AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The heart asks pleasure first [Valentine Cromwell]
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The heart asks pleasure first [Valentine Cromwell]
-Padre…¿Quiere que le ayude en algo?- la preocupación había ido en aumento desde su arribo mismo a la catedral. El hombre que portaba la sotana, el cíngulo y todo lo demás había comenzado a moverse frenético de un lado a otro hecho un manojo de nervios. Y su acrecentada edad solo le hacía pensar cuantos sentimientos a la vez podía soportar su encorvado cuerpo, antes de colapsar en un ataque al corazón. Había atravesado como por milagro una decena de enfermedades que a otro hubiesen matado, guardaba semanas en su cama y regresaba después, nunca igual de sano que como se había marchado, pero siempre regresaba. Era benévolo con sus feligreses aunque él mismo no sabía demasiado de su persona, un hombre bastante reservado merecía mencionar y aquello a labios de Cyrille era mucho decir.
-¡Como caído del cielo!- exclamo el hombre encomendándole una centena de trabajos y favores que resultaban confusos y demasiado laboriosos. Aun así, acepto. Guardar los diezmos, colgar y almacenar todas las estolas, albas y casullas que se encontraban arrebujadas en una esquina del cuarto lateral, lavar y pulir con el pañuelo el cáliz, el copón, la patena y las vinajeras, llenarlas además con vino y agua, ir a recoger la palia que habían enviado en señal de buena fe alguna familia noble de un remoto lugar. Ir por las hostias aun no consagradas que les provisionaban cada mes para auspiciar la eucarística. Terminó poco antes del crepúsculo, a hora exacta para prender las velas que brindaban destellos fugaces, parpadeantes lenguas de fuego que reflejaban su calor sobre los santos de alabastro. A tiempo, porque la catedral jamás debía estar a obscuras, era la luz en la obscuridad y a la gente le gustaba creer con lo que podía ver.
Una mano pesada se poso sobre su hombro apretándole con suavidad –He enviado un mensajero a tu hogar para que de noticia de tu ausencia- aunque en su rostro se noto el desentendimiento el padre no menciono más nada, volviendo objeto de curiosidad y más aun, exaltamiento. Porque una ausencia imponía un viaje y como tal, salir de París pues su mundo se reducía a Burdeos, la abadía y aquella magnifica ciudad.
Los recurrentes movimientos del barco le mantenían firmemente agarrado a la baranda, con el cuerpo meciéndose de un lado a otro y el estomago revuelto. No recordaba cuantas veces había vomitado ya y podía jurar que en su rostro se marcaban las nauseas que sentía, nunca antes había viajado en barco, nunca antes había salido de Francia. El eclesiástico se paseaba por la eslora como quien ha pasado toda su vida en el mar, sin inmutarse por las fuertes sacudidas y recurrentes olas que empapan la madera y como fresca brisa pringaban tersas sobre su cuerpo. Al contrario, Cyrille las sentía como piedrecillas mancillando su rostro y empapando sus prendas, con el cargado aroma de la sal -¿Ya vamos a llegar?- cuestiono, como infante impaciente de salir de su prisión.
Bajaron del navío con un equipaje de mano a cuestas, el monaguillo, dando tropezones y traspiés por doquier, sin perder detalle de aquel nuevo mundo que le permitían conocer. Alegre, debiendo o no, por alejarse de lo que debía llamar hogar. La tardanza no había sido solo de varios días además, había debido soportar mareos, tormentas y una tripulación que se limitaba a mofarse de su pesar esperaba, poder pasar algunos días en tierra firme antes de tener que regresar. Desconociendo aun con claridad el motivo de su visita aunque parecía haber sido encomendado a la labor para cargar con los equipajes y servir de compañía “Toda tarea que Dios te encomiende has de hacerla bien” inspiro profundamente subiendo en el carruaje junto con el padre quien, ofreciéndole una sonrisa por respuesta de sus cuestionamientos acallados se limito a observar por la ventanilla, extasiado, al igual que él por el paisaje y la vista del lugar.
-¡Como caído del cielo!- exclamo el hombre encomendándole una centena de trabajos y favores que resultaban confusos y demasiado laboriosos. Aun así, acepto. Guardar los diezmos, colgar y almacenar todas las estolas, albas y casullas que se encontraban arrebujadas en una esquina del cuarto lateral, lavar y pulir con el pañuelo el cáliz, el copón, la patena y las vinajeras, llenarlas además con vino y agua, ir a recoger la palia que habían enviado en señal de buena fe alguna familia noble de un remoto lugar. Ir por las hostias aun no consagradas que les provisionaban cada mes para auspiciar la eucarística. Terminó poco antes del crepúsculo, a hora exacta para prender las velas que brindaban destellos fugaces, parpadeantes lenguas de fuego que reflejaban su calor sobre los santos de alabastro. A tiempo, porque la catedral jamás debía estar a obscuras, era la luz en la obscuridad y a la gente le gustaba creer con lo que podía ver.
Una mano pesada se poso sobre su hombro apretándole con suavidad –He enviado un mensajero a tu hogar para que de noticia de tu ausencia- aunque en su rostro se noto el desentendimiento el padre no menciono más nada, volviendo objeto de curiosidad y más aun, exaltamiento. Porque una ausencia imponía un viaje y como tal, salir de París pues su mundo se reducía a Burdeos, la abadía y aquella magnifica ciudad.
Los recurrentes movimientos del barco le mantenían firmemente agarrado a la baranda, con el cuerpo meciéndose de un lado a otro y el estomago revuelto. No recordaba cuantas veces había vomitado ya y podía jurar que en su rostro se marcaban las nauseas que sentía, nunca antes había viajado en barco, nunca antes había salido de Francia. El eclesiástico se paseaba por la eslora como quien ha pasado toda su vida en el mar, sin inmutarse por las fuertes sacudidas y recurrentes olas que empapan la madera y como fresca brisa pringaban tersas sobre su cuerpo. Al contrario, Cyrille las sentía como piedrecillas mancillando su rostro y empapando sus prendas, con el cargado aroma de la sal -¿Ya vamos a llegar?- cuestiono, como infante impaciente de salir de su prisión.
Bajaron del navío con un equipaje de mano a cuestas, el monaguillo, dando tropezones y traspiés por doquier, sin perder detalle de aquel nuevo mundo que le permitían conocer. Alegre, debiendo o no, por alejarse de lo que debía llamar hogar. La tardanza no había sido solo de varios días además, había debido soportar mareos, tormentas y una tripulación que se limitaba a mofarse de su pesar esperaba, poder pasar algunos días en tierra firme antes de tener que regresar. Desconociendo aun con claridad el motivo de su visita aunque parecía haber sido encomendado a la labor para cargar con los equipajes y servir de compañía “Toda tarea que Dios te encomiende has de hacerla bien” inspiro profundamente subiendo en el carruaje junto con el padre quien, ofreciéndole una sonrisa por respuesta de sus cuestionamientos acallados se limito a observar por la ventanilla, extasiado, al igual que él por el paisaje y la vista del lugar.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
- Mensajes : 260
Fecha de inscripción : 06/02/2011
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Re: The heart asks pleasure first [Valentine Cromwell]
Sus dedos se cerraban sobre la presa como barrotes de celda. Valentine sonreía al sentir el aleteo inquieto acariciándole las palmas. Con ojos curiosos, se asomaba entre las rendijas de la prisión de sus manos, observando los colores cálidos, vivos. Una gran adición para la colección, se dijo.
Abandonó el jardín trasero. Traspasó vestíbulos, pasillos y escaleras hasta alcanzar una habitación cuya puerta, de madera pulida y opaca, se abrió silenciosamente. Dentro, buscó una campana de cristal dispuesta sobre el escritorio y, con un movimiento ágil, consiguió mantener cautiva a la presa, campana sobre la superficie de la mesa. Ahora aleteaba e intentaba alzar un vuelo que pronto veía frustrado por muros fríos e invisibles.
Rodeó el escritorio y tomó asiento. Entrelazó sus dedos y agachó la cabeza para observarla fijamente, acariciando su propia mandíbula con los pulgares. Estaba intacta, reconoció, celebrándolo con una segunda sonrisa triunfante.
Se echó hacia atrás, recostándose sobre el respaldar, y alzó la vista. Las paredes del estudio lucían como una cuadrícula de simetría absoluta. Cada cuadro no era más que un marco de un retrato en cuyo centro, clavadas por un delgado alfiler, se sostenían inmóviles innumerables mariposas de colores y especies variopintas. Para algunas, el tiempo les había robado la nitidez de sus colores, que Valentine recordaba muy bien; otras, en cambio, mantenían aún tonos brillantes, fríos y cálidos, claros y oscuros.
Sus manos, aún entrelazadas, fueron ahora hacia su nuca. Sobre ellas apoyó su cabeza y permaneció quieto por segundos, admirando su colección. ¿Con cuántos ejemplares contaba ya? No tenía sentido contarlas, siquiera clasificarlas. ¡Ninguna cifra sería suficiente, mucho menos la repetición de alguna categoría!
Como aleteo de mariposa, rápido y súbito, su sonrisa se esfumó. Alguien tocaba la puerta.
- Adelante - concedió con desgana, en la misma posición, sobre la silla.
"Majestad, el padre ya ha llegado al Palacio."
A pesar de la interrupción, recibió la noticia con particular alegría. No había sido más que un cebo la forma en la que había decidido atraer al eclesiástico. Una "confesión protocolar", había dicho, si mal no recordaba. Levantándose de su asiento, se propuso recibir él mismo a los visitantes, y la naturaleza auténtica de sus planes le seducía como música en su mente, como una fuga de Bach, frenética y excitante.
De nuevo, regresó en sus pasos a través de vestíbulos, pasillos y escaleras, hasta alcanzar la entrada del Palacio. Antes de franquear la puerta principal, advirtió su vestimenta, quizás muy casual para la ocasión, y le restó importancia con un bufido.
Desde el umbral del Palacio, a puertas abiertas, un sendero se prolongaba hasta el rejado más exterior. Allí, tras barrotes que antes él recreara con sus dedos, detalló el carruaje del que desembarcaban dos figuras. Una, la más robusta y encorvada, la identificó rápidamente; la otra llamó su atención y su mirada se agudizó, serpentil.
- ¡Bienvenido, Padre! - llamó, sonriendo con cortesía - No espere menos que un hogar entre estas paredes. Mi hermano, El Rey, y yo estamos complacidos por su llegada.
Inclinó su cabeza en respeto, una vez los visitantes alcanzaron el umbral. Concediéndoles el paso, permitió su entrada y, con la momentánea censura que permitía la espalda del padre, lanzó una mirada invasiva sobre su acompañante, a quien ahora reconocía como un intrigante monaguillo.
Sus planes cambiaban tan pronto como las circunstancias lo exigían. Aunque en un principio la invitación personal del eclesiástico respondía a motivos ocultos y de relativa importancia, la compañía del monaguillo intercedía casi accidentalmente. En forma rápida y hábil, Valentine reorganizó sus prioridades y estrategias y, casi de inmediato, actuó en consecuencia.
- Padre, mi hermano le espera con urgencia en su habitación. Si lo permite, le guiarán directamente hacia allá - propuso con un gesto hacia uno de los criados, que con aire desorientado acató la orden -. Mientras tanto, permítame servirle de anfitrión y mostrarle a su acompañante la habitación dispuesta para su estadía en Escocia. Por breve que fuera, estaremos contentos de ofrecerle la mayor comodidad.
Otro criado saltó a la nueva disposición del príncipe, tomando el equipaje que traía a cuestas el monaguillo. Valentine, observándole por encima de su hombro, le sonrió con complicidad casi imperceptible.
- Sígame.
Abandonó el jardín trasero. Traspasó vestíbulos, pasillos y escaleras hasta alcanzar una habitación cuya puerta, de madera pulida y opaca, se abrió silenciosamente. Dentro, buscó una campana de cristal dispuesta sobre el escritorio y, con un movimiento ágil, consiguió mantener cautiva a la presa, campana sobre la superficie de la mesa. Ahora aleteaba e intentaba alzar un vuelo que pronto veía frustrado por muros fríos e invisibles.
Rodeó el escritorio y tomó asiento. Entrelazó sus dedos y agachó la cabeza para observarla fijamente, acariciando su propia mandíbula con los pulgares. Estaba intacta, reconoció, celebrándolo con una segunda sonrisa triunfante.
Se echó hacia atrás, recostándose sobre el respaldar, y alzó la vista. Las paredes del estudio lucían como una cuadrícula de simetría absoluta. Cada cuadro no era más que un marco de un retrato en cuyo centro, clavadas por un delgado alfiler, se sostenían inmóviles innumerables mariposas de colores y especies variopintas. Para algunas, el tiempo les había robado la nitidez de sus colores, que Valentine recordaba muy bien; otras, en cambio, mantenían aún tonos brillantes, fríos y cálidos, claros y oscuros.
Sus manos, aún entrelazadas, fueron ahora hacia su nuca. Sobre ellas apoyó su cabeza y permaneció quieto por segundos, admirando su colección. ¿Con cuántos ejemplares contaba ya? No tenía sentido contarlas, siquiera clasificarlas. ¡Ninguna cifra sería suficiente, mucho menos la repetición de alguna categoría!
Como aleteo de mariposa, rápido y súbito, su sonrisa se esfumó. Alguien tocaba la puerta.
- Adelante - concedió con desgana, en la misma posición, sobre la silla.
"Majestad, el padre ya ha llegado al Palacio."
A pesar de la interrupción, recibió la noticia con particular alegría. No había sido más que un cebo la forma en la que había decidido atraer al eclesiástico. Una "confesión protocolar", había dicho, si mal no recordaba. Levantándose de su asiento, se propuso recibir él mismo a los visitantes, y la naturaleza auténtica de sus planes le seducía como música en su mente, como una fuga de Bach, frenética y excitante.
De nuevo, regresó en sus pasos a través de vestíbulos, pasillos y escaleras, hasta alcanzar la entrada del Palacio. Antes de franquear la puerta principal, advirtió su vestimenta, quizás muy casual para la ocasión, y le restó importancia con un bufido.
Desde el umbral del Palacio, a puertas abiertas, un sendero se prolongaba hasta el rejado más exterior. Allí, tras barrotes que antes él recreara con sus dedos, detalló el carruaje del que desembarcaban dos figuras. Una, la más robusta y encorvada, la identificó rápidamente; la otra llamó su atención y su mirada se agudizó, serpentil.
- ¡Bienvenido, Padre! - llamó, sonriendo con cortesía - No espere menos que un hogar entre estas paredes. Mi hermano, El Rey, y yo estamos complacidos por su llegada.
Inclinó su cabeza en respeto, una vez los visitantes alcanzaron el umbral. Concediéndoles el paso, permitió su entrada y, con la momentánea censura que permitía la espalda del padre, lanzó una mirada invasiva sobre su acompañante, a quien ahora reconocía como un intrigante monaguillo.
Sus planes cambiaban tan pronto como las circunstancias lo exigían. Aunque en un principio la invitación personal del eclesiástico respondía a motivos ocultos y de relativa importancia, la compañía del monaguillo intercedía casi accidentalmente. En forma rápida y hábil, Valentine reorganizó sus prioridades y estrategias y, casi de inmediato, actuó en consecuencia.
- Padre, mi hermano le espera con urgencia en su habitación. Si lo permite, le guiarán directamente hacia allá - propuso con un gesto hacia uno de los criados, que con aire desorientado acató la orden -. Mientras tanto, permítame servirle de anfitrión y mostrarle a su acompañante la habitación dispuesta para su estadía en Escocia. Por breve que fuera, estaremos contentos de ofrecerle la mayor comodidad.
Otro criado saltó a la nueva disposición del príncipe, tomando el equipaje que traía a cuestas el monaguillo. Valentine, observándole por encima de su hombro, le sonrió con complicidad casi imperceptible.
- Sígame.
Valentine Cromwell- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 16
Fecha de inscripción : 03/06/2012
Re: The heart asks pleasure first [Valentine Cromwell]
El paisaje que les acompaño desde el puerto comenzó a cambiar con vertiginosidad, altos arboles y repletos arbustos se cernían a ambos lados del sendero ahora menos rocoso, y en la lejanía se pintaba ya con matices difusos lo que debía ser el hogar de un importantísimo ser, mucho mayor a la casa en la cual se había criado y la misma no carecía de dimensión -¿Ha quienes hemos venido a visitar?- el cuestionamiento permaneció suspendido unos instantes antes de captar la atención del anciano quien, con un movimiento aletargado, sonrió de medio lado sin contestar. Como si su falta de comprensión fuese un divertido juego.
Le parecía que había algo diferente en el aire, algo que podía apreciar desde el interior de su transporte con tanta certeza como fácil le era distinguir el inusual acento de las personas al hablar francés. Se colaban entre las vocales y consonantes sonidos que nada tenían que ver con su lengua natal, la primera vez que les escucho hablar una sonrisilla había crispado sus labios deformando su semblante, la risilla se había atorado en su garganta con rapidez y había decidido contener su alegría por educación.
El carruaje se detuvo y la portezuela se abrió de par en par dejando frente a él la imagen que antes se le dificulto observar y el lugar no se veía menos prominente que en la lejanía -¡Su excelencia!- la voz del padre resonó a un lado suyo obligándolo a desviar su atención a la persona que ahora comenzaba a hablar como posible anfitrión. Tuvo que contenerse para no hacer de su rostro un gesto de obvia sorpresa, el rey había dicho el, el rey de Escocia. Cuando el eclesiástico había agachado la cabeza, de manera nada obvia por su estorbosa joroba, en forma clara de respeto y saludo Cyrille había ofrecido una reverencia pronunciada. Por desconocer el protocolo ante presencia de tan distinguido ser.
-Como usted disponga- y no mucho después comenzó a avanzar con tranquilidad detrás del hombre que el príncipe había encargado para señalar el camino a seguir. Cyrille, aturdido como se encontraba, por poco y le arrebataba el maletín al criado sintiéndose más a gusto de tener algo en las manos. Un objeto con que poder distraerse de tornarse incomoda la situación, de tener que caminar por pasillos en los que nada había por ver –Claro- exclamó, quizás más alto de lo necesario. Andando primero varios pasos por detrás, adelantándose unos cuantos para quedar a su par, retrocediendo dos para no adelantarse. De haber sabido con anterioridad que iría a hogar de la realeza escocesa hubiese cuestionado por los protocolos a seguir.
Observo en derredor, remplazando el nerviosismo del momento por el asombro, ahora no le importaban los pesares del viaje si la recompensa fuese siempre como aquella, un paisaje diferente de una tierra lejana ¿Cómo explicarle al padre que después de ser aceptado como miembro de la iglesia no deseaba pasar su vida en misa sino en misión? Quizás aquel fuese un buen lugar para comenzar a conocer la realidad del exterior, comenzó a maquilar la manera más fácil de regresar al puerto, caminar por los mercados, visitar los hospitales –Y…¿Cuál es su nombre?- si lo correcto era o no cuestionar a la realeza estaba a punto de comprobarlo.
Le parecía que había algo diferente en el aire, algo que podía apreciar desde el interior de su transporte con tanta certeza como fácil le era distinguir el inusual acento de las personas al hablar francés. Se colaban entre las vocales y consonantes sonidos que nada tenían que ver con su lengua natal, la primera vez que les escucho hablar una sonrisilla había crispado sus labios deformando su semblante, la risilla se había atorado en su garganta con rapidez y había decidido contener su alegría por educación.
El carruaje se detuvo y la portezuela se abrió de par en par dejando frente a él la imagen que antes se le dificulto observar y el lugar no se veía menos prominente que en la lejanía -¡Su excelencia!- la voz del padre resonó a un lado suyo obligándolo a desviar su atención a la persona que ahora comenzaba a hablar como posible anfitrión. Tuvo que contenerse para no hacer de su rostro un gesto de obvia sorpresa, el rey había dicho el, el rey de Escocia. Cuando el eclesiástico había agachado la cabeza, de manera nada obvia por su estorbosa joroba, en forma clara de respeto y saludo Cyrille había ofrecido una reverencia pronunciada. Por desconocer el protocolo ante presencia de tan distinguido ser.
-Como usted disponga- y no mucho después comenzó a avanzar con tranquilidad detrás del hombre que el príncipe había encargado para señalar el camino a seguir. Cyrille, aturdido como se encontraba, por poco y le arrebataba el maletín al criado sintiéndose más a gusto de tener algo en las manos. Un objeto con que poder distraerse de tornarse incomoda la situación, de tener que caminar por pasillos en los que nada había por ver –Claro- exclamó, quizás más alto de lo necesario. Andando primero varios pasos por detrás, adelantándose unos cuantos para quedar a su par, retrocediendo dos para no adelantarse. De haber sabido con anterioridad que iría a hogar de la realeza escocesa hubiese cuestionado por los protocolos a seguir.
Observo en derredor, remplazando el nerviosismo del momento por el asombro, ahora no le importaban los pesares del viaje si la recompensa fuese siempre como aquella, un paisaje diferente de una tierra lejana ¿Cómo explicarle al padre que después de ser aceptado como miembro de la iglesia no deseaba pasar su vida en misa sino en misión? Quizás aquel fuese un buen lugar para comenzar a conocer la realidad del exterior, comenzó a maquilar la manera más fácil de regresar al puerto, caminar por los mercados, visitar los hospitales –Y…¿Cuál es su nombre?- si lo correcto era o no cuestionar a la realeza estaba a punto de comprobarlo.
Cyrille Vezier- Humano Clase Alta
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