del vampiro, y le sonrió - No está mal - No podía quedarse callada, no le iba bien las intimidaciones, lo único que hacían era incitarla a sacar más el cobre. ¿Miedo a la muerte? No, Eugénie no le temía, la había visto innumerables veces en el burdel, y que mejor que morir en medio de un gran placer.


Le gustaba tenerlo a su altura, por eso había sido cómodo poder alcanzarlo minutos atrás. - ¿Me veo asustada? No, más bien, empiezo a mojarme al pensar que por fin me revolcaré con un vampiro, quiero sentir que tan cierto son de buenos en la cama, o simplemente son sólo palabras. - Genie sabía bien que el juego de palabras era importante también, no le molestaba decirle esa realidad, para su mala suerte había conocido a muchos vampiros, y ninguno se atrevía a meterle el miembro donde más suplicaba, todos habían sido unos cobardes. Sus manos, por más quietas que quisiera tenerlas, no dejaban de moverse. Estaba lista para tentar a la muerte, estaba lista para dejarle en claro que miedo no tenía. Su cuerpo era el que mandaba, nada más. Colocó una mano en la mejilla ajena - Apuesto a que desea probar más que mi cuerpo… - Susurró, acercando su rostro blanco. Su lengua por fin salió al encuentro, delineando los labios del vampiro con fuerza, dejando el rastro de su esencia en aquello boca que deseaba tener sobre la propia, sobre su cuello, sus pechos, y su intimidad húmeda. La lengua se paso por los filosos colmillos, y luego la escondió entre su cavidad bucal. La mano que acariciaba con devoción aquella mejilla se deslizó, y el dedo indice se clavó en uno de sus caninos, ocasionando que la sangre saliera de manera escandalosa por la abertura, Genie era tan lista que no dejó caer por esa boca ni un poco de su vitalidad, la llevo a sus labios pintándolos de carmín, y pronto se metió el dedo a la boca, chupando con placer, disfrutando del sabor metálico proveniente de su ser. Succionaba con sugerencia, lo incitaba al salvajismo, deseaba ser tomaba con fuerza. Cuando la sangre dejó de salir, retiró el dedo de su boca, su mano se posaba en el descansa brazos. Se cruzo de piernas, aquello era según la sociedad un acto de vulgaridad, pero le importaba poco, su espalda se recargaba en aquel sillón.

Tomó la copa de nueva cuenta, la bebió hasta el fondo, giró su cuerpo y la dejó vacía en la mesita que se encontraba alado de ella. Se dejó caer al piso de rodillas. Sus manos le hicieron compañía, estaba a cuatro frente a él - Puedo jugar a ser una linda gatita y comenzar a ronronearte - Se acercó más a él, con una de sus manos lo empujó haciendo que cayera de sentó en el suelo. Con su rostro, acercó al miembro para darle tres lengüetazos seguidos, y se restregó el falo por el rostro, Genie por fin había probado aquello que deseaba con locura, se mordiscaba el labio inferior sintiendo palpitaciones en su intimidad, tenía un buen sabor, mejor de lo que pensaba. Ronroneó como si se tratará de una verdadera gata alimentándose, ella no tenía problema con hacerse pasar por quien fuera, o lo que fuera. No se detuvo ahí, siguió avanzando, dejando atrás aquella erección. Baja su pecho para restregarse aquel falo, no se permitiría dejar de sentirlo. Se empinaba ejerciendo fuerza entre ambos cuerpos, movía su trasero que estaba completamente elevado y a la vista de él.

Se dedicó a lamer, y en ocasiones a mordisquear el cuerpo ajeno, paso la lengua por aquellas cicatrices, no por todas, pues deseaba llegar su boca. Ya a la altura de su rostro le sonrió ampliamente - Le pediría que me amarre y me lo haga así de mil maneras, pero también me gusta tocar, quizás sea yo la que lo haga ¿Qué dice? Puede gustarle - Atrapó su labio inferior con fuerza, y lo jaloneó hacía ella. Adentró su lengua de manera posesiva y lo besó con fuerza, con salvajismo, deseosa de ver sus reacciones. Genie tomó una de las manos de Dragos, enredando sus dedos con los ajenos, la atrajo hasta su intimidad. La dejó ahí, ejerciendo presión sobre la tela, y movió su cadera con fuerza, sintiendo la tela y parte de sus dedos adentrándose sólo un poco en su ser, dejó de besarlo - ¿Ves? Ya me tienes caliente, estoy muy mojada - Notando el grosor del miembro del vampiro, seguramente sus labios vaginales lo aprisionarían, ejercerían presión. Le empujó la mano antes de sentarse sobre él. Lo miro desde arriba - ¿Que le gusta jugar a usted? - Le divertía hablarle de esa manera, como si le tuviese una clase de respeto. Depositó sus propias manos en aquellos senos circulares, comenzó a darle pellizcos a sus pezones, estos pronto respondieron endureciéndose por completo, dejando ver el color y la forma circular que tenían entre las transparencias. Sus manos viajaron hacía la parte trasera de su sujetador. Soltó la presión que este ejercía en sus pechos, la prenda cayó sobre su abdomen, dejando ver dos senos de tamaño regular, con unos pezones café claro, perfectamente endurecidos, llamándolo a probar de ellos.


Última edición por Eugénie Florit el Miér Jul 11, 2012 12:49 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Jue Jul 05, 2012 7:12 pm

El vampiro permaneció quieto, muy quieto, en ningún momento demostró estar intimidado o nervioso ante la presencia de la prostituta cuyo nombre aún no conocía y tampoco le interesaba conocer. ¿Intimidado? ¿Nervioso? ¿Dragos? ¡Imposible! Tales cosas podían encajar con cualquier otro, pero no con él. Él por su parte se mostró seguro de sí mismo, orgulloso como el guerrero que había sido, glorioso como era costumbre. Se quedó de pie, allí frente a ella, con el miembro erecto frente a su cara. Se lo ofrecía sin decir palabra, con la única intención de ver si era capaz de tomarlo, con la única intención de ver qué era capaz de hacer una puta como ella. Dragos había estado con muchas de su clase, por lo tanto las cortesanas no eran una novedad en su vida; sin embargo, lo que sí era algo nuevo para él era esa actitud que la pelirroja de sensuales labios demostraba: se negaba a ser dominada. Le daba guerra, iniciaba una batalla por el poderío y la Dragos aceptaba.

Sonrió complacido cuando la prostituta tomó su miembro entre sus manos y gozó –tuvo que hacerlo- de los bruscos movimientos a los que fueron mutando las caricias. Sintió como su verga se endurecía más de lo que ya estaba ante esa brutalidad que la mujer se atrevía a hacer con sus genitales, pues no era ningún secreto que al vampiro le gustaba el salvajismo y quién mejor que Amanda para corroborarlo. Se acordó de ella mientras miraba a la prostituta, pero intentó no compararlas porque sencillamente no había punto de comparación. Para Dragos, Amanda era una diosa entre las mujeres, la idolatraba, era fiel devoto de su cuerpo, de su presencia, de toda ella; le hacía sentir impotente el no poder tenerla, el que ella se rehusara a entregársele como lo había hecho muchas veces en el pasado. La sonrisa se le borró en ese instante y recordó que debía dejar de pensar en la vampiresa, porque no estaba allí para adorarla, sino para castigarla, para hacerle ver que era capaz de seguir su vida y follarse a quien le diera su gana. Dragos creía –y tal vez pecaba de ingenuo con ello- que eso haría que Amanda abriera los ojos, estaba convencido de que cuando ella supiera que se había cogido a una puta en su propia alcoba, estallaría en celos y sería incapaz de seguir con ese estúpido jueguito donde lo único que hacía era rechazarlo, una y otra maldita vez. Ese era el plan, eso tenía que pasar, si es que ella de verdad aún sentía algo por él, tal y como el tercamente aseguraba.

— Cariño, somos los mejores… — Respondió casi de inmediato a la duda de la mujer, susurrándole al oído de manera extremadamente sugerente y audaz; asegurándole que en la cama los vampiros no dejaban absolutamente nada a desear, que siempre quedaría satisfecha, deseando más, queriendo repetirlo. Cuando la mujer se posó frente a él y presionó su dedo contra uno de sus colmillos, Dragos se mantuvo tranquilo, aún cuando vio brotar la sangre de su piel y mancharse los labios de carmín; demostró la gran capacidad de autocontrol que había perfeccionado durante todos sus años de existencia. Si ella creía que haciendo algo como eso lograría perturbarlo, estaba muy equivocada. Sin embargo, aceptaba que como incentivo había servido y a la perfección, porque por supuesto que probaría su sangre, bebería de ella hasta que él quisiera, la dejaría seca si le apetecía; todo dependía de cómo se fueran dando las cosas a lo largo de esa noche.

La observó beber de su copa sin perder cada detalle de sus sensuales movimientos; la mujer era erotismo puro, bastaba verla a los ojos y deducir esa provocadora mirada, la sed de sexo que tenía, como si en lugar de ser un deber por su trabajo le resultara una verdadera necesidad, una desesperada urgencia. Dragos por su parte, pese a que la deseaba cada vez más conforme avanzaban los segundos, se mostró serio en todo momento, a excepción de esos breves instantes en los que su boca se contraía en una tenue y traviesa sonrisa, cada vez que la puta lograba sorprenderlo, porque en efecto, lograba sorprenderlo, era una verdadera puta, no una que pretendía serlo, no había dudas de ello y eso le encantaba.

La vio ponerse de rodillas y actuar como una verdadera gata, sonrío divertido a causa de los ronroneos provenientes de la totalmente deseable boca y cedió ante el jalón que ella había hecho, cayendo sentado sobre la alfombra persa de la habitación de Amanda. La habitación pareció temblar ante el impacto del vampiro en su suelo. Ya el piso, se mantuvo a la expectativa, dejó que ella se deleitara con su cuerpo, que lamiera su miembro, que lo estirara, que lo mordiera; todo eso le causaba placer. Se contuvo más de una vez para no tomarla con fuerza y follársela en ese instante, se detuvo solamente porque le gustaban los juegos previos, y el suyo estaba a punto de empezar.

— Espera. Detente, esto no es a lo que quiero jugar. — La detuvo en seco. Retiró sus labios de los de ella y la obligó a retroceder. Dragos hizo que detuviera todo ese proceso de seducción que sin dudas estaba dando resultado, pero que si lo hacía era porque sus razones tenía. La mujer se detuvo, lo miró desconcertaba y a los pocos segundos reanudó lo que había dejado a medias, como la niña que caprichosa se niega a dejar de comer de su dulce favorito. — He dicho basta. — Le ordenó alzando la voz, exigiendo ser obedecido como el macho que siempre había sido. — Tienes que aprender a identificar quién es el que manda aquí, preciosa. Y ese soy yo, ¿entendido? Te lo dije antes, soy yo el que te da las órdenes. Yo soy el amo, tú la puta. — Estuvo seguro de que una mujer como ella no se ofendía por ser llamada de tal modo, “puta”, al contrario, algo le hacía estar seguro de que le encantaba que la llamaran de tal modo; eso era después de todo.

Sin más explicaciones se puso de pie, la dejó allí, sobre la alfombra, incapaz de comprender qué era lo que quería su cliente que en momentos se tornaba tan exigente. Dragos fue hasta el sofá donde ella había estado sentada minutos antes y se sentó en él. No le perdió la vista desde ese ángulo. — Tócate, hazlo para mí. Quiero verte. — No se lo había sugerido, se lo había ordenado. — Quiero que lo hagas hasta que te corras sola y luego vengas a suplicarme que te folle. Quiero que me lo ruegues como si mi verga fuera lo único que desearas en esta vida. — Dejó atrás todo ápice de educación o modales, decidió hablarle sin tapujos, sin adornos, sin nada absurdo que desviara el tema de aquello que tenía ya bastante claro. Seguro de que lo haría, dejó caer su espalda sobre el respaldo del sillón y se puso cómodo, listo para observar su función.

— No, no en la cama. — Advirtió de inmediato cuando le pareció notar sus intenciones de ponerse de pie. — Dijiste que no querías sexo convencional, ¿no es así? La cama está totalmente prohibida. Demuéstrame que de verdad sabes de sexo. A eso quiero jugar. Sorpréndeme. — Sonrió con aire triunfal, le gustaba ser el que mandara, el dominante; quería doblegarla a como diera lugar, pero también deseaba que ella se resistiera, tal y como lo hacía Amanda en esos días. De eso se trataba todo, de hacer una función, de recrear una escena en la que Eugénie interpretaría a la pelirroja y él a sí mismo. Era increíble ver el grado al que era capaz de llegar un hombre despechado, aunque después de todo, era normal, porque él no era cualquier hombre.


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Mensaje por Eugénie Florit Sáb Jul 21, 2012 5:58 am

No había más que decir, tenía luz verde, su cuerpo y su mente lo habían entendido. Ella no tenía porque frenar su enfermedad, mucho menos sus deseos, estaba ahí para disfrutar del placer del buen sexo, no para reprimirse las ganas de chuparle el miembro de manera frenética, si deseaba hacerlo lo haría, sin importar nada. Entendía el juego que el vampiro tenía, la estaba tentando a retarlo ¿Para qué? No lo sabía, quizás era una especie de fantasía, tal vez deseaba jugar a una violación, quien sabe, hay cada mente tan retorcida en este mundo, sumando claro su naturaleza. Todo estaba jugando a favor de ambos, por un lado el hombre podría cumplir su fantasía, y por otro ella recibiría una buena cogida. ¿Por qué no simplemente era directo y le decía cómo quería que fueran la cosas? Los hombres de esos tiempo que estirados podían ser. La ahora pelirroja disfrutaba de lo directo, pero también de descubrir cómo llegar a complacer al extremo a los hombres, era parte de su trabajo. En ocasiones aquellos cuerpos los comparaba con mapas del tesoro, pasando miles de enredos antes de encontrar el premio. ¿Qué era el premio? El sentir cómo aquel pene erecto se adentraba en ella, y los cuerpos comenzaban a frotarse con insistencia. Puede que sea una comparación mala, la sociedad dice que es una falta de respeto comparar a una persona con un objeto. A ella no le importaba, la profesión de la prostitución le había dejado en claro que ellas, las cortesanas, eran objetos de placer de hombres y mujeres (incluyendo seres sobrenaturales), ella tenía derecho a verlos también como objetos, a fin de cuenta no lo hacía por necesitar el dinero, sólo para controlar el deseo ferviente de su cuerpo.

Evidente era el rostro de molestia de Eugénie tenía en ese momento. No le gustaba que interrumpiera lo que estaba disfrutando, mucho menos si se trataba de sexo, por eso colocaba gente en la puerta de su cuarto en el burdel, para que nadie interrumpiera y ahora el vampiro caprichoso le frenaba las cosas. Aquello síque era injusto. Gruño de mala gana - Eres el típico macho que quiere tener el poder porque lo que le interesa no puede controlarlo ¿O me equivoco? - La cortesana ensanchó la sonrisa de forma bastante burlona - Conozco a muchos como tú, siempre creyendo que sus mandatos son los mejores, incluso en la cama, al final resulta que son los peores para dar placer, siempre me dejan con unas ganas tremendas, y tengo que masturbarme al final para completar mi ronda de orgasmos del día - Ella se metía con fuego, dudando de aquella hombría que veía completamente despierta. Una cosa era que se le pudiera parar por mucho tiempo, y otra que supiera moverlo, aún siendo vampiro era hombre. Ellos nunca entendían que a algunas mujeres no les gustaba lo que a otras así, y Eugénie, siendo cortesana y sumándole el hecho de su ninfomanía era bastante exigente, por esa razón, se burlaba, pero antes de verlo como una burla, era una invitación, un reto a callarle la boca, o a abrírsela para dejar que los gemidos salieran de manera consecutiva, resonando por las paredes del cuarto, por los pasillos del palacete, fingiendo ser la mejor de las canciones.

Dejó caer su cuerpo hacía atrás, observando primero a Dragos, después el techo, aún se sentía bastante aturdida por la forma tan brusca en que le había quitado el deseo que ya su cuerpo había obtenido. Suspiró repetidas veces, y decidió que cedería sólo un poco, o al menos eso le haría creer. Sus manos estaban pegadas completamente a la alfombra, disfrutando de la suavidad que esa tenía, pocos eran sus clientes con posición económica elevada, y cuando los tenía lo disfrutaba. Sus manos se movieron con parsimonia, se metió el dedo medio de su mano derecha a la boca, succionándolo con suavidad, simulando (porqué era muy reducido el tamaño a comparación del pene de Dragos) que lo estaba chupando a él, aquella zona que deseaba, la mano libre comenzó a acariciar su cuello de manera delicada, bajaba por sus hombros, y con rapidez llego a uno de sus senos, que había perdido el endurecimiento de sus pezones, pero que ahora comenzaría a trabajar para obtenerlo de vuelta. Genie estaba deseosa, y si él hombre le retrasaba el placer, se lo daría ella misma, no lo necesitaba, se lo dejaría en claro, y él podría quedarse con las ganas, después le fingiría un par de orgasmos para bajarle el orgullo, y con eso sabía que la volvería a buscar, con tal de dejarla satisfecha como él se hinchó minutos atrás al decir.

Se mantenía entretenida en su tarea pero decidió que dejaría de chupar aquel dedo. Lo llevó a su intimidad, estaba mojado, eso le ayudaría a realizar con más facilidad su tarea. Mientras su mano derecha se dedicaba a endurecer el primero de sus pechos, su mano izquierda se había enredado en la fina capa de vello púbico que cubría su intimidad, su dedo medio se había estirado hasta cubrir la entrada, pero claro sin entrar. Con la ayuda de su dedo anular y el indice abrió sus paredes vaginales, sus piernas se separaron todo lo que le era flexiblemente posible, el vampiro tendría una buen panorama de lo que estaba por hacer. Su dedo medio se aventuró en sus pliegues rosados, sintiendo como ella ya estaba ligeramente mojada de nuevo, no era fácil de perder el deseo teniendo esa enfermedad de por medio, mucho menos por aquel vampiro tan deseable que tenía enfrente. El dedo se empezó a abrir y a cerrar, acariciando el interior de ella, deseando reconocer cada pequeño rincón de su interior. Ahí estaba, disfrutando ella sola, dejando el mejor de los espectáculos, el más erótico frente a él. Su dedo viajaba bastante experto, y se adentró de manera profunda, haciendo que la cortesana respingara, como era de esperarse ya sabía cuales eran los lugares correctos para tocarse, para disfrutar. Se atrevió a mover toda la mano, el pulgar ahora ayudaba al anular a abrir las paredes, y dos de los dedos se adentraron en ella de manera brusca, buscando abarcar todo y tratar de llegar al fondo, pero eso era imposible, no tenía lo largo o ancho para cubrir las exigentes necesidades que a esas alturas tenía. Así estuvo un largo periodo de tiempo, jugueteando, haciendo que sus líquidos empezaran a escurrir, que viajaran gracias a la curvatura de su trasero para hacerlo brillar, aunque el vampiro no pudiera verlo por la posición que la mujer tenía. De manera desprevenida el roce de su muñeca cubrió su clítoris, su mirada que había permanecido contemplando el rostro de Dragos se había vuelto oscura, sus el deseo la había hecho cerrar los ojos con fuerza. Gimió por última vez y se detuvo con brusquedad.

Su pecho se movía de forma agitada, subía y bajaba con fuerza. Se impulsó con la ayuda de sus brazos y codos, para poder sentarse en la alfombra, de nuevo se impulso con la ayuda de la palma de sus manos recargadas en el piso. Se puso de pie con rapidez, y se acercó al vampiro. Se inclinó un poco para tomar sus manos con fuerza entre las suyas, una de las manos la deposito en uno de sus senos. Se erizó cuando sintió la temperatura baja de la piel ajena. No perdió tiempo, movió una de sus piernas, colocando la planta del pie en el sillón, entre las piernas gruesas del vampiro. Los dedos de su pie rozaron sus testículos, la mano libre que tenía de Dragos la paso por su abdomen con suavidad, respingaba, su cuerpo caliente y el suyo tan frío. Dejó la mano en su entrada, frotándola con insistencia, mordisqueaba su labio inferior - Dame placer… No te quedes fuera del juego - Se quedó atrapada en la mirada magnética del vampiro, separando sus labios en ocasiones para soltar jadeos tenues de placer.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Jue Nov 29, 2012 6:14 pm

"El sexo no será lo primero, sino lo único."


A Dragos le molestó lo que la puta había dicho sobre él, el comentario donde aseguraba que no era capaz de dominar situaciones ajenas y que por eso pretendía dominarla a ella, supuestamente sin éxito. Le molestó porque sabía que era cierto, que la muy puta de la cortesana, pese a no conocer la historia que él tenía con Amanda, había dado en el clavo de las cosas. ¿Tan obvio era o ella era demasiado observadora? Eso era lo de menos. La mujer estaba sobrepasando sus límites, estaba tocando, rozando insistente y peligrosamente la delgada línea que definía lo que era divertido y lo que era molesto. Le enseñaría a comportarse, a respetarlo, a obedecer lo que en más de una ocasión le había advertido en esa noche y que ella, altiva y orgullosa, había pretendido ignorar.

El vampiro mantuvo la misma calma que había estado mostrando desde que la prostituta había entrado a la habitación. Permaneció sentado en el sillón, con el brillante y musculoso cuerpo completamente desnudo, y disfrutó el show que la mujer de la vida galante le regalaba. La observó cumplir uno de sus más ardientes y lascivos deseos y le concedió el admitir que estaba haciéndolo muy bien, mucho mejor de lo que había imaginado, aunque claro, ¿qué se podía esperar de una puta?, era lógico que conocía más que bien toda esa clase de juegos. Clavó su obscena mirada en los dedos de la mujer, observó con detenimiento y sus gruesos labios parecieron degustar el excitante momento cuando esta los hundió, cada vez más profundo, con notoria maestría dentro de su cavidad femenina. Fue testigo de cómo comenzaba a humedecerse de manera escandalosa y deseó probar un poco de aquellos jugos que comenzaban a manchar su blanca piel, la alfombra. Por un segundo se tornó insoportablemente delicioso aquel aroma a hembra que impregnaba toda la habitación, cada uno de los rincones allí existentes; deseó tomarla de la manera más salvaje posible –y lo haría, a su debido tiempo- y saciar así todo el deseo y la frustración que Amanda había estado acumulando en su ser gracias a sus constantes rechazos. Sin embargo, no se movió, dejá que ella fuera la que lo buscara, que le rogara, que le restregara su perfecto y ardiente cuerpo de mujer. Dragos la mirá acercarse y no movió un dedo a pesar de que se le ofrecía; correspondió a las caricias que ella demandaba que le hiciera, pero lo hizo sin demasiadas ganas, conteniéndose, como si en el fondo aquel monumento de mujer no le excitara, lo cual ya de por sí era bastante absurdo.

Se mantuvo mudo y quieto, dejó que ella continuara y cuando ella bajó la guardia y no se imaginó lo que el vampiro estaba por hacer, dejó caer sobre ella toda la brutalidad que poseía. Sin previo aviso y con una serie de movimientos muy rápidos, el vampiro se puso de pie, la tomó bruscamente del cabello y la jaló sin el menor cuidado, llevándola hasta la pared más próxima, donde la estampó con violencia. La mujer se quejó brevemente del impactó, pero él lo ignoró por completo. Luego se colocó detrás de ella y la rodeó con su propio cuerpo, acorralándola sin salida. La mujer era diminuta a comparación del que estaba por convertirse en su amante; por un segundo daba la impresión de que Dragos la partiría en dos, que la dejaría hecha añicos luego de esa noche; rota, inservible.

Separó sus piernas y sin darle la oportunidad de asimilarlo, abrió sus nalgas y clavó su miembro viril que resbaló con dificultad por el interior rectal de la cortesana, como una espada que es enfundada con brusquedad en un estuche que no le pertenece. A Dragos no le importó saber que la mujer estaba sufriendo la penetración, estaba acostumbrado a la bestialidad que su naturaleza –tanto la de vampiro como la de bárbaro- le proveía. Se abrió paso lentamente, afianzó la unión ambos sexos, y, cuando supo que era imposible adentrarse más en la cavidad de la muchacha, inició una serie de movimientos toscos que le arrancaron el primer gemido. Disfrutaba ampliamente del sexo salvaje y le era necesario en ese momento que deseaba, a como diera lugar, llevar la batuta del asunto.

Entonces la tomó con fuerza y posesividad, cruzó su desnudo y musculoso brazo frente de su pecho y la retuvo como si ella tuviera deseosa de escapar y él estuviera decidido a no dejarla ir. Con la otra mano libre tomó sus pechos y los estrujó con fuerza, moldeándolos con caricias precisas, endureciéndolos de una manera extraordinaria nunca antes vista. Sintió como la mujer se estremecía bajo su cuerpo, como de vez en vez soltaba un quejido o un alarido sobrehumano a causa de la excitación que el hombre le estaba y se estaba proporcionando a sí mismo. La degustó a su antojo, lamió sus mejillas, la barbilla, la garganta y cuando llegó a la sobresaliente clavícula, con cuidado le hincó dos afilados colmillos en un área determinada, asegurándose de que no se desangraría y que tal herida solamente serviría para proveerlo de su líquido vital durante todo el acto sexual y de ese modo poder completar el clímax deseado. El pecho de la mujer se tiñó de carmín, dándole un toque macabro y retorcidamente sensual.

— Eres deliciosa. — Bramó de pura excitación. La mezcla del sexo salvaje con el exquisito sabor de la sangre era sencillamente embriagador. — Podría desangrarte ahora mismo si quisiera; podría dejarte hecha una piltrafa humana si me diera gana. — Advirtió con poderío, siendo consciente de la posición tan en desventaja en la que Eugénie se encontraba. La restregó contra la pared una y otra vez, ocasionando que la nívea piel de la mujerzuela se tornara rojiza. Cesó por un momento la brutal penetración, mantuvo el miembro, rojo, tieso y de gran proporción dentro de ella. — ¿Ahora entiendes quien es el que tiene el mando? ¿Te gusta lo que sientes? Ni siquiera es necesario que me ruegues por más, sé que lo deseas, di que lo deseas, Amanda. — El nombre le brotó de los labios, tan natural como el acto que llevaba a cabo, y, sin darse cuenta de ello, le había dado la mayor arma a su “enemigo” revelando el nombre de la causante de todos sus malogros.


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Mensaje por Eugénie Florit Jue Ene 03, 2013 2:20 am

La frustración llegó al cuerpo de la cortesana. ¿Acaso él la estaba rechazando? ¿Acaso no estaba logrando hacerle sentir excitación? El miembro erguido y erecto le decía otra cosa, pero ¿por qué no la tocaba? Se estaba desesperando, nunca antes alguien le había hecho algo así, eso no sólo baja su libido, también pisoteaba su orgullo, por algo a Eugénie le nombraban como una de las mejores cortesanas, por alguna razón de peso la buscaban demasiado, y sus clientes podían hacer citas con antelación para poder recibir sus servicios, pero él, ese vampiro con aires de supremacía, la estaba pisoteando, la estaba enfureciendo. Por un momento se detuvo, dejando que su brazo cayera a un costado. Lo miró de forma inquisitiva, y por poco se levanta, recoge sus cosas, y se ve del lugar, pero no le fue permitido, pues las habilidades sobrenaturales del vampiro hicieron de las suyas. Lo que en un principio creyó ser el inicio de un buen acto sexual, acababa por volverse, una guerra de egos, una guerra por ver quien llevaba el mando de la situación. En un principio la cortesana sonrió, pero no por mucho tiempo.

El primer impacto borró aquella sonrisa burlona que había adquirido segundos atrás. El golpe en su cabeza fue tan fuerte que la aturdió, incluso creyendo que abría los ojos todo le parecía negro, sombrío. Tembló, porque el impacto incluso la hizo rebotar, porque cada músculo de su ser comenzó a sentir ondas, oleadas de dolor. Dejó salir un alarido, uno que casi retumbaba por aquella gran habitación. La cortesana estuvo por caer al suelo, el estado en el que se encontraba no le ayudaba demasiado, la hacía no querer sostenerse, sino se movió demasiado fue gracias al cuerpo fornido del hombre. Su cabeza punzaba, impidiendo poder escuchar algo coherente. ¿Él estaba hablando? Incluso en medio del dolor mostró una sonrisa de medio lado, tenue, pero a fin de cuentas una sonrisa, pues lo único que le podía demostrar Dragos era sus miedos e inseguridades, todo aquello lo quería borrar con fuerza, imponiéndose, aprovechando aquellas habilidades que quien sabe cuanto tiempo atrás le habían dado. Genie creyó que aquello iba a ser lo único doloroso en la noche, pero estaba demasiado equivocada, aquello estaba por empezar. La castaña arqueó su cuerpo, echó la cabeza hacía atrás, y soltó un gran y desgarrador grito al sentir el miembro dentro de ella, aquello había sido la forma más brutal que alguien había adentrado su carne en la propia. Sintió su cabeza chocar contra el pecho de piedra del vampiro. Su respiración no era agitada, su respiración se había interrumpido de forma abrupta, le dolía incluso jalar aire a sus pulmones, la hacía incluso sentir más ahogada, aquellas sensaciones de dolor le fueron demasiado. La joven estaba consiente del trabajo que hacía, pero hasta la fecha, incluso al haberlo hecho con otros vampiros, nadie le había sentido tan débil y vulnerable cómo él. Gruñó de impotencia, quiso voltearse, quiso golpearlo, quiso hacer muchas cosas para hacerle sentir lo que ella estaba experimentando, pero de nada serviría, así que se dejó hacer, se dejó mover como una muñeca de trapo.

Para la buena suerte de la cortesana, su cuerpo comenzó a ceder, poco a poco el dolor se iba, logrando que el placer fuera ahora quien cegara las cosas, sus brazos está vez se estiraron, y como pudo se sostuvo de la pared, enterrando sus dedos, dejando que pequeños rasguños le soltaran la sangre que su cuerpo de manera tan recelosa guardaba. Dolor, placer, fuerza, pasión, todo en un mismo acto. De forma extraña, que sus caninos se enterraran en su cuerpo no le había causado dolor, al contrario, la habían hecho sentir una oleada de placer distinta. Genie ya no se quejaba, ahora simplemente gemía, se retorcía. El calor de la sangre bañar su pecho la hizo sonreír. Suspiró un par de veces, abrió los labios tomando grandes bocanas de aire. Si él quería jugar, entonces ella le daría juego. Movió ligeramente su cuerpo, dejó que el mismo se echará hacia el frente, y entonces se encorvó, levantando su trasero, dejando que el tomara otra postura, que sintiera un poco más de su interior. Sus manos seguían en la misma posición, tomándose con fuerza de la pared para no dejar caer su cuerpo hacía adelante, aunque la pared y la forma en que la sostenía Dragos era suficiente para no caer. Fueron las primeras palabras de él, la que hicieron salir de toda esa marea de sensaciones. Fue él quien interrumpió la dominación que estaba teniendo sobre ella. Dragos parecía no haber entendido en su totalidad el juego de la noche, no simplemente se trataba de sexo, aquello era mucho más, una guerra que estaba desatada, y que ella, por la torpeza que el vampiro había tenido, estaba ganando, por lejos la estaba ganando. Genie sonrió de forma altanera, incluso dejó escapar una risa breve de burla, él había cavado su propia tumba, de haberla querido matar, de haberla creído un estorbo, ya lo habría hecho, por eso se sentía segura.

- Acostumbrado estás a obtener todo a la fuerza, todo como un cobarde - Comentó, intentando que sus palabras fueran claras, pues lo agitado de su cuerpo le impedían hablar con total claridad. La cortesana se dejó de tonterías, bajó la mano hasta su intimidad, y dejó que su dedo pulgar encontrara su clítoris, el cual ya se encontraba demasiado hinchado por el movimiento de ambos cuerpos, pero también porque sentir algo diferente, por más violento que fuera, la traía completamente excitada. Genie no lograba sentir el frío corporal de Dragos, no por la fricción que el vampiro ejercía contra su cuerpo, tampoco lo sentía por aquella fina capa de sudor que provenía de su piel, la escena estaba siendo perfecta, pues eso era lo que buscaba, sexo sin compromisos, sin que se mezclaran sentimientos, cómo muchos clientes confundían, y buscaban hacer, llevar el amor a una cama, hacerle el amor a ella, quien en realidad sólo necesitaba saciar sus deseos. Dragos era fuego, no hielo como se les relacionaba a su raza, era el fuego que quemaba, y que sin importar el daño y el ardor, necesitabas más y más, ella lo estaba experimentando - ¿Eso quieres? Tomarme… Usarme… ¿Y luego votarme? No, no lo harás, porque sabes que está cortesana puede saciar los deseos que otras no podrían - Se había aguantado la respiración para poder decir aquellas palabras de forma continua, y sin mucha traba - No lo harás porque sabes que soy diferente al resto… - Suelta una carcajada - No lo harás porque has pronunciado su nombre al hacerlo conmigo, y no le darías a cualquiera esa comparación - Aquello último lo dijo con soberbia, sin titubear ni un poco, simplemente dejándose llevar por el momento.

- ¿Así se lo harías? ¿Así te la cogerías? Házmelo como a ella, quiero sentir tu miembro duro cómo si fuera ella - Le exigió con mucha fuerza, gritando. Esta vez Eugénie fue la que movió la cadera, la que empezó a impulsarse de adelante hacía atrás, y viceversa. La castaña empezaba a comportarse cada vez más, y más como una verdadera cortesana, como esas mujeres que entregaban el placer, la pasión y la fantasía al mismo tiempo por unos cuantos francos, pero ella debía aceptar que su cuerpo delicado y humano tenia que llegar a un punto, Sus pezones se endurecieron, tanto que incluso le dolían, pero placentera, Dragos podría hinchar su pecho, pero sobretodo alardear que incluso su violencia se tornaba un placer culpable. La cortesana dejó de moverse, tensando cada pequeña partícula de su ser, dejando salir un grito ahogado, lo cual fue el aviso de un gran orgasmo. Su intimida comenzó a emanar jugos transparentes, que fueron cayendo poco a poco por sus pierna, pero que también baño la parte baja de sus nalgas, sabía que el miembro de él iba a sentir por completo su calidez, su esencia. A pesar de la energía que había descargado gracias al primer orgasmo, se mantuvo firme, y deseosa de más, Genie no se iba a rendir, le daría batalla hasta que su cuerpo la hiciera desfallecer.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Mar Abr 23, 2013 2:27 am

Su mente lo había traicionado vilmente, el recuerdo de Amanda era tan fuerte, tan latente en su vida y en su propio ser, que en ocasiones (como esta, precisamente) le era difícil gobernarlas y era él quien terminaba siendo gobernado. Por eso es que amaba y odiaba a Amanda por igual, por todo lo que significaba en su vida, porque no había duda de que había llegado para quedarse, para torturarlo con su sola existencia. Dragos hervía de pasión cada vez que evocaba su belleza, la cual era indiscutible; significaba para él una gran frustración no poder tomarla cuando quisiera. Tal vez por eso decidió hacer caso omiso a la traición de su propia boca al mencionar su nombre y volcar sobre la puta toda pasión y el desenfreno que había venido conteniendo en su interior.

La tomó con más fuerza que nunca. Las palabras de la ardiente mujer eran un incentivo bastante efectivo y justo. En lugar de quejarse y pedir clemencia, demandaba más de lo que estaba obteniendo, se lo pedía con vehemencia, con obsesión, como si de una enferma sexual se tratase. Sus exigencias motivaban a Dragos a no aminorar la brutalidad con la que la estaba poseyendo. Tuvo el deseo de que ella siguiera hablando, de pedirle que lo hiciera suciamente, vulgarmente, como le gustaba en esa clase de juegos, pero en lugar de ello se concentró en los movimientos salvajes y la hizo gritar, la hirió y la complació con las embestidas que parecían no tener fin. Ella parloteaba y gesticulaba exageradamente, fruncía los labios en una mueca suplicante y por momentos ladeaba la cabeza pelirroja, provocando que el cabello de la peluca se meneara de un lado a otro. Estaba retorciéndose de placer y de dolor.

El vampiro escuchó con placer el primer orgasmo de la cortesana, que fue intenso y revelador. Ella gritó mientras arqueaba violentamente la espalda y Dragos sintió perfectamente los espasmos de su sexo junto a su pelvis. Una abundante humedad bañó su miembro caliente y rígido. Los gestos de la cortesana se hicieron cada vez más explícitos, sus labios se contrajeron en una mueca brutal. Dragos advirtió que ella tenía la piel de todo el cuerpo enrojecida por la constante fricción de los lustrosos cuerpos y podía sentir cómo sus muslos temblaban, como temblaba una virgen en su noche de bodas. Él, mientras tanto, amasaba su carne clara con la mano, la estiraba y masajeaba, imprimiendo sus huellas en la piel.

Apenas y dio tiempo a la mujer de recuperarse de la explosión de placer que acababa de experimentar. No fue capaz de sentir ninguna sensación cercana a la compasión, todo lo que le importaba era su propia satisfacción, cumplir sus caprichosos deseos. Sacó su miembro del estrecho y rosado orificio, y entonces la liberó de su grueso pedazo de carne, más no por mucho tiempo. Súbitamente, sin previo aviso, la tomó entre sus brazos, y la transportó esta vez hasta la alfombra de la habitación, donde la recostó para luego contemplar la belleza que ésta poseía. El cuerpo desnudo de Eugénie quedó completamente expuesto ante su mirada. Era una joven hermosa de piel blanca e impecable, cuya capa de sudor le hacía brillar y destacar ante sus ojos. Su sexo también estaba húmedo y un denso hilo de un líquido transparente colgaba del labio inferior. Dragos acercó su rostro y saboreó su piel, empezó por hundir su cara en sus pechos, luego siguió el camino hacia su cintura, y finalmente su lengua probó los fluidos de la hembra, abriendo con su boca la rosada ranura de su sexo, escarbando entre los mojados pliegues con la punta de la lengua.

Besó y lamió la ingle de la cortesana y, cuando su delicioso aroma le fue nuevamente irresistible, volvió a hincarle los colmillos en la cara interna del muslo, haciendo que la sangre brotara para llenar su boca. Dragos bramó de placer al deleitarse con el sabor exquisito. Cuando bebió lo suficiente, acomodó su voluptuoso cuerpo sobre ella y la penetró por segunda vez. El estrecho orificio vaginal se resistió al inicio ante el órgano de grandes proporciones, pero en cuestión de segundos cedió y le brindó un absoluto cobijo a la verga roja y reluciente, cubierta de venas que parecían a punto de estallar.

Móntame —le ordenó cuando decidió cambiar un poco la posición, quedando esta vez sentado sobre la alfombra y ella encaramada sobre su pelvis, rodeando su cintura con sus largas piernas. Era una posición que me permitía el contacto visual y por ende ser espectador de toda la gesticulación de la puta durante todo el acto sexual.

Con sus manos la sostuvo firmemente de la espalda y la cintura y la miró a los ojos fijamente, esperando a que ella obedeciera a su petición. Estaba dándole la oportunidad de demostrarle todo lo que había aprendido siendo la puta de su larga lista de clientes, seguramente unos más exigentes que otros.


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Mensaje por Eugénie Florit Sáb Mayo 25, 2013 6:53 pm

Un momento muy extraño para que la cortesana diera las gracias de forma interna a sus padres, pero lo hizo. Agradeció por todas esas veces en que la obligaron a asistir a sus clases de baile, cuando se negaba por completo a querer colocarse aquellos zapatos de ballet. Agradeció ese acondicionamiento físico, sin el no podría resistir una buena ronda nocturna con sus mejores clientes dentro del burdel. Sin tanta resistencia física no resistiría vampiros, licántropos, cambiantes, nada de eso porque fácilmente la harían desfallecer a causa del ejercicio que ejercían al penetrarla. Todo eso era oportuno en ese momento, un agradecimiento interno que se proyectaba a base de gemidos, de gritos, de caricias, pero sobre todo de aquel orgasmo que había tenido, y que a pesar de agotarla, le daban la posibilidad de seguir con aquella deliciosa y violenta faena. Sus labios se separaban ampliamente para dejarle tomar bocanas de aire, eso le relajaría la respiración, pero sobretodo el cuerpo que había sufrido el desgaste físico se relajaría para retomar el ritmo. Estaba consiente que el vampiro quizás buscaría follar todo lo que restaba de la noche, si, hasta que los primeros rayos del sol comenzaran a amenazar, cuando ella estuviera desmayada en la cama, sin que sus cabellos se movieran pues el sudor los haría pegarse a la piel mojada. ¿Aguantaría acaso eso? Mucha, mucha energía era la que aún le quedaba, pero estaba por verse, ella seguía siento una simple humana. ¿Él acaso le tendría un poco de consideración dado ese rasgo de su amante? No, probablemente no.

Sus talones se pegaron a la suavidad de la alfombra, donde su rodillas se aleccionaron, sus piernas formaron una especie de triángulo, en esa posición sus muslos se separaron por completo dejando que él hiciera a su antojo de su intimidad. Eugénie pocas veces disfrutaba del sexo oral, no es que no le gustara, o que le pareciera poco atractivo, poco le importaba que boca tenía en aquella zona, siempre y cuando supieran hacer el trabajo, aunque claro, ese era el problema del porque poco lo practicaba, del porque dejaba que pocos lo hicieran, con la lengua les era más difícil llegar al punto, y ella que tanto adoraba el placer, el sexo en general, no iba a estar actuando gemidos, para nada. Sorpresivamente el vampiro lo hacía bien, y si, le parecía sorpresa porque aunque fueran inmortales no quería decir que fueran diestros en el sexo. Maldita sea aquella lengua que la hacía retorcerse, y aunque sus espasmos ya había terminado, su respiración volvió a parecer alterada, no sólo eso, también sus pezones que parecían rocas queriendo buscar el calor de su saliva. Sin duda ella podría irse de aquel lugar sin cobrar, pero la noche comenzó con esa especie de reto; movió su mano con violencia para hacerle hundir un poco más su cara en la ingle, que metiera toda esa cabeza si era posible para disfrutar más del placer. ¿Usar un poco de violencia? ¿Qué eso le diera miedo? Para nada, en la cama aquello no importaba, ella era la que ordenaba, aunque él quisiera hacerse el dominante, no, a esas alturas, habiendo dejado salir un nombre de entre sus labios lo hacía débil, vulnerable. Ella lo tendría en sus manos, claro, de salir viva.

¡Pobre, Pobre, Dragos! ¡Era un ser más frágil que en lo que realidad mostraba! ¡Tan vulnerable proclamando a su amada! Si, Amanda, su hermosa amansa, la pelirroja de fuego que seguramente lo traería a pan y agua. Claro, claro, toda esa ira, todas sensaciones que lo reprimían quería desquitarlas con alguien más. Muy mal, quizás en el pasado él se había encontrado con frágiles, con tontas criaturas de mente débil, pero para la ventaja de la cortesana, ella era una mujer pensante, una chica que seguía disfrutando tanto de la prostitución, como de ser una chica de clase que tiene todo a su antojo. El dolor ya no estaba, por el contrario, una nueva posición. Cuerpos frente a frente que gozaran lo siguientes. La joven dobló de nuevo las piernas, pero está vez las rodillas no estaban al aire, por el contrario, se colocaban firmemente en la alfombra, mientras él la sostenía. La punta de sus pies (sus dedos) se colocaron también sobre la alfombra, aquello le ayudaría para poder impulsar su cuerpo de arriba hacía abajo. Y así lo hizo, sus manos se aferraron con fuerza a la espalda ajena y con todo aquel impulso de sus rodillas hizo que la "montada" que él le había pedido empezara con movimientos bruscos, rudos, complacientes para el placer de una criatura eterna.

- ¿Así le gusta, mi señor? - Preguntó mirándole directamente a los ojos, con un descaro total, se relamió los labios a causa de la falta de humedad en ellos, pues los constantes gemidos le habían privado de eso. Se acercó a su cuello dando una lamida erótica, demasiado descarada, hizo un camino de besos inocentes hasta acercarse a su lóbulo, con cuidado mordisqueó, lamió y tiró de aquella zona de la oreja, así hasta que tomó valor y fuerza para seguir hablando haciendo el intento para no tartamudear. - ¿A qué sabe la sangre de vampiro? ¿Me daría energía? Quizás con ella podría durar un poco más. ¿Qué opina el rey? - Se separó un poco para volver a verle, descarada, altanera y excesivamente caliente. Su cuerpo subía y bajaba ahora con más fuerza, ella sin titubear si quiera, demasiado ansiosa por más, por saber como seguiría la noche, de algo estaba segura, y por algo su pecho se inflaba aun más, pues estaba orgullosa sin duda de lo bueno que era a la hora de follar, por algo era la cortesana más solicitada, y claro, por la curiosidad que existía detrás del antifaz.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Lun Oct 07, 2013 12:01 am

“Sex is about power.”

Los caprichos del inmortal fueron cumplidos uno a uno por la puta que claramente se esmeraba en satisfacer a su exigente cliente, demostrando la experiencia que le había dejado cada cama por la que había pasado. Dragos continuó follándola con la misma furia que al inicio, manteniendo el ritmo para que el placer de ambos no disminuyera ni por un segundo, sino que por el contrario, se intensificara. Decidió retomar nuevamente el control de la situación cambiando la posición, posicionándose una vez más encima de ella, cuidado no deshacer el fuerte y eterno abrazo que las piernas de Eugénie ejercían alrededor de sus caderas, atrayéndolo hacia ella de manera compulsiva y casi enfermiza, como si temiera que el varón decidiera alejarse y privarla del placer que significaba tener su gran miembro, duro y ardiente, en lo más recóndito de sus entrañas.

Dragos la miró mientras la penetraba y por un instante observó con satisfacción el bello rostro de la morena, que en esos instantes estaba desfigurado por el placer que su cuerpo y el perfecto uso de él le proveía. El cabello rojo que no le pertenecía se extendía sobre la alfombra y brillaba ante la luz de las velas que iluminaban la habitación. Dragos alargó la mano y la despojó de la peluca que él mismo había ordenado que usara esa noche al darse cuenta de que había sido una gran estupidez de su parte pretender que ella llenara, al menos por esa noche, el hueco tan grande que Amanda significaba en su vida. Decidió que si ya estaba allí, iba a disfrutarla al natural y sin estúpidos juegos, y la cortesana había sido tan complaciente con él que no podía negarle el concederle al menos un deseo, por el que estaba clamando en esos instantes.

Con su mano se provocó una herida sobre el pecho, específicamente sobre uno de sus macizos pectorales, y la sangre comenzó a brotar. Se acercó para que la mujer pudiera oler el delicioso aroma a óxido y poder, y atrajo hacia sí sus labios carnosos para que bebiera un poco del elixir de la vida. Un sorbo era suficiente para deleitarse con las maravillas que la sangre de un vampiro era capaz de proveer.

Cuando Eugénie saboreó el delicioso sabor de la sangre, Dragos incrementó la velocidad de sus embestidas para así aumentar el placer en la humana y regalarle un momento que nunca olvidaría. La mujer se retorció de placer, alentando con sus movimientos eróticos a no guardarle consideraciones. Se notaba que quería ser poseída hasta que el vampiro la hiciera desfallecer; quizá en el fondo realmente deseaba que éste cumpliera su amenaza de dejarla hecha una piltrafa humana.

Dragos por su parte, gozaba como nunca con la víctima que tenía empalada, agasajándola a su antojo, acariciando con su lengua los rosados senos endurecidos, y con sus manos la blanca piel que era suave como la seda misma, la redondez  de sus nalgas y los muslos que se movían frenéticamente. Tras escuchar el grito de placer que se escapaba de la garganta de la prostituta, el vampiro lanzó un rugido lleno de lujuria y finalmente dejó que su fluido seminal se derramara en el cálido interior de su amante. Dragos presenció con deleite cómo la excitada mujer se abría de piernas todo lo le era posible, y en medio de más gritos de placer, recibió la abundante eyaculación, aferrándose nuevamente con desesperación al fornido cuerpo del vampiro.

Fue así como en medio de gritos y contorciones el acto llegó a su fin, y aunque había sido grato y satisfactorio para el inmortal, la verdad es que no le apetecía repetirlo, al menos no por esa noche.

Se quedó recostado junto a ella como habría hecho un humano cualquiera, la diferencia es que él no estaba agitado ni cansado, no necesitaba recuperarse de absolutamente nada, pero seguramente ella sí a pesar de la pequeña cantidad de sangre que él le había regalado.

¿Eres así de caliente con cada uno de sus clientes? —preguntó curioso mientras miraba el cielo de la habitación—, no pareces hacer esto por necesidad, sino por gusto —rió para sí mismo al recapitular el sexo tan ardiente que acababan de ejecutar.

Se sentía satisfecho con el trabajo de la mujer. Si en esos instantes ella le hubiera asegurado que era una de las más asediadas de su burdel, él no se hubiera atrevido a dudarlo, porque lo acababa de comprobar.

Pero sea o no esto por necesidad, he de pagarte por tus servicios como prometí. El dinero está sobre el buró. Sírvete tu misma, toma lo que creas que te mereces, bebe todo el vino que desees antes de irte, te lo has ganado.


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Mensaje por Eugénie Florit Lun Oct 28, 2013 1:38 pm

¿Cuántos orgasmos había podido disfrutar aquella noche? ¿Tres? ¿Cuatro? La idea le revolvía el estomago, también la mareaba, aquello no parecía humano, o real, pero claro, su acompañante de sabanas aquella noche no era alguien común, así que si, era posible. Había sido el mejor sexo que experimentó en mucho tiempo. A ella no le gustaban los encuentros delicados, para eso buscaba a alguien que le recitara poesía y luego la llevara a la cama. Por eso se había metido de prostituta, para saciar sus ganas de placer, no común, más salvaje y lleno de pasión que otra cosa. Así era la cortesana, así era el verdadero deseo de Eugénie; cuando ella tiene clientes de esa manera sabe que las marcas que ellos le dejan sobre la piel jamás se borrarán, no precisamente por los daños físicos, sino por que en sus recuerdos, en su imaginación podrá disfrutar de nueva cuenta del placer que le otorgaron, quizás masturbándose, o quizás buscando al autor de tales momentos para volver a repetirlo.

Las manos de la cortesana disfrutaron de tocar aquella piel suave y al mismo tiempo fría del vampiro. Recorrían su espalda, pero cada determinado lapso de tiempo sus uñas se clavaban en la piel. De esa forma ella se sostenía firmemente y así no escapaba hacía arriba, más bien era un acto de instinto, ya que la criatura la tenía firmemente sostenida. Descansó las mismas sobre las nalgas del hombre, y cada que necesitaba no se moviera de una zona lo atraía más ejerciendo presión desde ese lugar. El sexo tan satisfactorio que estaba teniendo le hicieron perder la clara visibilidad, aunque no lo necesitaba de momento, pues sus ojos se mantenían cerrados. Eran sus labios quienes se separaban para dejar salir gemidos que al poco tiempo se volvían gritos de satisfacción; Eugénie jamás había probado la sangre, lo había intentado un par de veces por mera curiosidad, pero sus clientes siempre se rehusaban o veían aquello como muy extraño, por esa razón cuando Dragos se la ofreció bebió como si no hubiera ingerido liquido alguno en días. Para ella el sabor era extraño, ligeramente amargo pero no molesto, al menos podía decir que estaba buena, y que la energía iba incrementando a cada gota que se adentraba por sus labios y se perdía en su garganta. El vampiro no sólo era bueno en la cama, sino que tan bien mantenía un sabor bueno, no sólo en su polla, sino también en su sangre. Ella había ganado el premio gordo con ese cliente ¿Para que negarlo? Pero no, no era bueno expresar la gratitud del encuentro, porque así era más fácil subir el ego ya inflado de aquella criatura. Tranquilidad o normalidad. Eso era mejor para demostrar.

- Uhmm… - Apenas pudo articular un sonido que no llegaba ni a palabra por el cansancio, pero más bien, por que estaba disfrutando de los espasmos, de las secuelas del placer. Le gustaba la sensación del miembro dentro sin importar que él se moviera o no. El punto era el falo dentro de ella. - La calentura siempre esta - Comentó, aunque de forma suave, ligeramente entrecortada - Pero depende del cliente cuando se debe mostrar de ella, muchos llegan pidiendo palabras de amor, no precisamente un hueco para meter su polla - Se encogió de hombros, pero se negaba a abrir aun los ojos, seguía disfrutando del momento.

- En eso tienes razón - Pero ahora sus ojos si se abrieron, de esa forma captaría las expresiones del vampiro. Ya no eran las frías y demandantes del inicio, tampoco las retadoras al hacerla suya, o las placenteras, parecía como si le hubiera dado una tregua; el rostro de la cortesana se giró observando de un lado a otro, y por fin se había dado cuenta de su carencia de cabellos rojos. Parpadeó un poco sorprendida por el acto, pero después siguió con su explicación - No tengo relaciones sexuales por necesidad, porque no tengo necesidades materiales, pero si necesito del placer para vivir con tranquilidad - Alzo sus manos para mover el cabello que se le había pegado en el cuello, en los hombros y en el rostro - Soy puta porque quiero y puedo, no soy puta porque necesite comer, por eso el antifaz - Se rió de forma burlona - Aunque puede ser una prenda muy fácil de quitar, o sea no tan difícil descubrir el rostro que hay debajo, me ha funcionado, los clientes no toman mucho en cuenta ese detalle, el de ver por debajo, pues les da morbo el misterio, y de esa forma imaginan con más facilidad a la que se quieren tirar, contigo fue con la peluca, por ejemplo, aunque creo que no funciono - Sonrió satisfecha, poco le importaba aquella mujer, ni la conocía, le agradecía la ola de despecho que había incrustado en el pecho del vampiro, pues de esa forma la habían buscado, y así llegó a enterrarse su miembro.

Eugénie se movió, aunque su cuerpo se sentía cansado, había mucha relajación, estaba convencida de poder levantarse y llegar al burdel, o incluso a su casa sin ayuda; se sentó empujando un poco el cuerpo del vampiro, liberándose de su unión. Después de unos momentos se puso por fin de pie, buscó su ropa, y lentamente, (porque si, le pesaba todo el cuerpo) se comenzó a vestir.

- El sexo es la peor forma de demostrar cualquier cosa que desees hacía la mujer que te tiene despechado - Terminó por vestirse. La copa que se encontraba en la mesilla alado de la cama la tomó, no tardó en llevarla a sus labios y tomarse todo el liquido, sin importar que tan vulgar podría o no verse. Daba igual, ahí era una prostituta, no la joven de sociedad. - Así jamás te perdonará, si al menos quieres que eso haga, así menos tendrá ganas de que se la metas - Le señaló de forma burlona en la zona de su miembro - Aunque es extraño, lo haces bien, no entiendo porque querría no tenerte entre sus piernas - Se acomodó el cabello y fue a la otra mesa para recoger las monedas - En fin, no me importa solo seas tan bruto - Se volteó para verlo; la verdad es que se sentía muy cansada, así que en vez de dirigirse a la puerta para marcharse, se dejó caer en un sillón a su paso.

- No tengo intenciones de marcharme aún ¿Piensa correrme? De ser así tendrá que sacarme arrastrando - Tentó a su suerte.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Jue Feb 20, 2014 8:50 pm

Regularmente, detestaba que las putas a las que se tiraba iniciaran una conversación que él no deseaba. Algunas mujeres eran tan tercas, tan tontas que no entendían que luego de follar y proveerle el tan ansiado orgasmo, debían simplemente tomar sus trapos y largarse por donde habían llegado, sin decir una sola palabra. Los halagos y cumplidos con los que intentaban dejarle claro que él era el hombre que toda mujer soñaba, un verdadero semental, estaban de más, no le interesaban viniendo de una puta a la que se le pagaba por complacerlo.  Un rey como él no tenía porque aguantar su presencia más de lo debido, resultaba impropio, y además, rara vez le apetecía. Jamás se acostaba dos veces con la misma prostituta. Extrañamente, la idea de repetir con Eugénie, esa noche o alguna otra, no le molestaba. Tampoco le incomodaba que decidiera quedarse. Ella era especial, lo había sospechado desde el primer momento en que la había visto entrar por la puerta, con ese rostro dulce casi infantil pero expresiones faciales por demás provocadoras. Era como ver a una niña jugando a ser mujer, sólo que ella ya era toda una mujer, de eso no había duda. Le gustaba su personalidad retadora que iba en contra de la mujer actual de la época, que eran las típicas mojigatas que se cubrían el cuerpo de pies a cabeza con montones de enaguas y jamás decían nada impropio, que se mordían la lengua, aunque por dentro estuvieran muriéndose por gritarlo. Eugénie formaba parte del pequeño grupo de mujeres a las que las demás llamaban casquivanas y que resultaban indeseables para la sociedad, pero que, sin duda, eran las favoritas del monarca. De algún modo, Eugénie le recordaba a las mujeres vikingas con las que había convivido en su época como humano, que eran libres, tan libres que podían decidir entre quedarse en casa y dedicarse a su familia y a su hombre, o acompañarles en las batallas como unas guerreras; mujeres que sabían defenderse por sí solas y que se permitían disfrutar de su sexualidad sin tapujos o creencias estúpidas.

¿Por qué correría a la puta que acaba de provocarme un orgasmo? —preguntó mientras abandonaba la alfombra y se ponía de pie. Ahora, más que nunca, estaba seguro de que para nada la ofendía llamándola de ese modo, probablemente hasta le enorgullecía—. Puede que no hayas logrado hacerme olvidar a la mujer que es culpable de mis desgracias, pero me has dado uno de los mejores polvos, y eso, querida, eso merece un poco de mi gratitud. Quédate si eso quieres. Esta no es mi casa ni la tuya pero haremos en ella lo que nos venga en gana. Siéntate, bebe, duerme, haz lo que te plazca.

Dragos se acercó a la cristalera de la habitación, que dejaba ver unas bellísimas vistas de París, corrió la gruesa cortina de terciopelo, que durante el día servía para proteger la residencia de los molestos y mortales rayos de sol, y alzó la mirada al cielo. Seguía desnudo y no mostraba la mínima intención de remediarlo, creía que ya le había dejado bastante claro a la puta que el pudor no era algo que lo caracterizara. Para él, mostrar su trabajado cuerpo y lo bien dotado que estaba parecía ser cosa de todos los días, algo completamente natural, además, estaba mucho más interesado en descubrir a dónde había ido Amanda y por qué razón todavía no había vuelto. Su ausencia echaba abajo todos sus planes para esa noche, el verdadero por qué de que Eugénie se encontrara allí. Con un movimiento busco volvió a cerrar la cortina y giró sobre sus propios talones para observar nuevamente a Eugénie, que se encontraba tumbada en un sofá. Se acercó y se sentó justo en frente de ella con toda la intención de iniciar una conversación… o algo parecido a una.

Déjame ver si entendí: naciste y creciste en cuna de oro, aprendiendo los mejores modales, recibiendo toda clase de instrucciones para convertirte en una dama de sociedad, en la esposa perfecta, pero un buen día descubriste lo delicioso que es follar y decidiste convertirte en una puta —comentó divertido y su boca esbozó una sonrisa—. Vaya, eso sí que es nuevo. Había escuchado toda clase de historias pero ninguna como la tuya —aseguró y se llevó una mano a la barbilla para analizar mejor la situación.

Si no lo haces por necesidad, entonces debes ser una adicta al sexo, una mujer insaciable. Tu lujuria no debe tener límites —y algo le decía que no se equivocaba, bastaba ver cómo lo miraba. Sus ojos, sus labios, contenían algo sumamente sexual, y era prácticamente imposible que aquel que los mirara no se sintiera tentado a pecar en sus brazos—. No te culpo, el sexo es algo muy placentero —le dio la razón.

Hablar de sexo irremediablemente lo llevaba a recordar a Amanda, no porque ella significara solamente eso, un intercambio de fluidos, sino porque todo se la recordaba. No podía sacársela de la cabeza.  

Su nombre es Amanda y es de mi especie —¿De verdad iba a hablar de ese tema con una puta, una completa desconocida? O en verdad la consideraba especial, o el vampiro estaba tocando fondo—. Es la mujer más hermosa y apetecible que puedas llegar a imaginar; solía ser muy complaciente, apasionada, pero ahora se ha convertido en una maldita arpía. Me odia porque intenté asesinarla junto a su amante —cuando Dragos mencionó eso, se encogió de hombros, como si lo que acababa de decir fuera una pequeñez, algo insignificante a lo que Amanda estaba dando importancia de más—. Esta es su casa, su habitación, su cama. Si estás aquí es porque pretendía que nos encontrara.

Y conforme hablaba del tema, más se convencía de que, en efecto, era probable de que Amanda nunca lo perdonara.


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Mensaje por Eugénie Florit Miér Mar 12, 2014 2:41 pm

Ni siquiera los inmortales estaban exentos de los efectos del amor. ¿Amor? Si, ese sentimiento que termina logrando que cometas demasiadas locuras, que incluso te ciegues y que algunos hábitos se transformen. Dragos era el claro ejemplo de una criatura dominante, un ser que podría tener a cualquier mujer, pero los efectos de una pelirroja le volteaban por completo el mundo. Sin embargo que hablara de un casi asesinato la alejaba de ese sentimiento tan profundo. La obsesión mezclada con la posesión podría ser una definición más acertada de lo que ocurría con Dragos. ¿Alguien se lo había dicho o él se lo habría planteado? Quizás, pero el permanecer aún buscando provocar algo en aquella vampiresa dejaba en claro que no le importaba nada. La cortesana no era buena analizando esas situaciones, por eso era una prostituta, por su trabajo en la cama. Si de algo servía escuchar y opinar, lo haría, al cabo ya le habían pagado por la noche.

En resumen eso es — Se encogió de hombros con lentitud. Su cuerpo apenas estaba cubierto por una fina bata de dormir. A la cortesana también le gustaba su desnudez, no le molestaba, de hecho odiaba tener un corsé encima, por eso las prendas ligeras que se mandaba a hacer para el burdel eran sus favoritas. — Tengo una adicción extraña por el sexo, es como una enfermedad, aunque no se sabe con claridad, a duras penas conozco algunos escritos al respecto, ya sabes, nos prohíben a las mujeres tomar textos de ciencias porque es demasiado — Resopló de forma burlona. — Descubrí que al tener periodos largos sin relaciones sexuales se proyecta, se ve en mi cuerpo, incluso parece que me enfermo ¿no es gracioso? En realidad no me molesta, busco la manera de volver al burdel sin que lo noten, la noche ayuda a que el antifaz — Lo movió ligeramente hacía abajo — No mostrar más de mi rostro, aunque es un poco tonto, de igual forma ellos desean ver y sentir el cuerpo, no un rostro, por eso no me descubren, a menos que sean muy observadores — Y es que un antifaz era una forma de esconderse muy absurda, pero una prueba latente que a los amantes lo que menos les importa es descubrir o poner en evidencia a quien les daba más que placer: seguridad. ¿Un obsesivo podría entender lo que ella padecía? Probablemente, ella estaba obsesionaba también, aunque a diferencia de él, por el sexo. Eugénie tenía puntos en común con él rey.

Conocer el nombre de la mujer del retrato le arrancó la sonrisa más amplia que desde hace tiempo no hacía. ¿Para que mentir? Amanda era hermosa, con esa melena que caía en forma de hondas, con esos esa mirada de fiera, todo en la mujer destilaba sensualidad, erotismo, sexo, tentación. La cortesana que se declaraba firmemente heterosexual estaba segura que caería ante esas redes si le provocaban. Miraría también aquel retrato buscando alguna imperfección en el físico, pero se dio cuenta que aquello sería imposible de encontrar. ¿Eso era lo que le atraía al rey? No, debía existir más que sólo un físico o una historia dramática. ¿Amor? Preguntarse aquello de nueva cuenta nublaba sus pensamientos, el no tener un concepto correcto la mostró ceñuda, casi de malas.

He intentado cuestionarme ¿por qué intentaste asesinarla? ¿Por su amante? — Se cruzó de brazos. — ¿Qué te hace creer que una mujer después de que intentaron asesinarla volvería a tus brazos? Lo siento, bueno, no, no lo siento, pero es lo más estúpido que he escuchado — Movió el rostro con parsimonia, sus manos también para estirar la fina tela de su bata. Eugénie observaba de forma analítica al rey, ¿qué tanto tenía escondido? ¿Escondía algo? Por extraño que pareciera no creía a la criatura de la noche alguien que ocultara cosas. Nada tenía que perder, no le era necesario rendirle cuentas a una criatura suprema, él iba por encima de los demás. — No creo que ella sea de las mujeres que se tranquilizan o perdonan con flores, joyas o arte, quizás si te dobles un poco… Sólo quizás… — Le miró de reojo para intentar descifrar la reacción del vampiro, seguramente él preferiría perder la hombría a ponerse de rodillas frente a una mujer. — Darle el control, que ella te diga que es lo que necesita, que es lo que quiere, supongo eso sería un paso importante, eres muy impulsivo, quieres tener siempre la razón, y hacer a tu antojo, probablemente eso los frena, no lo sé — Se puso de pie, su garganta la estaba molestando, mucha saliva dada y poco agua que tomar. Se acercó a la pequeña mesa y se sirvió algo de alcohol, aquello le daría un poco más de energía para seguir despierta. Genie había gastado energía demás aquella noche, seguía siendo una humana para su mala suerte.

Se bebió de un trago el licor que se había servido. Sirvió otro poco en otra copa sólo para alcanzársela al vampiro. ¿Les gustaría el licor o sólo lo tomarían para pasar desapercibidos? Quizás más tarde le preguntaría para saciar su duda, por lo pronto que se lo bebiera o que lo dejara, daba igual; la cortesana se sentó a un lado de un anfitrión, le miró a los ojos y le dedicó una sonrisa sincera, se sentía cómoda para ser su primera vez teniendo una platica tan profunda con un cliente.

Si sigues intentando es porque tienes alguna esperanza, porque algo te dice que no todo se encuentra perdido ¿No es así? — Se dio cuenta que ella estaba en esa situación, el saber que todo se podía porque había algo de por medio. El corazón, el cuerpo, el deseo mezclado, todo ese conjunto cuando tiene señales te permite continuar. ¿El vampiro era un romántico sentimental? Quizás, no importaba como fuera sino la manera en que la recuperaría a ella.


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Mensaje por Dragos Vilhjálmur Dom Abr 27, 2014 1:51 am

Eugénie era una puta, sí, pero jamás había conocido a una mujer tan auténtica como ella. Él sabía que probamente el dinero que le había pagado por sus favores sexuales era lo que verdaderamente la motivaba a ser atenta con él, pero aun así, independientemente de que todo se tratara de un negocio, ella era amable y no tenía por qué serlo. Al rey empezaba a gustarle; la enfermedad de la que ella le habló sólo la hacía más interesante.

Estiró la mano y aceptó el trago que ella le ofrecía. Lo bebió a pesar de que no le satisfacía en ningún sentido el ingerir el alcohol de los humanos, lo hizo sin hacer un solo gesto.

Así que la cortesana nunca ha hecho nada estúpido por amor —le dijo ladeando el rostro para estudiarla un momento. Si se atrevía a juzgarlo, él haría lo mismo—. Entonces probablemente la cortesana jamás se ha enamorado. A la cortesana sólo le gusta follar y que la follen —la sonrisa en sus labios se ensanchó hasta dejar los colmillos al descubierto, algo que ya no parecía sorprender a la prostituta, no después de haberlos tenido dentro de su carne, succionando parte de su sangre; no después de haber probado a qué sabía la sangre de un vampiro.

Te parecerá curioso que alguien como yo hable de un sentimiento como ese. A mí también me lo parece —dijo, meditando sus propias palabras. Calló por un momento, cavilando al respecto.

Su mente se remontó casi cuatrocientos años atrás; recordó la vestimenta que en ese entonces utilizaba, casi pudo oler de nuevo el nauseabundo pero excitante hedor de la muerte y la carne putrefacta de los miles de soldados caídos en batalla, y su espada, la hermosa arma con la que había dado muerte a muchos hombres y mujeres, misma que aún conservaba en su castillo, colgada en una de sus paredes, como el más grande de sus tesoros.

Hace muchos años yo era un bárbaro cuya vida se basaba únicamente en asesinar —dejó la copa sobre la mesita y contempló sus manos, las manos que muchas veces estuvieron cubiertas de sangre. No se arrepentía de nada, pero tampoco se sentía orgulloso, quizá se debía a que ya habían pasado suficientes años como para considerar todo aquello como un simple recuerdo—. Yo no tenía tiempo para cosas como el amor, y tampoco me interesaba. Si estaba con una mujer, era solamente para follar, descargar la tensión acumulada en el cuerpo, y poder mantener la cabeza despejada y alerta para las nuevas batallas. Supongo que aún conservo algo de eso. Amanda siempre dijo que era un salvaje —sonrió al recordar ese momento—. Pero siempre la amé, y el amor es algo complicado. Me llené de rabia cuando la vi con ese tipo, y la rabia para mí es como el sexo para ti, difícil de controlar, una enfermedad —no lo decía intentando justificarse, era cierto, era algo patológico.

Amor… —repitió para sí mismo sin comprender del todo el significado de tal sentimiento—. ¿Amor? —Se preguntó arrugando el ceño—. No, lo que me une a Amanda no es sólo eso, es algo todavía más fuerte; es pasión, es desenfreno, es lujuria, pero también es odio y rencor. Deseamos poseernos y al mismo tiempo asesinarnos —fue consciente de lo enfermizo que eso sonaba—. Ella es la única con la que soy capaz de satisfacer todas mis necesidades, y no hablo solamente de las físicas. Ella es mi vicio, una maldita obsesión —admitió, pero en su voz no hubo rastro de pesar o de rabia, sólo de impotencia y de asombro, porque nunca antes había admitido abiertamente la realidad de las cosas. Definitivamente algo de especial debía tener la puta de Eugénie.

El vampiro se puso de pie y en esta ocasión fue él quien rellenó las dos copas vacías. Le ofreció una a la cortesana y acercó la suya para poder llevar a cabo un inesperado brindis.

Un vampiro como yo no alberga esperanzas, querida, eso es demasiado humano. Un vampiro tiene la certeza de que así será. Amanda volverá a mí y lo hará por decisión propia, sin tener que obligarla. Tengo un plan… —hizo sus copas chocar y luego bebió, seguro de lo que decía. Sus ojos azules brillaban llenos de malicia—. Pero mientras ese momento llega… —le quitó la copa de las manos y la tomó de la mano para llevarla hasta el borde de la cama—, tú y yo aprovecharemos el hoy… —colocó su mano sobre sus pechos y acarició los pezones a través de la fila tela de la prenda que llevaba puesta, la cual deslizó por su cuerpo hasta despojarla de ella y dejarla nuevamente desnuda—. Creo que ya has tenido suficiente tiempo para descansar, y yo aún no he tenido suficiente de ti. Supongo que una adicta al sexo como tú no va a oponerse —sin dejar de mirarla a los ojos, la empujó suavemente hasta lograr que se recostara sobre la cama y luego se colocó encima de ella. Abrió sus piernas e hizo que sus pelvis chocaran.

Esa noche la folló nuevamente, no una ni dos veces, todas las que las que le fueron necesarias. Ambos tenían vacíos que llenar, necesidades que satisfacer, y qué mejor que hacerlo a través de algo tan delicioso como lo era el sexo.


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