AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
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Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
Los demonios le perseguían día sí y noche también, trepaban por las paredes cuando el crepitante fuego les daba la oportunidad, acunándose entre la densa obscuridad que se cernía en derredor. Mutaban cual quimeras, deformando sus cuerpos a antojo y necesidad, con jiferos para degollar y lebreles con fauces inmensas para no dejar rastro alguno de lo que fue, del hombre que habiendo existido no dejaría rastro alguno sobre la faz de la tierra. Quizás algunos se llegarían preguntar que había sido del demente pintor que solía vivir en el tercer piso de una casa vieja del peor vecindario de París, quizás algunos al voltear notarían la ausencia de su figura en el balcón más su nombre pronto se extinguiría, eso era lo que le aterraba pensar. Abría vivido sin realmente existir y de sus recuerdos nada quedaría ya.
Aquella noche había decidido dejar su vivienda y encerrado en ella aquellos demontres que se ensañaban en perseguirle e intentarle dominar. Seguramente había ofendida a Morfeo en una medida tal que ahora se burlaba de él, impidiéndole conciliar el sueño donde antes encontraba salvación y seguramente se vanagloriaba divertidísimo de su situación. Sin embargo, aquel era un juego que los dos podían hacer, avanzaba en silencio entre las calles del apagado París, cuando el pan no inundaba ya las calles ni el cielo se tañía con el canto de las aves. Si Morfeo le impedía dormir le demostraría que despierto conseguía también evadir aquellos miedos y emociones que no le permitían seguir.
Observaba como las lámparas reflejaban su fulgor bajo el suelo a sus pies, como cuadros luminosos que se desasían en virutas fluorescentes que danzaban suspendidas en el aire y parecían musas si las observaba con detenimiento y algo tanto de locura. Meso sus cabellos de fuego hastiado, lánguido y agotado mientras se perdía en la inmensidad de sus propios pensamientos. Había salido vistiendo unos pantaloncillos negros y zapatos de segunda calidad, en conjunto con una camisa de lino y un abrigo nada ostentoso ni rebuscado. Aquello, no impedía al frío calarle por dentro de la piel, se clavaba en su cuerpo como dagas de invisible empuñadura, hundiéndose una y otra vez.
El primer copo de nieve que toco su rostro se derritió con rapidez, dejando sobre sus labios una humedad ajena y dolorosa. Sus mejillas ahora sonrosadas por el frio que comenzaba a quemar le indicaron que debía buscar un refugio con rapidez si no quería morir de hipotermia o poco más. Su paso lento y constante lo llevo a las puertas del burdel, donde había estado con anterioridad cuando pretendía encontrar a su hermana que, como rastro de migas de pan había vuelto a desaparecer y ahora solo rogaba porque estuviese mejor. Entró, llenando sus pulmones con aire rancio y saturado, invadido del hedor del alcohol, la sevicia y el sudor. No pudo evitar, por tanto, fruncir su ceño y arrugar su nariz.
Avanzó con paso seguro, al contrario que en su primera ocasión. Directo a la barra para pedir algo que apaciguara el frio en su interior, un buen coñac quizás aunque de bebidas no comprendía demasiado a decir verdad. Él encargado no tardo en otorgarle no acordado y fue entonces que reacciono ¿Pagaría aquella bebida con el dinero que pertenecía a sus alimentos? Se resigno, y de a amplios sorbos lo termino con sus orbes melados divagando por la habitación en busca de quien compartía su sangre y dolor.
*No pido gran cosa para contestar, extensión, frecuencia e interés.
Aquella noche había decidido dejar su vivienda y encerrado en ella aquellos demontres que se ensañaban en perseguirle e intentarle dominar. Seguramente había ofendida a Morfeo en una medida tal que ahora se burlaba de él, impidiéndole conciliar el sueño donde antes encontraba salvación y seguramente se vanagloriaba divertidísimo de su situación. Sin embargo, aquel era un juego que los dos podían hacer, avanzaba en silencio entre las calles del apagado París, cuando el pan no inundaba ya las calles ni el cielo se tañía con el canto de las aves. Si Morfeo le impedía dormir le demostraría que despierto conseguía también evadir aquellos miedos y emociones que no le permitían seguir.
Observaba como las lámparas reflejaban su fulgor bajo el suelo a sus pies, como cuadros luminosos que se desasían en virutas fluorescentes que danzaban suspendidas en el aire y parecían musas si las observaba con detenimiento y algo tanto de locura. Meso sus cabellos de fuego hastiado, lánguido y agotado mientras se perdía en la inmensidad de sus propios pensamientos. Había salido vistiendo unos pantaloncillos negros y zapatos de segunda calidad, en conjunto con una camisa de lino y un abrigo nada ostentoso ni rebuscado. Aquello, no impedía al frío calarle por dentro de la piel, se clavaba en su cuerpo como dagas de invisible empuñadura, hundiéndose una y otra vez.
El primer copo de nieve que toco su rostro se derritió con rapidez, dejando sobre sus labios una humedad ajena y dolorosa. Sus mejillas ahora sonrosadas por el frio que comenzaba a quemar le indicaron que debía buscar un refugio con rapidez si no quería morir de hipotermia o poco más. Su paso lento y constante lo llevo a las puertas del burdel, donde había estado con anterioridad cuando pretendía encontrar a su hermana que, como rastro de migas de pan había vuelto a desaparecer y ahora solo rogaba porque estuviese mejor. Entró, llenando sus pulmones con aire rancio y saturado, invadido del hedor del alcohol, la sevicia y el sudor. No pudo evitar, por tanto, fruncir su ceño y arrugar su nariz.
Avanzó con paso seguro, al contrario que en su primera ocasión. Directo a la barra para pedir algo que apaciguara el frio en su interior, un buen coñac quizás aunque de bebidas no comprendía demasiado a decir verdad. Él encargado no tardo en otorgarle no acordado y fue entonces que reacciono ¿Pagaría aquella bebida con el dinero que pertenecía a sus alimentos? Se resigno, y de a amplios sorbos lo termino con sus orbes melados divagando por la habitación en busca de quien compartía su sangre y dolor.
*No pido gran cosa para contestar, extensión, frecuencia e interés.
Última edición por Anuar Dutuescu el Miér Mayo 09, 2012 6:48 pm, editado 1 vez
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
«Soy el gato que camina solo. Y para mí todos los supermercados son lo mismo. El gato no ofrece servicios. El gato se ofrece a sí mismo. Por supuesto que quiere cuidado y refugio. No se compra al amor por nada. Como todas las criaturas puras, los gatos son prácticos» W.S.B.
Ni en mis turbias pesadillas habría imaginado algo de semejante envergadura y aún siendo una obviedad, un comportamiento salvaje propio de la naturaleza cruda, madre y sabia (como todos sabemos) no pude hacer otra cosa más que asombrarme como una auténtica estúpida. ¡Y hasta creí ser la mujer más ingenua sobre la faz de la tierra! Y si cabe, del universo. Y de allá, donde los ojos nos impiden ver; porque más allá del universo, queda demasiado lejos. Escudriñando cáscaras de naranja y de ciruela entre metálicos contenedores de basura, olisqueando los restos de un atún (cierta personita de cierto restaurante de categoría no ha sido capaz de terminárselo) tiritando por culpa de un frío invernal desmoralizador (¿Cuándo vendrá el verano?) que traspasó mi corto pelaje; sentí un escalofrío repentino que colocó en punta mi cola. «¿Huele a perro o es cosa mía? A perro viejo, si no me confundo... ¡Diablos!» Un animal amigo del hombre que dista bastante de ser compañero y hermano de un gato (no se llevan bien con nosotros) ¡A mi me gusta creer que es por pura envidia! «Desde luego tenemos los ojos mucho más bonitos, en mi caso en forma de almendra de un color verdoso y espeso, aún inmaduro pero eso sí; repletos de esperanzas.»
Deslizándome sigilosa, escondí mis garras entre los contenedores con las almendras bien abiertas e iluminadas en un mar de oscuridad. Aguardé sin hacer ruido cuando un Rottweiler con el tamaño de un caballo de carreras y una mandíbula gigantesca (de las que te hacen creer la existencia de un posible infierno) localizó con mucho acierto mi ubicación. Fueron mis ojos quienes me delataron, los mismos de siempre, trayendo desgracias a mi paso porque eran incapaces de pasar desapercibidos por mucho que los ocultase. «¡Cómo son estos ojos míos!» Ninguna consideración por mi vida. Me superaba en tamaño -obvio- en pulgas (estaba mucho más enfadado que yo) y se lanzó sobre mi diminuto cuerpecito anaranjado en un intento por devorarme, borrarme del mapa, a fin de cuentas mitigar la horrible fatiga de un estómago vacío. «Pues se quedará con hambre» pensé esquivando su mandíbula y corriendo a una velocidad increíble para salir de allí cuanto antes. Algunos transeúntes sabían apartarse en el momento preciso. A otros tuve que sortearlos siendo auténticos obstáculos o pasar por debajo de sus piernas sin más remedio (cosa que intentó el perro, recordemos de gran tamaño y por lo tanto insensato sin éxito). Un factor en contra fue la nieve, el hielo sobre las aceras grises mientras los edificios andantes con sombrero, se derrumbaban a mis espaldas.
Podía tenerle corriendo toda la noche hasta verle reventado con la lengua fuera, desinflada como un globo sobre la calleja. ¡Y así lo hice! y nada... No sirvió de nada. Aquel perro salido del infierno hijo de un mandril era incansable. Y aunque compartiese su forma de ver la vida, en ese momento su comportamiento no me benefició en lo absoluto. ¿Qué le hice yo a esa mala bestia para merecer un trato así? ¿Te puedes creer que siguió mi rastro hasta un burdel? Creí ser práctica al entrar como un rayo, coincidiendo con la salida de un ciudadano que se apartó de golpe nada más verme «Pues lo peor viene detrás, caballero» Escuché al Rottweiler respirando en mi cogote y pegué un salto, subiéndome a la barra entre maullidos que bien pudieron traducirse como; «socorro» «ayuda» -¡Detengan a ese gato!- Las gentes ni caso. Quise desaparecer. Mi cola arrojó copas al suelo y vi muy de cerca manos humanas entre otras cosas (el encargado trató de golpearme con un periódico) -¡Y detengan a ese perro también!- El mundo animal se estaba volvía loco «y muy pronto mi pútrida carne yacerá en aquel burdel, muerta a los veinte años y que mal fario, compadre... con lo que huelen los gatos»
Ya no podía pensar. Estaba agotada. Como último intento de escapatoria, salté a los brazos de un muchacho. Sus labios olían a coñac. De semblante triste, casi empujándote hacia la melancolía con sólo contemplarlo. Me pareció un lugar apropiado para morir entre el dulce calor humano (llámame sentimental) para cerrar los ojos y así evitar ver el fin de mis días. La suerte estaba echada. Todo había terminado. Como un ovillo, aguardé haciendo el menor ruido. Todas las flechas apuntaban en mi dirección. «Aún no logro comprender cómo y por qué la suerte volvió a sonreír de mi lado» -¡Le tengo!- grito un hombre con una sonrisa triunfante propia de un cazador y agarrando al perro por el cuello. Yo no daba crédito -¿Quiere alguien ayudarme a sacarlo de aquí?- vociferó con cierto tufo a mensaje subliminal pues en vez de una pregunta, pareció una orden directa que consiguió poner en pie a un puñado de clientes y entre todos, arrastraron al perro hasta la salida. Si hubiese tenido palmas en lugar de pezuñas, habría aplaudido. ¡Brillante! Sin embargo, era cuestión de tiempo que mis bigotes saliesen por la puerta tan rápido como entraron ¿Y quién sabe si el Rottweiler sigue esperando? «Será terrible comprobarlo por mí misma»
Deslizándome sigilosa, escondí mis garras entre los contenedores con las almendras bien abiertas e iluminadas en un mar de oscuridad. Aguardé sin hacer ruido cuando un Rottweiler con el tamaño de un caballo de carreras y una mandíbula gigantesca (de las que te hacen creer la existencia de un posible infierno) localizó con mucho acierto mi ubicación. Fueron mis ojos quienes me delataron, los mismos de siempre, trayendo desgracias a mi paso porque eran incapaces de pasar desapercibidos por mucho que los ocultase. «¡Cómo son estos ojos míos!» Ninguna consideración por mi vida. Me superaba en tamaño -obvio- en pulgas (estaba mucho más enfadado que yo) y se lanzó sobre mi diminuto cuerpecito anaranjado en un intento por devorarme, borrarme del mapa, a fin de cuentas mitigar la horrible fatiga de un estómago vacío. «Pues se quedará con hambre» pensé esquivando su mandíbula y corriendo a una velocidad increíble para salir de allí cuanto antes. Algunos transeúntes sabían apartarse en el momento preciso. A otros tuve que sortearlos siendo auténticos obstáculos o pasar por debajo de sus piernas sin más remedio (cosa que intentó el perro, recordemos de gran tamaño y por lo tanto insensato sin éxito). Un factor en contra fue la nieve, el hielo sobre las aceras grises mientras los edificios andantes con sombrero, se derrumbaban a mis espaldas.
Podía tenerle corriendo toda la noche hasta verle reventado con la lengua fuera, desinflada como un globo sobre la calleja. ¡Y así lo hice! y nada... No sirvió de nada. Aquel perro salido del infierno hijo de un mandril era incansable. Y aunque compartiese su forma de ver la vida, en ese momento su comportamiento no me benefició en lo absoluto. ¿Qué le hice yo a esa mala bestia para merecer un trato así? ¿Te puedes creer que siguió mi rastro hasta un burdel? Creí ser práctica al entrar como un rayo, coincidiendo con la salida de un ciudadano que se apartó de golpe nada más verme «Pues lo peor viene detrás, caballero» Escuché al Rottweiler respirando en mi cogote y pegué un salto, subiéndome a la barra entre maullidos que bien pudieron traducirse como; «socorro» «ayuda» -¡Detengan a ese gato!- Las gentes ni caso. Quise desaparecer. Mi cola arrojó copas al suelo y vi muy de cerca manos humanas entre otras cosas (el encargado trató de golpearme con un periódico) -¡Y detengan a ese perro también!- El mundo animal se estaba volvía loco «y muy pronto mi pútrida carne yacerá en aquel burdel, muerta a los veinte años y que mal fario, compadre... con lo que huelen los gatos»
Ya no podía pensar. Estaba agotada. Como último intento de escapatoria, salté a los brazos de un muchacho. Sus labios olían a coñac. De semblante triste, casi empujándote hacia la melancolía con sólo contemplarlo. Me pareció un lugar apropiado para morir entre el dulce calor humano (llámame sentimental) para cerrar los ojos y así evitar ver el fin de mis días. La suerte estaba echada. Todo había terminado. Como un ovillo, aguardé haciendo el menor ruido. Todas las flechas apuntaban en mi dirección. «Aún no logro comprender cómo y por qué la suerte volvió a sonreír de mi lado» -¡Le tengo!- grito un hombre con una sonrisa triunfante propia de un cazador y agarrando al perro por el cuello. Yo no daba crédito -¿Quiere alguien ayudarme a sacarlo de aquí?- vociferó con cierto tufo a mensaje subliminal pues en vez de una pregunta, pareció una orden directa que consiguió poner en pie a un puñado de clientes y entre todos, arrastraron al perro hasta la salida. Si hubiese tenido palmas en lugar de pezuñas, habría aplaudido. ¡Brillante! Sin embargo, era cuestión de tiempo que mis bigotes saliesen por la puerta tan rápido como entraron ¿Y quién sabe si el Rottweiler sigue esperando? «Será terrible comprobarlo por mí misma»
Verona*- Cambiante Clase Alta
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
Las mujeres en la estancia se movían de un lado a otro como reptiles, contorsionando sus caderas, jugando en una carrera de terminar primero con menos prendas. La dignidad humana en su ausencia más vil “Hay bocas que alimentar” la voz de la suripanta con quien había entablado conversación en aquella ocasión llego fugaz, abriéndose paso entre los demás recuerdos ahora sin valor “El mundo no es lugar para los débiles” vocifero para solo entonces, sin ninguna otra oración para defender su posición, partir dejándolo en compañía de la soledad, a quien a lo largo de los años había conocido en su totalidad. Bastante celosa a decir verdad, reservada y caprichosa más siempre fiel, siempre volvía con él. El calor que bajo por su garganta escociendo en su interior no tardo en propagarse a sus mejillas tiñéndolas de arrebol.
Él, el hombre que había maldecido y profanado la memoria de todos los seres lascivos se encontraba ahora en un burdel y no podía excusar su presencia como en aquella ocasión. Angeliqué se había esfumado, su hermana le había abandonado -¿Algún servicio?- cuestiono contra su oído una mujer de cortísima edad, de curvas más bien recatadas y un diminuto traje que nada dejaba a la imaginación, la cabellera de rizos negros le caía sobre uno de los senos entallados en un corsé de mala calidad. Con un acento que más que extranjero parecía aprendido y mal pronunciado además, lo sabía él, pues París no era la tierra que le había visto nacer –Ninguno- respondió, con tanta rapidez y seriedad que la joven se marcho en búsqueda de alguien más que pagase sus servicios aquella noche, como todas las demás.
La ráfaga de aire que atravesó la habitación le instigo a encorvar su espalda escondiendo su rostro del hálito invernal. El grito exaltado del hombre le obligo a otorgarle su atención, girando sobre el banquillo solo para recibir entonces en brazos un cuerpo diminuto y afelpado, de cola alargada y garras afiladas ¿Era acaso Sophia? La sorpresa le invadió más desecho la idea al percatarse del color de su pelaje “Tan buena suerte no has de tener” pensó observando cómo los hombres sacaban a tan prominente animal a periodicasos y puntapiés –Y sacad a ese gato también- escucho pronunciar cerca de él ¿Echarlo allá donde el frio absorbería su calor? Y donde tendría que seguir huyendo de su depredador, ahora hasta él se sentía intimidado de salir a sabiendas que merodeaba el lugar.
Le obsequio una mirada de tangible indiferencia al hombre que había osado hablar, si a animales había que sacar seria el el primero en salir. Y, aprovechando la distracción de los demás introdujo en su abrigo al felino para levantarse de su lugar y comenzar a caminar en dirección de los cuartos donde las perendecas solían llevar a sus clientes una vez los tenían bien amarrados. Las paredes comenzaron a tener propia voz, susurraban deseos y pecados que rodaba sobre el suelo hasta llegar a sus pies, los pisaba, los ignoraba y anhelaba dejarlos detrás. Aunque se adentraban más en ellos conforme buscaba una puerta sin cerrar, le escondería un rato en aquel lugar, hasta decidir qué hacer. Su mano toco la superficie gélida del picaporte que cedió ante él con una mínima fuerza necesaria.
La estancia era diminuta, con una cama destendida y un perfume barato inundando cada rincón, el tapiz floreado de las paredes se caía en algunas zonas dejando ver la pared enmohecida, el piso chillaba bajo sus pies, a lamentos que le parecían surgidos del mismo averno ¿Es qué acaso los demonios le habían encontrado en aquel lugar? Dejo al minino en la cama observándole con seriedad –De la que te has salvado- pronuncio tomando asiento sobre el suelo –Te he confundido ¿Lo sabes? Con una persona que solía vivir conmigo- suspiro ¡Y ahora se estaba volviendo loco! Hablando de su vida con un felino.
Él, el hombre que había maldecido y profanado la memoria de todos los seres lascivos se encontraba ahora en un burdel y no podía excusar su presencia como en aquella ocasión. Angeliqué se había esfumado, su hermana le había abandonado -¿Algún servicio?- cuestiono contra su oído una mujer de cortísima edad, de curvas más bien recatadas y un diminuto traje que nada dejaba a la imaginación, la cabellera de rizos negros le caía sobre uno de los senos entallados en un corsé de mala calidad. Con un acento que más que extranjero parecía aprendido y mal pronunciado además, lo sabía él, pues París no era la tierra que le había visto nacer –Ninguno- respondió, con tanta rapidez y seriedad que la joven se marcho en búsqueda de alguien más que pagase sus servicios aquella noche, como todas las demás.
La ráfaga de aire que atravesó la habitación le instigo a encorvar su espalda escondiendo su rostro del hálito invernal. El grito exaltado del hombre le obligo a otorgarle su atención, girando sobre el banquillo solo para recibir entonces en brazos un cuerpo diminuto y afelpado, de cola alargada y garras afiladas ¿Era acaso Sophia? La sorpresa le invadió más desecho la idea al percatarse del color de su pelaje “Tan buena suerte no has de tener” pensó observando cómo los hombres sacaban a tan prominente animal a periodicasos y puntapiés –Y sacad a ese gato también- escucho pronunciar cerca de él ¿Echarlo allá donde el frio absorbería su calor? Y donde tendría que seguir huyendo de su depredador, ahora hasta él se sentía intimidado de salir a sabiendas que merodeaba el lugar.
Le obsequio una mirada de tangible indiferencia al hombre que había osado hablar, si a animales había que sacar seria el el primero en salir. Y, aprovechando la distracción de los demás introdujo en su abrigo al felino para levantarse de su lugar y comenzar a caminar en dirección de los cuartos donde las perendecas solían llevar a sus clientes una vez los tenían bien amarrados. Las paredes comenzaron a tener propia voz, susurraban deseos y pecados que rodaba sobre el suelo hasta llegar a sus pies, los pisaba, los ignoraba y anhelaba dejarlos detrás. Aunque se adentraban más en ellos conforme buscaba una puerta sin cerrar, le escondería un rato en aquel lugar, hasta decidir qué hacer. Su mano toco la superficie gélida del picaporte que cedió ante él con una mínima fuerza necesaria.
La estancia era diminuta, con una cama destendida y un perfume barato inundando cada rincón, el tapiz floreado de las paredes se caía en algunas zonas dejando ver la pared enmohecida, el piso chillaba bajo sus pies, a lamentos que le parecían surgidos del mismo averno ¿Es qué acaso los demonios le habían encontrado en aquel lugar? Dejo al minino en la cama observándole con seriedad –De la que te has salvado- pronuncio tomando asiento sobre el suelo –Te he confundido ¿Lo sabes? Con una persona que solía vivir conmigo- suspiro ¡Y ahora se estaba volviendo loco! Hablando de su vida con un felino.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
A casi nadie le gustan los gatos. Es una verdad universal tan grande como los jardines de Versalles. Los humanos, eligen al perro como animal de compañía. Los gatos son demasiado problemáticos. «No me molesta...pero tampoco me agrada. Capice?» No son sumisos, no se rigen por el valor de la obediencia. Si a un perro le atizas en la cabeza, agacha el morro. En cambio, los gatos levantan la cola situándose por encima del hombre, porque también tienen algo que opinar al respecto. El índice de gatos vagabundos supera con creces al perro abandonado. Y no es lo mismo elegir vivir en la calle, saltarse los patrones establecidos e inundar los callejones de innumerables camadas bajo un mismo pensamiento, todos a una en contra del maltratador que gobierna nuestras ciudades; que vivir en la calle porque no te ha quedado más opción. Pues bien, el muchacho era todo un gato a su manera. Desobediente, ocultó mi rastro bajo el abrigo haciendo oídos sordos. «¡Eso es!» Sonreí por dentro medio fascinada medio amodorrada por el va y ven de las olas que animaban a mi espíritu sin ningún fin lucrativo. «¡Esta sensación es gratis!» Y apoyé la cabeza sobre su pecho, dejándome llevar y mis párpados cayeron con una tranquilidad abrumadora que incluso me impresionó a mí. Era una pasajera, un polizonte abordo ¿A dónde te llevará el barco? «¿Y qué importa?»
Aún seguíamos en el burdel. Los susurros y agitaciones propias de un cuerpo en movimiento, nervioso, ruborizado y en completa armonía, se filtraban a través del abrigo del muchacho y podía oírlos con claridad y me gustaban todos y cada uno de ellos. Las habitaciones levitaban. Eran música, las notas se suspendían en el cielo y subían, bajaban, se columpiaban entre blancas, a cuatro compases entraba la negra ¡Y a buenas la corchea! y después el clímax «¡WAH!» y un silencio que auguraba una segunda pieza mucho más desenfrenada que la anterior. «Por esta clase de cosas la iglesia me acusaba de herejía» ¿Y que diantres significaba esa palabra? Parecían pronunciarla con recochineo. «¡Iros a rezarle el rosario a la virgen del Pilar y a mi dejarme en paz!» En vez de inventarse palabras que realmente nos sirviesen de algo. Las definiciones complejas eran trabajo para escritores, pintores, músicos y poetas con el cenicero repleto de colillas y botellas de whisky vacías rodando por los suelos y empapando las alfombras, desquiciados escribían, dejaban su mente correr y eran los únicos que decían verdades como puños, los únicos encargados de buscarle un sentido a la vida para no caerte muerto del susto.
La realidad me hizo abrir los ojos de golpe. No se exactamente que cara puede tener un gato cuando piensa en cosas así «Nunca me he mirado al espejo» ¡Y qué tonterías estaba diciendo! Un gato no entiende, no comprende. «Es absurdo» Vi por fin la luz. Sentada de cintura para abajo, como debe ser, apoyé las patas delanteras sobre un mullido colchón.
–De la que te has salvado- «Y que lo digas, amigo...» La cama era toda para mí. El chico tomó butaca en el suelo y continué mirándole fijamente sin mover un músculo. Parecía una estatua egipcia, ni siquiera me tildaban los bigotes. Ni un pelo, toda yo quieta –Te he confundido ¿Lo sabes?- «Primera noticia» -Con una persona que solía vivir conmigo- «Tu amigo tiene un problema muy serio» ¿Dijo persona? A no ser que se refiriese a otro cambiante. «Eso solucionaría las cosas...» A no ser que estuviese equivocada. «Entonces empeorarían» Sin más dilación, cobré forma humana. El pelaje empezó a desvanecerse dando lugar a una piel despoblada y luminosa del dorado propio de mi tierra. Creciendo en tamaño, ensanché la sonrisa en cuanto recuperé el rostro entre cabellos selváticos. Y como mi madre me trajo al mundo, pegué aún más las rodillas al torso (bien pudo parecer que seguía siendo un gato) y continué sonriéndole como si llevase muchísimo tiempo sin sonreír y necesitase expresar de una condenada vez todo mi entusiasmo en una sola sonrisa. En esa:
–Supongo que ahora debo agradecerle a dicha persona compartir tantas similitudes. Sea quien sea, te ha hecho reaccionar. ¿No es así? Da...- asentí tajante, me levanté de un salto y caminé hasta desaparecer tras un biombo. Allí encontré solitarios corsés y andrajosos vestidos. Deslicé las perchas con un dedo buscando el más apropiado, un tanto indecisa, como si estuviese tomando la decisión de mi vida –¿Tienes hambre?- «El verde, definitivamente» –Yo me muerdo a mí misma de hambre- «No encontré nada en el basurero» «La gente debe preferir comer al por mayor los fines de semana» –Estaba pensando...- metí la cabeza por debajo del vestido, colocándomelo con rapidez. Un poco pequeño de cintura –Da...- Salí a paso ligero -¿Podrías abrochármelo?- situándome de espaldas a él, busqué con la mirada un par de zapatos -Decía que...- ¡Ni rastro, oye! Sin embargo, localicé una jarra de agua junto a un vaso y anduve hasta la mesa cogiendo la jarra con velocidad sin parar de hablar y sirviéndome un trago -...No, en verdad me preguntaba... quién preferiría pasar la velada con un gato en una casa de putas ¿No te parece raro? Vale que sus maullidos sean similares, pero...- reí. ¡No se! ¡Me hizo gracia! Supuse que entendería mi apreciación. Y después agoté el contenido del vaso pues estaba sedienta como un pozo sin fondo y tras limpiarme la boca con una mano, proseguí -¿A qué se debe?
Aún seguíamos en el burdel. Los susurros y agitaciones propias de un cuerpo en movimiento, nervioso, ruborizado y en completa armonía, se filtraban a través del abrigo del muchacho y podía oírlos con claridad y me gustaban todos y cada uno de ellos. Las habitaciones levitaban. Eran música, las notas se suspendían en el cielo y subían, bajaban, se columpiaban entre blancas, a cuatro compases entraba la negra ¡Y a buenas la corchea! y después el clímax «¡WAH!» y un silencio que auguraba una segunda pieza mucho más desenfrenada que la anterior. «Por esta clase de cosas la iglesia me acusaba de herejía» ¿Y que diantres significaba esa palabra? Parecían pronunciarla con recochineo. «¡Iros a rezarle el rosario a la virgen del Pilar y a mi dejarme en paz!» En vez de inventarse palabras que realmente nos sirviesen de algo. Las definiciones complejas eran trabajo para escritores, pintores, músicos y poetas con el cenicero repleto de colillas y botellas de whisky vacías rodando por los suelos y empapando las alfombras, desquiciados escribían, dejaban su mente correr y eran los únicos que decían verdades como puños, los únicos encargados de buscarle un sentido a la vida para no caerte muerto del susto.
La realidad me hizo abrir los ojos de golpe. No se exactamente que cara puede tener un gato cuando piensa en cosas así «Nunca me he mirado al espejo» ¡Y qué tonterías estaba diciendo! Un gato no entiende, no comprende. «Es absurdo» Vi por fin la luz. Sentada de cintura para abajo, como debe ser, apoyé las patas delanteras sobre un mullido colchón.
–De la que te has salvado- «Y que lo digas, amigo...» La cama era toda para mí. El chico tomó butaca en el suelo y continué mirándole fijamente sin mover un músculo. Parecía una estatua egipcia, ni siquiera me tildaban los bigotes. Ni un pelo, toda yo quieta –Te he confundido ¿Lo sabes?- «Primera noticia» -Con una persona que solía vivir conmigo- «Tu amigo tiene un problema muy serio» ¿Dijo persona? A no ser que se refiriese a otro cambiante. «Eso solucionaría las cosas...» A no ser que estuviese equivocada. «Entonces empeorarían» Sin más dilación, cobré forma humana. El pelaje empezó a desvanecerse dando lugar a una piel despoblada y luminosa del dorado propio de mi tierra. Creciendo en tamaño, ensanché la sonrisa en cuanto recuperé el rostro entre cabellos selváticos. Y como mi madre me trajo al mundo, pegué aún más las rodillas al torso (bien pudo parecer que seguía siendo un gato) y continué sonriéndole como si llevase muchísimo tiempo sin sonreír y necesitase expresar de una condenada vez todo mi entusiasmo en una sola sonrisa. En esa:
–Supongo que ahora debo agradecerle a dicha persona compartir tantas similitudes. Sea quien sea, te ha hecho reaccionar. ¿No es así? Da...- asentí tajante, me levanté de un salto y caminé hasta desaparecer tras un biombo. Allí encontré solitarios corsés y andrajosos vestidos. Deslicé las perchas con un dedo buscando el más apropiado, un tanto indecisa, como si estuviese tomando la decisión de mi vida –¿Tienes hambre?- «El verde, definitivamente» –Yo me muerdo a mí misma de hambre- «No encontré nada en el basurero» «La gente debe preferir comer al por mayor los fines de semana» –Estaba pensando...- metí la cabeza por debajo del vestido, colocándomelo con rapidez. Un poco pequeño de cintura –Da...- Salí a paso ligero -¿Podrías abrochármelo?- situándome de espaldas a él, busqué con la mirada un par de zapatos -Decía que...- ¡Ni rastro, oye! Sin embargo, localicé una jarra de agua junto a un vaso y anduve hasta la mesa cogiendo la jarra con velocidad sin parar de hablar y sirviéndome un trago -...No, en verdad me preguntaba... quién preferiría pasar la velada con un gato en una casa de putas ¿No te parece raro? Vale que sus maullidos sean similares, pero...- reí. ¡No se! ¡Me hizo gracia! Supuse que entendería mi apreciación. Y después agoté el contenido del vaso pues estaba sedienta como un pozo sin fondo y tras limpiarme la boca con una mano, proseguí -¿A qué se debe?
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
Si bien era cierto que en primera instancia la había confundido con Lit, más como un anhelo de tenerla de vuelta que un verdadero parecido, era porque se le había acercado en forma de gato y todos los gatos se le antojaban a su retorno de aquellas tierras lejanas a las cuales había ido a dar siguiendo las promesas fogosas de un verdadero amor, lejos de él. Sin embargo, si hubiese sido aquella forma humana su aspecto en su primer encuentro la confusión no hubiese tenido lugar y jamás hubiese creído que se pudiese tratar de alguien como Sophia. El cambio, si bien le tomo por sorpresa, no supuso un motivo para turbar su semblante o hacerle huir despavorido. Había presenciado con anterioridad semejante situación y como añoraba ahora su cuerpo afelpado y cola regordeta rodeando su pierna, trepando hasta sus brazos para encontrar hogar en su pecho, cerca del corazón. El último vestigio de su antigua permanecía en su hogar lo había encontrado semanas atrás reposando tranquilamente sobre una caja de cartón, un pelo de su bigotes.
No la siguió con la mirada mientras la joven avanzaba por la estancia en completa desnudez, no conocía muchos cuerpos de mujer y con mayor obviedad nunca había yacido en el lecho con una. Había renunciado a aquello por amor, amor que se había desvanecido como espuma de mar, no, amante que se había desvanecido como espuma de mar –Un poco- contesto a su pregunta, pero había gastado el dinero de la comida en el coñac. Aunque aun no lo pagaba y nada le impedía irse con el sino de ladrón. Estaba pensando, y las palabras se quedaron suspendidas en el aire intentando encontrar un final que no llego. Lucía como esas personas hiperactivas que no conocen de silencios.
Se levantó de su lugar comenzando a abrochar el vestido con un pulso de los mil demonios, y es que después del accidente no había recuperado por completo su movilidad “Aguarda” pensó con severidad mientras las cintas resbalaban de sus manos y se encontró a si mismo siguiéndola para seguir con su labor. Un reto que le había impuesto la joven sin siquiera suponer –Yo no vine a coger- la palabra había emergido desde lo hondo de su interior, con un atisbo de desprecio que en nada se debía a un motivo al azar. Coger, en su diccionario, era sinónimo de repulsión, de sevicia humana y soledad. Se había perjurado a sí mismo y los cielos, y también a los infiernos, no yacer con alguien a quien no quisiera en verdad, no estaba seguro si tener que amar a la persona era punto fundamental pero por lo menos un sentimiento mayor al deseo y la ansiedad –Prefiero el ronroneo de un gato que el de cualquiera de las mujeres en este lugar- maullidos, gemidos y gritos que podía asegurar eran creaciones de todos los días. “Prefiero el ronroneo de Angeliqué, la mejor perendeca del lugar” escuchaba con claridad la voz del hombre inexistente que hablaba en su interior, hablaba de su hermana, de la mujer a la cual no había podido salvar y había terminado en aquel lugar.
Terminó de abrochar el vestido dando varios pasos hacia atrás. Si existía un motivo claro para aquella postura era algo que no estaba dispuesto a compartir en un primero encuentro, fuese quien fuese la mujer –Solo no estoy interesado en esas cosas- sentenció con rapidez. Desplomándose sobre la cama que pronto le inundo la nariz con un fétido olor a sudor y fluidos ¿Cuántos extraños habían yacido en aquella cama? Pensó, seguramente de tener voz aquel objeto podría recopilar más de un centenar de historias eróticas y que decía ¡un millar! Después seria tachado por hereje y confiscando a las cárceles más deplorables de Francia sin siquiera permitirle abogar por su perdón ¿Tu habías venido antes?- su mirada melosa se dirigió a la mujer con curiosidad, sabía que habían mujeres que asistían por el servicio de otras de su género pero, comprendía también, que había si bien escasos algunos hombres que prostituían su cuerpo por igual.
No la siguió con la mirada mientras la joven avanzaba por la estancia en completa desnudez, no conocía muchos cuerpos de mujer y con mayor obviedad nunca había yacido en el lecho con una. Había renunciado a aquello por amor, amor que se había desvanecido como espuma de mar, no, amante que se había desvanecido como espuma de mar –Un poco- contesto a su pregunta, pero había gastado el dinero de la comida en el coñac. Aunque aun no lo pagaba y nada le impedía irse con el sino de ladrón. Estaba pensando, y las palabras se quedaron suspendidas en el aire intentando encontrar un final que no llego. Lucía como esas personas hiperactivas que no conocen de silencios.
Se levantó de su lugar comenzando a abrochar el vestido con un pulso de los mil demonios, y es que después del accidente no había recuperado por completo su movilidad “Aguarda” pensó con severidad mientras las cintas resbalaban de sus manos y se encontró a si mismo siguiéndola para seguir con su labor. Un reto que le había impuesto la joven sin siquiera suponer –Yo no vine a coger- la palabra había emergido desde lo hondo de su interior, con un atisbo de desprecio que en nada se debía a un motivo al azar. Coger, en su diccionario, era sinónimo de repulsión, de sevicia humana y soledad. Se había perjurado a sí mismo y los cielos, y también a los infiernos, no yacer con alguien a quien no quisiera en verdad, no estaba seguro si tener que amar a la persona era punto fundamental pero por lo menos un sentimiento mayor al deseo y la ansiedad –Prefiero el ronroneo de un gato que el de cualquiera de las mujeres en este lugar- maullidos, gemidos y gritos que podía asegurar eran creaciones de todos los días. “Prefiero el ronroneo de Angeliqué, la mejor perendeca del lugar” escuchaba con claridad la voz del hombre inexistente que hablaba en su interior, hablaba de su hermana, de la mujer a la cual no había podido salvar y había terminado en aquel lugar.
Terminó de abrochar el vestido dando varios pasos hacia atrás. Si existía un motivo claro para aquella postura era algo que no estaba dispuesto a compartir en un primero encuentro, fuese quien fuese la mujer –Solo no estoy interesado en esas cosas- sentenció con rapidez. Desplomándose sobre la cama que pronto le inundo la nariz con un fétido olor a sudor y fluidos ¿Cuántos extraños habían yacido en aquella cama? Pensó, seguramente de tener voz aquel objeto podría recopilar más de un centenar de historias eróticas y que decía ¡un millar! Después seria tachado por hereje y confiscando a las cárceles más deplorables de Francia sin siquiera permitirle abogar por su perdón ¿Tu habías venido antes?- su mirada melosa se dirigió a la mujer con curiosidad, sabía que habían mujeres que asistían por el servicio de otras de su género pero, comprendía también, que había si bien escasos algunos hombres que prostituían su cuerpo por igual.
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
Mientras esperaba su réplica, continué bebiendo. «Ni que hubiese estado vagando por el desierto durante horas» Sentía la boca seca, como un barbecho. La jarra totalmente vacía. «De ser factible, me hubiese bebido el Sena también» “No se por donde me vino este querer sin sentir...” Habría expresado mi madre (en paz descanses) Pero bien sabía yo de dónde venía y a dónde me llevaba. La culpa fue del perro. Incluso metí la lengua dentro del vaso para intentar cazar la última gota de agua, esto sin dejar de golpear en alto el culo del vaso, de manera constante e irracional, arrinconándola como a un ratoncito indefenso y sin darle ningún tipo de salida. Pensé en hacer un poema de todo aquello, justo estaba replanteándomelo cuando tuvo lugar un acontecimiento rematadamente violento que me detuvo en seco –Yo no vine a coger- «Estupendo, amigo» arrugué el ceño al percibir rechazo en su tono de voz. ¡A ver quién se atrevía a rebatirle! «Desde luego, no seré yo» Y preferí callar porque consideré ser la menos apropiada para hablar de dichos temas. ¿Tú sabes cómo retozan los gitanos? ¿Te has parado a pensar cuantos hijos tiene cada uno? «Ni lo intentes» «Te faltaran dedos incluyendo los pies y te sobrarán gitanos por todas partes» Teniendo en cuenta que me crié con ellos, una manada de cambiantes felinos siempre en fiesta, compartiendo amaneceres, danzando como peonzas en constante éxtasis con un grado elevado de alcohol en sangre; para mí el sexo era un acto de carácter habitual, casi como una costumbre cultural adquirida. De hecho, tenía la loca idea de morir haciéndolo. Así, como suena. Si te parabas a pensarlo, incluso resultaba poético. «Desear abandonar la tierra de la misma forma con la que te concibieron» Por alguna extraña razón, se establecía un especie de equilibrio o algo así. Y era tan simple y real como respirar, dormir o comer.
Dejé el vaso a un lado de la mesa con una tranquilidad que ralentizó el tiempo. El muchacho parecía obsesionado por el tema en cuestión –Prefiero el ronroneo de un gato que el de cualquiera de las mujeres en este lugar- dándome explicaciones como si yo fuese su madre. Que si le resultaba incómodo... ¿Para qué seguir? Y además estaba tardando muchísimo en atarme el vestido. «Una acción que no tiene ningún misterio» Me quedé en completo silencio con una mano apoyada en la mesa y escuchando como entrelazaba las cintas, tratando de ser paciente, difícil para mí, que tenía un serio problema para estarme quieta. Me sentí como cuando era niña, frente a un espejo esperando a que me vistieran y tardaban una hora o más. Yo tenía mucha prisa por salir al bosque a correr. Correr por placer. Y de alguna forma, sentí aprecio por aquel muchacho que estaba recordándome mi vieja infancia. Sentí el vestido perfectamente en su sitio cuando se alejó de mí –Solo no estoy interesado en esas cosas- Asentí conforme mirando al frente. Sólo pregunté por simple curiosidad. Pero no me iba la vida en ello, como comprenderás. Es decir, que cada uno hace lo que quiere. Algo grave debió sucederle para mostrar tanto rechazo por el género femenino. Incomprensible, porque nosotras éramos inofensivas, ¿No se dice que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer? Teníamos valores. Éramos honorables y generosas, sobretodo las prostitutas, curioso esto... No librábamos guerras. Aunque si nos hubiesen dado una espada, bien pudimos luchar igual o incluso mejor que un hombre en vez de quedarnos en la cama esperando, atolondradas con la vista perdida en las musarañas. Me crucé de brazos, apoyando la espalda en una pared, como si estuviésemos en una sala de espera, mientras el reposaba en la cama tranquilamente. «Si no quiere estar aquí... ¿Para qué narices se tumba?» Las sábanas estaban muy revueltas y todos sabíamos la razón. «Te vas a quedar pegado, amigo» Cerdísimas, casi grises -¿Tu habías venido antes? «¿Qué si veraneo con frecuencia?»
-No- respondí en actitud desinteresada y arqueando las cejas hacia arriba de modo que mi frente se arrugó por unos segundos. Miré a mi alrededor extrañada por la pregunta -No me hace falta- Sonreí altiva. «Entré porque me perseguía una bestia y no tuve más remedio. Creí dejarlo claro» -Oye, chico... Si a ti no te interesan las faldas y a mí no se me ha perdido nada aquí... ¿Por qué seguimos hablando del tema? Deberíamos irnos a comer, ahora es lo que urge- me aparté de la pared, tendiéndole una mano para ayudarle a incorporarse. «No hay pegas que valgan» «Aquí se haría lo que yo dijese» El chico estaba en los huesos bajo mi percepción. «¿Cuándo se alimentó por última vez?» «Antes de cristo» Le agarré decidida y salí de la habitación, arrastrándole prácticamente -Conozco un restaurant stupent- ¿Entendería algo? A veces mezclaba las palabras, incluso me las inventaba debido a la cantidad de idiomas que conocía. Y es que mi mente iba tan deprisa, que no me paraba a pensarlas. Tras abandonar el burdel, solté su mano. Supuse que sabría andar por sí solo y el restaurante quedaba cerca. Di gracias, porque iba descalza -¿Has leído a John Locke alguna vez? Hay que atender al bien individual, así conseguimos ser felices y la felicidad es práctica. Por lo tanto, es tremendamente necesario que nos alimentemos ahora mismo- miré los carteles que señalaban las calles -Ya casi hemos llegado- Evidentemente, no llevaba dinero. A pesar de pertenecer al círculo de adinerados, apenas utilizaba la moneda de cambio. La dueña del restaurante, Belén, española, más concretamente de la zona sur andaluza, era amiga mía y cocinaba estupendamente, proporcionándome platos y platos que rebasaban los límites de la realidad y todos gratis.
Del techo del local, colgaban guirnaldas rojas y cada mueble era de madera, incluido el suelo. Parecía una taberna y casi siempre estaba vacía. A los franceses no debía gustarles la gastronomía española. Nada más entrar, Belén nos saludó, dijo mi nombre, me dio un abrazo y al chico también. Mis amigos eran sus amigos. Después reparó en mis pies, dándose cuenta de su negrura, como el mismísimo carbón (arrastré conmigo la pobreza de las calles) y acto seguido se quedó mirando al muchacho -Pero bueno, Verona, que chico tan guapo... ¿Quién es?- hice mutis, observándole con incredulidad. Acabábamos de conocernos y de forma repentina. ¿Qué diantres hacia en un burdel si sus deseos se alejaban de mantener relaciones con alguien? -No tengo ni pajolera idea, Belén.
Dejé el vaso a un lado de la mesa con una tranquilidad que ralentizó el tiempo. El muchacho parecía obsesionado por el tema en cuestión –Prefiero el ronroneo de un gato que el de cualquiera de las mujeres en este lugar- dándome explicaciones como si yo fuese su madre. Que si le resultaba incómodo... ¿Para qué seguir? Y además estaba tardando muchísimo en atarme el vestido. «Una acción que no tiene ningún misterio» Me quedé en completo silencio con una mano apoyada en la mesa y escuchando como entrelazaba las cintas, tratando de ser paciente, difícil para mí, que tenía un serio problema para estarme quieta. Me sentí como cuando era niña, frente a un espejo esperando a que me vistieran y tardaban una hora o más. Yo tenía mucha prisa por salir al bosque a correr. Correr por placer. Y de alguna forma, sentí aprecio por aquel muchacho que estaba recordándome mi vieja infancia. Sentí el vestido perfectamente en su sitio cuando se alejó de mí –Solo no estoy interesado en esas cosas- Asentí conforme mirando al frente. Sólo pregunté por simple curiosidad. Pero no me iba la vida en ello, como comprenderás. Es decir, que cada uno hace lo que quiere. Algo grave debió sucederle para mostrar tanto rechazo por el género femenino. Incomprensible, porque nosotras éramos inofensivas, ¿No se dice que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer? Teníamos valores. Éramos honorables y generosas, sobretodo las prostitutas, curioso esto... No librábamos guerras. Aunque si nos hubiesen dado una espada, bien pudimos luchar igual o incluso mejor que un hombre en vez de quedarnos en la cama esperando, atolondradas con la vista perdida en las musarañas. Me crucé de brazos, apoyando la espalda en una pared, como si estuviésemos en una sala de espera, mientras el reposaba en la cama tranquilamente. «Si no quiere estar aquí... ¿Para qué narices se tumba?» Las sábanas estaban muy revueltas y todos sabíamos la razón. «Te vas a quedar pegado, amigo» Cerdísimas, casi grises -¿Tu habías venido antes? «¿Qué si veraneo con frecuencia?»
-No- respondí en actitud desinteresada y arqueando las cejas hacia arriba de modo que mi frente se arrugó por unos segundos. Miré a mi alrededor extrañada por la pregunta -No me hace falta- Sonreí altiva. «Entré porque me perseguía una bestia y no tuve más remedio. Creí dejarlo claro» -Oye, chico... Si a ti no te interesan las faldas y a mí no se me ha perdido nada aquí... ¿Por qué seguimos hablando del tema? Deberíamos irnos a comer, ahora es lo que urge- me aparté de la pared, tendiéndole una mano para ayudarle a incorporarse. «No hay pegas que valgan» «Aquí se haría lo que yo dijese» El chico estaba en los huesos bajo mi percepción. «¿Cuándo se alimentó por última vez?» «Antes de cristo» Le agarré decidida y salí de la habitación, arrastrándole prácticamente -Conozco un restaurant stupent- ¿Entendería algo? A veces mezclaba las palabras, incluso me las inventaba debido a la cantidad de idiomas que conocía. Y es que mi mente iba tan deprisa, que no me paraba a pensarlas. Tras abandonar el burdel, solté su mano. Supuse que sabría andar por sí solo y el restaurante quedaba cerca. Di gracias, porque iba descalza -¿Has leído a John Locke alguna vez? Hay que atender al bien individual, así conseguimos ser felices y la felicidad es práctica. Por lo tanto, es tremendamente necesario que nos alimentemos ahora mismo- miré los carteles que señalaban las calles -Ya casi hemos llegado- Evidentemente, no llevaba dinero. A pesar de pertenecer al círculo de adinerados, apenas utilizaba la moneda de cambio. La dueña del restaurante, Belén, española, más concretamente de la zona sur andaluza, era amiga mía y cocinaba estupendamente, proporcionándome platos y platos que rebasaban los límites de la realidad y todos gratis.
Del techo del local, colgaban guirnaldas rojas y cada mueble era de madera, incluido el suelo. Parecía una taberna y casi siempre estaba vacía. A los franceses no debía gustarles la gastronomía española. Nada más entrar, Belén nos saludó, dijo mi nombre, me dio un abrazo y al chico también. Mis amigos eran sus amigos. Después reparó en mis pies, dándose cuenta de su negrura, como el mismísimo carbón (arrastré conmigo la pobreza de las calles) y acto seguido se quedó mirando al muchacho -Pero bueno, Verona, que chico tan guapo... ¿Quién es?- hice mutis, observándole con incredulidad. Acabábamos de conocernos y de forma repentina. ¿Qué diantres hacia en un burdel si sus deseos se alejaban de mantener relaciones con alguien? -No tengo ni pajolera idea, Belén.
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
“Me interesa no morir de frio” enarco una ceja con obviedad mientras las palabras manaban de ella tan apresuradas y continuas que parecían llegar sin ningún orden a sus oídos, todas arrebujadas formando un solo sonido que tenía que desentrañar para comprender y que aun comprendiendo no parecían tener mucho sentido –Lo que a ti te urge- masculló solo para entonces verse a sí mismo siendo arrastrado hacia la salida del burdel, de regreso a las calles que había pretendido dejar atrás. Llevaban consigo un vestido ajeno y una deuda con el tabernero, benditos fuesen los cielos por no darle tiempo a nadie de reaccionar e ir detrás de ellos. Y es que con lo inconexo y vertiginoso de sus acciones siquiera él se había podido negar, se encontraba ahora azorado andando a rastras detrás de ella.
“Estupendo” pensó él adentrando sus manos en su abrigo si bien la joven lo soltó, siguiéndola solo porque el hacerlo implicaba un refugio jurado con proximidad inminente. Era extraño reparar en su desprecio por el frío cuando en su tierra era aun mayor y aquello parecía alegrar a las personas quienes, en días extremadamente calurosos parecían todos de mal humor y los gritos de los vecinos y los panaderos llegaban claros a sus recuerdos. Con esa explicación de la teoría de Locke quedo bien clara su manera de ver la vida. Le seguía algunos pasos por detrás, observando el suelo bajo sus pies y las calles por las que comenzaban a pasar y dejaban atrás, atravesando una zona humilde de París. Si decidía separarse de la mujer no deseaba perderse en aquel lugar sobre todo porque quedaba bastante lejos de su hogar “Un cuarto de hora caminando a prisa” ¿Y con lentitud como solía ir él? Meneo la cabeza adentrándose en el local.
Se quedo estupefacto cuando la mujer le rodeo con sus fuertes brazos, porque vaya si tenía fuerza para su complexión. No era una persona a la que las muestras de afecto le manasen hasta por los pies, era más bien recatado, no le divertía en lo absoluto ir por la vida regalando abrazos y formalidades aunque, a no ser por su aspecto nadie podría adivinar su falta de educación, tanto intelectual como moral aunque la primera el mismo se la había impartido y ante la segunda, poseía solo algunas normas que jamás infringiría –Anuar Dutuescu doamna- se presento sin ninguna vaina formal ni estrechamiento de manos “Y Verona se llama ella” vaya nombre inusual, aunque no podía decir que el propio fuese más común. Y sin saber que más decir se quedo observando el lugar, inspirando el aroma de madera húmeda que suplió con rapidez el rastro de burdel que quedaba en su nariz.
Sacó las manos del abrigo con el rostro enrojecido otra vez, sus mejillas y la punta de su nariz se encontraban del color del arrebol y sus labios se habían comenzado a curtir. Si, su aspecto era el detonante de su estatus social, un artista renegado que había pasado a ser terrestre y no encontraba ahora vocación. Regresar a su primer trabajo en el cementerio comenzaba a ser tentador y no renegaría de ningún otro puesto en ningún otro lugar aunque para muchos se necesitaban cualidades y talentos que escaseaban en él a pesar de ser un ingenioso aprendiz y un hombre de testarudo hacer -¿Qué es lo que tiene para comer?- regresó en si al sentir una revolución y el alalí debatiendo en su interior.
“Estupendo” pensó él adentrando sus manos en su abrigo si bien la joven lo soltó, siguiéndola solo porque el hacerlo implicaba un refugio jurado con proximidad inminente. Era extraño reparar en su desprecio por el frío cuando en su tierra era aun mayor y aquello parecía alegrar a las personas quienes, en días extremadamente calurosos parecían todos de mal humor y los gritos de los vecinos y los panaderos llegaban claros a sus recuerdos. Con esa explicación de la teoría de Locke quedo bien clara su manera de ver la vida. Le seguía algunos pasos por detrás, observando el suelo bajo sus pies y las calles por las que comenzaban a pasar y dejaban atrás, atravesando una zona humilde de París. Si decidía separarse de la mujer no deseaba perderse en aquel lugar sobre todo porque quedaba bastante lejos de su hogar “Un cuarto de hora caminando a prisa” ¿Y con lentitud como solía ir él? Meneo la cabeza adentrándose en el local.
Se quedo estupefacto cuando la mujer le rodeo con sus fuertes brazos, porque vaya si tenía fuerza para su complexión. No era una persona a la que las muestras de afecto le manasen hasta por los pies, era más bien recatado, no le divertía en lo absoluto ir por la vida regalando abrazos y formalidades aunque, a no ser por su aspecto nadie podría adivinar su falta de educación, tanto intelectual como moral aunque la primera el mismo se la había impartido y ante la segunda, poseía solo algunas normas que jamás infringiría –Anuar Dutuescu doamna- se presento sin ninguna vaina formal ni estrechamiento de manos “Y Verona se llama ella” vaya nombre inusual, aunque no podía decir que el propio fuese más común. Y sin saber que más decir se quedo observando el lugar, inspirando el aroma de madera húmeda que suplió con rapidez el rastro de burdel que quedaba en su nariz.
Sacó las manos del abrigo con el rostro enrojecido otra vez, sus mejillas y la punta de su nariz se encontraban del color del arrebol y sus labios se habían comenzado a curtir. Si, su aspecto era el detonante de su estatus social, un artista renegado que había pasado a ser terrestre y no encontraba ahora vocación. Regresar a su primer trabajo en el cementerio comenzaba a ser tentador y no renegaría de ningún otro puesto en ningún otro lugar aunque para muchos se necesitaban cualidades y talentos que escaseaban en él a pesar de ser un ingenioso aprendiz y un hombre de testarudo hacer -¿Qué es lo que tiene para comer?- regresó en si al sentir una revolución y el alalí debatiendo en su interior.
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
«El hombre con aires de poeta accidental» Era tan diferente en el fondo, allí pasmado casi por causalidad, con la nariz tiesa como los niños pequeños cuando se enfrían. Toscana, solía decirme que dejase de arrastrar a las personas, que no todas eran como yo (ni siquiera ella, que era hermana mía) pero me nacía ser así. A pesar de todos los palos que recibí en el internado. Alegaban que mi comportamiento era anormal, propio de los indígenas y no de gente civilizada y decente. Golpeaban mis manos con una barra de hierro hasta que la piel se resquebrajaba de los nudillos, en carne viva, a veces se podía localizar el hueso, apreciarlo en todo su apogeo sin necesidad de buscarlo y debías equiparte con un buen kilo de paciencia para no caerte redondo al suelo de la impresión. Luego me encerraban en un cuarto demasiado pequeño como para sentarte o tumbarte. Con lo cual, tenía que dormir de pie y podía pasarme un día entero sin alimentarme y escuchaba absolutamente todos los ruidos de la casa. Por las noches el viento soplaba fuerte y yo creía que eran fantasmas correteando por los pasillos, esperándome al otro lado de la puerta para llevarme con ellos y temas de esta índole. Una imaginación inagotable. Pasaba largas horas sola. Allí empecé a escribir. Me quitaba una horquilla del pelo y clavaba la punta en la pared, rasgándola con trazos imprecisos. Mis pensamientos eran terribles, desesperados, demoníacos, esparcidos por todas partes sin ningún tipo de conexión que estableciese coherencia entre unos y otros. Los niños se asustaban cuando les tocaba pasar una tarde en el cuarto e incluso deseaban que fuese de noche para no tener que leerlos. Huían de mí, les provocaba inseguridad y eran incapaces de mantenerme la mirada durante diez segundos. Y empecé a creer que, Anuar, deseaba marcharse, perderme de vista para siempre como tantos otros. Ni siquiera obtuve un mínimo apretón de manos. «No lo necesitas» (Pero tampoco me hubiese importado) al menos para asegurarme de que agradecía mi esfuerzo por verle de mejor humor. «El hombre experimenta una estado de plenitud con el estómago lleno» (lo sabe todo el mundo) Y empecé a sentirme realmente mal. Los clientes nos miraban. Más bien, observaban mis pies con desprecio, como si ellos fuesen mejores que yo por llevar zapatos. Tenía los dedos morados y apenas podía sentirlos.
Alcé el rostro, localizando los ojos claros de Belén. También me preguntaba el menú. Aunque tratar de borrar aquella mueca repleta de incomodidades... resultó complicado. Como si no tuviese ningún derecho a estar allí. Nublaba mi juicio y percepción, lejos de este mundo, en "otra era." Logré escucharla de puro milagro -Gazpacho, gazpacho Andaluz- «Para rematar» Reparé en el joven. «Con el frío que tiene» ¿Dónde quedó la sopa? Agaché la cabeza ocultando mi inconformismo, que en realidad no venía a cuento «A lo mejor le gusta» y procuré no mirarle -Gracias, Belén- Arrastré la cola del vestido hasta la mesa más cercana y en absoluto silencio. Los platos eran de vajillas distintas y los cubiertos también -Lamento...- tomé asiento, frunciendo el ceño pensativa -...de verdad que lamento, haberte sacado del burdel...- ¿Dónde encontrar la palabra adecuada? Ni siquiera escrita en la mesa por mucho que perdiese la vista en el plato, vacío como mi mente -así- concluí la frase con una mueca de dolor sin más preámbulos -Podemos regresar- la silla crujió cuando me incliné hacia el centro de la mesa, mirándole con sinceridad. Mis intenciones eran buenas -Cuando tú quieras- actué egoístamente, ahora me daba cuenta. Quise decirle algo más, pero Belén se acercó cordialmente para dejar dos platos hondos llenos de gazpacho sobre los platos llanos de nuestra mesa. Cogí la cuchara para introducirla en el cuenco y empecé a comer mirándole de reojo, casi rezando para que la cena le gustase tanto como a mí. ¿Qué cocinaría su madre? -¿Tienes familia, Anuar?
Alcé el rostro, localizando los ojos claros de Belén. También me preguntaba el menú. Aunque tratar de borrar aquella mueca repleta de incomodidades... resultó complicado. Como si no tuviese ningún derecho a estar allí. Nublaba mi juicio y percepción, lejos de este mundo, en "otra era." Logré escucharla de puro milagro -Gazpacho, gazpacho Andaluz- «Para rematar» Reparé en el joven. «Con el frío que tiene» ¿Dónde quedó la sopa? Agaché la cabeza ocultando mi inconformismo, que en realidad no venía a cuento «A lo mejor le gusta» y procuré no mirarle -Gracias, Belén- Arrastré la cola del vestido hasta la mesa más cercana y en absoluto silencio. Los platos eran de vajillas distintas y los cubiertos también -Lamento...- tomé asiento, frunciendo el ceño pensativa -...de verdad que lamento, haberte sacado del burdel...- ¿Dónde encontrar la palabra adecuada? Ni siquiera escrita en la mesa por mucho que perdiese la vista en el plato, vacío como mi mente -así- concluí la frase con una mueca de dolor sin más preámbulos -Podemos regresar- la silla crujió cuando me incliné hacia el centro de la mesa, mirándole con sinceridad. Mis intenciones eran buenas -Cuando tú quieras- actué egoístamente, ahora me daba cuenta. Quise decirle algo más, pero Belén se acercó cordialmente para dejar dos platos hondos llenos de gazpacho sobre los platos llanos de nuestra mesa. Cogí la cuchara para introducirla en el cuenco y empecé a comer mirándole de reojo, casi rezando para que la cena le gustase tanto como a mí. ¿Qué cocinaría su madre? -¿Tienes familia, Anuar?
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
-Gracias- murmuro andando detrás de la joven mientras su mirada divergía en cada rincón de aquel local, las miradas curiosidad de hombres y mujeres recaían sin cuidado ni disimulo sobre la figura de Verona. Y a nadie podía culpar, vistiendo con la ropa de una perendeca en plena nevada era como un imán para quienes pecaban de bisbiseo. Tomó asiento en la silla restante, observando la inusual combinación en que habían acomodado los cubiertos aunque más que molestarle la imagen reclamo su atención. Quizás si se ponía a buscar en el resto de las mesas encontraría los pares de su vajilla no muy lejos de él, o quizás eran los últimos con su ornamentación.
Solo la voz de la joven le hizo salir de su ensoñación –No debes lamentar eso, lo mismo me da estar ahí que aquí- asevero escuchando la severidad con que había entonado la oración. A veces, y solo a veces, les parecía que aquella muralla de hielo forjada a su alrededor había aumentado algunos metros en los últimos meses y le parecía que se debía esforzar y derrumbarla aunque, en otras ocasiones creía que era mejor así. Aquella, no era una de esas ocasiones –Solo estaba ahí para resguardarme del frio- le explico aunque no le gusto más que la primera oración. Meneó la cabeza agitando sus rojizos cabellos que cayeron tediosos sobre su perlada frente –Además si tanto me hubiese molestado me habría quedado ¿cierto? Sin embargo te he decidido acompañar- porque en el fondo prefería la presencia de Verona antes que su ausencia y por ende la presencia de la soledad.
La punta del objeto golpeo el pie de la mujer, se había quitado los zapatos por debajo de la misma, y es que las cintillas estaban tan desgastadas que bastaba la fuerza de un pie para descalzar el otro –Ha sido un error no ofrecértelos antes- le explico sintiendo el frio suelo en contacto con la tela de la calceta que llevaba puesta. Si bien su pie era por seguro varios centímetros más grande que el ajeno le serviría por lo menos para regular el calor. Había conocido en cierta ocasión un hombre que había perdido dos de sus dedos al haberse adentrado en el bosque sin guantes, recordaba su anécdota, redactada como hazaña que a él se le antojaba más como la forma clara de estupidez humana. Había perdidos dos dedos y se sentía un héroe de guerra “Nada más le queda” era pensarse un héroe o maldecir su mala decisión.
Y sin esperar una respuesta desvió su mirada al cuenco recién traído para comenzar a comer, el dinero que había ahorrado en el trago del burdel lo usaría ahora para pagar aquel manjar. Manjar para él, que vivía a base de piezas de pan y fruta pasada no solo por su falta de dinero sino además porque no sabía cocinar. “¿Tienes familia, Anuar?” –Todos tenemos una familia- conocida, desconocida, querida, odiada, añorada, disfuncional, enterrada, lejana, de sangre o no “La mía se encontraba en el burdel” Por lo menos una parte de, su padre seguía en Rumania posiblemente muerto y de su madre hacía años no sabía nada, para aquellas alturas la daba su esperanza de volverla a ver habían desaparecido por completo –Pero no sé donde este- le confeso, empinando el plato sobre sus labios para comer, tragar, el gazpacho.
-¿Tú tienes familia Verona?- le cuestiono, solo después de arrasar con la mitad de la comida y dejar el plato hondo sobre el llano para otorgarle toda su atención. Algo en su falta de quietud, en su repentina vergüenza y continuo perdón le incitaba a querer saber la respuesta pues él nunca preguntaba lo que no deseaba saber y una vez pronunciada la cuestión era imposible dejarla atrás, la curiosidad le carcomería entonces cual fiera embravecida desde el interior.
Solo la voz de la joven le hizo salir de su ensoñación –No debes lamentar eso, lo mismo me da estar ahí que aquí- asevero escuchando la severidad con que había entonado la oración. A veces, y solo a veces, les parecía que aquella muralla de hielo forjada a su alrededor había aumentado algunos metros en los últimos meses y le parecía que se debía esforzar y derrumbarla aunque, en otras ocasiones creía que era mejor así. Aquella, no era una de esas ocasiones –Solo estaba ahí para resguardarme del frio- le explico aunque no le gusto más que la primera oración. Meneó la cabeza agitando sus rojizos cabellos que cayeron tediosos sobre su perlada frente –Además si tanto me hubiese molestado me habría quedado ¿cierto? Sin embargo te he decidido acompañar- porque en el fondo prefería la presencia de Verona antes que su ausencia y por ende la presencia de la soledad.
La punta del objeto golpeo el pie de la mujer, se había quitado los zapatos por debajo de la misma, y es que las cintillas estaban tan desgastadas que bastaba la fuerza de un pie para descalzar el otro –Ha sido un error no ofrecértelos antes- le explico sintiendo el frio suelo en contacto con la tela de la calceta que llevaba puesta. Si bien su pie era por seguro varios centímetros más grande que el ajeno le serviría por lo menos para regular el calor. Había conocido en cierta ocasión un hombre que había perdido dos de sus dedos al haberse adentrado en el bosque sin guantes, recordaba su anécdota, redactada como hazaña que a él se le antojaba más como la forma clara de estupidez humana. Había perdidos dos dedos y se sentía un héroe de guerra “Nada más le queda” era pensarse un héroe o maldecir su mala decisión.
Y sin esperar una respuesta desvió su mirada al cuenco recién traído para comenzar a comer, el dinero que había ahorrado en el trago del burdel lo usaría ahora para pagar aquel manjar. Manjar para él, que vivía a base de piezas de pan y fruta pasada no solo por su falta de dinero sino además porque no sabía cocinar. “¿Tienes familia, Anuar?” –Todos tenemos una familia- conocida, desconocida, querida, odiada, añorada, disfuncional, enterrada, lejana, de sangre o no “La mía se encontraba en el burdel” Por lo menos una parte de, su padre seguía en Rumania posiblemente muerto y de su madre hacía años no sabía nada, para aquellas alturas la daba su esperanza de volverla a ver habían desaparecido por completo –Pero no sé donde este- le confeso, empinando el plato sobre sus labios para comer, tragar, el gazpacho.
-¿Tú tienes familia Verona?- le cuestiono, solo después de arrasar con la mitad de la comida y dejar el plato hondo sobre el llano para otorgarle toda su atención. Algo en su falta de quietud, en su repentina vergüenza y continuo perdón le incitaba a querer saber la respuesta pues él nunca preguntaba lo que no deseaba saber y una vez pronunciada la cuestión era imposible dejarla atrás, la curiosidad le carcomería entonces cual fiera embravecida desde el interior.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
Los humanos somos complejos y me incluyo dentro del saco aunque no deba. ¿Para qué alejarse? Siento al igual y muero de pena y sangro de rabia si la situación se complica, abandonando mi camino y dejándome sola en medio de la encarnada sociedad. Esta sociedad nuestra tan limitada y convencional. «Y voy a confesar que me gusta esta sensación» Tener matices, secretos, verdades escondidas en los ojos y en las huellas dactilares cicatrices, reivindicar una identidad escamada ¡no todos los peces son iguales! Y si por alguna razón terminamos engullidos por aquellos que sólo desearon vernos arder, será un consuelo cuando una espina se clave en sus gaznates «pues ni estando muertos conseguirán olvidar que un día fuimos parte de este mundo»
Aquí surgió el mayor de mis problemas. Resulta que, Anuar, hablaba muy poco y casi parecía escoger las palabras adecuadas que aportasen la mínima información, la suficiente como para seguir siendo educado pero sin darme absolutamente nada y andando a pies juntillas para evitar publicar el pecao que le devora. «No confía en mí» pensé medio rota. «Soy una extraña» Ni aún calzándome sus zapatos descubrí sus verdaderos pensamientos, colocarme en su piel. Pero aquel gesto de humildad no dejó de ser precioso y me pilló por sorpresa. Acostumbrada a dar y apenas recibir, este tipo de tratos conseguían arrancarme una sonrisa gigantesca (un segundo más y habría llorado) y carcajadas sonoras que salieron disparadas de mi boca y sacudieron las mesas de al lado y todo por que los zapatos me quedaban demasiado grandes (de por sí tengo un pie minúsculo y no me importa admitirlo) ¡Peor sería un cerebro! y hablando de la familia como si hablásemos del tiempo «Sopla el viento» me hizo la misma pregunta. «¡Válgame al cielo!» pues no sabía ser discreta ni controlarme de igual manera. Entonces mis ojos se oscurecieron, poseídos por un espectro y cualquier alegría que pudiese sentir, desapareció por donde vino.
Una terrible enfermedad se extendía por mi organismo como un virus destructor pegajoso e irritante, contaminando cada pedazo de mí alma y de mi carne. Desde la punta del dedo meñique del pie hasta el último pelo de mi cabeza. Angelo D'Arco, el ser más despreciable sobre la faz de la tierra. Cada quince días debía teñir mis cabellos para no ver el reflejo de un hombre, un padre que abandonó a su mujer y a sus hijos en un mar de lágrimas, hundidos como barcos náufragos envueltos en mantas de alga, muertos en inmensidades abismales; Angelo D'Arco, rubio y tonto de nacimiento, reflejado en todos los espejos.
Mi dharma (la zen) liberaba los nudos de mi mente y no me permitía odiarle, algo que debía agradecer a Buda, instruyéndome en su sabiduría inocente como las mejillas sonrosadas de un infante, pues odiar era de débiles y gente horrible y yo tenía miedo, pánico a convertirme en un ser de su alcurnia y semejanza, precursor de maldades negras como ala de cuervo, ala rota, por muy sonado que fuese su nombre en palacios de maravilla incandescente que cobija a estirpes malditas; tenía miedo a ser de la misma raza que el nombrado innombrable, Angelo D'Arco.
Los timbales y recuerdos de una civilización perdida golpearon mi pecho. Aquella pregunta sacó a la fiera que respiraba dentro, agarrándose a las raíces de mis ancestros como hiedras sempiternas retorciéndose por mi columna vertebral sin que yo pudiese evitarlo. Me hicieron soltar la cuchara repentinamente, esta golpeó contra el borde del plato, manchó la mesa y acarreó mi siguiente movimiento, pasando los dedos por encima para, acto seguido, lamérmelos como un felino limpiaría sus zarpas tras una espeluznante carnicería, una visión bella y repulsiva a la vez -he de reconocerlo- típica de un animal salvaje y al mismo tiempo elegante, como es el gato -Mi pueblo- murmuré asombrada ante los rostros pardos de mi pasado, iluminados por antorchas. De algún sitio venimos aunque a veces no sepamos de dónde exactamente o sigamos caminando hacia delante y bajo el amparo del sol amargo, mientras una sombra nos persigue. «Ruinas en mi corazón» -Tampoco he tenido noticias de ellos desde hace milenios. Pero se que sufren, ríen y se enfadan a millas de aquí, al igual que hará tu familia, Anuar, donde sea que estén- ¿Nuevos tiempos vendrán? -Y ahora escúchame bien...- agarré sus manos decidida a emprender un viaje con plena confianza en alcanzar el triunfo porque yo quería creer -...puede que una fuerza más grande que nosotros mismos nos haya empujado a encontrarnos esta noche y sólo puede, que juntos descubramos el gran misterio.
Aquí surgió el mayor de mis problemas. Resulta que, Anuar, hablaba muy poco y casi parecía escoger las palabras adecuadas que aportasen la mínima información, la suficiente como para seguir siendo educado pero sin darme absolutamente nada y andando a pies juntillas para evitar publicar el pecao que le devora. «No confía en mí» pensé medio rota. «Soy una extraña» Ni aún calzándome sus zapatos descubrí sus verdaderos pensamientos, colocarme en su piel. Pero aquel gesto de humildad no dejó de ser precioso y me pilló por sorpresa. Acostumbrada a dar y apenas recibir, este tipo de tratos conseguían arrancarme una sonrisa gigantesca (un segundo más y habría llorado) y carcajadas sonoras que salieron disparadas de mi boca y sacudieron las mesas de al lado y todo por que los zapatos me quedaban demasiado grandes (de por sí tengo un pie minúsculo y no me importa admitirlo) ¡Peor sería un cerebro! y hablando de la familia como si hablásemos del tiempo «Sopla el viento» me hizo la misma pregunta. «¡Válgame al cielo!» pues no sabía ser discreta ni controlarme de igual manera. Entonces mis ojos se oscurecieron, poseídos por un espectro y cualquier alegría que pudiese sentir, desapareció por donde vino.
Una terrible enfermedad se extendía por mi organismo como un virus destructor pegajoso e irritante, contaminando cada pedazo de mí alma y de mi carne. Desde la punta del dedo meñique del pie hasta el último pelo de mi cabeza. Angelo D'Arco, el ser más despreciable sobre la faz de la tierra. Cada quince días debía teñir mis cabellos para no ver el reflejo de un hombre, un padre que abandonó a su mujer y a sus hijos en un mar de lágrimas, hundidos como barcos náufragos envueltos en mantas de alga, muertos en inmensidades abismales; Angelo D'Arco, rubio y tonto de nacimiento, reflejado en todos los espejos.
Mi dharma (la zen) liberaba los nudos de mi mente y no me permitía odiarle, algo que debía agradecer a Buda, instruyéndome en su sabiduría inocente como las mejillas sonrosadas de un infante, pues odiar era de débiles y gente horrible y yo tenía miedo, pánico a convertirme en un ser de su alcurnia y semejanza, precursor de maldades negras como ala de cuervo, ala rota, por muy sonado que fuese su nombre en palacios de maravilla incandescente que cobija a estirpes malditas; tenía miedo a ser de la misma raza que el nombrado innombrable, Angelo D'Arco.
Los timbales y recuerdos de una civilización perdida golpearon mi pecho. Aquella pregunta sacó a la fiera que respiraba dentro, agarrándose a las raíces de mis ancestros como hiedras sempiternas retorciéndose por mi columna vertebral sin que yo pudiese evitarlo. Me hicieron soltar la cuchara repentinamente, esta golpeó contra el borde del plato, manchó la mesa y acarreó mi siguiente movimiento, pasando los dedos por encima para, acto seguido, lamérmelos como un felino limpiaría sus zarpas tras una espeluznante carnicería, una visión bella y repulsiva a la vez -he de reconocerlo- típica de un animal salvaje y al mismo tiempo elegante, como es el gato -Mi pueblo- murmuré asombrada ante los rostros pardos de mi pasado, iluminados por antorchas. De algún sitio venimos aunque a veces no sepamos de dónde exactamente o sigamos caminando hacia delante y bajo el amparo del sol amargo, mientras una sombra nos persigue. «Ruinas en mi corazón» -Tampoco he tenido noticias de ellos desde hace milenios. Pero se que sufren, ríen y se enfadan a millas de aquí, al igual que hará tu familia, Anuar, donde sea que estén- ¿Nuevos tiempos vendrán? -Y ahora escúchame bien...- agarré sus manos decidida a emprender un viaje con plena confianza en alcanzar el triunfo porque yo quería creer -...puede que una fuerza más grande que nosotros mismos nos haya empujado a encontrarnos esta noche y sólo puede, que juntos descubramos el gran misterio.
Verona*- Cambiante Clase Alta
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
“Seguro que mi padre ríe tanto como yo” Y la imposibilidad de saberle feliz con o sin él le agobio, sabía que su partida no suponía una perdida atroz, era una herida que el tiempo cercano podía sanar sin dejar una osca cicatriz. La pérdida de su mujer y su hija sin embargo era su principal motivo de dolor, el retoño por el cual todo lo había dado, la alegría de su corazón, la persona por quien había decidido menospreciar la infancia de su primogénito. Su infancia. Obligado durante toda su vida a velar por su bienestar, había presenciado como las alejaban de su vida y aquel dolor su padre nunca logro comprender. Atosigado por su ausencia, Anuar, sin embargo, había guardado en su memoria no a la hermana soñadora ni a su sumisa madre sino, dos cuerpos magullados que intentaban luchar, por lo que habiendo perdido nunca podrían recuperar.
Su mirada siguió cada una de sus acciones, la mancha sobre el mantel desapareció cuando sus dedos pasaron sobre ella, llevándose sobre su piel el contenido que había llegado a derramar y el cual, a su vez, encontró refugio entre sus labios para ser engullido y tragado sin más. Debían felicitar a la cocinera por hacer de aquel simplón platillo una exquisitez. Y no había sido sino hasta aquel instante en que su mirada cayo directa sobre sus labios, sin disimulo, sin poderlo evitar. Ni siquiera cuando había yacido desnuda frente a él había observado con tanta meticulosidad alguna parte de su cuerpo. Recordaba como su cintura se retraía a la altura de su ombligo y como sus piernas se exhibían perfectas, lo recordaba pues siendo hombre y artista sus instintos más primarios le obligaban a observar. Aun cuando se negaba a caer en el juego de sevicia que a los hombres les encantaba jugar. Sus pensamientos se vieron irrumpidos por su tacto y su seriedad.
¿De qué misterio le hablaba ahora? Y no fue la vertiginosidad de sus acciones lo que le mareo, sino el desconocer de donde provenían aquellas palabras o a donde pretendían llegar. Sujeto su mano con su trémulo tacto acercando su rostro a ella, inclinando su cuerpo sobre la mesa para susurrar palabras que solo ella debía escuchar, por poco y volcando el resto de gazpacho sobre él –No creo en la suerte o el azar, ni siquiera en el destino…y desconozco ese misterio del que hablas- le soltó, regresando a su lugar y si no había refutado sus palabras tajantemente se debía solo a la curiosidad que, si bien una extraña cualidad, había nacido en su interior al escucharle hablar. Como si su voz hubiese despertado a la bestia enjaulada que de vez en cuando lograba apaciguar, no en aquella ocasión, de ser así habría dejado un franco sobre la mesa para partir de vuelta a su hogar. Más seducido por las pesadillas que le aguardaban que por la promesa de misterio que acababa de pronunciar.
Quizás, solo estaba tan deseosa de creer que podía resolver dicho y desconocido misterio que había planteado en su persona la solución. Tan desesperada estaba que en él había encontrado a la persona adecuada ¿Y quién era él para negarle aquella necesidad? Termino con el menjunje con algunas cucharadas más –Pero, puede que desee ayudarte a descifrarlo aunque dudo ser pieza indispensable en el, si es que algo parecido llegas a creer- Y estaba dispuesto a guardar un secreto y rebanarse los sesos por una solución con tal de ver saciada su curiosidad y, permitirse la compañía de aquella inusual mujer que, parecía no develar todo sobre ella a pesar de parecer hablar sin ataduras ni cautelas. Los enigmas habían sido siempre una sana diversión aunque quizás el motivo por el cual ansiaba aceptar aquel iba más allá de lo que llegaba a admitir.
Tan solo estaba explorando los limites de la realidad. Tenía curiosidad por ver qué pasaría. Eso era todo: simple curiosidad. Jim Morrison
Su mirada siguió cada una de sus acciones, la mancha sobre el mantel desapareció cuando sus dedos pasaron sobre ella, llevándose sobre su piel el contenido que había llegado a derramar y el cual, a su vez, encontró refugio entre sus labios para ser engullido y tragado sin más. Debían felicitar a la cocinera por hacer de aquel simplón platillo una exquisitez. Y no había sido sino hasta aquel instante en que su mirada cayo directa sobre sus labios, sin disimulo, sin poderlo evitar. Ni siquiera cuando había yacido desnuda frente a él había observado con tanta meticulosidad alguna parte de su cuerpo. Recordaba como su cintura se retraía a la altura de su ombligo y como sus piernas se exhibían perfectas, lo recordaba pues siendo hombre y artista sus instintos más primarios le obligaban a observar. Aun cuando se negaba a caer en el juego de sevicia que a los hombres les encantaba jugar. Sus pensamientos se vieron irrumpidos por su tacto y su seriedad.
¿De qué misterio le hablaba ahora? Y no fue la vertiginosidad de sus acciones lo que le mareo, sino el desconocer de donde provenían aquellas palabras o a donde pretendían llegar. Sujeto su mano con su trémulo tacto acercando su rostro a ella, inclinando su cuerpo sobre la mesa para susurrar palabras que solo ella debía escuchar, por poco y volcando el resto de gazpacho sobre él –No creo en la suerte o el azar, ni siquiera en el destino…y desconozco ese misterio del que hablas- le soltó, regresando a su lugar y si no había refutado sus palabras tajantemente se debía solo a la curiosidad que, si bien una extraña cualidad, había nacido en su interior al escucharle hablar. Como si su voz hubiese despertado a la bestia enjaulada que de vez en cuando lograba apaciguar, no en aquella ocasión, de ser así habría dejado un franco sobre la mesa para partir de vuelta a su hogar. Más seducido por las pesadillas que le aguardaban que por la promesa de misterio que acababa de pronunciar.
Quizás, solo estaba tan deseosa de creer que podía resolver dicho y desconocido misterio que había planteado en su persona la solución. Tan desesperada estaba que en él había encontrado a la persona adecuada ¿Y quién era él para negarle aquella necesidad? Termino con el menjunje con algunas cucharadas más –Pero, puede que desee ayudarte a descifrarlo aunque dudo ser pieza indispensable en el, si es que algo parecido llegas a creer- Y estaba dispuesto a guardar un secreto y rebanarse los sesos por una solución con tal de ver saciada su curiosidad y, permitirse la compañía de aquella inusual mujer que, parecía no develar todo sobre ella a pesar de parecer hablar sin ataduras ni cautelas. Los enigmas habían sido siempre una sana diversión aunque quizás el motivo por el cual ansiaba aceptar aquel iba más allá de lo que llegaba a admitir.
Tan solo estaba explorando los limites de la realidad. Tenía curiosidad por ver qué pasaría. Eso era todo: simple curiosidad. Jim Morrison
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
El misterio. Aquel que nos atrapa, nos mantiene en vilo, incluso nos seduce, aunque nos empeñemos en demostrar que somos susceptibles a las seducciones. Utilice aquella palabra para darle una identidad a una «cosa» que no sabía expresar con mayor acierto, definirla cuando nadie antes pudo. Fueron innumerables, muchos antes que yo, los artistas que intentaron descubrir el gran misterio. En realidad no tenía nombre y menos aún poseía un rostro, pero si un talento. El talento de romper las fronteras. Ni siquiera sabía a lo que me estaba refiriendo cuando lo mencioné. Demasiado abstracto. Por lo tanto, no culpé al muchacho en su ignorancia. Nadie podía saberlo. Era un concepto etéreo, invisible, difícil de atrapar. Algunos se limitaban a llamarlo «eso.» ¿Y qué era «eso» exactamente?
El azar no entraba en juego. Incluso una tirada de dados, encontraba la forma de burlar al azar. Al final basaría su resultado en probabilidades. Dependiendo del peso del dado, de la superficie contra la que se lanzase, de a qué distancia, del brazo del tirador y llegado determinado momento y por estadística y una capacidad asombrosa de cálculo y retentiva, podías predecir con absoluta certeza que saldría un tres. Y en cuanto al destino, era asunto de Buda.
Tenía que ver con la existencia, la sed de conocimiento, la búsqueda constante, pero no de respuestas, más bien de impresiones mediante las cuales todos tus miedos, recuerdos y deseos, se ordenaban con una facilidad sorprendente y eran similares a las del resto y por un momento entendías el sentido de la vida. Rellenar los espacios del vacío, crear un suelo firme bajo los pies en lugar de sostenerte sobre la nada. Como el que se cae y no tiene donde agarrarse. El escudo ante la angustia. Tras varios años de investigación, descubrí que la única forma de alcanzar «eso» era dejándose llevar como vulgarmente era conocido o en su extremo más concreto, actuando en función de tu primer impulso sin pensar en las consecuencias que posiblemente se diesen por falta de responsabilidad. Millares, antes que yo. Víctimas de lo mismo, descubriendo una muerte temprana por meterse en camisas de once balas, por cruzar los límites de lo moralmente correcto para después ser marginados como muebles viejos en un desván por sociedades puritanas, narcisistas, caprichosas, versadas en protocolos, en pirámides de población, en trabajos honrados, en vestimentas para grandes banquetes, materialistas creadores de grandes materialistas: y nadie, absolutamente nadie de aquel mundo, lograría entenderlos jamás, ni saber porque lo hicieron o qué quisieron conseguir salvo, «eso» que tan difícil fue de explicar. Mi más sincero pésame. Bien se, que la curiosidad mata al gato.
Le miré con fijeza, independientemente de querer analizarle. No era mi intención (y tampoco respeto a la gente que lo hace) –Todos somos igual de indispensables, el problema radica cuando se empeñan en hacernos creer que no lo somos– pudo atisbarse indignación en mi voz. No pretendí utilizarle con un fin. Deseaba que fuese mi compañero de viaje y ya está. Elegí. La apariencia, la raza, el pensamiento, la clase social... me eran indiferentes. ¡De verdad! No suponían nada. Elegí por impulso y de alguna manera, también brotaba en él lo mismo, sólo que parecía cohibirlo. no se si quise ponerle un ejemplo o en realidad explicarle por qué me comportaba así. Pero continué, expresando mis pensamientos en alto –Yo era un pez encerrado en una caja de cristal y un día decidí construirme unas alas. Era un gran proyecto y lo intente varias veces, pero no fue factible.– reí ante la evidencia de tal locura –No tenía los recursos y tampoco iban a proporcionármelos. Así que decidí pegar un salto. Salí disparada de la caja y entonces pude ver desde el exterior lo que era una pecera y por primera vez sentí lo que era “vivir.”– pensé medidamente en ello. El ideal de libertad que pudo sonar como un pensamiento romántico y fue más que eso. Fue el descubrimiento de una sensación, como si hasta entonces no hubiese sabido qué significaba. Enseguida recordé a los indeseables ¿Qué harían si me oyesen pensar por mí misma? -Si se me ocurriese decir que los peces vuelan, me acusarían de herejía- Sus métodos y pretextos me hacían gracia y no cohibí el cinismo, dándole paso -Pero no pienso regresar a la pecera. Prefiero asfixiarme.
El azar no entraba en juego. Incluso una tirada de dados, encontraba la forma de burlar al azar. Al final basaría su resultado en probabilidades. Dependiendo del peso del dado, de la superficie contra la que se lanzase, de a qué distancia, del brazo del tirador y llegado determinado momento y por estadística y una capacidad asombrosa de cálculo y retentiva, podías predecir con absoluta certeza que saldría un tres. Y en cuanto al destino, era asunto de Buda.
Tenía que ver con la existencia, la sed de conocimiento, la búsqueda constante, pero no de respuestas, más bien de impresiones mediante las cuales todos tus miedos, recuerdos y deseos, se ordenaban con una facilidad sorprendente y eran similares a las del resto y por un momento entendías el sentido de la vida. Rellenar los espacios del vacío, crear un suelo firme bajo los pies en lugar de sostenerte sobre la nada. Como el que se cae y no tiene donde agarrarse. El escudo ante la angustia. Tras varios años de investigación, descubrí que la única forma de alcanzar «eso» era dejándose llevar como vulgarmente era conocido o en su extremo más concreto, actuando en función de tu primer impulso sin pensar en las consecuencias que posiblemente se diesen por falta de responsabilidad. Millares, antes que yo. Víctimas de lo mismo, descubriendo una muerte temprana por meterse en camisas de once balas, por cruzar los límites de lo moralmente correcto para después ser marginados como muebles viejos en un desván por sociedades puritanas, narcisistas, caprichosas, versadas en protocolos, en pirámides de población, en trabajos honrados, en vestimentas para grandes banquetes, materialistas creadores de grandes materialistas: y nadie, absolutamente nadie de aquel mundo, lograría entenderlos jamás, ni saber porque lo hicieron o qué quisieron conseguir salvo, «eso» que tan difícil fue de explicar. Mi más sincero pésame. Bien se, que la curiosidad mata al gato.
Le miré con fijeza, independientemente de querer analizarle. No era mi intención (y tampoco respeto a la gente que lo hace) –Todos somos igual de indispensables, el problema radica cuando se empeñan en hacernos creer que no lo somos– pudo atisbarse indignación en mi voz. No pretendí utilizarle con un fin. Deseaba que fuese mi compañero de viaje y ya está. Elegí. La apariencia, la raza, el pensamiento, la clase social... me eran indiferentes. ¡De verdad! No suponían nada. Elegí por impulso y de alguna manera, también brotaba en él lo mismo, sólo que parecía cohibirlo. no se si quise ponerle un ejemplo o en realidad explicarle por qué me comportaba así. Pero continué, expresando mis pensamientos en alto –Yo era un pez encerrado en una caja de cristal y un día decidí construirme unas alas. Era un gran proyecto y lo intente varias veces, pero no fue factible.– reí ante la evidencia de tal locura –No tenía los recursos y tampoco iban a proporcionármelos. Así que decidí pegar un salto. Salí disparada de la caja y entonces pude ver desde el exterior lo que era una pecera y por primera vez sentí lo que era “vivir.”– pensé medidamente en ello. El ideal de libertad que pudo sonar como un pensamiento romántico y fue más que eso. Fue el descubrimiento de una sensación, como si hasta entonces no hubiese sabido qué significaba. Enseguida recordé a los indeseables ¿Qué harían si me oyesen pensar por mí misma? -Si se me ocurriese decir que los peces vuelan, me acusarían de herejía- Sus métodos y pretextos me hacían gracia y no cohibí el cinismo, dándole paso -Pero no pienso regresar a la pecera. Prefiero asfixiarme.
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Re: Los demonios se esconden dentro de todo hombre [Verona]
De donde habían venido aquellas palabras supuso un misterio, parecían sacadas de algún otro lugar, de algún militar malherido en un campo de batalla incitando a sus compatriotas a avanzar o de un rebelde social buscando la liberación de su pueblo, le sonaban a un abad enseñando a sus monaguillos la labor de Dios o a un padre hablando con su hijo, haciéndole entender que toda ficha sobre el tablero podía aun jugar y que inclusive un alfil como el podía volverse algo glorioso. Algunos lo habían conseguido con el paso del tiempo, ninguno que conociese. Impropias palabras sin embargo, de una mujer en un lugar como aquel y fue aquella falta de coherencia lo que deleito sus oídos y le intrigo aun más, si es que de alguna manera aquello aun se podía. Inclino su rostro para escuchar con atención.
Un pez, decía, que volaba. La sola idea le hizo sonreír más no en un afán de burla o sorna, no pretendía ofenderla con su actuar pues, y muy a su pesar, el comprendía. Comprendía lo que intentaba explicarle con ejemplos claros que sin embargo no serian entendibles a quien no quería comprender. Y muchos en aquella sociedad se esmeraban penosamente en no hacerlo, vivían con vestigios difusos de la realidad, migajas que alguien más había optado por ofrecer y que compraban afanosamente como una vida plena relegando a aquellos que dichosos, lograban comprender lo que realmente valía la pena. Y él había encontrado a una de aquellas personas, no lo había comprendido en un principio y aun ahora creía que no lograba comprenderlo en su totalidad y no importaba, porque de aquello se trataba. Mientras no supiese expresarlo seguiría intentando, seguiría buscando. Seguirían buscando el misterio.
- Lo cierto es que lo incierto, pronto llegará- un camino con un destino desconocido, sin una ruta visible que seguir, avanzando a corazonadas y necesidades que al final podían no llevarlos a ningún lugar. Más el lugar no importaba, podrían pasar sobre él una y otra vez y jamás llegarse a percatar. Una definición tan confusa y abigarrada que no se atrevió en seguir intentando materializarla en palabras, porque las suyas no encontrarían la coherencia que encontró en pos de Verona. Un cuestionamiento más se formulo en su interior ¿Por qué él? A lo mejor la cambiaformas había tenido a muchos compañeros antes que él, todos creyendo que podrían descubrir el misterio. Todos pereciendo en la necesidad de hacerlo y morir ahora o después. Temía hacerlo ahora, sin haber encontrado un motivo para partir en paz, satisfecho de que el mundo que dejaba no tenía ya nada por ofrecer.
Más el tiempo siempre encontraba como regocijarse, echando en cara todas esas cosas que una vida no bastaba para hacer. Una simple vida humana, como la de él. Alejaba amantes con excusa de enfermedad, separaba familias por cuestiones de monotonía, se llevaba amigos, hermanos y desconocidos y la belleza de todo radicaba en que algún día se tendría que terminar, que absurdo seria después saber que daba lo mismo hacerlo hoy o mañana. Acaricio sus labios arrancando los trozos de piel que se despegaban por el frio invernal ¿Y si no lograban resolver el misterio?¿Y si por el contrario lo hacían?¿Qué pasaría después? La vida les abría dado todo porque vivir. Meneo la cabeza alejando tales pensamientos “Un paso a la vez” -¿Y hacia donde es nuestro primer salto de fe?- fe en ellos, en el misterio.
Un pez, decía, que volaba. La sola idea le hizo sonreír más no en un afán de burla o sorna, no pretendía ofenderla con su actuar pues, y muy a su pesar, el comprendía. Comprendía lo que intentaba explicarle con ejemplos claros que sin embargo no serian entendibles a quien no quería comprender. Y muchos en aquella sociedad se esmeraban penosamente en no hacerlo, vivían con vestigios difusos de la realidad, migajas que alguien más había optado por ofrecer y que compraban afanosamente como una vida plena relegando a aquellos que dichosos, lograban comprender lo que realmente valía la pena. Y él había encontrado a una de aquellas personas, no lo había comprendido en un principio y aun ahora creía que no lograba comprenderlo en su totalidad y no importaba, porque de aquello se trataba. Mientras no supiese expresarlo seguiría intentando, seguiría buscando. Seguirían buscando el misterio.
- Lo cierto es que lo incierto, pronto llegará- un camino con un destino desconocido, sin una ruta visible que seguir, avanzando a corazonadas y necesidades que al final podían no llevarlos a ningún lugar. Más el lugar no importaba, podrían pasar sobre él una y otra vez y jamás llegarse a percatar. Una definición tan confusa y abigarrada que no se atrevió en seguir intentando materializarla en palabras, porque las suyas no encontrarían la coherencia que encontró en pos de Verona. Un cuestionamiento más se formulo en su interior ¿Por qué él? A lo mejor la cambiaformas había tenido a muchos compañeros antes que él, todos creyendo que podrían descubrir el misterio. Todos pereciendo en la necesidad de hacerlo y morir ahora o después. Temía hacerlo ahora, sin haber encontrado un motivo para partir en paz, satisfecho de que el mundo que dejaba no tenía ya nada por ofrecer.
Más el tiempo siempre encontraba como regocijarse, echando en cara todas esas cosas que una vida no bastaba para hacer. Una simple vida humana, como la de él. Alejaba amantes con excusa de enfermedad, separaba familias por cuestiones de monotonía, se llevaba amigos, hermanos y desconocidos y la belleza de todo radicaba en que algún día se tendría que terminar, que absurdo seria después saber que daba lo mismo hacerlo hoy o mañana. Acaricio sus labios arrancando los trozos de piel que se despegaban por el frio invernal ¿Y si no lograban resolver el misterio?¿Y si por el contrario lo hacían?¿Qué pasaría después? La vida les abría dado todo porque vivir. Meneo la cabeza alejando tales pensamientos “Un paso a la vez” -¿Y hacia donde es nuestro primer salto de fe?- fe en ellos, en el misterio.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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