Desobediente… por una vez (Libre)

Sentada en el alféizar de la ventana de su habitación observaba como René y Rosette salían de casa hacia el coche que los llevaría a la estación de trenes, y desde allí a Cannes. Estarían fuera todo el fin de semana. La hermana de Rosette vivía allí y necesitaba ayuda para –No sé qué de una cómoda-
Chloé no le había puesto mucho interés en el asunto. Aunque habitualmente no le gustaba estar sola en su casa, ese día estaba contenta de que así fuera. René no le había permitido salir a montar con Xanthippe últimamente. Había oído algo sobre criaturas peligrosas y le había advertido a su hija varias veces sobre ello, pero Chloé creía que eran simples leyendas.

Saludó con la mano despidiéndose, y en cuanto el coche desapareció por la esquina de aquella calle no lo dudó ni un segundo, a pesar de que lo tenía prohibido para ese fin de semana en concreto. Se vistió con su ropa de montar, un vestido bastante simple que a simple vista podía parecer de clase media. Se calzó unas botas no muy altas y salió hacia los establos. No hacía un calor excesivo, así que el día no podía ser más perfecto. Ensilló a Xanthippe y llamó a Bijou, que no tardó en llegar corriendo al lado de su ama.
Colocó un pie en el estribo izquierdo y con un pequeño impulso se sentó en el lomo de la yegua con suavidad. El vestido tapaba parte de los cuartos traseros y el pie quedaba a la vista bien apoyado en el estribo. Una vez estuvo lista le dio un suave toque con los talones y se dirigió hacia los prados.

¡Qué placer sentía con el movimiento del paso! Un movimiento suave y rítmico pero rápido. El sol de la tarde brillaba aun con fuerza y parecía que aquel día tendrían luz hasta tarde. Dejó las calles de la ciudad y se adentró en los caminos embarrados. El perro corría a su anchas sin alejarse demasiado de Chloé. Era un buen perro, leal y obediente.
En un momento del camino torció hacia la derecha y se metió por un camino entre prados. Había algunos caballos sueltos pastando y campesinos labrando la tierra. Chloé siempre se había preguntado qué hubiera sido de ella si no viviese en aquella mansión, si fuese como aquellas personas que veía en ese momento. Probablemente habría empezado a trabajar joven, y no tendría ese tono tan pálido en la piel. El Sol del verano la mantendría bronceada (ese color característico de todos los que trabajaban en la calle) y el frío del invierno le cuartearía la piel. Por suerte o por desgracia, eso no era así, y Chloé tenía que admitir que no estaba muy dispuesta a probarlo.

Siguió caminando hasta llegar bajo un gran roble que se encontraba en una pequeña colina. Desmontó y con las riendas en la mano se acercó al árbol. Ató a Xanthippe en una rama y mientras ella pastaba Chloé se sentó a la sombra. Bijou se acercó corriendo y se sentó al lado de ella con la lengua colgando. La muchacha le acarició con cariño y se quedó allí, mirando el paisaje. Era fantástico, pero no tenía mucho tiempo antes de volver hacia casa. No quería que la noche la sorprendiese en la calle. Quién sabe si las historias de las criaturas eran ciertas…