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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Levana Maréchal Mar Feb 03, 2015 11:17 pm

"Debes de salir de la casa, necesitas aire fresco, y si uno de esos dos vuelve, vas a amanecer muerta" —Dentro de todas las voces que tenía en su cabeza, una de ella podría ser considerada su amiga. Ella siempre le aconsejaba, le ayudaba, la mantenía con vida. O al menos eso era lo que ella creía.

No, no, si salgo puedo estar más expuesta. Me pueden encontrar los cuervos, y también ese que me tocó — Se contestó mirando al espejo. De esa forma no sentía que estuviera tan loca, hablar al espejo podría ser una señal de demencia para cualquiera, pero para la bruja se trataba de poder estar tranquila sabiendo que la menos veía con quien hablaba. La voz en su cabeza no salía por sus labios, se quedó, en su mente, no tenía realidad, sólo estaba ahí ¿por qué? No se tenía explicación simplemente era así.

"Si, Levana, necesitas salir, hacer algo de tu vida" — Aclaró la voz, ¿qué se suponía iba a hacer? Ellas siempre la acompañaban, no la dejaban en paz, empezando con eso, no se podía tener vida.

Después de un rato de mucha insistencia. La voz de su cabeza se mantuvo callada, y ninguna otra llegó a molestar. Se mantuvo observando en el espejo. Su piel era tan pálida como la nieve que caía en sus tierras, e incluso que llegaba a caer en París; tenía ojeras más grandes que cuando se encontró en el sanatorio mental, y es que ni siquiera en su propia casa podía dormir, se levantaba constantemente. Si le sumaba el hecho de que comía como un pequeño pájaro, la cosa iba empeorando. Levana tenía un mal presentimiento. El peor, así que en vez de seguir estancada en casa, decidió que era momento de salir, que debía hacer caso a esa voz que tanto le insistía. Era su única aliada, seguramente no buscaba su mal.

No se puso abrigo aunque hacía frío. De hecho iba con ropas muy ligeras, cómo esas que utilizaban las sirvientas, parecía una pordiosera, incluso los gitanos parecían más ricos que ella, sin embargo si iba aseada, adoraba la limpieza, después de la violación la hacía sentir menos sucia cada que el agua cristalina tocaba su cuerpo. Así fue que salió a explotar el mundo, o quizás los bosques nada más, los animales y las criaturas de la noche le daban menos miedo que los humanos, ya que esos últimos resultaban ser muy crueles, demasiado críticos, y ella con su auto critica tenía y le sobraba.

Vagó, caminó, y se sentó cuando ya se sintió cansada de caminar entre tanta superficie poco estable. Le recordaba a su interior, con subidas y bajadas, con zonas rotas y oscuros hoyos. Que triste su vida, pero ya no se lamentaba, al menos no cómo antes. Cerró los ojos con fuerza y se recargó en el tronco del árbol, quizás así dormiría un poco, pero no, el efluvio desconocido la hizo reaccionar. Sus instintos de supervivencia le habían dado la ventaja de desarrollar su olfato, gusto, tacto, entre otras cosas. ¿Alguien se aproximaba? ¿Quién sería. Si se trataba de alguien peligroso, ella lo sería el doble.

¿Y tú quién eres? — Preguntó con el semblante torcido. Se levantó de un brinco, su posición de ese momento marcaba en claro que se encontraba en posición defensiva. Su vida siempre se encontraba de esa manera. — ¿Qué haces aquí? — Lo cierto es que Levana no era ni el diez por ciento de lo fuerte que se mostraba, era débil, se encontraba rota, pero el sobrevivir sumado al sufrir en ocasiones la convertían en alguien peligroso.


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Mensaje por Éline Rimbaud Sáb Feb 14, 2015 10:13 am

Cada paso era un cristal. Tembloroso. Rutilante. Andaba con tanta ligereza que parecía no ser real. ¡Una ninfa entre el bosque! El espíritu de una persona que hacía tiempo que ya no estaba allí. Se la habían tragado. Estaba en el fondo, fondo, fondo del estómago de una víbora. ¿Cuánto más tendría que caminar para encontrar el caparazón de la que era?

Le gustaba el bosque. Le gustaba su palidez resaltando entre la maleza. Pero no le gustaba el blanco. El blanco siempre terminaba manchado de rojo. Sangre. La sangre de su vientre. La sangre de sus ojos. La sangre de sus uñas. La sangre de las muñecas. Y de los tobillos. Y de los muslos y las rodillas. Siempre había sangre en casa de la víbora. Menos cuando salía al bosque.

Pero el bosque también podía ser cruel. Oh, sí.
-¿A que sí, Señor Maspero?.
El bosque mató al ciervo. El bosque mató al águila. El bosque mató al zorro.
"El bosque mata, Éline. Pero más lo hacen los humanos y los no-humanos".

Los no-hombres. Ella también era una no-humana. Porque ya se lo habían dicho muchas veces. Que daba asco. Daba asco porque la habían rasgado. Ya no era bonita. Ni limpia. Por eso, que se fuera con las alimañas. Y que se las comiera.

Y eso hacía ella. Irse con las alimañas.
-Pero hay alimañas bonitas, Señor Maspero. El cisne es bonito. El zorro también.
¡El zorro! Era su preferido. Porque era rojo, como ella. Como la sangre de su vientre, de sus ojos, de sus uñas y de sus muñecas.
"Las hay, Éline. Claro que las hay".

Iba Éline discutiendo con su inseparable ruiseñor que de qué cielo salía la música cuando escuchó, vio y reconoció a alguien. Se encorvó entre los arbustos. Olió.

Y allí estaba ella; su Fuerza Indómita.

-Shhh. Tranquila, mi Fuerza. ¿Acaso ya no me reconoces? ¿Los Cuervos te sacaron los ojos? No. Yo te los veo. Te brillan -sonrió. Sonrió. Sonrió y sonrió. Pasos de cristal la guiaron hasta su antigua, antigua amiga.




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Mensaje por Levana Maréchal Dom Mar 01, 2015 6:33 pm

Todo da vueltas la mayor parte del tiempo en su interior. Hay frío y calor. Hay oscuridad y luz. Aunque casi todo es más negro. No puede comprender porque ocurre aquello, así que se ha rendido, se ha dejado vencer y aprende a caminar a ciegas. Se siente triste, demasiado rota. Muchas cosas ocurren a su alrededor, aunque menos que dentro de ella ¿Por qué será? Ya no confía en nadie, ni siquiera en su sombra, porque la misma desaparece cuando no existe la proyección necesaria. Que gran soledad. Siempre supo que iba a morir sola, sin embargo ahora se encuentra más que mal por ello. Quizás pronto va a morir. Seguro es eso, sino ¿por qué razón tendría tanto miedo de algo que le genera monotonía y costumbre? Esta loca, de eso no hay duda.

Levanta ha olvidado algunos lapsos de su vida, incluso algunos rostros. Muchos de ellos van acompañados de desgracias, sin embargo, ninguno de felicidad. Probablemente sea el hecho de jamás haber tenido muchos rastros de esperanza referente a ese tema. ¡Nadie lo sabía! Sólo ella, pero recuerda esos destellos de luz que le recuerdan que puede avanzar. ¿Reconocer es lo mismo que ilusionar? Quizás si para ella, y por eso no quiere aceptar que conoce aquellos cabellos rojizos que la miran con alegría. ¿Por qué sonríe? ¿Se hicieron bien en el pasado? La bruja cuestionó si ella podía ser buena o no para alguien. Ni siquiera Callum aprendió. ¡No debe de perder las esperanzas!

No hay cuervos vivos, no al menos de ese lugar, Éline — Su nombre fue claro. Su corazón palpitó con fuerza, su respiración se aceleró. — ¡Pero me acuerdo de ti! ¡Eres tú! Por ti salí, me diste fuerza ¡Mi querida, amiga! — No podía mentir, todo en ella había sentido una gran descarga de emoción. La esperanza crecía, después de todo, no necesitaba a Callum, no estaría sola, no moriría aún. ¿Y si la pelirroja se iba y la dejaba? Entonces sabría que se volverían a ver, y los motivos de seguir adelante aparecían. Una pequeña lista de una razón valía más la pena que mil palabras negativas. ¡Mucha emoción! Tanto que hasta tembló pero la terminó abrazando.

¿Dónde te has metido? Creí que no te volvería a ver — La apretujó con fuerza buscando así auto convencerse de que era real, no una mentira, mucho menos una mala jugarreta de su imaginación. — Estuve oculta que la mirada de cuervos, mi casa es el mejor resguardo, el mejor lugar, nadie entra, ni siquiera la luz natural — Y era cierto nadie sabía de ese paradero ¡Bendito sean los conjuros protectores! Bendita ella con sus paranoias y sus habilidades.

¿A dónde vas? ¿Te quedarás conmigo? ¿Qué te ha pasado? — La soltó, la observó, y se preocupó.


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Mensaje por Éline Rimbaud Sáb Mar 14, 2015 9:49 am

El abrazo. Un abrazo. Ese abrazo, tan cercano, tan profundo, tan sincero. ¿Qué era? No reconocía sentimientos. No todos, al menos. La ira sí la reconocía. Mas ni la pena, ni la felicidad. Era como un cosquilleo en el estómago. Ese estómago podrido que tienes, sonó la voz de la Víbora. Pero eso no podía ser malo, ¿cierto? Se quedó paralizada un momento. Ah. Eso era bueno, sí. Porque no le dolía. Si fuese malo, le hubiese hecho vomitar, como cuando le tocaban los colmillos venenosos.


Era bueno.

-Así es, Fuerza -le rozó la mejilla con sus dedos magullados. Fuerza Indómita la llamaba Éline. Ella no sabía qué era una Éline, mas nunca le dijo nada. Porque le sonaba bonito. Era el nombre de una alimaña bonita, aunque débil- ¡Ojalá yo pudiera vivir en un sitio así! Solo cierras los ojos -los cerró- y ya ni se puede respirar.

No era su caso. Encerrada en los pasadizos de la Víbora, solo podía salir cuando ella no miraba con sus ojos rasgados y amarillos. Había hecho su propio laberinto. Como el de Creta. Un laberinto imposible, que sólo ella y el señor Maspero conocían.

La voz y el rostro de la Fuerza Indómita se tornó serio. La demente siguió la mirada de su amiga. Se vislumbró los brazos. Corta. Corta. Corta. Solo eres carne que se va a corromper, esquizofrénica de mierda. Otra vez. La voz de la serpiente.
-Ah. Esto. No pasa nada. Es solo sangre. La sangre de mi vientre, la de mis ojos, la de mis uñas y las de mis muñecas. -se encogió de hombros- La sangre ya no me da miedo. Ojalá la perdiera toda, Fuerza Indómita.

Luego su rostro cobró luz otra vez. Se acuclilló, como si fuera a cazar y sonrió con cierta malicia.
-¿Sabes qué? He engañado a la Víbora. Vivo en su madriguera, pero el señor Maspero y yo hemos abierto un laberinto. No nos ha encontrado todavía. A veces salgo, cuando no me echa de menos. ¡Y mira! ¡Te he encontrado a ti!


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Mensaje por Levana Maréchal Sáb Abr 25, 2015 10:07 pm

La sangre siempre le traía malos recuerdos, la sangre siempre le llevaba a ese mal momento. La sangre era su amiga, su aliada, su vitalidad, y al mismo tiempo la peor de sus desgracias. No le teme, pero sabe lo que viene de la mano con el color carmesí. La bruja también ha sufrido, y por ese motivo se siente a la defensiva en ese momento, no por Éline, sino por la razón del porqué ella tiene que tener rojo en el cuerpo. Levanta estaba loca, pero entre su locura saboreaba la realidad, sin embargo no podía decir lo mismo de su amiga, misma que parecía tan cómoda como confundida todo el tiempo. La locura nunca se veía, sin embargo se saboreaba, se gozaba, por eso algunos temían cuando la podían percibir. Quiso limpiarla, bañarla, y darle nueva ropa, pero no quiso ser imprudente, así que sólo se limitó a escucharla, y en ocasiones a verla.

La sangre nos quita fuerza, Éline — Su tono de voz era serio, profundo, misterioso y sincero. No puedes andar por ahí mostrando que la sangre no te afecta — Si te vieran de esa manera nuevos cuervos vendrían por ti, y te alejarían de nuevo del señor Máspero ¿Acaso quieres eso? — La bruja ya podía ayudarla, solo era cuestión de utilizar las palabras adecuadas. Élite era sentimental, aunque su locura se lo ocultara, poseía un buen corazón, o al menos eso se decía Levana, aunque bueno, la castaña no era muy buena identificando buena gente, quizás todo se valía con el ojo en que se le mirara.

¿Cómo es la Serpiente? Cuéntame de ese ser, descríbemelo — Su amiga ponía nombres que no iban a criaturas que no iban, aunque muchas veces tenían una relación estrecha, claro que muchas personas normales, o que se esforzaban en serlo no llegaban a verlo. La bruja tomó la mano de su amiga y avanzó, así hasta situarse en un lugar cercano al río, aunque no llevaba mucha agua, la corriente era traicionera, lo mejor sólo sería encontrarse en la orilla. - Ven aquí debo lavar ese color, no me gusta, y no quiero que te lleven, por mientras cuéntame - Volvió a insistir.

Con cuidado Levana tomó las manos de su amiga, de esa forma la guió a la orilla, la hizo sentarse sobre una roca grande y firme, y con cuidado comenzó a dejar caer el agua sobre el cuerpo de la pelirroja, donde la sangre se veía más seca, la joven tuvo que tallar con muchísimas más ganas. Lo que temía era provocarle una enfermedad, pero más tarde se las arreglarían para que pudiera darle remedios, y de esa manera no hacer padecer a su amiga. La bruja ya no deseaba ser una maldición para sus seres cercanos.

¿Por qué te encierras en ese lugar si querías ser libre? — Cuestionó sin detener su labor.


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Mensaje por Éline Rimbaud Sáb Jul 11, 2015 4:54 am

La pelirroja se dejó llevar hasta la orilla del río. Allí se podía respirar el agua que entraba en sus pulmones y le limpiaba las manchas negras. Poco a poco, el aire de agua no le dejaba hueco en ellos. ¿Podría trazar pianos en el cielo cuando respiraba ese aire de agua? "Claro que sí. Todo el mundo sabe que los pianos únicamente pueden dibujarse cuando los pulmones dejan de ser negros". Negros. Negros. Negros.

Se sentó con los pies cruzados sobre la hierba. La hierba le punzaba la carne, pero de manera suave. La hierba era verde. La hierba era como graciosas puntas de hierro que no dolían. El agua cayó sobre su piel clarita y la refrescó. Éline se rió cuando las gotas salpicaron sus mutiladas muñecas. "Plin. Plin. Plin". Eran tan exquisitas, tan brillantes. Debían ser creación de Dios. ¿Se sentiría Él molesto porque estuvieran lavando a una detestable manchada con Sus cristales perfectos? "A Dios no le importas una mierda, cielo". En el agua también vivían los Leviatanes. Si se metía dentro del río, hasta el fondo, el mismísimo fondo oscuro del agua, de la Tierra, ¿encontraría por fin a las bestias para que se la comiesen?

-La Víbora es hermosa por fuera. Si le toco la piel, ésta es de nieve. Sus cabellos son rubios y rizados, como los de los Querubines. -echó la cabeza hacia un lado y sus ojos azules se perdieron un momento en los recuerdos- Pero es cruel. No puede ser hijo de Dios, Fuerza. Ha de ser una creación de los infiernos. Cuando está enfadado, sus órbitas se le salen de la cabeza y se vuelven carmesíes. De la boca le asoman dos colmillos venenosos con los que me hace las heridas. Tengo su ponzoña aquí dentro. -se señaló el pecho.

Y le robó su nombre. Eso no se lo dijo a Fuerza, pero la Víbora fue la que le robó su nombre, mucho tiempo atrás. Él decía que tenía derecho, porque para eso había sido su creación. ¡Hijo de puta! ¡Su nombre, que era lo más maravilloso que había tenido nunca! Si tuviera la fuerza suficiente, si fuera una Mantícora, o una Gárgola, o un monstruo de las entrañas de los volcanes, lo mataría. Le arrancaría la cabeza y devoraría sus tripas.

-Ojalá pudiese matarlo, Fuerza. -se miró sus manos delgaduchas, finas, llenas de venas- Si tuviera la energía de cuarenta hombres partiría a la Víbora en trozos y me los comería. -apretó los dientes- En cada línea de su piel de muerto le haría una cicatriz, para que se acordase de mí por siempre.

Mas la demente no tenía ese poder. Había intentado fusilar a la Víbora en muchas ocasiones, y de muchas maneras, sin embargo, no podía. No era únicamente algo físico. La Víbora era ella. Sí, Éline era Éline porque la Víbora así lo había querido. La Víbora su inventor, el que la había imaginado tal y como era ahora; loca y esquizofrénica. Había en Éline cierta dependencia enfermiza por aquel que le producía aflicción. La siguiente pregunta de su amiga podría ser contestada con esto mismo, no obstante, era algo demasiado complicado y ni siquiera Éline sabría explicar el por qué. ¿Estaban unidos, atados por una cuerda de oro imposible de romper? Él había estado dentro de ella tantas veces que, sin duda, parte de su espíritu marchito -porque alma la Víbora no podía tener- se había colado en sus entrañas.

-Ah, Fuerza. Yo no quiero encerrarme, pero siempre acabo volviendo. -se encogió de hombros y se limpió un diamante que se le resbalaba por la mejilla.


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Mensaje por Levana Maréchal Jue Ago 27, 2015 1:50 pm

Levanta nunca fue una joven cuidadosa. La vida misma le enseñó que la torpeza la alejaría de quienes no debían estar a su alrededor. Los seres humanos rechazaban a los no tan hábiles, y es que la sociedad se marchitaba tanto, como el interior de un loco; al final del día no hay mucho que resolver, todo es un tormento, el interior sólo ve triunfar al ganador, y de esa manera, el que gana también observa como los demás caen en pedazos para ser como él. Así ocurría con la vida, con las personas, con la moralidad.

Con Éline la cosa era distinta. La castaña siempre mostraba extremos cuidados hacía la muchacha. En cierta medida se reflejaba en ella. Las dos dementes, las dos maltrechas, las dos confundidas de la realidad. De algo estaba segura Levana, sus pensamientos llegaban a ser más claros que los ajenos, y de era eso lo que le impulsaba a buscar los medios para protegerla. Siguió limpiando aquellas heridas, y se percató que de no haberlo hecho, las próximas horas la llevarían a la muerte. La simple idea le revolvió el estómago. Vio tantos seres morir, de muchos tipos, con problemas varios, o incluso sin ninguno. Nadie, absolutamente ninguno le había causado un mínimo de dolor, pero sólo imaginar perderla a ella… ¡No lo iba a permitir! Tendría que protegerla de otras maneras. Quizá hasta vigilarla.

Por un momento la idea de encerrarla le pasó por la cabeza, pero Levana sabía lo horrible que se sentía no poder andar a gusto. La libertad resultaba inquietante. Todos los seres humanos la deseaban, pero muy pocos llegaban a obtenerla, y es que cuando no se tiene consciencia, o la medición a tal privilegio, se pueden llegar a cometer infinidad de locuras. No podría privarle a una mujer como la pelirroja, el miedo no llegaba a ayudar. Encerrar a una persona querida en vez de apoyarla, ese sería el acto más egoísta, y enfermizo que pudiera existir. ¡Libertad! La prueba más grande de una amor profundo, comprometido y verdadero. ¿Ella amaría de esa manera?

Quizás ese encierro también alimenta nuestra alma perturbada. Tal vez en ocasiones necesitados que amarren nuestras alas, de esa manera se valora lo que tenemos ¿No lo crees? Mis alas tienen tantas heridas que quizás no me dejen volver a volar, pero todo lo bien aprendido vuelve a aparecer. Yo quiero volar de la mano de alguien que comprenda mis pensamientos, y mis sentimientos. ¿Crees que pueda ocurrir? — Y es que el encierro los llevaría a encontrar también eso. Tal vez las serpientes no pueden volar porque necesitan de alguien que tenga alas. Alguien como ellas dos.

¿Nunca has pensando en buscar otro camino? — Hizo un puchero. En todo aquel tiempo Levana no había dejado de tallar el cuerpo ajeno, aunque en ocasiones tomaba pausas porque sus manos se cansaban. — Dicen que los cambios nos ayudan — Hizo una mueca buscando la mirada ajena — Yo busqué otro camino, me costó mucho trabajo, pero aprendí a llegar a un lugar distinto, lleno de cuidados, y amor. Porque existen seres como nosotras dispuestos a ya no sufrir más, dispuestos a amar de la manera en que quieren ser amados ¿Me comprendes? — Se colocó una mano a la altura de su corazón, y sin pensarlo se sentó a su lado.

Quizás las serpientes no son tan malas, quizás su veneno nos puede relajar y hacernos ver la vida de otra manera ¿No lo crees? — Hizo una mueca — Creo que a veces sufrimos más de la cuenta, y eso provoca que no disfrutemos la vida que nos toca ¡No lo sé! — Cada que estaban juntas, más de una pregunta se alojaba en el interior de la joven. Y esos mismos cuestionamientos al final del día la hacían prevalecer.


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Mensaje por Éline Rimbaud Dom Ago 30, 2015 10:08 am

El desgarro del cielo, el grito de un animal herido, los escorpiones de la tierra y el siseo de los hombres abandonados; sonidos que llegaban a la mente de Éline con una claridad tan apabullante como insoportable. ¡Ojalá se los pudiera arrancar a todos del pecho! ¡No! ¡Ojalá se pudiera arrancar el pecho, el corazón! Dejaría de latir y el desgarro del cielo, el grito de un animal herido, los escorpiones de la tierra y el siseo de los hombres abandonados perecerían para siempre. Y ella estaría en paz.

"¿En paz? Si eres la furcia del diablo. A la que rompió por dentro, a la que manosea por fuera. Tú nunca tendrás paz". Otra vez. Esos sonidos, todos unidos, formaban la única voz endiablada de su inventora, la Víbora del Edén debía ser. ¿Cómo había podido ser tan estúpida? ¡Estúpida, estúpida, estúpida! Agarró la mano sanadora de Fuerza y la retiró con cuidado pero con decisión. No, ella no quería que le limpiase las heridas. Las heridas eran suyas. Si le quitaban eso, ¿qué más le quedaba?

-Déjalo, Fuerza. Deja las heridas ahí en la piel. Son mías y las quiero. -tal cambio de decisión era la firme posición que Éline creía. A veces, a la demente no se le podían discutir las cosas más simples porque para ella lo eran todavía más.

Buscar otro camino. Inclinó la cabeza hacia un lado mientras su amiga hablaba de ese otro camino, pero entendía las palabras a medias. ¿Ella, caminar hacia el Norte? En el Norte únicamente había frío y nieve. Una nieve blanca, ¡blanquísima! Y ese color Éline no se lo merecía. Tampoco le gustaba. Es más, ¡lo odiaba! Sí, odiaba el blanco por ser tan blanco y tan puro y tan magnífico. Ella antes había sido blanca también.

-No hay otro camino para alguien que era brillante y ahora no. Da igual hacia donde corra; Norte, Sur, Este u Oeste. Quizá escaparía de la serpiente, pero siempre la llevaré dentro. Además, Tragedia siempre me encuentra, ¿sabes? La he visto muchas veces. En las esquinas, mientras yo camino, ella me observa. Y me pone la zancadilla, ¡la muy perra! Hace que me caiga y me arañe las rodillas. -Tragedia, sí. El eterno traspié de la demente- Ella es muy guapa, Fuerza. Como la Víbora. Empiezo a pensar que la belleza sólo trae cosas malas. -sumergió su mano en el agua del río e hizo ondas con ella. Círculos perfectos se trazaban en el cristalino líquido.

Sí. Cada vez tenía más seguro que la belleza era horrible. Y para comprobarlo ahí tenía al Lobo. El Lobo era aterrador, fiero y terrorífico. Con garras y dientes y pelo y, sin embargo, había sido él quien le había devuelto su nombre.
-Aléjate de la belleza, Fuerza. Es un consejo que te doy. -y se golpeó el pecho, haciendo su extraño juramento.


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Mensaje por Levana Maréchal Dom Sep 27, 2015 9:36 pm

Levana se sentía confundida, más que otras veces en su corta vida. Notaba como Éline parecía sufrir, como en ocasiones parecía querer salir de ese dolor, y poder salvarse, pero también veía, o al menos creía, que su amiga deseaba, y disfrutaba encontrarse en ese estado. ¿Qué era la locura entonces? ¿De dónde provenía? ¿Hacía donde iba? ¿Era real o una gran mentira? Las preguntas le rondaban, y mientras más aparecían, más confundida se sentía. ¿Lo veían? ¿Lo notaban? ¿Era una elección o una realidad? De ser una elección entonces quizás inconscientemente estaban confundidas, y sólo jugaban a hacerse las locas. ¡Pero no! No podían jugar a eso, porque ella no deseaba escuchar las voces, y su amiga tampoco tener alucinaciones ¿verdad?

Cerró los ojos unos momentos, se mordió algunos de sus dedos, siempre que hacía eso, era porque se encontraba nerviosa, confundida, y no sabía que hacer, ni que decir. Una situación lamentable. Por vez primera deseó que sus voces le dieran instrucciones, porque aunque descabelladas, siempre la ayudaban a salir airosa de cualquier situación que llegara a vivir. No le gustaba sentirse confundida, tampoco tan ansiosa, tenía ganas de llorar, y anheló ser común como cualquiera, sin problemas en su mente, y con la cura para su amiga. Quizás si fuera alguien cuerdo podría ayudar a gente como ella, gente buena en un mundo que no los comprendía, y sólo los rechazaba.

Optó por ponerse a jugar con sus manos y el agua al igual que Éline, jugaba con sus dedos, jugaba con pequeñas hojas que corrían con la corriente del agua, y después de un rato pudo relajarse completamente. Aspiró el aroma de la naturaleza, y disfrutó del sonido vacío, del silencio que no molestaba, ni mucho menos asustaba. Se sintió tan en paz, que aquello le asustó, y es que cada que la paz llegaba a su vida, algo ocurría que terminaba por sufrir grandes desgracias. Le llegaron muchas ganas de llorar, así que con todo y sus manos mojadas se abrazó con fuerza, como reconciliándose con ella misma, con lo que era, y con su locura.

Deberías saber, que nada de este mundo es bello, porque quizás por fuera sea llamativo, pero por dentro sea muy podrido, ya lo sabemos no deberías confiar en nadie — Hizo una mueca clara — Pero tu eres hermosa, y también hay pureza en tu interior, solo que no la ves porque los demás te han hecho creer que no lo eres ¿acaso les crees? son crueles, no deberías creerlas nada, sólo alejarte de ellos. — Una breve pausa bastó para sentirse congelada, su corazón parecía querer endurecerse — Deberías venir conmigo, yo te puedo cuidar, jamás dejaría que te dañaran, confía en mi — Le suplicaba, porque era de las pocas personas que amaba.

En casa podrías tener todo lo que necesites, nunca te faltaría ropa, una cama caliente, y comida, ¿puedes confiar en mi? No escuches a nadie, ni siquiera a la víbora que se encuentra en tu interior, escucharme a mi, sólo a mi podría ser la respuesta, y salir de todo esto que nos hace daño, ven conmigo — Volvió a pedir, y es que Levana tenía miedo de perderla de nuevo, y que esta vez fuera para siempre.


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Mensaje por Éline Rimbaud Miér Oct 21, 2015 4:19 am

Gira, gira, gira la ruleta. Nunca sabrás lo que te va a tocar. ¿Mentiras? ¿Amor? ¿Tragicomedia? ¿O sólo drama? "Llorar hasta el final de tus días. Es lo que te mereces, ¡bruja poseída!". La maldición se había cumplido; Éline lloraba siempre, a todas horas. Pero únicamente por dentro. No podía permitir que nadie la viera más endeble de lo que ya era. Su mente trataba de protegerla, al igual que el señor Maspero, mas fracasaban estrepitosamente en el juego de las realidades paralelas. El mundo de Éline era mucho más cruel y feo que el de verdad.

No había que confiar en nadie, le había dicho su Fuerza. Eso mismo también se lo había repetido el ruiseñor en algunas ocasiones. "¿Te acuerdas de tus zapatillas rojas?"; eran perfectas, maravillosas. Ahora estaban en el fondo del Sena, escondidas de miradas lascivas. Por eso, por eso no había que confiar en la gente. El señor Maspero lo sabía, y, sin embargo.

-Pero yo confío. -había dicho, con la ingenuidad de una niña, o de una loca- Confío en ti. Y en el Lobo.

Lobo blanco, lobo negro. Lobo con garras, y piel, y dientes. Un lobo podría engullir un pájaro en cuestión de segundos, pero los pajarillos tienen alas y los lobos no. Por eso creía Éline que le gustaba al lobo; envidiaba sus alas, al igual que ella envidiaba las fieras zarpas de él.

-No puedo irme contigo, Fuerza. -murmuró en un susurro- Entonces él no sabría cómo encontrarme. Tiene el Lobo el sentido atrofiado y sin mi, se pierde.

Éline observó a su amiga. Sus grandes ojos azules la investigaban con el sexto sentido que era casi perturbador en la pelirroja. Leía, entendía. Su compañera estaba triste, y los ojos se convertían en cataratas. Éline sólo había visto ojos transformados en ríos cuando su madre hablaba de Dios, y por eso siempre pensó que debía ser alguien bellísimo. Pero ya había aprendido a ver con la sangre envenenada y no con los ojos, de la misma manera en la que ahora veía a Fuerza Indómita.

-No llores, Fuerza. No se nos permite llorar por fuera, así que hace tiempo que yo lo hago por dentro. Todo hacia dentro, y así no se ve. Y parece que no existe.-decía mientras acariciaba el hombro de su amiga.




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Mensaje por Levana Maréchal Lun Nov 30, 2015 8:11 pm

Levana ya se había cansado de llorar. Casi todo el tiempo lo hacia, de hecho reconocía que ese era su estado más común, lo cual no le gustaba, la destrozaba por dentro. Se había acostumbrado a dejar salir las lagrimas que se sentía más frágil de lo que comúnmente era. Se confundía la mayor parte del tiempo, y por eso lloraba sin importar nada, porque era lo único que sabía hacer bien, o al menos eso intentaba. Su gran error era que los otros no podían llegar a entender su tormento. Muchas veces ni ella misma lo comprendía, y en su afán por proteger a los demás, quizás se estaba perdiendo de ella misma. Demasiado débil para ser cierto.

Con Éline siempre se sentía fuerte, de hecho la mayor parte del tiempo lo era, pero en situaciones como esas notaba que en realidad sólo sacaba fuerza para probarse a ella misma que no era tan inútil, o tan buena para nada, dio fin a ese momento. Guardó silencio al mismo tiempo que se limpió el rostro. Prestó atención en su mente a las palabras de su amiga. Las repitió un par de veces, y luego se dio cuenta que el tercero de ese momento no era Callum, sino alguien más. Alguien que la puso alerta. ¿De dónde habría sacado la pelirroja a un lobo? Evidentemente no era un animal. Nunca nadie era muy parecido a como les decía.

¿Así se llama? ¿Lobo? — Cuestionó con curiosidad. No se mostraba para nada molesta. Así como ella, Éline tenía derecho a conocer gente, aunque no le dieran muy buena espina. Levana era desconfiada, y con justa razón, ella mejor que nadie sabía la maldad del mundo. Quizás por que esa misma habitaba en su interior — ¿Cómo lo conoces? ¿de dónde lo conoces? Quiero saber — Información valiosa que le podía servir para saber si su amiga estaba o no en peligro — ¿Conoce al señor Maspero? — No recordaba si ese era su nombre, siempre se confundía, lo bueno que su amiga lo comprendía.

Una vez mi madre me contó una historia sobre un lobo, uno que se quería comer a una niña, el tuyo no debe de ser igual ¿verdad? — La miró intentando ocultar el pánico que le ocasionaba pensar en eso.


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