AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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[Privado | Giselle Van Silberschatz] Il ya quelques années
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[Privado | Giselle Van Silberschatz] Il ya quelques années
Un par de años perdido parecían un simple pestañeo, el tiempo ya no significaba nada pues ni siquiera pasaba por su cuerpo avisando que su fin ya estaba cerca. Paris no había cambiado en lo más mínimo, el mismo olor, casi la misma gente y las mismas tiendas. Los sonidos, el paisaje y sus habitantes como siempre se encontraban completamente ajenos a él; como si no encajase en aquel lugar. Llevaba poco tiempo en aquella condición que duraría una eternidad, pero parecía que su melancolía se extendía bastante más allá del tiempo y espacio, su alma pesaba cada vez más por las gotas de sangre bebida y llevar una carga completamente solo no era de lo más agradable.
Ahora entendía por qué la mayoría de los vampiros conservaban una pareja a su lado o vivían buscando una. La vida se hacía aburrida si uno solo se relacionaba con humanos o fingía serlo, y más si debía de mantener en secreto su condición… pero ¿Dónde encontrar a otros como él? Años atrás se habría cruzado con un par de ellos, pero jamás se había detenido a crear lazos o simplemente conocerlos. Por alguna razón no le interesaba saber de aquella cultura y lo que estuviese relacionado con ello, sin embargo, como siempre, la necesidad había acabado por doblegar su carácter terco y había vuelto a Paris con ganas de asentarse y quizás encontrar un buen compañero o compañera con quien pasar sus días discutiendo de temas de interés. Compartiendo la vida.
Aquello le parecía prácticamente imposible.
Habiendo acabado sus estudios como bailarín hace un par de años en aquella misma ciudad, lo primero en su lista –además de buscar a otros como él.- era encontrar un trabajo haciendo lo único que sabía hacer; bailar. Había nacido para eso y no cabía en su cabeza que algún día podría aburrirse de jugar con su cuerpo de aquella forma. Esperaba con ansias tener un par de años o décadas más para poder disfrutar de los nuevos ritmos que se crearían en el mundo; solo bastaba ser paciente.
La mañana en Paris era fría y húmeda, la primavera siempre se enseñaba hermosa en Francia y la neblina matinal no opacaba para nada los paisajes que se enseñaban a su alrededor. Se encontraba caminando por la zona de clase alta, allí donde se alzaban aquellas mansiones y jardines que parecían no tener fin, donde las flores olían mejor que cualquier perfume pues se mezclaban con el aroma natural de las doncellas que se escondían tras aquellas paredes revestidas de mármol y obras de arte. Era algo extraño que un chico de clase media se encontrase paseando por aquellos lugares, pero tenía esperanzas de encontrar algún teatro o academia en donde ofrecerse y conseguir un empleo aunque fuese de medio tiempo. Así que ahí estaba disfrutando del exquisito aroma mientras caminaba, con los labios húmedos por la leve llovizna matinal y el cabello ligeramente despeinado, sus ojos buscaban ávidos alguna oportunidad; quizás ser reconocido por alguien o encontrar a la señorita fortuna a la vuelta de la esquina. Lo que fuese sería bienvenido, ya que a pesar de ser bastante melancólico la mayor parte del tiempo, a veces en primavera, su optimismo salía a alumbrar su existencia por unos segundos. Como los rayos de sol asomándose entre las nubes.
Ahora entendía por qué la mayoría de los vampiros conservaban una pareja a su lado o vivían buscando una. La vida se hacía aburrida si uno solo se relacionaba con humanos o fingía serlo, y más si debía de mantener en secreto su condición… pero ¿Dónde encontrar a otros como él? Años atrás se habría cruzado con un par de ellos, pero jamás se había detenido a crear lazos o simplemente conocerlos. Por alguna razón no le interesaba saber de aquella cultura y lo que estuviese relacionado con ello, sin embargo, como siempre, la necesidad había acabado por doblegar su carácter terco y había vuelto a Paris con ganas de asentarse y quizás encontrar un buen compañero o compañera con quien pasar sus días discutiendo de temas de interés. Compartiendo la vida.
Aquello le parecía prácticamente imposible.
Habiendo acabado sus estudios como bailarín hace un par de años en aquella misma ciudad, lo primero en su lista –además de buscar a otros como él.- era encontrar un trabajo haciendo lo único que sabía hacer; bailar. Había nacido para eso y no cabía en su cabeza que algún día podría aburrirse de jugar con su cuerpo de aquella forma. Esperaba con ansias tener un par de años o décadas más para poder disfrutar de los nuevos ritmos que se crearían en el mundo; solo bastaba ser paciente.
La mañana en Paris era fría y húmeda, la primavera siempre se enseñaba hermosa en Francia y la neblina matinal no opacaba para nada los paisajes que se enseñaban a su alrededor. Se encontraba caminando por la zona de clase alta, allí donde se alzaban aquellas mansiones y jardines que parecían no tener fin, donde las flores olían mejor que cualquier perfume pues se mezclaban con el aroma natural de las doncellas que se escondían tras aquellas paredes revestidas de mármol y obras de arte. Era algo extraño que un chico de clase media se encontrase paseando por aquellos lugares, pero tenía esperanzas de encontrar algún teatro o academia en donde ofrecerse y conseguir un empleo aunque fuese de medio tiempo. Así que ahí estaba disfrutando del exquisito aroma mientras caminaba, con los labios húmedos por la leve llovizna matinal y el cabello ligeramente despeinado, sus ojos buscaban ávidos alguna oportunidad; quizás ser reconocido por alguien o encontrar a la señorita fortuna a la vuelta de la esquina. Lo que fuese sería bienvenido, ya que a pesar de ser bastante melancólico la mayor parte del tiempo, a veces en primavera, su optimismo salía a alumbrar su existencia por unos segundos. Como los rayos de sol asomándose entre las nubes.
Thomas Müller- Vampiro Clase Media
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Re: [Privado | Giselle Van Silberschatz] Il ya quelques années
La paciencia de Paulette estaba a punto de irse al garete, y es que la niña no carecía de mucha precisamente. Necesitaba, siempre, estar haciendo algo. Incluso mientras dormitaba su cuerpo rodaba de un lado a otro infinitas veces de forma involuntaria. Era parte de su niñez, que todavía (A pesar de los acontecimientos sucedidos) no había superado. Ella no era como esos vampiros que aparentaban tan jóvenes y luego tenían chorrocientos años de vida. Ella no era como Giselle, tan joven y hermosa, a pesar de cumplir más de novecientos años. ¿O sería más? Muchas veces se lo preguntaba así misma, con curiosidad. "Ya sabes que dejé de contar mis años hace mucho" es lo que siempre le responde. A Paulette le costó un poco aceptar que una mujer tan aparentemente joven superara si quiera los veinte años y le costó algo más aceptar que ella iba a permanecer en esa forma indefinidamente. A menudo, miraba su reflejo y se preguntaba cómo hubiese sido de adulta. Cómo se hubiese desarrollado su cuerpo. ¿Habría cambiado su pelo de color? ¿Se habría ondulado, tal vez? ¿Sus pechos, hubiesen sido de un buen tamaño? ¿Habría tenido curvas? Paulette era una niña preciosa, de rostro tan angelical que a veces asustaba y engañaba. Eso era un punto a favor y ella lo sabía. Su cerebro, al contrario que el cuerpo, sí se desarrollaba a grandes velocidades. Si hubiese sido una humana, ya contaría con diez años. Si hubiese todavía humana, puede que jamás hubiese encontrado a Giselle. Y no se arrepentía, de nada.
Cuánto más tiempo pasaba, más lento se le hacían los minutos. Giselle dormitaba en su cuarto. La rutina siempre era dormir de día (Prácticamente hasta las cinco o seis de la tarde) y estar despierto por la noche que era cuando Paulette podía vagar libremente fuera de casa. A salvo del sol, el eterno enemigo de los de su especie. Pues bien, como Giselle había acudido a una de las aburridas fiestas a las que iba ella de vez en cuando y Paulette había tenido que quedarse en casa, a penas había tardado en quedarse frita en la cama de su madre. No había dormido muy bien ese día. Y sin darse cuenta, se despertó cuando tocaban las nueve, de la mañana, en el reloj del salón. ¡Qué había echo! Sabía, desde un principio, que sería una tortura. Pasar la mañana despierta siempre, en las pocas ocasiones que cometía tal error, lo era. Y no iba a despertar a Giselle. Podía ser todavía una niña tanto físicamente como mentalmente, pero Giselle era un punto y a parte. No, a ella nunca (Bueno, casi nunca) la molestaría. ¡Y no tenía a nadie más! Estaban las dos solas en aquel caserón, la mayoría del servicio domestico solo estaba presente por la noche que era cuando en la casa se cocía la actividad. Tampoco era tan grande.
Ya rozaban las once. Paulette bufó mirando al gran reloj de la sala de estar y caminando, al mismo tiempo, de un lado para otro. No iba a aguantarlo, lo sabía. Y aquella zona era tan mortalmente aburrida que raras veces se veía u olía algo rico por lo que mereciese la pena salir. Era el límite permitido por el día, los alrededores de la casa y las calles de aquella zona puramente residencial. Se sentó, suspirando, de repente sintió que la ciudad estaba como en otro mundo inalcanzable para ella. ¡Humanos suertudos! Normalmente no los envidiaba porque había aprendido a disfrutar de su condición, pero realmente la cuestión del sol era todo un fastidio.
Abrió los ojos repentinamente con sorpresa y pegó la nariz a una de las ventanas. Estaban, por supuesto, todas las persianas bajadas y la única luz que iluminaba la sala era la artificial, la de la lámpara gigante del techo. Estaba oliendo algo. Sus sentidos, en casos así, aumentaban y a pesar de todo lo que le separaba de la calle sus ganas de encontrar diversión eran tantas que captó la sutil diferencia en el ambiente. "Hora de salir", se dijo. Ese cambio tenía que significar algo, por insignificante que fuera, y ella estaba dispuesta a afirmar que cualquier cosa era válida. Agarró su capa negra que le cubría prácticamente todo el cuerpo, la sombrilla para cubrir su cabeza en lugar de colocarse la molesta capucha (Le gustaba llevar su largo cabello siempre a la vista) y salió por la puerta principal. A parte de que no había nadie vigilándola en ese momento, tampoco estaba como para hacer cabriolas bajo el sol, por muy tapado que estuviese esa mañana. Paulette ya había probado las quemaduras y no pensaba arriesgarse de nuevo.
Todo el cuerpo se le aceleró al verlo. ¡Alguien! ¡Caminando cerca de la casa! Al principio solo se quedó dentro de su 'territorio' observándole. Era un.. ¿Muchacho? Sí, porque llevaba ropa masculina. Caminaba bajo la sombra con aparente parsimonia y.. Paulette notaba algo en él. En su olor. Sus ojos brillaron al darse cuenta, de que era uno de los suyos. ¡Vaya, menuda suerte! Aunque le gustaban los humanos, siempre disfrutaba atrayendo a los de su propia especie y aprendiendo de ellos. Sin pensarlo, corrió hasta plantarse frente al chico con cara sonriente y le señaló con el dedo índice de su mano derecha, acusador. — No puedes salir cuando hay sol, te puedes quemar — De lo que no se dio cuenta, en ese momento, era que la reprimenda no tendría mucho efecto siendo que ella estaba haciendo lo mismo.
Cuánto más tiempo pasaba, más lento se le hacían los minutos. Giselle dormitaba en su cuarto. La rutina siempre era dormir de día (Prácticamente hasta las cinco o seis de la tarde) y estar despierto por la noche que era cuando Paulette podía vagar libremente fuera de casa. A salvo del sol, el eterno enemigo de los de su especie. Pues bien, como Giselle había acudido a una de las aburridas fiestas a las que iba ella de vez en cuando y Paulette había tenido que quedarse en casa, a penas había tardado en quedarse frita en la cama de su madre. No había dormido muy bien ese día. Y sin darse cuenta, se despertó cuando tocaban las nueve, de la mañana, en el reloj del salón. ¡Qué había echo! Sabía, desde un principio, que sería una tortura. Pasar la mañana despierta siempre, en las pocas ocasiones que cometía tal error, lo era. Y no iba a despertar a Giselle. Podía ser todavía una niña tanto físicamente como mentalmente, pero Giselle era un punto y a parte. No, a ella nunca (Bueno, casi nunca) la molestaría. ¡Y no tenía a nadie más! Estaban las dos solas en aquel caserón, la mayoría del servicio domestico solo estaba presente por la noche que era cuando en la casa se cocía la actividad. Tampoco era tan grande.
Ya rozaban las once. Paulette bufó mirando al gran reloj de la sala de estar y caminando, al mismo tiempo, de un lado para otro. No iba a aguantarlo, lo sabía. Y aquella zona era tan mortalmente aburrida que raras veces se veía u olía algo rico por lo que mereciese la pena salir. Era el límite permitido por el día, los alrededores de la casa y las calles de aquella zona puramente residencial. Se sentó, suspirando, de repente sintió que la ciudad estaba como en otro mundo inalcanzable para ella. ¡Humanos suertudos! Normalmente no los envidiaba porque había aprendido a disfrutar de su condición, pero realmente la cuestión del sol era todo un fastidio.
Abrió los ojos repentinamente con sorpresa y pegó la nariz a una de las ventanas. Estaban, por supuesto, todas las persianas bajadas y la única luz que iluminaba la sala era la artificial, la de la lámpara gigante del techo. Estaba oliendo algo. Sus sentidos, en casos así, aumentaban y a pesar de todo lo que le separaba de la calle sus ganas de encontrar diversión eran tantas que captó la sutil diferencia en el ambiente. "Hora de salir", se dijo. Ese cambio tenía que significar algo, por insignificante que fuera, y ella estaba dispuesta a afirmar que cualquier cosa era válida. Agarró su capa negra que le cubría prácticamente todo el cuerpo, la sombrilla para cubrir su cabeza en lugar de colocarse la molesta capucha (Le gustaba llevar su largo cabello siempre a la vista) y salió por la puerta principal. A parte de que no había nadie vigilándola en ese momento, tampoco estaba como para hacer cabriolas bajo el sol, por muy tapado que estuviese esa mañana. Paulette ya había probado las quemaduras y no pensaba arriesgarse de nuevo.
Todo el cuerpo se le aceleró al verlo. ¡Alguien! ¡Caminando cerca de la casa! Al principio solo se quedó dentro de su 'territorio' observándole. Era un.. ¿Muchacho? Sí, porque llevaba ropa masculina. Caminaba bajo la sombra con aparente parsimonia y.. Paulette notaba algo en él. En su olor. Sus ojos brillaron al darse cuenta, de que era uno de los suyos. ¡Vaya, menuda suerte! Aunque le gustaban los humanos, siempre disfrutaba atrayendo a los de su propia especie y aprendiendo de ellos. Sin pensarlo, corrió hasta plantarse frente al chico con cara sonriente y le señaló con el dedo índice de su mano derecha, acusador. — No puedes salir cuando hay sol, te puedes quemar — De lo que no se dio cuenta, en ese momento, era que la reprimenda no tendría mucho efecto siendo que ella estaba haciendo lo mismo.
Giselle Van Silberschatz- Vampiro Clase Alta
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Re: [Privado | Giselle Van Silberschatz] Il ya quelques années
Las horas comenzaban a transcurrir y la amenaza del sol comenzaba a enseñarse a sus espaldas. Agradecía que el día se encontrase algo nublado y que hubiese llegado de madrugada a Paris, pero si quería seguir viviendo debía de encontrar un lugar donde refugiarse lo más pronto. Sin embargo, otro pensamiento le mantenía dando vueltas por las calles como un perro vago, ni siquiera en otra vida podía quitarse aquellos pensamientos suicidas que desde los 14 años habían llegado a causar estragos en su mente ¿Podía jugar un poco con su vida? Si la fortuna existía aparecería algún vampiro a rescatarlo para luego regañarlo diciendo que era peligroso salir de día –aquello era más que improbable- ¿quién dejaría de dormir para simplemente venir a detenerlo?
Sus pensamientos eran algo egoístas, obviamente como todo suicida buscaba llamar la atención y probar el destino, pero no había nada que hacer con él. Había nacido así, a veces creía que todo aquello era una simple enfermedad, pero incluso en los momentos más felices de su vida había sentido ganas de morir. La muerte siempre estaba presente en su mente, más, si estaba viviendo una eternidad en contra de su voluntad.
Había comenzado a jadear cuando el sol comenzó a asomarse por entre las nubes ¿de verdad se quedaría ahí mismo esperando quemarse con la luz? Sin pensarlo dos veces se colocó la capucha de su abrigo y comenzó a caminar más rápido. No había mucha gente por la calle aún, por lo que le sorprendió por unos momentos el ver a una niña salir de una de aquellas grandes casas y observar hacia los lados como si buscase a alguien. De pronto, miró hacia él y se detuvo en seco, dándose cuenta de que pertenecían a la misma naturaleza… ¿Le estaba intentando decir algo el destino? Con suerte pudo ver el rostro de la niña mientras ésta se acercaba a él y apretó los labios en cuanto recibió aquel regaño, obviamente sabía que no podía caminar bajo el sol, pero estúpidamente siempre intentaba colocarse en peligro para que el destino le hablase.
- Lo sé… -Respondió con calma inclinando la cabeza en búsqueda de sus ojos, preguntándose cómo es que alguien tan joven había acabo como un vampiro.
No se tomaría demasiado tiempo ahí en la calle, quizás la niña no deseaba lo mismo que él y comenzó a caminar nuevamente, dirigiéndose hacia la casa de la cual había salido para buscarlo. No dijo nada, no porque no quisiese sino porque no sabía que decir, pero al llegar a la entrada se detuvo nuevamente y le indicó con la mano que entrase a resguardarse dentro de las sombras de la mansión.- Tú tampoco puedes, será mejor que entres… -La miró a los ojos sintiendo que el corazón se le apretaba de dolor sin saber por qué y volvió a apretar sus labios frunciendo un poco el ceño. Se arrodilló y le cubrió un poco más con aquella capa que traía.- ¿Cómo te llamas? ¿Qué haces despierta a estas horas? ¿No tienes alguien que cuide de ti? –Preguntó atento al cielo por si el sol amenazaba y suspiró mientras echaba un vistazo dentro del hogar de la pequeña, ¿No tenía quién la cuidase? Había salido completamente sola a buscarlo y a pesar de que algo le decía que ella era bastante mayor que él, era imposible no tratarla como una pequeña teniendo aquel rostro tan dulce.
Sus pensamientos eran algo egoístas, obviamente como todo suicida buscaba llamar la atención y probar el destino, pero no había nada que hacer con él. Había nacido así, a veces creía que todo aquello era una simple enfermedad, pero incluso en los momentos más felices de su vida había sentido ganas de morir. La muerte siempre estaba presente en su mente, más, si estaba viviendo una eternidad en contra de su voluntad.
Había comenzado a jadear cuando el sol comenzó a asomarse por entre las nubes ¿de verdad se quedaría ahí mismo esperando quemarse con la luz? Sin pensarlo dos veces se colocó la capucha de su abrigo y comenzó a caminar más rápido. No había mucha gente por la calle aún, por lo que le sorprendió por unos momentos el ver a una niña salir de una de aquellas grandes casas y observar hacia los lados como si buscase a alguien. De pronto, miró hacia él y se detuvo en seco, dándose cuenta de que pertenecían a la misma naturaleza… ¿Le estaba intentando decir algo el destino? Con suerte pudo ver el rostro de la niña mientras ésta se acercaba a él y apretó los labios en cuanto recibió aquel regaño, obviamente sabía que no podía caminar bajo el sol, pero estúpidamente siempre intentaba colocarse en peligro para que el destino le hablase.
- Lo sé… -Respondió con calma inclinando la cabeza en búsqueda de sus ojos, preguntándose cómo es que alguien tan joven había acabo como un vampiro.
No se tomaría demasiado tiempo ahí en la calle, quizás la niña no deseaba lo mismo que él y comenzó a caminar nuevamente, dirigiéndose hacia la casa de la cual había salido para buscarlo. No dijo nada, no porque no quisiese sino porque no sabía que decir, pero al llegar a la entrada se detuvo nuevamente y le indicó con la mano que entrase a resguardarse dentro de las sombras de la mansión.- Tú tampoco puedes, será mejor que entres… -La miró a los ojos sintiendo que el corazón se le apretaba de dolor sin saber por qué y volvió a apretar sus labios frunciendo un poco el ceño. Se arrodilló y le cubrió un poco más con aquella capa que traía.- ¿Cómo te llamas? ¿Qué haces despierta a estas horas? ¿No tienes alguien que cuide de ti? –Preguntó atento al cielo por si el sol amenazaba y suspiró mientras echaba un vistazo dentro del hogar de la pequeña, ¿No tenía quién la cuidase? Había salido completamente sola a buscarlo y a pesar de que algo le decía que ella era bastante mayor que él, era imposible no tratarla como una pequeña teniendo aquel rostro tan dulce.
Thomas Müller- Vampiro Clase Media
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Re: [Privado | Giselle Van Silberschatz] Il ya quelques années
El chico tenía toda la razón, tan peligroso era para él como para ella estar allí fuera. Aunque, claro, ella se había puesto toda la parafernalia de protección. Una gran y oscura capa que le tapaba todo el cuerpo a excepción del rostro y la sombrilla que actuaba como sombrero gigante. Él, por el contrario, no llevaba nada especial encima. Nada más que la ropa habitual. Paulette le siguió cuando este decidió continuar caminando, estuvo a punto de ordenarle (Así era ella, malcriada como ninguna otra) que se detuviera cuando lo hizo por si solo. ¿Leería el pensamiento? Se preguntó. Ella conocía las habilidades sobrenaturales que tenía Giselle y sabía que muchos otros las tenían. Solo los vampiros jóvenes, neófitos como ella misma, estaban sin desarrollar. Y lo cierto es que tenía mucha curiosidad por saber cuáles les había tocado heredar. A menudo se imaginaba volando o controlando las mentes ajenas, leerlas también le resultaría divertido. En extremo. ¡Cuántas cosas podría saber sin mediar palabra! Y de qué forma podría aprovecharse, aún más, de los humanos que la consideraban una simple niña bonita.
Miró a los ojos al desconocido ¿Cuántas veces habría visto esos ojos? Ojos que la miraban con una especie de curiosidad mezclada con tristeza. Sí, Paulette era muy consciente de que todos (O casi) se preguntaban cómo había llegado a convertirse en algo así. Por desgracia, su cuerpo revelaba la pronta edad a la que le habían arrebatado la vida, para después otorgarle una diferente de la que ni siquiera fue consciente en su momento. De no ser por Giselle, probablemente, habría muerto quemada bajo el sol. Aún así, ella no sentía ese tipo de tristeza. Se sentía bien. Contenta y, contrario a lo que pensaran, llena de vida. — Me llamo Paulette y sí, mi madre está dentro. Duerme — Apuntó con la mirada hacia su casa. La que tenían justo en frente. El chico parecía haberse percatado de que ella había salido de allí momentos antes de correr a su encuentro porque la había devuelto, de alguna forma, al lugar. ¿Se preocuparía, a caso? Otros muchos tenían en su cabeza también otro tipo de pregunta ¿Qué edad escondería? Un niño vampiro era el mayor de los engaños y, al mismo tiempo, el más fácil de descubrir. A Giselle, por ejemplo, era mucho más difícil achacarle los más de novecientos años que poseía.
Después de un momento en pausa y de mirar a la puerta de su casa y al chico alternativamente, tomó una decisión — Ven conmigo, estoy aburrida y quiero compañía — Sin previo aviso, agarró una de sus manos con más fuerza de la que su menudo cuerpo aparentaba. — Además, si no entras te quemarás ¿Ves? Ya casi sale — Señaló hacia el sol con la sombrilla. Puede que en ese momento las nubes les cubrieran pero ciertamente no duraría más de unos minutos. Y comenzó a andar, arrastrándole. Si el chico no quería acompañarla, después de todo, no la acompañaría porque era uno de ellos. Tenía su misma fuerza. — ¿Y tú cómo te llamas? ¿Y por qué estás despierto? Nosotros normalmente dormimos a estas horas y salimos de noche. ¿Eres nuevo? — Su voz, habitualmente neutra, sonaba ahora con un deje de curiosidad y en sus ojos se reflejaba la ilusión que siempre habitaba en ella cuando conocía a alguno de los suyos. La fascinación por las historias que le contaban. Y, para qué negarlo, el descubrimiento de un nuevo sabor. Los de su propia clase siempre tenían un gusto muy diferente a los humanos. Aunque Paulette no hiciese, habitualmente, distinción. Para ella todos eran el mismo tipo de comida; buena comida.
Miró a los ojos al desconocido ¿Cuántas veces habría visto esos ojos? Ojos que la miraban con una especie de curiosidad mezclada con tristeza. Sí, Paulette era muy consciente de que todos (O casi) se preguntaban cómo había llegado a convertirse en algo así. Por desgracia, su cuerpo revelaba la pronta edad a la que le habían arrebatado la vida, para después otorgarle una diferente de la que ni siquiera fue consciente en su momento. De no ser por Giselle, probablemente, habría muerto quemada bajo el sol. Aún así, ella no sentía ese tipo de tristeza. Se sentía bien. Contenta y, contrario a lo que pensaran, llena de vida. — Me llamo Paulette y sí, mi madre está dentro. Duerme — Apuntó con la mirada hacia su casa. La que tenían justo en frente. El chico parecía haberse percatado de que ella había salido de allí momentos antes de correr a su encuentro porque la había devuelto, de alguna forma, al lugar. ¿Se preocuparía, a caso? Otros muchos tenían en su cabeza también otro tipo de pregunta ¿Qué edad escondería? Un niño vampiro era el mayor de los engaños y, al mismo tiempo, el más fácil de descubrir. A Giselle, por ejemplo, era mucho más difícil achacarle los más de novecientos años que poseía.
Después de un momento en pausa y de mirar a la puerta de su casa y al chico alternativamente, tomó una decisión — Ven conmigo, estoy aburrida y quiero compañía — Sin previo aviso, agarró una de sus manos con más fuerza de la que su menudo cuerpo aparentaba. — Además, si no entras te quemarás ¿Ves? Ya casi sale — Señaló hacia el sol con la sombrilla. Puede que en ese momento las nubes les cubrieran pero ciertamente no duraría más de unos minutos. Y comenzó a andar, arrastrándole. Si el chico no quería acompañarla, después de todo, no la acompañaría porque era uno de ellos. Tenía su misma fuerza. — ¿Y tú cómo te llamas? ¿Y por qué estás despierto? Nosotros normalmente dormimos a estas horas y salimos de noche. ¿Eres nuevo? — Su voz, habitualmente neutra, sonaba ahora con un deje de curiosidad y en sus ojos se reflejaba la ilusión que siempre habitaba en ella cuando conocía a alguno de los suyos. La fascinación por las historias que le contaban. Y, para qué negarlo, el descubrimiento de un nuevo sabor. Los de su propia clase siempre tenían un gusto muy diferente a los humanos. Aunque Paulette no hiciese, habitualmente, distinción. Para ella todos eran el mismo tipo de comida; buena comida.
Giselle Van Silberschatz- Vampiro Clase Alta
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