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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Jue Ago 16, 2012 7:14 am

Aún no terminaba de acostumbrarme a mi nuevo color de cabello. Había sido, por supuesto, idea mía, una que buscaba eliminar los últimos rastros de rojo que el tiempo había ido matizando poco a poco y que a Dragos, ¡a aquel maldito sinvergüenza con el que me había tenido que casar!, le encantaba. Únicamente por fastidiarle, me cambiaría el color de pelo al más antinatural que existiera, al más impropio de mí que se me antojase, al más irreal que pudiera describir la mente de un artista, pues a fin de cuentas son ellos los que poseen las mentes más dadas a la fantasía, a lo no real, a lo que se escapa de la lógica aplastante que imperaba en aquel momento y los que otorgaban un punto de inflexión entre lo que se consideraba bello y lo que se consideraba utilitario, si bien es cierto que en numerosas ocasiones mezclaban los conceptos en productos de una belleza extraordinaria... claro, si el artista en cuestión era bueno. Aquella noche llegaría a mi hogar una de las obras que con más ansia había estado esperando añadir a la colección privada, una escultura mitológica de un artista veneciano que derrochaba talento se mirara por donde se mirase, y era aquella noche, después de recibirla y cuando comenzaran a llegar los invitados a la reunión social que había organizado, cuando estrenaría en público, por fin, mi nueva apariencia. Hasta aquel momento solamente la habían visto los criados encargados de ayudarme a teñirlo, y como mucho algunos pobres desgraciados que se habían cruzado en mi camino y habían supuesto mi cena; nadie de la alta sociedad era, aún, consciente de aquel cambio, que era todo lo contrario a pequeño y que seguramente diera para meses y meses de cotilleo, igual que lo había hecho mi boda y mi ascenso a monarca de los Países Bajos. Si ellos supieran...

Me peiné con los dedos, dejándolos bailar por la suave cascada ahora castaña, con ciertos reflejos rojizos que no podía disimular, que era mi cabello, y observé mi reflejo en el espejo de la habitación del palacete –sí, ese en el que últimamente Dragos entraba cuando a él le venía bien, con la justificación de que era mi marido y tenía que hacerlo...–, tan diferente a lo que acostumbraba y a la vez tan parecido a la vieja Amanda, la que a partir de aquella noche nacería. Me gustaba reinventarme; era una costumbre que tenía desde que en mi época como humana me hubiera tocado hacerlo de manera forzosa, y saberme con la libertad de poder hacerlo sin restricciones, sin límites, era algo tan delicioso que pese a las circunstancias adversas me ponía de buen humor... de macabro buen humor, claro. Me levanté de la silla forrada en terciopelo rojo y me dirigí al armario, donde reposaban los trajes que guardaba con mayor y menor mimo, en función de su valor real y no necesariamente sentimental, y de entre las telas que colgaban inertes en el interior escogí una particularmente suave, de la seda más pura y de un verde que se parecía al que mis ojos últimamente decidían mostrar más... Si bien aquel color del vestido quedaba disimulado por encaje plateado, bordado con auténtico hilo de plata en el corpiño y las mangas, así como en la larga falda, que caía ajustada a mi alrededor. El corsé, ajustado, acentuaba aún más las curvas de mi cuerpo, y el efecto completo lo conseguí cuando en vez de peinarme la melena en un costoso recogido lleno de rizos la dejé caer, ondulada, suave, flotando como el mare nostrum a mi alrededor. Así, con los altos tacones negros que había decidido ponerme, estaba lista para dar la bienvenida a la obra a mi palacete, a cuya puerta llamaron a la hora acordada.

Un asistente vampiro, el único que por fuerza podría transportar la obra de arte, me alcanzó una copa de lo que a simple vista parecía vino y era sangre en cuanto le acompañé al interior, elegante y lleno de frescos y obras de arte, del antiguo palacio de la época de Luis XIV. Con dicha copa en la mano, y después de haberle hecho un gesto para que me dejara sola en cuanto la hubo posicionado, avancé como una sombra por los metros que me separaban de mi última adquisición. Era un recinto, en el que se encontraba, lleno de esculturas del período, y Eros y Psique de Antonio Canova yacían junto a una ventana, que a lo largo del día la iluminaría y haría resplandecer su mármol blanquísimo, pulido hasta la saciedad y tan brillante que daban ganas de acariciarlo, puesto que sin duda sería tan suave como fría solía ser dicha piedra. Con una media sonrisa contemplé aquel fruto del talento del escultor más brillante, según decían, desde Bernini, y la copa de sangre bailó entre mis dedos, mecida por un impulso fantasmal que acompañó a aquel que me hizo borrar la sonrisa de mis labios y ponerme en tensión, pues un efluvio sin duda perteneciente a un vampiro y que, en cierto modo, me resultaba familiar, me hizo girarme hacia la dirección de la que creía que venía. Di un trago a la copa, apenas un sorbo, y alcé una ceja, invitando a mi huésped inesperado a salir de su escondite, pues no parecía que sus intenciones fueran contrarias al son de paz que aparentaban.
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Mensaje por Erianthe Keres Vie Ago 17, 2012 1:23 pm

A menudo los grandes son desconocidos o peor,
mal conocidos.
Thomas Carlyle


La noche era la amiga, amante y cómplice de las criaturas sobrenaturales, esa que bañaba de oscuridad cualquier peligro latente. ¿Qué era en realidad el peligro? ¿El peligro humano era lo que importaba? No, ellos deben sentir temor, así su sangre se acelera, hierve, y se consume de manera más deliciosa; el cansancio y el sueño que atrapa a los seres humanos les da pauta de bailar un tango bajo el manto de la luna. Sin mucha luz de por medio, la sonrisas amplias de los vampiros se vuelven demoniacas, incluso difíciles de observar, cualquier que se atreva termina al borde de la locura, o quizás (y lo más seguro) muertos. No se trata de ocasionar pesares a esas familias que pierden a sus seres queridos, se trata de ondear una bandera proclamando al más fuerte y poderoso. Incluso no es necesario el uso de un arma blanca, un simple movimiento de piernas, la rapidez natural que poseen, y el filo de los caninos los ayuda a obtener aquello que los mantiene eternamente: la sangre. La noche no simplemente oculta esos peligros humanos, también enseña la realidad de la vida, las criaturas de la noche llevan sus deseos más grandes a la "luz" para hacerlos realidad, la venganza no sólo es parte de un pensamiento, más bien se hace presente, y aquellos a quienes se busca hacer un mal, deben temer su espalda. Ella buscaba la venganza humana, la que el tiempo había vuelto una obsesión y un deseo voraz. Sus ojos centellaban al recordar una imagen masculina. Esa sonrisa, esa cara de ira, todo mezclado en el rostro perfecto de un macho dispuesto a destruir a la hembra que escondía con recelo la espalda que había terminado con la vida de quienes en algún momento había amado.

Entre sus dedos se encontraba el filo de la espada, esa que no era suya, y que por lo visto, era lo único que verdaderamente le importaba a su enemigo. Sin embargo, aunque su primer encuentro había sido mejor de lo que esperaba, la vampiresa buscaba más. Poco era el tiempo que llevaba en Paris, había investigado de Ciro con todos y cada uno de los nombres que se había puesto, sus relaciones cercanas, sus tratos, sus cargos, incluso el nombre de cada una de sus víctimas, pero en esa ciudad, con apenas unos días de llegar a pisar ese suelo, apenas y le había dado tiempo para apoderarse de esa espada. Suspiró más que nada por inercia, no por que verdaderamente aquello fuera necesario. Le gustaba esa arma, y deseaba conservarla porqué había sido lo último que su padre y hermanos habían visto. Quizás al final no le devolvería el objeto a Pausanias, quizás después de matarlo remodelada alguna de sus mansiones colocándola en medio, como si se tratará del más caro y valioso objeto. Era una idea retorcida dado la perdida que ese filo le había otorgado, pero a alguien como ella, la normalidad y lo sano no iba en su vida, se tenía que ir a extremos insospechables, y entonces es cuando notas que el sufrimiento se vuelve parte de su placer, y que quizás el amor propio era retorcido, así como el amor que algún día podría llegar a sentir por alguien, se volvería destructivo, corrosivo, letal. Con presión movió uno de los dedos, de tal manera que la sangre brotó, una gota, y pronto dejó de hacerlo, la sanción acelerada tenía sus ventajas.

Sus piernas se movían con rapidez y fuerza por la ciudad, por las afueras hasta llegar al bosque, y pronto se mezcló entre los arboles hasta llegar al lugar del primer encuentro: los calabozos. Erianthe se colocó enfrente de la estructura ya quemada, cerró los ojos, e identificó el aroma masculino y delicioso de Ciro. Pudo imaginar distintos tipos de lineas, distintas rutas, caminos que la llevarían a descubrir un poco más de la eternidad que poseía el hombre. Durante la noche estudió algunas, pero al quinto camino, cuando estaba por buscar algo más entretenido que hacer, se topó con una hermosa estructura. La vampiresa se preguntó si podía ser de él, o de alguien relacionado de manera profunda con la bestia. Sin importarle mucho el protocolo, pues ella pensaba que esos modales solo eran lineamientos humanos absurdos, se adentró a la estructura. Caminó con tranquilidad por algunos pasillos, y sus cejas se arqueaban a cada paso con asombró al ver el buen gusto de quien viviera en ese lugar. Al poco tiempo aparecieron retratos, pero el que llamó su atención fue el de una hermosa mujer de cabellos rojos. - Interesante - Musitó sin dejar de avanzar. Estaba tan concentrada en el arte y la historia que poseían esos pasillos que olvidaba porque estaba en ese lugar, aunque eso no duró demasiado, pues un sonido y varios pasos la regresaron a la realidad de las cosas. Se dio cuenta de su descuido, de lo poco perceptiva y alerta que se encontraba, descuidos como esos hacen a los soldados perder guerras.

- Eres la hermosa dama de cabellos rojos… Te ves diferente, pero sin duda tú belleza no se ha apocado, al contrario - Espetó saliendo de su breve escondite. No pretendía halagar para quedar bien, si algo caracterizaba a esa mujer, era su sinceridad, la manera en que sus pensamientos salían de forma natural, sin ni siquiera ocultar algo. Para ella ocultar deseos, pensamientos y acciones era absurdo, pues te hace cobarde, aunque claro, tenía detalles que debía guardar con recelo para triunfar en algunos planes - ¿Es acaso su propiedad? Lamento la intromisión, pensé que era de alguien más… - Evidente era mi decepción, hubiera sido completamente divertido fastidiarle otra noche a Ciro - La felicito por ese tan buen gusto en las decoraciones - Sonreí de forma amplia - Mi nombre es Erianthe, por cierto… -
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Mensaje por Invitado Lun Ago 20, 2012 6:32 am

El mito de Eros y Psique había sido uno de mis preferidos en mi época como humana, una vez había abandonado mi Britannia natal como prisionera de guerra para dirigirme al decadente Imperio Romano, en el que había vivido mis últimos años hasta mi transformación. Se decía que Psique, hija de un rey de Anatolia, era la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra, y Venus, celosa de su belleza, envió a su hijo Eros, encargado del amor, a que le lanzara una flecha de oro oxidado para que se enamorara de un hombre feo, un auténtico monstruo. Eros, sin embargo, quedó prendado de la joven Psique y lo organizó todo para disfrazar su apariencia auténtica y convertirse en el futuro marido de la joven, so pena de la destrucción del palacio de la muchacha, que tuvo que trasladarse con su futuro marido. En la más furtiva oscuridad, él la poseía todas las noches, y ella era feliz, si bien echaba de menos a sus hermanas, y una noche pidió a su misterioso marido que le permitiera verlas... y él aceptó, aunque sospechara que iba a terminar mal, pues las hermanas, envidiosas de la felicidad de Psique, sembraron la duda en su corazón y lograron que quisiera descubrir a su marido. Así, la siguiente noche que pasaron juntos, después de amarse ella encendió una lámpara de aceite que iluminó el rostro angelical de Eros, a quien despertó una gota de aceite a tiempo de ver la traición de su esposa. La abandonó, y Psique enseguida se arrepintió de su curiosidad, llegando al punto de pedirle a Venus que le devolviera el amor de su hijo, y ella transigió... con condiciones, claro, pues le encomendó misiones imposibles para cualquier mortal a cambio de sus favores. Psique recibió ayuda de los dioses, y cuando en la última de sus tareas pareció todo perdido, Eros intercedió por ella y convenció a Júpiter, dios supremo, que los casara y la convirtiera en mortal.

La estatua representaba el amor de Eros y Psique, su caricia física, en un estilo algo apartado de la ola imperante pero totalmente encajado dentro de la cadencia personal de Antonio Canova, y era una muestra de arte totalmente hermosa, llena de una calma rota por las miradas de los amantes, sus manos, su pasión a punto de ser consumada; desde luego, algo que atraía miradas mortales e inmortales... como fue el caso, pues mi invitada inesperada de aquella noche, que enseguida se hizo presente en la habitación, era una inmortal con una esencia que me resultaba familiar... En cualquier caso, me bastó una mirada a sus ojos para saber que era una vampiresa antigua, más que yo y eso que yo no era precisamente una neófita, y que por lo pronto merecía respeto, al menos en ese aspecto, ya que por otra parte había entrado en mi hogar sin ser invitada y con unas intenciones que desconocía pero que pretendía averiguar.
– Una decisión apresurada motivada por circunstancias adversas pero, sobre todo, la necesidad de venganza sobre alguien es lo que ha propiciado que mis cabellos hayan dejado de arder con intensidad propia, literalmente. – repliqué, con una media sonrisa quizá algo burlona pero, de todas maneras, respetuosa, pues si algo me caracterizaba además de todos los demás rasgos de mi personalidad era mi capacidad para mantenerme siempre en mi sitio, acorde a las normas de cortesía que había pasado siglos aprendiendo y que ahora se esperaban de mí por mi posición regia.
– Mademoiselle Erianthe, esta es efectivamente mi propiedad, pero dado que apreciáis el arte que me he esforzado en imprimir entre estas paredes sois, por el momento, bienvenida... Ya que, además, tengo cierta curiosidad por vos. – comenté, con la copa de sangre en mi mano, casi girando de manera hipnótica mientras mis ojos se clavaban en ella, curiosos e irrespetuosos a un tiempo.

Se había extrañado de que fuera mi propiedad, lo cual significaba que era la de alguien más, y si era una vampiresa su olfato sería lo que la había traído hasta aquí siguiendo la pista de alguno de mis invitados. La pregunta era ¿quién? Y el primer nombre que se me pasó por la cabeza, el de Dragos (pues era capaz de aquello y de mucho más, ya que no era la primera vez que traía una amante a mi palacio), fue lo que bastó para enardecer más mi curiosidad y, ¿por qué no decirlo?, también mi molestia. Me fastidiaba sobremanera que me ninguneara en mi propia casa, ¡a mí! A mí que era la reina de los Países Bajos junto a él, a mí que había sido la afectada por sus estupideces, a mí que era la que tenía que ganar aquel juego que nos traíamos entre manos, y tener allí a aquella mujer, que podía resultar una pista y una potencial aliada en mi guerra civil particular, me obligaba a, al menos, descubrir qué era lo que andaba buscando de mí. Le ofrecí que pasara al interior, presidido por la estatua, con un gesto de la mano; le alcancé una copa de sangre gemela de la mía que reposaba sobre una mesa de caoba e incluso, como buena anfitriona, le indiqué que podía sentarse en cualquiera de los sofás que había esparcidos por la sala y por las adyacentes, al tiempo que uno de los criados, silencioso como una sombra, entraba en la sala y se encargaba de sus vestiduras de abrigo.
– Espero que sepáis disculpar mis modales, no esperaba compañía hasta dentro de un rato y... bueno, vuestra visita me ha resultado, cuando menos, sorprendente. Mi nombre es Amanda Smith, mademoiselle. – le dije, doblando mi cuerpo en una elegante reverencia al final de la frase y, después, volviendo a su posición vertical habitual para estudiarla, de nuevo, con curiosidad, intentando descubrir qué era ese algo familiar. ¿Por qué me recordaba a alguien, su olor y su porte? ¿Por qué creía que había visto algo parecido, aunque no igual, en alguna otra parte? Me recordaba a otros tiempos, quizá a esos en los que ella había nacido, pero eso no podía ser posible dado que yo era más joven que ella. Entonces, ¿qué? La curiosidad me mataba, y fue lo que hizo que me mordiera el labio inferior un instante y me decidiera.
– Me gustaría preguntaros de quién pensabais que era la propiedad. Es algo que, como su dueña, me tiene increíblemente intrigada. – inquirí, segundos antes de dar un sorbo a la copa de sangre.
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Mensaje por Erianthe Keres Dom Ago 26, 2012 12:16 am

Quizás, muy en el fondo de su ser, sabía la gravedad de su problema. Aquello no se trataba de una simple venganza, ella estaba enferma, obsesionada con una cabeza difícil de conseguir, pero no por eso imposible. No se daba cuenta que había pasado limites sanos, pero desde que había sido mordida, nada de ella podía ser algo normal, prudente, o bueno. Su naturaleza era así, una especie de bomba de tiempo, que si cortas uno de los cables equivocados puede hacerla explotar, y destruir todo a su paso. La verdad de las cosas era que, no le importaba una especie de poder, ni riquezas. Ser vampiresa tiene sus ventajas; la manera en que puede conseguir ropajes sin ser descubierto, y alimento sin necesidad de pagar por el consumo de eso. Lo tenía, era cierto, al rededor del mundo se había hecho de propiedades sin problema alguno, en ocasiones sin mover un dedo, pues su belleza desafiaba la sanidad humana, y montones de regalos venían en charola de oro para ella, menos una cosa, la única cosa que le importaba: La cabeza de Ciro. Aquel nombre en ocasiones erizaba su piel nívea, le provocaba una furia descomunal, y en ocasiones se descubría llena de un deseo ferviente por probar la sangre casi muerta de su cuerpo. Extraño, enfermo, mezquino, egoísta, y surrealista dado su verdadero propósito. Quizás por eso a esas alturas no compartía sus secretos con nadie, inclusive las criaturas de su especie podrían pensar en que su mente retorcida no merecía una gota de sangre, quizás algunos le otorgarían ayuda, pero esa batalla era tan personal, que deseaba ser una sombra solitaria bajo la luz de la luna.

- ¿Venganza? - Repitió la palabra en tono de pregunta. Sin duda alguna las primeras oraciones que le habían otorgado habían sido una canción interesante para sus oídos. Ella se movía por la venganza, y ahora la mujer que tenía enfrente también la manejaba. ¿Acaso podía existir una casualidad más llamativa? Para ella no, mujeres que se unen por venganzas similares, o simplemente por el deseo de destruir, llegan a tomar en su totalidad las riendas de las cosas. Quizás en la sociedad actual, los hombres marginan a las mujeres por creerse el sexo superior, quizás ellos pueden creer que mandan de tal manera de no darles voz y voto, pero basta con un movimiento de pestañas, y con un buen movimiento de caderas para hacer que hagan lo que ellas piden. Se debe ser muy idiota para no aceptar ese detalle, pero la realidad, y los hechos confirman que, las mujeres, son en su totalidad, quienes con inteligencia, y a sabiendas de sus influencias, quienes ganan las verdaderas guerras. - ¿Cree entonces que los cabellos hagan enfurecer a su adversario? Entonces debe tener un poder bastante fuerte sobre él, si esa banalidad lo hace retorcerse. Muy inteligente de su parte - Sonrió de forma amplia, de manera maliciosa, y se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja, de forma traviesa y coqueta. No precisamente estaba coqueteando con Amanda, pero su naturaleza era así, y los vampiros por su naturaleza irradiaban sensualidad. - Seguro es un hombre deseoso de su cuerpo - Finalizó aquel tema, para pasar a algunos más importantes por el momento. Ya tendrían tiempo de confesar lo necesario.

- Estaba por presentarme, como usted lo merece, pero dado que ha leído mi nombre en la mente, nos ahorramos esos protocolos - Asintió a su reverencia, de forma elegante. Se notaba en ambas mujeres los movimientos educados, pero también la letalidad de su naturaleza. - Amanda, un placer conocer a tan refinada nada, lo cual me hace pensar ¿Por qué el olor de ese hombre me trae con usted? ¿Acaso será su amante? - Dejó el tema al aire, de forma muy vaga. Erianthe avanzó por aquella habitación, tomó la copa que le fue ofrecida, y en e momento dio un sorbo, uno pequeño. - Deliciosa - Musitó, relamiendo al mismo tiempo sus labios. Se acomodó en un largo y aterciopelado sillón, sus piernas se juntaron y las ladeo, tomando entonces una postura correcta y perfecta. - Quizás la persona a la que desea ejercer venganza sea el mismo caballero que yo desearía cortar la cabeza - Soltó un suspiró, no necesario obviamente, más bien dejando en claro si fastidio por el tema, un gesto de mera dramatización en el asunto. - Viene de mi época, el hombre que utilizaba como guerrero, el que viene en el libro de historia pocos lo conocen. Pausanias - Su simple nombre me daba asco, pero también era evidente que se escuchaba glorioso proviniendo de mis labios, de mi voz, de mi más que nada - El rastro me trajo hasta su hogar, Ciro sabe esconderse bien cuando no quiere ser encontrado, pero es inevitable poder seguir su olor cuando es lo único que tienes para encontrarlo, además de otras cosas claro - Como su espada por ejemplo, pero para ese objeto, ella tenía planeado que la buscara, y lo haría, pues aquel objeto le importaba demasiado a su ahora enemigo.

- Esa es la razón por la que ahora, disfruto de una copa de sangre, me deleito con su arte, pero sobretodo con su presencia ¿Acaso el caballero del que hablo es su amante? - Cuando se trataba de Ciro, no le importaba sacar palabras inoportunas, además, una palabra como esa no debía ser catalogada como una ofensa. Quien no haya disfrutado de las mieles del deseo y el placer, podría ofenderse, pero los demás, pecarían, serían hipócritas, y no estaba para tales juegos - Lo que me mueve tras su rastro, es venganza, lo que la llevo a usted a cambiar el color de sus hermosos cabellos… - Se sinceró, ¿Qué más daba? Si ella le quería arrancar la cabeza por querer matar a su amante, tendría guerra, pero no pretendía destruir a nadie que no fuera a él: Ciro.
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Mensaje por Invitado Dom Ago 26, 2012 5:17 pm

Todo pendía de un hilo, de uno tremendamente fino y flexible como una goma al mismo tiempo, y del que si se tiraba demasiado podía garantizar que la situación se echaría a perder dada la fragilidad de su sujeción. A fin de cuentas, me encontraba frente a una total desconocida, no humana sino vampiresa, no joven sino antigua (al menos medio milenio más que yo, lo cual era una ventaja considerable a su favor con la que evidentemente yo contaba), y cuyas intenciones me resultaban totalmente desconocidas, pero en cualquier caso se había dirigido hacia mi hogar en busca de alguien... alguien que no estaba, y que sospechaba que podría ser Dragos. Esa idea era una de las que hacían tan sumamente quebradiza la situación, pues si era una de las zorras de Dragos, cosa que en el fondo dudaba porque él, salvo por mí, nunca había tenido tan buen gusto, a saber qué querría de mí, y la ignorancia no me ponía en una situación demasiado agradable o fácil en caso de que fuera peligrosa, algo que no sabía, dado que sus primeras palabras fueron referidas a mi venganza personal contra aquel con el que, en contra de mi voluntad, me había terminado casando. Aquello me hizo, en contra de lo que podría haber resultado más lógico a simple vista, subir aún más la guardia, pues ¿quién sabía si no era todo una estrategia por su parte para que me relajara y, entonces, atacar? Era preferible mantenerme con las defensas activas bajo mi aspecto relajado que mostrar una relajación que era estúpido sentir... O que al menos fue estúpido sentir hasta que mencionó otro nombre, el que menos esperaba escuchar aquella noche, y que me hizo relajarme inmediatamente... al menos, más que hasta aquel momento.

¿Que si conocía a Ciro? La pregunta era, más bien, ¿en qué momento de mi vida no había aparecido él de una manera u otra? Cuando era humana se había mostrado dispuesto a protegerme, como un guardián nocturno cuyos motivos me resultaban desconocidos, dado que sabía que él nunca había sido así con nadie; como vampiresa, me había guiado, se había mantenido cerca y me había llegado a confesar, una noche perdida en el albor de los tiempos, que lo hacía porque era su descendiente lejana, tanto que no había nombre para designar nuestra relación. La sola idea de ser su amante hizo que una risa cristalina, clara y absolutamente sincera se me escapara de los labios, no como burla hacia ella, ¡faltaría más!, sino más bien como muestra de lo imposible que era la idea. Nunca lo habíamos sido, y no iba a empezar ahora, cuando tenía cosas muchísimo más importantes en las que pensar que en acostarme con un familiar lejano.
– ¿Ciro, mi amante? No, por el amor del cielo, eso jamás. Lo conozco desde que era humana, y eso es ya bastante tiempo, pero nunca hemos tenido nada carnal, la sola idea me resulta a un tiempo extraña y, si os soy sincera, asquerosa. – comenté, en tono de confidencia que terminó con una sonrisa y un trago a mi copa de sangre que, pese a lo que pudiera parecer, estaba sirviendo de anfitriona casi tanto como lo hacía yo al tener una gemela en las manos de Erianthe.
– Sin embargo, puedo decir que pese a que no conozco las circunstancias exactas de vuestra disputa con él, y algo me dice que seguramente nunca llegue a hacerlo con fidelidad dado que las dos partes me contaréis algo diferente, sé de buena tinta que es muy fácil sentir esa clase de deseos hostiles hacia él. Si no fuera mayor que yo, y si no lo respetara por nuestra larga historia de mutuo conocimiento, le habría arrancado la cabeza para decorar una de mis paredes haría ya siglos. – añadí, no con intención de adulación, sino con la más pura verdad.

Era cierto: yo respetaba a Ciro, sí; yo me solía llevar bien con él, también; yo lo consideraba una buena influencia en ciertos aspectos, sin duda, pero también era capaz de sacarme de mis casillas como casi nadie lo hacía... Como, prácticamente, sólo Dragos conseguía. Y pensar que la había confundido con una de las putas de Dragos, ¡qué ofensa para ella! Si lo pensaba, Ciro había venido hacía menos tiempo a hacerme una visita y su olor estaba más reciente que el de mi marido, por difícil que se me hiciera asimilar aquella palabra referida a un monstruo como lo era mi casi asesino, así que no sabía por qué había pensado antes en el bárbaro que en mi, en tantos aspectos, mentor... Bueno, sí, de hecho lo sabía, pero prefería ignorarlo en base a una máxima por todos conocida y nunca lo suficientemente aplicada: “la ignorancia da la felicidad”. Era mucho más sencillo centrarme en mi invitada y en sus motivos que en mi propia psique y mi enfermiza relación con Dragos, porque sobre todo daba menos dolores de cabeza.
– Como supongo que también habréis imaginado, no es él por quien me he cambiado el color del cabello. Lo conocemos lo suficiente para saber que esa clase de asuntos no le importan, y eso lo hace diferente al verdadero causante del cambio. No sé si lo conoceréis, mademoiselle, pero se trata del mismísimo monarca de los Países Bajos: Dragoslav Vilhjálmur. Os lo cuento no porque os deba ninguna confesión, sino porque creo en el valor de la información y querría evitaros la molestia de cruzaros en su camino... Es peor que un dolor de muelas, como dirían los humanos. – le dije, encogiéndome de hombros con elegancia al final y dejando claro que, pese a que hubiera podido sonar de cualquier manera, la única razón que tenía para recomendarle que se apartara del camino de mi marido era evitarle problemas que ya tendría con Ciro, conociéndolo tan bien como lo hacía... y era de las que mejor lo conocía.
– En cualquier caso, tenéis razón: él desea mi cuerpo, pero no duda en hacerlo por las malas, así que como es lógico yo he optado por vengarme también, y cualquier movimiento contra él, aunque sea tan nimio como cambiar mi apariencia, sirve en nuestra guerra particular. Por un momento incluso he pensado que estaríais aquí por él... Su majestad sabe bien cómo manipular, me temo, dado que en caso contrario yo no habría terminado casada con él. – finalicé, con la mirada clavada en ella y dándome cuenta de que la única razón por la que le había contado todo aquello era el respeto antinatural que me inflingía, no por ser mayor que yo, sino por ser como era, tan fiera, tan perfecta... Tal como una vampiresa se suponía que tenía que ser.
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Mensaje por Erianthe Keres Lun Sep 24, 2012 6:15 pm

Se encontraba sentada en medio de un palacio de cristal, de esos que la gente envidia por las riquezas, pero que de saber la verdad saldrían corriendo por las situaciones que se viven en aquellas paredes. Claro, correrían los cobardes, y cómo ella no lo era, su cuerpo parecían haber hecho raíces en aquel sofá. Cualquiera que pudiera ver esa escena de lejos, se quedaría con la impresión de ver a dos hermosas, finas y elegantes mujeres tener un intercambio de palabras, de esas que sus maridos les otorgan el tiempo para hacerlo, que les dan permiso, y las dejan libres por unos instantes. De esas mujeres que todo mundo desea porque son las perfectas en el adorno del macho, pero todo lo contrario, son mujeres libres, salvajes, completas, nadie puede domarlas porque no nacieron para ser amarradas, sino para dominar todo aquello que está a su alrededor. Nadie debe comprenderlas, menos a ellas que sus pensamientos vuelan de un lugar a otro sin remedio alguno, son vampiresas que disfrutan su condición, que saben mover sus caderas logrando que cualquier hombre haga a su antojo. La tentación en dos representaciones, en pieles blancas, delicadas, frías y deseadas. ¿Quién no voltea a ver a alguien así? ¿Quién no desea perderse en redes tan peligrosas como proclamadas? Pocos saben mover sus hilos para tener el valor suficiente y poder manejarlas a su antojo. Ellas, las mujeres, las diosas divinas jamás alcanzadas, y al mismo tiempo alcanzadas. Amanda y Erianthe, hasta sus nombres suenan sublimes, y la mezcla excitante.

- ¿Le hace gracia? - Arqueó una de sus cejas, evidente era su sorpresa por la reacción de la dama. Negó repetidas veces, ella se había equivocado. Se había comportado como una novata, como una recién transformada, aquello era ridículo, se sentía más que desilusionada de su propia persona, una especie de rabia invadió su cuerpo. ¿Cómo era posible que cometiera tremendo error? No, aquello no estaba bien, sólo dejarse llevar por un olor, uno que podía estar en todos lados, incluso en el nido de lobos que quisieran matarle. Erianthe había cometido un error demasiado grande, se había dejado llevar por sus impulsos, por sus deseos de venganza pero para nada se había puesto a meditar las cosas. Si hubiese estado en medio de una guerra, su cabeza estaría en lo alto de la cima de los estúpidos. - Cometí un error, me dejé llevar por aquel olor embriagante que tiende a volverse asqueroso de esa criatura, vine porque deseo poner final a ciclos que no se han cerrado hace mucho. - Suspiró, se notaba estaba fastidiada por las cosas, por aquella situación. La vampiresa llevó de nueva cuenta la copa hasta sus labios, estos rápidamente se bañaron de carmín, la sangre seguía cálida, como si la copa estuviera echa de algún material que lograra perdurar su candidez dentro del cuerpo. La mujer estaba disfrutando de esa sangre, incluso le ayudaba para calmar esa mal humor que se había formado gracias a su irresponsabilidad. Lo bueno del caso es que no había tenido problemas con la anfitriona de la casa, y también aquello le estaba dando una buena lección.

- Estoy entonces ante la reina de ese lugar, y que grosera, descortés y altanera me estoy comportando - Aspiró de manera profunda, disfrutando de la mezcla de la sangre con la esencia que esa mujer nos dejaba para disfrutar. Era erótico, como pocos, y mira que he la Ateniense había vivido demasiado tiempo, y conocido a un sin fin de personas. Se había metido con mujeres y hombres, muchas veces más para saciar sus necesidades que como deseo propio, era una mujer con mucho tiempo, buscando una venganza, obviamente se iba a hartar de no sentir a alguien saborear su cuerpo bien formado. - Pude notar, y no deseo que se ofenda, pero en sus ojos pude notar algunos gestos distintos cuando se refiere a Dragoslav, puede que me equivoque pero no le es tan indiferente ¿O si? Quizás yo vi dónde no, y de ser así le pido una gran disculpa mi querida Amanda - Se encogió de hombros de manera despreocupada, mordisqueo el labio inferior y se dedico a estudiar cada pequeño detalle de la dueña del lugar. Amanda era una mujer con gustos formidables, si Erianthe se hubiera dedicado a formar un hogar de este calibre seguramente podrían tener un intercambio de obras, esculturas, pinturas, todo aquello relacionado con el arte, y tendrían grandes platicas, pero durante todo ese tiempo se había dedicado a entrenarse y a buscar a su presa - Por otro lado, si tanto le molesta podemos no hablar de él, dejar que su día sea más ameno tocando otros temas, aunque claro, mi curiosidad se quedará al rojo vivo - Sonrió de manera cómplice, pero si algo podía relacionarse con ella era su discreción, y su respeto por los demás.

- Cualquiera puede llegar a odiarlo por su forma de ser, él quien fue un hombre aclamado, él quien fue deseado, odiado, y admirado, a ese hombre deseo arrancarle la cabeza de verdad, mi vida humana, el dolor que tuve en ese momento me trajo aquí, y no puedo agradecerle porque el no merece ni siquiera que lo voltee a ver, pero dado que sino lo hago terminaré perdiendo, y no, no pierdo, nunca lo hago, soportaré que nuestras miradas se encuentren, y también nuestros cuerpos, Pausanias no está para nada mal - Sonríe con descaro, con cinismo, ladeé el rostro - ¿Acaso estoy mal? Debo hacerlo para honrar memorias, para poder sentir más poder al quebrarlo, mi venganza ya casi no tiene sentido, es mezquina, egoísta, pero lo deseo, y sea capricho o no, lo haré - Concluí de forma orgullosa, inflando el pecho y esperando a que mi anfitriona volviera a hablar.
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Mensaje por Invitado Miér Sep 26, 2012 12:16 pm

Ella podía resultar un ejemplo, alguien que estudiar y a quien admirar en numerosos aspectos, dado que al ser mayor que yo había vivido experiencias que a mí me habían sido negadas y de las que sólo había escuchado historias posteriormente (muchas veces de los labios de Ciro, a quien tanto parecía odiar y cuya edad parecía compartir mi misteriosa invitada), experiencias que podían enseñarme un sinnúmero de cosas útiles para mi batalla personal contra Dragos, por ejemplo, aunque también para mil aspectos más de mi vida en los que pudiera necesitar consejo. Quizá por eso la respetaba, o quizá porque veía que ella por su edad era como una de mis mayores, alguien a quien pese a mi posición, que a fin de cuentas era simplemente humana, le debía una suerte de vínculo que nos hacía estar más unidas que dos personas con una diferencia de edad similar, proporcionalmente hablando, claro estaba. En cualquier caso, creía que podía aprender mucho de ella; me parecía evidente que sus palabras, cargadas de odio, también poseían una innegable belleza sabia a la que yo solamente podía aspirar dado que no la poseía, y por eso bebí de lo que me dijo, lo escuché con pelos y señales y no la interrumpí, pues estaba ocupada analizando el contenido de lo que me había dicho. No me mostraría sumisa, no, porque eso no estaba en mi personalidad ni tampoco lo había estado cuando había sido humana; simplemente me comportaría como era, pero más conciliadora de lo habitual en aspectos más conflictivos como podía ser el de uno de mis mejores amigos, sin duda protector: Ciro, o Pausanias, como lo llamaba ella y como sabía que había sido su nombre humano, aunque ya no lo utilizara.

– Conozco ese dolor, esa ansia de venganza que os hace cometer errores como este, pero habéis tenido la suerte de que yo ni quiero ni puedo mataros, Erianthe. Es decir, es evidente que sois mayor que yo, y esos siglos de ventaja que me lleváis os convierten en una rival admirable, desde luego inalcanzable para mí pese a que tenga mis habilidades. Por eso, puede que a vos este error no es resulte mortal, pero en mi batalla personal no puedo permitirme cometerlos si quiero seguir manteniendo mi independencia, así que espero que no os importe que aprenda de él. – le dije, dando vueltas a la copa de sangre que tenía en la mano y haciendo que el líquido, como si fuera vino, derramara sus lágrimas por el cristal. Aquella sangre era de calidad, pues con sangres vulgares ese efecto no se conseguía tan fácilmente, y se notaba tanto en eso como en el sabor que tenía, tan penetrante que invitaba a beberla, como hice yo en aquel momento. Nunca me había caracterizado por un control excesivo a la hora de necesitar el sustento vampírico que me permitía estar en pie; nunca había limitado mi sed para llegar a un punto, con la edad, en el que apenas la necesitara, porque disfrutaba demasiado de ella como para limitarme. Además, ¿qué importaba? A fin de cuentas tomaba lo que necesitaba de quienes no merecían tener un regalo vital tan importante, así que mi actitud no era nada reprochable, de eso estaba segura.

– No desearía equivocarme en esto, pero Pausanias os es tan poco indiferente como Dragoslav lo es respecto a mí, al menos eso creo. No soy tan ingenua como para creer que no significa nada para mí; al contrario, si he decidido vengarme de él utilizando cualquier método que esté a mi alcance y que pueda molestarlo es precisamente porque sé que quiero herirlo para devolverle todos y cada uno de los golpes que él me ha dado. Por supuesto sé que no es comparable: a vos os destruyó, según contáis, la vida humana; a mí casi me elimina de la vampírica, pero ese odio que nos carcome nos acerca más que nuestra misma condición... Nos hace dignas de ser temidas. – añadí, mirándola a los ojos con firmeza e intensidad, pero sin llegar a decir nada más durante unos segundos, los que le proporcioné para que asimilara mis palabras y los que utilicé para elegir con cuidado lo que yo estaba a punto de decirle, ya que estaba jugando con fuego y arriesgándome con ella, lo sabía, pero me daba igual... Me había caído bien, y podía permitirme ciertas licencias con ello.
– Sospecho que vuestro odio hacia él es tan fuerte como la atracción que sentís, a juzgar por lo que habéis dicho. Eso es algo más que tenemos en común, y que puedo permitirme utilizar como consejo para vos: utilizadlo a vuestro favor. Si él descubriera que os estoy ayudando seguramente se enfadaría, pero sé que soy la niña de sus ojos y me perdonaría. Sin embargo, sé que se merece un golpe con la realidad de cuando en cuando, y si sois vos quien se lo da, pues tanto mejor, ya que es preferible que sea alguien a quien conozco, aunque sea mínimamente, que un total desconocido. Además, parece que merecéis hacerle sufrir, así que... – concluí, medio sonriendo de manera divertida y mirándola, de nuevo, a los ojos, ya que era, por primera vez en mucho tiempo, alguien lo suficientemente interesante para mantenerme con la atención centrada en ella y no en lo que pudiera conseguir de ella.
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Mensaje por Erianthe Keres Mar Oct 16, 2012 3:49 pm

"Las coincidencias no existen" piensa la vampiresa en su mente. Tantos años ya ha vivido cómo para creer esas estupideces. La confusión de un olor la ha llevado a ese momento, pero es que debe estar ahí, en ese tiempo y espacio pertenece, quién piense lo contrario poco a vivido, es cerrado, escenas cómo esas se vuelven a repetir sólo cuando la inteligencia de los protagonistas es grande. ¿Hay duda acaso de esa virtud en ambas? No, no lo hay, por esa razón volverá a pasar, una, dos, tres, infinitas veces en la eternidad. Pensamientos, vivencias, y palabras no pueden ser reducidas a una conversación, intercambiar amistad pese a los lazos que ambas puedan tener en pasado sería algo admirable, pero para nada algo que llegue a extrañar, la grandeza que poseen, la sabiduría, el poder. Todo esa una mezcla que puede formar una bomba catastrófica sino es bien manejada, sin embargo no debe haber duda alguna de que se pueda mantener en movimiento tal explosivo si las manos que lo juguetean son las de ellas; Erianthe estaba convencida que aquello que la había llevado a ese momento no se trataba del error al seguir un olor. La eternidad te conlleva a una serie de situaciones que te enseñan más que libros de textos, aunque claro, no se deben menospreciar las paginas bien redactadas. La vampiresa ateniense le sacaría jugo a ese momento, lo exprimiría cómo si se tratara de la mitad de una naranja para disfrutarse. Su sonrisa silenciosa lo dejaba en claro, no se necesitaba más.

Ella había tocado un punto que estaba más que claro, pero que quizás Erianthe nunca estaría dispuesto a reconocer, o siquiera a ver. La fina línea entre el odio y la atracción sólo se puede romper por un paso, o quizás simplemente por el roce de un cuerpo. ¿Qué podía hacer ella al respecto? No hay que negar lo evidente, Ciro es un hombre sumamente atractivo, que posee elegancia, inteligencia y una fuerza digno no sólo de un sobrenatural, también de un fiel guerrero. Había tantas cualidades a su favor, pero al mismo tiempo una lista larga y grande de defectos, y que para ella, dominaba más lo negativo, de hecho hasta la fecha sólo había aceptado lo malo, se había sostenido de eso. Desvió su mirada hacía el decorado, fingiendo que prestaba verdadera atención, pero no lo hacía, estaba evadiendo la realidad, el poder reconocer que su cruz era su al mismo tiempo su luz. Bebió un poco más de su copa, incluso hasta dejarla completamente vacía. Se relamió los labios para borrar los restos. ¿Cómo decirle a la desconocida que al que había venido a matar, quizás existía algo más de por medio? ¿Aquello no era absurdo, o incluso ridículo? bufó, aquello era completamente ridículo, además, en el tiempo que llevaba con esa condición, incluso siendo humana nunca había llegado a ese tema sobre "atracción". Pero dado sus inseguridades al confesar aquello nunca antes pensado, la vampiresa parecía en realidad no llegar a juzgarla, al contrario, la estaba entendiendo.

- ¿Entre los desconocidos llegamos a conocernos? - La miró de reojo, formando una sonrisa amplia, frívola, sincera, y al mismo tiempo ladina. - Sólo he conocido un punto débil de ese vampiro, y lo tengo en mi poder en éste momento - Hizo una pausa - No puedo ver a Ciro teniendo una especie de debilidad conmigo, se ve bastante feliz y tranquilo, con ese porte de macho que puede tener a cualquiera, sabe que lo odio, y me odia porque tengo su espada, no hay algo más, no hay cómo poder dañarlo de otra manera, si yo cambiara el color de mi cabello por ejemplo, sería algo que le daría igual - Se encoge de hombros cómo acto reflejo, simplemente para darle fatalismo, dramatismo a las cosas, a esas palabras que no decía con dolor al saber la realidad, simplemente las decía porque no se callaba nada de lo que pensaba - En su caso existen por lo visto, sentimientos de por medio, eso sumado al poder que ambos tienen y también al deseo y la venganza, las ganas de usted querida Amanda posee por destruirlos los mantiene dando pelea a esto, mi caso puede ser parecido, y también diferente - Aquello no era más que la verdad, pero si su venganza provenía de un odio, y ahora mismo descubría algo más en ella, ¿Podría acaso existir una posibilidad qué él…? Ella negó, su mente iba y venía, viajaba de manera acelerada y absurda. No, no estaba para jugar con esas cosas. Amanda la había puesto en un embrollo de sólo pensar en eso.

- No es cómo si con un amante lo hiciera rabiar, aunque la idea de poder conseguirme un nuevo amante no me viene mal en estos momentos - Ensanchó la sonrisa de forma cómplice. No sólo los hombres pueden hablar de sus necesidades, también las mujeres pueden explayarse por completo de aquellos deseos incluso carnales que puedan llegar a tener ¿No es así? - ¿Eres la niña de sus ojos entonces? ¿De Ciro? - Erianthe no pudo evitar hacer una mueca, una sin vergüenza, no estaba entendiendo del todo, había intentando evitar aquel tema, pero necesitaba saber más, si Amanda era tal cosa para Ciro, entonces el vampiro tenía aun una parte sensible, que claro sabía esconder muy bien, pues todo ese tiempo no había sabido al respecto de la mujer que tenía enfrente, y ella había seguido sus pasos muy de cerca.
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Mensaje por Invitado Miér Oct 17, 2012 9:40 am

Ella creía que no era así, pero yo conocía a Ciro perfectamente, al menos lo que él dejaba que lo hiciera, algo que en milenios había sido considerable, y sabía que si eran enemigos que mantenían un sangriento y doloroso conflicto y ella no estaba muerta era porque a él le interesaba, de alguna manera. No era necesario prestar demasiada atención para saber por qué, a priori, podía llamarle la atención, ya que la desconocida de nombre Erianthe era exactamente la clase de mujer que a él solía gustarle; sin embargo, sabía que esos caprichos suyos no duraban milenios, así que tenía que haber algo más, una especie de obsesión similar a la que Dragos sentía hacia mí –y, aunque tuviera que admitirlo a regañadientes, yo también hacia él– y que confundía aún más los sentimientos que se tenían mutuamente. No iba a alzarme como juez de lo que sólo a ellos les incumbía, porque sabía que no era asunto mío a no ser que decidieran incluirme ellos mismos y no me importaba lo más mínimo que cada cual se centrara en sus propios asuntos ya que suficiente tenía con lo mío, pero dada la visita de Erianthe y la posibilidad de establecer un vínculo amistoso con ella, algo que me convertía en una especie de aliada neutral de las dos partes afectadas, al menos tenía que interesarme por la lucha que mantenían... una que, además, se parecía demasiado a la mía propia. ¿Me comprendería Erianthe cuando expresaba el intenso odio que sentía por Dragos? ¿Sería consciente de que en sus propias palabras no se escuchaba únicamente el fragor de las llamas de los infiernos a los que quería mandarlo, sino también el de la hoguera de una pasión arrolladora? No lo creía, a juzgar por sus palabras.

– Todo es una cuestión de control, creo yo, y ese es el motivo por el que una estratagema tal no funcionaría con él. La diferencia principal entre Ciro y Dragos es simple: propiedad. Dragos considera que soy tan suya como este palacete es mío, mientras que Ciro no te ve como a una esclava, sino como a una rival, alguien que, cuando menos, está a su nivel. Por eso, un cambio que hagas sobre ti misma sin su permiso le dará igual, mientras que cualquier cambio que realice yo a espaldas de Dragos será más grave, a su juicio, porque ¡su juguete empieza a pensar por sí misma! – le dije, burlona, y cambiando deliberadamente el tratamiento hacia ella. Había abandonado el voseo innecesario, que dejaba clara la diferencia de rangos entre ambas de una manera tan obvia como la que las dos percibíamos, ya que era yo quien le debía respeto a ella y no necesariamente al contrario, si bien es cierto que se decía de mí, con razón, que era alguien digna de ser respetada, temida y tenida como aliada a un tiempo. Por eso la tuteaba, aunque también influía el hecho de que estaba compartiendo con ella datos tan importantes para mí que difícilmente me podía resultar indiferente, al menos tanto como la distancia verbal de un trato o de otro sugería.
– En nuestro caso hay una historia complicada de por medio, y no negaré que hubo sentimientos, pero ya no... o, al menos, ya no debería. – continué, reprobando mentalmente mi actitud hacia Dragos, porque por mucho que intentara convencernos a los dos de que lo odiaba, la realidad no era exactamente tal.

Odiaba que, en ciertas cosas, él tuviera razón. A fin de cuentas, me había dejado una huella tan profunda que difícilmente podía eliminar toda la maraña de experiencias y vivencias que habían crecido, sin demasiado cuidado por mi parte, sobre ella, además de que antes de que él intentara matarme yo ya había sabido que hacia él sentía algo más que lo habitual por mis amantes y que no era uno más... Quizá si lo hubiera sabido sus ansias de ser especial se habrían visto satisfechas y no habríamos acabado mal, pero no lo creía, personalmente, ya que yo habría seguido haciendo lo que me venía en gana en cada momento y, de una manera u otra, la situación tenía que estallar por alguna parte.
– Respecto a lo que soy para Ciro, es... complicado. Lo conozco desde que era humana, y eso es ya muchísimo tiempo. Entonces lo veía como una especie de protector nocturno, pero en cuanto me transformaron y vi lo que él era empecé a considerarlo como un aliado, una suerte de protector... Aunque él no es fiable como tal. Es decir, he averiguado sus motivos para querer interesarse por mí en principio, y hemos coincidido a lo largo de la historia tantas veces que, a la larga, se ha acabado produciendo un vínculo, pero si tuviera que definirme para él... sería, creo, una especie de aliada a la que protege cuando a él le viene bien hacerlo. Nunca le he preguntado al respecto, me temo. – comenté, encogiéndome de hombros y con las manos en mi regazo, sobre la tela de mi vestido. No iba a ser especialmente cuidadosa con aquel tema, ya que ni siquiera yo tenía las claves de por qué él hacía lo que hacía, y Erianthe poco podía hacer con la información –cierta, por otra parte– que le había otorgado y que, de volver a preguntarme, le volvería a decir, ya que me empezaba a caer lo suficientemente bien como para que aquello fuera una opción.
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Mensaje por Erianthe Keres Mar Nov 06, 2012 3:38 pm

La letalidad de los vampiros no es cuestionable, incluso con el más mediocre o diminuto de estos. Siempre debe existir un poco de barreras a la hora de actuar, incluso a la hora de hablar. Aquella situación se tornaba bastante extraña, un ejemplo era que ellas, sin conocerla, ignorando por completo lo letales o peligrosas que podían ser, habían dejado de lado cada una de las barreras, simplemente se habían dejado fluir con completa naturalidad, cómo si el encuentro hubiera estado planeado, y ellas se conocieran de hace muchísimo tiempo, pero aquello no era así, quizás ahí mismo radicaba el peligro de interrumpir tal reunión, que de hacer algo en contra de esos dos pilares, ambos harían que ardiera incluso cada paso que pudieran dar. Era una fusión, un complemento que hacia cada una, algo extraño que estaba por pasar, pues amistades así no se veían todos los días. Erianthe sabía valorar esos momentos, sabía escuchar, aprender, y sacar provecho para poder enriquecer su porvenir. Si algo también había notado de Amanda, era eso, su disponibilidad de hablar, su serenidad al haber recibo al "intruso", cualquier otro vampiro, o vampiresa hubiera simplemente comenzado a atacar cómo un completo animal, sólo los dignos se detenían, analizaban, y si funcionaba el momento, permanecía, sino a atacar, pues incluso en los combates la naturaleza goza del momento, y la mente se enseña.

Mucho tiempo había seguido la pista de Ciro, casi toda su vida inmortal, había escuchado a lo lejos sus palabras, había observado sus movimientos, incluso había disfrutado el ligero aroma que destilaba, no a la perfección por supuesto, pero lo había disfrutado, sin embargo, una cosa completamente diferente era ser un observador externo, al haber tenido trato, convivencia, y roces con él, y la diferencia radicaba en que podía decir, hacer, o deshacer de forma distinta si lo tenía de frente a de lejos, pues las situaciones podían ser interpretadas de una forma, pero en realidad quieren decir otra, por eso, y por otras cosas más ponía completa atención a lo que Amanda le compartía de él. Ella que lo había podido tener de cerca, intercambiar palabras, e incluso un poco más, aunque eso salía sobrando, pues le importaba poco, aunque ella, Erianthe debía admitir que sentía una especie de incomodidad al escuchar que ella hablaba con tanta soltura de él, ¿celos? No, aquello no podía ser llamado celos, sería algo diferente, pero de cierta forma ella quería sentirlo suyo, su propiedad, para poder hacer y deshacer con él a su antojo, incluso adentrarse a otros terrenos que no imaginaba por su odio, sin embargo prefería ignorar aquel sentimiento abstracto para centrarse en lo que valía la pena: La información que le daba, y su venganza.

- Creo que no eres sincera contigo misma, Amanda - La miro de forma serena, sin ni siquiera poner un poco de malicia en sus palabras. Simplemente era sincera, quería dar un poco de aportación a la situación, quería que notara cosas que quizás no quería la vampiresa frente a ella admitir. - Conozco esa mirada que muestras, o que quizás te sale de forma bastante natural al hablar de Dragos, es distinta a la de alguien que no siente nada por un hombre, o vampiro, cómo quieras llamarle - Se encogió de hombros sólo para darle más énfasis a las cosas. - Sientes algo por él, algo muy fuerte aparte del odio que tienes dentro de ti, lo sé porqué me siento un poco identificada - ¡Estaba siendo absurdamente sincera! ¡Se estaba revelando! Pero también la estaba revelando a ella, era cómo una situación en la que secretos evidentes eran revelados, dichos cuando nunca se había pensado hacer, ni siquiera en los próximos siglos que venían para ellos. - ¿Lo va a negar, Amanda? - Está vez su sonrisa se forma amplia, coqueta y triunfal. No había mucha ciencia en las cosas, sólo el más idiota quiere tapar el sol con un dedo, eso quizás puede ser posible un momento, pero cuando se tiene la real idea de lo que pasa, el sol quema, envenena, invade todo.

- Seré sincera, tengo un gran interés por conocer a Dragos. - Hizo una pausa, después sonrió - Me gustaría conocer cómo es ese hombre verdaderamente, y por qué actúa de una manera tan torpe - Una risita cómplice se hizo presente en el salón, formó un eco, y después desapareció - Me refiero a que, es demasiado tonto al dejarte ver muchas de sus intenciones, si desea ganar su guerra personal, está muy perdido, pues le llevas mucho camino de ventaja, y todo por qué el te lo ha dejado ver ¿No lo crees? - Le guiñó uno de los ojos, ella debía saber a lo que Erianthe se refería. Y es que aquello era cierto, si Amanda sabía cómo molestarlo con un simple cambio de color de cabello, es porqué, ella era la que dominaba esa relación tan tortuosa que habían formado, no había demasiado que comprender en eso, sólo lo que era.
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Mensaje por Invitado Sáb Nov 24, 2012 3:08 pm

A lo mejor ella podía ayudarme en campos de los que yo no había oído hablar y en los que su experiencia sobrepasaba con creces a la mía; a lo mejor, en Erianthe se encontraba una fuente de conocimiento que me permitiría aumentar el mío propio, quizá incluso de mí misma, porque la mejor manera de saber más de alguien es acudir al conocimiento que un espectador imparcial tiene de esa persona, y ¿quién mejor que ella, a la que apenas conocía y con la que, pese a todo, había logrado establecer un curioso vínculo? Por eso permanecía atenta a sus palabras, y por eso rehusé reírme ante su comentario y quitarle importancia, porque sabía que podía ser que tuviera algo de razón en lo que decía pese a que, en el fondo, quisiera creer que no. A fin de cuentas, sabía perfectamente que del amor al odio había un paso, y que no eran precisamente contrarios sino muchas veces complementarios, ya que al menos así lo eran en el caso de Dragos y yo... Porque no me engañaba; sabía que no era odio lo único que sentía hacia él, pero me enervaba la idea de que así fuera porque él no merecía nada más... ¡Me había intentado matar, por el amor del cielo! Había tratado de acabar con mi vida, evidentemente sin éxito, y había despertado una ira que desconocía y que no podía controlar porque nunca la había visto en su mayor exponente hasta aquel momento, en el que estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta por ganar aquella guerra personal que él había inaugurado desde ese momento en el que me había obligado a casarme con él. Creía que podía dominarme y domarme como si fuera un animal, una esclava o una simple posesión, y no podía estar más equivocado, por lo que todos mis esfuerzos los dedicaría a demostrarle hasta qué punto era un error jugar conmigo.

No obstante, sabía que había una parte de mí, la más estúpida de las compartimentaciones de mi mente, que me echaba en cara que quisiera acabar con él y me suavizaba más de lo que debería, instaurando una batalla cruenta en las profundidades de mi ser cuyo fin era incierto, no como lo era el de la disputa de Dragos y yo, que los dos sabíamos, o al menos deberíamos saber, cómo debería terminar: con mi victoria final sobre él, que por fin se vería humillado ante mí.
– No me engaño, sé perfectamente que donde hubo fuego quedan cenizas, pero las que existen en mí no son lo suficientemente importantes para empañar mi visión y que deje de considerar mi objetivo primordial vencerlo; todo lo contrario, sirven para hacer más cruenta la lucha, y puede que él sea un guerrero bárbaro, pero yo soy bárbara en origen, y él no tiene ni idea del peligro al que se enfrenta. – le dije, medio sonriendo con expresión altiva y, sobre todo, con malicia. Dragos se hacía llamar el temible, era un simple guerrero medieval que no había sido capaz de aspirar a la brutalidad de las tribus con las que me había criado yo en mi vida humana, una que pese a que estuviera tan lejana aún permanecía viva en mis recuerdos, más en aquellos últimos tiempos que como lo había estado anteriormente. Yo tenía mis armas, tenía maneras de ser ruin y rastrera que él no podía siquiera soñar, y mi ventaja estaba en el factor sorpresa y en lo sumamente predecible que era él, como Erianthe había señalado.

– No dudo de su inteligencia, sí de su sentido común, pero es un hombre cegado por sus pasiones, y en este momento el ansia de posesión impera mucho más en él que la capacidad táctica de ponerse un paso por delante de la persona con quien está teniendo un conflicto. Cabe decir, asimismo, que uno de sus mayores errores siempre ha sido subestimar mis recursos, y por eso se comporta de una manera tan estúpida y pueril, no porque su cerebro esté más polvoriento que una casa abandonada. Aunque para lo que lo usa... – añadí, cruzando los brazos sobre el pecho y, de nuevo, divertida, porque sabía que todo lo que había dicho era cierto y era una ventaja sobre él que Erianthe no le contaría... No sabía por qué, pero intuía que pese a sus deseos de conocer a Dragos me guardaría más lealtad a mí. Quizá me equivocaba y era sólo una fachada que se alimentaba de mis deseos de que así fuera, pero la intuición pocas veces me fallaba, y más de una me había salvado la vida, así que decidí hacer caso a ese impulso salvaje que se había apoderado de mí y confiar en Erianthe a la primera de cambio.
– Si me permites un consejo, búscalo cuando estés necesitada de un amante, ya que la mayor parte del tiempo sólo sirve para eso. No te lo recomiendo. – añadí, sin poder evitar que en mis ojos centelleara un instante la molestia, que murió con la misma velocidad con la que había aparecido en mi mirada, casi imperceptible. No debía molestarme; yo tenía mis amantes, él tenía las suyas, y la única relación que existía en el presente entre nosotros era un matrimonio de conveniencia acordado para beneficio suyo, y no por que yo hubiera decidido que así lo quería. Lo que me molestaba debía ser, entonces, la perspectiva de que, si ella lo buscaba, podría desvelarle algo de lo que estábamos hablando en aquel encuentro tan producente para las dos, eso sería... Eso tenía que ser, ya que si caía al mismo nivel que había alcanzado él sí que podía considerarme totalmente perdida.
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Mensaje por Erianthe Keres Mar Ene 08, 2013 11:08 pm

Amanda podría mostrar quizás una indiferencia respecto al tema, pero ella, quien había pasado desde su transformación, hasta esa fecha en busca de una cabeza, sabía lo era sentirse dueña, ama y señora de una vida… En este caso no tan vida. pero si de una existencia aberrante en la tierra. Erianthe había presenciado no sólo a una, sino una gran cantidad de amantes haciendo fila por estar en el lecho de Ciro, en un principio quizás, no llegó a sentir ni gramo de celos, pero ahora que lo pensaba con detenimiento, no entendía como era capaz de darles esas libertades. Ella estaba enferma, estaba obsesionaba con terminar con su cabeza sobre una charola de plata, pero parte de ella, sabía que también lo quería suyo, con sus atenciones sólo puestas en su figura. La vampiresa no era normal, no era de esas que buscaba destruir simplemente por placer, ellos tenía un pasado, y ahora un presente, uno que quizás se había vuelto pasional. Ciro era sanguinario con ella, y al mismo tiempo lleno de deseos vueltos carne fría, la carne de sus cuerpos. ¿Lo aceptaría? Quizás de una manera poco convencional, pues al menos de su boca nunca llegaría a gestionar palabra dándole razones para destruirla. Por esa razón, entendía un poco a Amanda, quien a pesar de sugerirle, o prácticamente ponerla como amante del bárbaro, por dentro quizás, buscaba otra salida.

- ¿Crees que soy de esas que buscan amantes a diestra y siniestra? - Preguntó divertida, con un tono de voz alto, y bastante burlesco. - No, incluso en mis amantes debe haber alguna característica que lo haga ser un privilegiado, y no, no estoy interesado en él como una amante, puedes estar tranquila. - Comentó con total desinterés. En realidad Erianthe tenía una especie de patrón cuando se llevaba a alguien a la cama. En él tenía que tener alguna característica que le recordaba a Ciro. Si, Ciro, Ciro, Ciro, él era todo, porque su venganza era lo único que le importaba. Suspiró como quien no quiere la cosa, y no por necesidad, sino por tomar un poco de dramatismo a las cosas - ¿Acaso te sentirías complacida si lo tengo de amante? Yo, quien he escuchado cada palabra cargada de… ese sentimiento que aún no dices, encima me has confesado cosas que yo, suelo guardar, pues aunque sea una zalamera, y aunque mis interés siempre vayan adelante de los demás, suelo ser leal, pues busco lo mismo de quienes conocen mi historia - Su rostro se habían endurecido, dejando de lado las bromas y los juegos tontos, si una amistad surgía aquella noche, debía ser fuerte e inquebrantable. Ella nunca se andaba con rodeos.

- Amanda… No creo que ese bárbaro sea capaz de dominarte, no al menos sin tu consentimiento, y eso lo sabes, hay cosas que los hombres no entienden, la sociedad en la que viven los humanos llegan a bañar el pensamiento de los vampiros, porque en algún momento fuimos esos seres insignificantes, pero a lo que voy es que, el vampiro al ser hombre cree que domina, no se da cuenta que unas curvas doblegan su… ¿Poder? Entonces he ahí mi pregunta ¿De verdad no querías casarte? Es simple curiosidad, porque… habrías buscado otras salidas - Le guiñó uno de sus ojos, y se puso de pie, está vez revisando de forma descarada él lugar. Erianthe apreciaba el arte, le parecía demasiado llamativo aquel lugar. lleno de una linea de piezas exquisitas, y no sólo eso, también podía notar el paso del tiempo en el orden. Sin duda Amanda era una vampiresa de esas que no existían, interesante, seductora, sin llegar a lo vulgar, hermosa, y magnética. Suspiró - ¿Cuánto tiempo has invertido en está hermosa colección? - Preguntó, pero pronto volteó a verla, sonriendo de forma amplia, no quería tampoco ser muy pesada en sus comentarios, aunque en realidad esa era su forma de ser.

- ¿Alguna vez has pensado hacer un retrato de él? Es decir, mandar a hacer uno. ¿O tienes alguno? Tengo mucha curiosidad, y sino lo tienes, te vendría bien pedir que se dejará hacer algo para ti, créeme, eso lo descoloraría, y te ganarías unos puntos, cuando creen que están dominando las cosas, es cuando mejor podemos atacar, sin duda sus defensas bajan, y sus sospechas el doble. - Se encogió de hombros y desvió de nueva cuenta su mirada hacía las obras de arte - Tengo sed, demasiada, me pregunto ¿a qué sabrá tu sangre? - Y giró su cuerpo de forma tranquila, la miró con una sonrisa amplia y altiva - Y no, no me mal interpretes, no tengo interés en comenzar un combate - Los colmillos de Erianthe se hicieron presentes cuando su sonrisa se ensanchó, dejando notar la letalidad de ellos.
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Mensaje por Invitado Lun Ene 21, 2013 1:04 pm

Ella era, sin el menor asomo de duda, alguien a quien no se podía calificar de otra manera que no fuera singular, puesto que en toda mi experiencia, y tenía bastante rodaje detrás de mí para considerarme en cierto modo una experta, nunca había conocido a nadie tan consumido por la venganza. Tampoco había, nunca, tenido un lazo de ningún tipo con las dos partes de una lucha tan encarnizada como la que tenía ella con Ciro, una que había durado siglos y cuyo fulgor aún no se apagaba, sino que aunque pareciera increíble se hacía más y más brillante a medida que pasaba el tiempo. Eso me colocaba en una situación extraña, puesto que bien podían usarme cualquiera de los dos para herir al otro como podía estar, en cierto modo, segura, dado que podía ser una importante aliada para cualquiera de los dos implicados. Todo era cuestión de jugar bien mis cartas, de asegurarme de que un lazo con Erianthe, fuera este del tipo que fuera, naciera de mi conversación con ella de aquella noche y de que, aunque este no pudiera compararse al que tenía con Ciro, que ya duraba toda mi existencia vampírica, fuera lo suficientemente intenso para que se pensara dos veces lo de matarme o herirme de cualquier modo. La desconfianza, pese a que no me hubiera dado especiales motivos para sentirla, era algo inherente a la naturaleza de un depredador como lo era yo; se aprende, cuando tienes una edad, que no se llega a viejo si no tienes cuidado, e incluso entre los de mi especie yo era madura, un espécimen respetablemente anciano pese a mi eterna lozanía, así que algo debía de haber hecho bien en todo el tiempo que llevaba viva, si es que al vampirismo se le puede tildar de vida en el mismo sentido que se usaba el término para denominar a lo que tenían los humanos.

– No me lo he tomado como que me incites a luchar contra ti, sé de antemano que perdería porque, a simple vista, calculo que eres al menos medio milenio más antigua que yo, y sé mejor que nadie que aceptar un choque contra un vampiro tan antiguo como tú equivale a una sentencia de muerte. Además, en todo caso creo que sería contraproducente para las dos, puesto que nos privaría del placer de mantener una conversación tan amena como esta, ¿no crees? – comenté, encogiéndome de hombros y con una sonrisa cordial en el rostro, no totalmente falsa, puesto que a decir verdad no estaba mintiéndole, no a ella, no aquella noche. Hice un gesto despreocupado hacia uno de los armarios de la estancia, de madera de la más alta calidad tallada con formas de fantasía que parecían arrancadas de Las Metamorfosis de Ovidio.
– Siempre guardo algo de sangre allá donde me establezco, por si tengo invitados o por si me apetece un refrigerio. En este sentido, la mayor ventaja de la que dispongo a la hora de no asustar a los criados y que me denuncien a la Santa Inquisición es que la sangre, bajo determinadas iluminaciones, parece vino añejo, y ¿quién sospecharía de una botella de vino en la residencia de una monarca como lo soy yo, que además recibo invitados bastante a menudo? Puedes servirte, si lo deseas. No es mi sangre, pero al menos momentáneamente paliará tu sed. – concluí, ofreciéndole una vía diplomática para que satisficiera sus necesidades sin tener que abrir una herida en mi blanco cuerpo, algo que no me apetecía demasiado, si tenía que ser sincera. Además, ¿qué daba más sentido de sellar una amistad que ofrecer una bebida, aunque dicha bebida fuera sangre?

– Lealtad... Eso es lo que ofrezco a mis allegados, y lo que diferencia a quienes son mis protegidos de aquellos a los que les puede pasar cualquier desgracia sin que me afecte lo más mínimo. Respondo a la lealtad que se me ofrece con la misma moneda solamente si el otro ser, ahorrándome el término anacrónico de persona, es merecedor de ella, y creo que en tu caso ha quedado clara mi opinión respecto a que sí lo eres. No debería sorprenderte, teniendo en cuenta que creo que en ese sentido soy cristalina, pero le doy más valor a la lealtad de lo que se puede pensar a simple vista. Ese fue el motivo por el que acepté el matrimonio con el bárbaro, pese a que lo utilizara contra mí como un arma arrojadiza en una emboscada; le debía lealtad a un país en el que tengo notables intereses de todo tipo, y contraer matrimonio con el monarca de los Países Bajos era la única manera que tenía de acceder al trono. Es pura diplomacia, los monarcas han utilizado los enlaces matrimoniales durante siglos, así que ¿por qué yo no? – respondí, pasando por encima del tema que había sugerido de si me molestaría si Dragos fuera su amante... Sí, lo haría, sería lo suficientemente molesto como para plantearme por un momento quitarla de mi camino y hacerles pagar a ambos por el affaire que yo misma había sugerido, pese a que algo tan suicida fuera en contra de mi instinto de supervivencia, ese del que tanto me enorgullecía.
– Me molestaría que lo fueras, sí, pero no soy quien para impedirte nada. No creo que ocultártelo sirva de nada, así que no gastaré tiempo en hacerlo. – admití, aunque no lo hice a regañadientes, sino, en el fondo, alegrándome por quitarme ese secreto que no era tal de encima.

No obstante, yo no quería seguir hablando del bárbaro, puesto que suficientes dolores de cabeza me proporcionaba cuando estábamos juntos por obligación para, encima, sacarlo a colación cuando ni siquiera era necesario hacerlo. Ella me había dado la clave para saltar a otro tema de conversación con su comentario último, el del retrato, que encima no era ni siquiera una mala idea, así que me mordí el labio inferior, pensativa.
– Llevo siglos con esta colección, lo que ves simplemente es una parte de ella, porque no soy tan poco precavida de dejarlo todo a la vista de quienes pueden apropiarse de ello sin mi permiso. Respecto al cuadro... Podría ser interesante ver cómo se toma ese repentino interés por mi parte. Conociéndolo, se confiaría en su victoria y eso me allanaría el terreno para un nuevo golpe. Sí... Contactaré con Jacques-Louis, él siempre sabe captar el estilo grecorromano que tan familiar me resulta y es un pintor excepcional, un artista con el pincel y los colores. Gracias por tu consejo, Erianthe. Te lo enseñaré cuando esté listo. – concluí, con una media sonrisa divertida que combinaba perfectamente con el tono jovial de mis palabras. Ella era una aliada valiosísima, alguien con quien tenía en común las ansias de venganza contra un hombre que creía que tenía las de ganar cuando no era así, y no podía haber encontrado a alguien que pudiera serme más útil a la hora de elaborar planes para derrocar a Dragos y obligarlo a que sufriera mi ira por haberme traicionado como lo había hecho. Por su parte no podía estar segura, pero por la mía no pondría reparos a convertirme en su aliada y, quizá, en su amiga... si el tiempo y las circunstancias nos eran afines, claro.
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Mensaje por Erianthe Keres Lun Feb 18, 2013 4:39 pm

Desde que había sido convertida, la vampiresa de cabellos oscuros, siempre había estado con una posición a la defensiva, quizás habían sido las secuelas que le había dejado su vida de humana, esa que siempre había visto heridas, guerras, peleas, enemigos encima de los otros. Todo aquello la había dejado marcada, la había hecho sentir débil en su momento, menospreciada y poco útil. Era cierto, en aquel entonces las mujeres no valían nada, era poco dignas, solo servían para el hogar y para parir, sólo eso, y aunque aquello había quedado atrás hace muchísimo tiempo, alguna parte de ella ansiaba poder saciar esos temores. Los vampiros siempre se jactan de tener la habilidad de crecer, hacerse de poder, vivir eternamente, olvidar sus temores, sus dolores, aquello que los hizo una raza "poco digna en aquel momento", pero que sin duda, siempre les daría la pauta de lo que eran ahora. El vivo ejemplo de eso era Erianthe, quien se la vivía en medio de una venganza enfermiza que se juró de humana, y que no tenía intensiones de cambiar, ella estaba necesitada de infringir humillación y dolor a ese vampiro, él le había quitado a su familia, le había arrancado a todos aquellos que la hacían sentir signa e importante en su momento, él merecía la peor de las muertes, y ella sin duda estaba dispuesta a dársela, pero sin duda aquello le costaría otra parte de ella, un secreto que quizás le vendría bien revelar.

- Quizás me venga bien un poco más de sangre, no quiero importunarle tampoco, no me gusta tomar las cosas a las fuerza, no al menos de quienes siendo una especie de ¿cómo dijo, Amanda? Si, una lealtad, porque me siento agradecida, aunque no lo crea… - Se quedó en silencio por unos momentos - Hasta dónde ha notado y pude compartirle, a de creer que soy una vampiresa hambrienta de venganza, y efectivamente, lo soy, pero hay otras partes de mi, que quizás con nadie las he explotado - Suspiró profundamente como acto reflejo, una costumbre humana que había adquirido de nueva cuenta, no por necesidad, sino por costumbre con sus tratos con aquellos quienes proporcionaban su sangre - Por ejemplo… En todo éste tiempo he estado en muchas partes del mundo, pero solo estudiando al mismo hombre que deseo cortar la cabeza, creo que no me he dado tiempo para mi, que simplemente me he enfocado tanto en poder vencerlo, en estudiarlo, que mi tiempo ahora gira alrededor de él - Aquello le había costado demasiado trabajo aceptarlo, porque si se ponía a pensar con claridad, el matarlo solo la llevaría a un extraño vacío. Después de la "muerte de Ciro", por segunda vez, ¿qué sentido tendría todo? Y no es que fuera una confesión romántica, simplemente era la realidad cruel que no había querido aceptar.

- ¿Alguna vez has pensado en lo que harás después de tener su cabeza en una charola? - Le volteó a ver, buscando la esperanza maldita de encontrar una solución a esa pregunta que en ese momento la estaba torturando - Quisiera saber si lo has pensado, porque sinceramente, la eternidad la veo muy aburrida buscando amantes diarios y simplemente bebiendo sangre sin remordimientos - Aclaro, sin ganas de adentrarse demasiado al tema. - Tengo deseos de arrancarle la cabeza, pero también él es un motivo que me impulsa de una forma enfermiza a querer hacer lo imposible ante cualquiera, mi vampírismo incluso a estado casi al borde de la extinción, siento que terminaré loca… Demasiado después de su muerte, porque lo bucearé en cada rostro con tal de seguir queriendo arrancar su cabeza ¿qué se supone debo hacer, Amanda? Lo odio tanto, pero al mismo tiempo esto es demasiado complicado - Resonó, la inteligencia que poseía en cualquier tipo de tema era indiscutible, pero ese tema, el de la venganza, el de su condición que había adquirido para destrozarlo a él, el de la destrucción y extinción después de eso, nadie podría darle respuestas, o podría dárselo después de haberlo vivido. La vampiresa dudaba en realidad de que existiera alguien mucho más viejo que ella para que le contara, aunque podía existir.

- Estaré encantada de poder ver el cuadro, si me convence, que creo eso pasará dado tu calidad a la hora de hablar de arte, seguramente buscaré hacer lo mismo, aunque dudo que Ciro quiera retratarse, aunque claro, es un hombre vanidoso, por así decirlo, seguramente creerá que ha ganado la batalla de yo pedirle algo así - Comentó con una sonrisa mordaz - Podría aplicar yo misma mi consejo - Se relamió los labios, está vez movió su cuerpo, así podría captar de forma correcta las expresiones de su ahora nueva amiga. - Cuéntame, querida… ¿Al menos Dragos es un buen amante? - Amplió un poco más su sonrisa, está vez con malicia - Y no, no te pregunto para ir después a revolcarme con él, lo hago para saber que tan satisfecha te tiene - Comentó, para ella esos temas le parecían verdaderamente naturales, nada que sorprendiera, y seguramente tampoco le sorprendería aquello tan trillado a Amanda.
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Mensaje por Invitado Mar Feb 26, 2013 1:17 pm

No había motivo alguno para temer, no cuando lo que nos unía era más que lo que nos separaba y, por tanto, me necesitaba como yo la necesitaba a ella para poder ser capaz de decidir qué haríamos una vez nos libráramos de nuestros respectivos rivales. Eso fue lo que deduje cuando ella me lo preguntó, y la impresión que pude sonsacar de sus palabras, siempre tan cuidadosamente elegidas como cada uno de sus movimientos, fruto sin duda de una atención extraordinariamente desarrollada a lo largo del tiempo. No dudaba de su naturaleza vengativa, no después de que sus palabras me hubieran dejado claro de varias maneras que el tema de Ciro la obsesionaba y había sido capaz de regir su vida inmortal durante tanto tiempo, desde su conversión, pero eso no la hacía menos respetable para mí, que no podía sino entenderla a la perfección. ¿Cómo podría ser de otra manera teniendo en cuenta que me había pasado los últimos tiempos planeando exactamente lo mismo, aunque volcando mi actuación hacia otro ser que no era su ancestral enemigo? La idea había ardido con la fuerza de un incendio forestal desde que había tenido la ocasión de ver su rostro de nuevo, y siempre, de una manera o de otra, se las había apañado para emponzoñar mis pensamientos e invadirlos como se hace con una nación enemiga, pese a la reticencia que sentía mi parte consciente por darle tanta importancia a alguien que no debería tenerla y, sin embargo... Por eso la comprendía a la perfección, y quizá por eso nos llevábamos, o empezábamos a llevarnos al menos, respetablemente bien, dado lo escaso del tiempo que llevábamos conociéndonos.

– La venganza es sin duda un propósito que ocupa la atención de una a tiempo completo, no se anda con menudencias y se las apaña para abalanzarse incluso sobre los pensamientos más inocuos. Llega a convertirse, de una idea salvaje que puede venir a la mente en un momento de rabia extrema, en un modus vivendi, una obsesión insana que puede arrastrar la cordura con ella. La clave es saber alejarla de ese punto... Y no sería una clave de no ser por su complicación. – repliqué, encogiéndome de hombros y dando un último trago a mi copa, que una vez vacía reveló en los posos la naturaleza pesada y viscosa de la sangre, que la hacía tan diferente al vino que mis criados creían que era. – Tener amantes diarios y beber sangre sin control está bien, es una manera agradable de vivir... al menos, durante unos pocos años, hasta que te das cuenta de que tus deseos ya están saciados pero siguen existiendo. Somos incapaces de sentirnos satisfechos, la eternidad puede llegar a ser larga en cuanto se abandona el objetivo que la ha estado guiando, en nuestro caso la venganza. ¿Qué haré cuando lo domine? Seguir dedicándome a mí misma, supongo. Siempre me ha fascinado el conocimiento en todas sus ramas, eso por no hablar del arte, así que parece evidente que mi salida es en esa dirección. En cuanto a la tuya... Bueno, teniendo en cuenta que te has dedicado durante toda una vida a seguir su rastro, ¿por qué no te dedicas cuando venzas tu batalla personal a conocer el mundo en el que vivimos desde una perspectiva libre de él? Eso es lo que yo haría. – añadí, mirándola a los ojos con cierta curiosidad.

Era cierto que la intensidad de mi obsesión no había llegado –ni, esperaba, llegaría nunca, ya que me negaba a pasar más de dos milenios detrás de una venganza como aquella, pese a que tuviera motivos de peso para desear que Dragos pagara por lo que me había hecho– al límite al que lo había hecho la suya, pero la comprendía, con todo lo que implicaba la palabra. Sabía que una vez se terminara un objetivo vital de tal magnitud como el que la había movido desde que él había cometido lo que, suponía, era un crimen imperdonable, su existencia sufriría un vacío que no sería capaz de llenar. Esa era la prueba que necesitaba, si es que quería alguna a aquellas alturas, para darme cuenta de que no era solamente odio lo que ella sentía por él, pese a que fuera innegable que había un gran componente de dicho sentimiento en la amalgama de sensaciones que guardaba en su interior. Y esa era la prueba de que, pese a todo, al final no lo mataría... aunque, claro, eso yo no iba a decírselo.
– También puedes optar por dejarlo vivo, someterlo y probarlo como amante... Nunca he probado a tu némesis, me resultaría incluso enfermizo, pero en mi propia experiencia sé de sobra que, al menos cuando nos conocimos, el objeto de mi venganza, él, era... increíble. No he vuelto a dejar que me pruebe, claro, porque eso sería un privilegio exorbitado para él que no merece, pero lo recuerdo a la perfección, y no defraudaba... al contrario. Esa puede ser una buena estrategia a seguir. – concluí, apoyándome finalmente contra una de las paredes de la estancia, con posición tranquila e, incluso, indolente.
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Mensaje por Erianthe Keres Vie Abr 19, 2013 7:01 pm

El silencio volvió a reinar las paredes de aquella estructura, nada incomodo por cierto, aquello hacía que la vampiresa se diera tiempos para recordar a detalle que había sido de su inmortalidad desde su conversión. Todo absolutamente giraba al rededor del cuello del vampiro, de aquel que era ahora una obsesión absurda. Ella de cierta manera le necesitaba para poder seguir en medio de esa cordura ¿Cordura? A nadie podía engañar con ese termino, quizás ningún ser de la noche la poseía desde que se pasaban de "bando". Pero entre ellos estaba bien aparentar quien tenía mejor los pies en la tierra. Ciro, Ciro y más Ciro, incluso lo tragaba en la sangre de sus víctimas. Porque tenía un patrón especial para alimentarse, todos ellos musculosos, bien preparados en el campo de batalla, aunque claro, nada que ver con él. Con los cabellos negros y la piel pálida. Todos tenían que parecerse en algún rasgo a su némesis, pero ninguno lo superaría, porque aunque le costara aceptarlo, él era especial, al igual que la sangre una necesidad para que ella pudiera seguir por el resto de la eternidad ¿Entonces la eternidad se llamaba Ciro? Si, quizás su eternidad lo era, pero de una cosa si se estaba seguro, ella no lo aceptaría, o quizás ya lo había hecho y por esa razón no quería volver a repetirlo, demasiado doloroso, el ego roto, no, no volvería a repetirlo.

Cerró los ojos al perderse en el recuerdo de unos ojos, de esos ojos, de los de Ciro. Recordó la forma en que se habían retado por primera vez, las llamas que recorrían aquel calabozo, pero lo que más llamó la atención de su recuerdo fue la forma en que habían terminado revolcándose en medio del bosque. Hace mucho tiempo que la vampiresa no se había portado como un versado animal, lo cierto es que eso no le había importado, por el contrario, los vampiros pueden llegar a tener sentimientos, muy profundos, pero ella recordó lo bueno que había sido como un amante, aquello podría servir como una verdadera pista para saber que buscaba para su eternidad, quizás ya no buscaba matarlo, quizás lo que necesitaba era volverlo suyo, hacer que se obsesionara tampoco con ella, como ella con él, una imagen bastante bizarra en realidad, pero que podía ser completamente acertada si se podía llevar a la realidad. Los instintos y el deseo pueden ser armas fundamentales para las criaturas de la noche, claro, siempre y cuando se sepan llevar de la manera correcta, sino, suelen ser demasiado repulsivo, es como querer beber sangre sin querer manchar una zona de tu cuerpo con la misma, sino lo sabes hacer de la forma correcta, te manchas.

- Recorrer el mundo sin duda sería entretenido, quizás poder someter un poco de humanos, hacer que me rindan cultos y pleitesías, es decir, si las religiones por un Dios, que estoy segura ni siquiera existe, funcionan, entonces sería agradable ver un poco de ignorantes alabarme, sería al menos una diversión bastante "sana para mi", y claro para ellos, pues el alimentarme de humanos sería un verdadero honor en cuanto escoja al sacrificado - Se burló, pues recordó tiempos de ignorancia que iban relacionadas a esas costumbres que recaían en los sacrificios, sin duda no se veía siendo adorada por criaturas que para ella eran peor incluso que los animales, que las ratas, que los insectos. Sin duda el tema era gracioso, pero al mismo tiempo absurdo, igual no le importaba como se escucharía tal locura, además los vampiros también tenían sentido del humor. Lo cierto era que había cambiado el tema porque no deseaba tocar de nuevo el tema de Ciro, pero era tan jodidamente inevitable que más valía volver a él, si, todo lo que tuviera que ver con aquel mal nacido, y ahora errante, le interesaba, incluso la ponía.

- ¿Vas a someter acaso al rey? Eso sin duda me gustaría presenciarlo, dime Amanda ¿Me mandarás una postal donde quiera que éste para que yo sepa de su avance? O quizás ¿Podría venir cada determinado tiempo para compartir platicas tan interesantes como la de este momento, jamás imaginé encontrarme a una vampiresa que tuviera tantas cosas en común conmigo, sin duda estoy agradecida, por su hospitalidad claro, pero también, por portarse como toda una dama cuando una criatura extraña se adentro en propiedad privada, sin duda no debo subestimar a la hermosa vampiresa de delicados y eróticos rasgos - Dijo con total tranquilidad, aun estaba aferrada a ignorar el tema de Ciro, porque ya no buscaba aburrir con tal cosa, aunque sabia que Amanda no se aburriría al estar en una posición sin duda de igualdad. Guardó un poco de silencio y esperó a que su anfitriona diera el siguiente paso en la noche, ella por más experiencia y peso que tuvieran sus años, no era una abusiva.
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Mensaje por Invitado Sáb Mayo 25, 2013 5:35 pm

En algún momento de nuestras longevas, por definición, existencias, todos los vampiros habíamos soñado con convertirnos en dioses, y algunos de nosotros incluso nos comportábamos como tales en los ambientes que se mostraban proclives para ello pese a que hubiéramos pasado, en teoría, los primeros momentos posteriores a la transformación, esos donde acostumbrarse a la nueva naturaleza que poseíamos se convertía en una labor que nos hacía crecernos aún más. Lo que ella proponía no era nada nuevo, por tanto, pero había algo primitivo en la idea de mostrarnos como ídolos paganos en sociedades que tenían como referentes ideas lejanas e inexistentes de dioses que, como ella misma había dicho, no existían; el atractivo de aquella idea era evidente por mucho que ya se hubiera avanzado en aquella dirección. Yo misma, en mis primeros momentos como vampiresa, había probado al máximo mis nuevas habilidades y había sometido a pueblos enteros que me habían rendido pleitesía sin ponerme en duda ni un solo momento, y pese a que ya no lo hiciera de manera tan evidente, siempre había una parte de nosotros que reclamaba esa atención, que la ansiaba, anhelaba y necesitaba hasta un punto que impregnaba todos nuestros comportamientos, conscientes o inconscientes. El mejor ejemplo que podía poner al respecto era el mío, que no contenta con ser la mecenas y protectora de jóvenes artistas con un futuro brillante y prometedor, siempre y cuando se les impulsara en la dirección apropiada, ansiaba dominar a Dragos y que se rindiera, por fin, ante mí, como la diosa en la que me había convertido con el tiempo.

– Ese impulso jamás nos abandona, aunque no lo mostremos explícitamente. He de decir, no obstante, que tiene mucho más interés someter a un rival al pensamiento perfectamente justificado de nuestra divinidad que a un grupo de mortales desesperados por conseguir un dios en el que creer. Lo primero es una victoria, y lo segundo es un efecto colateral de premiarlos con nuestras presencias, por lo que resulta evidente cuál de las dos cosas puede considerarse un logro y cuál se da por sentada. – repliqué, esbozando una sonrisa divertida aunque algo ausente, igual que como se encontraba mi mente en aquel instante. Aplicándolo de nuevo a mi propia situación, ¿dónde me dejaba a mí la afirmación a la que acababa de dar forma con palabras? Era evidente que yo jamás dejaría que nadie se me impusiera como un dios cuando ni siquiera había llegado a creer en ellos una vez había alcanzado una considerable madurez mental, y también resultaba evidente que estaba hecha para la batalla, no en el mismo sentido que un guerrero como Ciro, el enemigo de Erianthe, sino más bien para las batallas a un plazo más largo... las de la existencia, mortal o inmortal. Aplicando entonces la comparación, resultaba evidente cuál sería mi respuesta final, o al menos la que se aproximaría a solucionar la duda que ella misma había planteado porque reflejaría mis acciones futuras, o al menos lo intentaría.

– Te considero ya una aliada, Erianthe. Puede que sea temprano, reconozco que incluso a mí misma me sorprende la prontitud con la que tal certeza se ha adentrado entre mis pensamientos, pero tenemos tantas cosas en común que me resulta inevitable sentir el deseo de mantenerte cerca para charlar sobre nuestros avances. ¿Quién sabe? Quizá incluso podamos ayudarnos sin interferir en nuestras respectivas batallas... Todo se verá. En cualquier caso, te mantendré al tanto de mis avances respecto a él. El rey es el enemigo al que merece la pena vencer, no alguien cuyo dominio se da por sentado, y no pienso perderme una batalla alentada, además, por mis propios motivos personales. Ahora, no obstante, me temo que tengo que poner en marcha uno de los últimos engranajes de mi próxima actuación respecto a él. Espero que sepas comprenderlo y que me permitas, en otra ocasión, robarte otro suspiro de eternidad, Erianthe. – concluí, inclinando la cabeza en señal de respeto. Había tomado la decisión casi en el momento en que había recibido la pieza escultórica: me adueñaría del museo del Louvre y me serviría, su posesión, para utilizarlo como base de operaciones y una extensión más de mis dominios, que ya eran considerables en la ciudad de París y, también, fuera de ella. Como una araña que extiende su red, mi influencia iba extendiéndose poco a poco para preparar mis fichas para el enfrentamiento final, donde con suerte sería capaz de derrotarlo de una vez por todas y someterlo... con ayuda de una inesperada aliada como había resultado serlo la misteriosa y fascinante Erianthe Keres.
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