El lugar más tranquilo del mundo (Libre)

por **Friné Simon** Mar Oct 16, 2012 8:33 am

Recuerdo del primer mensaje :

No debían ser más de las diez cuando Friné comenzó a caminar a paso lento hacia la salida del cementerio. Solía visitar el lugar una vez cada dos semanas aproximadamente para dejar flores en la tumba de su difunta abuela . Aún tenía reciente su muerte, pero ya había superado la dureza de la situación. Al principio, visitaba Montmatre cada día, para ir distanciando cada vez más sus visitas. Sabía con certeza que algún día no tendría esa necesidad de verla, ni esa culpabilidad de quizás no haber sido la mejor nieta para ella. Hasta entonces, aquellas tristes visitas continuarían. Quizás si su padre no se hubiera ido con cualquier mujer a vivir una aventura, su abuela seguiría viva, o al menos no se habría ido con tal mala imagen de su único hijo. ¿Se sentía culpable de las acciones de su padre? Agitó la cabeza y respiró profundamente, no quería pensar en nada, no allí.

Giró la cabeza y sonrió hacia la lápida de piedra en la cual lucía hermoso un ramo de rosas blancas, las preferidas de su abuela y también de la propia chica. De repente, un ruido no muy lejano, la sacó de su ensimismamiento. Parecía el crujir de unos zapatos sobre las hojas secas del otoño pero allí no parecía haber nadie. Miró a su al rededor esperando no ver a nadie y no lo hizo. Continuó con su paso, esta vez algo más apresurado aunque no sentía realmente miedo. Como mucho, por su cabeza pasaba la imagen de algún hombre borracho o algún mendigo, pero no había nada más que pudiera resultar 'peligroso' en París. Además, aquel lugar era uno de los más tranquilos del mundo.

Buscó el gran arco de salida del cementerio pero no conseguía encontrarlo y, cada vez, la ansiedad la invadía más. No creía poder haberse perdido en un lugar que había visitado con tanta frecuencia, claro que, era la primera vez que se encontraba allí a aquellas horas de la noche. Pensaba en su madre seguramente preocupada y en tener que cruzar sola medio París oscurecido y repleto de cosas que no le gustaría saber.
-¿Por dónde era?-murmuró para sí misma.

Entre el nerviosismo y la desorientación consiguió llegar hasta uno de los muros que cercaba el lugar. Suspiró y se apoyó en él, ahora solo tendría que seguirlo para encontrar la salida.

por **Friné Simon** Mar Nov 13, 2012 3:53 pm

La muchacha observó lo que Karólynn sacaba de su bolsillo. Era una pequeña bolsa de terciopelo, como las que se solían usar para guardar una joya al comprarla o algunas hierbas incluso. Aquello no la sorprendió pero sí el contenido de esta. Miró con cierta admiración aquellas piedras. Parecían antiguas, únicas, como si fueran realmente mágicas. Friné acercó una mano hacia ellas pero la dejó estática sobre la mano de la bruja, sin atreverse a tocarlas por si con ello estas perdían ese aura especial que irraiaban a su parecer.
-¿Qué son?-preguntó aún sumida en cierto trance, con la vista fija en aquello. Levantó la mirada hacia el rostro de la chica y sonrió -Me has logrado sorprender antes de decirme si quiera mi futuro- bromeó la chica, intentando animar la situación.

Miró a su alrededor y lo único que podía observar para sentarse ambas era un tablero de ajedrez con sus correspondientes sillas. Estaba situado en un pequeño parque, junto con un par de ellos más. Los hombres, sobretodo los más ancianos, solían pasar algún rato libre debatiendo sobre las partidas que otros hacían o animando a los muchachos jóvenes a jugar.
-Sígueme- pidió tomando la mano libre de la chica, llevándola con cuidado hasta uno de los asientos. Friné se sentó en el de enfrente, esperando que la muchacha comenzara. -¿Qué debo hacer?

por **Karólynn Schwarowzki** Jue Nov 15, 2012 7:29 pm

-Pues tienes que concentrarte en tu pregunta lo más que puedas, y luego de eso metes la mano en la bolsa y sacas siete runas. Cada una tiene un significado particular y diferente, y te dirán tu futuro de manera sabia.

Cada una de esas runas respondía a una pregunta diferente. ¿Qué? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Para qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Quién? Esas preguntas unidas, respondidas cada una con un símbolo particular, daban la respuesta que la persona en cuestión necesita oír. Puede que le guste lo que le dicen, puede que no. Pero era un hecho que aquellas piedras decían la verdad de la manera más sabia que podían. Eran más verdaderas que el tarot o que las bolas de cristal, u otras maneras ridículas de escanear el porvenir.

Recordé trivialmente cómo habían llegado aquellos artefactos a mis manos. Mi abuela se los había encargado a uno de sus amigos, un vidente finlandés, descendiente de vikingos, que nunca fallaba en sus predicciones. Le dio las especificaciones necesarias para que alguien como yo pudiera usarlas, por lo que les dio un color especial a cada una. Y al momento de entregarlas, aquel hombre se dirigió a mí con una sonrisa- en ese tiempo todavía veía, aunque muy poco-, y me dijo que aunque alguien adivine el porvenir, este es caprichoso y siempre puede cambiar, pero las piedras veían más allá de aquellas jugarretas. Le torcían la mano.

-¿Lista?- me dirigí a Friné con la bolsa en alto-. Bien, ahora saca las siete runas.