AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La Esclavitud de la Carne | Privado
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La Esclavitud de la Carne | Privado
Violencia. Destrucción. Barbarie. El sentido mismo de la vida. O mejor dicho, de su vida, tal era el nivel de deshumanización que su ser había alcanzado. Y lo cierto es que le gustaba. Demasiado, quizá. Aquella noche le había tocado a aquella muchacha, como en otro momento le podría haber tocado a cualquier otra. Mala suerte para ella, y una magnífica oportunidad para Aletheïa de recrearse en los sueños más oscuros que jamás había tenido. De sus ojos, azules como el hielo, cortantes, fríos; emanaba una profunda y absoluta locura. Porque por culpa de la incompetencia de aquellos que la rodeaban, se estaba volviendo más y más violenta, más y más cruel. Luego, que no le dijeran que no había avisado. Y el que avisa, no es traidor. Se había pasado toda la eternidad diciendo que el día en que su mente se quebrara del todo, no habría marcha atrás. Y ese día acababa de llegar. Los cadáveres, vacíos de sangre, se amontonaban en el sótano que alguna vez fue una despensa. Había acabado con todo el servicio, y con los suplentes, tal era su nivel de desesperación. Porque sí, estaba desesperada. Desesperada por cambiar, por evolucionar, por trascender de aquel cuerpo muerto hacía tanto para convertirse en otra cosa. No podía morir, pero tampoco podía seguir. Estaba estancada, aprisionada en su propia carne. Y había aprendido a odiarla con todas sus fuerzas.
Ahora... Oh, ahora Aletheïa sería un Dios. La Diosa de la maldad, de la injusticia. La Diosa de la muerte. Sesgaría toda vida a su paso, hasta que algo cambiara. Y si ese cambio nunca llegaba, destruiría todo para nada. Pero ¿a quién le importaba eso? Aletheïa estaba hecha para hacer arder el suelo que pisaba, y ella siempre haría honor a su naturaleza. Era un don. Sí, tenía un don. El don de poder destrozar, asesinar, mutilar y desangrar a cientos de miles de personas, y no sentirse jamás culpable por ello. Su conciencia estaba bastante más muerta que ese corazón podrido que había dejado de palpitar cinco mil años atrás. Y para empezar con su legado, con su misión en aquel mundo atestado de criaturas inútiles, se recrearía con aquella chiquilla de la que ni siquiera sabía su nombre. No necesitaba un nombre para querer acabar con ella, como no necesitaba que nadie le dijera lo poderosa que era para saber que no había nadie mejor. Y no es que se sintiera superior a los demás por capricho o por simple egocentrismo. No. Se sentía superior porque sabía, y siempre había sabido, que lo era. Estaba por encima del bien y del mal, por encima del equilibrio. Por encima de la moral. Aletheïa era la parca, y había venido al mundo para provocar la destrucción del mismo, en un desenlace tan ruin, tan terrible, que superaría las expectativas de todos los que alguna vez lo imaginaron.
Temblarían bajo su rabia, porque la rabia era, al final, la que verdaderamente movía el mundo. Aunque los débiles de espíritu no lo vieran.
Ahora... Oh, ahora Aletheïa sería un Dios. La Diosa de la maldad, de la injusticia. La Diosa de la muerte. Sesgaría toda vida a su paso, hasta que algo cambiara. Y si ese cambio nunca llegaba, destruiría todo para nada. Pero ¿a quién le importaba eso? Aletheïa estaba hecha para hacer arder el suelo que pisaba, y ella siempre haría honor a su naturaleza. Era un don. Sí, tenía un don. El don de poder destrozar, asesinar, mutilar y desangrar a cientos de miles de personas, y no sentirse jamás culpable por ello. Su conciencia estaba bastante más muerta que ese corazón podrido que había dejado de palpitar cinco mil años atrás. Y para empezar con su legado, con su misión en aquel mundo atestado de criaturas inútiles, se recrearía con aquella chiquilla de la que ni siquiera sabía su nombre. No necesitaba un nombre para querer acabar con ella, como no necesitaba que nadie le dijera lo poderosa que era para saber que no había nadie mejor. Y no es que se sintiera superior a los demás por capricho o por simple egocentrismo. No. Se sentía superior porque sabía, y siempre había sabido, que lo era. Estaba por encima del bien y del mal, por encima del equilibrio. Por encima de la moral. Aletheïa era la parca, y había venido al mundo para provocar la destrucción del mismo, en un desenlace tan ruin, tan terrible, que superaría las expectativas de todos los que alguna vez lo imaginaron.
Temblarían bajo su rabia, porque la rabia era, al final, la que verdaderamente movía el mundo. Aunque los débiles de espíritu no lo vieran.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
¿Podría haber escogido un lugar más extraño y tétrico para reunirse conmigo que el mismísimo calabozo de su enorme castillo? No, por supuesto que no. Porque probablemente no hubiese lugar más tenebroso sobre la faz de la tierra que ese. Si bien era conocedor de las muchas dotes de las que su marido, aquel inquisidor curtido en mil batallas, era portador, también sabía de sus casi exquisitos modales, y de que no le recriminaría nada a aquella esposa a la que cada día conocía menos. Salvo, quizá, el hecho de que estuviera encontrándose con un amante. Pero entre nosotros dos nunca hubo nada más que una relación puramente "comercial", por llamarlo de algún modo. Yo hacía el trabajo sucio. Me dedicaba a perseguir a aquellos enemigos a los que ella no podía acceder, bien por la necesidad de mantener las formas, o por la incapacidad de salir a la luz del Sol, con la débil promesa de que ella me conseguiría la información necesaria para recuperar aquello que perdí tiempo atrás. Aún así, dado el largo historial de infidelidades cometidos por el esposo de la que podría considerarse mi mayor y única aliada en París, no era de extrañar que pudiera desconfiar de nuestros encuentros, y más cuando se producían con tanta frecuencia. Aún así hubiésemos acabado antes si en lugar de quedar bajo su casa, nos hubiéramos encontrado en algún lugar más apartado. Pero al aire libre. Pese a trabajar con y para Aletheïa, siempre desconfié de los chupasangres. Y menos mal.
Entré en aquella oscura y húmeda estancia por el pasadizo oculto en el bosque circundante, tal y como la inquisidora me había indicado previamente. Y me sorprendí a mí mismo al no sentirme como un invasor de la propiedad privada. Había pasado tantas horas en aquel castillo, que casi podría decirse que lo conocía como la palma de mi mano. Y pese a que nunca había estado en ese preciso lugar, no me resultó demasiado difícil ubicarme y hacer una imagen mental de las estancias que debían situarse justo encima. ¿Quién imaginaría que dentro de una mansión tan ricamente ornamentada, y con tantos lujos y maravillas varias, había también una galería de los horrores como aquella? El olor a humedad era casi tan fuerte como el olor a sangre, aunque no llegaba a enmascararlo. No me cogió por sorpresa, sin embargo. Aletheïa parecía bastante dada a disfrutar haciendo atrocidades, y no me extrañó en absoluto que decidiera realizarlas precisamente allí. Podía ocultarse de miradas indiscretas, y dar rienda suelta a su más que retorcida imaginación. Un escalofrío recorrió mi espalda al ver dentro de una de aquellas enormes jaulas una silla de torturas y un par de pesados grilletes colgando de la pared. ¿Qué pobre malnacido habría tenido la mala suerte de caer en sus oscuras garras? ¿A quién había logrado engatusar con su intensa y azulada mirada, y sus hermosos labios? ¿Quién había creído que tras su voz, siempre calmada, se escondía un ser honesto y benevolente?
Ni lo supe, ni le pregunté. Sólo di las gracias, mentalmente, por no haber caído yo en su fachada de humana respetable perfectamente confeccionada. Aunque en su momento, a punto estuve de acabar sentado en esa silla.
Entré en aquella oscura y húmeda estancia por el pasadizo oculto en el bosque circundante, tal y como la inquisidora me había indicado previamente. Y me sorprendí a mí mismo al no sentirme como un invasor de la propiedad privada. Había pasado tantas horas en aquel castillo, que casi podría decirse que lo conocía como la palma de mi mano. Y pese a que nunca había estado en ese preciso lugar, no me resultó demasiado difícil ubicarme y hacer una imagen mental de las estancias que debían situarse justo encima. ¿Quién imaginaría que dentro de una mansión tan ricamente ornamentada, y con tantos lujos y maravillas varias, había también una galería de los horrores como aquella? El olor a humedad era casi tan fuerte como el olor a sangre, aunque no llegaba a enmascararlo. No me cogió por sorpresa, sin embargo. Aletheïa parecía bastante dada a disfrutar haciendo atrocidades, y no me extrañó en absoluto que decidiera realizarlas precisamente allí. Podía ocultarse de miradas indiscretas, y dar rienda suelta a su más que retorcida imaginación. Un escalofrío recorrió mi espalda al ver dentro de una de aquellas enormes jaulas una silla de torturas y un par de pesados grilletes colgando de la pared. ¿Qué pobre malnacido habría tenido la mala suerte de caer en sus oscuras garras? ¿A quién había logrado engatusar con su intensa y azulada mirada, y sus hermosos labios? ¿Quién había creído que tras su voz, siempre calmada, se escondía un ser honesto y benevolente?
Ni lo supe, ni le pregunté. Sólo di las gracias, mentalmente, por no haber caído yo en su fachada de humana respetable perfectamente confeccionada. Aunque en su momento, a punto estuve de acabar sentado en esa silla.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 01/06/2014
Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
La vampiresa hundió sus colmillos en la pálida y suave piel del cuello de la víctima, logrando que su angustia vital, su rabia y todo aquel dolor que tenía enquistado desde hacía años se diluyeran con la sangre que, poco a poco, iba dotando de vida sus músculos marchitos. Era fascinante cómo, pese a todos los años que habían pasado desde que fuera convertida en la bestia que ahora era, seguía disfrutando plenamente del placer que le suponía ese momento, ese preciso momento, en el que sus víctimas seguían respirando, debatiéndose en esa pequeña línea que divide la vida de la nada más absoluta. No podía evitarlo. Cuando sus latidos iban descendiendo en cantidad y ritmo, cuando su respiración se hacía más y más lenta y entrecortada, su sangre se volvía dulce, llena de matices, como si dejaran, a propósito, lo mejor para el final. Y era ahí cuando lograba abstraerse casi por completo, dejar de lado todo aquello que ocupaba sus pensamientos, atosigándola. Pero ese instante, brevísimo, siempre terminaba demasiado pronto. Antes de lo que esperaba. Antes de que pudiera olvidarse por completo de todo, apartarlo hasta un lugar recóndito y oscuro de su mente, enterrarlo para siempre... Antes de que lograra reencontrarse con aquel yo que alguna vez fue. Antes de que el cambio se prolongara en el tiempo.
Cuando la víctima expiraba su último aliento, toda la crudeza de su realidad, de su mundo, volvía a manifestarse de golpe, sin darle tiempo a respirar. Su mueca se volvió fría, distante, cuando dejó caer el cadáver a sus pies, junto a los otros cuatro que allí descansaban. Su cita de aquella noche se estaba retrasando, y el número de tentempiés, que habían ascendido hasta la cifra de nueve, daba una importante pista acerca de lo mucho que eso la molestaba. Aletheïa no era de las personas a las que debas hacer esperar. Su paciencia era tan fluctuante como lo era su carácter, que de su habitual frialdad e indiferencia se desplazaba bruscamente hasta la ira más descontrolada. Y para más inri, sabía perfectamente que aquel estúpido cambiaformas conocía a la perfección aquella faceta de sí misma, por lo que era evidente que lo hacía a propósito. ¿Qué se creía? Que requiriese sus servicios para encontrar a la puta de turno con la que sabía que estaba yaciendo su marido, no significaba necesariamente que lo necesitara para dar con ella. Conocía su paradero desde hacía semanas, pero no le apetecía malgastar sus esfuerzos en encontrarla, ni mucho menos mancharse las manos de su sangre de forma innecesaria. Cuando él la atrapara, se recrearía con ella gustosamente: pero no antes. Así, si algo salía mal, ¿quién podría relacionar su secuestro con la inquisidora? Lo negaría todo. Y Siegfried conocía las condiciones. Así que, ¿a qué demonios jugaba? Podría aplastarlo con una mano en menos de dos segundos, y no dudaría en hacerlo si la situación se le iba de las manos... Los insectos, a veces, se creen más de lo que son. Pobres necios.
Casi media hora después de la hora acordada, pudo percibir en el ambiente que alguien se acercaba. Identificó su olor con relativa facilidad entre toda la sangre que había derramado a lo largo de aquella absurdamente prolongada espera y profirió un bufido por saludo cuando el hombre se puso a su altura. Lo escrutó con la mirada durante unos instantes, para luego desviar el rostro hasta quienes yacían a sus pies. No había nada en él que le causara el más mínimo interés. De hecho, no había nadie que despertara en ella ni siquiera un ápice de curiosidad. Las personas la aburrían, tal era el desapego que experimentaba con el mundo desde hacía un tiempo en adelante.
- ¿Queréis un poco? Aún puede decirse que están bastante frescos... -Murmuró dibujando una sonrisa fría y cruel a partes iguales, para luego aproximarse a él en varias zancadas, hasta quedar a su altura. - Os aseguro de que la próxima vez que me hagáis esperar, si es que la hay, acabaréis compartiendo fosa con otros como ellos. ¿Lo habéis entendido? -Su tono, carente de cualquier tipo de emoción, no admitía réplica. Ni tampoco la esperaba, realmente. La gente inteligente solía saber cuando mantener el pico cerrado. Y por lo que conocía al cambiaformas, no le parecía demasiado estúpido. - Seguidme. -Avanzó a paso ligero por las galerías subterráneas del castillo, sin prestar atención a los múltiples utensilios de tortura, con sus respectivos cadáveres, que se amontonaban a su alrededor. Antes, torturar era divertido. Ahora se había convertido en un hobby, en una costumbre de la que no se había podido deshacer.
Cuando la víctima expiraba su último aliento, toda la crudeza de su realidad, de su mundo, volvía a manifestarse de golpe, sin darle tiempo a respirar. Su mueca se volvió fría, distante, cuando dejó caer el cadáver a sus pies, junto a los otros cuatro que allí descansaban. Su cita de aquella noche se estaba retrasando, y el número de tentempiés, que habían ascendido hasta la cifra de nueve, daba una importante pista acerca de lo mucho que eso la molestaba. Aletheïa no era de las personas a las que debas hacer esperar. Su paciencia era tan fluctuante como lo era su carácter, que de su habitual frialdad e indiferencia se desplazaba bruscamente hasta la ira más descontrolada. Y para más inri, sabía perfectamente que aquel estúpido cambiaformas conocía a la perfección aquella faceta de sí misma, por lo que era evidente que lo hacía a propósito. ¿Qué se creía? Que requiriese sus servicios para encontrar a la puta de turno con la que sabía que estaba yaciendo su marido, no significaba necesariamente que lo necesitara para dar con ella. Conocía su paradero desde hacía semanas, pero no le apetecía malgastar sus esfuerzos en encontrarla, ni mucho menos mancharse las manos de su sangre de forma innecesaria. Cuando él la atrapara, se recrearía con ella gustosamente: pero no antes. Así, si algo salía mal, ¿quién podría relacionar su secuestro con la inquisidora? Lo negaría todo. Y Siegfried conocía las condiciones. Así que, ¿a qué demonios jugaba? Podría aplastarlo con una mano en menos de dos segundos, y no dudaría en hacerlo si la situación se le iba de las manos... Los insectos, a veces, se creen más de lo que son. Pobres necios.
Casi media hora después de la hora acordada, pudo percibir en el ambiente que alguien se acercaba. Identificó su olor con relativa facilidad entre toda la sangre que había derramado a lo largo de aquella absurdamente prolongada espera y profirió un bufido por saludo cuando el hombre se puso a su altura. Lo escrutó con la mirada durante unos instantes, para luego desviar el rostro hasta quienes yacían a sus pies. No había nada en él que le causara el más mínimo interés. De hecho, no había nadie que despertara en ella ni siquiera un ápice de curiosidad. Las personas la aburrían, tal era el desapego que experimentaba con el mundo desde hacía un tiempo en adelante.
- ¿Queréis un poco? Aún puede decirse que están bastante frescos... -Murmuró dibujando una sonrisa fría y cruel a partes iguales, para luego aproximarse a él en varias zancadas, hasta quedar a su altura. - Os aseguro de que la próxima vez que me hagáis esperar, si es que la hay, acabaréis compartiendo fosa con otros como ellos. ¿Lo habéis entendido? -Su tono, carente de cualquier tipo de emoción, no admitía réplica. Ni tampoco la esperaba, realmente. La gente inteligente solía saber cuando mantener el pico cerrado. Y por lo que conocía al cambiaformas, no le parecía demasiado estúpido. - Seguidme. -Avanzó a paso ligero por las galerías subterráneas del castillo, sin prestar atención a los múltiples utensilios de tortura, con sus respectivos cadáveres, que se amontonaban a su alrededor. Antes, torturar era divertido. Ahora se había convertido en un hobby, en una costumbre de la que no se había podido deshacer.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
Recibí el fuerte olor a sangre como una bofetada. Me inundó las fosas nasales con brusquedad, expandiéndose en mi interior y provocándome aquella inconfundible sensación de náuseas. Me daba arcadas. Me dejé guiar por el hedor, consciente de que al final del camino que éste me marcaba, podría encontrarme finalmente con ella. Nuestro primer encuentro, ahora que me fijaba, también había sido bastante parecido a ese. Parecía que todo cuanto rodeaba a la inquisidora era el dolor, la sangre, y la destrucción. ¿A cuántos inocentes habría asesinado aquella noche? ¿Sobre cuántos habría descargado su rabia, su ira, sin dudarlo? Nunca olvidaría el rostro de la muchacha a la que estaba devorando la primera vez que la vio. Una mezcla entre el pánico más absoluto, denotado por su rostro desencajado por el temor, y un infinito y hondo vacío. Sus ojos. Sus ojos eran dos pozos negros, sin vida, inexpresivos. Indiferentes. Despegados de la realidad. Los ojos de un muerto, antes incluso de que exhalara su último aliento. Fue... terrible. La escena más horrible que había presenciado en toda mi vida. Y todo apuntaba a que aquella noche iba a ser exactamente igual que aquella otra. ¿Por qué no salí corriendo? Ganas no me faltaban desde luego, pero había algo mucho más importante que el temor -perfectamente lógico- que aquel monstruo me provocaba. Y era la necesidad de encontrarla. La necesidad de volver a verla, de cumplir la promesa que le hice cuando apenas éramos dos niños: estar juntos para siempre.
Ya alejados de aquel absurdo romance infantil, por supuesto. Pero necesitaba saber si, pese al tiempo y la distancia, ella seguía sintiendo lo mismo que yo. Qué pasara después con aquellos sentimientos, sólo el tiempo lo diría... Y bueno, si la única pista que tenía acerca del paradero de la joven que ocupaba siempre mis pensamientos venía de aquella agresiva y violenta inquisidora, tendría que hacer de tripas corazón y aceptar lo que me diera. Obviamente, siempre manteniendo la cabeza bien fría y sin dejarme llevar por su arrasadora personalidad. Sabía que con los vampiros siempre había que mantenerse ojo avizor. Y más, con los vampiros como ella. ¿Cuántos años tendría? ¿Mil? ¿Dos mil? Los suficientes para destruirme en cuestión de segundos. No tuve que andar mucho para toparme con ella y con el desastre que había cometido. Llegué a contar dos cadáveres antes de tener que apartar la mirada a causa del horror. Era terrible. Había despojado a dos cuerpos jóvenes y florecientes de toda su virtud. Y ni siquiera se inmutaba. Allí estaba ella, mortalmente hermosa a la vez que terriblemente indiferente. La miré de frente en todo momento, incluso cuando la amenaza de sus palabras se hizo implícita. Por un momento realmente pensé que iba a matarme en aquel preciso instante... Pero si me había llamado precisamente a mi, era porque también me necesitaba. A su manera, claro. Y mientras eso siguiera siendo así, mi vida no peligraría... ¿no?
Tragué saliva y la seguí sin dudarlo ni un momento. Estaba convencido de que cumpliría sus palabras si en algún momento volvía a retrasarme. - Os ruego me disculpéis... Señora Tsakalidis. Tardé más de la cuenta en encontrar la entrada que me indicasteis. Había mucha maleza en la zona y estaba bien camuflada. -Intenté no fijarme en los cadáveres en avanzado estado de descomposición que yacían sentados en sus instrumentos de tortura... pero no lo conseguí. Era terrible. ¿Cómo una persona podía cometer todas aquellas atrocidades y seguir pudiendo convivir con su conciencia? ¿O es que acaso la eternidad también despojaba a las personas de algo como eso? Observé su silueta, altiva y despampanante, contoneándose mientras caminaba. Sus andares rápidos no le restaban ni una pizca de la hermosura que tenía. ¿Cómo un monstruo podía tener un rostro tan bello, y unas formas tan proporcionadas? La naturaleza dotaba de cosas maravillosas a gente que no lo merecía, y cada día lo tenía más claro. - No entiendo por qué habéis decidido quedar en un lugar... como este. Creo que alejarnos de vuestro castillo hubiera sido más efectivo para ocultarnos de vuestro esposo. -Ni sé por qué lo dije, ni pensé ni un momento el efecto que mis palabras pudieran tener, pero me arrepentí en el mismo momento de pronunciarlas. Aquella cripta me estaba poniendo los pelos de punta: lo único que quería, era salir de allí. Como fuera.
Ya alejados de aquel absurdo romance infantil, por supuesto. Pero necesitaba saber si, pese al tiempo y la distancia, ella seguía sintiendo lo mismo que yo. Qué pasara después con aquellos sentimientos, sólo el tiempo lo diría... Y bueno, si la única pista que tenía acerca del paradero de la joven que ocupaba siempre mis pensamientos venía de aquella agresiva y violenta inquisidora, tendría que hacer de tripas corazón y aceptar lo que me diera. Obviamente, siempre manteniendo la cabeza bien fría y sin dejarme llevar por su arrasadora personalidad. Sabía que con los vampiros siempre había que mantenerse ojo avizor. Y más, con los vampiros como ella. ¿Cuántos años tendría? ¿Mil? ¿Dos mil? Los suficientes para destruirme en cuestión de segundos. No tuve que andar mucho para toparme con ella y con el desastre que había cometido. Llegué a contar dos cadáveres antes de tener que apartar la mirada a causa del horror. Era terrible. Había despojado a dos cuerpos jóvenes y florecientes de toda su virtud. Y ni siquiera se inmutaba. Allí estaba ella, mortalmente hermosa a la vez que terriblemente indiferente. La miré de frente en todo momento, incluso cuando la amenaza de sus palabras se hizo implícita. Por un momento realmente pensé que iba a matarme en aquel preciso instante... Pero si me había llamado precisamente a mi, era porque también me necesitaba. A su manera, claro. Y mientras eso siguiera siendo así, mi vida no peligraría... ¿no?
Tragué saliva y la seguí sin dudarlo ni un momento. Estaba convencido de que cumpliría sus palabras si en algún momento volvía a retrasarme. - Os ruego me disculpéis... Señora Tsakalidis. Tardé más de la cuenta en encontrar la entrada que me indicasteis. Había mucha maleza en la zona y estaba bien camuflada. -Intenté no fijarme en los cadáveres en avanzado estado de descomposición que yacían sentados en sus instrumentos de tortura... pero no lo conseguí. Era terrible. ¿Cómo una persona podía cometer todas aquellas atrocidades y seguir pudiendo convivir con su conciencia? ¿O es que acaso la eternidad también despojaba a las personas de algo como eso? Observé su silueta, altiva y despampanante, contoneándose mientras caminaba. Sus andares rápidos no le restaban ni una pizca de la hermosura que tenía. ¿Cómo un monstruo podía tener un rostro tan bello, y unas formas tan proporcionadas? La naturaleza dotaba de cosas maravillosas a gente que no lo merecía, y cada día lo tenía más claro. - No entiendo por qué habéis decidido quedar en un lugar... como este. Creo que alejarnos de vuestro castillo hubiera sido más efectivo para ocultarnos de vuestro esposo. -Ni sé por qué lo dije, ni pensé ni un momento el efecto que mis palabras pudieran tener, pero me arrepentí en el mismo momento de pronunciarlas. Aquella cripta me estaba poniendo los pelos de punta: lo único que quería, era salir de allí. Como fuera.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 28
Fecha de inscripción : 01/06/2014
Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
Excusas. Siempre excusas. ¿Es que los mortales no tenían otra cosa más interesante -o más importante- que hacer, que excusarse con cosas tan triviales como la que el cambiaformas acababa de soltar por la boca? ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Creérselo? ¿Decirle que no pasaba nada? Que esperase sentado. Ella misma había limpiado la zona para que pudiera encontrar la entrada con facilidad, además de haberle dado instrucciones muy específicas acerca de cómo llegar; y más importante: de cuándo. Si había llegado tarde, sólo debía disculparse y prometer que no volvería a suceder. Toda la palabrería posterior no hacía más que cabrearla. La vampiresa refunfuñó por lo bajo, visiblemente molesta, y siguió caminando por las extensas galerías que recorrían el castillo por debajo. Si la edificación que había sobre sus cabezas tenía más de trescientos años, las gruesas paredes de roca que formaban aquella especie de mazmorra indicaban que tenía bastantes más. Setecientos quizá. Alguna vez sirvió para evacuar a los parisinos de la zona norte en caso de haber algún problema... Al menos, hasta que el matrimonio Tsakalidis llegó a la ciudad y se adueñó del terreno. Sus poderes habían ayudado, por supuesto.
- Me importa poco los motivos que os hayan llevado a llegar tarde. Pero consideraos advertido. La próxima vez tendré lista una tumba con vuestro nombre. Y no, no estoy bromeando. -Por su tono de voz, era más que evidente, pero sabía que los hombres como él, que se las daban de "valientes" y "fuertes" solían tomar en broma toda amenaza, explícita o implícita, que viniera de alguien objetivamente superior. Y más si se trataba de una mujer. Era bastante patético, la verdad, aunque comprensible. Cuando sabes que tu vida va a acabar en algún momento, te buscas un objetivo, una meta que cumplir para dotarla de algún sentido. Ella, que no moriría nunca, no necesitaba de algo como eso. Tras girar en un par de esquinas consecutivas, a lo lejos se divisó una celda que, a diferencia de las otras, estaba custodiada por una gruesa puerta de acero. Su caja fuerte particular... Pero no habían llegado aún a la puerta cuando el cambiante soltó aquellas palabras, que la hicieron enojar bastante más de lo que ya estaba. La vampiresa se detuvo en seco y se giró para encararle. Sus ojos, antes vacíos e inexpresivos, ahora refulgían con la inconfundible llama de la ira.
- ¿Acaso creéis que me importa una mierda lo que mi marido tenga o no que decir al respecto de mis asuntos? ¿Con quién demonios os creéis que habláis? Alguien como yo no necesita de la opinión de otros, tampoco de la vuestra. Y si lo que teméis es a una posible represalia por su parte, os advierto que lo que él pudiera haceros no se compararía en absoluto de lo que yo sería capaz, y realmente, os haría. Tenedlo en cuenta la próxima vez que vayáis a abrir esa bocaza. Porque cambiaformas y mercenarios hay muchos... ¿Pero hay mucha gente que sepa del paradero de vuestra Sylvie? No me obliguéis a hacerle una visita... -Y sin más, volvió a voltearse, al tiempo que extraía del interior de la capa una gruesa llave, bastante oxidada, y la introducía en la cerradura. La puerta chirrió pero no pudo resistirse a la fuerza inhumana de la vampiresa, ahora recién alimentada. El interior de la celda estaba decorado como si realmente se tratase de una estancia más del castillo, con una clara diferencia: en el centro de la sala había una silla de tortura como la empleada antaño por la inquisición. Estaba cubierta de gruesos clavos que en aquellos momentos atravesaban la carne de una joven licántropa, que al ver a la inquisidora se echó a llorar, suplicando clemencia.
- Ignoradla. -Se limitó a decir, y le hizo señas al hombre para que se acercara hasta un grueso escritorio de roble que estaba varios metros más allá.
- Me importa poco los motivos que os hayan llevado a llegar tarde. Pero consideraos advertido. La próxima vez tendré lista una tumba con vuestro nombre. Y no, no estoy bromeando. -Por su tono de voz, era más que evidente, pero sabía que los hombres como él, que se las daban de "valientes" y "fuertes" solían tomar en broma toda amenaza, explícita o implícita, que viniera de alguien objetivamente superior. Y más si se trataba de una mujer. Era bastante patético, la verdad, aunque comprensible. Cuando sabes que tu vida va a acabar en algún momento, te buscas un objetivo, una meta que cumplir para dotarla de algún sentido. Ella, que no moriría nunca, no necesitaba de algo como eso. Tras girar en un par de esquinas consecutivas, a lo lejos se divisó una celda que, a diferencia de las otras, estaba custodiada por una gruesa puerta de acero. Su caja fuerte particular... Pero no habían llegado aún a la puerta cuando el cambiante soltó aquellas palabras, que la hicieron enojar bastante más de lo que ya estaba. La vampiresa se detuvo en seco y se giró para encararle. Sus ojos, antes vacíos e inexpresivos, ahora refulgían con la inconfundible llama de la ira.
- ¿Acaso creéis que me importa una mierda lo que mi marido tenga o no que decir al respecto de mis asuntos? ¿Con quién demonios os creéis que habláis? Alguien como yo no necesita de la opinión de otros, tampoco de la vuestra. Y si lo que teméis es a una posible represalia por su parte, os advierto que lo que él pudiera haceros no se compararía en absoluto de lo que yo sería capaz, y realmente, os haría. Tenedlo en cuenta la próxima vez que vayáis a abrir esa bocaza. Porque cambiaformas y mercenarios hay muchos... ¿Pero hay mucha gente que sepa del paradero de vuestra Sylvie? No me obliguéis a hacerle una visita... -Y sin más, volvió a voltearse, al tiempo que extraía del interior de la capa una gruesa llave, bastante oxidada, y la introducía en la cerradura. La puerta chirrió pero no pudo resistirse a la fuerza inhumana de la vampiresa, ahora recién alimentada. El interior de la celda estaba decorado como si realmente se tratase de una estancia más del castillo, con una clara diferencia: en el centro de la sala había una silla de tortura como la empleada antaño por la inquisición. Estaba cubierta de gruesos clavos que en aquellos momentos atravesaban la carne de una joven licántropa, que al ver a la inquisidora se echó a llorar, suplicando clemencia.
- Ignoradla. -Se limitó a decir, y le hizo señas al hombre para que se acercara hasta un grueso escritorio de roble que estaba varios metros más allá.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 15/09/2013
Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
En el mismo momento en que dije aquello sentí la inconfundible punzada de arrepentimiento por haberlo dicho. A veces es mejor mantener la boca cerrada. ¿Cómo se me ocurre intentar razonar con semejante criatura? A la vista estaba que no era de aquellos seres capaces de analizar las cosas con lógica. Era violenta, y su carencia de remordimientos quedaba más que evidenciada con todos aquellos... aparatos. Estaban a la vista de cualquiera que se aventurase a pasar por las mazmorras. ¿Acaso estaba orgullosa de haber torturado a personas en aquel sitio? Eso parecía. Y la verdad, no sé por qué me sorprendió. Ya conocía a lo que iba y me había imaginado lo que me encontraría al llegar allí. Supongo que lo que no me esperaba que aquella maldad implícita en los de su especie estuviese contenida en tan poco espacio. Contenida en una sola persona. En ella. Desde luego no era alguien a quien desearías tener por enemigo, por eso me dije a mi mismo que la próxima vez, antes de hablar, me lo pensaría dos veces. No quería perecer en aquel sitio, y menos a manos de una chupasangres, que además, formaba parte de la Inquisición.
La seguí, mordiéndome la lengua ante sus comentarios. La verdad es que tenía unas cuantas cosas para decirle, como que lo tétrico de aquel sitio concordaba perfectamente con lo terrible de su gusto por el vestuario. Parecía un espectro, aunque por otro lado, quizá fuera esa precisamente la imagen que quería dar. Entre eso y la facilidad que tenía para enfadarse, que quedó patente en la mirada asesina que me dirigió, me costó bastante mantener el pico cerrado, pero lo conseguí, aunque no pude evitar soltar una carcajada, que quedó opacada por el ruido de nuestros pasos al recorrer la galería. Por aquellas palabras era evidente que sí nos estábamos escondiendo de su esposo, y no era de extrañar, por lo que había oído, además de ser bastante celoso, estaba totalmente en contra de los métodos que empleaba su esposa para obtener sus objetivos. ¿Pero amenazar la seguridad de Sylvie? Vamos, ¿acaso pensaba asustarme con aquel truco tan viejo? No soy estúpido. Ella me necesitaba para algo. Y estaba claro que si me había llamado precisamente a mi, no era para nada bueno, y más cuando pensaba darme una suma tan cuantiosa de dinero. Más de lo que yo ganaba con mis negocios, y eso que no eran precisamente poco rentables. Aún así, yo no había aceptado todavía, así que me entretuve en medir mentalmente la distancia que había recorrido desde la entrada, hasta que finalmente llegamos a la puerta. Con gente como ella nunca se sabía si iba a ser necesario huir.
Suspiré y la seguí al interior de la estancia, quedándome paralizado ante la presencia de aquella joven, que se retorcía de dolor. Definitivamente... eso no me lo esperaba. Tragué saliva al ver su indiferencia hacia el sufrimiento de la joven. Después de todo, sí que era posible que fuese incluso más monstruosa de lo que las historias decían de ella. Me senté en un sillón que, irónicamente dado el sitio en que nos encontrábamos, era bastante cómodo. Traté de concentrarme únicamente en ella, sin mirar nada más, pero sentía la mirada de la licántropa sobre mi nuca, suplicante. Sus sollozos me ponían los vellos de punta. Sí, es cierto que yo había asesinado a muchas criaturas, incluso más jóvenes que ella, pero mi objetivo era siempre darles la muerte más rápida e indolora posible, tras sonsacarles la información que necesitara de ellos. - Y... ¿bien? ¿Pensáis decirme para qué me habéis traído hasta aquí? Supongo que ambos tenemos cosas más interesantes que hacer... -Finalmente, no pude quedarme en silencio durante más tiempo, y la miré directamente a los ojos. Eran oscuros, vacíos de toda emoción. La muerte relucía al fondo de ellos. Sólo quería saber si el trabajo que tenía para mi era adecuado, y marcharme, aunque ahora que había visto tanto de su "escondite" dudaba que me dejara salir de allí sin aceptar su encargo.
La seguí, mordiéndome la lengua ante sus comentarios. La verdad es que tenía unas cuantas cosas para decirle, como que lo tétrico de aquel sitio concordaba perfectamente con lo terrible de su gusto por el vestuario. Parecía un espectro, aunque por otro lado, quizá fuera esa precisamente la imagen que quería dar. Entre eso y la facilidad que tenía para enfadarse, que quedó patente en la mirada asesina que me dirigió, me costó bastante mantener el pico cerrado, pero lo conseguí, aunque no pude evitar soltar una carcajada, que quedó opacada por el ruido de nuestros pasos al recorrer la galería. Por aquellas palabras era evidente que sí nos estábamos escondiendo de su esposo, y no era de extrañar, por lo que había oído, además de ser bastante celoso, estaba totalmente en contra de los métodos que empleaba su esposa para obtener sus objetivos. ¿Pero amenazar la seguridad de Sylvie? Vamos, ¿acaso pensaba asustarme con aquel truco tan viejo? No soy estúpido. Ella me necesitaba para algo. Y estaba claro que si me había llamado precisamente a mi, no era para nada bueno, y más cuando pensaba darme una suma tan cuantiosa de dinero. Más de lo que yo ganaba con mis negocios, y eso que no eran precisamente poco rentables. Aún así, yo no había aceptado todavía, así que me entretuve en medir mentalmente la distancia que había recorrido desde la entrada, hasta que finalmente llegamos a la puerta. Con gente como ella nunca se sabía si iba a ser necesario huir.
Suspiré y la seguí al interior de la estancia, quedándome paralizado ante la presencia de aquella joven, que se retorcía de dolor. Definitivamente... eso no me lo esperaba. Tragué saliva al ver su indiferencia hacia el sufrimiento de la joven. Después de todo, sí que era posible que fuese incluso más monstruosa de lo que las historias decían de ella. Me senté en un sillón que, irónicamente dado el sitio en que nos encontrábamos, era bastante cómodo. Traté de concentrarme únicamente en ella, sin mirar nada más, pero sentía la mirada de la licántropa sobre mi nuca, suplicante. Sus sollozos me ponían los vellos de punta. Sí, es cierto que yo había asesinado a muchas criaturas, incluso más jóvenes que ella, pero mi objetivo era siempre darles la muerte más rápida e indolora posible, tras sonsacarles la información que necesitara de ellos. - Y... ¿bien? ¿Pensáis decirme para qué me habéis traído hasta aquí? Supongo que ambos tenemos cosas más interesantes que hacer... -Finalmente, no pude quedarme en silencio durante más tiempo, y la miré directamente a los ojos. Eran oscuros, vacíos de toda emoción. La muerte relucía al fondo de ellos. Sólo quería saber si el trabajo que tenía para mi era adecuado, y marcharme, aunque ahora que había visto tanto de su "escondite" dudaba que me dejara salir de allí sin aceptar su encargo.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
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Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
La verdad es que ya ni siquiera recordaba el “pecado” por el que había hecho a la joven pasar por aquella tortura. Pero allí seguía, cuatro días después, desangrándose lentamente bajo la presión de los clavos que poco a poco desgarraban y atravesaban su piel, debido al propio peso que ejercía ella misma al estar sentada tanto tiempo en la misma posición. De hecho, incluso apestaba. La mezcla de olores a sangre seca, sudor y pus le hubiera resultado vomitivo a cualquier persona, menos a ella, por supuesto. Hacía mucho que se había acostumbrado a los efectos provocados por aquella clase de procedimientos, aromas incluidos, aunque probablemente eso no fuera algo como de lo que sentirse orgulloso. Muchos pensarían que el hecho de que se tomara tan enserio las torturas eran evidencia clara de que Aletheïa era una mujer de fe, comprometida con la causa que su organización defendía desde hacía siglos, y que por tanto se esforzaba en hacer bien el trabajo que debía llevar a cabo como miembro de la misma. Tonterías. La vampiresa era muchas cosas, pero religiosa no era una de ellas. La única fe que alguna vez había sentido la había dirigido a dioses que hacía mucho que se consideraban “desfasados”. Ahora lo único que la movía a realizar aquellos trabajos para la Inquisición era el simple deseo y placer de hacer daño a los demás. Y formando parte de aquel ejército de condenados, tenía carta blanca para hacerlo sin que sus crímenes fueran considerado como tales. ¡Y que luego dijeran que ella era la cruel...! Había conocido humanos tan repletos de odio como ella misma, si no más, que no dudaban ni un segundo en apresar y dañar a miembros de su propia especie con la única intención -imaginaria, por supuesto- de servir a un Dios que, de haber existido, ni en un millón de años hubiera aceptado aquella forma de hacer cumplir su palabra. Ella sabía la verdad, sabía que sólo eran excusas para justificar unas ansias de sangre que todos ellos experimentaban, y que no querían aceptar.
- Así me gusta, que vayáis directo al grano. Yo tampoco albergo demasiadas ganas de permanecer aquí por más tiempo. Los chillidos de esa bestia me crispan los nervios. -La muchacha dejó de gritar, pero sus sollozos aún se escuchaban perfectamente, aunque la vampiresa parecía ser una estatua de piedra, inamovible, sin reflejar en ningún momento esa supuesta incomodidad a la que había hecho referencia. Simplemente no le gustaba que sus presas la molestaran cuando tenía otros asuntos entre manos. La hacía enfurecer. - Os he hecho venir hasta aquí porque tengo un encargo para vos, como ya sabéis. Y no es otro que secuestrar para mi el nuevo “capricho” de mi esposo, de ahí que deseara tener esta pequeña reunión en privado. Nada tiene que ver con miedo a su represalia. Él no haría nada en mi contra, pero sí la pondría sobreaviso. -Y si había algo que deseara en el mundo, era destruir a aquella zorra. Destrozarla lentamente, hacerla agonizar hasta que de ella no quedase más que un simple recuerdo. Un recuerdo que se borraría velozmente de la memoria de su esposo. Ella se encargaría de ello.
- Yo ya me he encargado de dañarla en el plano emocional, provocando una emboscada que acabó con la vida de su hermana y derrocó a mi esposo del poder de la sección de los condenados en la Inquisición, pero no es suficiente. Esa maldita arpía debe pagar con sangre esta traición. Así, de forma indirecta, también castigo a mi esposo por sus actos, de una forma que sé que lo dañará más que cualquier otra cosa. -A pesar de la rabia implícita en sus palabras, su semblante permanecía calmo, sereno. Porque a esas alturas ya ni siquiera se sentía enfadada por lo que había hecho su esposo, por haberla intentado sustituir por aquella maldita Genie Mozart. No, no era ira, no exactamente. Lo que más la motivaba a intentar destruir a ambos era la simple necesidad de hacerles ver que ella estaba por encima de ellos. Que iba por un paso por delante. Que no podían engañarla, porque ella era más fuerte, más lista. Y por sobre todo, que Abaddon era, y siempre sería, de su propiedad. Sí, era eso. Le molestaba que su marido se hubiera considerado en el derecho de pretender entregar su corazón a otra, cuando era totalmente suyo. Porque aunque ambos hubieran dejado de amarse intensamente hacía mucho, un vínculo más fuerte que cualquier cosa los unía por y para siempre. Y no era el matrimonio. Era un lazo sanguíneo. Él era su creador. Ella su progenie. Ambos se complementaban y se necesitaban, a pesar de que el odio venciera al cariño la mayoría de las veces. Él nunca podría librarse de ella, y Genie, había sido un intento de desprenderse de aquel vínculo. No podía permitirlo. Y menos, cuando había estado tan cerca de lograrlo.
- Así me gusta, que vayáis directo al grano. Yo tampoco albergo demasiadas ganas de permanecer aquí por más tiempo. Los chillidos de esa bestia me crispan los nervios. -La muchacha dejó de gritar, pero sus sollozos aún se escuchaban perfectamente, aunque la vampiresa parecía ser una estatua de piedra, inamovible, sin reflejar en ningún momento esa supuesta incomodidad a la que había hecho referencia. Simplemente no le gustaba que sus presas la molestaran cuando tenía otros asuntos entre manos. La hacía enfurecer. - Os he hecho venir hasta aquí porque tengo un encargo para vos, como ya sabéis. Y no es otro que secuestrar para mi el nuevo “capricho” de mi esposo, de ahí que deseara tener esta pequeña reunión en privado. Nada tiene que ver con miedo a su represalia. Él no haría nada en mi contra, pero sí la pondría sobreaviso. -Y si había algo que deseara en el mundo, era destruir a aquella zorra. Destrozarla lentamente, hacerla agonizar hasta que de ella no quedase más que un simple recuerdo. Un recuerdo que se borraría velozmente de la memoria de su esposo. Ella se encargaría de ello.
- Yo ya me he encargado de dañarla en el plano emocional, provocando una emboscada que acabó con la vida de su hermana y derrocó a mi esposo del poder de la sección de los condenados en la Inquisición, pero no es suficiente. Esa maldita arpía debe pagar con sangre esta traición. Así, de forma indirecta, también castigo a mi esposo por sus actos, de una forma que sé que lo dañará más que cualquier otra cosa. -A pesar de la rabia implícita en sus palabras, su semblante permanecía calmo, sereno. Porque a esas alturas ya ni siquiera se sentía enfadada por lo que había hecho su esposo, por haberla intentado sustituir por aquella maldita Genie Mozart. No, no era ira, no exactamente. Lo que más la motivaba a intentar destruir a ambos era la simple necesidad de hacerles ver que ella estaba por encima de ellos. Que iba por un paso por delante. Que no podían engañarla, porque ella era más fuerte, más lista. Y por sobre todo, que Abaddon era, y siempre sería, de su propiedad. Sí, era eso. Le molestaba que su marido se hubiera considerado en el derecho de pretender entregar su corazón a otra, cuando era totalmente suyo. Porque aunque ambos hubieran dejado de amarse intensamente hacía mucho, un vínculo más fuerte que cualquier cosa los unía por y para siempre. Y no era el matrimonio. Era un lazo sanguíneo. Él era su creador. Ella su progenie. Ambos se complementaban y se necesitaban, a pesar de que el odio venciera al cariño la mayoría de las veces. Él nunca podría librarse de ella, y Genie, había sido un intento de desprenderse de aquel vínculo. No podía permitirlo. Y menos, cuando había estado tan cerca de lograrlo.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
No supe qué fue lo que me hizo estremecerme, si su mirada gélida o la crueldad que denotaban sus palabras, carente de toda compasión por la muchacha que agonizaba a escasos metros de nosotros. Ni los licántropos ni su aroma me habían resultado nunca especialmente agradables, pero eso no implicaba que al ver sufrir a uno de los suyos no sintiese ninguna clase de remordimientos. Incluso cuando yo no había sido quien había encadenado a aquella pobre muchacha a esa silla de tortura, el hecho de hacer caso a la vampiresa con el simple propósito de no jugarme mi propia vida me hacía sentir sumamente culpable por ignorarla. No hacía más que gritar, suplicar por agua, y poco después, suplicar por su propia muerte. Quería que la matasen, antes de pasar un momento más en aquel sitio. Y yo la comprendía mejor de lo que quería reconocer. Yo también quería marcharme, y eso que entre su posición y la mía, yo debía sentirme afortunado. Tragué saliva un par de veces antes de poder volver a centrar la vista en la inquisidora. Su aspecto angelical no hacía más que contrastar con su terrible forma de ser. ¿Acaso la eternidad era la causante última de la falta de escrúpulos de las criaturas como ella? ¿O había sido un monstruo antes incluso de convertirse en lo que ahora era? Nunca podría entenderlo. A pesar de que mi vida había sido todo menos sencilla, a pesar de los muchos cambios que mi comportamiento había sufrido al pasar por todas esas etapas, en cierta forma yo seguía siendo el mismo. Al menos, en parte.
Pero los vampiros no. Los vampiros eran fríos, calculadores. Su esencia misma estaba compuesta de maldad. No eran criaturas hechas para vivir sobre la faz de la tierra, y todas sus acciones evidenciaban ese hecho. La actitud de la inquisidora era un ejemplo más, uno de los ejemplos más terribles y crueles que yo hubiera visto nunca tan de cerca. - Compartimos el deseo de salir de aquí cuanto antes, según parece, aunque no tanto los motivos para desear eso. Esa pobre licántropa está suplicando clemencia, y a ratos, os pide que la matéis. ¿No pensáis cumplir ninguna de sus dos peticiones? -Ni siquiera supe por qué acabé soltando justamente lo que pensaba, aquella criatura me daba un miedo terrible, pero me quedé bastante más tranquilo una vez escupí aquellas palabras. - En fin, ya imaginaba que sería para algo de ese estilo. ¿Hay algo más vengativo que una mujer despechada? ¿Algo más terrible que una mujer, y encima vampiresa, que se siente engañada por su "amorcito"? -Aunque francamente, dudaba que alguien como ella pudiera ser capaz de sentir nada por nadie, incluso aunque hubiera pasado gran parte de la eternidad con esa persona.
- Veo que habéis estado entretenida tratando de fastidiar a esa jovencita que no sabe lo que se le viene encima... Aunque si habéis sido capaz de hacer todo eso sin levantar sospechas, no entiendo por qué motivo me pedís a mi que la secuestre cuando vos misma probablemente estáis más cualificada para hacerlo que yo mismo. -Realmente dudaba que hubiera nada que yo pudiera hacer que ella misma no pudiera llevarlo a cabo, y con mucha mayor precisión. Después de todo, su trabajo se basaba en destruir, en dañar a los demás, y llevaba haciéndolo muchos más años de los que ninguna criatura mortal viviría sobre la faz de la tierra. - Sólo tenéis que decirme cuándo, y dónde, y haré el trabajo. Pero no será barato, supongo que contáis con ello. -Mis tarifas para ese tipo de trabajo solían ser bastante elevadas, pero si quien me contrataba era alguien como ella, esa cuantía era mucho mayor. - Aunque supongo que podéis permitíroslo... -¿Cuántos años llevaría acumulando riquezas? Por supuesto que podía permitírselo. Y a pesar de lo mucho que me fastidiaba tener que trabajar para aquella arpía, si no me quedaba más remedio, me aprovecharía tanto como pudiera.
Pero los vampiros no. Los vampiros eran fríos, calculadores. Su esencia misma estaba compuesta de maldad. No eran criaturas hechas para vivir sobre la faz de la tierra, y todas sus acciones evidenciaban ese hecho. La actitud de la inquisidora era un ejemplo más, uno de los ejemplos más terribles y crueles que yo hubiera visto nunca tan de cerca. - Compartimos el deseo de salir de aquí cuanto antes, según parece, aunque no tanto los motivos para desear eso. Esa pobre licántropa está suplicando clemencia, y a ratos, os pide que la matéis. ¿No pensáis cumplir ninguna de sus dos peticiones? -Ni siquiera supe por qué acabé soltando justamente lo que pensaba, aquella criatura me daba un miedo terrible, pero me quedé bastante más tranquilo una vez escupí aquellas palabras. - En fin, ya imaginaba que sería para algo de ese estilo. ¿Hay algo más vengativo que una mujer despechada? ¿Algo más terrible que una mujer, y encima vampiresa, que se siente engañada por su "amorcito"? -Aunque francamente, dudaba que alguien como ella pudiera ser capaz de sentir nada por nadie, incluso aunque hubiera pasado gran parte de la eternidad con esa persona.
- Veo que habéis estado entretenida tratando de fastidiar a esa jovencita que no sabe lo que se le viene encima... Aunque si habéis sido capaz de hacer todo eso sin levantar sospechas, no entiendo por qué motivo me pedís a mi que la secuestre cuando vos misma probablemente estáis más cualificada para hacerlo que yo mismo. -Realmente dudaba que hubiera nada que yo pudiera hacer que ella misma no pudiera llevarlo a cabo, y con mucha mayor precisión. Después de todo, su trabajo se basaba en destruir, en dañar a los demás, y llevaba haciéndolo muchos más años de los que ninguna criatura mortal viviría sobre la faz de la tierra. - Sólo tenéis que decirme cuándo, y dónde, y haré el trabajo. Pero no será barato, supongo que contáis con ello. -Mis tarifas para ese tipo de trabajo solían ser bastante elevadas, pero si quien me contrataba era alguien como ella, esa cuantía era mucho mayor. - Aunque supongo que podéis permitíroslo... -¿Cuántos años llevaría acumulando riquezas? Por supuesto que podía permitírselo. Y a pesar de lo mucho que me fastidiaba tener que trabajar para aquella arpía, si no me quedaba más remedio, me aprovecharía tanto como pudiera.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
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Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
A veces, la actitud de según qué personas le resultaba bastante entretenida. Cuando ponían cara de no saber de qué les hablaban, o cuando fingían desconocer lo peligrosa que podía llegar a ser. Pero aquel no era el caso. Aquel maldito cambiante le estaba fastidiando con aquella postura altiva y una lengua tan afilada que casi podía competir con la suya propia. Ambos tenían las manos manchadas de sangre inocente. Ella por iniciativa propia, y él de forma indirecta, porque su trabajo más que asesinar era atrapar a gente para que otros les mataran. Pero al final, eran lo mismo. Puede que los métodos de la vampiresa distaran mucho de ser los más "civilizados" para según qué asuntos, pero él no dejaba de ser un maldito bandido, un cazarrecompensas. La única diferencia entre ambos, y la que lo hacía a él bastante menos merecedor del título de "justiciero" del año es que mientras que ella asesinaba por razones propias, él únicamente lo hacía por dinero. ¿Qué era menos meritorio de honor? ¿Matar por dinero o por tener razones reales en contra de los que se convertían en sus víctimas? Aletheïa bufó en voz baja, y apretó los nudillos sobre la mesa, como muestra de su creciente enfado. Y no le convenía hacerla enfadar. No si quería salir de aquellas mazmorras con vida.
- Me temo que no tenéis del todo claro que vuestra misión no es cuestionar en qué empleo mi tiempo, o cuánto he hecho sufrir a la presa que ahora te encargo que caces para mi... Eso ni es de vuestra incumbencia, ni debería importaros lo más mínimo. No me vengáis ahora con esa falsa moralidad, porque los dos sabemos que nadie en esta sala, salvo quizá esa escoria que está sentada en la silla de torturas, tiene demasiados escrúpulos. Habéis hecho cosas mucho peores para mi incluso aunque no lo sepáis. Recordad que mi trabajo para la Inquisición requiere que pase desapercibida. Muchos de los "trabajitos" que habéis hecho para personas anónimas en realidad lo eran para mi. -De hecho, probablemente la mayoría de encargos que aquel estúpido había tenido desde que tuviese la mala idea de establecerse en París habían sido, de una u otra forma, para ella.
- Y mucho menos debería importaros si finalmente accedo a alguna de las peticiones de esa mujer. ¿O debería recordaros de que vos podríais ser el siguiente en estar sentado en esa silla? Sois tan monstruo como ella, y como yo, pero por suerte para mi, yo pertenezco a la organización que se encarga de cazar monstruos. Vos no gozáis de ese privilegio. -No había terminado de hablar cuando la joven licántropa había comenzado a convulsionarse, para luego caer muerta momentos después. - Mirad por donde, una vacante se ha quedado libre... -Se levantó y se acercó a la silla, para luego lanzar el cuerpo hacia un lado sin ningún esfuerzo. El cadáver impactó contra la pared originando el desagradable sonido de los huesos fracturándose por el golpe. El olor a sangre volvió a invadir la estancia, provocando que los colmillos de la inmortal surgiesen de golpe.
- Y si queréis saberlo, sí que hay algo peor que una vampiresa despechada... Y es una decepcionada. No queráis saber lo que puedo hacerle a alguien que no cumple con mis encargos, porque lo que le ha ocurrido a ella no sería nada en comparación. Apenas un juego de niños. -Ni siquiera lo miró al decir esas palabras. Tomó un pergamino y comenzó a escribir lo concerniente a la "pecadora" fallecida: no ha confesado sus pecados, arderá en el infierno. Claro y conciso. Después tomó otro pergamino y comenzó a anotar lo que el cambiaformas necesitaría para complacer su encargo. - Aquí está todo. He puesto dónde vive, a qué lugares suele ir con más frecuencia, sus horarios y los momentos en que no lleva compañía de ningún tipo. No debería ser un problema... O quizá sí, quién sabe. Os pagaré la mitad ahora, y la otra mitad a la entrega del "regalo". La cifra la ponéis vos, me es indiferente. -¿Qué es el dinero, cuando tienes miles de años para acumularlo? Sólo trozos de papel y metal, sin ningún valor real. No para ella.
- Me temo que no tenéis del todo claro que vuestra misión no es cuestionar en qué empleo mi tiempo, o cuánto he hecho sufrir a la presa que ahora te encargo que caces para mi... Eso ni es de vuestra incumbencia, ni debería importaros lo más mínimo. No me vengáis ahora con esa falsa moralidad, porque los dos sabemos que nadie en esta sala, salvo quizá esa escoria que está sentada en la silla de torturas, tiene demasiados escrúpulos. Habéis hecho cosas mucho peores para mi incluso aunque no lo sepáis. Recordad que mi trabajo para la Inquisición requiere que pase desapercibida. Muchos de los "trabajitos" que habéis hecho para personas anónimas en realidad lo eran para mi. -De hecho, probablemente la mayoría de encargos que aquel estúpido había tenido desde que tuviese la mala idea de establecerse en París habían sido, de una u otra forma, para ella.
- Y mucho menos debería importaros si finalmente accedo a alguna de las peticiones de esa mujer. ¿O debería recordaros de que vos podríais ser el siguiente en estar sentado en esa silla? Sois tan monstruo como ella, y como yo, pero por suerte para mi, yo pertenezco a la organización que se encarga de cazar monstruos. Vos no gozáis de ese privilegio. -No había terminado de hablar cuando la joven licántropa había comenzado a convulsionarse, para luego caer muerta momentos después. - Mirad por donde, una vacante se ha quedado libre... -Se levantó y se acercó a la silla, para luego lanzar el cuerpo hacia un lado sin ningún esfuerzo. El cadáver impactó contra la pared originando el desagradable sonido de los huesos fracturándose por el golpe. El olor a sangre volvió a invadir la estancia, provocando que los colmillos de la inmortal surgiesen de golpe.
- Y si queréis saberlo, sí que hay algo peor que una vampiresa despechada... Y es una decepcionada. No queráis saber lo que puedo hacerle a alguien que no cumple con mis encargos, porque lo que le ha ocurrido a ella no sería nada en comparación. Apenas un juego de niños. -Ni siquiera lo miró al decir esas palabras. Tomó un pergamino y comenzó a escribir lo concerniente a la "pecadora" fallecida: no ha confesado sus pecados, arderá en el infierno. Claro y conciso. Después tomó otro pergamino y comenzó a anotar lo que el cambiaformas necesitaría para complacer su encargo. - Aquí está todo. He puesto dónde vive, a qué lugares suele ir con más frecuencia, sus horarios y los momentos en que no lleva compañía de ningún tipo. No debería ser un problema... O quizá sí, quién sabe. Os pagaré la mitad ahora, y la otra mitad a la entrega del "regalo". La cifra la ponéis vos, me es indiferente. -¿Qué es el dinero, cuando tienes miles de años para acumularlo? Sólo trozos de papel y metal, sin ningún valor real. No para ella.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
Nuevamente tuve que morderme la lengua antes de decir algo que no sólo hubiera complicado seriamente aquella "transacción" o trato entre la vampiresa y yo, sino que además hubiera puesto en peligro mi propia vida. Pero aquellas palabras, escupidas por sus rojos labios como dardos envenenados, me sacaron enormemente de quicio, hasta el punto que llegué a creer que en cualquier momento me levantaría de golpe del asiento y me abalanzaría sobre ella, a través de la mesa, buscando estrangularla con mis propias manos. Manos que, probablemente después, ella misma se encargara de arrancarme de cuajo. Pero por lo menos hubiera sido sincero respecto a los sentimientos que me provocaba su presencia, estar allí, frente a ella, por primera vez en toda la "velada". ¿Cómo un mismo ser podía albergar tanto odio y desprecio en su interior, sin explotar, o sin que todo el mundo a su alrededor se lo notara? A cada instante que pasaba a su lado, era más consciente de que si nadie lo notaba, era porque podía fingir ser una persona mejor que aquellos que eran personas de verdad. ¿Eso era lo que enseñaban a los condenados al entrar en la Inquisición? ¿A cómo comportarse de cara al público? Pues estaban haciendo un buen trabajo, al menos con ella. Porque debía fingir muy bien, puesto que toda la maldad de la que hacía gala jamás habría pasado desapercibida de otro modo.
- De acuerdo, de acuerdo... Lo he captado. ¿Teníais que ser tan terriblemente cruel para con esa mujer sólo para demostrarme de lo que sois capaz? No era necesario. -Por más que intenté que mi tono sonase conciliador, mis palabras parecieron más un reproche que otra cosa. No pude evitarlo. No quería pasar más tiempo con esa... bestia dentro de la misma habitación, no si no quería acabar como la pobre licántropa cuyo cadáver se desangraba rápidamente contra la pared de la mazmorra. Su olor era terriblemente desagradable, aunque supuse que para Aletheïa sería incluso delicioso. Asqueroso. Esa era la palabra. Asco, desprecio, eso era todo cuanto ella me producía. - Y tampoco teníais motivos para amenazarme de esa forma tan... directa. Si es cierto que vos me habéis encargado tantos trabajos como decís... -Cosa que no dudaba en absoluto. Ya nada me sorprendería de ella. Ni bueno ni malo. Me esperaba cualquier cosa. - Sabréis que nunca fracaso en mis misiones. Pero normalmente tengo más información acerca no sólo de las víctimas, sino también de los motivos para cazarlo. No, no es que tenga demasiados escrúpulos, como bien habéis señalado, es simplemente cuestión de estrategia. Mientras más información tenga, mayores posibilidades de satisfacer la petición. -Aunque en aquellos momentos lo que menos me importaba era por qué quería a aquella muchacha, y menos aún qué es lo que le haría. Sólo quería salir de allí cuanto antes.
Observé con atención el pergamino que me tendió. Hasta su caligrafía me daba escalofríos. Era simplemente, perfecta. Como sacada de alguno de esos libros antiguos que incluso llegué a pensar que ella misma habría podido escribir en otra época. ¿Qué edad tendría, en realidad? Casi mejor era no saberlo. Así mi miedo hacia ella no se incrementaría aún más. - Ya veo... Sí que la tiene bien vigilada. Esto me facilita bastante el trabajo... -Murmuré, sin dejar de sorprenderme por las muchas sorpresas que aquella vampiresa guardaba en la manga. No querría tenerla de enemiga. Jamás. - Pero dado que tenéis tanto interés en ella, y que sospecho que no estará precisamente poco vigilada... Quiero veinte mil. -Dije la cifra esperando que, al menos, pestañeara. No lo hizo. - Cuando la tenga... ¿Debería traerla aquí, o la tengo que llevar a otro lugar? -Cuestioné, estremeciéndome nuevamente ante el aspecto de aquella "cripta". Esperaba que fuera en otro sitio. No querría volver a entrar allí en años. Nunca, en realidad.
- De acuerdo, de acuerdo... Lo he captado. ¿Teníais que ser tan terriblemente cruel para con esa mujer sólo para demostrarme de lo que sois capaz? No era necesario. -Por más que intenté que mi tono sonase conciliador, mis palabras parecieron más un reproche que otra cosa. No pude evitarlo. No quería pasar más tiempo con esa... bestia dentro de la misma habitación, no si no quería acabar como la pobre licántropa cuyo cadáver se desangraba rápidamente contra la pared de la mazmorra. Su olor era terriblemente desagradable, aunque supuse que para Aletheïa sería incluso delicioso. Asqueroso. Esa era la palabra. Asco, desprecio, eso era todo cuanto ella me producía. - Y tampoco teníais motivos para amenazarme de esa forma tan... directa. Si es cierto que vos me habéis encargado tantos trabajos como decís... -Cosa que no dudaba en absoluto. Ya nada me sorprendería de ella. Ni bueno ni malo. Me esperaba cualquier cosa. - Sabréis que nunca fracaso en mis misiones. Pero normalmente tengo más información acerca no sólo de las víctimas, sino también de los motivos para cazarlo. No, no es que tenga demasiados escrúpulos, como bien habéis señalado, es simplemente cuestión de estrategia. Mientras más información tenga, mayores posibilidades de satisfacer la petición. -Aunque en aquellos momentos lo que menos me importaba era por qué quería a aquella muchacha, y menos aún qué es lo que le haría. Sólo quería salir de allí cuanto antes.
Observé con atención el pergamino que me tendió. Hasta su caligrafía me daba escalofríos. Era simplemente, perfecta. Como sacada de alguno de esos libros antiguos que incluso llegué a pensar que ella misma habría podido escribir en otra época. ¿Qué edad tendría, en realidad? Casi mejor era no saberlo. Así mi miedo hacia ella no se incrementaría aún más. - Ya veo... Sí que la tiene bien vigilada. Esto me facilita bastante el trabajo... -Murmuré, sin dejar de sorprenderme por las muchas sorpresas que aquella vampiresa guardaba en la manga. No querría tenerla de enemiga. Jamás. - Pero dado que tenéis tanto interés en ella, y que sospecho que no estará precisamente poco vigilada... Quiero veinte mil. -Dije la cifra esperando que, al menos, pestañeara. No lo hizo. - Cuando la tenga... ¿Debería traerla aquí, o la tengo que llevar a otro lugar? -Cuestioné, estremeciéndome nuevamente ante el aspecto de aquella "cripta". Esperaba que fuera en otro sitio. No querría volver a entrar allí en años. Nunca, en realidad.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/06/2014
Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
Ignoró deliberadamente las palabras del cambiaformas, dibujando una mueca irónica por toda respuesta a las mismas. Estaba casi completamente segura de que no había entendido realmente la amenaza velada -y no tan velada- que le había dedicado. Y no es que le extrañase, en realidad. Pocos seres eran capaces de entender a la primera de lo que la inquisidora era capaz, y de entre los que habían sobrevivido a sus amenazas una vez emitidas por entre sus labios traicioneros, no quedaba ninguna criatura que no fuera un vampiro. Cuando Siegfried ya no le resultara útil, la cansara demasiado o sus bromas y comentarios salidos de tono dejaran de resultarle divertidos, le mataría. Probablemente no le sentaría en aquella silla de torturas, destinada únicamente a los “juicios”. No. Con él se tomaría su tiempo. Le demostraría que no es buena idea intentar compararse ni en inteligencia ni en astucia con un inmortal. Ellos habían vivido mucho más, eran más listos, más fuertes, y tenían menos escrúpulos que cualquiera de su clase. Y en el caso de Aletheïa, mucho más. Había nacido en la cuna de una cultura que aún brillaba, a pesar de los milenios. No eran ni siquiera parecidos. ¿Qué se creía, hablándole así? ¿De verdad pensaba que sus palabras, que sus amenazas, no eran más que papel mojado? Algún día comprendería cuán equivocado estaba. Algún día, ella se convertiría en la peor de sus pesadillas. En una pesadilla de la que ya no podría escapar. Le daría caza, de esa forma que sólo los inmortales sabían. Pero hasta entonces, lo utilizaría para hacer sus trabajos sucios.
- Ciertamente sé que no soléis fallar en vuestros cometidos, de otro modo, ni siquiera me hubiera planteado el llamaros a mi presencia para pediros este encargo. Pero considero que con los seres “inferiores” nunca está de más demostrar aquello que les espera en caso de no satisfacer nuestras peticiones. No os ofendáis. Por experiencia sé que ejercer el poder mediante la política del miedo es bastante más efectivo que esperar a que comprendan a lo que se enfrentan. No me gusta tener que repetir lo evidente. Y lo evidente, aquí, es que tengo los medios y la fuerza necesaria para aplastaros como una polilla si fuera preciso, y que el pulso no me temblaría en hacerlo. Más que nada, porque no tengo un corazón que lata. Así que me alegro que lo hayáis comprendido. A partir de ahora, tenedlo siempre presente. -Le resultaba extrañamente gracioso el hecho de que los seres vivos, fueran capaces de armarse de valor hasta el punto de ser condescendientes cuando tenían miedo de alguien claramente superior a ellos. El miedo les cegaba hasta el punto de no serles útil. Incluso los animales eran más inteligentes en ese sentido: si tenían miedo al lobo, corrían de él, no intentaban por todo los medios convencerle de que no les comiera. Los humanos, como los cambiaformas, creían que todos los monstruos podían cambiar de parecer con sólo unas palabras. Que su instinto depredador se anularía de algún modo, y que incluso podrían convertirse en aliados.
Se equivocaban. En aquella función, la vampiresa era el lobo, y Siegfried, la oveja. Y aquel lobo viejo y aburrido de los vivos no tenía ninguna intención de dejar de comerse a quien se le pusiera por delante. Sí fingiría que era amable, incluso gentil, pero únicamente para engatusar a su presa. Después, se abalanzaría sobre ella. Era inevitable. Tras dibujar una sonrisa maliciosa, le tendió una llave al hombre y señaló a una esquina de la estancia. Allí, un viejo y robusto arcón aguardaba, salpicado de mil gotas de sangre, a que introdujera la llave por una pequeña apertura. - Coged de allí lo que consideréis necesario. El resto aguardará en vuestra propia casa, cuando me entreguéis a la chica. En cuanto al lugar de entrega, quiero que sea en algún lugar accesible para los míos, y durante el día. Es decir, un lugar oscuro y desde el que pueda entrar y salir sin ser carbonizada. Elegidlo vos, me es indiferente. Si no os decidís, sería aquí. -Casi prefería que se la entregara en aquella misma mazmorra, pero no necesitaba leer su mente para saber que no volvería a pisar ese lugar ni aunque le pagase veinte mil más. Esperó expectante a que fuera a por su dinero. Para ello, tendría que pasar junto al cadáver que ella misma acababa de arrojar contra la pared. ¿Cómo reaccionaría? Estaba deseosa por comprobarlo.
- Ciertamente sé que no soléis fallar en vuestros cometidos, de otro modo, ni siquiera me hubiera planteado el llamaros a mi presencia para pediros este encargo. Pero considero que con los seres “inferiores” nunca está de más demostrar aquello que les espera en caso de no satisfacer nuestras peticiones. No os ofendáis. Por experiencia sé que ejercer el poder mediante la política del miedo es bastante más efectivo que esperar a que comprendan a lo que se enfrentan. No me gusta tener que repetir lo evidente. Y lo evidente, aquí, es que tengo los medios y la fuerza necesaria para aplastaros como una polilla si fuera preciso, y que el pulso no me temblaría en hacerlo. Más que nada, porque no tengo un corazón que lata. Así que me alegro que lo hayáis comprendido. A partir de ahora, tenedlo siempre presente. -Le resultaba extrañamente gracioso el hecho de que los seres vivos, fueran capaces de armarse de valor hasta el punto de ser condescendientes cuando tenían miedo de alguien claramente superior a ellos. El miedo les cegaba hasta el punto de no serles útil. Incluso los animales eran más inteligentes en ese sentido: si tenían miedo al lobo, corrían de él, no intentaban por todo los medios convencerle de que no les comiera. Los humanos, como los cambiaformas, creían que todos los monstruos podían cambiar de parecer con sólo unas palabras. Que su instinto depredador se anularía de algún modo, y que incluso podrían convertirse en aliados.
Se equivocaban. En aquella función, la vampiresa era el lobo, y Siegfried, la oveja. Y aquel lobo viejo y aburrido de los vivos no tenía ninguna intención de dejar de comerse a quien se le pusiera por delante. Sí fingiría que era amable, incluso gentil, pero únicamente para engatusar a su presa. Después, se abalanzaría sobre ella. Era inevitable. Tras dibujar una sonrisa maliciosa, le tendió una llave al hombre y señaló a una esquina de la estancia. Allí, un viejo y robusto arcón aguardaba, salpicado de mil gotas de sangre, a que introdujera la llave por una pequeña apertura. - Coged de allí lo que consideréis necesario. El resto aguardará en vuestra propia casa, cuando me entreguéis a la chica. En cuanto al lugar de entrega, quiero que sea en algún lugar accesible para los míos, y durante el día. Es decir, un lugar oscuro y desde el que pueda entrar y salir sin ser carbonizada. Elegidlo vos, me es indiferente. Si no os decidís, sería aquí. -Casi prefería que se la entregara en aquella misma mazmorra, pero no necesitaba leer su mente para saber que no volvería a pisar ese lugar ni aunque le pagase veinte mil más. Esperó expectante a que fuera a por su dinero. Para ello, tendría que pasar junto al cadáver que ella misma acababa de arrojar contra la pared. ¿Cómo reaccionaría? Estaba deseosa por comprobarlo.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
Ignoré deliberadamente las palabras escupidas por la inmortal, cuyo único propósito era, sin duda, tratar de fastidiarme. Incitarme a decir algo de lo que me arrepentiría. Provocar que de mis labios escapara una queja, una acusación o un insulto que le diera carta blanca para despacharse a gusto ofreciéndome una de aquellas sesiones de tortura que tanto parecían agradarle. Me levanté de mi asiento y me di la vuelta, siendo únicamente entonces cuando me atreví a poner los ojos en blanco por única respuesta a sus acusaciones y amenazas. Sí que eran elitistas esos dichosos vampiros. ¿Qué se había creído? Que tuviese más años que la mayoría de civilizaciones existentes no le daba derecho a tratar a todos los demás con semejante desdén. Rodé aquella vieja llave entre mis dedos con parsimonia. Parecía tan antigua como el castillo bajo el que se encontraban aquellas mazmorras. ¿Cuánto dinero tendría guardado en aquella especie de arcón? ¿Y por qué no parecía preocupada porque me llevase una suma mayor de la que había dicho? Supuse que la seguridad en sí misma formaba parte de la misma fachada detestable. Sabía que no iba a ser tan estúpido como para llevarme más, y menos delante de sus narices.
- ¡Vaya! Os habrá costado una eternidad reunir semejante cantidad de dinero. Debe haber varios millones, divididos en diversos tipos de moneda. Bueno, supongo que es normal... Habéis tenido todo el tiempo del mundo... -Bromeé, esperando que al menos no fuera de aquel tipo de mujeres que se molestaba cuando se referían a su edad. Obviamente, se conservaba enormemente bien para ser uno de los seres más viejos de toda Francia. Volví a mi asiento llevando conmigo tanto su llave, la cual deposité encima de la mesa, y un fajo de billetes que comencé a contar delante suya. Aunque yo ya sabía que sólo habían veintemil francos. Yo era una especie de mercenario, un cazarrecompensas, no un estafador de poca monta. No me salía a cuenta tratar de engañar a alguien que además de poder matarme, podría pagarme cuantas veces fuera necesario, si había bien aquel encargo y volvía a mandarme uno. - Bueno, pues creo que esto es todo. ¿Tengo un plazo establecido para llevar a cabo la "entrega", o puedo recrearme en el proceso? Lo digo porque probablemente necesite ganarme primero la confianza de la chica... A menos que no os importe que la traiga por la fuerza...
Sinceramente, casi que prefería lo segundo. Si estaba tan deseosa de tenerla, era probablemente porque habría hecho algo para fastidiarla, y eso significaba o que era demasiado estúpida, o demasiado inocente. Y ninguno de aquellos dos rasgos me agradaban demasiado. Dicho esto, y esperando una respuesta rápida, volví a ponerme en pie, visiblemente nervioso. Supliqué mentalmente que pareciera más por deseos de comenzar con el trabajo, más que la realidad, que era que estaba desesperado por salir de allí y perder a la chupasangres de vista. Aquel rostro inmaculado parecía una ofensa a la belleza, cuando te dabas cuenta de que bajo la máscara se escondía un auténtico monstruo.
- ¡Vaya! Os habrá costado una eternidad reunir semejante cantidad de dinero. Debe haber varios millones, divididos en diversos tipos de moneda. Bueno, supongo que es normal... Habéis tenido todo el tiempo del mundo... -Bromeé, esperando que al menos no fuera de aquel tipo de mujeres que se molestaba cuando se referían a su edad. Obviamente, se conservaba enormemente bien para ser uno de los seres más viejos de toda Francia. Volví a mi asiento llevando conmigo tanto su llave, la cual deposité encima de la mesa, y un fajo de billetes que comencé a contar delante suya. Aunque yo ya sabía que sólo habían veintemil francos. Yo era una especie de mercenario, un cazarrecompensas, no un estafador de poca monta. No me salía a cuenta tratar de engañar a alguien que además de poder matarme, podría pagarme cuantas veces fuera necesario, si había bien aquel encargo y volvía a mandarme uno. - Bueno, pues creo que esto es todo. ¿Tengo un plazo establecido para llevar a cabo la "entrega", o puedo recrearme en el proceso? Lo digo porque probablemente necesite ganarme primero la confianza de la chica... A menos que no os importe que la traiga por la fuerza...
Sinceramente, casi que prefería lo segundo. Si estaba tan deseosa de tenerla, era probablemente porque habría hecho algo para fastidiarla, y eso significaba o que era demasiado estúpida, o demasiado inocente. Y ninguno de aquellos dos rasgos me agradaban demasiado. Dicho esto, y esperando una respuesta rápida, volví a ponerme en pie, visiblemente nervioso. Supliqué mentalmente que pareciera más por deseos de comenzar con el trabajo, más que la realidad, que era que estaba desesperado por salir de allí y perder a la chupasangres de vista. Aquel rostro inmaculado parecía una ofensa a la belleza, cuando te dabas cuenta de que bajo la máscara se escondía un auténtico monstruo.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
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Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
La expresión "bocazas" acudió a su mente casi de inmediato, al mismo tiempo que una sonrisa más que retorcida se instalaba en su semblante. El nerviosismo, que normalmente solía encontrar en sus presas en forma de pequeños detalles, aparecía patente en cada gesto y cada palabra que aquel cambiaformas tenía la mala pata de mencionar. Comenzaba a comprender, al menos en parte, por qué Abaddon encontraba interesantes a los sujetos vivos, en mayor medida que los muertos. Cuando tienen miedo hacen cosas estúpidas. ¿Acaso creía que mencionar lo mucho que le habría costado ganar, estafar o robar todo aquel dinero, era la mejor idea, dada la situación y el lugar en que se encontraban? Probablemente no. Probablemente él mismo supiera que lo que había dicho, en caso de haber pillado a la vampiresa con un mal día, le habría valido un lugar en aquella silla que tanto parecía temer.
- Me ha costado, desde luego, muchas más vidas de las que vos, o cualquiera de tus seres queridos viviréis. Pero creo que eso, como otras tantas cosas que habéis dicho, no es de vuestra incumbencia. -Ni siquiera alzó la vista para mirarle. Si hubiera intentado estafarla o timarla de algún modo, no le habría costado mucho averiguarlo. La gente normal, al contrario que ella, no sabe mentir. O al menos, no tan bien como para que su cuerpo no manifieste determinados cambios. El latido del corazón, desbocado. Sudoración excesiva. Dificultades para hablar correctamente. Aunque todo eso ya lo sufría. - Así es, eso es todo. En cuanto al plazo en que debéis traerme la chica, la verdad, aunque nunca haya sido demasiado paciente, como bien habéis dicho, tengo todo el tiempo del mundo. Sí os pediría que fuera lo más rápidamente posible. La venganza, por más que digan, no es un plato que se sirva frío. -Al menos, ella nunca había hecho honor a aquella expresión que tan estúpida le parecía.
- Ahora, que la traigas a la fuerza o no me es indiferente. Si os va a demorar mucho el proceso de "engatusarla", casi que prefiero que la secuestréis en cuanto la veáis. Además, eso también ayudaría a que mi amado esposo se percatara de lo ocurrido. Adoro verlo desesperado. Casi parece el mismo de antes... -En su voz apareció cierto tono nostálgico, aunque pronto recuperó la compostura y su semblante volvió a adoptar aquella expresión de eterna indiferencia. - Bueno, es suficiente. En ese papel tenéis escrito todo cuanto hemos hablado aquí. Procurad no perderlo, porque en el caso de que algo salga mal es la única garantía que tenéis. Si por casualidad os toparais con mi esposo, y él averiguara vuestras intenciones, la única posibilidad de sobrevivir que tenéis es que le mostréis eso. En cuanto vea mi firma os liberará. Él es así... clemente incluso con sus enemigos. Ahora, márchate. Tengo que recoger todo esto para acondicionarlo para la nueva "inquilina". -La vampiresa se levantó, y dándole la espalda, se acercó al cuerpo que yacía contra la pared. Lo levantó sin ningún esfuerzo para luego mirar al cambiaformas. Aquella sonrisa hubiera helado la sangre de cualquiera.
- Me ha costado, desde luego, muchas más vidas de las que vos, o cualquiera de tus seres queridos viviréis. Pero creo que eso, como otras tantas cosas que habéis dicho, no es de vuestra incumbencia. -Ni siquiera alzó la vista para mirarle. Si hubiera intentado estafarla o timarla de algún modo, no le habría costado mucho averiguarlo. La gente normal, al contrario que ella, no sabe mentir. O al menos, no tan bien como para que su cuerpo no manifieste determinados cambios. El latido del corazón, desbocado. Sudoración excesiva. Dificultades para hablar correctamente. Aunque todo eso ya lo sufría. - Así es, eso es todo. En cuanto al plazo en que debéis traerme la chica, la verdad, aunque nunca haya sido demasiado paciente, como bien habéis dicho, tengo todo el tiempo del mundo. Sí os pediría que fuera lo más rápidamente posible. La venganza, por más que digan, no es un plato que se sirva frío. -Al menos, ella nunca había hecho honor a aquella expresión que tan estúpida le parecía.
- Ahora, que la traigas a la fuerza o no me es indiferente. Si os va a demorar mucho el proceso de "engatusarla", casi que prefiero que la secuestréis en cuanto la veáis. Además, eso también ayudaría a que mi amado esposo se percatara de lo ocurrido. Adoro verlo desesperado. Casi parece el mismo de antes... -En su voz apareció cierto tono nostálgico, aunque pronto recuperó la compostura y su semblante volvió a adoptar aquella expresión de eterna indiferencia. - Bueno, es suficiente. En ese papel tenéis escrito todo cuanto hemos hablado aquí. Procurad no perderlo, porque en el caso de que algo salga mal es la única garantía que tenéis. Si por casualidad os toparais con mi esposo, y él averiguara vuestras intenciones, la única posibilidad de sobrevivir que tenéis es que le mostréis eso. En cuanto vea mi firma os liberará. Él es así... clemente incluso con sus enemigos. Ahora, márchate. Tengo que recoger todo esto para acondicionarlo para la nueva "inquilina". -La vampiresa se levantó, y dándole la espalda, se acercó al cuerpo que yacía contra la pared. Lo levantó sin ningún esfuerzo para luego mirar al cambiaformas. Aquella sonrisa hubiera helado la sangre de cualquiera.
Hēra L. Tsakalidis- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: La Esclavitud de la Carne | Privado
No pude evitar suspirar de alivio cuando mi "empleadora" dio por zanjada nuestra conversación. No me demoré más de unos minutos en guardar todo mi botín en una destartalada bolsa de tela, donde siempre solía llevar mis efectos personales, para luego levantarme de la silla y darme la vuelta, intentando ignorar el sonido que hacían los huesos del cadáver ante el brusco contacto con la vampiresa. Siempre tuve claro que Aletheïa no era un tipo de persona que de aquellas que tenían escrúpulos a la hora de tratar a seres que consideraba "inferiores", pero jamás me habría esperado algo como aquello. Era terrible, hasta para tratarse de uno de esos chupasangres. De reojo, mientras me alejaba de la sala, pude ver aquella sonrisa, retorcida, oscura, que no era más que una nueva advertencia, emitida sin mencionar palabra alguna. Seguro que estaba deseando sentarme en aquella silla de torturas, disfrutar viendo cómo todo lo que en un inicio era dureza por mi parte, se tornaba después en una súplica de la cual burlarse. ¿Quién no rezaría por su vida, cuando la siente tan cercana a su final?
A medida que me alejaba por el pasillo, iba imaginando, en base a los tétricos sonidos que se oían a mi espalda, la suerte de destino que aquella licántropa había sufrido. Despiezar un cuerpo humano, despedazarlo, requería de una enorme fuerza. No lo sabía porque lo hubiera hecho, obviamente, pero sí que había tenido esa desagradable escena ante mi. Pero aquellos crujidos, aquel ruido de desgarros, era mucho más intenso de como lo recordaba. Después de todo, no era un simple humano lo que estaba destrozando. Era un ser sobrenatural, supuestamente más fuerte y resistente. Pero no lo parecía, no bajo las manos crueles y expertas de la inquisidora. Me aterraba imaginar cuántas veces habría llevado a cabo aquella acción, a juzgar por el mecanicismo y la velocidad a la que lo hacía, habían sido muchas. ¿Qué haría después con los trozos? ¡Ah! No, definitivamente, ni quería ni necesitaba saberlo. Sujeté con fuerza la bolsa contra mi pecho, para luego salir a la intemperie y recuperar el aliento. No me había dado cuenta de que llevaba aguantando la respiración desde que saliera de la mazmorra.
La noche se había tornado más fría y oscura que cualquiera que recordara, o quizá esa era la sensación que me dio. En momentos así me arrepentía de haber tomado un camino que me había llevado, irremediablemente, a ese tipo de trabajo, que aunque se me daba bien, estaba acabando con la poca humanidad que me quedaba. Aquella lástima sentida por la licántropa no era suficiente para eliminar de mi consciencia las monstruosidades que había cometido. Que aquella vampiresa cometería con la presa que yo iba a cazar para ella. ¿Que si podía dormir por las noches? Perfectamente.
Y eso era lo más terrible. Considerar que lo que hacía era simplemente una forma más de supervivencia.
A medida que me alejaba por el pasillo, iba imaginando, en base a los tétricos sonidos que se oían a mi espalda, la suerte de destino que aquella licántropa había sufrido. Despiezar un cuerpo humano, despedazarlo, requería de una enorme fuerza. No lo sabía porque lo hubiera hecho, obviamente, pero sí que había tenido esa desagradable escena ante mi. Pero aquellos crujidos, aquel ruido de desgarros, era mucho más intenso de como lo recordaba. Después de todo, no era un simple humano lo que estaba destrozando. Era un ser sobrenatural, supuestamente más fuerte y resistente. Pero no lo parecía, no bajo las manos crueles y expertas de la inquisidora. Me aterraba imaginar cuántas veces habría llevado a cabo aquella acción, a juzgar por el mecanicismo y la velocidad a la que lo hacía, habían sido muchas. ¿Qué haría después con los trozos? ¡Ah! No, definitivamente, ni quería ni necesitaba saberlo. Sujeté con fuerza la bolsa contra mi pecho, para luego salir a la intemperie y recuperar el aliento. No me había dado cuenta de que llevaba aguantando la respiración desde que saliera de la mazmorra.
La noche se había tornado más fría y oscura que cualquiera que recordara, o quizá esa era la sensación que me dio. En momentos así me arrepentía de haber tomado un camino que me había llevado, irremediablemente, a ese tipo de trabajo, que aunque se me daba bien, estaba acabando con la poca humanidad que me quedaba. Aquella lástima sentida por la licántropa no era suficiente para eliminar de mi consciencia las monstruosidades que había cometido. Que aquella vampiresa cometería con la presa que yo iba a cazar para ella. ¿Que si podía dormir por las noches? Perfectamente.
Y eso era lo más terrible. Considerar que lo que hacía era simplemente una forma más de supervivencia.
Siegfried Götz Wilhelm- Cambiante Clase Alta
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