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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Nov 25, 2012 4:21 pm

Avanzaba sobre el empedrado con el ceño fruncido y los labios torcidos en una mueca peculiar, pensaba, la mejor manera de pedir auxilio a aquella que antes le había extendido la mano. Y creyéndose que jamás la iba a necesitar, o esperando por lo menos no hacerlo, la había rechazado sin siquiera sopesar la idea de vender sus cuadros al mejor postor. Ahora todo aquello parecía un sueño lejano que no le pertenecía a él, inclusive su galería en su peor época, cuando los trazos eran turbios y los colores demasiado opacos era mejor a lo que ahora le quedaba, nada más que el recuerdo del ayer.

-Esperaba que…- repetía la petición una y otra vez, sonándole absurda cada que sus palabras encontraban hogar en el aire a su alrededor. Se meso los aletargados cabellos de fuego extinto con brusquedad, cuestionándose, en qué momento todo había comenzado a ir mal. Desde que había regresado a París, y aun más atrás, cuando la idea de reencontrarse con su padre en Rumania había encontrado refugio en su interior, alimentada por la necesidad de poderse perdonar. Se remontaba a un viejo vampiro y su partida o quizás a la pérdida de su hermana, se debía a su nacimiento. Y casi podría jurar que al destino le daba gracia ponerle el sino de catástrofe sobre la frente.

Inspiro ampliamente por última ocasión para, acto seguido, adentrarse entre la naturaleza artificial y el perfume saturado que lo invitaba a seguir en un camino serpentino que tenía como fin la puerta de la casona de la mujer. Había asistido con anterioridad a aquel lugar más nunca con la intención de pedirle un favor y aun ahora, odiaba tener que hacerlo, aceptar que pese a todo no podía él solo. Extendió la mano sujetando la saliente de metal para golpear la robusta madera tres ocasiones consecutivas, un eco sonoro se extendió al interior del lugar.

La vieja mucama no tardo en abrir, aquella mujer que parecía cargar con un titulo peculiar después de tantos años de servir. No le agradaba, por la déspota manera en que le solía hablar por no vestirse con telas extraídas de tierras lejanas y bañarse en colonia de viejo roble –Sylvie- saludo como acto de cordialidad y no alegría -¿Se encuentra la doamna?- la cuestión emergió con tal rapidez que la anciana no tuvo tiempo de contestar al saludo, y mejor así, pensó. La mujer negó con la nívea cabeza extendiendo la mano al exterior –Puede esperarla en el jardín trasero, tiene visitas más importantes- pronuncio con una voz que le recordaba al croar de las ranas en Abril.

Y sin más, cerró la puerta nuevamente obligándolo a seguir la indicación. Se pregunto si aquella mujer le haría saber a la señora que se encontraba en aquel lugar –Seguro que no- susurró, torciendo los labios con peculiaridad.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Lun Nov 26, 2012 12:50 am

Aquella señora debía de ser una amistad peculiar de Madame por el nerviosismo con el que había pasado la mañana preparándose. Quizá tenían una de esas relaciones entre mujeres que fingían tenerse afecto solo para poder quedar y ver cuál de las dos llevaba el mejor vestido y el tocado más impresionante. Desde luego era la otra la que podía presumir de marido, porque según le había dicho a Edouard su patrona era la viuda de un comandante o algo así, así que adivinad a quién le tocaba estar especialmente encantador para que la amiga se muriera de envidia. Exacto. Para aquella visita habían echado los restos, y Edouard había tenido que rizarse el pelo con esas tenacillas que odiaba porque le dejaban un olor a pollo cocido que le duraba tres días. Comparado con eso tener que vestirse de azul no le había supuesto el menor problema, ya hacía tiempo que se había acostumbrado a lo de ir a juego. Al menos esa tarde no tenía que ponerse un lazo en el cuello, lo cual compensaba parcialmente lo de los tirabuzones estúpidos.

Llegaron juntos casi a la hora en la que la alta sociedad gustaba de tomar el té, una costumbre importada quizá de algún otro pais pero que empezaba a extenderse entre los que aspiraban a parecer aún más elegantes de lo que ya eran considerados. A Edouard no le gustaba el té, pero tanto mejor porque nunca le invitaban a probarlo.
- Vamos querido, ponte derecho, estás adorable.
Como era de esperar el criado se esforzó lo indecible por encorvarse todo lo que la chaqueta hecha a medida le permitía. Era una chiquillada, pero disfrutaba de aquellos destellos de rebeldía en su estricta vida marcial. Pese a la postura que adoptó la amiga de Madame lo encontró "un criadito encantador", así que su señora quedó muy satisfecha y no tardó demasiado en enfrascarse con su conocida en una conversación sobre quién estaba liado con quién que al joven le resultaba de todo menos fascinante.

Atravesó la puerta del salón del té sin ser visto y encontró un pasillo con tapices que tenían bordados motivos históricos. Edouard no sabía leer ni escribir, así que la única manera que tenía de ver representados los hitos de todos los tiempos era en forma gráfica. Recorrió sin darse cuenta todo el corredor hasta toparse con un ventanal acristalado que conducía a un pequeño jardín al que no tardó en salir. El silencio le reconfortó. Si Madame le buscaba se molestaría de que se hubiera escabullido como un ratón, pero por un momento el chico quería algo de paz. Acarició las hojas de hierbabuena y olió la palma de su mano, reteniendo el aroma en su memoria. Le gustaba todo lo que estuviera fresco y vivo, preferiblemente las plantas de color verde a rabiar. Estaba tan absorto contemplándolas que no oyó los pasos que se le acercaban.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Lun Nov 26, 2012 5:52 pm

Giro sobre sus talones encaminándose a la parte posterior del lugar, a aquel jardín repleto de flores y arbustos que daban un aire campirano a la casona. La fuente que se alzaba prominente al centro del sitio, más próxima a la casa que a los lindes del terreno, se encontraba estática con el cristalino espejo de agua estancado entre sus paredes de piedra. Recordaba, la fuente que solía visitar en su natal Rumania. Aquel lugar de encuentro social para las personas más bien poco educadas de la localidad, tomando como pretexto el saciar su sed para saciar realmente su necesidad de convivir. No extrañaba en lo absoluto aquella frialdad, como si el clima gélido del invierno mermara en su interior.

Inspiro, hasta que sus pulmones no pudieron con una bocanada más y fue en aquel momento, mientras humedecía sus dedos en la fuente, que su mirada cayó sobre un hombre más joven que él. La señora no se permitía contratar hombres en su hogar desde el fallecimiento de su esposo, eso él lo sabía bien. Se había limitado a permitirle la estadía al viejo jardinero no solo por la exquisitez y gusto con que cuidaba del jardín sino además porque en vida su esposo había sido un buen amigo de el. Pero aquel hombre pasaba ya el medio siglo y a menos que hubiese caído presa de algún mal peculiar no podía creer que no trabajase ya a sus servicios.

No quedaba más que investigar que había sido de el, pues a diferencia de Sylvie el viejo hombre le caía bien. Avanzó los pasos restantes hasta estar a una distancia prudente para conversar, cuestionar –Buenas tardes- saludó, arrugando la nariz al percatarse de un sutil hedor parecido al que producía una lengua de fuego al alcanzar la piel, y no era el olor de la grasa al quemarse sino de algo más -¿Es usted el nuevo jardinero?-intento disimular el gesto pasando su dedo índice por la punta de su nariz, quizás llegase a creer que se trataba de un resfriado o algún similar. Y si era uno de esos neuróticos seguro se alejaría de él, encomendándose a la santísima trinidad para no ser refugio de enfermedad.

Cordialidad, le había faltado tacto y educación –Es que me preguntaba que había sido del anterior, y …-lo pensó unos instantes -Solo quería saber si esta con bien- ahora que lo pensaba, a pesar de las conversaciones sobre plantas y sus cuidados y el parecido que tenían las flores con las personas nunca había llegado a hablar de su vida, ni su nombre ni de su familia. Ahora que lo pensaba no sabía nada del hombre como para poder preocuparse por él y sin embargo, el sentimiento resultaba ser mas autentico que muchos otros.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Mar Nov 27, 2012 12:44 am

Era obvio que alguien trabajaba asiduamente el jardín, pues aunque las plantas no estaban cortadas con formas de animales ni nada parecido se notaba orden y planificación en la disposición de las mismas. Era muy hermoso así, a Edouard le gustaba que el reino vegetal conservara parte de su entropía intrínseca en el patio trasero de aquella casa. Intentar poner demasiados límites a las flores y los arbustos hacía un efecto artificial. "Casi como rizarle a alguien el pelo". La voz que apareció de la nada a sus espaldas no lo sobresaltó, no tenía un tono tan sorpresivo ni demandante como para hacerlo dar un respingo. Se giró con naturalidad y encaró a aquel hombre joven al que no había visto antes al entrar.

El criado no era demasiado observador en cuanto a leer personas se refería, podía intuir lo suficiente como para haber sobrevivido en un hospicio los primeros ocho años de su vida pero no se le daba bien mirar a los ojos de alguien y adivinar de qué color eran sus pensamientos. Eso hacía que tendiera por regla general a desconfiar de todo el mundo, y así si tenía que llevarse alguna sorpresa a posteriores que fuera agradable. En su caso lo máximo que pudo deducir del recién llegado era que tenía más o menos su edad - tal vez un poco mayor - y que su cabello rojizo lo hacía fácilmente distinguible del resto. Estaba casi seguro que no lo había visto nunca antes entre las amistades de Madame.
- ¿Lo parezco?
No quiso ser brusco con él, pero en aquel momento estaba molesto consigo mismo por tener que llevar una chaqueta de terciopelo azul y esos ridículos tirabuzones. Le parecía inverosímil que alguien creyera que se iba a poner a trabajar en el jardín con aquel atuendo, pero recordó pronto cuál era su lugar y cuál el modo en que tenía que dirigirse a los poderosos.
- No lo soy, señor, y lamento no poder decirle cómo se encuentra. Es la primera vez que vengo a esta casa, estoy acompañando a mi señora.
A continuación le dijo al otro hombre cómo se llamaba su Madame y le invitó a pasar al saloncito donde ella y su amiga conversaban, suponiendo que Anuar era otro de los convidados a la aburrida tertulia del té.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Mar Nov 27, 2012 3:41 pm

Enarco una ceja observando su vestimenta, tenía razón. Por el color del traje y la laboriosa labor que parecía haber sido su creación era obvio que no se trataba del jardinero. Aunque a él, se le antojaba mas como un arlequín –Mi confusión- se disculpo, sin un franco sentimiento de vergüenza, ninguno de aquellos sentimientos que llevan a las personas a ruborizarse y pedir perdón habitaba ahora en su interior. Educación, se repetía una y otra vez con tal ahincó que cualquier hijo de aristócrata o burgués podía sentir celos ahora de su autocontrol. A poco y nada se había encontrado de responder a tan violentas palabras.

Lo observo por nueva cuenta acabada su explicación y cuan bien servían los disfraces para confundir, un sirviente vestido con finas telas y aun así seguramente esas no eran ni la decima parte de lo que su patrona podía cubrir. Meneo la cabeza alejando aquellos pensamientos que cual enjambre de abeja a la miel atiborraban su cabeza, con un suave e imperceptible zumbido que de a poco consumía su oído “¿Y si la acompañas no deberías estar con ella?” el cuestionamiento no encontró espacio fuera de sus labios, se atoro en su garganta como un nudo ajustado. Educación, trago en seco digiriendo la oración.

-¿Luzco como si viniera a tomar el té?- seguramente el joven conocía varias y distinguidas personas de la alta sociedad y debía suponer que ninguna vestía con la impropiedad con que él lo hacía. Sus zapatos más bien desgastados y el pantalón con bastilla irregular daban a denotar que el dinero no sobraba en su familia y aunque fuese así estaba seguro que no gastaría su fortuna en vestimentas ostentosas para exhibir más, eso lo pensaba ahora, que su lugar estaba en el ultimo eslabón de la sociedad -¿Sabe si su Madame tardara mucho más?- y de pronto el cuestionamiento le pareció impropio pues, no tenía más nada que hacer sino hasta bien entrada la noche. Cuando su trabajo en la necrópolis exigía su presencia.

-¿Y cuál es tu trabajo exactamente?- y todo intento de cordialidad y educación fueron derrumbados en un santiamén por la curiosidad, aquella cruz personal que parecía orillarlo siempre en la dirección menos deseada. La misma que le llevaba ahora a dejarse de rodeos y cuestionar aquello que atormentaba su ser pues, cual fierecillas hambrienta hacía estragos en su interior de no ser saciada con rapidez. En ese preciso instante se encontraba devorando las abejas que antes zumbaban en su cabeza quizás después, decidiría darse un festín con algo más.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Mar Nov 27, 2012 3:59 pm

Edouard se dijo que no tenía motivos para estar a la defensiva con el hombre, pero su cuerpo parecía no querer responder a los designios de su mente racional y se mantenía tenso. ¿Qué era exactamente lo que le ponía alerta? Examinó con más detalle al recién llegado sin parecer indiscreto, echando una mirada con disimulo a su vestimenta cuando el otro le hizo notar que no iba arreglado como para tomar el té. Era cierto, pero eso lejos de desagradarle tuvo el efecto contrario sobre el criado que tendía a sentirse mucho más a gusto entre gente humilde que con los adinerados. Se sentó en una roca que hacía las veces de apoyadero natural justo frente a la fuente central del jardín y se frotó las manos como para entrar en calor. Lo cierto era que sus músculos se negaban aún a relajarse del todo y el chico seguía sin averiguar la razón.
- Supongo que no. - Le respondió. - Pero creí que era por eso que venía a ver a la señora.
Nunca se había parado a pensar si los ricos y sus amistades hablaban alguna vez de algo serio fuera de las absurdas modas de París o los cotilleos locales. En su extendido prejuicio había supuesto que Anuar acudía allí a lo mismo, aunque bien pensado ya era un invitado excepcional solo por su aspecto, a saber qué otras sorpresas estaría escondiendo. Como Edouard no era demasiado curioso tampoco es que la inquietud le estuviera ardiendo por dentro.

Ante su pregunta solo pudo girar la cabeza en dirección a la ventana por donde se vislumbraba el saloncito donde ambas mujeres debían de estar conversando, pero a ellas no se las veía. El criado volvió a mirar al pintor y negó al tiempo que se explicaba.
- Hemos llegado hace poco, así que creo que les tomará un tiempo ponerse al día.
No tenía tanta confianza con aquel hombre como para sacar a relucir su sarcarcasmo en todo su esplendor y confesarle que a aquellas dos cacatúas les llevaría horas terminar de criticar a todos sus conocidos. Para cuando se sintieran satisfechas de conspirar se habría hecho de noche, generalmente era así como transcurrían las tardes en las que les tocaba visita. Hulega decir que eran tardes en las que el chico se aburría muchísimo, tanto que en un principio se alegró de que Anuar pareciera deseoso de entablar una conversación con él. Su ánimo se enturbió no obstante cuando el otro terminó de formular su cuestión. No podría haber estado menos acertado.
- Soy su sirviente. - Respondió, mordaz. - Supongo que el señor estará enterado de cuál es el deber de los criados. Quizá tenga algunos usted mismo.
El señor era obviamente el rumano, al que Edouard seguía tomando por persona de bien socialmente hablando. Había muchos nobles arruinados en Francia y aquel no sería el primero que viera, si es que sus sospechas resultaban confirmadas, o sea que su ropa humilde no lo catalogaba como de clase obrera a ojos del muchacho.

El pintor podía tomarlo por un joven muy desagradable y no le faltarían motivos, pues había estado arisco desde que intercambiaron las primeras palabras. Sin embargo había una excusa, aunque pobre, para el comportamiento de Edouard, y no era otra que el hecho de que había creído intuir una burla velada en la pregunta de Dutuescu. Al indagar sobre su trabajo le hacía tener muy en cuenta cuál era su lugar, y lo que era peor, cuán atado estaba a esa posición jerárquica inferior que lo dejaba prácticamente indefenso ante los abusos a los que era sometido. Porque por mucho que fuera un varón y Madame una fémina estaba claro quién llevaba la voz cantante en su relación y quién utilizaba a quién cuando le convenía. Todas estas circunstancias lo hacían estar especialmente susceptible, y pensó en una primera instancia que tal vez el artista había deducido cuáles eran sus labores como criado - todas sus labores - y que le juzgaba por ello. O peor aún, que le tenía lástima.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Mar Nov 27, 2012 6:57 pm

-Vengo por muchos motivos pero tomar el té no es uno de ellos- avanzó hasta la fuentecilla que robaba ahora su atención. Recordó que la última vez que había asistido al lugar el viejo jardinero se encontraba sacando del agua las hojas que, mecidas por el viento, llegaban sutiles como diminutos barcos de papel. Y el pobre hombre tenía que hincarse sobre sus laceradas rodillas para sacarlas, gritaban bajo su tacto sufriendo fracturas por doquier. Más, aquel encuentro había tenido lugar cuando los arboles se despojaban de vestimenta y el halito comenzaba a ser invernal ahora si mal no recordaba y el clima no lo engañaba se adentraban con rapidez en el verano.

-Esperare, por lo menos algún tiempo- quizás si corría con suerte la Madame del joven mozo tuviese que marcharse antes de lo esperado por algún asunto importante que debiese hacer y que el sirviente, por falta de confianza, no había querido compartir con él. Se engañaba, porque bien sabía el que la suerte no jugaba nunca de su parte y lo más probable fuese que se tuviera que marchar y las señoras siguieran en su amena pero ajena charla. El motivo verdadero de su decisión no era la esperanza de tener suerte aquel día sino, el deseo de permanecer en compañía y es que la soledad resultaba ser demasiado recelosa en su presencia.

Tomó asiento en la fuente, sin importarle si se llegaba a mojar o no y presto atención a lo que el joven sirviente tenía que decir. Sus palabras, sin embargo, no llegaron a inmutarlo –Solo a grandes rasgos- respondió, acariciando la superficie de la fuente sin mayor atención, permitiendo que el agua refrescara su piel ahora cálida por las caricias del astro rey -Si lo intento deducir debo decir entonces que usted se dedica a servir a su Madame pero…tiene un cocinero que cocine, una mucama que recoja su hogar, una costurera que haga sus vestidos. No me queda entonces clara su labor ¿Sirve de compañía? Pero la compañía la puede otorgar también un animal- fue en aquel momento en que le volteo a ver con los melados orbes repletos de cuestionamientos sin responder.

-Y espero que no me lo tome a mal pero es que no me queda claro- Soren le había dicho en alguna ocasión que el y su familia solían tener sirvientes para toda ocasión, habían hablado de su paje personal que más le había sonado a él como su esclavo, y de las palizas que solía recibir en su lugar. Quizás aquel efebo era el hijo que la mujer jamás llego a criar o el amante que se negaba a si misma por la edad –Supongo que el joven estará enterado que los que no somos adinerados no solemos tener criados- su labios se crisparon disimuladamente, no pretendía incitarlo a contestar con agresión más le fue imposible ignorar el hecho que para hablar de claridad el mismo veía la cosas con falta de nitidez.

Su mente comenzó a maquilar un sinfín de cuestionamientos y mil respuestas para cada azar pero solo una cosa quería saber ¿Cuál había sido el precio de su libertad?


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Miér Nov 28, 2012 12:42 am

Decididamente el hombre no era lo que Edouard había esperado encontrar cuando se dio la vuelta y lo vio allí de pie, tras él, como una aparición misteriosa con los pantalones gastados y los ojos llenos de preguntas. Ahora sabía que era eso lo que le había mantenido tenso todo el tiempo: sus dos pupilas lo interrogaban sin necesidad de hablar, todo en su temperamento resultaba inquisitivo y si había algo que el joven criado temía eran los interrogantes sobre su persona. Ese era el mejor reflejo de lo poco orgulloso y satisfecho que se sentía con su vida: odiaba hablar de ella. Se llevó una mano al pelo cuidadosamente ondulado y se lo despeinó sin darse cuenta en un acto reflejo, dejándolo a su gusto mucho mejor que antes porque ahora obedecía más a su forma natural. A Madame no le iba a gustar nada. Vio sentarse al pintor y suspiró imperceptiblemente, reconocía que aunque terminara siendo demasiado cotilla lo prefería a la conversación insulsa que se estaba desarrollando dentro de la casa. Al menos Anuar era una novedad.
- A grandes rasgos... yo soy el animal. - Le contestó.
No mentía. El cometido de Edouard se asemejaba bastante al que otros ricos daban a sus perritos de paseo, animales que consideraban adorables y a los que llenaban de lazos y ponían absurdas chaquetitas de lana. La única diferencia entre el chico y los canes era que los últimos tenían pedigrí y salían caros, mientras que el sirviente era el hijo de alguna fulana y había sido sacado de una casa de caridad donde las monjas habían agradecido librarse de otra boca que alimentar. Pese a que sonara duro era una de las historias más suaves que se oían entre la clase baja de París, donde los abandonos y los maltratos estaban a la orden del día. Por lo menos él podía presumir de haber sido siempre un muchacho bien sano.
- ¿Si no ha venido a tomar el té qué es lo que le trae aquí?
Ahora era su turno. Si el hombre de cabello rojizo iba a preguntarle igual al menos obtendría cierta información a cambio.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Miér Nov 28, 2012 4:11 pm

Los pensamientos en su interior tomaron de pronto una nueva dirección, los cuestionamientos anteriores fueron rápidamente suplidos por nuevas interrogantes, oraciones que buscaban la salida al exterior. Más, Anuar era totalmente consciente de la capacidad de razonamiento del hombre y debía obedecer a dicho don respetando el carácter autocritico que toda persona ejercía sobre su ser, pensar y razonar, razonar antes de hablar. Abrió los labios sin articular palabra alguna, como si de pronto el mismo viento hubiese extinguido su voz entre la brisa calurosa del lugar, como frígidas piedras las vocales caían al suelo sobre sus pies en un eco insonoro.

-He venido a pedirle un favor a la doamna- decir todo sin decir nada, una bien primordial para aquel que desea cuestionar y no ser cuestionado. Con el tiempo había aprendido que las personas tendían a contestar con preguntas cuando el así lo hacía y era inútil decidir no responder pues entonces la acción de interlocutor como frente a un espejo, era la misma. El joven podía creer tanto como su imaginación pudiese idear, hasta cierto punto, no le importaba en el concepto en el cual pudiese caer así como nunca le había importando ir en base a las etiquetas de la sociedad. No todos los factores eran mutuamente excluyentes.

Clavó su mirada en el hombre sopesando la cuestión -¿Y eres feliz?- porque el mismo no imaginaba encontrar la felicidad en un trabajo tan inhumano, ir por la vida como el lazarillo de un vidente, tan innecesario como el capricho mismo de la alta sociedad aunque sabía de antemano no todos eran iguales. Había conocido algunos nobles y adinerados que iban por la vida con los pensamientos de un revolucionario, apoyando proyectos solidarios y persiguiendo sueños lejanos. Vivian en la realidad deseando construir una utopía más, no había suficientes personas con aquella mentalidad como para realmente ser un cambio visible en la sociedad.

Se levantó sacudiendo sus manos y vestimenta, encaminándose al arbusto más cercano para admirar las rosas que pomposas alardeaban de su belleza –Por cierto, creo que tu Madame debería de dejar de disfrazarte. Solo consigue quemarte el cabello- arranco una de las flores cuidando de no encarnar una espina en su piel y así, se la entrego al desconocido con parsimonia y tranquilidad –Quizás logre cubrir el olor a quemado- y si aquellas palabras habían estado cargadas de sarcasmo e ironía fue algo que ni el comprendió en realidad.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Jue Nov 29, 2012 1:57 pm

Se veía venir que Anuar no se conformaría con una sola pregunta, que por su forma de ser tomaría el interés de Edouard como una invitación y lo bombardearía con su curiosidad. Era esa clase de persona, o al menos al criado se lo parecía, y para su desgracia no podía decirse que esa gente le cayera al muchacho muy bien. Se había acostumbrado tanto a cerrarse en su cascarón que cualquiera que se molestara aunque fuera lo mínimo en intentar abrirlo le hacía daño. Era un poco como una almeja de esas que se niegan a abrirse aún cuando las hierven en agua, y si uno quiere vislumbrar el interior debe forzarla a punta de cuchillo.
- ¿Qué es ser feliz? - Contraatacó.
No quiso preguntarle qué clase de favor requería de la amiga de Madame porque eso era demasiado íntimo. Edouard no había comenzado realmente a preguntarle al artista porque tuviera interés, sino por desviar la atención sobre su persona a la del otro hombre. Sin embargo tenía que reconocer que conforme más observaba al rumano y oía sus explicaciones se le fijaba en él la atención de forma inconsciente. No era una persona corriente.

Respecto a lo de ser feliz, Edouard no estaba seguro. Era de esperar que cualquier ser humano en su situación respondiera con premura que no, pero precisamente porque sabía lo que era pasar privaciones valoraba más que otros las épocas de abundancia. Recordaba por ejemplo con vívida intensidad una ocasión hacía dos años en que Madame había hecho un viaje al sur de Francia para asistir al casamiento de una personalidad importante de su círculo social, y como no había llevado a su criadito con ella el chico había disfrutado de todo un mes de completa y total libertad. Al verse privado de sus obligaciones de compañero le habían asignado momentáneamente tareas en el jardín, y a pesar de que nunca había tenido que trabajar tan duro físicamente sabía que se había sentido dichoso. Sí había sido plenamente feliz por primera vez en su vida. Cada mañana al despertar creía que podría hacer cualquier cosa y que su corazón latía por fin a un ritmo que le pertenecía. Se preguntó si estar enamorado sería una cosa semejante.

Anuar se levantó y él le siguió con la mirada. Cogió una rosa y se la ofreció, y si Edouard la aceptó fue únicamente porque su mano se cerró en torno al tallo antes de que las palabras del pintor calaran en su mente. Ojalá no lo hubieran hecho. Puede que la intención de Dutuescu no fuera maliciosa, pero el muchacho lo percibió como un insulto. ¿Disfrazarle? ¿Eso era lo que veía en él? Había tenido la esperanza de que alguien fuera capaz de saber que dentro de aquella ropa hecha a medida y debajo de aquellos rizos artificiales habitaba un hombre que tenía algo que ofrecer al mundo. Ahora sabía que ni siquiera un individuo como el que tenía delante - que no se asemejaba en absoluto al prototipo de gentilhombre acaudalado con el que normalmente se medía en las reuniones sociales de madame - veía más allá de su papel de mascota indigna de una mujer tiránica que le obligaba a quitarse la ropa por las noches igual que a ponérsela durante el día.
- No te burles de mí. - Le contestó.
Habló entre dientes, con la mandíbula tensa y con los nudillos blancos por el esfuerzo que hacía para contenerse. No habló de usted a aquel desconocido como tenía por costumbre, pero es que ya le costaba un mundo no darle un puñetazo en la nariz. Se sintió completamente humillado. Para cuando se dio cuenta de que se estaba lastimando la mano que sostenía la rosa ya se había hecho herida, y al abrirla vio las gotas de sangre roja brillante resbalar por sus dedos y caer hasta el suelo, donde se perdieron entre las verdes briznas de hierba.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Jue Nov 29, 2012 3:33 pm

-“ Ponemos más interés en hacer creer a los demás que somos felices que en tratar de serlo” es una frase de un escritor de esta tierra porque si yo intentase describir la felicidad seguramente erraría- mentir seria asegurar que el mismo, y en aquel instante, era plenamente feliz . Y si alguna vez lo había sido eso había quedado tiempo atrás, justo cuando la soledad había vuelto a arribar a su hogar. Llegaba a cuestionarse con extraña frecuencia si estaba haciendo las cosas bien, y su vida no era solo reflejo de su actuar porque si se sentaba a analizar el había propiciado las despedidas que lo habían llevado a aquel estado de desolación.

Observó cómo sus nudillos se cernían en torno a la flor, la asfixiaba bajo su mano, la trituraba y así sin más, la había asesinado. Y la pobre e indefensa flor no había podido hacer más que clavar sus diminutas espinas en su piel, permitiendo a la sangre correr como un rio hacia el mar. Las gotas escarlatas se suicidaban, se abalanzaban a un abismo sin saber. Se alarmó más entonces recordó que el astro rey los amparaba bajo su cuidado, bajo su manto estarían bien. Y ahora el hombre no le parecía sino un manojo de angustia y desesperación, descontento y anhelos que se exponían frente a él cómo anónimos mutilados.

-No lo hago- pronuncio con claridad, con una seriedad que pudiendo denotar tantas cosas llevaba intrínseca la verdad en sus palabras. Y el joven mozo lo podría corroborar con tan solo descifrar en sus ojos todo aquello que se alzaba en su interior, había adiestrado a sus labios para mentir pero sus ojos, las puertas del alma, se rehusaban a ser participes de la masacre a la verdad. Bastaba con una ojeada en ellos para comprender a ciencia cierta y sin temor a errar si conspiraba contra la verdad o no. Introdujo su mano en el bolsillo del pantalón para sacar un pañuelo que en nada se parecía al resto de sus vestimentas, bordado en una esquina con unas iniciales que no le pertenecían a él.

Extendió la mano ofreciéndole el objeto al joven en señal de paz, no estaba dispuesto a empezar una disputa con quien parecía tener demasiados demontres internos con quienes pelear –Encuentras en mis palabras lo que buscas, no lo que son en realidad- estaba convencido ahora que aquel hombre no era feliz y no había hecho falta más que unos minutos de pedregosa conversación la cual, se había limitado más bien a una serie de cuestionamientos elaborados por él y su curiosidad –Te has lastimado por no lastimarme a mi ¿Crees que merezco tu condescendencia?- estaba dispuesto a recibir un puñetazo y mucho más si con eso lograba descifrar al hombre que tenia frente a él.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Vie Nov 30, 2012 1:17 am

Quizá el hombre que tenía delante era un intelectual: un escritor o filósofo, eso encajaría con los atisbos de su personalidad que Edouard comenzaba a vislumbrar después de esa breve conversación que mantenían. Notaba que Anuar no era un ignorante de los arrabales, esos que convivían casi entre las tribus de gitanos y que robaban para comer, que jamás habían recibido una educación ni la necesitaban en absoluto. Si citaba a un autor para contestarle seguramente leía libros, y esa era una diferencia ya abismal con el criado, analfabeto desde el nacimiento. En aquella época los miembros de la clase baja rara vez sabían leer ni escribir como no les fuera indispensable para continuar con el negocio familiar o para formarse por ejemplo en el periodismo. Alguien que vendiera billetes en una taquilla de tren de carbón necesitaba saber descifrar las letras y los números de los horarios y paradas del convoy, pero un sirviente no. Madame nunca se había molestado en ponerle un tutor y la anciana Betrice aún sabía menos que él en cuanto a gramática se refería, así que todas sus clases habían consistido en lecciones caseras impartidas por Madre sobre historia y geografía, básicamente. El único libro que había tenido se lo había regalado la vieja mujer por su undécimo cumpleaños, un atlas de segunda mano algo ajado con grandes mapas en color. Edouard no sabía lo que ponía en los nombres de las ciudades porque pudiera leerlos, sino porque de memoria había estudiado los que Betrice conocía. Guardaba aquel libro en un armario con las otras cuatro o cinco cosas que alguna vez le habían importado tanto como para querer conservarlas.

- La felicidad y la condescendencia son sentimientos muy elevados para alguien como yo.
Ahora era su turno para el sarcasmo. El momento de ira había pasado y ya no quería golpear al rumano. ¿Qué iba a ganar con ello? Lastimar a otra persona no le haría sentir mejor, porque pese a su amargura Edouard no era un individuo violento ni agresivo. Respetaba todas las formas de vida, ni siquiera los gitanos que en tantos otros despertaban sentimientos de aversión le parecían tan malos. Los había visto alguna vez acampados a las afueras desde el carruaje de Madame, y las faldas coloridas de las mujeres habían llamado su atención. Tendía a envidiar por naturaleza todo lo que representara la libertad, y aquella tribu nómada de alegres integrantes no era una exepción. No le importaría unirse a ellos si se le concediera la oportunidad, aunque antes que eso soñaba con otras cosas: tener una casa o una habitación propia de alquiler, por ejemplo. Dedicarse a algo tan humilde como vender el pan. Era muy triste que cuando los anhelos de alguien se limitaran a tan poco no pudiera alcanzarlos.

Cogió el pañuelo del pintor y dejó la rosa a un lado sobre el poyete de piedra en el que antes se había sentado, desocupándose así la mano para poder limpiar su palma con más facilidad. Apretó el rectángulo de tela clara sobre su piel y se percató de la existencia de dos iniciales pequeñas bordadas en su esquina.
- ¿Cómo se llama? - Inquirió, volviendo a retomar el trato de usted del que no debería haberse alejado antes. - Ahora se lo he manchado.
Estaba dispuesto a dejar de lado los temas espinosos que no conducirían a nada bueno. Era posible que Dutuescu fuera sencillamente curioso y no tuviera el tacto suficiente para saber cuándo debía contener su torrente de palabras, pero eso no lo convertía en una mala persona... o eso se repetía Edouard mientras se reprochaba haber sido tan impulsivo. Aunque el hombre se hubiera reído de él claramente y con palabras hirientes el criado debería tener el sentido común suficiente como para hacer oídos sordos.
- ¿Y a qué se dedica usted? Yo ya le he contestado.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Vie Nov 30, 2012 12:50 pm

El problema con el rumano era su razonamiento vertical, su falta de comprensión con las cuestiones que necesitaban de un poco mas de horizonte y tal era el caso del sarcasmo que solían utilizar los demás. Había aprendido, con los años, a comprenderlo y realizarlo en una medida significante más no relevante ahora, las palabras del joven habían llegado a sus oídos sin ningún rastro de ironía o burla y el sentido de ellas, carentes de dichas partes, cambiaba en su totalidad. Aquel había sido desde su infancia un severo problema a la hora de entablar una relación, creer firmemente una oración cuando esta era solo una parte de la verdad o la negación misma de la realidad.

-Se enoja si se le digo que no deberían disfrazarte, y sin embargo se menosprecias sin titubear- aquel hombre no era solo extraño sino contradictorio. Me pasó una mano por los cabellos mesándolos con suavidad, como si intentase encontrar entre ellos la respuesta a la cuestión. Y al no encontrarla decidió pasar de largo, sin olvidar, porque Anuar nunca olvidaba donde nacía su curiosidad –Anuar Dutuescu- respondió, dando por primera vez vestigio de su existente acento extranjero, se había esforzado por conseguir disimularlo frente a las personas. Por ser siempre motivo de inquisiciones y cuestionamientos a los que no deseaba contestar. Uno no huye de su pasado para que extraños se lo quieran recordar diariamente. Más, nunca había sido capaz de esconder su acento al pronunciar su nombre, venia intrínseco con su natalidad.

-No importa, creo que es la primera vez que alguien lo usa- se encogió de hombros observando con parsimonia como la sangre escarlata teñía el blanco lienzo con rapidez. La tela absorbía con facilidad los restos de sangre y apretándola sobre la herida propician a la formación de lo que solían llamar coagulo, como si en verdad supiese algo de medicina. Alzó la mirada cuando su interlocutor se decidió a hablar, justo, creía que era justo contestar ahora a sus preguntas y sin embargo no pudo evitar prensar ¿Desde cuándo se había comenzado a preocupar por la justicia en los demás? Quizás solo buscaba ganar su confianza.

-De saber que me iba a cobrar las respuestas le hubiera hecho más- sonrió de medio lado porque parecía ser que aquel desdichado hombre lo tomaba todo como una ofensa y aquello, más que pretender ser un arma hiriente era una muestra de sensibilidad ¿Buen humor? Seguía acostumbrándose a realizar buenos chistes aunque creía que estaba aun lejos de ser un cómico, ni siquiera un bufón –Soy velador en el cementerio- no necesitaba confesarle que hacía antes de eso, el cuestionaba su presente –Pero he tenido muchos trabajos trabaje en el muelle cargando cajas, enviando recados, intente trabajar en la biblioteca de la universidad pero parece ser que no tener estudios no es un buen ejemplo para las moldeables mentes. Antes pintaba- titubeo unos instantes, porque no comprendió de donde habían salido todas aquellas palabras.

-¿Y su nombre cual es?- quería regresar la atención al sirviente pues bien le habían dicho alguna vez que era contradictoria su curiosidad por saber de los demás y su interés por ocultar su propia identidad.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Vie Nov 30, 2012 5:01 pm

Se dio cuenta cuando Anuar comentó eso sobre su personalidad de que no era el único allí que se dedicaba a estudiar al que tenía delante. Mientras él se componía impresiones sobre el rumano parecía que él hacia lo propio con Edouard. Normalmente sentirse observado le ponía muy tenso, pero curiosamente en el momento en que comprendió eso fue cuando comenzó por fin a relajarse un poco en presencia de aquel extraño de cabello rojizo que le había turbado tanto sin razón aparente. Quizá saber que ambos se parecían más de lo que creyó le ayudaba a entender mejor a la otra persona, y de ese modo a estar más cómodo en su compañía. Eso no quiere decir que le alegrara saber que Dutuescu quería saber sobre él, al contrario, lo puso nervioso... pero ahora estaban, por decirlo de algún modo, en igualdad de condiciones.
- Nunca oí un nombre semejante. - Se sorprendió el criado. - ¿Es de aquí, de Francia?
Jamás había entablado conversación con un extranjero. Sabía que había algunos en el círculo de amistades de Madame, pero en aquella época todavía era raro encontrarlos en París y desde luego el sirviente no tenía una red extensa de contactos que le pudieran presentar a alguno de aquellos viajantes. Se preguntó si Anuar vendría de alguna tierra lejana y exótica. Visitar otro país estaba tan lejos de sus posibilidades que no se había permitido nunca ni siquiera soñar con ello, pero ahora fantaseó libremente con esa idea en su mente.

El pañuelo que tenía en la mano iba cumpliendo poco a poco el cometido de absorber la sangre escasa que manaba de su piel, restableciendo así la normalidad de su epidermis a ojos vista. No le dolía la herida porque habían sido pinchados superficiales aunque un poco escandalosos, así que pronto no tuvo ya necesidad de hacer más compresión con el trozo de tela.
- Si me da una dirección puedo hacérselo llegar. Limpio. - Especificó.
Se refería a que por supuesto lo lavaría y se lo enviaría a casa. No podía devolvérselo manchado y mucho menos iba a quedárselo, pero si el otro no le proporcionaba un punto de encuentro sería difícil regresar la prenda a su legítimo dueño. Seguramente tenía alguna clase de valor sentimental cuando no eran sus iniciales las que figuraban bordadas, y además él mismo había confesado que jamás lo había utilizado antes.

La sonrisa del pintor lo pilló de sorpresa y le miró la boca como extrañado de ver surgir tal expresión. No pegaba mucho con el contexto de la conversación que habían mantenido, pero estaba bien porque indicaba que estaban en paz. Todavía el muchacho tenía mal sabor de lo que había interpretado como un insulto hacía apenas unos minutos, y esa sensación no se le iba a borrar por una media sonrisa del otro hombre. Tal vez los dos defectos más destacables de Edouard fueran el escepticismo y el orgullo. Aparcó las cavilaciones a un lado para oír la explicación de los trabajos del rumano. No había acertado con lo de intelectual.
- ¿Por qué ya no pinta?
Suponía que porque era algo que no daba dinero, pero prefería concederle a Anuar el beneficio de la duda de confesarle si era por eso o realmente era bueno. No quería dar por hecho que no vendía nada, a lo mejor estaba delante de un Rembrandt por descubrir. Después de todo, ¿qué sabía él de pintura?
- Creo que me aburriría trabajando en una biblioteca. - Opinó, antes de darse cuenta realmente de que estaba hablando en voz alta. - Siempre he querido tener algo que hacer al aire libre. Los pájaros... - Culminó la frase, soñador, y la dejó sin terminar.
Volvió a sentarse donde antes estaba y a coger la rosa que había sobrevivido sorprendentemente a su apretón previo. Los pétalos eran de un rojo vivo que hacía competencia a todos los otros tonos de flores del jardín. No era la primera flor que le daban, pero sí la primera que procedía de otro hombre, y aquello le hizo sentir un poco raro aunque no tuviera ningún significado romántico ni tierno. No sabía qué iba a hacer con esa rosa, la verdad, no podía llevarla a casa. Madame haría preguntas y no le apetecía contarle su encuentro con el artista, era algo suyo y privado. Era muy celoso de su intimidad precisamente porque prácticamente no tenía ninguna.
- Edouard Carrouges.
Su apellido era realmente adoptado pero a él le servía igual. Era el nombre de la familia de la única mujer a la que había estado realmente unido.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Vie Nov 30, 2012 11:18 pm

Negó con la cabeza antes de comenzar a hablar –Nací en Bran- la tierra del mismísimo conde Draculea, objeto viviente de tantas y tan variadas anécdotas de su turbia vida y era aquella falta de comprensión de sus acciones lo que lo volvía la inspiración de trastornados escritores. Recordaba haber caminando en una ocasión por una de las colinas que permitían ver su antiguo castillo amurallado por doquier, con las torres estrechas alzándose hasta alcanzar el cielo, compitiendo con las nubes por abrirse paso entre la espuma. O por lo menos aquella escena había tenido lugar frente a él cuando era apenas un infante, seguro que si volvía a aquel lugar las torres no lucirían tan inmensas y no pelearían con las nubes ni por equivocación.

-Rumania- agregó, porque no esperaba que todo el mundo supiese de Vlad o las ciudades de todo el mundo, mucho menos una con tan poco comercio y recursos como fuese Bran –Pero no soy nuevo en estas tierras- confesó, porque era más parisino que muchos otros que habían nacido en aquel lugar. Conocía desde la corte de los milagros hasta el teatro de la ciudad, pasando por cementerios, catedrales y mercados inclusive había llegado a dar con los gitanos y sus vinos y bailes, excesos tan exagerados que parecían normalidad. Había disfrutado de la ligereza de sus bailes a pesar de poseer dos pies izquierdos sin intento de modestia.

Y entre recuerdos y memorias la voz del joven hombre le regreso a la realidad, al presente –No creo que eso pueda ser una buena idea- no vivía en las mejores calles de París en efecto, podía apostar su escasa fortuna a que era de las calles más desoladas e inseguras de la ciudad, la mujer que había llegado al primer piso del lugar entre gritos de desesperación y rezos de auxilio lo podría corroborar –Lo más convenientes seria que yo pase por el, si a usted no le molesta- quizás no deseaba que su Madame supiera de su existencia, que hablaba con alguien más. Seguro tendría entonces que darle una explicación y si resultaba ser tan recelosa con ella como con él aquello no le causaría ninguna gracia.

Más, Anuar tenía algunos trucos tras aquel impávido rostro –Cuestiones del destino- se encogió de hombros deseando ahora no haber tocado aquel tema de conversación ¿Cómo explicarle a un extraño el verdadero motivo de su pesar? ¿Cómo confesarle a alguien que fallido sueño lo había llevado a una vivida pesadilla? Resultaba inclusive un poco dramático si lo pensaba bien, una historia perfecta para algún pobre escritor y si el fuese mejor con la redacción habría publicado ya algún escrito ficticio de su realidad –Un accidente, en realidad- los temblores ahora aparecían solo cuando forzaba de más su capacidad, entonces el pincel volaba frenético por todo el lienzo sin su autorización, deformaba las líneas que antes había trazado, manchaba su obra y nada podía hacer. Y sin embargo, sujetar un vaso con agua, agarrar una cuchara, acciones que en un inicio tanto le habían costado parecían ahora acciones simples de realizar.

-¿Aburrirse? ¿Ha leído alguna vez un libro?- inquirió con curiosidad, no sabía su por ley los sirvientes debían ser analfabetas y la verdad era que no le resultaría extraño que fuese así, inclusive el en su condición media durante su infancia había tenido que renunciar a los estudios para pagar las clases de su hermana menor. Gracias a Dios, o cualquier otro santo o venerado, había aprendido a leer y escribir antes de cederle su lugar –Es la manera más barata de viajar, es la forma más simple de enamorarse y odiar y por un segundo, tu vida ya no es tu vida y puedes vivir la de alguien más- no creía, que de alguna manera, aquello pudiese ser aburrido para quien parecía anhelar todo salvo lo que tenia, y a gritos o en silencio descubriría que era lo que le mantenía en aquella situación.

- Edouard Carrouges- lo repitió en voz baja para no olvidar -¿Y no puede pedirle a su Madame otro trabajo además de acompañarle? Aprender algún oficio- y de haber sido un poco mas anarquista le habría incitado a buscar otro trabajo, faltas no le sobraban.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Sáb Dic 01, 2012 2:48 am

Sabía que su acento no era el de un nativo francés pero si le hubieran pedido que ubicara en un mapa su procedencia se habría perdido. Edouard no había hablado con un extranjero nunca el tiempo suficiente como para adaptar su oído a las tonalidades diferentes de habla que se usaban en todo el mundo. Si apareciera ante él un japonés sabría que no era de allí, pero igual le parecería de África que de Holanda. Incluso había países de los que no había oído comentar nada y que para él eran como Wonderland, se le podría mentir muy fácilmente a tal respecto porque lo creería a pies juntillas. Bran, por ejemplo. ¿Dónde estaba eso? Tal vez fuera alemán, una ciudad pequeña de la comarca germánica, porque sonaba más como sus poblaciones que como las de Inglaterra. Al final resultó ser Rumanía. El criado no sabía mucho de aquella zona del mundo y se prometió mirar su atlas de colores en cuanto regresara al hogar de Madame, porque se negaba a considerarlo el suyo propio. Dicen que un hogar es donde está tu corazón y el del chico nunca había encontrado acomodo entre aquellas paredes.
- Oh. - Se admiró.
Lo que sí sabía era que Anuar venía de muy lejos. ¿Sería su ciudad tan bella como París? En aquellos tiempos se le podían encontrar muchas carencias allí, como que el alcantarillado brillaba por su ausencia o deficiencia, pero a Edouard le parecía el colmo de la hermosura. Querría explorar todos sus rincones, porque aunque llevaba allí veinte años seguro que se dejaba algo por conocer.

Dejó que sus ojos se deslizaran hasta el pañuelo otra vez. Se veía de buena calidad y su tacto era suave, seguro que tenía historia propia. Pero el joven sabía que había límites que no se traspasaban y consideró conveniente trazar el suyo en aquel punto: ante la duda decidió que la delicada prenda era algo relacionado con sentimientos y que por tanto cuando menos quisiera ahondar sobre ella mejor. Ese tema era el que él más odiaría tener que responder sobre sí mismo, así que aplicaba el mismo concepto a los demás.
- Yo...
No sabía si era buena idea que Anuar fuera a casa de Madame a recogerlo pero acabó cediendo. No tenía otra opción puesto que el artista no quería darle su dirección, tal vez por miedo a que Edouard lo conociera y quisiera ir a buscarle alguna vez. ¿Era eso lo que temía el rumano? No podía decirse que el sirviente diera mucho miedo en general y menos aún aquel día, con su chaquetita azul y los famosos tirabuzones. Se obligó a apartar su atuendo de su mente porque le hacía sentir avergonzado.
- Claro, es perfecto. Puede pasar cuando le convenga mejor. - Respondió, para acto seguirle darle la dirección de la casa de su señora.
Ella no se molestaría si le confesaba lo que había ocurrido en realidad, que se había hecho una herida y que el desconocido le prestó el pañuelo. Madame no era celosa de los hombres, ahora bien, si Dutuescu fuera una muchacha... eso sería otro cantar.

Dedujo que el tal accidente había incapacitado al otro hombre para pintar. Qué lástima. Le miró las manos sin poder evitarlo buscando marcas evidentes de laceraciones pero no las encontró. ¿A qué clase de enfermedad se referiría? De nuevo aquello le pareció terreno minado y optó por no preguntar al respecto. Conforme cercaba preguntas en torno a Anuar iba encontrando - o eso creía él - los puntos débiles o dolorosos que le dificultaban expresarse. Eso no era lo mismo que conocer a una persona pero se le empezaba a acercar. Tenía datos sueltos como piezas de un puzzle, y hasta que no se tomara un tiempo para armarlas con paciencia no se compondría una impresión del total del individuo que tenía delante. Hasta entonces no podría decir si le agradaba o no.

- No sé leer. - Confesó. - Y me alegro de ello porque prefiero no enamorarme ni odiar. Reconozco que lo de viajar es un punto favorable, pero... no veo por qué es bueno sentir cosas que no nacen de uno mismo.
Él se había esforzado siempre por mantenerse al margen de sentimientos que pudieran complicarle la vida, y tampoco le había resultado costoso porque no se relacionaba con mucha gente. Lo último que necesitaba era ir a atormentarse con las andanzas de un personaje ficticio. ¿Qué tenía aquello de emocionante? Miró la rosa de nuevo y le dio vueltas lentamente entre los dedos, pensativo. Ahora fue su turno de esbozar media sonrisa cuando Anuar propuso que se buscara otro oficio a tiempo parcial.
- Usted no conoce a Madame.
Y quedó claro con sus palabras que daba por zanjado el tema sobre ella. Se pusiera como se pusiera el rumano de insistente no lograría que el criado se explayara explicando cosas de su señora: tal y como estaban las cosas ahora era su animal de compañía, su cortesano forzado, no le gustaba pero no podía dejarlo. ¿Por qué razones? Edouard tendría las suyas, pero era seguro que no se las iba a contar a Dutuescu.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Sáb Dic 01, 2012 8:59 am

No hacía falta anotar la dirección en una nota además, Anuar no solía cargar con papel y carboncillos y sería demasiado riesgoso andar por la vida con un tintero en sus bolsillos. Había escucho acerca de un invento de un inglés, una especie de pluma más refinada pero sería ilógico pensar que en algún momento de su vida pudiese adquirir una de aquellas nuevas invenciones del hombre, lo novedoso solía sobrepasar por mucho la nula riqueza que poseía. Por ello prefirió aprenderla de memoria, porque confiaba en ella ciegamente y seguiría siendo así hasta que le demostrase lo contrario. Repitió la dirección y pronto hubo quedado grabada en su memoria.

La facilidad con que las personas podían diferir las cosas en una conversación comenzó a asustarle ¿Lo leía Edouard con la misma sencillez? Ahora, por ejemplo, sus palabras arrojaban varias posibilidades dentro de su cabeza, hipótesis que navegaban de aquí y allá enrollándose con otros datos que había recibido con anterioridad. Podía suponer que el joven tenía miedo a sentir y se decantaba por dos motivos, la latente preocupación de salir herido en el atrancado de afecto o, la necesidad de negarse a sus sentimientos por cuestiones que señalaban a su Madame. De cualquier manera, al no ser un adivino, no podía llenar los espacios en blanco con suposiciones ficticias que podrían errar con creces de la realidad.

-¿Quien le ha dicho que no nacen de uno mismo? Un escritor tiene la facilidad de inducirnos a sentir con sus escritos, puede ser amor, puede ser tristeza. Pero, no tienen la habilidad de crearlos- desconoció el motivo por el cual lo intentaba convencer, Edouard había demostrado no ser solo terco sino selectivamente sordo. Quizás ahora creería que el rumano se refería a que por su estado de sirviente los libros no eran para el, sonrió internamente por el pensamiento -¿Pensarías que es una ofensa que me ofrecería a enseñarte a leer?- la cuestión emergió con tranquilidad, mientras rebuscaba en las plantas cercanas algo que llamara su atención. Un viejo tulipán, un botón de rosa o un gusano en su capullo ¿Era época de mariposas? Lo tendría que investigar.

Su búsqueda seso con las últimas palabras del mozo –Queda claro que no la conozco- pero Edouard desconocía hasta qué punto la comenzaba a conocer por todas las cosas que decía o no, quizás la conocía más que lo que cualquiera de los dos hubiese esperado –Me sorprende la obviedad en sus palabras- comenzaba a cuestionarse si realmente sería factible mermar entre aquella aparente apatía y descontento con los demás, podría apostar que sobrepasaba su propia indiferencia y parsimonia y aquello ya era mucho decir. Pero por lo menos él, se esforzaba en ser amable. Miro por encima de su hombro el lugar donde se le había comentado con anterioridad estaban la Señora y la Madame cuchicheando de temas menos relevantes –Creo que será mejor que me vaya marchando- aseveró despidiéndose con un suave gesto en la cabeza a señal de despedida.

Ahora lo comprendía, el problema era que se comenzaba a preocupar demasiado por alguien que evidentemente no necesitaba de la preocupación de un extraño y no solo aquello, la negaba a puntapiés y empujones como quien hace a un lado a un leproso. La diferencia era que Edouard no era un fariseo y el mismo rumano no poseía ninguna enfermedad que pudiese ser concebida a la ira de Dios, el castigo divino por haber obrado mal –Iré por mi pañuelo en unos días- sentía ahora los labios como una tormenta de arena –Oh, si prefiere puede enviar a alguien a dejarlo al cementerio- se encogió de hombros y sin pronunciar despedida alguna giro sobre sus talones para andar a la salida, tampoco pretendía despedirse de la decrepita mujer que no dudaría en tomar su interés y convertirle en una burla a su persona. Había aprendido a ignorarla pero ahora, sencillamente no se sentía con los ánimos de soportarla.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Sáb Dic 01, 2012 10:28 am

Si el escritor no podía crear sentimientos tendría que prenderlos de la yesca que habitaba en el interior de cada uno. Edouard empezó a sentir curiosidad por saber si él también escondería la materia prima perfecta para que germinaran en su pecho esas sensaciones que parecían apasionar tanto al rumano. No es que quisiera experimentarlas, eran cosas distintas, pero su ofrecimiento de enseñarle a leer era suculento y llegó en el momento preciso. Hasta ese instante el criado habría declinado la invitación de cualquiera que procediese por no considerar la lectura como algo muy apetecible, pero ahora... Anuar sabía cómo enseñarle la zanahoria al conejo. En ese sentido podría decirse que el muchacho era un ignorante porque no solo era analfabeto sino que jamás había pretendido remediar tal situación, y como todos los ignorantes temía aquello que le quedaba por conocer. No es que Edouard llegara al extremo de querer quemar en una hoguera a los que pensaran distinto a él, pero no lograba sentirse cómodo en la presencia de un libro igual que no lo estaba en presencia de muchas personas que predecía que podían turbar su tranquilidad. Tranquilidad aparente, por supuesto, porque la calma que se aventuraba en la superficie del joven, en la expresión de su rostro, era lograda a base de reprimir muchas cosas en orden inestable dentro de una caja que estaba a punto de estallar por todo lo que contenía. Quizá el rumano fuera la llave que abriera esa caja. ¿Sería capaz de enseñarle realmente a leer a su edad?

Iba a decirle que aceptaba, que tenía ahorrados unos pocos francos y que podía pagarle por sus lecciones, pero antes aún de que intentara resolver el quebradero de cabeza de dónde llevar a cabo las clases Dutuescu anunció que se marchaba. Estaba ofendido, eso se translucía en sus maneras y el tono de su voz, pero Edouard no lo comprendió en un principio. Justo cuando él empezaba a relajarse en su presencia era el otro el que se tensaba, parecían los dos extremos de uno de los balancines de los niños, los que usaban en los parques para jugar. Tal vez esa era su forma de estar en equilibrio. Quizá tendrían que trabajar para hallar juntos la forma de relacionarse sin herir al otro ni sentirse herido, ¿pero era posible? Y lo más importante, ¿querrían intentarlo? El criado pensó que el otro hombre había perdido definitivamente la paciencia con él, que había tomado su hermetismo por grosería y que no sin razón pretendía marcharse porque consideraba imposible mantener con el chico una conversación civilizada.
- ¡Espere!
Hasta a él le sonó raro ese tono acuciante en su voz después de tanto rato armado con sus palabras como cuchillos para defenderse de la intrusión externa. Se puso en pie y corrió tras Anuar para alcanzarlo en la puerta de la cancela que circundaba la propiedad de la amiga de Madame.
- Iré yo a devolvérselo al cementerio. Por favor. Iré yo.
Su frase resultó algo atropellada porque entre tanta letra intentaba mascullar una disculpa que por orgullo y por falta de costumbre no se alcanzó a formular. No confiaba en que el pintor pudiese encontrarla escondida debajo de su ofrecimiento de ir a llevarle el pañuelo, pero esperaba en que al menos aceptara eso último. Si volvían a verse podrían empezar otra vez, Edouard quería darle otra oportunidad. Quería dársela a sí mismo.

- ¡Edouard! - Otra voz se dejó oír en aquel momento. - ¡Querido! ¿Dónde se ha metido?
Y ahí estaba Madame otra vez recordándole que podía hacer sus plantes, pero que siempre estaría condenado a soñar con un ancla atada al tobillo como los barcos que no pueden alejarse del puerto. El chico miró a Dutuescu, alzó una mano en un ademán vago que tuvo que servir como despedida y luego se dio media vuelta para desaparecer en dirección al interior de la casa. Al final no se dio cuenta de que la rosa se había quedado en el borde de la fuente, esperando, con los pétalos bien abiertos para acoger los últimos rayos de sol del atardecer.



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Mensaje por Anuar Dutuescu Sáb Dic 01, 2012 11:18 am

No había pensado ni por asomo que Edouard fuese a salir corriendo detrás de él gritando a sus espaldas que cesase su andar, aquello más que molestarlo le sorprendió. A lo mejor se equivocaba y no estaba todo perdido con el muchacho. Se detuvo con una mano sobre la portezuela para voltearle a ver y atrapar aquellas frenéticas palabras que parecían salir disparadas de sus labios con asombrosa velocidad, aturdiéndolo por unos segundos antes de conseguir descifrar la oración –Mi turno es el nocturno- se odió, por haberle pedido asistir al lugar donde las pesadillas deambulaban con tranquilidad, donde muchas de ellas habían encontrado un hogar. Tendría que buscar ahora la manera de volver aquella boca de lobo un lugar decente.

Estiro el cuello logrando vislumbrar el preciso instante en que su cuerpo se evaporo y su atención fue reclamada por la moribunda flor que se mantenía estática sobre la fuente, son su sangre y la del francés mezclada en su terso ser. Se calentaba con las ultimas caricias del astro rey ¿Esperaba morir junto con él? Regreso su andanza hasta tenerla frente a él, con el último soplo de vida atorado entre sus espinas. Estiro las manos sujetando el cadáver entre sus manos y con la misma delicadeza que caracterizaba sus acciones, pues creyéndolo o no carecía de violencia en su actuar, guardo a la flor entre sus manos para proseguir con su partida. Que la despedida del sol seria también la suya, para continuar con su labor de velador con la luna como austera madre.

Se alejo de la casona pensando en lo ocurrido, no había conseguido el favor de la Señora, regresaba a su vivienda sin un franco de más en el bolsillo y aun así con la creciente deuda amenazando con dejarlo con dos pies en la acera. Sin embargo, la satisfacción de regresar con una maltrecha flor resultaba ser mayor.


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