El final y el principio de lo que podria ser [privado]

por **Jean Baptiste Fontaine** Dom Nov 25, 2012 7:16 pm

Había amanecido y era tiempo de marcharse, conocer a aquel hombre había sido una experiencia agradable y a pesar de su buena voluntad no sentía que fuese correcto quedarse en aquel lugar por mas tiempo. Bajo en silencio las escaleras, el sol fue lo primero que vio al salir del edificio, no tenia nada mas con el que las robas limpias que su benefactor le había dado. Le había ofrecido algo de dinero y a pesar de que parecía incorrecto sabia que debía aceptarlo. Incluso el con su testarudez entendía sus limitaciones.

Camino por el sendero de piedra hasta las rejas principales y se tomo un minuto para ver lo que dejaba. Sonrió, a el le habían llevado de noche a aquel lugar, dejado no tenia idea de que manera, pero de día el lugar parecía impresionante. La luz cálida y dorada entraba a raudales desde el invernadero a través de las puertas abiertas, danzando entre los helechos, jugando con el agua de la fuente, era una tentación grande quedarse ahí, simplemente dejarse cuidar y aceptar la generosidad de aquel hombre, pero no era correcto. Debía enfrentar su realidad y encontrar una forma de vivir en aquel mundo que parecía desconocido pero a la vez tan familiar.

Tomo aire, tranquilizo su interior y comenzó a caminar, sin hablar, sin saludar a nadie camino por la calle. No conocía a nadie y no pasaba de un asentimiento de cabeza cuando su mirada se cruzaba con algún transeúnte, el parque estaba cerca y por mera inercia camino hacia el. Era un buen día y daba gracias a los cielos por eso, encontrarse con un futuro incierto, sin saber nada de su pasado ni saber que hacer no se vería mejor en un día nublado. Se rio un poco de si mismo y su pensamiento y decidió seguir su camino, giro sobre sus pies y apenas al dar un paso se dio de frente con la imagen de alguien mas, justo a tiempo para no chocar con el.

-lo lamento fui descuidado.

por **José Alfonso De Castilla** Vie Dic 07, 2012 9:55 pm

Rostro aún desaliñado. Mirada entre pensativa y perdida. Labios cerrados, sellados como con fuego, soldados para que su gesto más maravilloso no hiciera acto de presencia. Dos pares de ojos le miran expectantes, cuyas bocas se mueven en muecas que ni ellos entienden, pero que sólo le tienen a él como objetivo. Las manitas perfectamente cuidadas y perfumadas buscaban alcanzar algo que estaba demasiado arriba y lejos, le miran como un sueño, como un anhelo; pero él les mira como un recuerdo, como el recuerdo vivo de lo que le queda de vida útil. La pareja se retrata, se refleja en los infantes, en el futuro de España que ruega que el tiempo haga sus jugadas; que niño y niña se vuelvan hombre y mujer, león y leona…pero también, y quizás más importante, que el antes feroz dejara de agonizar como al que le han herido de muerte y se desangra sin remedio alguno.

Un par de lágrimas caen, y las mejillas de los cachorros son privadas de compartir la pena del León Español. Sus garras sin uñas brindan un cariño que casi parece protocolar, como parte de un guión a cumplir. La puerta se cierra dejando atrás al futuro sobreviniente y pide la carroza, pero no saldrá como Rey, sino que como lo que se siente y como lo que es ahora: un cualquiera con el corazón destruido. El traje viejo vuelve a ceñirse al cuerpo un tanto más delgado por la falta de apetito en casi tres meses y la boina cubre su cabello y parte del semblante que preferiría no demostrar. ¿Quién querría ver al Rey de España de esa forma? Sólo el que causó aquel imperdonable daño.

Los caballos se detienen en la Plaza Tertre, y la mirada que debiera fijarse en el grato ambiente veraniego está pegada al piso, cuidando sus pasos aunque a lo lejos haya un grupo reducido de guardias rastreando, vigilando y limpiando el territorio ajeno que recorre. ¿Qué debían hacer para hacerlo regresar? Esa era la gran pregunta que no sólo sus escoltas se hacían, sino que todo un país que bajo las riendas de Isabell a falta de Fernando y los impúberes herederos mantenía la estabilidad. Dios Salve a la Reina, o más bien, que lo “Salve” al Rey…

Un encuentro que casi se tiñe de polvo, pero es la boina la que cae al piso por el movimiento violento. Una disculpa y una negación. La mano sin fuerza recoge la boina, y las miradas se cruzan. – Fue mi culpa. Vos debéis disculparme, no estaba mirando hacia el frente…- Como desde hace tres meses. En eso, los escoltas que estaban más cerca reconocieron boquiabiertos la figura de su interlocutor, mas no dijeron nada. José tampoco mencionó algo al respecto, ya que sus facciones no le eran familiares. No le reconocía. ¿Y cómo iba a hacerlo, si no se reconocía a sí mismo siquiera?

por **Jean Baptiste Fontaine** Miér Ene 16, 2013 12:44 am

Jean observo al hombre su impresión y su “apariencia” le contrastaron sin siquiera darse cuenta, algo se veía raro en el y al mirarlo finalmente, viendo cómo se inclinaba a recoger su boina lo noto, había sobre su cuerpo telas finas y la ropa hecha a medida era impecable, todo lo que portaba sobre su cuerpo gritaba abundancia pero el rostro con el que casi había chocado contaba una historia distinta. Se veía acabado, devastado, con una tristeza que sopesaba el corazón ajeno, ladeo el rostro como buscando el rostro del desconocido y al ver su dolor se sintió afortunado por su falta de pasado, era posible que la ignorancia le protegiera de los males que podían acecharlo.

-Se encuentra bien?

Pregunto con la voz calmada y una media sonrisa en los labios, los enfermos no quieren médicos enfermos, el no iba a ayudarlo con su pena mostrando un rostro compasivo o contagiado de pena.

-no se ve bien en lo absoluto.

Sabía que no debía extralimitarse, sabía que no era su asunto como se encontraba el hombre pero para el, un hombre sin recuerdos, pasado, posiblemente siquiera con un futuro tender la mano a alguien parecía mas importante para si mismo que para el extraño, necesitaba desesperadamente algo a que aferrarse, algo que le diera sentido a su existencia. El sin nada que ofrecer no podía ayudar a nadie aparentemente, pero posiblemente animar a alguien fuese una cosa que el pudiese hacer, aunque ese alguien fuese de una clase completamente distinta a la suya. Solo pensarlo se dio cuenta de que había podido reconocer la tela y cada una de las prendas que el hombre vestía, como si hubiese estado rodeado de ellas toda su vida, como su los lujos y comodidades fuesen conocidos para el, lo mismo le había pasado en casa de Daniil, había reconocido las cosas y había sabido usarlas sin problema alguna, posiblemente había trabajado en alguna casa rica aunque no se podía imaginar a si mismo en oficio alguno, cuando lo intentaba era como si la imagen no encajara en su imaginación.

-¿hay algo que pueda hacer por usted? Un hombre joven no debería verse tan mal.

Comento, esperando darle pie a una conversación, si el hombre pasaba de el entonces tendría que seguir su camino sin nada mas a que aferrarse que la esperanza de un futuro que le diese razones para vivir.

por **José Alfonso De Castilla** Lun Feb 18, 2013 12:56 pm

Los guardias se vieron en una encrucijada en cuanto se dieron cuenta de quién era realmente el improvisado interlocutor de su protegido. ¿Debían informarlo? ¿O quedarse en un tenso silencio que derivaría en un profundo arrepentimiento? El problema más importante era que no podían actuar por iniciativa propia, necesitaban la venia de aquel que sólo cruzaba miradas con el aún Príncipe de Francia, Jean Baptiste Fontaine, que se rumoreaba desaparecido. La disyuntiva se instaló mientras discutían el procedimiento sin quitar los ojos de encima de ambas autoridades, cuya seguridad debía redoblarse sólo por estar presente el heredero al trono del terreno que precisamente estaban pisando.

Las interrogantes del supuesto desconocido pasaron por la mente del Monarca como dos soplidos de viento que le hubieran hecho sostener la boina de nuevo contra su cabeza, sabiendo inconscientemente de las respuestas y de la veracidad de sus afirmaciones; pero no podía caer en detalles, o más bien no debía hacerlo aunque su corazón se estuviera muriendo por tener un par de brazos –o al menos un par de oídos- que pudieran comprender y contener la profundísima pena que azotaba al León español. De todas formas, eran actitudes que no era capaz de controlar; lo más efectivo era cubrirle la boca con una palma o cerrársela con aguja e hilo. Y ni siquiera eso serviría de mucho.

Únicamente negó con la cabeza acompañándose de un suspiro a la par que quedaba erguida nuevamente su columna, aunque su rostro mirase a otro costado para evitar ese encuentro tan directo que le valdría más sensaciones de angustia surgiendo como espuma en una bebida – Mi familia se cae a pedazos…-comentó con voz lenta y ronca, cansado. Incluso hastiado de tanta desgracia que parecía empeorar con el paso del tiempo – Me estoy quedando completamente solo…-susurró aprovechando la cercanía espacial con el joven, evitando que sus propios protectores escucharan sus lamentos. El León debía llorar en silencio.

Mil perdones la demora.

por **Jean Baptiste Fontaine** Sáb Feb 23, 2013 3:00 pm

Por las hojas de los arboles el radiante sol se filtraba en su esplendor, el viento aun fresco corría moviéndolas, susurrando entre ellas un canto tranquilizante, dibujando formas en el suelo que pisaban. Los bebes en su carriola permanecían tranquilos y al parecer el agradable clima les había arrullado, descansando tranquilos se mantenían en silencio. No había personas a menos de 10 metros de distancia y aunque las hubiese habido entre el murmullo de la gente seguramente aun hubiese podido escuchar los quejidos de un corazón destrozado. Aun sin lágrimas podía ver el llanto silencioso de aquel hombre con un dolor tan grande que superaba la existencia de los pequeños retoños que le acompañaban.

El no podía hablar de familia, ni siquiera recordaba si tenía una pero podía entender el sentimiento de estar solo y el debía sentirlo en demasía si podía afectarlo de esa manera con sus dos pequeños junto a el. La frase “no hay por soledad, que estar acompañado y aun sentirte solo” apareció en su mente y no supo donde lo había escuchado, pero ahora aparecía aquí.

-no se qué sea lo que estés pasando, tampoco creo que aunque lo supiese podría entender por completo tu pena, cosas como el dolor o la alegría son tal vez cosas que no pueden comprenderse por completo a menos que se estén sintiendo, nadie puede sentir la intensidad de nuestras emociones más que nosotros mismos, pero si lo deseas puedo escucharte, cuéntame lo que te pasa y deja que el dolor fluya con las palabras. No sé quién soy exactamente ni cuál es mi lugar en este mundo, pero en estos momentos se que deberías solo soltarlo, decirlo y dejar que la pena te embargue, llorar y sufrir hasta que el corazón se canse, hasta que el llanto se acabe. Sufre y llora y cuando te desahogues lo suficiente podrás ver lo que hay frente a ti. Ningún dolor ni felicidad son eternos aunque lo parezcan.

Ellos no se conocían, ni tampoco había una amistad profunda o un nivel de confianza que le permitiera darle algún tipo de consuelo, pero su mano se posó en el hombro ajeno, dándole algo de contacto humano, las personas al menos como el lo pensaba siempre necesitaban de contacto por mínimo que fuera, algo de calor podría quizás llegar a su corazón.

por **José Alfonso De Castilla** Sáb Mar 02, 2013 7:33 pm

Para ser un aparente desconocido, sus palabras tenían más razón y sentido que las de su Consejero Real, de ese hombre de cabellos negros que había sido llamado de urgencia tras el fallecimiento de la que anteriormente tenía ese puesto, cuya muerte el León lloraba y no iba a parar de llorar hasta que existiera –o se creara- un consuelo lo suficientemente grande para mitigar la muerte de un tercer hijo y de una esposa. Aquella situación era la prueba perfecta de que la opulencia y los títulos de nobleza no aseguraban la calidad humana.

- Créame, caballero. Mi corazón ya está muy cansado, y la tristeza no quiere ceder. Es como…si se hubiera ensañado con mi persona y absorbiera lentamente lo que me queda de cordura. – Explicó mirando del frente hacia abajo, como si tuviera prohibido observar lo que se podría catalogar de esperanzador en el horizonte bajo amenaza de alguna sanción, y teniendo en cuenta las “sanciones” que el rubio había sufrido casi en carne propia, estaba domado inconscientemente como a un cánido al que le repiten una y otra vez una conducta para que no reaccionara de forma distinta a lo que se deseaba.

Sus latidos se aceleraron un tanto pero sin rozar la peligrosidad al tener que pasear por esos recuerdos más recientes que lejanos por los meses transcurridos y por el propio dolor percibido e instalado en su semblante. ¿Contarle semejante verdad a un desconocido? Era algo peculiar considerando el quién era él, pero al estar ante un extraño que al parecer también tenía sus propios problemas, recordó lo que Isabell le dijo en más de una oportunidad: que las penas se sobrellevaban mejor si se compartían. Y quién sabe, quizás él mismo podría servir de contenedor emocional de aquel hombre, si es que sus respectivos problemas le eran suficiente obstáculo como para no dejarlo tranquilo en su propio vivir.

- En los últimos meses…he perdido a tres de mis hijos en extrañas circunstancias, y mi mujer falleció durante el parto de nuestros nuevos descendientes…- Un resumen más que doloroso y que supuso suficiente, palabras que se clavaban como espadas en la espalda de un Toro durante la Tauromaquia, o como balas de plata en la humanidad de un Hijo de la Luna sin necesidad de incurrir en más detalles, como el que todos aquellos fallecidos fueran parte de la familia más importante de España.

En eso, cerró los ojos de repente. La angustia deseaba resurgir desde su pecho y manifestarse externamente. Y aunque tenía apoyo cerca y no tan cerca suyo, el León aguantó estoico, como un maleante a punto de ser ejecutado.

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