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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Malena Schreiber Dom Oct 28, 2012 6:24 pm

“Existe algo más importante que la lógica: la imaginación." Alfred Hitchcock

Observaba las butaca vacías, luego sus manos para volver a admirar la solitaria sala testigo de risas, llantos y dramas, amortiguadora de suspenso, lugar de culto para las artes que alimentaban en su vasta gloria esa magnificencia que regodeaba a cualquiera que se sentara en el fino terciopelo de un color rojo tinto. El escenario cubierto con pesadez por el telón que caía desde el techo en forma de cúpula, dibujos al óleo adornaban cada espacio en blanco que solo los aburridos admiraban en medio de la función. La pintura soportaba amena la humedad y se resquebrajaba ante la horda de aplausos fervientes, a veces. Otras, era presa de un silencio expectante o decepcionante. Algo asomaba en aquel rostro anguloso y acechante, desde el tercer palco a la izquierda del escenario. No, si. Si, si lo era. Una tenue sonrisa invadía la comisura, denotando todavía más unos pómulos sobresalientes en lo que podría ser el rostro de una joven.

Sínica y retorcida, por un momento olvidó sus manos con los cortes ya coagulados para poder enfocarse nuevamente en los asientos ahora elevados y fríos, la función había terminado hacía aproximadamente unas dos horas. Ella no asistía para ver la obra en sí ¿Para qué observar la puesta en escena de una novela, si la vida no es más que un ensayo interminable de una obra que jamás se estrenará? Sus gestos y reacciones. Sus decepciones y temores. Sus ojos. No era fascinación con ninguno, era una obsesión para con todos. En algún lugar él iba a estar, y ella iba a encontrarlo ¿Pero por qué el teatro? Te distraes, Malena. No lo hago. ¿Recuerdas esa frase del diálogo? No tengo recuerdos. Mentirosa, asquerosa ilusa. BASTA. Podía sentir como sus mano resbalan despacio a causa de la transpiración. Sus nervios, los nervios que ella estaba tocando estaban obligando a que su pecho rebotara una y otra vez contra sus costillas, excitado quería salir de ese lugar. Sus fosas nasales se ampliaban en un intento porque el aire acallara su voz. Sus ojos se cerraron mientras mordió con fuerza su lengua hasta sentir el sabor amargo correr por su garganta. Mordía ese músculo, así no iba a hablarle. No quería volver a escucharla, ni a él tampoco. Dibujo para él, dibujo 19 hojas para él y en ninguna estaba lo que buscaba. Demasiado por ese día. La presión con la que sus párpados seguían ocultando su vista comenzaba a desfigurarla, transformándola en una persona mayor. Debía parar, debía abrirlos, debía…debía ¿Qué debía hacer?

-La nostalgia es mi debilidad.

Debía responderle. Una voz áspera, la sonrisa que se había transformado en una línea insulsa volvía a aparecer. Iba a hacerle frente dejando que esa voz áspera y a la vez seductora por su propia intriga cortara el silencio espectral. Sus manos liberaron el barandal para tomar uno de los mechones que acariciaban su camisa azul casi transparente, arremangada por arriba del antebrazo. La nostalgia realmente lo era. Debilidad, todos la tenían, pocos la reconocían. Malena no poseía debilidades sino imperfecciones ¿Pero no sería ese esquivo sinónimo de debilidad? Yo no me caigo para aprender a levantarme, me agrada estar tirada. Quienes se levantan es porque le tienen miedo a estar caídos. Aprender es solo la salida moral. ¿Tú tienes moral? Tengo mi propia perspectiva. Tienes tu propia demencia.

Ansiosa, su garganta volvió a tensionarse, quería tragar más del líquido espeso y tibio por sus fauces, pero su lengua comenzaba a coagular y no sabía cómo amedrentarla. Sus dedos comenzaron a tensar su pelo y enrollar la punta de su índice con un mechón rubio desgastado, o marrón demasiado claro, cortándole de a poco la circulación. Observaba aburrida como el cambio de color iba tornándose es un espectáculo más llamativo que ella. Ella era su odio, él era su obsesión que la consumía, la liberaba, le mostraba el amargo gusto de la libertad, para luego volverla a amarrar.

Eres una idiota. Si lo soy. No, NO LO SOY. Solo soy consciente de mi inconsciencia. Podía sentir como su mandíbula se tensó, podía sentir como sus dientes chocaban entre sí mientras un vacío se hacía sobre un pecho cuya ventilación se incrementaba velozmente. Pero eso fue todo. Ningún dolor ni sensación. Tampoco lo esperaba. Sus pies buscaron la superficie firme de maderas añejas de roble, unidas entre sí por tarugos colocados hacía ya más de 30 años que todavía permanecían a la espera de sucumbir ante el peso. Todo final era seguro, todo hombre muere, pero no todo hombre vive realmente. Ninguna sonrisa sarcástica cruzó sus finos labios. Sus ojos, que cualquier extraño podría haber pensado que la luminiscencia más clara en su mitad izquierda le daba a uno de ellos una tonalidad azulada, barrieron sin realmente observar el lugar hasta detenerse en su cuaderno que descansaba en la otra silla que ocupaba el palco, decorado por cortinas de una tela pesaba y polvorienta que acompañaba al rojo que reinaba en el lugar. Detalles dorados en los flecos y demás que Malena no procuró ni tampoco iba a.

¿Era hora de marcharse? Debía aprovechar que él la había agotado lo suficiente por esa noche y ahora descansaba cerrado a su lado, quizá era el momento.

Su pollera plisada en gaza azul francia era más corta por delante, dejando expuesta hasta arriba de sus rodillas, mientras ocultaba por detrás hasta sus tobillos. Podía observarse como los músculos de sus rodillas se contrajeron listos para buscar el equilibrio, pero se relajaron al instante dejándola todavía sentada en aquella butaca. La espera no desgastará mis sueños. Entonces sigue despierta, lo único que puedo hacer es decepcionarte ¿No hay algo peor que eso? El amor no obedece nuestras expectativas. No te amo. También me odias.




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Mensaje por Invitado Jue Nov 01, 2012 10:40 am

Los cadáveres de quienes, hacía un momento, habían sido parte de la representación de aquel teatro, se amontonaban a mi alrededor, secos y muertos como las carcasas vacías que eran al no tener sangre encima. Uno de ellos parecía estar dándome un abrazo mortal, como si hubiera podido tener semejante privilegio en vida, y los brazos de la bailarina rodeaban mi cuello. Casi parecía que la quería cerca de mí, casi... Si no fuera porque tenía la cabeza enterrada en su cuello y la sangre le goteaba de la herida abierta al suelo con un golpeteo constante que hacía un ritmo más logrado que la música de la obra de teatro anterior.

Podía decirse que estaban muertos porque no me había gustado lo que había visto, pero eso no era exactamente así. Si estaban muertos, o en el caso de aquella chica en proceso de morir sirviendo a un bien mayor como lo era alimentarme, era porque yo había querido que así fuera, ¿por qué si no? De todos los que habíamos estado atentos al espectáculo, yo era el único que merecía que mi opinión resonara por encima de los demás, tanto de los aplausos como del beneplácito de la crítica, así que no me había costado nada escabullirme después de la obra a la parte de atrás del escenario para tener un auténtico festín con quienes ya habían pasado a mejor vida.

Por supuesto, de eso hacía un rato. Era eterno, me tomaba mi tiempo para disfrutar de mi comida –cena, en este caso– y disfrutaba torturándolos antes de que pasaran a enriquecer mi esencia con las suyas, imperfectas y patéticas como yo nunca lo sería, así que los miembros esparcidos y rotos me rodeaban y extraño era el cuerpo que estaba entero, sin que le faltara nada... La única que se había librado era aquella pequeña chica, que no llegaría ni a los quince años, y que estaba siendo mi postre, o que lo fue hasta que escuché el aviso de su corazón en sus últimos estertores y dejé de beber de ella, ya que la sangre de un muerto no es plato de buen gusto.

Hacía ya tiempo que había vuelto a París después de aquel lapso de un año en el Sacro Imperio Romano Germánico, donde había torturado a Lorraine Von Fanel hasta que se había deshecho de toda su humanidad y había abrazado su vampirismo en todo su esplendor. Por fin ella era alguien de quien no podía avergonzarme tanto en tanto que representaba mi raza, cuyo máximo exponente era yo, y todo mi trabajo había concluido cuando ella por fin se había mostrado digna de ser uno de mis productos, aunque le había costado más de lo que había pensado...

En fin, ella no era tan digna como podía parecerla en un principio, pero aún así le había hecho el favor de su vida y de su no-vida juntas, así que en cuanto volví a París tuve que buscarme un nuevo entretenimiento, y aquella cena parecía la manera perfecta de hacerlo, así que por eso me encontraba allí, representando mi versión de La Última Cena, ya que así lo era... al menos para todos los que, en vez de comensales, habían resultado ser los alimentos de los que me había apropiado con la autoridad que mi figura y mi carácter único me daban.

No dejé que el cadáver rígido de mi víctima se me uniera, sino que hice un esfuerzo extra, más de lo que se merecía incluso como memoria porque ya estaba muerta, y la dejé colgando de mí mientras me dirigía a las poleas que controlaban el alzado y la caída del telón, en aquel momento bajado, tapando el macabro espectáculo que había acometido a quienes habían sido protagonistas del oficial, el más patético de ambos. Con un rápido movimiento, destrocé las cuerdas que conformaban aquella maquinaria tan sumamente rudimentaria y la tela cayó pesadamente en un montón que dejó a la vista la macabra escena que había creado en un santiamén tras la parte que, en mis tiempos, llamábamos orchestra.

La sala no estaba vacía; me bastó apenas un vistazo para saberlo, y oler la esencia que venía de la parte del graderío para confirmarlo. Tanto mejor, en realidad, porque así tendría un espectador en mi actuación mucho mejor que la que había tenido antes lugar allí, así que con mi inerte pareja colgándome del cuello me dirigí al escenario, cuyas antorchas aún estaban iluminando la madera en la que me coroné rey de la función que comenzaría en apenas instantes.

Las luces y las sombras del fuego generaban un ritmo irregular, uno difícil de seguir pero que, sin embargo, me esforcé por imitar en un vals que comencé con la chica a la que acababa de matar, una de tantos. Resultaba, a todas luces, algo burlón, y sin embargo era capaz de hacer que pareciera algo con lo que no se podía bromear, pues el baile estaba ejecutado a la perfección, una que solamente un maestro (como lo que yo era en todo, en realidad) podía lograr. Sólo terminó cuando arrojé a mi pareja contra las butacas de las primeras filas y sus huesos se quebraron con un sonido sordo y potente, que resonó en la sala vacía. Al menos el sitio tenía buena acústica, habían aprendido bien la lección de Epidauro...

Podría haber hecho una reverencia, que no serviría para nada porque iría menos en serio que un humano diciendo que, como tal, era inmortal. Podría haber hecho muchas cosas, pero en lugar de eso, ensangrentado y vestido con andrajos como estaba, me limité a cruzar los brazos sobre el pecho y clavar la mirada en la exótica belleza que aguardaba en un palco como si no supiera que la función había terminado para siempre.

¿Vas a bajar aquí por tu propio pie o es que vas a obligarme a que vaya a por ti, bruja? – inquirí, con voz potente ampliada por la resonancia que provocaba la disposición del teatro y una sonrisa maliciosa que, aunque no viera desde allí, podía intuir en mis palabras, al igual que el desprecio que las había teñido hasta hacerlas más una amenaza velada que una invitación, lo que si se estudiaba la forma debería haber parecido... aunque, como con todo, yo hacía con las palabras lo que quería, no lo que se suponía que tenía que hacer. Esa era una de mis muchas potestades por ser Ciro.
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Mensaje por Malena Schreiber Miér Nov 14, 2012 7:17 pm

"Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti." Friedrich Nietzsche


La vida no era más que un streap teasse al revés. Todo el mundo, incluso Malena, partían de una verdad, una idea puramente virgen que se iba a ir vistiendo con palabras para presentarse a la sociedad. Todos eran autores de sus propias novelas. Las pupilas de la joven seguían enceguecidas, absortas en como las hojas se iban corriendo delante de sí. Lo que era una tez blanca o mate, ajena a la magia del astro mayor, se iba rasgando frente a ella para ir tiñendo todo de un rojo tinto, sangre, que despertaba sus sentidos. Podía oler el azufre, sentir dentro de su garganta la ansiedad que comenzaba a nacer en sus labio y lengua. La saliva comenzaba a ser el síntoma de su propia enfermedad.

Él imploraba pintar sus ojos. Malena en sí respondía a su naturaleza y la sangre era su pintura. Había demasiada, un descontrol que iba más allá de cualquier autocontrol. No era una vampiresa, era una simple humana presa del vicio de su mente donde no había nada más humano que las adicciones. No, no voy. NO. No dolía pero la tensión en sus dedos, sus uñas buscaban como garras de águila sus propias yemas, hiperactivas y respondiendo a una necesidad rutinaria ¿Qué mierda le estaba pasando? Su espanto no era para con la obra, era para consigo misma al ver como sus miembros no respondían a ella. Lo hilos estaban más allá del bien o del mal. Su respiración obligaba a sus costillas a expandirse hasta donde sus ligamentos le permitían, desgarrarse como una muñeca, quitarse las palabras y quedar desnuda frente a la nada. Él, su inconsciencia y quienquiera que estuviera en su cabeza no eran más que ropas que ocultaban una fragilidad demasiado rota para esta vida y ¿Tenía vergüenza? ¿Miedo a lo desconocido?

-CALLATE!

La esperanza es un estimulante vital muy superior a la suerte. Podía sentir su sonrisa descarada, observándola desde algún lugar de ese gran salón. No se escondía detrás de alguna cortina de terciopelo sino que disfrutaba de su demencia como si fuera el segundo acto luego de su gran apertura. La iba a matar. Quería hacerlo y confiaba en la suerte ¿Pero y si ella tenía razón? ¿Si realmente su problema era que era demasiado humana, tanto al punto de negarlo?

Sus músculos se tensaron y sin dudar el crujido de las viejas maderas precedieron cuando su metro setenta se lució al elevarse para poder admirar el escenario frente de sí. La novela no había terminado, recién estaba comenzando ¿Pero qué ocurría? El rojo sangre escurría lentamente por los viejos nudos de las maderas colocadas enfermizamente por un ojo crítico a modo de escenario. Restos de un pasado cercano, quizá demasiado literal, se apilaba como una mera entrada y en el centro había un ente demasiado cínico. Ni siquiera tuvo que dibujarlo. Si hubiera sido él, su respuesta hubiera estado resuelta hacía tres años.

No hay peor sentimiento que la decepción. No hay mejor sentimiento que la decepción. Motiva y aburre. Y el engendro frente a ella no le daba nada que deseara ¿Pero y si era? Dibújalo. Míralo. Basta, no es ¿O quieres que no sea? Un grito entrecruzo el aire, irrumpiendo las palabras engreídas del vampiro. Sus uñas se clavaron en su cabeza, queriendo jalar su cabello hasta sacarlo de su mente. No, a él, a todos. Quería quedar desnuda, quería volver a la base pero a la vez ¿Tienes miedo? Su agitación obligó a que respirara por la boca, el aire se iba de sí misma y tuvo que encorvarse para abrir sus vías. Sus manos aferradas al barandal de hierro forjado fueron su sostén cuando lentamente, pupilas incordinadas buscaron los ojos del ser que disfrutaba de su propia función.

-Mi propio bien. MI propio bien.

La ironía de una voz rasposa, pero en su propia manera seductora sin buscar serlo. Sus dedos terminan por relajarse y bajan de su furia, como si nada hubiera pasado terminando por peinar hasta liberar en las puntas su cabellera. Retorcida en sí misma Malena contempló finalmente la obra frente de sí.

-No vendrás por mí. No vas a rebajarte a eso.

Su veneno era la pura verdad, mezclado con decepción, junto con un miedo irracional al que sería si finalmente lo encontraba. Pero no iba a ser él. Demasiado sádico orgulloso de serlo. Sus brazos fibrosos dejaron de tensionarse contra el barandal para estar apenas apoyados, observando con sus ojos ambiguos, negándose realmente a mirar.

Sus piernas finas seguían cánones de estructuras griegas, sosteniéndola sin dudar ni atemperarse frente a la creación del vampiro. Todos eran monstruos, algunos hacían de ello una novela, otros los resguardaban en sus mentes. Pero debía admitir que parte del morbo de poder observarlo la atraía, o era simplemente que se sentía identificada ¿Pero por qué no bajaba? ¿Voy a perder mi tiempo? Puedes perder tu vida.

Ella sonrío. Malena simplemente volvió a enfocarse en la sangre impregnada en las tablas.



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Mensaje por Invitado Sáb Nov 24, 2012 10:37 am

Demasiado orgullo para una simple humana, aquella era la única enfermedad que se veía en sus rasgos exóticos, visibles pese a la escasa luz únicamente por el hecho de que mi mirada estaba diseñada para captar cualquier movimiento de quienes se convertirán en mi comida. ¿Lo haría ella? Podía dudarlo, porque mi cena había sido lo suficientemente macabra y cuantiosa como para satisfacer las necesidades de un vampiro común, uno al que ella podía estar más o menos acostumbradas, pero yo no era un vampiro como los demás, antes al contrario... Yo era Ciro. Yo era el rey. Y yo hacía lo que me venía en gana.

¿Ella pensaba que yo no acudiría porque sería rebajarme? ¡Ella no sabía que no había nada que pudiera hacer que yo me rebajara! Era demasiado perfecto para eso, mi superioridad era tal que cualquier exceso que cometiera no haría sino ayudar a ampliarla, porque de toda acción la reacción que se generaba rebotaba en mi favor y no hacía sino aumentar la perfección de mi leyenda, de magnitud tal que un día tendrían que representarla en un teatro como aquel, que había sido testigo de mi debut. Eso me daba libertad, aún más de la que ya sabía que tenía, para hacer lo que quisiera, y eso hice.

Lo primero que se escuchó fue una risotada sincera, genuina y a la vez forzada, dura y sádica, como si estuviera atendiendo a la vez a un chiste genuinamente gracioso que había dicho ella y a uno que no tenía la más mínima gracia. Era una mezcla curiosa, cuando menos, totalmente antinatural y quizá sorprendente, o quizá no, pero era tan puramente mía como mi sonrisa, mi actitud descarada y descreída o mi mirada de desafío hacia aquella bruja que, si no se andaba con cuidado, nadaría en su propia sangre... Y a la Inquisición seguramente le encantaría ver aquello tanto como a mí, como los bastardos macabros que éramos en el fondo, y no tanto.

Fue un visto y no visto: tan pronto estaba sobre el escenario de la actuación improvisada que había tenido lugar aquella noche como tan pronto estuve en el palco donde ella se encontraba. La velocidad habitual de los vampiros no era la única responsable de aquella escasez de tiempo que me había costado desplazarme, sino que sólo era una culpable junto al hecho de que conocía algún pasadizo secreto que aligeraba el camino a recorrer enormemente. La cuestión era que había subido, me había rebajado, y la única que lo pagaría sería ella, porque incluso aunque sugiriera que mi nivel era inferior al suyo la realidad era que no resultaban ni siquiera comparables. Medio sonreí.

Así que no iba a subir, ¿eh? Humanos... – comenté, poniendo los ojos en blanco al final e incluso negando con la cabeza, con el tono de alguien a quien han defraudado profundamente. Me importaba tanto que fuera una bruja, a juzgar por los elementos que sólo mi ojo experto podía captar, como si hubiera llevado un tocado de plumas por todo ropaje: nada en absoluto. No tenía nada que hacer contra mí si lo que decidía era matarla, pero ¿iba a hacerlo? Esa era una buena pregunta, incluso para mí, porque lo que hacía me solía pillar por sorpresa tanto como a los demás, pero eso era una parte de lo mucho que me hacía tan único como lo era Ciro y como sólo lo podía ser yo.

Decidí que no iba a terminarla tan rápida, que quería jugar. Era pequeña a mi lado, una cría que no superaría la veintena, eso siendo sumamente generoso, frente a alguien que había vivido tantas veintenas que había perdido la cuenta. No había nada de original en una humana cuya mente estaba dividida en tantas piezas que no podía siquiera enlazar un pensamiento con otro; las había visto día sí y día también, porque al parecer la demencia las pillaba cada vez más jóvenes y se mostraba como una enfermedad no solamente frecuente, sino incluso recurrente. Era todo tan sumamente monótono...

Y, como yo odiaba la monotonía, actué en su contra. Me moví con lentitud hacia ella, me planté frente a su cuerpo, esbelto como un junco, y la miré. Desde aquella posición y con aquella luz sus ojos resultaban más parecidos a los de un animal que lo que antes habían aparentado ser; uno de un color, el otro de uno distinto, todo en ella aparentaba ser exótico, y seguramente no fuera francesa, pero eso realmente no importaba demasiado, porque su final no iba a cambiar fuera cual fuese su nacionalidad.

Con un gesto aparentemente paternal, no exento de firmeza, la cogí de la nuca y negué con la cabeza. Me daba igual que se resistiera, porque mi fuerza era superior a la de una hechicera por buena que se creyera. Es más, seguramente si se resistía me divirtiera más, porque alimentaría una parte de mí que ella no estaba preparada para ver ya que no podía sobrevivir a ella... Sólo un vampiro podría hacerlo, y ni siquiera eso era seguro, dependía del humor con el que me pillara, y el de aquel momento fue aprovechar la mano que tenía en su nuca para hacer que su frente chocara contra la barra y la contusión que se llevara fuera de considerables dimensiones. Ah, el arte...

Tu propio bien, sí. ¿Aparte de bruja y loca eres tonta o simplemente te lo haces? Vale que seas humana, pero aún así... – comenté, con cierta exasperación y dejándola caer al suelo frente a mí. El golpe en su frente había sido fuerte, serviría para confundirla un momento, pero esperaba que después se le pusiera el cerebro en su sitio y dejara de ser un cliché tras otro porque, de lo contrario, la noche para ella acabaría demasiado rápido para lo que nos gustaría a ambos.
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Mensaje por Malena Schreiber Lun Dic 24, 2012 1:56 pm

"Most people who think they’re happy just haven’t thought about it enough. Most people who think they’re happy are actually just stupid.” - Next to Normal

Sus últimas palabras resonaron en la mente de la joven como gotas de tinte azul violando un pergamino completamente puro. Loca y bruja. Era consciente de su propia inconsciencia sobre la materia de brujería. Jamás le había interesado ni siquiera por mera curiosidad, consideraba que ese término era un alter ego de lo que podría haber sido. De lo que debería haber sido si su demencia no hubiera tomado el papel protagónico. No buscaba ni menos le importaba que el chupasangre comprendiera algo que ya había dado por sentado y caído en el olvido. Su abstracción de la realidad volvió repentinamente como un orgasmo recorriendo su cuerpo en completitud, haciéndola rogar por el placer negado por su propia naturaleza.

Sintió el cosquilleo, el frío repentino crujiendo bajo su frente, contrastando con la tibieza de un líquido espeso que enmarcaba lo que ¿A eso llamaban golpe? Sus ojos no estaban perdidos ni desorbitados, sino que lo buscaron con una fascinación compulsiva, tratando de explicarse por qué nunca nadie la había hecho sentir de tal manera. Lo físico le era tan negado y era por esa misma razón, que disfrutaba y ansiaba esos pequeños segundos en los que podía tener sensaciones y comprender porque mierda las personas se abrigaban, temían al fuego, lloraban bajo descargas eléctricas de furiosas tormentas que alimentaban sus pesadillas. Trastocada había descubierto que el frío del tacto del cadáver sin alma no llegaba al nivel de lo que acababa de hacerle. Quería más, necesitaba comprender el dolor para valorar la muerte. Su deseo era proporcional a su ignorancia sobre el tema y frente a ella estaba parada la única criatura que hasta ese momento, le había demostrado en carne propia que siempre había algo más.

Sus ojos no soltaron los del animal, sonriendo frente a su egocentrismo sin denotar en parte su ansiedad. Tomo su medido tiempo para componerse y volver a encontrar el equilibrio frente a él. No era mucho más alto que ella, sus ojos recorrieron toda su figura para enclavarse en los suyos donde se encontró. No había alma ni piedad, solo estaban ellos, uno frente al otro. El desinterés era mutuo al igual que el desconocimiento que ninguno tenía la menor gana de llenar. Malena no aparto su mirada altanera y orgullosa, obligándola a seguirla cuando inclinando su cabeza hacia el costado, comenzó a rodearle por la izquierda para contemplar la máquina frente a ella.

-Estás equivocado.

La sonrisa cínica se hace en su rostro cuando al cabo de tres pasos se detiene nuevamente frente al vampiro sin liberarlo de ella. Eres una egocéntrica. Piensa en ti, piensa en nosotras. Tú me odias ¿Para qué quieres que vele por ti? El odio es nuestra forma de amar. Sus ojos brillaron, quedando aún más verde esmeralda y celeste como el cielo. Sus labios finos carmesí eran su única arma. El la hacía sentir pero por segundos, mientras que las palabras podían abrir heridas que perdurarían por siglos.

-No te importa que soy. Eres una maldita falacia, no te mientas tratando de convencerte de que soy menos que tú porque no nos interesa.

Tonta, estúpida, enferma mental. Una tras otra se seguían las palabras en su mente con una voz ronca que inundaba sus tímpanos. Pero Malena reía, reía sin consuelo ni corazón frente a su propia desesperación. Ahora no le importaba calcular porque no había ningún fin para hacerlo. Comenzaba a disfrutar el hecho de sentir, pero era mucho el precio y cada vez se convencía más de encontrar al puto que la había condenado a contentarse con nada, frente a un vampiro que no valía nada solo para recordarle que en cierto punto, muy en el fondo todavía era humana.

Cualquier expresión se borró de su rostro cuando le dio la espalda, apoyando sus manos sobre el barandal de metal algo opacado en un sector, seguramente donde había impactado su propia frente minutos previos. Sus omóplatos resaltaron por sobre su espalda, marcándose sus costillas por debajo de su piel. Su mirada divagaba sobre el escenario ensangrentado, impregnado ya entre las uniones de las tablas por la sangre que ya había dejado de brotar de cuerpos seco. No sentía lástima por ellos pero tampoco envidia.

-¿Y tú qué crees que eres?

Todos creemos que somos. Podemos creernos monstruos o ángeles, pero quien determina realmente es la interpretación que da el resto sobre nuestra propia actuación.



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Mensaje por Invitado Lun Ene 21, 2013 9:45 am

En Esparta, cuando nacía un bebé que era menor en tamaño a los demás o que tenía un defecto demasiado acusado que le impediría, en un futuro, convertirse en guerrero y ciudadano, el mejor destino que se podía esperar de alguien en mi polis, se le arrojaba por una colina y se dejaba que el golpe y los carroñeros hicieran el resto. El fin de aquel desgraciado que había tenido la mala fortuna de nacer averiado era evidente, y así la ciudad se beneficiaba de una selección de lo mejor, obviando lo defectuoso.

En ese ambiente me había criado yo, y era por eso, entre otras muchísimas razones, que cuando veía a inválidos mentales como lo era aquella hechicera que olía como una bruja pero que parecía no saber utilizar sus poderes, sentía el deseo de arrojarlos colina abajo. A falta de colina, en aquel teatro tenía el palco, elevado a una superior posición que el patio de columnas, y el golpe que se daría no la mataría, pero seguramente la dejaría a las puertas de su Hades particular, si es que creía en él, pero a mí me daba igual.

Mi mente estaba pensando ya en la sinfonía de sonidos que harían sus huesos al partirse contra las butacas, en la sangre que saldría de todos los orificios de su cuerpo, incluidos los que le habían provocado las heridas de la caída, y que teñiría el terciopelo de los asientos del teatro, a juego con la sangre que ya poblaba el escenario, por obra y gracia de dios... sí, de mí.

Su verborrea incesante era el fruto de una mente enferma, nada más. Cualquier cosa que me dijera me resultaría tan indiferente como si fuera una roca bajo una cascada y el agua me resbalara la superficie; en otras palabras, me entraba por un oído y me salía por el otro, sin el mayor efecto en mi cabeza salvo, quizá, aumentar la certeza de que sería una obra piadosa dejarla morir y finalizar su sufrimiento.

Ah, pero yo no era piadoso. Se me podían poner un sinnúmero de adjetivos, en muchos casos malos para la mentalidad cristiana imperante en la época, y en muchos otros audaces o, incluso, propios de otros tiempos. Yo era una amalgama de características que me hacían perfecto, y eso sólo hacía que la propia imperfección de la hechicera, cuyo nombre ni sabía ni, en realidad, me importaba, fuera aún más patente a medida que pasaban los segundos.

Bostecé sin preocuparme por cubrirme, ya que eso era una muestra de recato o higiene que resultaba, dada mi naturaleza inmortal y personal, absolutamente innecesaria, y no me gustaba perder el tiempo, en absoluto. Clavé la mirada en ella, con la indiferencia más total, y la estudié con una atención inexistente, simplemente porque no tenía nada mejor a lo que mirar.

Yo sé lo que soy. No soy ninguna falacia, soy la afirmación más categórica que tú nunca tendrás la oportunidad de mirar a los ojos. Soy la perfección, soy a lo que tú deberías tratar de aspirar pero a lo que los fantasmas de tu cabeza nunca te dejarán tomar como ejemplo. Soy yo. Soy Ciro. ¿Quién, si no? – repliqué, aunque en realidad no había ninguna necesidad de hacerlo, porque todo lo que había dicho era evidente para quien tuviera ojos en la cara y una mente no demasiado dañada... no como ella.

No había remedio para ella, igual que no había esperanzas. Ni siquiera aunque mi interior se rebelara ante la idea de ser piadoso, sabía que me quitaría un dolor de cabeza si me libraba de ella, sobre todo en vista de que no se iba ni aunque la golpeara, aunque ¿por qué iba a hacerlo, si aquel contacto provenía nada más y nada menos que de mí y sólo por eso le merecía más la pena que cualquier otra cosa que hubiera podido vivir en su breve y estúpida vida? Sólo por eso, le daría el regalo de poder sentirme un poco más, algo que no sería suficiente para nadie pero, quizá, para ella y su demencia sí.

Con rapidez y fuerza, habilidades propias de mi naturaleza de vampiro pero que sólo habían podido desarrollarse tanto tras mi muerte porque de humano ya había sido increíblemente buen guerrero, me moví a más velocidad de la que un ojo humano podría captarme hasta quedar frente a ella, y entonces la cogí como si fuera un saco de patatas, pues resultaba tan ligera que era casi insultante.

Un par de pasos bastó para que me acercara a mi destino, el borde del palco, y en otro rápido movimiento ella dejó de estar sostenida por mí para pasar a estar colgada de la barandilla, sólo agarrada por sus propias manos a ese trozo de metal que la salvaba, momentáneamente, de una caída de cómo mínimo diez metros, algo que para un mortal era mortal, siempre que se cayera de la manera adecuada, con cabeza... literalmente.

Me da absolutamente igual quién o qué seas, porque tu humanidad ha hecho el resto y me ha borrado todo atisbo de interés de la mente, así que no te molestes, porque no hay nada en ti que pueda resultarme lo suficientemente atrayente para cambiar de opinión respecto a ti. – añadí, encogiéndome de hombros y, después, girando sobre mis talones para irme de aquel palco, del que ella seguía colgando frágilmente... arañándole a la muerte el tiempo que su escasa fuerza fuera capaz de aguantarla en esa posición al borde del abismo.
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Mensaje por Malena Schreiber Mar Feb 05, 2013 7:45 pm

"You can't always get what you want"- Jagger


Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y…no, solo siete. Ese era el número de músculos tensionados en sus dedos que los obligaban a tener forma de garra, aferrándose a la madera barnizada hacía ya años. Siete era lo que definía su vida de la muerte, después de todo la muerte era algo seguro, la vida no ¿Y cómo se valoraba aquello? La vida no se mide en horas minutos ni segundos sino en momentos, y había uno que todavía faltaba.

Necesitamos ese momento en que lo encontramos, Malena. Ponte de pie. No quiero. No seas absurda, he dicho que termines de aferrarte y vuelvas al balcón. Primero quiero matarte, luego iré. Dios mío Malena, lo malo siempre es más fácil de creer, deja de ser infantil. CÁLLATE.

Jamás había sido una persona grácil ni afable en el deporte. La torpeza se reflejaba en su piel azulada, presionada por hemorragias internas que se hacía al caer o tropezar con ella misma. Hubo una época en la que quería diferenciarse a toda costa de ella y su idea primordial y poco prudente fue el cambio físico. Comenzó por su pelo, arrancándolo desde la raíz a ambos costados de su nuca. Los extraños asumían que la peste la estaba consumiendo desde los adentros de su cabeza ¿Peste? Que corteses. Silencio, estoy pensando. No piensas solo actúas. SHHHH. Dejo resbalar una de sus manos haciéndola caer por su propio peso muerto a su costado.

Uno, dos, tres, cuatro y cinco.

Termina la puta historia. Una sonrisa de principiante se esbozó entre los labios carmesí de la joven todavía aferrada a la baranda como si fuera una niña trepando uno de sus primeros árboles en los bosques. Sigo. No sabe si lo dijo en voz alta, solo importó su imposición sobre ella quien resoplaba indignada dentro de sí. Su obsesión eran las uvas, como algo tan pequeño podía tener carozo y ser tan feo e inútil por dentro, y era como el color púrpura de la fruta el resultado en su piel tras golpearse contra la pared o errando con el martillo sobre los clavos. Comenzó por su brazo izquierdo siendo lo más fácil, luego sus piernas y estómago, finalmente con brutalidad golpeó su cuerpo sin cesar toda la noche contra una pared para completar su metamorfosis. La imagen que le devolvió el espejo fue su propio encanto. Una joven completamente violeta y gris, inflamada e incluso con dedos sin movimiento. Esa no era ella sino Malena y en ese momento fue feliz al poder distinguirse de ella. Pero no perduró y los días fueron disolviendo la hemorragia aunque el dolor de su experimento jamás llegó. Los espectadores de su locura la padecían como violencia y no con su alegría de independencia. Ahora podía imaginar el golpe que él le había librado contra su frente y como esta seguramente comenzaría a estar de ese color violáceo. Otra voz cortó su línea de pensamiento y esta vez no era ella, quien continuaba irritada en un costado.

-Cuando quiero saber la verdad sobre alguien, probablemente ese alguien es a la última persona a la que le voy a preguntar.

Ni ella ni Malena querían ¿Qué mierda le respondiste? No puedes hacerlo sino ¿Sino qué? Malena puta seas, sube al balcón. NO. Hazlo y olvidaré cuan estúpida eres sin proponértelo. La rabia hizo que sintiera algo espeso caer por su garganta. Era su propia sangre cuando mordió su lengua presa de sus dientes que querían apretarla entre sus cúpides para desintegrarla. Sus dedos se aferraban como garfios imaginando que podría arrancarle la piel, pero ella siempre ganaba. Con algo de impulso ahora eran diez los dedos aferrados a la baranda. El vampiro hablaba palabras que ella hacía sordas para Malena evitando que vuelva a responderle. Sonrío cínica ante sus últimos dichos mientras controlaba que ella usara su fuerza para llegar a sobrepasar sus costillas sobre el palco.

-La humanidad está sobrevalorada.

¿Era una broma? Era sarcasmo, y después de todo una verdad pura y sin remordimiento alguno. Sus pulmones le pesaron y tuvo que enfocarse en ella quien se dejo caer apenas pudo sobrepasar la mayor parte de su cuerpo sobre el balcón del teatro, dejando que el ruído sordo de las maderas crujiera bajo un peso sin exigencias. Rodó sobre sí misma hasta frenarse con la primera fila de asientos para poder quedar boca arriba y ver el techo de la construcción. Tomó su tiempo para incorporarse sin ayudarse por nada, aunque ella deseaba observarlo, Malena espió rápidamente sus piernas golpeadas por el impacto y sonrió sabiendo lo que eso generaría con un entusiasmo poco comprensible para el mundo. Pero todo dura poco y pronto su temple fue completamente inexpresivo mientras se deslizaba en el primer asiento para tomar su libreta, necesitaba pintarlo aunque se negaba. Algo le decía que su perfeccionismo le impedía ser él, no hubiera dejado la labor a mitad hacer como ocurrió.

-Todos cometemos errores y todos pagamos el precio Ciro. El tuyo fue vivir demasiado.

Pedante y egoísta era enfermedad y no pecado. Era la supervivencia, no un capricho. Ella misma lo era y por esa razón necesitaba pintarlo. No por él. Llevo su dedo raspándolo contra su colmillo anormalmente alargado pero blanquecino y rasgo ese terciopelo pálido, ahora contrapuesto con gotas escarlatas mientras sus ojos se fijaron en los del muerto vivo. No quería conocerlo porque no le importaba, pero por otro lado necesitaba hacerlo.


Perdón por la demora.



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Mensaje por Invitado Dom Feb 10, 2013 12:29 pm

Su comportamiento fue tan predecible que, pese a no necesitar de hecho hacerlo, no pude evitar bostezar, aún de espaldas a ella. Era una mezcla de lo sumamente fácil de leer que son las mentes de los humanos en general, aunque esa bruja tuviera los pensamientos fraccionados en millones de fragmentos sin aparente continuidad, y de que evidentemente no moriría, no cuando el último instinto animal que les queda a los inferiores mortales es el de supervivencia porque aún no han conseguido librarse de él, para su vergüenza.

Ni siquiera necesité pensarlo más de un momento para saber que acabaría arrastrándose de nuevo hacia al palco que aún no había abandonado por lo tranquilo de mis movimientos, y efectivamente lo hizo, como no podía ser de otra manera dado que, a fin de cuentas, había sido yo quien lo había supuesto, y un error de cálculo de ese tipo no entraba dentro de las posibilidades que mi nombre y mi propia esencia abarcan. Yo era perfecto, y de mi perfección sólo se pueden esperar razonamientos igual de bien construidos y carentes de fallos.

Me detuve en el umbral y giré sobre mis piernas para mirarla, a ese despojo humano que aún parecía mostrar signos del esfuerzo que le había costado librarse de la casi caída. Si me fijaba bien, podía ver sus músculos temblar, aún rígidos y exhaustos después de la cantidad inusitada de tensión a la que se habían visto sometidos, nada que ver con mi propia anatomía, que había sido forjada precisamente gracias a lo que a ella le estaba pasando tanta factura, por mucho que se esforzara por mantener la entereza.

Sin duda, lo está. – repliqué, como quien habla de cualquier tema anodino y no de uno de tanta importancia aparente como lo era la vulgaridad de los humanos y lo muy valorados en extremo que estaban. Yo era de los que creían que para lo único que servían, en general, era para alimentarse y para entretenimiento puro y duro, y esa era la razón por la que no sentía el más mínimo respecto hacia la vida humana hasta que se me demostrara lo contrario, cosa que no pasaba nunca y que, con ella, no era una excepción.

Nunca dejaría de parecerme gracioso, de la manera más condescendiente que pueda entenderse la gracia, el ego de los humanos. Bruja o no, aquella demente con la mente tan rota como acabaría su cuerpo si insistía en mantener el contacto conmigo era tan humana como los demás, puesto que la enfermedad lo único que hacía era ampliar sus vínculos con la mortalidad, la característica más plena de los humanos, y no precisamente distanciarse de ella. Y, aún así, se creía con derecho a hablar de los demás como si ella no estuviera metida hasta el cuello en la categoría... Curioso.

Pero hay algo que nos diferencia a ti y a mí, bruja. Yo no cometo errores. – añadí, y aquella vez mis ojos sí que se clavaron en los suyos, bicolores y con una particular visión rota que hacía la tarea de devolverla al estado que imperaba su mente de caos mucho más entretenido, casi con sentido, si es que por supuesto algo de lo que hacía lo tenía para los demás, que ni siquiera son capaces de comprender lo que es que algo tenga o no significado en sí mismo.

Volví hacia el interior del palco y me apoyé en la barandilla, mirando hacia el escenario donde normalmente se llevaría a cabo una obra para fingir la vida y, en aquel momento, lo que tenía lugar era una pantomima sobre lo fácil que es acariciar a la muerte y que esta se abalance sobre lo único que tienen los humanos: vida. Todo lo que había sobre las tablas de madera era sangre de los cadáveres que la decoraban, como si fueran puro atrezzo, y todo lo que se respiraba era una muerte que me tenía por compañero y que probablemente terminaría invocando sobre la bruja.

No eres más que una muñeca rota, tu destino no es diferente de los de aquellos que separas de ti misma al considerarlos sobrevalorados, y aún así sigues en tus trece, como si fueras mejor que los demás. Eso es audaz, pero no admirable, porque significa que no conoces tu lugar y no haces más que agravar tu error... ya sabes, esos que según tú todos cometen. – comenté, y me aparté de la barandilla para plantarme frente a ella.

Para ser una humana, y sobre todo para ser una mujer tan frágil que apenas un soplo de viento un poco más fuerte de lo normal amenazaba con romperla, era considerablemente alta, pero yo lo era más, lo suficiente para sacarle varios centímetros. Todo eso quedaba patente cuando estábamos frente a frente, pero lo hizo aún más cuando, rápidamente, me situé a su espalda y atrapé sus brazos, de tal manera que quedaron totalmente inmovilizados por mi fuerza y al borde de la ruptura si hacía el movimiento correcto, pero aún no lo haría. La bruja, pese a su vulgaridad, había llamado mi atención, aunque seguía sin interesarme lo más mínimo saber nada de ella, ya que más bien lo había hecho como un juguete nuevo al cual desangrar antes de desecharlo y cambiarlo por otro.

Tienes la mirada perdida, pero después la enfocas. Es un gesto inconsciente, que dudo que tú misma conozcas, pero que dice mucho de ti. Pareces bucear en tu interior como si fuera un océano lleno de criaturas marinas de pesadilla, y tú fueras un marino demasiado asustado para adentrarse hasta el fondo. Pareces luchar por hacer cada movimiento y por decir cada cosa que dices con algo en tu interior que lo condiciona todo porque te guía a falta de una base que utilizar en tu propio favor. Conozco la enfermedad que provoca esos síntomas, aunque los médicos no tengan nombre para ella. ¿Hasta dónde llega tu demencia? – susurré, en su oído, con una media sonrisa que ella no podía ver y que culminó en un mordisco en su cuello con el que su sangre empezó a derramarse en mi boca, tan rápidamente como el avance de su locura.
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Mensaje por Malena Schreiber Mar Feb 12, 2013 8:02 pm

“One person`s crazyness is another person`s reality.” – Tim Burton

Allí estaba ella, esperando violar el lienzo de manera lasciva guiando su trazo según sus órdenes, sintiendo la presión sobre su espalda de él quien la inclinaba obligando a que sus vértebras resaltaran por sobre la tela que componía un vestido tan contrastante contra su propia piel. Había palabras que resonaban como música de violines y arpas, instrumentos de cuerdas que flotaban por los espacios impidiendo que el vacío ocupara los pensamientos de los espectadores para enfocarlos en la obra. Pero su voz no era música sino vestigios de un ego demasiado acaparador y pedante como para permitir la existencia de algo más que no fuera sí mismo ¿Y yo? Tú eres igual. Su sonrisa predisponía a su ira, presionando sus yemas contra sus propias palmas, obligando por presión a que un hilo de líquido escarlata dibujara un camino sinuoso sobre su mano, rodeando su muñeca.

Pero la ira no fue física, no podía sentir su represión ni como arruinaba su burla y goce sobre Malena. Había renunciado por lógica y no por débil, y sabía que eso era algo que ella detestaba de la bruja porque sin quererlo, la había llevado a tomar una de las pocas elecciones racionales que podría decidir en su corta vida. Sus ojos inconclusos a la distancia enfocaron nuevamente en él, quien a veces aparecía en su escena como un actor secundario que se encargaba de inaugurar los actos que comenzaban a sucederse en una obra donde la representación era mental. Era más alto que ella pero jamás se sintió amenazada por la fisionomía. Por nada Malena, por nada. Solo por mi. Sus puños apenas relajados volvieron a tensarse, obligándola a re posicionar sus piernas sobre las tablas de madera.

-Todos cometemos errores ¿Sino por qué todavía estoy viva?

Entonces comprendió al vampiro frente a sí, era tan insignificante como ella misma: Un hombre cuenta su historia tantas veces que finalmente, termina convirtiéndose en la historia. Esta continua viviendo más allá de él, y de esa manera lo convierte en inmortal.

Ciro no era un vampiro, sino una historia sobre la perfección que se perpetuó más allá de él. No supo si ella lo dijo en voz alta en su mente, pero sus labios entreabiertos podrían ser los testigos de que aquellos vocablos habían escapado de la garganta de Malena para hacerse presentes en la sala. Ella había hablado aunque la joven no creía que él era una simple historia, porque si él lo era ¿Nosotras que somos? Lo mismo. Entonces tu no eres quien yo creo. Malena por favor, tu eres una historia mal lograda nada más.

Entonces hirvió. Su sangre fluyó por sus torrentes abrupta y voraz, como un tornado abrazador que no dejaría nada a su paso a no ser que se tratara de escombros de lo que había sido. Pudo sentir algo de calor bajo sus mejillas mientras su mente comenzaba a latir como si algo estuviera por detonarse dentro de sí. Pero pronto el tiempo se detuvo y dejo de tener connotación. Calor, podía sentirlo y debería verse en sus pupilas dilatadas, enmarcadas por unas mejillas rosadas que le daban por primera vez en mucho tiempo la apariencia de una mujer viva. Viva implicaba que ella no estaría más atada a Malena, o por lo menos no en ese momento en que él volvío a la escena frente a ella. Su espalda antes de que comenzara a virar hacia ella.

-¿Y tú, Ciro? Lo que ves en mí es tu propio reflejo quieras o no. Mi lugar no está en este mundo por eso no me importa jugar con lo ajeno.

Su mirada perdida era la forma en la que ella observaba dentro de sí y se lamentaba que nadie se atreviera a hacerlo, ni tan siquiera él. Sus labios continuaban presa en una línea perfecta entre sus comisuras, tan inexpresivos como cínicos mientras él se acercaba. No iba a moverse porque no sintió necesidad, aunque la respuesta lógica era que su cuerpo era demasiado frágil para la acrobacia que había realizado hacía tan solo unos minutos y sus fuerzas todavía no se habían recuperado. Sea lo que fuese, ya no importaba.

-Tengo mis demonios. No fui nada más que yo misma desde el día que nací, y sino puedes verlo es tu error, no el mío.

Parecía buscar la enfermedad en ella, cuando su mayor error fue juzgarla sin siquiera conocerla. Hay algunos peces que no se pueden pescar. No es porque sean mas fuertes o rápidos que otros peces, simplemente están tocados por algo extra. Ellas simplemente se convirtieron en algo que siempre fueron.

-No puedo dar marcha atrás, soy un sacrificio humano.

Mientra que su voz ronca con dejes angelicales era precisa y segura, podía sentir como ella la miraba con terror, pero Malena se regocijó en su miedo cuando sintió los colmillos del vampiro rasgando su piel dejando caer sus párpados pesadamente para dejarse llevar. El calor que había sentido ahora ardía ante el frío. Podía sentirlo y eso le dio paz con ella y consigo misma. Inclinó su cabeza hacia atrás apoyándola contra el cuello de Ciro obligando a que la presión ejercida aumentara el fluir del líquido escarlata abriéndole un mundo de nuevas sensaciones. Quería agarrarlo entre sus garras pero estaba demasiado débil perdiendo rápidamente la lucha de sus muñecas presas entre el frío tacto del vampiro que tensionaba su cuerpo hacia él. No hubo grito ni gemido, simplemente un silencio demasiado extraño que devoró el cierre del primer acto.

Pd: Me encantó tu último post.



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Mensaje por Invitado Dom Feb 17, 2013 9:42 am

”So… will she sink or swim?” – To The Stage, Asking Alexandria.
Poco a poco, su sangre iba uniéndose a mi organismo, reforzando las partes más dañadas por el esfuerzo de antes –si es que había alguna y mi perfección lo había permitido, cosa que dudaba– y, en general, dándome un flujo de energía en estado puro cuya fuerza resultaba tremendamente fuerte desde el principio. Lo normal de la sangre humana era que calmara la sed hasta que ésta volviera a despertar, y poco más, pero en su caso estaba consiguiendo hacerme aumentar mi hambre cada vez más, a medida que cada gota iba adentrándose en mi interior... y no pensaba parar, eso ni se dudaba.

Su sangre tenía algo distinto, relacionado con su cabeza y el caos que había en ella. Había visto el caos en persona, lo había vivido durante siglos, e incluso uno de mis neófitos, de los pocos a los que no había asesinado, se había criado gracias precisamente a la locura, que finalmente lo había asesinado. Esa tendencia era patente en mí, quizá como una oposición aún humana a la estricta sociedad en la que me había criado, o quizá porque sabía que lo caótico y anárquico se disfruta siempre mucho más, pero la cuestión era que la oscuridad siempre me atraía... y aumentaba la que, decían, existía en mi interior.

La sola idea me hacía reír cada vez que la oía. ¿Yo, oscuro? ¡Al contrario! Mi mayor deseo era ver el mundo arder, y eso es precisamente el mayor exponente de la luz que existe: el fuego. Se supone que purifica, o al menos eso es lo que se decía desde la iglesia para quemar a las brujas, con las que nunca terminaban de acertar, no como yo, que a la primera que había cogido en los últimos días la había catado. ¿Cómo no, siendo tan infalible como lo era? Pero bueno, estaba con el fuego, y cómo en vez de purificar sólo destruía más rápidamente y lo reducía todo a tristes cenizas de lo que fue una vez... Por eso me gustaba, aunque le quitaba gracia a eso de matar, sobre todo si se disfrutaba, como yo lo hacía, de hacerlo lenta y pormenorizadamente...

Eso me recordó que estaba bebiendo aún de ella, de una bruja que, como vaca hindú, se había entregado a mí sin oponer la mayor resistencia. Estos humanos... Ni siquiera su instinto de supervivencia funcionaba como se suponía que tenía que hacerlo, puesto que mientras hacía apenas unos minutos había actuado a la perfección en ese momento no podía estar más a mi merced porque no se podía. Eso me divirtió lo suficiente para que parara; eso, y que nunca me han gustado demasiado las cosas que son fáciles en exceso, y ella lo era.

Solté mi agarre y di un paseo triunfal sobre aquel palco, cuyo silencio era el preludio del comienzo del segundo acto, con la bruja demente y yo como protagonistas indiscutidos de la velada. De cómo se había portado al principio a cómo se estaba portando en aquel momento empezaba a haber una diferencia considerable, tal que pese a que aún no despertara mi interés para algo más que alimentarme había decidido que no la mataría... aún. Nunca se sabía cómo avanzaría.

Eres un sacrificio porque aceptas estoicamente lo que no puedes cambiar... y eso no es aceptación, eso es rendirte. Además, si lo haces es porque sabes tan bien como yo que echas de menos el dolor, o sentir algo, lo que sea, que te despierte y te haga solucionar todas esas cosas que te preguntas dentro de tu cabeza. – comenté, con sorna, y le di un golpe en la frente con el dedo para dar mayor énfasis a mis palabras.

Del labio me caía un pequeño reguero de sangre, su sangre. Con una sonrisa sardónica en los labios, la recogí y me chupé los dedos, literalmente, antes de volver a acercarme a ella, que estaba a aquellas alturas contra la pared porque era allí donde la había conducido, y lamer su cuello, concretamente los dos orificios que habían dejado mis colmillos sobre una de sus venas y de los que aún salía sangre, que me llamaba como las sirenas a Ulises y sus marineros.

¿Quieres saber por qué estás viva? Pero, bruja, ¿no te lo he contestado ya? Ahora fue la condescendencia lo que pobló mi voz, que se escuchó contra su cuello, del que aún no me había separado. Le di un nuevo mordisco, sin intención de hacerla sangrar, para ver si así captaba la idea, y entonces volví a separarme, con las manos en los bolsillos de mi traje y mirándola con la cabeza ladeada, como estudiándola.

Estás viva porque yo lo quiero. No he cometido ningún error al no matarte, pero tú sí que estás equivocada al decir que tienes tus demonios. No los has tenido hasta que no me has conocido, y una vez lo has hecho... Bueno, esto te dejará clara la diferencia que hay entre tú y yo. Tú no eres un reflejo de mí; yo soy a lo que tú quieres aspirar, y lo que se ha metido dentro de tu cabeza como una obsesión que te destruirá lentamente... Como te he dicho, soy Ciro. Eso debería serte suficiente. – finalicé, y retrocedí un par de pasos hasta dar con la espalda en la pared, aún mirándola fijamente y con la certeza grabada en mis ojos de que, desde donde estaba conmigo, no había vuelta atrás.

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Mensaje por Malena Schreiber Lun Feb 18, 2013 4:04 pm

“The only way to beat my crazy was by doing something even crazier” - Matthew Quick

Relámpagos fríos, podía sentir como la electricidad la recorría en cada impacto, detrás de sus pupilas podría jurar que había una luz que le había ganado la carrera al sonido pero todavía faltaba lo mejor, el ruído en sí. El crujir de la ira sobre ella pero nada, no había ningún grito de la creación de Zeus y fue aquello lo que obligó a que decepcionada, sus pupilas le dieran nuevamente la bienvenida a aquel infierno, o cielo, o realidad. Siempre creíste que eras un pequeño pez en un pozo muy grande, pero ahora frente a ti está el mar y te estás ahogando. Yo no quiero estar en un mal lugar, donde no hay cosas luminosas, o amor o finales felices. ¿Era esa ironía arrematando en cada una de sus palabras? Allí estaba él y no fue ese llamado de atención de su latente humanidad que quería que escapara, sino el hecho de que ellas eran más corpóreas que instintivas. La pérdida de sangre luego de haber trepado previamente por el barandal obligaba a que sus músculos sufrieran espasmos que requerían de un apoyo para poder recomponerse. Podía sentir cada vértebra recostada contra la pared fría tras de sí. Su respiración agitada volvía a acomodar sus pulmones dentro de su costal, resignados a ser esclavos de su cuerpo.

Lo observó, el caminó nuevamente para relamer su golosina. El azúcar no te necesita, pero tú a él sí. Es un vicio donde no es necesaria su ingesta, pero el cuerpo pide más. No da nada más que satisfacción alimentando el deseo más mundano del hombre que era la codicia. Sangre y caramelos ¿Había diferencia? Él ya había cenado pero la bruja persistía allí, inclinando su cabeza apenas para que su lengua no se enredara con su cabello cuando cual niño se relamía hasta la última gota carmesí. La saliva ajena le resultaba repulsiva pero no llegaba a alterar su temple inexpresivo presa entre sus comisuras. No estaba en shock sino aturdida porque había algo que faltaba. ¿Faltar? Tienes tu orgullo y él su codicia, solamente sobra ego. ¿Por qué me respondes así? ¿Así? ¿Racional? Veo a través de tus mentiras. Y ella con su cinismo permaneció en silencio.

-Crees comprenderme Ciro, piensas que estoy loca y esa es la respuesta fácil.

No reconocía sus palabras. La joven estaba más racional o ella más irracional. Ambas cosas estaban sucediendo a la vez y fue entonces cuando un extraño arrebato de sentido se entrometió entre ellas. Malena parecía triste, enojada, diferente a cualquier otro ser que podría estar allí presente. Jamás puso una cara feliz aunque supiera que otros la estaban observando, nunca fingió una cara por nadie y eso de alguna forma, daba la confianza de que podrías creer sus palabras porque nunca pretendió ser otra cosa. Jamás desconfió de su locura ni quiso ocultarla porque no tenía vergüenza. No era un veneno era simplemente ella y la bruja unidas o enfrentadas por el orgullo y un enemigo en común que no era Ciro.

-Si yo estoy enferma tú también lo estás. Tu perfección es tu enfermedad pero ¿Acaso alguno de los dos está buscando la cura?

Estaba demasiado errado porque ¿Nosotras, que yo soy tu enfermedad? Tampoco dejes que tu ego sea alimento de mendigos. Tu mendigas de mis sobras. BASTA! Su respiración volvió a ser presa de su ira, ardiendo su garganta bajo un rostro que aparentaba una inestable calma. Jamás estarían de acuerdo ni unidas porque la base de una era contradecir a la otra y Ciro allí, pensando que él era la perfecta causa de su estado.

-No tienes créditos sobre mí. Si estoy demente no es por ti, sino por mi.

Si antes había hablado ella, ahora Malena respondía reacia pero con una extraña quietud en su voz. Se incorporó con algo de dificultad separándose de la pared, ignorando al muerto para comenzar a bajar la escalera de caracol sin ningún tipo de prisa aferrando la baranda de hierro como ayuda debido a que si bien era frágil por naturaleza y su umbral del dolor era alto, su cuerpo pagaba con creces los descaros de sus atrevimientos. Fue solo un piso y luego atravesar el pequeño telón que la dejó en la primer planta en la última fila de asientos. Frente a ella se encontraba el escenario decorado por la matanza del vampiro, donde cualquier espectador hubiera felicitado por el realismo de la escenografía. Demasiado perfecto para una masacre, demasiado fácil para un destripador, era por eso que todos preferían complicar lo simple ¿O era el miedo?

-Rendirme es sinónimo de escapar. Quedarme aquí presa de tu perfección no es rendirme, sino intentar.

Duele mirar al sol, pero también ayuda como la mayoría de las cosas que causan dolor. Él daba demasiadas vueltas para tamaña perfección pero debía lucir su ego, Malena era presa de su ansiedad y fue en ese preciso momento en que ella la desfiguraba, vistiendo esa realidad desnuda con palabras para presentar ante la sociedad una novela que ella había escrito, pero pocos tendrían el gusto de conocerlas en bruto y ese vampiro no lo estaba logrando. Sin pudor camino por el largo pasillo que la dejó frente a las escaleras del escenario dándole la espalda al ser que persistía de pie en el palco como si aguardara que el segundo acto diera inicio y fue ella quien dio el discurso de apertura, comenzando a subir los tres escalones finamente acabados que concluyeron por dejarla sobre las tablas. Tenuemente iluminada con su vestido azul y una figura demasiado exótica miró a su audiencia. Su único oyente.

-Debes saber que tus acciones te harán una buena persona, no tu deseo.

Ella sabía muy bien que “buena persona” dependía de la perspectiva de cada uno y sus palabras solo entrecruzaban una antítesis de la realidad que ambos en el fondo conocían. Ni Malena, ni ella ni Ciro querían ser buenas personas para la sociedad sino para ellos mismos.



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Mensaje por Invitado Mar Feb 26, 2013 8:37 am

Podía llegar a tener algo de razón cuando decía que ya estaba demente desde antes de conocerme, más que nada porque sabía perfectamente que aquella clase de defectos no salían de un momento a otro. Lo que ya le restaba toda la razón para dármela a mí, en su lugar, era el alcance de su enfermedad, puesto que por mucho que lo creyera y que el campo de cultivo hubiera estado preparado de antemano yo había sido una de las claves para que su estado empeorara hasta como estaba en aquel momento, intentando ganar una batalla verbal conmigo. Si no me creía respecto a lo demás, sólo tenía que ver lo estúpido de su comportamiento para darse cuenta de que al final, como siempre, quien tenía las de ganar era yo, ya fuera en eso o en cualquier otra cosa.

Dijera lo que dijera, y por mucho que tratara de quitarme mérito, algún resquicio de su fragmentada cabeza sabía perfectamente que el encuentro conmigo había marcado un antes y un después en su vida cuyos efectos no le resultarían claros ya ni siquiera después, sino nunca. Era incapaz de ver con claridad lo que pasaba, porque su testarudez a la hora de intentar ponerse por encima de mí la determinaba de una manera francamente aburrida y que, además, desmontaba todos sus argumentos. ¿Loca, en serio, cuando se comportaba exactamente igual que el resto de seres, humanos o sobrenaturales? Venga ya, y yo soy imperfecto...

Todo lo que hacía era, en realidad, propio de alguien cuerdo, no de un loco. No existía el caos en su actitud que, según apuntaban sus gestos, existía en su mente, y eso restaba eficacia a su enfermedad, así como alcance. Había algo en la locura que me atraía intelectualmente, incluso eso había hecho que convirtiera tiempo atrás, entre los persas, a uno de mis neófitos, pero cuando era fingida o estaba tamizada por un resquicio de cordura demasiado fuerte me parecía una auténtica estafa, y odiaba que me estafaran... o que intentaran hacerlo, porque al final nadie lo conseguía.

Ella bajó al escenario donde estaban perfectamente colocados, cómo no, los restos de mi pequeña exhibición anterior, pero yo no me moví del palco, atento a sus movimientos, pendiente de sus palabras, un regalo que ella no sabía valorar pero que significaba mucho más que cualquier otra cosa que le fueran a dar en su patética y desgraciada vida. La única concesión que hice al movimiento fue separarme de la pared y apoyar los brazos en la barandilla que actuaba como quitamiedos del palco, con aire de espectador indolentemente aburrido ante la función que tiene lugar en el escenario y que exige que le devuelvan el dinero.

A decir verdad, sí, que estés loca es la respuesta fácil. ¿Nunca te has planteado que lo tuyo es tener más cuento que Esopo? Espera, ¿conoces a Esopo? No, no creo, pues bien, era un autor de fábulas de la Antigua Grecia, que se caracterizaba por contar historias con contenido moralizante disfrazadas de cuentos con animales, muy entrañable todo como podrás comprobar... Bueno, a lo que me refiero, ¿de verdad estás tan loca o te escudas en la creencia de que lo estás para justificar tu comportamiento errático? Piénsalo, aunque yo sé la respuesta, claro. – comenté, dejando que el eco natural del teatro ampliara mi voz y la hiciera llegar hasta ella sin necesidad de alzarla.

Los logros de mi pueblo eran visibles incluso en algo como aquello, una edificación que había visto representada la obra de mi sed de sangre a ejemplo de las tragedias de los atenienses hacía tanto tiempo. Por mucho que los odiara, y eso que los detestaba sobremanera, tenía que reconocer que alguna cosa sí que habían hecho decentemente, como aquel invento del teatro, aunque luego otros lo habían mejorado hasta niveles que los estirados de los atenienses no habrían podido ni soñar. Los logros de la ingeniería, por ejemplo, eran lo que había permitido que la amplificación del sonido fuera buena, pero ni por asomo tanto como la de Epidauro. Todos eran copias incompletas... Absolutamente todos lo eran.

Dicen que la locura es hereditaria, que si uno de tus progenitores lo estaba tienes todas las papeletas para acabar, si no igual, al menos parecido. Dicen tantas cosas... Pero yo he comprobado que es cierto, así que sí, la base de tu locura no es cosa mía, algo evidente porque si lo fuera tú serías mucho mejor que lo que eres ahora. Sin embargo, el cuerpo de lo que te pasa en la cabeza se mueve, aumenta, va degradándose poco a poco, y de eso sí que tengo yo la culpa. Cualquier impresión que se quede grabada en tu mente afecta de una manera o de otra a su estado, y ¿qué impresión hay mayor que yo...? – expliqué, con el tono de un profesor paciente, para después sumirme en el silencio.

Aquella calma sobrenatural no duró mucho, sin embargo. Enseguida, estiré la espalda y apoyé las manos en la barra de metal sobre la que hasta entonces había estado apoyada para que me sirviera como impulso. Con un movimiento rápido hice fuerza y salté al patio de butacas, donde por la experiencia de siglos (y, obviamente, por mi naturaleza de inmortal, que me permitía ser más ágil que un torpe humano) aterricé de pie, como un gato. Entonces, me moví entre los asientos hasta donde se encontraba ella, rodeada de cadáveres, y con la ventaja que me permitía que estuviera debilitada por la falta de sangre la tiré al suelo, donde quedó tumbada boca arriba, conmigo al lado.

Ser buena persona está sobrevalorado, la verdad. – sentencié, y entonces estiré el brazo hasta uno de los cadáveres, cuya pierna arranqué sin que me costara aparente esfuerzo hacerlo. Con ella en la mano, saqué el fémur y lo dividí en dos partes, con las zonas del hueso donde se había producido la separación afiladas y astilladas a más no poder, y los miré fijamente, con una rodilla sobre el cuerpo de la bruja para que no se moviera de su sitio. Entonces, sin pensármelo dos veces, clavé sendos fragmentos de fémur en sus manos, haciendo complicado, cuando menos, que pudiera resistirse. Seguramente no mostraría que le dolía o, quién sabía, a lo mejor ni siquiera lo hacía, pero a mí me daba igual, ya que la fuerza con la que había efectuado mi movimiento era más que suficiente para que se quedara quietecita donde le correspondía, a ella igual que a todos los demás: debajo de mí.
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Mensaje por Malena Schreiber Miér Mar 06, 2013 8:12 am

Wendy: Where do you live?
Peter: Second to the right, and then straight on till morning
.


Buscaba desconfortarlas pero ellas rieron, una tras otra sus palabras erraban como dardos hacia su blanco. Una tras otra sus blasfemias que buscaban su propio consuelo no hacían más que bañar y resbalar contra su nívea piel. Una y otra vez, él quería sentirse partícipe de una demencia que no le era propia intentando robar su crédito. Malena había vivido más que cualquier ser humano y sea cual fuese la maldad sobre la tierra ella había sido su testigo. Él no la impresionaba, solo le resultaba el apéndice de alguna gran obra que ya había atestiguado tiempo atrás. El problema de la perfección era la ceguera. Estaba obnubilado por su propio juicio pero lo cierto es que la perfección defrauda ¿Me estás diciendo, que soy una decepción para ti? No eres perfecta ¿Por qué lo dices? Porque soy tú escoria ¿Cómo dejaste que yo pasara acaso? Fuiste un error mal programado del cual me encariñé, finalmente tengo algo de compasión. Podía sentir el sarcasmo imprimiendo su ser. Los ojos de la bruja desentonaron de su cuerpo cuando comenzaron a llorar, una sola lágrima que escapó de su lagrimal y continúo el surco de su nariz para acabar en su comisura. Podía sentir no el frío sino la herida abierta en su orgullo donde ella disfrutaba

-Tu perfeccionismo también lo está, Ciro.

La perfección decepcionaba en más sentidos en los que el susodicho podría siquiera imaginar porque jamás podría aceptarlo ¿Pero qué nos importa Malena? Que él sea feliz con su propia ignorancia ¿Pero si es feliz no tendríamos que corromperlo? No, no vale la pena, solo los idiotas son felices. Él no es idiota, es un inconformista más como todos. Mírame a mí, si tendría que conformarme contigo debería de suicidarme ¿Y por qué no lo haces? Porque aprendí a no esperar nada de nadie y menos de ti.

La bruja hervía, podía sentir como el odio excedía su ser debido a la magnitud de su potencial, dejando un aura a su alrededor como si su figura estuviera santificada de aquel sentimiento. La rabia y el odio era algo atemporal que no tenía limitaciones a ninguna criatura de Dios o Lucifer, pero para ellas poder experimentar de un nivel tan irracional del sentir requería ser pasionales, por algo o en su caso por sí mismas, y no cualquiera podría regodearse de tamaña sensación ¿Disfrutaban de sus brotes? Eran su adicción y perdición, una se los infringía a la otra como un círculo vicioso donde cuanto más se lo alimentaba, más se lo padecía y disfrutaba al fin de cuentas. Malena estaba en el éxtasis, incluso podría mentirse a sí misma sino podía sentir el hervor y la temperatura de su propia sangre sobre todo en sus manos entonces fue cuando ¿Dónde estás? ¿Dónde diablos se había ido ella? Nada tendría fin sino podía regodearse en su cara, su independencia dependía exclusivamente de ella y perderla en ese momento no tendría sentido. Sus ojos se abrieron todavía muertos, el ardor de su cuerpo concentrado en sus manos que al verlas no puedo hacerlo, estaban enclavadas a las vigas de madera que soportaban el imponente escenario. Era una puta, ELLA LA HABÍA DEJADO AHÍ! Sus gritos no fueron de agonía sino de rabia extracorpórea demasiado grande como para poder contenerla, pero tan pronto como arribó, partió y la joven quedo inerte donde estaba, en la única posición que se le permitía. El calor que antes sentía ahora comprendía que era su propia sangre pero no había terror por lo macabro que parezca. Él hablaba de fondo dialecto que ella no prestó atención suficiente como para comprender.

Loca en sus sentidos, la cordura de ella solo era la antítesis de Malena cuya enfermedad recalcaba en su ser. Creer que estaba cuerda era la máscara de su demencia que parecía había funcionado demasiado bien incluso para burlar a un perfeccionista que ya la estaba aburriendo en una función demasiado predecible. Sin comprender si ella continuaba en silencio, su espalda se arqueó y sus músculos debieron hacer un esfuerzo descomunal para poder incorporarla, sentándose sintiendo dolor por primera vez en mucho tiempo, cuando sus manos fueron arrancadas de sus esclavas, atravesando con su piel y carne aquellos huesos que él había usado para aprisionarla. La sangre teñía su vestido, escurriendo cuesta abajo siguiendo la fisionomía del músculo remarcado de su pierna como si alguien estuviera pintándola, un pintor abstracto donde él solo comprendía lo que hacía con su perspectiva, el resto solo podría admirar su caos. La bruja se vio tentada en usar a su propio cuerpo como lienzo, quizá demasiado desenmascarando con su mirada lasciva su propia piel desnuda y la pintura que su cuerpo le brindaba.

Impresión mayor que él, fueron pocas las palabras que se impregnaban en su mente, hablaba demasiado y sin contenido.

-Me halagas Ciro, me concediste el papel de Cristo crucificado ¿Tan perfecto es tu nombre que sus letras forman el tuyo?

Había que estar demente para responderle a un asesino, pero todavía más para hacerlo con sarcasmo. Un gesto torcido, su ojo turquesa lo observó en silencio durante demasiado tiempo negada a hablarle no por orgullo resquebrajado, sino porque no había nada interesante de momento, antes de que sus labios fueran secuestrados por su alma mater, por ella quien le había declarado la guerra a Malena y él sería el artífice por el cual llevaría a cargo sus planes ¿Podría ser aliado de ella y enemigo de Malena al mismo tiempo? Solo había una forma de comprobarlo.

-Píntame.

Esta vez, su mirada lo observaba con atención correspondiendo la seriedad de su voz. No atentaba contra su poder sino que lo ponía a prueba. Era fácil ser el tirano pero era más difícil investigar los límites de sus dominios. Malena era el lienzo, su sangre la tinta y él, Ciro, el artista.


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Mensaje por Invitado Dom Mar 10, 2013 7:53 am

Había llegado a un punto en el que las palabras de la bruja, aún más que antes, me entraban por un oído y me salían por el otro, sin causas absolutamente ningún efecto en lo que había entre ellos: la mente más brillante que existía en el universo. No solamente por eso, porque ella nunca podría alcanzar el nivel intelectual para mantener una conversación conmigo, sino también porque, en fin, no me gustaba tener que aguantar a gente tan reacia a aceptar que yo era lo mejor que les había pasado porque tal grado de estupidez resultaba incluso ofensivo para una brillantez como la mía, y ella no dejaba de demostrarme que su locura era más bien una muestra de estupidez. Seguro que cuando era pequeña se le había caído a alguien de cabeza de la cuna....

Hablar con ella, por mucho que su sangre tan caótica hubiera estado deliciosa, era una absoluta pérdida de mi tiempo eterno, como estaba revelando a cada momento que su voz rompía el silencio. ¿No se daba cuenta de que si no tenía nada que decir era preferible escucharme a mí antes que escucharse a sí misma? Evidentemente no, porque de lo contrario dejaría de hablar para decir idioteces que buscaban desafiarme y, en realidad, no conseguían más que provocarme aburrimiento y la convicción de que alguien tan sumamente inferior a mí no se merecía nada de mi divinidad.

Era normal que los humanos, especialmente los brujos, se quisieran resistir a los vampiros, lo había vivido durante toda la eternidad y aquello no era ninguna novedad. Creían que por contar con algunos hechizos en latín o griego, sobre todo, pero en idiomas más antiguos los que más poderosos se creían, iban a ser capaces de borrar de la faz de la Tierra al mayor depredador que existía y que estaba diseñado especialmente para destrozarlos de todas las maneras posibles, y por eso plantaban cara y no se rendían aunque fuera lo que tuvieran que hacer.

Ella, demente de boquilla pero no tanto en realidad, no era una excepción a esa máxima, y por eso no pudo evitar incorporarse del suelo al que la había clavado con huesos, un buen trabajo pese a lo rústico que me había quedado sin mayores instrumentos de tortura que aquellos, y no contenta con ello exigirme, a mí, con lo hilarante que resultaba su intento de sobreponerse a quien sólo podía aspirar a admirar. Yo tampoco pude evitarlo: me eché a reír a carcajadas cuando ella se calló, y fue ese sonido, infinitamente mejor, lo que sustituyó a su voz rota, tan estudiada como su demencia, tan poco seria como ella.

Oh, espera, que lo decías en serio... – espeté, y volví a reírme con ganas, como si me hubieran contado un buen chiste, ya que tal era el caso en esa situación. Todo lo que decía me parecía tan poco cierto, tan absurdo incluso, que era sólo cuestión de tiempo que me echara a reír como lo estaba haciendo, con sinceridad pero con un matiz (inevitable, por otra parte) algo maléfico, si es que se quería llamar así, aunque más bien era que podía parecer un asesino en serie como esos humanos que se creían vampiros y se creían con derecho a actuar como tales.

Por fuerza que tuviera y por mucho que pudiera soportar el dolor, del que no se había quejado pese a que para entonces ya hubiera tenido una buena dosis del mismo, seguía siendo humana, y la sangre que había perdido la iba debilitando poco a poco, a un ritmo que a ella le parecería imperceptible pero que a mí me resultaba más que evidente por la de veces que había estado en contacto con esa técnica para noquear lenta y dolorosamente a un humano.

Las personas tienen unos pocos litros de sangre en su interior, nada más, pero una vez se alcanza algo así como la mitad de lo que tienen la vista les empieza a fallar y las energías les caen en picado. Seguro que los curanderos le pondrían algún nombre a esa patología que llevaba existiendo desde que los humanos eran tales, pero eso no quitaba que yo la conociera y la utilizara en mi favor, como en aquel momento, ya que entre el mordisco de antes y la sangre que manaba de las heridas de sus manos era cuestión de tiempo que cayera rendida o, incluso, que muriera, si no frenaba el flujo.

¿Que te pinte, bruja? No, yo no acepto órdenes de nadie que no sea yo, y mucho menos voy a aceptar algo así que venga precisamente de ti. Además, ya lo estás haciendo tú solita gracias a mí, ¿es que no te ves? – repliqué, aún con tono divertido en la voz y con la mirada clavada en su cuerpo, cada vez más ensangrentado, cada vez más apetecible, pero al mismo tiempo cada vez más débil, con un corazón que se esforzaba en latir más fuerte pero que sólo conseguía desperdiciar su sangre.

Cogí los restos de hueso que había utilizado para clavarla y los contemplé bajo la luz mortecina del teatro, llenos también de sangre. Era el escenario en el que nos encontrábamos el más propio para alguien como yo, un vampiro sediento del líquido carmesí que nos daba la vida inmortal de la que disfrutábamos con mayor talento, si se era yo, o menor gracia, si no se era yo, y resultaba que pese a los cadáveres y la que estaba en proceso de convertirse en uno ya me estaba aburriendo. La muerte le sobrevendría de manera natural, si iba por ese camino, así que podía ir a dedicarme a cualquier otra cosa.

Un nombre sólo tiene el valor que se haya ganado a lo largo del tiempo, Ciro sólo es uno de los muchos que he tenido, pero te aseguro que todos, sin excepción, han sido bastante más perfectos que el de Cristo... como no podía ser de otra manera, claro. – expliqué, inútilmente porque pasara lo que pasara no estaba destinada a ser consciente de mi grandeza en pleno, así que decidí cortar por lo sano.

Me acerqué a ella y la miré con total indiferencia, lo que había terminado por provocarme junto a un aburrimiento incluso superior al que había tenido al empezar la noche, y valiéndome de su debilidad táctica por la pérdida de sangre le di un golpe en la nuca, que no la mataría porque no había sido demasiado fuerte pero que sí la dejaría inconsciente lo suficiente para irme sin tener que aguantarla más rato del necesario.
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Mensaje por Malena Schreiber Mar Mar 12, 2013 10:49 pm

"By believing passionately in something that still does not exist, we create it. The nonexistent is whatever we have not sufficiently desired” – Franz Kafka.


Una niña pequeña jugando, observando al sol preguntándose si quemaría al punto de derretirla como decía el cuento sobre Ícaro que su madre le había contado. Extendiendo sus brazos con pánico pero fascinación en sus ojos descubrió que estaba a una distancia segura, sus alas jamás se derretirían y podría volar tanto como quisiera porque no había peligro ¿Solo eso, Malena? ¿Ese es el recuerdo feliz de tu vida para que transcurra en un minuto? Restan 50 segundos. Su sarna empedernida en desconcertarla incluso en la intimidad comenzaba a agobiarla, su mente vagaba perdida por un mar de recuerdos sin nombres, mientras ella luchaba por obligarla a entreabrir sus ojos para cortar con la vida más privada de Malena y obligarla nuevamente a recaer en el mundo terrenal que las violaba. Constantemente segundo a segundo, fecha tras fecha. Los sueños son recuerdos borrosos de la vida pasada, que NO se te olvide. Una palabra remarca la violencia de la siguiente con un ímpetu en su voz que resonó por todo su cuerpo, erizando hasta el último de sus vellos incluidos los más íntimos.

Las cicatrices nos enseñan que el pasado fue real y condescendiente a ella o no, Malena logra entreabrir sus ojos con más esfuerzo que el habitual. Su cabeza daba demasiadas vueltas y todo empeoró cuando un grito la aturdió. Sus manos se aferraron a sí misma buscando su propio consuelo sin encontrarlo. Ardía, todo dentro de sí estaba tensionado por una corriente eléctrica que la obligó a cerrar sus ojos buscando calma. Ese era el precio a pagar por dejar de escucharla finalmente. Demasiado aturdida solo quedó reducida a sí misma. Y era en el punto en que una persona o ser se valía por sus propios medios cuanta más pena valía ¿Pena? Más valía. Ella enfermiza de su independencia volvía a condenarla a sufrir, podía sentir como el calor disminuía, presa de un gélido frío recorriendo sus manos que antes atestiguaron llamas. Su respiración agitada en una guerra por el espacio entre su corazón y sus pulmones obligó a Malena a abrir precipitadamente los ojos, tensando hasta la última de sus articulaciones. Sentía frío contra su piel causado por el sudor que la bañaba, pero se congeló cuando una sonrisa cínica se clavó en su sien. Ella estaba de vuelta.

Observó sus manos, ahora intactas al igual que cualquier laceración que antes hurgaba en su piel ¿Qué mierda has hecho? Borro tus cicatrices, querida ¿Por qué? Porque yo soy tu maldito presente y nada te atara a tu pasado ¿A qué le temes?

-Polifacético ¿Cuál fue tu preferido?

¿La estaba desafiando? Ignorándola optó por hacer lo que más la enfadaría, concederle a alguien el don de la palabra dejando de lado su propia voluntad atentando contra su orgullo, lo único que se negaría a perder. Su mirada lo observaba, no lo comprendía ni a él ni a su perfección ni tampoco quería hacerlo. Si él no aceptaba su demencia NUESTRA. El fervor de su sangre bajo sus venas obligaba a entender lo resentida que ella estaba. De acuerdo, nuestra demencia, no era más que un quiebre en su perfección. Ellas lo aceptaban ¿Te estás encariñando de su “maldad”? No, disfruto de su claridad de la oscuridad. Siempre tan ambigua e insensata Malena. Su humor se recuperaba de a poco, haciendo que la bruja se incorpore lentamente sobre sí. La sangre escurre dejando tenues hilos escarlatas en tu piel y melena dándole un tinte castaño oscuro. Pero la fuente de tintura se había cerrado, aclarando el tono de los restos sobre su piel pero no la necesitaba. No eran sus ojos los que buscaban ¿Y si él sabía? No, no iba a ¿Cómo sabes? No Malena, basta.

-Obtuso.

Sisea, ladeando su cabeza ¿Cuál de las dos había sido? Malena torna sus ojos dejándolos en blanco mientras ella se pasea por entre sus entrañas, ignorando lo que acababa de escaparse por entre sus labios. Entonces la mirada de ambas se centra en un objeto lejano que había encarnado su vínculo con el mundo. La imagen hubiese sido teatral, de hecho lo era. Un vestido cubriendo a una joven, ella teñida de escarlata y solo faltaba eso. Hacia la izquierda el gran piano de cola oculto al público ocupaba un espacio predeterminado.

Embelesadas, casi lascivas lo rodean acariciando el roble de tu tapa, dejando un hilo carmín proveniente todavía de la tinta fresca de sus manos. Sus pies corrieron con dificultad el banquillo haciendo un chirrido estridente contra las vigas, todavía débil y con respiración agitada. Ninguna dijo nada, pero podía sentir un hormigueo en su mano derecha. Ella quería empezar, Malena se apresura por apoderarse de la izquierda y comenzar una carrera imbatible por ver cual dictaría el ritmo.

-Sino dudas de tu poder, entonces tienes miedo al desafío Ciro ¿Lo tienes? ¿Sientes miedo?

Miedos eran los que se escondían tras las decisiones, miedo de que las opciones que dejas detrás sean las correctas. Instinto, intuición, ansiedad. Todo podía marcar la diferencia y allí estaban. Si quería mantener su mantra de perfección que le repetía a ella y se repetía a sí mismo una y otra vez tendría que hacerlo. El orgullo puede llorar una pérdida o buscar la forma de reemplazarla. En el caso de los cínicos enfrentados en las tablas, ninguno podía demostrar que en el fondo eran pedazos de una grandeza pasada. Segunda opción. Y sus manos cayeron en las teclas para que todo comenzara a fluir. Escuálida y cítrica, parecía inoportuno que aquel resto de lo que supo ser una joven poseyera una habilidad inusual pero innata con aquel piano emulando una sinfonía poco conocida, la número octava de Bach.

-Píntame, sigue el ritmo, o hazlo tú.

¿Estaban cediendo, en parte? ¿O lo estaba invitando a establecer las normas del juego? Su perfección era su principal defecto ¿O sería quizá un cobarde? SHH. Era obvio que ella estaba tomando el mando relegando a Malena desconcertada a un segundo plano, siendo esa la causa de su nueva cautela y razón. Todo era cuestión de intentar con un terco hasta encontrar la ecuación que lo equilibrara. Si funcionaba, si funcionara…



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Mensaje por Invitado Lun Abr 15, 2013 10:09 am

Apenas unos segundos después de que ella entrara en la inconsciencia salió de ella porque, al parecer, la maldita bruja tenía unas ganas de jugar conmigo totalmente opuestas a las que tenía yo de jugar con ella, ya que mientras las suyas sobrepasaban lo excesivo las mías brillaban por su ausencia. Puse los ojos en blanco, aunque no llegó a verlo porque seguía de espaldas a ella, y me detuve, sin siquiera girarme porque ¿para qué iba a hacerlo? ¿Para que intentara volver a subírseme a las barbas? Era gastar demasiado de mi valioso tiempo con alguien que solamente servía como aperitivo de medianoche, así que la dejé hacer sin inmiscuirse.

¿Y con qué se decidió a entretenerse? Con intentos de insulto que tenían tan poco fundamento como ella y, también, con una melodía de piano. Vaya, qué originalidad, casi era capaz de hacerme quedar a mí como aburrido... No, pero en realidad ella parecía creérselo, ya que ¿por qué, si no, se había puesto como lo había hecho? Además, en cuanto me giré para que viera mi cara de aburrimiento me di cuenta de que si su olor a bruja había aumentado su aura ya brillaba como una tea ardiendo en medio de la habitación porque había utilizado sus poderes para eliminar las heridas de su cuerpo. Ah, no, eso sí que no...

El miedo está hecho de inseguridad, la inseguridad nace de tener algo que perder, y yo no lo tengo porque nadie está en posición de arrebatármelo, así que el miedo no es para mí. Jamás lo he tenido, ni siquiera cuando era humano, y no solamente por haber sido educado para carecer de esa limitación, que también, sino más bien porque ya entonces no tenía motivos para temer. – comenté, como quien habla del vuelo de una mosca en una habitación, y entonces me acerqué al piano, que ella estaba haciendo sonar, para apoyarme en la tapa de madera que podía aguantar muchísimo más que mi peso, seguramente incluso podría con el de los dos... Interesante.

Me dio absolutamente igual que ella estuviera haciendo lo que estuviera haciendo, porque la idea se abrió paso rápidamente en mi mente y enseguida quise llevarla a la práctica. Me acerqué a la banqueta del piano sobre la que ella estaba y la cogí de la ropa destrozada con tanta fuerza que la elevé en el aire como si no pesara más que una pluma... porque realmente poco más que eso me parecía, ya que era un saco de huesos y carne que no tenía apenas grasa y que únicamente por su altura podía decirse que tenía cierta entidad, pero ni por esas. En cualquier caso, la empotré contra el piano y la dejé tumbada sobre su superficie, inmovilizada por mis manos, que estaban en sus rodillas. A un tiempo, le di una patada a la banqueta para tener mejor acceso a ella sin estorbos de por medio y la miré con una ceja alzada.

No tiene ninguna gracia pintarte si borras todo lo que he hecho hasta ahora en ti. ¿Lo entiendes o necesitas que te lo explique? Si te vuelves a curar se acabará el juego, partiré tu cuello como si fuera una brizna de hierba y ninguno de los dos lamentará que tu vida ya no exista en este mundo, así que sé una buena bruja y actúa de acuerdo con tus propias palabras. – expuse, encogiéndome de hombros y apretando sus rodillas con las manos, de tal manera que sus huesudas articulaciones pronto chocaron con la madera que las sostenía con un sonido hueco, como de castañuelas. De rodilla para arriba podía moverse sin ningún problema, y ni siquiera era mi intención impedírselo (de serlo, lo haría), así que bien podía ponerse a brincar si le apetecía porque eso no iba a detenerme.

Con deliberada lentitud, le subí la escasa tela que cubría sus piernas para dejar a la vista la totalidad de sus muslos y su ropa interior protegiendo el cúmulo de entre sus piernas. Sin embargo, en contra de lo que podía parecer, no era eso lo que me interesaba, ya que ella era demasiado inferior a mí como para merecerse semejante trato de favor por mi parte. Ni siquiera iba a tomarla por la fuerza, pues tampoco merecía mi humillación ni más atención por mi parte que la que iba a prestarle, ya que al fin y al cabo no era sino un contenedor de sangre de tamaño humano que de vez en cuando se curaba para volver a permitirme beber de ella, que me incitaba a hacer lo que me apetecía hacer.

A juzgar por tu cara, han estado entre tus piernas tantas veces que ni siquiera te sorprende cuando hacen esto. – comenté, divertido, y para dar más énfasis a mis palabras se las abrí para que me enseñara lo que escondía y que, en realidad, no era ningún secreto para mí. Al fin y al cabo, esa era la zona donde más se solían parecer las mujeres, y no tenía nada que no hubiera visto ya unas cuantas veces. – Puede que tú no lo recuerdes, pero eso es algo que tu cuerpo no olvida tan fácilmente como si lo puede hacer un cerebro deteriorado como el tuyo. – añadí, y bajé la mirada a la parte superior de sus muslos para, después, deslizarla por su piel hasta sus ingles, donde la centré. Justo donde debía estar, una gruesa vena palpitaba débilmente en la cara interior de sus muslos, igual que tantas otras veces.

Le deseaba suerte, de manera figurada, con esa herida, realmente iba a necesitar hacer un rápido acopio de magia para curarla antes de que la debilidad por la acelerada pérdida de sangre fuera demasiado para ella y no lo aguantara. Matarla era mancharme demasiado las manos con alguien que no valía tanto la pena, pero beber de ella de una de mis zonas favoritas en una mujer... bueno, eso era algo que sí podía hacer. Además, el flujo de sangre de la herida mancharía sus muslos como el resto de su cuerpo había sido manchado por el líquido carmesí, y el contraste la haría más hermosa que como era entonces, simplemente exótica con aquella mirada heterocroma.

En apenas un instante, y sin delicadeza alguna sumergí la cabeza entre sus piernas simplemente para morder su ingle, rasgar su piel, hincar los colmillos en su vena y que se produjera una explosión del líquido en mi boca cada vez que su desenfrenado corazón palpitaba. La velocidad de salida de la sangre era enorme, y me estaba poniendo las botas verdaderamente con todo lo que estaba bebiendo de esa sangre suya tan caótica y exótica propia de una bruja, sí, pero de una bruja loca. Aquello era lo único que estaba dispuesto, por el momento, a aprovechar de ella, así que más le valía disfrutarlo, aunque seguro que no lo estaba haciendo tanto como yo...

Tras unos segundos me aparté, con la boca ensangrentada y los colmillos increíblemente visibles a través de mis labios entreabiertos. La herida que mostraba la marca de donde la había mordido brillaba roja en su ingle, y era continuamente regada por un flujo que no se detenía porque no había elegido una vena más, que no tenía la mayor importancia, sino una de las más importantes de su cuerpo, algo que si se seccionaba exactamente como yo lo había hecho no tardaría en matarla.

Normalmente con una herida así tendrías unos minutos, pero con la sangre que has perdido antes y la que he bebido yo calculo que te calcularán unos veinte segundos, más o menos. Yo que tú me daría prisa, si es que no quieres morir. – advertí, aunque en mi tono no había la mayor preocupación por lo que le pasara, ya que mi propia atención estaba centrada en lamer la sangre que quedaba en mis dedos.
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Mensaje por Malena Schreiber Mar Abr 23, 2013 4:25 pm

“I had nothing to offer anybody except my own confusion.” - Jack Kerouac

Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno. Las únicas personas que consideraba como tales eran los insanos, los que estaban demasiado locos como para vivir, locos para caminar, demasiado perdidos como para ser salvados, deseosos de todo al mismo tiempo, los que nunca gritaron o hicieron queja absurda alguna, que ardían, ardían como velas romanas amarillas explotando como si fueran arañas en el cielo. ¿Por qué si las consideras personas, las condenas al cielo? Porque no podemos ser como ellas. ¿Y el plural? Él tampoco. Toda nuestra miserable vida se esfumó frente a nuestros ojos, y fue entonces cuando me di cuenta que no importa lo que hagas al final estas destinada a ser una pérdida de tiempo así que es posible que me vuelva loca. La sonrisa sarnosa de la bruja no llego a elevar sus comisuras remarcando unos labios canónicos, mas pálidos que de costumbre dejando el color de las rosas para ser una flor ya marchita. Las punzadas no eran por ella quien permanecía absorta en el silencio tratando de leer entre líneas de sus palabras, se sentía demasiado cansada, agotada como si el esfuerzo descomunal que hacía a diario para seguir viva ahora se haya transformado en un mal necesario ¿Y quería hacerlo? Lo harás Malena, porque yo lo digo. Porque te gusta el éxtasis de mi maldita mente.

No era el miedo lo que los iluminaba, sino su propia aura lo que le dio color sus ojos llevándolos al límite de su expresión. No era un simple celeste en conjunto con un verde, eran fuego y hielo, tan disimiles como cercanos. El se había detenido para volver hacia ella, recostada con su hombro como bastón contra el instrumento. Sus facciones desencajaron por unos segundos con su gloria auto acreditada pero no, la desgracia ajena no le daba orgullo y esta ni siquiera logró entretenerlas aunque fuera por unos cortos segundos hasta que irrumpió su voz gruesa. La joven lo miró cuando su sonrisa se volvió en una leve carcajada frente a sus palabras.

-Sin temor todo es más aburrido, o más fácil de aprovechar.

Caprichoso, manipulador, mentiroso, ególatra, brusco, anárquico y psicópata, recio, tenaz, testarudo. Egocéntrico, arrogante, orgulloso, altivo, impertinente, insolente. No Malena, no es así ¿Entonces? Un día encontraras la palabra adecuada, y va a ser simple. Ciego. Casi. La perfección lo vuelve demasiado predecible. El ardor de sus propios labios por los dientes intrincados contra su carne la hizo connotar de la fuerza que estaba haciendo para que ella no los provocara a emitir sonido. Carajo ¿LO HICISTE? Si ¿Qué cosa? Cínica, su mirada fue la que enclavo la del muerto.

-¿Sabes cuál es el sueño de los hombres? La esperanza de poder morir y no solo vivir a través de otros sino darles vida, y no solo vida sino esa maravillosa conciencia de vida, pero tú solo te tienes a ti mismo. Quizá es eso lo que tenemos en común, no lo sé, no me importa y no hace ninguna diferencia.

Si estoy loca no es por ti, sino por mí. El sarcasmo reclamaba sus palabras como la muerte las almas. Era claro que a ninguno le importaba el otro, entonces algo la quemó. Ciro la tomó y aprisionó contra la madera, demasiado dura como para darle una bienvenida acogedora. Sus manos, sus movimientos, su poder la había afectado y ahora cada centímetro de la piel con que la tocaba eran llamas que se prendían corriendo por su cuerpo como una corriente eléctrica arrancando gritos de sus fauces, de un dolor tan profundo que no tenía contraste con nada sistémico. Las amenazas eran nada, prefería que la asesinara a que la siguiera reteniendo con su piel contra la propia. Pero entonces hizo algo que no comprendió, podía lastimarla físicamente pero nada era peor que lo psíquico. Muchos hombres, acostumbrada… sus piernas no tenían escapatoria, pero no fue la mordida contra su piel sino una cicatriz en su vientre la que concentró todo su dolor. Sus parpados pesados cayeron contra sí arrugando sus lagrimales que se negaban a explicitar que la había tocado en más sentidos de los que podía imaginar. Sus pensamientos y ella se agotaban en cada gota que le drenaba para su propio regocijo consumándola en un odio que le arrebató cualquier rezago de razón mientras yacía contra la tapa, donde antes se revolcaba como tortura, ahora se ahogaba en la rabia. Terminó. Lentamente, más muerta que viva se incorporó para observarlo frente a sí, con sangre de autor en sus colmillos y labios, quería matarlo en ese preciso momento pese a la palidez que afloraba en su piel por la pérdida de sangre, resaltando más sus facciones demasiado exóticas como para que la plebe sepa apreciarla.

Fuerza o no, la mano lábil de la joven atronó contra el aire, alzándose para impactar de frente contra una mejilla de mármol, angulosa y quizá demasiado grande para haberla golpeado en su completitud. El aire escapó en un ruido sordo cuando la carne propia y ajena quedaron atrapadas entre si y no era su frío ni el tenaz flujo de sangre que ahora se acumuló en su palma derecha lo que sintió. No lo lastimó ni tampoco pretendía hacerlo porque no era ilusa, tenía demasiada noción de la realidad, más de lo que ella quisiera. La rabia irradiaba de sus ojos resaltando todavía más la heterocromía extravagante que le había dado la vida. Su respiración agitada colapsó cesando inesperadamente a la par de que su mano caía hasta encontrarse nuevamente con la tapa de cedro de aquel piano de cola ¿Nuestro lecho? El fervor opacó su palidez para darle una tonalidad rosada a sus pómulos ahora remarcados por la presión con la que mantenía presionada su quijada.

-Eres perfecto y ese es tu Karma, no me metas en tus mierdas Ciro. Te importa un carajo lo que diga o deje de hacer, te importa una mierda dejarme viva, muerta o torturarme, te importa todo una gran mierda y no me importa que no te importe ¿Y ahora quieres destruir mi vida? Llegas tarde.

Fueron 13 segundos en los que el sosiego cazó a sus neuronas desprevenidas. La voz de Malena era calma contrastando contra un cuerpo que se perdía, caprichoso de sus instintos impulsivos atados a ella, su nexo entre la razón y la perdición quien ahora tomó el mando del caballo desbocado.

-No lo haré, admira tu intento de obra. Me siento culpable por ser parte de la raza humana, tu honrado de ser vampiro, pero recuerda que una vez fuiste lo que ahora ignoras.

No había desgracia que por mal no venga, pero él no era causa de la suya. Su cuerpo parecía más una muñeca sanguinaria que una persona cuando con las pocas fuerzas que quedaban contrajeron los músculos para poder ponerse de pie tambaleando, sintiendo algo que no tuvo que vislumbrar para saber que un hilo grueso de sangre caía precipitado como tinta de una pluma, rodeando la completitud de tu pierna como una serpiente asfixiando a su presa. El contraste de la blancura contra el escarlata eran rosas en la nieve, pero a ella solo le importaba salir de él. Quería buscar su maldita libreta e irse, sintiendo como sus muslos se deslizaban entre sí a cada paso mientras usaba el piano de guía para alejarse de Ciro, debía de ser por la sangre que ahora impregnaba el ambiente de un olor símil al azufre. La vida en si era una hoja en blanco y en vez de llenarla con lo que carajo quisiera, la había roto y quemado, demasiado como para dejarle algún resto de papel para que el destruyera parte de su libro. Malena, tenemos que irnos y no detenernos hasta que lleguemos allí ¿A dónde? No se pero tenemos que ir. Ella tenía miedo, TENÌA PANICO. Sus ojos vislumbraron un segundo de conforte, para volverse oscuros, quizá por la pérdida de sangre, o por la realidad que la acechaba en forma de un hombre rubio, demasiado perfecto para coexistir consigo mismo.

-La amabilidad es lo más salvaje que hay, si quieres serlo dejanos en paz.

La amenaza estaba latente mientras enderezaba sus pies para intentar mantenerse firme cuando sus manos abandonaron la seguridad de la estabilidad, para dejarla librada al azar. Ofrecerle a alguien lo que secretamente desea lo lleva inmediatamente a ser afligido por el pánico, pero la imposición estaba planteada cuando se las arregló para darle la espalda quedando de frente a la escalera en el momento en que sus fuerzas la traicionaron, sintiendo como sus piernas perdían contacto con el piso de madera.



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Mensaje por Invitado Dom Mayo 05, 2013 9:36 am

A veces, y sin que sirva de precedente, los humanos tenían razón. Fueran de la raza que fueran, sus mentes en ciertas ocasiones eran capaces de mostrar una lucidez parcial que los asemejaba a la razón que yo tenía siempre y que era tan inherente a mí como mi perfección, que quedaba fuera de toda duda. Ese don, sin embargo, no les salía a colación casi nunca, y resultaba casi tan dudoso que muchas veces pensaba que era pura coincidencia que tuvieran la razón en determinadas ocasiones, contables con los dedos de una mano, y además había individuos particulares que me borraban la creencia de que les fuera posible pensar como yo simplemente por cómo se comportaban. La bruja era, precisamente, uno de esos individuos.

No había dejado de insistir en sus patéticos argumentos para tratar de demostrarme que ella tenía razón y yo no era más que alguien que se creía diferente a los demás sin serlo, evidentemente sin éxito porque de entrada luchaba contra la realidad de que yo era superior en todos los sentidos de la palabra. Por mucho que la hubiera herido, y vaya si lo había hecho porque estaba tan falta de sangre que cualquier heridita, por pequeña e insignificante que fuese, la dejaría tumbada en el suelo presa de la debilidad, no había sido capaz de retractarse ni siquiera un poco, y mientras que a otros su testarudez le hubiera podido parecer deliciosa a mí sólo me parecía digna de ser ignorada.

Era más que evidente quién había ganado en aquel encuentro entre nosotros, ya que sólo había que vernos (y, por complicado que pudiera resultar, pasar un momento por alto mi magnificencia para tratarnos en el mismo plano, aunque fuera un insulto para mí que se hiciera por mucho que fuera durante un instante) para ver quién estaba en una mejor posición. No necesitaba hacer absolutamente más para ponerme por encima, una localización que me correspondía por derecho y por naturaleza, pero sin embargo iba a hacerlo porque ella había dicho su última provocación.

En realidad, sus palabras me la resbalaban profundamente, bien podía decir lo que quisiera, como había estado ya haciendo, que a mí me importaría más bien poco el contenido oculto tras esas cosas que salían de su boca. Lo que ya no me gustaba tanto era que quisiera ponerse por encima de mí mediante órdenes que camuflaba como si no lo fueran. Por favor, ¡yo era Ciro!, no había mejor experto en exigir cosas que yo, y reconocía sus patéticos y pueriles intentos a la perfección, sin necesidad de que ella insistiera demasiado.

¿A quién creía engañar con que la amabilidad sería la mayor forma de crueldad que podría hacerle? Iba de torturada, pero en realidad era sumamente inteligente si no era capaz de pensar que podía ser mucho más efectivo a la hora de herirla que siendo amable. Podía fingir que su vida no le importaba lo más mínimo, había humanos así de estúpidos en todas las épocas sociales que me habían demostrado que la estupidez de las personas no tenía fin, pero a la larga era tan animal como los demás y, si la pinchaban, se defendía, de la misma manera que su instinto reproductivo la haría sentir la necesidad de prolongar la existencia de su especie. Era igual que el resto, pero pretendía no serlo y, para ello, se escudaba en su locura. ¿Y luego era yo quien casi podía considerarse un cliché...? Por favor.

He sido humano, sí, pero nunca he sido como los demás, ni siquiera entonces. – respondí, con tono de voz no demasiado alto. La ventaja de estar en un auditorio como aquel, en medio de un teatro, es que habían aprendido la lección que les enseñamos magistralmente en Epidauro y la acústica era lo suficientemente buena para que cualquier sonido rebotara y no fuera necesario alzar demasiado la voz para que ella, que estaba huyendo como una cobarde, lo escuchara.

Había insinuado que yo ignoraba a los humanos, y efectivamente así era, puesto que sólo los utilizaba a mi favor cuando a mí me beneficiaba. Lo que ella no sabía, y no creería porque significaría abandonar su equivocada concepción sobre mí y la realidad, era que yo había sido extraordinario incluso como humano, un rey que había sobresalido por encima del resto, el mejor guerrero que mis tiempos habían alumbrado, y en definitiva la definición cercana a la perfección que sólo había alcanzado después, cuando, en terminología de uno de mis compatriotas, había actualizado la potencialidad y la había convertido en acto.

Merecía, por eso, ser castigada, ya que su estupidez resultaba ofensiva. Entre eso y que quisiera ordenarme algo y que yo, precisamente yo, la obedeciera, algo estúpido porque no escuchaba las órdenes de nadie que no fuera yo ya que todos los demás estaban equivocados casi siempre, especialmente si eran humanos, estaba más que claro para cualquiera que tuviera un par de dedos de frente que no la iba a dejar irse de rositas, pero seguro que ella no lo sabía. Confiaba demasiado en sí misma, o en todas las ella misma que escuchara dentro de su cabeza, eso me daba absolutamente igual porque, a la larga, sólo era multiplicar el mismo error.

El mundo de su interior le resultaba tan intenso que era incapaz de ver lo que sucedía fuera, y por eso mismo no podía prever sus errores conmigo, un error que yo no iba a perdonarle. ¿Para qué? Eso significaría mostrar clemencia, y esa era una palabra que no entraba dentro de mi vocabulario, porque la creía enormemente sobrevalorada y, sobre todo, no era algo que fuera con alguien que prefería ser cruel. Con la crueldad viene la sangre, con la sangre viene el éxtasis vampírico, y con el éxtasis viene la satisfacción, que a la larga era lo que todos buscábamos, de una manera o de otra.

Ella quería ver cumplida su locura y, así, que quedara satisfecho su deseo de ser diferente. Yo quería satisfacer mis caprichos. En eso sí éramos iguales, pero lo que nos diferenciaba y volvía a ponerme por encima de la bruja loca con la sangre caótica era que yo tenía unos objetivos muchísimo mejores que los de ella. ¿Podía decir lo mismo alguien que ni siquiera era consciente de su locura o que, si lo era, la utilizaba para defenderse contra el mundo? Era débil. Era tan increíblemente débil que quería hacerse la fuerte para luchar contra quienes la habían herido. Qué... ¿enternecedor?

Te equivocas en una cosa. Yo no soy amable. Y no necesito recurrir a esa clase de técnicas para ser salvaje, porque como puedes ver el estado de tu cuerpo habla por ti y, bueno, me eleva a la categoría que me merezco. ¿Qué se siente, bruja, cuando algo que te pertenece te traiciona? Tengo curiosidad, a mí nunca me ha pasado ni tampoco me pasará. – sentencié, encogiéndome de hombros y, después, valiéndome de mi velocidad para seguirla y atraparla antes de que cayera al suelo.

Lo que para cualquier persona, con demasiado peso de una cultura estúpida basada demasiado libremente en la mía, podía haber parecido algo romántico o que me estaba retractando ya de mis palabras no era más que el final de su castigo. Ella quería que la dejara en paz, y yo no quería hacerlo, era evidente cuál de las concepciones iba a ganar aquella suerte de batalla (aunque llamarla así era darle demasiada importancia como enemiga, y no la tenía porque no era capaz de llegarme ni a la suela del zapato), así que no resultaba ninguna sorpresa para nadie, o no debería hacerlo, que después de cogerla en brazos enterrara la boca en su cuello y, con mis colmillos, agujereara una nueva zona.

La sangre empezó a manar enseguida, aunque lentamente porque no había alcanzado uno de los vasos más importantes y porque su corazón latía lentamente, cercano a pararse. Aquella vez, sin embargo, ya no bebí, dejé que el reguero rojo cayera al suelo y sobre mis ropas y se mezclara con la ya existente porque se suponía que le estaba enseñando una lección, ¡cómo iba a darle el enorme privilegio de volver a beber de ella si lo que quería era castigarla por su osadía! Además, estaba saciado de antes e incluso de cuando la había probado por primera vez, así que no era demasiada tentación el fino hilillo que le caía de cada una de las heridas provocadas por mis colmillos. Sólo entonces la dejé en el suelo y me separé.

Tienes razón, tu vida ya está destruida sólo por ser quién y cómo eres. Yo simplemente le he dado sabor a tus últimos momentos y te he puesto el listón muy alto respecto al disfrute de tu agonía y las posibilidades de herirte. Lo sé, lo sé, es un enorme privilegio, que sin embargo tú no aceptarás porque eso implicaría darme la razón y parece que te lo prohíbe tu religión. No te preocupes, me doy por enterado. Ahora, ya puedes morirte o hacer lo que te de la gana, a mí me da igual. No eres lo suficientemente importante para que llegues a interesarme más allá de esta noche. – concluí.

Tras esas palabras, ya estaba realmente todo dicho, y ella estaba muriéndose en el suelo mientras, fuera del teatro, la noche aún era joven para aquellos que supiéramos aprovecharnos de ella, como era el caso, así que dejé su cuerpecillo débil tirado y desangrándose, a punto de morir, y retomé el camino hacia la salida. Seguramente volvería a tomarme un tentempié, pero esta vez de mejor valor que el de una bruja loca. ¿Quién sabía? Las posibilidades eran tan infinitas como lo era mi elección.
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Mensaje por Malena Schreiber Miér Mayo 08, 2013 11:08 am

“No dejan que pienses diferente si lo único que importa es que su biblia este presente, pero sé que hay mucho más por ver buscando en mi y no en un papel, solo sé creer en mi verdad, sentir que algo va a cambiar, continuar no importa lo que hagan, llamando al mundo y sus verdades, gritando como un niño buscando libertad. Busco en un grito que un día escucharas.” - Frank Wedekind


Todos buscan algo que marque su vida incluso ellos, en el fondo solo deseaban despertar. Hacía 10 minutos se podía ver todo el horizonte, y ahora solo el crepúsculo. La obscenidad de la vida era pecado si eras un ignorante de la misma condenado por aquellos que si sabían, pero conocerla a fondo te convertía en un ingeniero de su mecánica y sus vicios, consciente de lo que acometías entonces ¿No tendría que ser ese un pecador mientras que los otros son simplemente víctimas? ¿Y no se era también culpable por mantener en la oscuridad a las almas vírgenes e inquietas que buscaban respuestas? ¿Y donde encajaba Malena en todo esto? Ella decidió ser ignorante del mundo, colocándola en una posición neutra respecto al asunto pero él, era la viva corrupción de la moralidad y seguía allí, altivo con sus aires de grandeza como el soldado que una vez fue, culpable y orgulloso de cada uno de sus actos. Se lo dije, y el cumple como un perro faldero ¿Crees que nos estás haciendo pagar por nuestros pecados? No cometimos tal cosa, no es nuestra culpa si es demasiado susceptible.

- Puedes ser injusto y cruel, eres Ciro, pero no sabes escuchar. Cuando me duerma y no despierte todo lo que no fue quedará atrás, los miedos que no pude soportar, la angustia que me destruyó, y si en mi tristeza ves debilidad no eres una puta perfección, no hay más que hablar. Que tortura vivir con tu orgullo, o que privilegio, depende de la perspectiva.

Su rostro era tan neutral, sin ningún surco remarcado, sus labios uniformes y sus ojos carentes de vida que obligaban a la extraña franqueza de sus palabras a que tengan peso. No era ni una ni la otra, ambas estaban haciendo su juicio sobre Ciro no por compasión ni duda. Cada uno era la perfección que quería ser y la suya era magnifica, sublime, pero una porquería como la propia.

No podría ser amable porque no lo lograría. Era perfectamente fácil ser como él quería ser, era fácil lo que ellas hacían, viviendo en un mundo paralelo regido por sus propias reglas, coincidían en que ninguno tenía una visión completa de la realidad ni tampoco les interesaba hacerlo porque la comodidad que crearon para ellos era demasiado acogedora. Los murmuros volvieron a insinuarse en su mente, atropellados, algunos hacían resonancia, pocos entre el gran palabrerío vacío del muerto en vida ¿Qué siente la traición? El era la viva imagen de la contradicción y lo había dejado en claro desde el momento en que sus ojos enclavaron en los de la bruja.

-No te interesamos, no te interesa la raza humana, no te interesa nada que no sea más que tú mismo porque tu racionalidad así lo dicta y sin embargo sigues allí, intentando irte pero vuelves. Te marchas y retornas, así es tu vida porque nada vale la pena ¿Y crees que matándome a mi suerte vas a lograr algo? Estas más jodido que yo, Ciro.

La sarna presa entre sus labios demarcados entre sus comisuras, incluso algo mas hundidas a causa de unos hoyuelos que en pocas ocasiones salían de su escondite entre los pómulos remarcados que le daban una fiereza sensual a un rostro angelical, pero no era menos que un ángel perdido en el cielo. Ella no tenía razón y Ciro tampoco, estaban igual de jodidos el uno por el otro. Era el fenotipo de perfección del vampiro, pero para ellas solo era patético por no mantener ni una sola vez su palabra y ahora estaba cobrándole a costa de su sarcasmo inmaculado en verdades. No suplicaba por su vida ni intentaba comprenderlo ¿O si lo hacía? Había cometido desde hacía horas la falacia mayor de la Perfección, ir en contra de sí mismo, y cualquier acto que cometiera luego de tal atrocidad seria consentido como una huida. Debía solucionar las cosas por su honor y quizá, ni siquiera él era consciente del error que había cometido, pero ella sí. Y ese conocimiento le daba poder, un poder sobre el vampiro que ni siquiera Ciro comprendería, pero podía sentirlo y nada mataba más que la curiosidad.

El estaba sobrevalorado por el mismo, mientras que Malena se infravaloraba tanto por ella como por sigo misma. Era una brecha demasiado grande como para que ambas partes no se vieran tentadas a torturar a la opuesta guiados por la propia indagación. Eran niños encerrados en juegos de manos que luchaban por ver que muñeco era el más grande, si por muñeco se llamaba al ego y por juegos a la instigación motivada por esa palabra que ambos renegaban al punto de evitarla en cualquier línea de pensamiento, la duda. Y era eso lo que hacía grande a los entes, lo que les daba valor, lo que era perfección en su máxima expresión. Lo de Ciro era una mera pantomima, una sombra del verdadero concepto que el solo se autodenominada. Más que perfección era soberbia y Malena, su falta de realidad le daba el carácter para focalizarse en las ideas verdaderas y no en los detalles que eran solamente para la masturbación de la mente. Pudo verlo y discernir esa brecha a la cual el ignoraba, pero todavía no se había hecho merecedor de saber de su propia miseria y tampoco iba a quererlo, después de todo a nadie le gustaba la idea de que su total existencia se basaba en mentiras cuidadosamente entramadas para darle sentido a la vida.

La mente perturbada de la bruja se basaba en las distorsiones ajenas, la maldad un sentimiento compatible con su propio centro que a su vez le brindaba la energía necesaria para subsistir el día a día. Su cuerpo se alimentaba de almas errantes como la propia y aquel vampiro con ideas mortalmente erradas pero con una auto convicción autentica de una fantasía bien lograda era sustrato para su propio cuerpo porque en sus venas fluía la sangre de la bruja. Fortaleza in vivo bajo su propio protocolo de perfección, los párpados de Malena cayeron pesadamente, sintiendo el tenue calor hacia su derecha donde las puertas de aquel templo de la dramaturgia se hacían entre los dos mundos. Parte de si estaba en él y rugía por volver con su dueña, el fervor en la faringe y venas del vampiro concordaba con su propio latir, un nexo entre ambos que los traslado a otra dimensión por una fracción de segundo que pareció una eternidad. Repentinamente el calor se transformó en heridas punzantes, pequeños cuchillos con un metal caliente hundiéndose todavía más en sus heridas, fundiendo la piel a su paso, cicatrizando las lesiones como si quisiera marcar que todo es infinito, no hay pasado que te ate a los tiempos modernos. Aturdidas una escuchaba los gritos de la otra, presas del agobio que las recorría contra su propia voluntad llevando a su cuerpo a convulsiones casi febriles. Lo que la mente no puede manejar es el curso de la naturaleza.

Quien dice tener completo control sobre su cuerpo solo decora las blasfemias porque nadie, ni siquiera ellas ni el vampiro, podían escapar de la esencia madre, incluso al borde de la muerte cuando la abrazaban, el cuerpo volvió a arrematar contra sus deseos. No controlaban lo que su don hacia, no conocían sus límites y el hecho de dejarlo fluir como un rio enardecido dejándolo ser luego de tantos años de sequia hizo que todo se fuera de sus manos. Ya no quedaba nada más que líneas carmines sobre el campo nevado de su piel, su pecho precipitado por sus pulmones aborrecidos nuevamente de oxigeno como si hubiera despertado de una pesadilla, cuando en realidad simplemente estaba comenzándola. Sus ojos se abrieron con su cuerpo todavía recostado tal y como él la había dejado. La escasa tela había resbalado para dejar expuestas sus piernas infinitas talladas a la viva imagen de Afrodita aludiendo a la belleza, lujuria y sexualidad de la autentica diosa griega, decorada por veteados escarlatas pero no le importaba, jamás su físico fue de propia relevancia. Ni siquiera respondió al impulso de tomar sus rodillas con sus manos como si fuera nuevamente un feto, solo atendió a correr el mechón castaño de su rostro despejándolo para contemplar la espalda nerviosa, agitada y perdida, silueta de un cuerpo del que algo que estaba más allá de las manos del vampiro había reclamado como propio y él había usurpado sin mediar las consecuencias y ahora debía pagar su precio, no toda vida podía ser robada, ella ya lo había intentado y no pudo, Ciro tampoco.

Lo que sé es si es así la historia, con horror marcado en mi memoria. Queres gritar y no das más, y nadie quiere contestar. A quien le va a importar si explotas, todo es al pedo al final.

-Eres perfecto y no es un insulto, hasta los malditos humanos sienten envidia aunque eso es demasiado patético para alimentar tu ego y me importa un carajo. Eres brutal y sin embargo, no puedes ni matarme con tus propias manos ¿Qué mierda te está pasando? No solamente mi vida está destruida.

Su voz nítida apenas perdida por la debilidad en que la había dejado sumida como una muñeca de un niño ya rota tras largos períodos de juegos fantasiosos ¿Imaginar a Ciro como un pequeño niño humano cuando todavía no había sido corrompido por su narcisismo? ¿Eso pudo ser real? Hablando de realidad algo pobre y predecible, todos pueden hacer uso de la fuerza eso no es ningún merito. Pero pocos son capaces de ser crueles propiamente dichos y eso es mediante la palabra y él, él quería ser una cosa, pero terminaba siendo otra ¿Y ella?

Ahora si cague, lo demás ya fue de esta mierda no me escaparé, me vas a destruir ya lo lograrás, se que lo vas a intentar.


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Mensaje por Invitado Mar Mayo 28, 2013 12:10 pm

Si pensaba que con una actuación desesperada, tan patética como lo era ella, conseguiría que me quedara a reírle las gracias y a enzarzarme con ella en un debate estúpido y absurdo que ella tenía las de perder aunque no se diera cuenta de ello, es que aún no había aprendido nada de mí por mucho rato que lleváramos juntos. Combinaba en su cabeza mi desinterés por mi incapacidad, al menos a la hora de matarla, puesto que sabía de sobra que por mucho que la hiriera sus poderes mágicos le salvarían el día como buena bruja que era, incluso literalmente, y eso resultaba tan aburrido como, una vez agotadas sus posibilidades, me lo parecía ella.

Sólo era una niñata, una loca sedienta de atención de un dios que se esfuerza por hacer parecer que, en realidad, rechaza para hacerse la interesante. Incluso en la dualidad (o pluralidad, lo mismo daba) de realidades que convivían en su mente trastornada, eran demasiados los elementos que la acercaban a lo que se suponía que era racional para considerarla verdaderamente como una loca. Todo en ella funcionaba perfectamente, pero era ella quien elegía que no fuera así mediante la creación de otro universo en el que se había multiplicado. No había enfermedad en ella, simplemente había afán de diferenciación, quizá a nivel inconsciente, pero indudablemente existente, ya que a su comportamiento me remitía.

Durante mi vida, tanto la mortal como la inmortal, había conocido locos auténticos, patológicos, de esos que no podían evitar estar enfermos y no se comportaban como si se enorgullecieran de estarlo. Desde el momento en el que ella se había llamado a sí misma demente, demostrando el conocimiento que tenía de su situación, anulaba su condición de posibilidad, puesto que ningún loco de verdad decía de sí mismo que estaba demente, al contrario, y yo eso lo sabía bien por una de mis creaciones: el vampiro Timeus. Pocos había conocido que estuvieran más tocados del ala que él, y sin embargo se creía racional, absolutamente malvado pero totalmente cuerdo, cuando evidentemente no lo estaba.

Sobraban ejemplos, se mirara por donde se mirase, para anular su pretensión de originalidad. Sin su fachada de locura, que daba un sabor caótico a su sangre, se quedaba en una simple niña escuálida, a la que se le marcaban los huesos por la delgada piel, manchada de sangre y cubierta por marcas de mis mordiscos, que necesitaba atención, una que yo lo había proporcionado durante más rato del que merecía, y sin la que al parecer no podía subsistir, porque seguía insistiendo. Podía intentar devaluarme, atacarme o desmontar mis argumentos como quisiera, pero la cuestión era que yo no la iba a creer, mucho menos cuando ella no se creía a sí misma porque no tenía razón. La había desenmascarado, y en tanto que ya no era un misterio, ya no me interesaba.

No tienes ni idea de nada, pero yo no seré quien te enseñe. Para que mis enseñanzas caigan en terreno baldío, prefiero ahorrármelas y no malgastar retazos de perfección con quien no puede apreciarlas. Es como dar perlas a los cerdos, pues bueno, imagina que tú eres un cerdo. Tampoco andas tan lejos de la realidad... Sólo sirves para que saquen sangre de ti, y tienes su misma bestialidad oculta bajo un aspecto exterior tranquilo y reposado. No me interesas, no lo suficiente para perder el tiempo contigo. Si necesitas que te lo repita, tu gozo se verá ahogado en un pozo, porque no pienso hacerlo. – repliqué, sin siquiera girarme, sin mostrar más interés que el ya excesivo de mi voz dirigiéndose a ella, sin tampoco detenerme, ¿para qué iba a hacerlo...?

¿Qué gracia tenía intentar meter en vereda a alguien que ni siquiera sabía distinguir entre la realidad y sus alucinaciones? Ninguna. ¿Iba yo a perder el tiempo intentándolo? No. No me gustaban las causas perdidas que no me reportaban ningún tipo de beneficio, y la bruja era una de ellas. Había tenido la oportunidad de provocarme algo más que indiferencia, y durante un momento había despertado mi interés, pero tan pronto como había tenido la oportunidad la había malgastado y la había vuelto al contrario de lo que podría haber llegado a ser. Qué trágico... Para ella, claro estaba, porque para mí no cambiaba absolutamente nada.

Había empezado la noche sin un nuevo interés, y la terminaría sin un nuevo interés, no había mayor problema. Para ella, sin embargo, mi elección sí que podría suponer un cambio radical en su vida, pues no todas las noches se ganaba la indiferencia de un dios, incluso tenía su mérito haberlo conseguido... Aunque, en realidad, fuera sumamente patético que ni siquiera alguien con los ojos como los suyos pasara de ser una noche más de mi eterno haber, sin siquiera un poco memorable. No la odiaba, no la despreciaba y tampoco sentía nada por ella, ni positivo o negativo. Lo que me provocaba era la más pura indiferencia en cuanto se hubo librado de la capa de pretensiones que querían construir en su interlocutor sensaciones distintas. Una vez quedó desnuda, figuradamente hablando, ante mí, era el momento de pasar a otra cosa que pudiera interesarme más.

Tal vez tus trucos de magia puedan interesarle a otro, pero no a mí. Sabía que te curarías, porque eres igual que un animal que se aferra a la vida hasta el último aliento, y si tenías poderes dentro de ti era de esperar que aunque no fuera conscientemente los terminarías utilizando. Me aburres, bruja. Y no voy a perder más tiempo contigo ni a dedicarte más palabras que te entrarán por un oído y te saldrán por el otro. Tú verás cómo aprovechas la oportunidad que has tenido esta noche y que ya has perdido del todo. – añadí, dando por concluida ya la conversación al tiempo que le dejaba la íntegra responsabilidad de sus acciones a ella, ya que desde el momento en el que había perdido mi interés, dejaba de ser asunto mío lo que le pasara.

En realidad, nunca había llegado a importarme si vivía a moría, al menos no demasiado. La única preocupación en ese sentido que había albergado había estado destinada a un aspecto puramente carnal, relacionado con el desperdicio que sería perder su sangre y su cuerpo. Si no era merecedora de lo que poseía y no sabía utilizarlo para encandilar los sentidos de un vampiro experimentado como lo era yo, ya que mi antigüedad así lo atestiguaba, la responsabilidad de sus carencias era únicamente suya, y no mía, ya que yo no era la niñera de nadie, y mucho menos de una loca. Suficiente tenía con ocuparme de gestionar mi perfección y de mantenerla tal y como estaba como para, encima, tolerar estupideces como la de ella.

Lo único que quedaba ya como opción era salir de allí, del teatro donde había tenido lugar la función de la vida de la bruja de ojos bicolores y que la había malgastado por pretender tener más papeles de los que le correspondían. La noche parisina era un escenario que me gustaba mucho más, uno donde mi protagonismo (tan innegable como lo era siempre) se extendía aún más por todos los rincones de la realidad y donde podía ejercer como me placiera sin tener a una bruja con complejo de ángel en mi hombro disfrazado de demonio susurrando estupideces, delirios de grandeza buscados en sus carencias.

Eso fue, precisamente, lo que hice. Abandoné la estancia manchada de falsa locura y sangre, de restos de mi grandeza desperdiciados con quien no podía apreciarlos, y abracé en su lugar la oscura noche parisina, que era preferible a aguantar a la loca de turno. Frente a las infinitas posibilidades que me ofrecía el manto de estrellas en el que aún el sol no saldría, al menos por unas horas, ¿qué me ofrecía la bruja? Nada, sólo absurdos razonamientos que buscaban resquebrajar mi certeza de perfección, una que había comprobado muchas veces durante el tiempo que seguía vivo, aburrimiento, y sobre todo pretensión, todo cosas que ya había visto antes, y para perder el tiempo con ella prefería invertirlo en lo mejor que podía elegir: yo.

Pero no tenía que justificar mi decisión ante nadie, no. Frente a su pretensión de ser la que decidía lo que estaba bien y lo que estaba mal, e incluso frente a esa necesidad que parecía tener de decidir sobre si mis actos eran los correctos o no, ¡como si pudiera entender o dominar mi actitud!, yo era mi único juez, el único que decidía lo que quería hacer, y como el rey que jamás había dejado de ser, mi palabra era la ley, tanto para mí mismo como para los demás. Incluso aunque no la pronunciara en voz alta, como era el caso de la despedida con la bruja, mis actos dejaban claro que, para mí, el encuentro había concluido, y si yo lo creía, entonces así sería. Ya no volvería a dedicarle más pensamientos a la bruja, ni siquiera los estrictamente necesarios, porque esos equivalían a ninguno. Ella ya no existía para mí, mientras que yo seguiría existiendo para ella, y esa era la principal diferencia entre nosotros: los efectos de mi perfección, algo a lo que ella jamás podría aspirar, sencillamente por no ser yo. Eso era lo que había quedado demostrado aquella noche.

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