AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
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Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Una vez más me encontraba tumbada sobre mi cama. Acababa de despertar pero aun era de noche. Sentía que alguien me miraba, que alguien vigilaba todos mis actos. Me incorporé y pude ver que la ventana de mi habitación estaba abierta de par en par, las cortinas blancas danzaban con la brisa del estío. Sabía que algo no iba bien y me aterrorizaba la idea de mirar por la ventana, pero algo en mi me decía que tenía que hacerlo. Me puse en pie, descalza, con el camisón blanco que siempre llevaba puesto, y me atreví a echar una ojeada. Como siempre, nunca había nada, solo una oscuridad… y en esa oscuridad, una luz, una luz proveniente de una mujer que no era ni más ni menos que mí querida madre. Ahí estaba, envuelta en ropajes luminosos, con la mirada brillante e indicándome que la acompañara, haciendo gestos con sus manos, atrayéndome hacia ella. Y no pude evitarlo, me agarré del marco de la ventana para ponerme en pie sobre el mismo y arrojarme hacia aquella oscuridad en la que estaba mi madre. Nunca había una altura determinada, por lo que cuando caía, era como si alguien me guiase hasta el suelo y acabase ilesa en el acto. Pero cuando ya se suponía que debía haberme encontrado con mi madre, ella ya no estaba. Corrí y la busqué entre aquella niebla negra tan espesa; y la encontré. Yacía en un cúmulo de nieve, de su cuello brotaba la sangre más roja que había visto jamás. La vi, tal y como la hallé el día de su muerte. La llamé, la abracé… y ella, tomó mis hombros, tiró de mí hacia ella, como si quisiera adentrarme en ella misma, y abrió los ojos.
-¡No!- Me sobresalté. Me encontraba gimoteando, sudando y con una mano en la frente. Miré a mí alrededor asustada y desconcertada, y lo comprendí todo. Habían pasado ya tres semanas desde que decidí partir en busca de respuestas con aquel quien había sido contratado para ser mi guardaespaldas. Contratamos a un cochero para que nos llevase en el coche de caballos hasta España y de esa forma ninguno de los dos tuviésemos que estar a la intemperie en las noches de camino a las montañas que hacían frontera entre Francia y Paris. Así, que nuestro único alojamiento en todo el viaje fue el dicho coche, además de un par de tabernas donde había conseguido asearme lo suficiente como para volver a parecer una mujer de clase alta. Por todo lo demás, podía decir que había pasado cada noche durmiendo en el asiento del móvil, recostada en entre la ventana y el respaldo y por su puesto, despertando por la misma pesadilla cada noche. Era inevitable, pues tras un mes de la muerte de mi madre no había parado de tener aquellos sueños, era obligatorio que cada noche me desvelase de dicha forma, levantando de sus asientos a mis sirvientes preocupados por mis gritos… hasta que se acostumbraron. Sabía que era algo insoportable para quien se encontraba a mi lado, pero era inevitable –Oh dios…- dije, llevándome una mano al pecho, comprobando que mi pulsación se tranquilizaba por segundos al comprobar que todo había sido un sueño. –Estoy cansada ya de esto… No hay noche que no lo consiga...- dije, respirando hondo y acomodándome en el respaldo del asiento –Y de la peste a alcohol- dije mirando a Connor. Si algo había comprendido de él, es que sin su petaca, quizás no seria tan capaz de viajar –Es insoportable ¿Cuánto bebéis al día? Que os quede claro que no pienso ir con un borracho a mi lado- dije mirándole seriamente. Recordé que antes de marcharnos me había sugerido la posibilidad de comportarme como en un principio, pero es que me ponía de los nervios: Poco hablador, serio, borde y borracho. Siempre había rehuido de los mozos repipis, pero esto tampoco había quien lo llevase. Por supuesto, aunque hubiesen pasado tres semanas, aún no encontraba oportuno tutearle. – Por Dios Santo… hago bien en no acceder a beber bebidas que no sean vino-
De repente, la voz del cochero resonó, indicando que ya habíamos llegado a España, más concretamente a Zaragoza… el lugar donde nació mi difunta madre. Por supuesto, el señor Kennway aún no sabía ni cual era el fruto de mi viaje ni que buscábamos en España. Si había preguntado yo no había respondido de seguro. No me gustaba hablar de mis intenciones a personas que a penas conocía, y con Connor solo había… necesidad de que me acompañase, nada más. De todas formas, yo tampoco le conocía demasiado a él, así que si, las cosas se establecían y dejábamos de gritarnos, presentía que una Luarca charla llegaría pronto. Y al fin y al cabo. De todas formas, tendría que comentarle a donde íbamos, y se lo desvelaría más adelante.
Bajé del coche y pagué generosamente al cochero, una de las cosas que había tomado antes de partir era dinero suficiente como para abastecerse un par de meses. Cuando hice esto, el cochero se despidió y partió vuelta a Paris. –No me puedo creer que por fin esté aquí… He esperado tanto tiempo- Dije mientras miraba sonriente a aquella ciudad que se postraba ante mis ojos. Tan bella cono Paris pero quizá no tan lujosa y señorial. Las mujeres vestían ropajes caros pero sencillos, así que dejé de preocuparme por la blusa blanca y la falda de color verde bastante ajustada a mi cintura que llevaba puesta. Al menos, había vuelto a recogerme el pelo y había colocado un par de abalorios en forma de flor en el. Era todo… tal y como me lo había descrito. –Está bien, necesito un mapa. Algo que me diga como llegar a mi destino. Si, se que nunca he estado aquí antes pero estoy segura de saber llegar.- Me acerqué entonces, atrevida, y alejándome de Connor, hacia una especia de quiosco pequeño, en el que conseguí comprar un mapa y recibí los piropos y las sonrisas de los dos ancianos que se ocupaban de él. Volví hacia Connor con la cara sonriente, abrí el mapa e intenté ubicarme. Estábamos en la plaza mayor y yo solo necesitaba encontrar en el papel la palabra ‘’Sorolla’’… y dí con ella -¡Aquí esta! – Sonreí –No puedo creérmelo, existe- dije, como una niña que acaba de encontrar la muñeca de sus sueños en el escaparate de una tienda de juguetes. Me di cuenta de mi inmadurez, y tosí para aclararme la garganta y recobrar la compostura –Esta bien señor Kennway… Nuestro destino estará a una media hora a pie desde aquí. Así que creo que habrá tiempo para que le explique hacia donde vamos y un par de cosas más sobre lo que quiero encontrar aquí. Así que…vamos allá- Suspiré y comencé a andar y tras un par de pasos paré en seco y me giré para volver a mirar a los ojos a aquel hombre – Solo decidme ¿Qué tal se os da el allanamiento de morada?- Entonces, reí y seguí caminado.
Me encontraba tan feliz… que entendí que solo era una armadura que creaba mi cuerpo, para soportar la dificultad que se avecinaba…en media hora.
-¡No!- Me sobresalté. Me encontraba gimoteando, sudando y con una mano en la frente. Miré a mí alrededor asustada y desconcertada, y lo comprendí todo. Habían pasado ya tres semanas desde que decidí partir en busca de respuestas con aquel quien había sido contratado para ser mi guardaespaldas. Contratamos a un cochero para que nos llevase en el coche de caballos hasta España y de esa forma ninguno de los dos tuviésemos que estar a la intemperie en las noches de camino a las montañas que hacían frontera entre Francia y Paris. Así, que nuestro único alojamiento en todo el viaje fue el dicho coche, además de un par de tabernas donde había conseguido asearme lo suficiente como para volver a parecer una mujer de clase alta. Por todo lo demás, podía decir que había pasado cada noche durmiendo en el asiento del móvil, recostada en entre la ventana y el respaldo y por su puesto, despertando por la misma pesadilla cada noche. Era inevitable, pues tras un mes de la muerte de mi madre no había parado de tener aquellos sueños, era obligatorio que cada noche me desvelase de dicha forma, levantando de sus asientos a mis sirvientes preocupados por mis gritos… hasta que se acostumbraron. Sabía que era algo insoportable para quien se encontraba a mi lado, pero era inevitable –Oh dios…- dije, llevándome una mano al pecho, comprobando que mi pulsación se tranquilizaba por segundos al comprobar que todo había sido un sueño. –Estoy cansada ya de esto… No hay noche que no lo consiga...- dije, respirando hondo y acomodándome en el respaldo del asiento –Y de la peste a alcohol- dije mirando a Connor. Si algo había comprendido de él, es que sin su petaca, quizás no seria tan capaz de viajar –Es insoportable ¿Cuánto bebéis al día? Que os quede claro que no pienso ir con un borracho a mi lado- dije mirándole seriamente. Recordé que antes de marcharnos me había sugerido la posibilidad de comportarme como en un principio, pero es que me ponía de los nervios: Poco hablador, serio, borde y borracho. Siempre había rehuido de los mozos repipis, pero esto tampoco había quien lo llevase. Por supuesto, aunque hubiesen pasado tres semanas, aún no encontraba oportuno tutearle. – Por Dios Santo… hago bien en no acceder a beber bebidas que no sean vino-
De repente, la voz del cochero resonó, indicando que ya habíamos llegado a España, más concretamente a Zaragoza… el lugar donde nació mi difunta madre. Por supuesto, el señor Kennway aún no sabía ni cual era el fruto de mi viaje ni que buscábamos en España. Si había preguntado yo no había respondido de seguro. No me gustaba hablar de mis intenciones a personas que a penas conocía, y con Connor solo había… necesidad de que me acompañase, nada más. De todas formas, yo tampoco le conocía demasiado a él, así que si, las cosas se establecían y dejábamos de gritarnos, presentía que una Luarca charla llegaría pronto. Y al fin y al cabo. De todas formas, tendría que comentarle a donde íbamos, y se lo desvelaría más adelante.
Bajé del coche y pagué generosamente al cochero, una de las cosas que había tomado antes de partir era dinero suficiente como para abastecerse un par de meses. Cuando hice esto, el cochero se despidió y partió vuelta a Paris. –No me puedo creer que por fin esté aquí… He esperado tanto tiempo- Dije mientras miraba sonriente a aquella ciudad que se postraba ante mis ojos. Tan bella cono Paris pero quizá no tan lujosa y señorial. Las mujeres vestían ropajes caros pero sencillos, así que dejé de preocuparme por la blusa blanca y la falda de color verde bastante ajustada a mi cintura que llevaba puesta. Al menos, había vuelto a recogerme el pelo y había colocado un par de abalorios en forma de flor en el. Era todo… tal y como me lo había descrito. –Está bien, necesito un mapa. Algo que me diga como llegar a mi destino. Si, se que nunca he estado aquí antes pero estoy segura de saber llegar.- Me acerqué entonces, atrevida, y alejándome de Connor, hacia una especia de quiosco pequeño, en el que conseguí comprar un mapa y recibí los piropos y las sonrisas de los dos ancianos que se ocupaban de él. Volví hacia Connor con la cara sonriente, abrí el mapa e intenté ubicarme. Estábamos en la plaza mayor y yo solo necesitaba encontrar en el papel la palabra ‘’Sorolla’’… y dí con ella -¡Aquí esta! – Sonreí –No puedo creérmelo, existe- dije, como una niña que acaba de encontrar la muñeca de sus sueños en el escaparate de una tienda de juguetes. Me di cuenta de mi inmadurez, y tosí para aclararme la garganta y recobrar la compostura –Esta bien señor Kennway… Nuestro destino estará a una media hora a pie desde aquí. Así que creo que habrá tiempo para que le explique hacia donde vamos y un par de cosas más sobre lo que quiero encontrar aquí. Así que…vamos allá- Suspiré y comencé a andar y tras un par de pasos paré en seco y me giré para volver a mirar a los ojos a aquel hombre – Solo decidme ¿Qué tal se os da el allanamiento de morada?- Entonces, reí y seguí caminado.
Me encontraba tan feliz… que entendí que solo era una armadura que creaba mi cuerpo, para soportar la dificultad que se avecinaba…en media hora.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
- Mensajes : 57
Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
El constante traqueteo del carruaje en la carretera rumbo a España estaba terminando de crispar mis nervios tanto que junto a la muchacha que noche tras noche se levantaba nerviosa y sollozando en la oscuridad... Daría cualquier cosa por regresar a mi fría e invernal aldea, la añoraba tanto...
Fue en mis ensoñaciones con mi antiguo poblado cuando volvió a despertarse con un grito, grito que me sobresaltó, todo sea dicho -Maldita sea...- suspiré pesaroso, sacando mi petaca querida y deleitándome una vez más del calor que el licor vertía a través de mi garganta -Bendito líquido...- musité justo antes de que Helena desprestigiara el hedor que desprendía dicho whiskey. Bien era cierto que era oloroso y que yo tampoco me encontraba terriblemente aseado, al igual que ella. El viaje era largo... y caluroso, puro verano -Siempre será más agradable que vos y vuestro caracter, niña mimada- solo por el mero placer de fastidiar, saqué una pipa de madera con una boquilla de plata, la llené de tabaco y la encendí, aspirando aquel humo de sabor agrio, pero agradable para el que estaba acostumbrado a él -Disfruta... ya no olerás más el alcohol- expiré el humo, vaciando mis pulmones.
Al cabo de un rato el coche se detuvo anunciado por el cochero la llegada a Zaragoza, el destino en cuestión. Bajé del coche y cerré la puerta, dando continuas caladas a aquella pipa pequeña mientras Helena se encargaba de pagar generosamente al cochero. Arqueé una ceja -¿En serio? ¿Tanto?- el cochero me dirigió una mirada fria y llena de resentimiento -La próxima vez montate en la zorra de tu madre y que te lleve ella mientras cabalga encima del perro que la fecundó para darte cabida en este mundo.- escupió, terriblemente ofendido, quizá pensando que la muchacha se retractaría de pagarle esa suma y le retirase unas cuantas monedas que le vendrían muy bien al pobre hombre. Comprendí su furia, pero no por ello la permitiría. Desenfundé mi revolver y le apunté directamente entre los ojos. No medió palabra hasta que hizo restallar el látigo y se perdió de mi vista. Guardé mi arma. Afortunadamente, los transeuntes abarrotaban la calle y estaban demasiado ocupados para pararse a admirar un insulto de semejante calibre, que dicho sea de paso, nunca se me hubiese ocurrido.
La chica por otra parte parecía pletórica, ensoñaba con el lugar ¿qué tenía España? Era una tierra poblada más, solo que repleta de bárbaros, bárbaros y más bárbaros. No tenía la misma elegancia que París y mucho menos se apreciaba el cortés ambiente de Londres. Zaragoza, así como el país en sí... apestaba -Infecto nido de ratas...- murmuré siguiendo a la muchacha que se alejó y se acercó a una tiendecita. Compró algo, a simple vista no supe lo que era, más tarde advertí que se trataba de un mapa. Observé también detenidamente a la muchacha, cuya forma de comportarse era distinta, no parecía una mujer engreida... sino una niña. Quizá era más niña de lo que yo creía que era.
Finalmente, se dignó a dirigirse hacia mi y explicarme que nuestra situación estaba a media hora de camino hasta nuestro próximo destino, que me explicaría por el camino. Para mi sorpresa, añadió un interrogante sobre qué tan bien se me daba el allanamiento... para su suerte, se me daba genial.
Y así fue como deambulamos durante largo rato hasta llegar al que parecía ser el destino fijado: Una mansión dejada y algo alejada de la población, protegida por un pequeño camino de flores marchitas y arbustos secos de color ocre que precedían unas altas puertas de acero, altas y duras, amén de oxidadas. Suspiré sin pronunciar palabra, pues me extrañaba que semejante caserón no estuviese restaurado ¿por qué sería? Lo sospechaba seguramente... ¿la habrían encantado los brujos? ¿Quizá un mago había convocado fantasmas para que la poseyeran, mientras la usaban como sede de reuniones o ritos paganos? Tal vez algun vampiro la vigilara o fuese madrigera de algun que otro licántropo. Los ignorantes como Helena eran demasiado confiados con los lugares abandonados por la civilización.... o quizá yo era demasiado precavido. En cualquiera de los casos, me apresuré a realizar la tarea que me tocaba. Desenfundé mi daga y la introduje en la cerradura de la gran parcela y asesté uno, dos y hasta tres golpes en la empuñadura hasta que se rompió el oxidado candado. Limpié la punta del arma y la guardé nuevamente para después abrir las puertas de una patada -Ya podéis entrar- me acabé la pipa después de aquella media hora andando, de modo que la guardé en una pequeña bolsita de piel y la introduje en uno de los bolsillos dentro de mi gabardina. Me ajusté el sombrero para que el sol no alcanzara mis ojos, de modo que el ala proyectase una sombra sobre mi rostro. Aguardé entonces que entrara para seguirla, pendiente a lo que pudiese pasar
Fue en mis ensoñaciones con mi antiguo poblado cuando volvió a despertarse con un grito, grito que me sobresaltó, todo sea dicho -Maldita sea...- suspiré pesaroso, sacando mi petaca querida y deleitándome una vez más del calor que el licor vertía a través de mi garganta -Bendito líquido...- musité justo antes de que Helena desprestigiara el hedor que desprendía dicho whiskey. Bien era cierto que era oloroso y que yo tampoco me encontraba terriblemente aseado, al igual que ella. El viaje era largo... y caluroso, puro verano -Siempre será más agradable que vos y vuestro caracter, niña mimada- solo por el mero placer de fastidiar, saqué una pipa de madera con una boquilla de plata, la llené de tabaco y la encendí, aspirando aquel humo de sabor agrio, pero agradable para el que estaba acostumbrado a él -Disfruta... ya no olerás más el alcohol- expiré el humo, vaciando mis pulmones.
Al cabo de un rato el coche se detuvo anunciado por el cochero la llegada a Zaragoza, el destino en cuestión. Bajé del coche y cerré la puerta, dando continuas caladas a aquella pipa pequeña mientras Helena se encargaba de pagar generosamente al cochero. Arqueé una ceja -¿En serio? ¿Tanto?- el cochero me dirigió una mirada fria y llena de resentimiento -La próxima vez montate en la zorra de tu madre y que te lleve ella mientras cabalga encima del perro que la fecundó para darte cabida en este mundo.- escupió, terriblemente ofendido, quizá pensando que la muchacha se retractaría de pagarle esa suma y le retirase unas cuantas monedas que le vendrían muy bien al pobre hombre. Comprendí su furia, pero no por ello la permitiría. Desenfundé mi revolver y le apunté directamente entre los ojos. No medió palabra hasta que hizo restallar el látigo y se perdió de mi vista. Guardé mi arma. Afortunadamente, los transeuntes abarrotaban la calle y estaban demasiado ocupados para pararse a admirar un insulto de semejante calibre, que dicho sea de paso, nunca se me hubiese ocurrido.
La chica por otra parte parecía pletórica, ensoñaba con el lugar ¿qué tenía España? Era una tierra poblada más, solo que repleta de bárbaros, bárbaros y más bárbaros. No tenía la misma elegancia que París y mucho menos se apreciaba el cortés ambiente de Londres. Zaragoza, así como el país en sí... apestaba -Infecto nido de ratas...- murmuré siguiendo a la muchacha que se alejó y se acercó a una tiendecita. Compró algo, a simple vista no supe lo que era, más tarde advertí que se trataba de un mapa. Observé también detenidamente a la muchacha, cuya forma de comportarse era distinta, no parecía una mujer engreida... sino una niña. Quizá era más niña de lo que yo creía que era.
Finalmente, se dignó a dirigirse hacia mi y explicarme que nuestra situación estaba a media hora de camino hasta nuestro próximo destino, que me explicaría por el camino. Para mi sorpresa, añadió un interrogante sobre qué tan bien se me daba el allanamiento... para su suerte, se me daba genial.
Y así fue como deambulamos durante largo rato hasta llegar al que parecía ser el destino fijado: Una mansión dejada y algo alejada de la población, protegida por un pequeño camino de flores marchitas y arbustos secos de color ocre que precedían unas altas puertas de acero, altas y duras, amén de oxidadas. Suspiré sin pronunciar palabra, pues me extrañaba que semejante caserón no estuviese restaurado ¿por qué sería? Lo sospechaba seguramente... ¿la habrían encantado los brujos? ¿Quizá un mago había convocado fantasmas para que la poseyeran, mientras la usaban como sede de reuniones o ritos paganos? Tal vez algun vampiro la vigilara o fuese madrigera de algun que otro licántropo. Los ignorantes como Helena eran demasiado confiados con los lugares abandonados por la civilización.... o quizá yo era demasiado precavido. En cualquiera de los casos, me apresuré a realizar la tarea que me tocaba. Desenfundé mi daga y la introduje en la cerradura de la gran parcela y asesté uno, dos y hasta tres golpes en la empuñadura hasta que se rompió el oxidado candado. Limpié la punta del arma y la guardé nuevamente para después abrir las puertas de una patada -Ya podéis entrar- me acabé la pipa después de aquella media hora andando, de modo que la guardé en una pequeña bolsita de piel y la introduje en uno de los bolsillos dentro de mi gabardina. Me ajusté el sombrero para que el sol no alcanzara mis ojos, de modo que el ala proyectase una sombra sobre mi rostro. Aguardé entonces que entrara para seguirla, pendiente a lo que pudiese pasar
Connor Kennway- Cazador Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
-El lugar al que nos dirigimos, es un lugar en el que jamás he estado, pero que a la vez conozco- Ya nos encontrábamos caminando a paso lento hacia la casa. Llevaba el mapa abierto entre mis manos, no perdía en ningún momento la vista del papel, de la calle y de Connor, así que no había forma alguna de perderse. Sentía una gran entusiasmo y a la vez una temida tristeza al saber, que por por fin, no había vuelta atrás. -Os preguntareis de que se trata. Pues bien. No es ni más ni menos, que una casa... Una casa, que espero que me de las suficientes pistas como para aliviar mi consciencia un poco más- Y en poco tiempo, conseguimos llegar.
La casa, como suspuse, a pesar de que tiempo a seguramente será una de las casas mas lujosas y presenciales de España, estaba totalmente derruida, descuidada y mugrienta. Me estremecí al contemplarla con los ojos muy abiertos. Mi madre, me había hablando tantas veces de ella... me había contado tantas veces sus vivencias en la misma... que parecía, que yo misma las había vivido. -Es tal y como me la relató... no, no se dejó ni un detalle- Y era cierto. La casa, era tal y como la imaginé. Cerré el mapa haciendo un cilindro con él y lo aferré contra mi pecho mientras intentaba evitar pensar tanto en mi madre. Y de repente, un ruido lo suficientemente desagradable como para despertar a un oso, me sobresaltó -¡Eh, eh! No abráis así la puerta ¿No os dais cuenta de que no es vuestra casa?- Connor, estaba forzando la cerradura a golpes con su daga, hasta que consiguió abrirla - ¡Cuan indecoroso! ¡Dios!- dije, mientras abría la puerta que acababa de abrir y entraba por la misma antes que él, pasando por su lado mientras gruñía. Aquella estancia, no se diferenciaba demasiado a mi hogar. Tenía un jardín principal que finalizaba en unas escaleras que daban pie a las grandes puertas que separaban la casa de todo lo demás. Me dirigí hasta ella, y puedo de decir, que con sólo acariciarla de forma nostálgica, se abrió -E...está abierta ¿Como puede estar abierta?- me giré para mirar al señor Kennway con rostro de circunstancia -Es... es muy extraño que esté abierta. Quiero decir, hace ya bastantes años que está abandonada y todo lo que alguien halla querido robar, se retiró- Crucé el umbral de la puerta con decisión pero con cautela, pues no estaba dispuesta a recibir un sobresalto más, ni uno más. Pero, toda intención de estar atenta a cualquier cosa que pudiese ocurrir, se desvaneció al contemplar el interior de la casa. Si antes había dicho que la fachada era exactamente igual a la que se me describió, estaba equivocada, era la casa en sin, la que se asemejaba a niveles inimaginables al relato que tantas veces me fue concedido. Seguí caminando despacio, hasta adentrarme en un enorme salón cubierto de sabanas blancas por la mayoría de los muebles, y sin decorado alguno. Y entonces, reparé en que no estaba tan poco decorada. Sobre una pequeña mesa, yacía un cuadro cubierto de polvo, el cual tomé entre mis manos, limpié y deseé quizá o haberlo visto. Se trataba de un retrato de mi madre, cuando aún me llevaba en su vientre... y se parecía tanto a mi -¿ Sabéis? Esta casa es ahora mía. Se supone... que yo ya debería estar viviendo aquí, que debería haberme emancipado con un hombre de prestigio similar al mio y que quizá ya debería haber correteando por aquí un par de niños... de dos o tres años- Me giré para volver a encontrar a mi acompañante con la mirada, sin soltar el cuadro -Pero, como puedes comprobar, no es así. Mi padre desea detenerme entre los muros de mi casa. No me malinterpreteis, que quizá os de la fachada de una niña que quisiera estar en estos momentos desposada con un banqueros. No es así, ni por asomo. Desde hace un tiempo he querido llegar a España y vivir en esta casa, sola y tranquila. Pero, por algunas circunstancias que ocurrieron hace ya bastantes años... ni mi padre pretende dejarme marchar ni yo poseo tranquilidad.- Dejé el cuadro en la mesa y volví a dirigirme hacia Connor -Lo que estoy buscando, son pistas. Quiero descubrir a un asesino- dije intentando mostrar total seriedad aunque quizá lo que estuviese dando era un absoluto mostrar de tristeza. -Y necesito que me ayudéis, Señor Kennway. Aquí empieza verdaderamente el trato. Veo que sois amigo de las armas y por lo que aparentáis, un hombre que conoce la calle. Así que, ¿Que mejor que vos para ayudarme? Si no me matáis antes por inhalar humo, claro.-
Cuando registré todo lo que pude en el salón, me decidí a buscar la famosa habitación de soltería de mi madre. Me había contado, que aunque antes de que conociese a mi padre, toda la casa era para ella sola, solo habitaba su cuarto. Y por supuesto, era tal y como me lo había contado. Supuse, que Connor, al revelar un poco más de mis intenciones, me haría una serie de preguntas, pero... no, aún no quería contárselo. Necesitaba un lugar más tranquilo, más alejado, más... -¿Italia?- dije, al ver como una revista que había tirada en el suelo sólo contenía paisajes y lugares de la bella Italia. Y lo curioso, es que había otra sobre la misma ciudad, y sobre su mesita de noche, guías de Italia -Oh dios mio... ¡Fue a Italia! ¿Para que? ¿Y cuando? Esto... esto es demasiado extraño- me dejé caer sobre la cama aterrorizada. ¿Por que había tantas referencias sobre Italia? ¿Tenia intenciones de ir antes de morir? ¿ Había ido antes de que la asesinaran? -No... no me lo creo, yo esperaba encontrarme... un cuchillo, sangre, libros sobre... cosas, pero no tantos panfletos de viaje. No... estoy no es posible- De repente empezaba a encontrarme terriblemente mal, había encontrado una pieza que en vez de encajar en algún puzzle, comenzó a angustiarme. Di varias vueltas por la habitación obviando la presencia del hombre y sus posibles dudad ante aquello. Pero ¿De que me sorprendía? Había venido buscando algo que no sabía que era, y me había encontrado con esto. No, no debía desperdiciarlo -¡Connor! ¡Connor!- inconscientemente, me aventuré a llamarle por su nombre - ¿ Sabéis como llegar a Italia? Necesito ir... y mientras vamos, haceros muchas preguntas-
La casa, como suspuse, a pesar de que tiempo a seguramente será una de las casas mas lujosas y presenciales de España, estaba totalmente derruida, descuidada y mugrienta. Me estremecí al contemplarla con los ojos muy abiertos. Mi madre, me había hablando tantas veces de ella... me había contado tantas veces sus vivencias en la misma... que parecía, que yo misma las había vivido. -Es tal y como me la relató... no, no se dejó ni un detalle- Y era cierto. La casa, era tal y como la imaginé. Cerré el mapa haciendo un cilindro con él y lo aferré contra mi pecho mientras intentaba evitar pensar tanto en mi madre. Y de repente, un ruido lo suficientemente desagradable como para despertar a un oso, me sobresaltó -¡Eh, eh! No abráis así la puerta ¿No os dais cuenta de que no es vuestra casa?- Connor, estaba forzando la cerradura a golpes con su daga, hasta que consiguió abrirla - ¡Cuan indecoroso! ¡Dios!- dije, mientras abría la puerta que acababa de abrir y entraba por la misma antes que él, pasando por su lado mientras gruñía. Aquella estancia, no se diferenciaba demasiado a mi hogar. Tenía un jardín principal que finalizaba en unas escaleras que daban pie a las grandes puertas que separaban la casa de todo lo demás. Me dirigí hasta ella, y puedo de decir, que con sólo acariciarla de forma nostálgica, se abrió -E...está abierta ¿Como puede estar abierta?- me giré para mirar al señor Kennway con rostro de circunstancia -Es... es muy extraño que esté abierta. Quiero decir, hace ya bastantes años que está abandonada y todo lo que alguien halla querido robar, se retiró- Crucé el umbral de la puerta con decisión pero con cautela, pues no estaba dispuesta a recibir un sobresalto más, ni uno más. Pero, toda intención de estar atenta a cualquier cosa que pudiese ocurrir, se desvaneció al contemplar el interior de la casa. Si antes había dicho que la fachada era exactamente igual a la que se me describió, estaba equivocada, era la casa en sin, la que se asemejaba a niveles inimaginables al relato que tantas veces me fue concedido. Seguí caminando despacio, hasta adentrarme en un enorme salón cubierto de sabanas blancas por la mayoría de los muebles, y sin decorado alguno. Y entonces, reparé en que no estaba tan poco decorada. Sobre una pequeña mesa, yacía un cuadro cubierto de polvo, el cual tomé entre mis manos, limpié y deseé quizá o haberlo visto. Se trataba de un retrato de mi madre, cuando aún me llevaba en su vientre... y se parecía tanto a mi -¿ Sabéis? Esta casa es ahora mía. Se supone... que yo ya debería estar viviendo aquí, que debería haberme emancipado con un hombre de prestigio similar al mio y que quizá ya debería haber correteando por aquí un par de niños... de dos o tres años- Me giré para volver a encontrar a mi acompañante con la mirada, sin soltar el cuadro -Pero, como puedes comprobar, no es así. Mi padre desea detenerme entre los muros de mi casa. No me malinterpreteis, que quizá os de la fachada de una niña que quisiera estar en estos momentos desposada con un banqueros. No es así, ni por asomo. Desde hace un tiempo he querido llegar a España y vivir en esta casa, sola y tranquila. Pero, por algunas circunstancias que ocurrieron hace ya bastantes años... ni mi padre pretende dejarme marchar ni yo poseo tranquilidad.- Dejé el cuadro en la mesa y volví a dirigirme hacia Connor -Lo que estoy buscando, son pistas. Quiero descubrir a un asesino- dije intentando mostrar total seriedad aunque quizá lo que estuviese dando era un absoluto mostrar de tristeza. -Y necesito que me ayudéis, Señor Kennway. Aquí empieza verdaderamente el trato. Veo que sois amigo de las armas y por lo que aparentáis, un hombre que conoce la calle. Así que, ¿Que mejor que vos para ayudarme? Si no me matáis antes por inhalar humo, claro.-
Cuando registré todo lo que pude en el salón, me decidí a buscar la famosa habitación de soltería de mi madre. Me había contado, que aunque antes de que conociese a mi padre, toda la casa era para ella sola, solo habitaba su cuarto. Y por supuesto, era tal y como me lo había contado. Supuse, que Connor, al revelar un poco más de mis intenciones, me haría una serie de preguntas, pero... no, aún no quería contárselo. Necesitaba un lugar más tranquilo, más alejado, más... -¿Italia?- dije, al ver como una revista que había tirada en el suelo sólo contenía paisajes y lugares de la bella Italia. Y lo curioso, es que había otra sobre la misma ciudad, y sobre su mesita de noche, guías de Italia -Oh dios mio... ¡Fue a Italia! ¿Para que? ¿Y cuando? Esto... esto es demasiado extraño- me dejé caer sobre la cama aterrorizada. ¿Por que había tantas referencias sobre Italia? ¿Tenia intenciones de ir antes de morir? ¿ Había ido antes de que la asesinaran? -No... no me lo creo, yo esperaba encontrarme... un cuchillo, sangre, libros sobre... cosas, pero no tantos panfletos de viaje. No... estoy no es posible- De repente empezaba a encontrarme terriblemente mal, había encontrado una pieza que en vez de encajar en algún puzzle, comenzó a angustiarme. Di varias vueltas por la habitación obviando la presencia del hombre y sus posibles dudad ante aquello. Pero ¿De que me sorprendía? Había venido buscando algo que no sabía que era, y me había encontrado con esto. No, no debía desperdiciarlo -¡Connor! ¡Connor!- inconscientemente, me aventuré a llamarle por su nombre - ¿ Sabéis como llegar a Italia? Necesito ir... y mientras vamos, haceros muchas preguntas-
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
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Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Entramos ambos carre arriba rumbo a aquella casa abandonada. La fachada estaba algo desgastada y deteriorada y las paredes estaban tiznadas de verdín y rodeadas por algunas enredaderas. Bueno, al menos las plantas la usaban como hogar, no estaba tan abandonada a fin de cuentas. No había nada más llamativo en aquel lugar salvo que la puerta, tras ser levemente tocada por Helena, se abriese para la sorpresa dela misma. He de reconocer, que a mi también me pareció extraño dado el aspecto del lugar: no podía estar habitada por personas normales de a pie.
Nos intermanos en aquel lugar... apestaba a humedad. La casa presentaba el típico aspecto de un hogar en mudanzas, polvo que remarcaba la ausencia de algún mueble, manchas pútridas en la pared de la misma humedad en el ambiente que reflejaba el alma de un antiguo cuadro o espejo que estaba por allí colgado... era muy desalentador. Entonces, Helena tomó un cuadro y comencó a relatar sobre el hogar que se suponía, le pertenecía a ella ahora. Hablaba y hablaba y mis oidos estaban más ocupados con algo más, así como mi vista; una sombra deambulaba por el piso superior a una velocidad espeluznante, oí pasos que seguramente para la muchacha fueron fugaces y sin volumen inmersa en sus pensamientos. Cuando pronunció la frase sobre investigar un asesinato, volví a prestarle atención -¿Un asesinato? Deberíais buscaros entonces a un policía o un agente especializado en lo mismo ¿qué os hace pensar a soy bueno rastreando pistas?- justo mientras formulaba la pregunta, miraba hacia arriba donde me pareció volver a ver aquella sombra saliendo de la habitación donde oí pasos.
Helena siguió mirando el lugar para luego subir, yo por mi parte me mantuve en el vestíbulo tocando paredes y dando pequeños taconazos con las botas esperando escuchar algo extraño. También observé con detenimiento aquel lugar por si veía la sombra... pero solo oí a la muchacha gritar, más concretamente, mi nombre. Subí veloz desenfundando mi revolver dado que era extraño que no se dirigiera a mi como "señor Kennway" ... hice el ridículo al comprobar que estaba sola. -¿Por qué demonios tenéis que...?- me interrumpió preguntando sobre si sabía llegar a Italia y comentándome que debía hacerme preguntas. Fui a contestar cuando una voz carrasposa me interrumpió, por segunda vez. -¿Qué hacéis en mi hogar? ¿Sois... sois ladrones?- era un hombre mayor, de aspecto entrañable. Vestía unos ropajes cómodos y estaba acompañado por una señora de su misma edad, presumiblemente su mujer, eran la típica pareja de abuelos entrañables que nos miraban asustados. El anciano apoyado en su bastón de madera, se inclinaba ligeramente hacia atrás para poder blandirlo en caso de que le fueramos a atacar. Se fijó en mi revólver -Por favor, guarde su arma, no tenemos nada como puede ver... solo vivimos aquí porque nos echaron de nuestros hogares a causa de las guerras...- guardé mi arma entonces y levanté una mano para tranquilizarlos -No somos ladrones... hemos venido buscando una cosa- la expresión de ambos se relajó un poco, mirándose el uno al otro con duda. La anciana tenía los ojos algo empañados por las lágrimas. Sonrió -Menudo susto hijo... ¿qué buscáis en esta humilde morada? Por... por favor, venid, tomáos algo- se dispusieron a bajar... y aquella hospitalidad me pareció extraña. Tenían pinta de personas amables y cariñosas, pero no olvidaba esa sombra que vi moverse con tal perfección ¿tendrían a algun habitante que desconocían? De ser así, debían abandonar este lugar.
Los acompañé hasta una pequeña habitación en el hall, que estaba pasando la cocina. Aquel pequeño habitáculo estaba medianamente ordenado y preparado para pasar el día. Siendo solo dos personas mayores, era lógico que la casa se les hiciera demasiado grande, además no llamarían tanto la atención. El anciano, agradable, nos indicó que tomáramos asiento en unas pequeñas sillas de madera labrada -Las he hecho yo, espero que sean cómodas...- mostré mi mejor sonrisa cuando lo dijo, con ese tono orgulloso y paternal. Me recordó al anciano de la tribu cuando era pequeño. La señora regresó de la cocina con unos pequeños vasos de arcilla y un poco de te. -Lamento no poder traeros algo digno para unos invitados a menos que os guste el pan duro...- su marido la miró y sonrió comprensivo, la invitó a sentarse en la silla que quedaba en lugar de sentarse él -Oh, vamos Cat... nuestros problemas no les interesan a esta hermosa pareja- arqueé la ceja izquierda y miré a Helena ¿dónde veían la hermosa pareja? Mis ropas no eran de lo más elegante y ella tampoco estaba despampanante precisamente tras aquel altercado y el largo viaje -Mi nombre es Connor... Connor Highland. Ella es Beatrix Lockheart- dije con fingida alegría, como si nos conociesemos de toda la vida -Ella está buscando algo, soy su acompañante- me quité el sombrero y lo dejé en la mesa, mi melena cayó como la tinta sobre mi cabeza y mi cara. Tomé el vaso de arcilla y di un sorbo: el té estaba helado. Lo comprendí -Encantado de conoceros. Yo soy Alfred Pennyworth y ella se llama Cathelyn Stark. Como adivinarán nuestros nombres no son españoles, así como tampoco nuestra nación. Emigramos de Inglaterra hace varios años. Trabajabamos como mayordomos para el señor de esta casa durante unos pocos años antes de que se marchase... nos dejó que vivieramos aquí, pero tuvo que llevarse sus pertenencias. Nos dejó dinero, pero nos lo robaron hace tiempo y malvivimos con lo que algunos vecinos conocidos del pueblo nos prestan- se sonrió triste cuanto Cathelyn le tomó la mano con cariño y dulzura, sonriéndole -No es menester recordar esas cosas, mi amor... Más importante es, hija mía ¿qué os trae a esta vieja mansión destartalada? Ojalá te sirvamos de ayuda, pequeña hermosa niña- los ojos azul cielo de la mujer se posaron en Helena, una mirada sabia y trascendental que casi me erizó los vellos. Alfred por su parte nos miraba también con sus ojos esmeralda. Fue una situación tan familiar que casi encontré sentimientos en mi interior, pero los detuve a tiempo. Bebí el líquido frío para no ser descortés con aquella amable pareja y de paso para aliviar el calor. Dejé que Helena se explayara y contara todo lo que esperaba a esa pareja de nobles ancestros
Nos intermanos en aquel lugar... apestaba a humedad. La casa presentaba el típico aspecto de un hogar en mudanzas, polvo que remarcaba la ausencia de algún mueble, manchas pútridas en la pared de la misma humedad en el ambiente que reflejaba el alma de un antiguo cuadro o espejo que estaba por allí colgado... era muy desalentador. Entonces, Helena tomó un cuadro y comencó a relatar sobre el hogar que se suponía, le pertenecía a ella ahora. Hablaba y hablaba y mis oidos estaban más ocupados con algo más, así como mi vista; una sombra deambulaba por el piso superior a una velocidad espeluznante, oí pasos que seguramente para la muchacha fueron fugaces y sin volumen inmersa en sus pensamientos. Cuando pronunció la frase sobre investigar un asesinato, volví a prestarle atención -¿Un asesinato? Deberíais buscaros entonces a un policía o un agente especializado en lo mismo ¿qué os hace pensar a soy bueno rastreando pistas?- justo mientras formulaba la pregunta, miraba hacia arriba donde me pareció volver a ver aquella sombra saliendo de la habitación donde oí pasos.
Helena siguió mirando el lugar para luego subir, yo por mi parte me mantuve en el vestíbulo tocando paredes y dando pequeños taconazos con las botas esperando escuchar algo extraño. También observé con detenimiento aquel lugar por si veía la sombra... pero solo oí a la muchacha gritar, más concretamente, mi nombre. Subí veloz desenfundando mi revolver dado que era extraño que no se dirigiera a mi como "señor Kennway" ... hice el ridículo al comprobar que estaba sola. -¿Por qué demonios tenéis que...?- me interrumpió preguntando sobre si sabía llegar a Italia y comentándome que debía hacerme preguntas. Fui a contestar cuando una voz carrasposa me interrumpió, por segunda vez. -¿Qué hacéis en mi hogar? ¿Sois... sois ladrones?- era un hombre mayor, de aspecto entrañable. Vestía unos ropajes cómodos y estaba acompañado por una señora de su misma edad, presumiblemente su mujer, eran la típica pareja de abuelos entrañables que nos miraban asustados. El anciano apoyado en su bastón de madera, se inclinaba ligeramente hacia atrás para poder blandirlo en caso de que le fueramos a atacar. Se fijó en mi revólver -Por favor, guarde su arma, no tenemos nada como puede ver... solo vivimos aquí porque nos echaron de nuestros hogares a causa de las guerras...- guardé mi arma entonces y levanté una mano para tranquilizarlos -No somos ladrones... hemos venido buscando una cosa- la expresión de ambos se relajó un poco, mirándose el uno al otro con duda. La anciana tenía los ojos algo empañados por las lágrimas. Sonrió -Menudo susto hijo... ¿qué buscáis en esta humilde morada? Por... por favor, venid, tomáos algo- se dispusieron a bajar... y aquella hospitalidad me pareció extraña. Tenían pinta de personas amables y cariñosas, pero no olvidaba esa sombra que vi moverse con tal perfección ¿tendrían a algun habitante que desconocían? De ser así, debían abandonar este lugar.
Los acompañé hasta una pequeña habitación en el hall, que estaba pasando la cocina. Aquel pequeño habitáculo estaba medianamente ordenado y preparado para pasar el día. Siendo solo dos personas mayores, era lógico que la casa se les hiciera demasiado grande, además no llamarían tanto la atención. El anciano, agradable, nos indicó que tomáramos asiento en unas pequeñas sillas de madera labrada -Las he hecho yo, espero que sean cómodas...- mostré mi mejor sonrisa cuando lo dijo, con ese tono orgulloso y paternal. Me recordó al anciano de la tribu cuando era pequeño. La señora regresó de la cocina con unos pequeños vasos de arcilla y un poco de te. -Lamento no poder traeros algo digno para unos invitados a menos que os guste el pan duro...- su marido la miró y sonrió comprensivo, la invitó a sentarse en la silla que quedaba en lugar de sentarse él -Oh, vamos Cat... nuestros problemas no les interesan a esta hermosa pareja- arqueé la ceja izquierda y miré a Helena ¿dónde veían la hermosa pareja? Mis ropas no eran de lo más elegante y ella tampoco estaba despampanante precisamente tras aquel altercado y el largo viaje -Mi nombre es Connor... Connor Highland. Ella es Beatrix Lockheart- dije con fingida alegría, como si nos conociesemos de toda la vida -Ella está buscando algo, soy su acompañante- me quité el sombrero y lo dejé en la mesa, mi melena cayó como la tinta sobre mi cabeza y mi cara. Tomé el vaso de arcilla y di un sorbo: el té estaba helado. Lo comprendí -Encantado de conoceros. Yo soy Alfred Pennyworth y ella se llama Cathelyn Stark. Como adivinarán nuestros nombres no son españoles, así como tampoco nuestra nación. Emigramos de Inglaterra hace varios años. Trabajabamos como mayordomos para el señor de esta casa durante unos pocos años antes de que se marchase... nos dejó que vivieramos aquí, pero tuvo que llevarse sus pertenencias. Nos dejó dinero, pero nos lo robaron hace tiempo y malvivimos con lo que algunos vecinos conocidos del pueblo nos prestan- se sonrió triste cuanto Cathelyn le tomó la mano con cariño y dulzura, sonriéndole -No es menester recordar esas cosas, mi amor... Más importante es, hija mía ¿qué os trae a esta vieja mansión destartalada? Ojalá te sirvamos de ayuda, pequeña hermosa niña- los ojos azul cielo de la mujer se posaron en Helena, una mirada sabia y trascendental que casi me erizó los vellos. Alfred por su parte nos miraba también con sus ojos esmeralda. Fue una situación tan familiar que casi encontré sentimientos en mi interior, pero los detuve a tiempo. Bebí el líquido frío para no ser descortés con aquella amable pareja y de paso para aliviar el calor. Dejé que Helena se explayara y contara todo lo que esperaba a esa pareja de nobles ancestros
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Lo que jamás imaginé fue que una sorpresa mayor que la de encontrar panfletos sobre Italia, apareciese tan de repente. Me sobresalté al oír una voz que no me resultaba nada familiar. Di un paso hacia atrás hasta quedar tras Connor al entender que fuese de quien fuese aquella voz, estaba demasiado cerca de nosotros. Y para mi sorpresa, su apariencia no fue ni la mitad de ofensiva que el estruendo de su voz en aquella casa abandonada, pues se trataba de un señor mayor asustado por nuestra presencia. El señor Kennway no tuvo más remedio que guardar el arma que había desenfundado al oír mis llamadas, y a la cual, quedé mirando un tanto asombrada. Mi acompañante fue el que se dirigió primero a aquel anciano, mostrando un tono de voz que jamás me había prestado -Si... nosotros solo...ya nos íbamos- Por supuesto, que no iba a formar un escándalo en el que yo sólo gritaría a los cuatro vientos que la casa era mía y que no les permitiría estar ahí, pues yo no era así, es más, a juzgar por las pintas del señor y por sus palabras, la necesitaba cien veces más que yo, y yo, no iba a arrebatársela. Y él, no estaba solo, se encontraba acompañado de una mujer de semejante edad y que también se encontraba asustada -Ya entiendo porque la puerta estaba abierta. No hemos robado nada, os lo juro-
Aquella pareja quedó aparentemente tranquilizada al oír nuestras palabras, e incluso nos invitaron a bajar para tomar algo e intentar charlar sobre nuestras intenciones sobre la casa. Y aun así, yo no podía dejar de mirarla, embobada, distraida. Nos ofrecieron asiento artesano a Connor y a mi, y ambos aceptamos a sentarnos y tomar aquel refrigerio que la mujer había preparado. Y además, nos confundieron como pareja ¡pareja! ¡Ja! Algo dentro de mi se estaba dividiendo de la risa -No señor, no. Estoy prometida desde hace dos años con un buen mozo. Él, es un buen amigo que me esta ayudando a encontrar algo que me hes muy valioso... y que perdí en esta casa... hace ya mucho tiempo- No mentí, todo lo que había dicho era cierto, hasta lo del compromiso con un hombre del capricho de mi padre, y al que aún no conocía porque a la vez mi padre no lo deseaba aun. Al notar que la bebida estaba helada y poco preparada, sentí una oleada de tristeza por la situación de aquella pareja. E incluso, pensé que Connor también así lo veía, pero al presentarse a si mismo, y a mi persona, con nombres que no eran los nuestros, sólo pude lanzarle una mirada de desconcierto y me abstuve de replicar nada.
Seguidamente, la peculiar pareja cedió a presentarse, pero en su relato, hallé algo que me retorció la conciencia y a la vez no. Y por ello, dejé que ambos terminasen de hablar y me puse en pie sin vacilar. En aquellas circunstancias, cualquier persona que tuviese relación con mi madre era un autentico sospechoso de asesinato - Veréis... Desde hace bastantes años hay...algo, que hace que me despierte cada noche desesperada por las pesadillas que me reconcomen desde que descubrí aquel fatal... hecho. Mi madre, apareció muerta una noche de invierno a las afueras de París. Fue asesinada por una persona a la que le deberían de gustar bastante los vampiros, ciertamente, pues en su cuello, aparecieron las marcas de colmillos que se relatan en todo cuento. Os preguntareis, por qué os cuento todo esto cuando solo me habéis preguntado mi razón para estar aquí.- Hice una pausa para mirar a Connor, ahora, ya sabría casi todo lo que me movía a querer descubrir el ''asesinato'' mencionado anteriormente, y esperaba, que estuviese alerta -Pues bien... ¡Esa mujer! ¡Mi madre! ¡Fue la dueña de esta casa durante mucho tiempo, vivía soltera y jamás, jamás, tuvo sirvientes porque ella podía valerse sola!- Quizá esto sonase demasiado precipitado, pero aquellos ancianos mentían como bellacos, pues habían dicho que la casa pertenecía a un hombre y que eran sus sirvientes, y eso, era extremadamente falso. -¡¿Quien diantres sois y que estáis haciendo en la casa de mi madre?! - Me abalancé hacia Connor, para confundir a los ancianos y para tomar el revolver que pude ver como escondía, sin su permiso claro. Y amenacé a aquellos ancianos sin dudar con el arma - ¿Quien...mató...a mi madre?-
Aquella pareja quedó aparentemente tranquilizada al oír nuestras palabras, e incluso nos invitaron a bajar para tomar algo e intentar charlar sobre nuestras intenciones sobre la casa. Y aun así, yo no podía dejar de mirarla, embobada, distraida. Nos ofrecieron asiento artesano a Connor y a mi, y ambos aceptamos a sentarnos y tomar aquel refrigerio que la mujer había preparado. Y además, nos confundieron como pareja ¡pareja! ¡Ja! Algo dentro de mi se estaba dividiendo de la risa -No señor, no. Estoy prometida desde hace dos años con un buen mozo. Él, es un buen amigo que me esta ayudando a encontrar algo que me hes muy valioso... y que perdí en esta casa... hace ya mucho tiempo- No mentí, todo lo que había dicho era cierto, hasta lo del compromiso con un hombre del capricho de mi padre, y al que aún no conocía porque a la vez mi padre no lo deseaba aun. Al notar que la bebida estaba helada y poco preparada, sentí una oleada de tristeza por la situación de aquella pareja. E incluso, pensé que Connor también así lo veía, pero al presentarse a si mismo, y a mi persona, con nombres que no eran los nuestros, sólo pude lanzarle una mirada de desconcierto y me abstuve de replicar nada.
Seguidamente, la peculiar pareja cedió a presentarse, pero en su relato, hallé algo que me retorció la conciencia y a la vez no. Y por ello, dejé que ambos terminasen de hablar y me puse en pie sin vacilar. En aquellas circunstancias, cualquier persona que tuviese relación con mi madre era un autentico sospechoso de asesinato - Veréis... Desde hace bastantes años hay...algo, que hace que me despierte cada noche desesperada por las pesadillas que me reconcomen desde que descubrí aquel fatal... hecho. Mi madre, apareció muerta una noche de invierno a las afueras de París. Fue asesinada por una persona a la que le deberían de gustar bastante los vampiros, ciertamente, pues en su cuello, aparecieron las marcas de colmillos que se relatan en todo cuento. Os preguntareis, por qué os cuento todo esto cuando solo me habéis preguntado mi razón para estar aquí.- Hice una pausa para mirar a Connor, ahora, ya sabría casi todo lo que me movía a querer descubrir el ''asesinato'' mencionado anteriormente, y esperaba, que estuviese alerta -Pues bien... ¡Esa mujer! ¡Mi madre! ¡Fue la dueña de esta casa durante mucho tiempo, vivía soltera y jamás, jamás, tuvo sirvientes porque ella podía valerse sola!- Quizá esto sonase demasiado precipitado, pero aquellos ancianos mentían como bellacos, pues habían dicho que la casa pertenecía a un hombre y que eran sus sirvientes, y eso, era extremadamente falso. -¡¿Quien diantres sois y que estáis haciendo en la casa de mi madre?! - Me abalancé hacia Connor, para confundir a los ancianos y para tomar el revolver que pude ver como escondía, sin su permiso claro. Y amenacé a aquellos ancianos sin dudar con el arma - ¿Quien...mató...a mi madre?-
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Terminé de oir todo lo que aquellos ancianos tuvieron que decir mientras me acababa el "aperitivo" y se sonreían muy amables. La escena empezaba a parecer sacada de uno de esos cancioneros románticos antiguos donde todo es felicidad, comenzaba a asquearme sinceramente. Fue la actuación de Helena la que me dio un soplo de aire fresco en ese lugar, cuando tras explicarse ella misma, amenazó con que la casa le pertenecía a su familia y tomó uno de mis revólveres sin permiso. Hice caso omiso a sabiendas de que no cometería ninguna locura pues de ser capaz ya las habría intentado contra mi persona. Guardé silencio y esperé a ver como se desarrollaban los acontecimientos.
Los ancianos se refugiaron en sus propios brazos, incluso escondieron sus rostros pálidos en aquel abrazo desesperado. La mujer sollozaba y el hombre hablaba con voz temblorosa -¡Por favor buena mujer! Le aseguro que aquí vivió nuestro amo Bruce y nosotros con él sirviéndole lealmente ¡No sabemos nada de su!...madre- el anciano levantó lentamente la cabeza y la miró con sus verdes ojos enrojecidos y hartamente húmedos a causa del susto. Hubo un tenso silencio que solo se interrumpió por el sonido hueco de mi vaso al posarse en la mesa. Continué observando.
El anciano soltó a su mujer, señora que me miró con suma confusión después de lo sucedido, dada la hospitalidad tan cordial que nos mostraban. Helena hablaba de asesinato y el de su propia madre, por lo que también comprendí su reacción... hasta cierto punto. El anciano apoyado en su bastón y ayudado por el mismo se acercó a la muchacha -¿Tu madre...? ¿Cómo se llamaba?- aquel hombre envió una discreta mirada a la puerta que daba hacia el hall donde estaba el cuadro. Estaba claro que sabían de quién hablaba la muchacha y eso me pareció muy extraño, dado que un tal señor Bruce había vivido con ellos hasta marcharse -Él... el amo Bruce...- Cat se puso en pie y caminó hacia Helena. Por un momento temí que los nervios le fallaran y apretase el gatillo al verse rodeada por aquellas dos personas a las que amenazaba... sería un lastre que nos buscaran y pusieran precio a nuestras cabezas, dificultaría en demasía mi labor -El señor habló sobre una mujer... una mujer pintada en un cuadro. Si no mal recuerdo, lo dejó aquí... él decía algo de que era una hermana muy querida para él- hablaba con voz suave la anciana, esperanzada de calmar los ánimos de la joven y adorable mujer armada. He de admitir, que el contraste entre la delicadeza y finura del aspecto de una burguesa francesa lucía extraordinariamente bien empuñando un arma, si fuese una cazadora gozaría de una popular reputación como "La Bella Muerte". Sonreí a causa de mis pensamientos y me puse en pie con parsimonia, colocándome junto a Helena para que no se sintiera sola en el asunto, intentando calmarla -Oh sí, el cuadro... está en el salón- ambos se tomaron de la mano y se dirigieron al vestíbulo nuevamente. Miré a Helena directamente a los ojos con severidad, no por lo que acababa de hacer en sí, realmente no me importaban aquellos ancianos a pesar de que diesen cierta lástima, más bien no toleraba que llamaran la atención en exceso. Por suerte, se asustaron y se tranquilizaron en lugar de armar un revuelo y tener que ponerle fin a sus vidas antes de que nos viniesen a buscar como ladrones o asesinos -Muy hábil mentalmente, señorita "Lockheart"- concedí sin dejar de mirarla. Con un rápido movimiento de manos la desarmé, retorciéndole un poco la muñeca a propósito, era una advertencia -Pero yo soy el que maneja las armas aquí. Si ponéis una de vuestras manos sobre mis herramientas de trabajo sin mi permiso, os trataré como enemiga- siseé furioso con mis ojos centelleantes. La solté entonces rapidamente como la había agarrado, pues tampoco pretendí herirla en demasía, solo un ligero escozor que duraría unos minutos. Guardé silencio y seguí a los ancianos finalmente.
Nos aguardaban con el cuadro alzado por ambos para compensar el peso del mismo. Nos esperaban con la duda reflejada en el rostro, no parecían seguros de qué decir hasta que la dureza se marcó en la expresión de Alfred al volver a mirar a Helena frente a ellos, desarmada -No obstante, señorita Beatrix. Mi anciana mente ha tenido a bien recordarme el apellido de mi señor y el de, la que supuestamente, sería vuestra madre, la legítima dueña de esta casa antes de la llegada de nuestro amo Bruce. La familia Sorolla.- su mordacidad a la hora de hablar al comprobar que la mujer no era un peligro me sorprendió, pues sus aires se tornaron sumamente solemnes, casi imponentes cual señor feudal. Era cierto que Helena era una Sorolla y eso deberían saberlo, pero yo no pensaba revelar nada -¿Y la herencia? He de suponer que este lugar pertenecería entonces a la descendencia de la señora. En caso de no haberla o de ser demasiado pequeña para ostentarla, la herencia debería sucederse de forma lineal, siendo el esposo, no obstante, quien fues el señor de esta mansión- recité mientras me recolocaba el sombrero que previamente había tomado de la mesa antes de marchar a seguir a los ancianos. No lo dije de forma impertinente, pero sí distraido, fingiendo que no nos ocultábamos algo mutuamente, ambas parejas -El amo nos dijo que el señor Mauleón, esposo de la señora, renunció a la posesión de dicho hogar... que él, como hermano, la tomaría hasta que la descendiente fuese mayor para venir. Hemos esperado desde hace varios años y nadie ha venido hasta día de hoy, mas tengo entendido que os llamáis Beatrix Lockheart- la mujer mayor estudió de arriba abajo a Helena intentando encontrar un parecido a la mujer del retrato -Creo que este malentendido debería aclararse, así que si no le importa, seamos sinceros de una vez- la hospitalidad se había esfumado de sus voces, de sus rostros, de sus miradas... sin embargo, había una extraña seguridad en ellos, algo que me llamó poderosamente la atención -De ser así, como anfitriones, haced los honores ¿dónde está vuestro amo y señor Bruce?- los miré atentamente, entornando la mirada. Ellos parecieron titubiar unos instantes, se miraron y luego dirigieron sus ojos hacia mi. Los sentí como dagas que me atravesaban la cabeza -Creo que no le corresponde a usted, señor del abrigo sucio, entrometerse en asuntos de la clase alta. Estamos hablando de la familia Sorolla en unión con los Mauleón de Francia y la herencia de este lugar, levantado tiempo ha, donde han vivido generaciones de la familia española que, a pesar de no ser de la nobleza, para nosotros valían incluso más- la voz rota del mayordomo enfrió aun más mi cabeza ¿y si era cierto lo que decían y Helena se equivocaba con ellos? Ante la duda, me mantuve junto a la joven -¿Veis dinero por alguna parte, señor Pennyworth? ¿Podéis oler tan siquiera el caro perfume de vuestro señor, Cathelyn Stark? Estoy seguro de que no- sonreí burlón, tan jocoso como mi tono de voz -En ese caso, os pido, que nos informéis de dónde podemos encontrar a ese tal Bruce- Alfred encolerizó con mi parla y soltó el cuadro. Cat casi desfallece con él en sus brazos. Lo má sorprendente es que parecía no apoyarse en el bastón cuando caminó hacia mi -¿Ese tal, habéis dicho? ¡Qué osadía! Si mis piernas y brazos fuesen los de antaño me encargaría de darle una lección, joven vagabundo- me miró a los ojos, me sostuvo la mirada con valentía siendo yo consciente de que pocos eran capaces de hacerlo por un tiempo prolongado -El amo Bruce marchó a Italia, a los vestigios de Roma- se dio la vuelta y esta vez, sí usó su bastón para dirigirse hacia su esposa y ayudarla a poner el cuadro donde estaba antes de que lo tomaran -Ya no importa quienes seáis. Si no tenéis más sandeces que añadir con vuestro petulante acento de américa ¿o quizá inglés? ¡Me da igual! Ya sabéis donde fue mi señor y aquí esperaremos su regreso hasta el fin de nuestros días. Y como hay Dios que espero de vos, mi mal señor, que las aguas oscuras os atrapen y arrastren vuestra alma al más frio infierno de las profundidades.- curiosamente no se dirigió a Helena en ningún momento, sino a mi. La muchacha podría observar que tenía un don para hacer no-amigos. -Ante la duda de quien sois realmente muchacha, a vos os pedimos, cortesmente, que os retiréis de este lugar cuan presta podáis antes de que nos veamos obligados a llamar a los soldados. Si podéis demostrar quien sois, seréis bien recibida como cualquier miembro de la familia Sorolla, pero tengo entendido que la joven señorita vive en francia junto al señor Mauleón- afirmó con un tono de voz revelador, pretendiendo dar a entender que no eramos bien recibidos como antes y que debíamos marchar. Helena al menos habría obtenido el paradero de aquel hombre llamado Bruce que decía ser el hermano de su madre. -Bien pues... nos marchamos- giré sobre mi mismo y me dirigí hacia la puerta, esperando a que Helena terminase lo que tuviese que terminar -Estoy harto de este hedor a vejestorio...- murmuré dejándome llevar un poco por la amarga ira del momento. Si no fuese un anciano, voto a Dios que le habría roto todos los huesos del cuerpo.
Sali de la mansión y esperé unos instantes. Miré hacia la ventana del piso superior, inspeccionando el lugar por última vez. Me pareció ver a alguien, un hombre joven y alto que me miró durante unos segundos y luego se desvaneció como si nada ¿fantasmas? ¿Tenían un fantasma en la casa? No... era terrilemente real, parecía corporeo y no se desvaneció en el aire lentamente, sino de forma rauda, como si se hubiese apartado corriendo -Es hora... de ir a un puerto. Tendremos otro viajecito largo, ya que no vi ninguno aquí ni huele a la brisa del mar. Vamos, es mejor no zarpar de noche- eché a andar rumbo a al urbe, esperando encontrar un carruaje...
Los ancianos se refugiaron en sus propios brazos, incluso escondieron sus rostros pálidos en aquel abrazo desesperado. La mujer sollozaba y el hombre hablaba con voz temblorosa -¡Por favor buena mujer! Le aseguro que aquí vivió nuestro amo Bruce y nosotros con él sirviéndole lealmente ¡No sabemos nada de su!...madre- el anciano levantó lentamente la cabeza y la miró con sus verdes ojos enrojecidos y hartamente húmedos a causa del susto. Hubo un tenso silencio que solo se interrumpió por el sonido hueco de mi vaso al posarse en la mesa. Continué observando.
El anciano soltó a su mujer, señora que me miró con suma confusión después de lo sucedido, dada la hospitalidad tan cordial que nos mostraban. Helena hablaba de asesinato y el de su propia madre, por lo que también comprendí su reacción... hasta cierto punto. El anciano apoyado en su bastón y ayudado por el mismo se acercó a la muchacha -¿Tu madre...? ¿Cómo se llamaba?- aquel hombre envió una discreta mirada a la puerta que daba hacia el hall donde estaba el cuadro. Estaba claro que sabían de quién hablaba la muchacha y eso me pareció muy extraño, dado que un tal señor Bruce había vivido con ellos hasta marcharse -Él... el amo Bruce...- Cat se puso en pie y caminó hacia Helena. Por un momento temí que los nervios le fallaran y apretase el gatillo al verse rodeada por aquellas dos personas a las que amenazaba... sería un lastre que nos buscaran y pusieran precio a nuestras cabezas, dificultaría en demasía mi labor -El señor habló sobre una mujer... una mujer pintada en un cuadro. Si no mal recuerdo, lo dejó aquí... él decía algo de que era una hermana muy querida para él- hablaba con voz suave la anciana, esperanzada de calmar los ánimos de la joven y adorable mujer armada. He de admitir, que el contraste entre la delicadeza y finura del aspecto de una burguesa francesa lucía extraordinariamente bien empuñando un arma, si fuese una cazadora gozaría de una popular reputación como "La Bella Muerte". Sonreí a causa de mis pensamientos y me puse en pie con parsimonia, colocándome junto a Helena para que no se sintiera sola en el asunto, intentando calmarla -Oh sí, el cuadro... está en el salón- ambos se tomaron de la mano y se dirigieron al vestíbulo nuevamente. Miré a Helena directamente a los ojos con severidad, no por lo que acababa de hacer en sí, realmente no me importaban aquellos ancianos a pesar de que diesen cierta lástima, más bien no toleraba que llamaran la atención en exceso. Por suerte, se asustaron y se tranquilizaron en lugar de armar un revuelo y tener que ponerle fin a sus vidas antes de que nos viniesen a buscar como ladrones o asesinos -Muy hábil mentalmente, señorita "Lockheart"- concedí sin dejar de mirarla. Con un rápido movimiento de manos la desarmé, retorciéndole un poco la muñeca a propósito, era una advertencia -Pero yo soy el que maneja las armas aquí. Si ponéis una de vuestras manos sobre mis herramientas de trabajo sin mi permiso, os trataré como enemiga- siseé furioso con mis ojos centelleantes. La solté entonces rapidamente como la había agarrado, pues tampoco pretendí herirla en demasía, solo un ligero escozor que duraría unos minutos. Guardé silencio y seguí a los ancianos finalmente.
Nos aguardaban con el cuadro alzado por ambos para compensar el peso del mismo. Nos esperaban con la duda reflejada en el rostro, no parecían seguros de qué decir hasta que la dureza se marcó en la expresión de Alfred al volver a mirar a Helena frente a ellos, desarmada -No obstante, señorita Beatrix. Mi anciana mente ha tenido a bien recordarme el apellido de mi señor y el de, la que supuestamente, sería vuestra madre, la legítima dueña de esta casa antes de la llegada de nuestro amo Bruce. La familia Sorolla.- su mordacidad a la hora de hablar al comprobar que la mujer no era un peligro me sorprendió, pues sus aires se tornaron sumamente solemnes, casi imponentes cual señor feudal. Era cierto que Helena era una Sorolla y eso deberían saberlo, pero yo no pensaba revelar nada -¿Y la herencia? He de suponer que este lugar pertenecería entonces a la descendencia de la señora. En caso de no haberla o de ser demasiado pequeña para ostentarla, la herencia debería sucederse de forma lineal, siendo el esposo, no obstante, quien fues el señor de esta mansión- recité mientras me recolocaba el sombrero que previamente había tomado de la mesa antes de marchar a seguir a los ancianos. No lo dije de forma impertinente, pero sí distraido, fingiendo que no nos ocultábamos algo mutuamente, ambas parejas -El amo nos dijo que el señor Mauleón, esposo de la señora, renunció a la posesión de dicho hogar... que él, como hermano, la tomaría hasta que la descendiente fuese mayor para venir. Hemos esperado desde hace varios años y nadie ha venido hasta día de hoy, mas tengo entendido que os llamáis Beatrix Lockheart- la mujer mayor estudió de arriba abajo a Helena intentando encontrar un parecido a la mujer del retrato -Creo que este malentendido debería aclararse, así que si no le importa, seamos sinceros de una vez- la hospitalidad se había esfumado de sus voces, de sus rostros, de sus miradas... sin embargo, había una extraña seguridad en ellos, algo que me llamó poderosamente la atención -De ser así, como anfitriones, haced los honores ¿dónde está vuestro amo y señor Bruce?- los miré atentamente, entornando la mirada. Ellos parecieron titubiar unos instantes, se miraron y luego dirigieron sus ojos hacia mi. Los sentí como dagas que me atravesaban la cabeza -Creo que no le corresponde a usted, señor del abrigo sucio, entrometerse en asuntos de la clase alta. Estamos hablando de la familia Sorolla en unión con los Mauleón de Francia y la herencia de este lugar, levantado tiempo ha, donde han vivido generaciones de la familia española que, a pesar de no ser de la nobleza, para nosotros valían incluso más- la voz rota del mayordomo enfrió aun más mi cabeza ¿y si era cierto lo que decían y Helena se equivocaba con ellos? Ante la duda, me mantuve junto a la joven -¿Veis dinero por alguna parte, señor Pennyworth? ¿Podéis oler tan siquiera el caro perfume de vuestro señor, Cathelyn Stark? Estoy seguro de que no- sonreí burlón, tan jocoso como mi tono de voz -En ese caso, os pido, que nos informéis de dónde podemos encontrar a ese tal Bruce- Alfred encolerizó con mi parla y soltó el cuadro. Cat casi desfallece con él en sus brazos. Lo má sorprendente es que parecía no apoyarse en el bastón cuando caminó hacia mi -¿Ese tal, habéis dicho? ¡Qué osadía! Si mis piernas y brazos fuesen los de antaño me encargaría de darle una lección, joven vagabundo- me miró a los ojos, me sostuvo la mirada con valentía siendo yo consciente de que pocos eran capaces de hacerlo por un tiempo prolongado -El amo Bruce marchó a Italia, a los vestigios de Roma- se dio la vuelta y esta vez, sí usó su bastón para dirigirse hacia su esposa y ayudarla a poner el cuadro donde estaba antes de que lo tomaran -Ya no importa quienes seáis. Si no tenéis más sandeces que añadir con vuestro petulante acento de américa ¿o quizá inglés? ¡Me da igual! Ya sabéis donde fue mi señor y aquí esperaremos su regreso hasta el fin de nuestros días. Y como hay Dios que espero de vos, mi mal señor, que las aguas oscuras os atrapen y arrastren vuestra alma al más frio infierno de las profundidades.- curiosamente no se dirigió a Helena en ningún momento, sino a mi. La muchacha podría observar que tenía un don para hacer no-amigos. -Ante la duda de quien sois realmente muchacha, a vos os pedimos, cortesmente, que os retiréis de este lugar cuan presta podáis antes de que nos veamos obligados a llamar a los soldados. Si podéis demostrar quien sois, seréis bien recibida como cualquier miembro de la familia Sorolla, pero tengo entendido que la joven señorita vive en francia junto al señor Mauleón- afirmó con un tono de voz revelador, pretendiendo dar a entender que no eramos bien recibidos como antes y que debíamos marchar. Helena al menos habría obtenido el paradero de aquel hombre llamado Bruce que decía ser el hermano de su madre. -Bien pues... nos marchamos- giré sobre mi mismo y me dirigí hacia la puerta, esperando a que Helena terminase lo que tuviese que terminar -Estoy harto de este hedor a vejestorio...- murmuré dejándome llevar un poco por la amarga ira del momento. Si no fuese un anciano, voto a Dios que le habría roto todos los huesos del cuerpo.
Sali de la mansión y esperé unos instantes. Miré hacia la ventana del piso superior, inspeccionando el lugar por última vez. Me pareció ver a alguien, un hombre joven y alto que me miró durante unos segundos y luego se desvaneció como si nada ¿fantasmas? ¿Tenían un fantasma en la casa? No... era terrilemente real, parecía corporeo y no se desvaneció en el aire lentamente, sino de forma rauda, como si se hubiese apartado corriendo -Es hora... de ir a un puerto. Tendremos otro viajecito largo, ya que no vi ninguno aquí ni huele a la brisa del mar. Vamos, es mejor no zarpar de noche- eché a andar rumbo a al urbe, esperando encontrar un carruaje...
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Sostuve el arma con decisión, pero mis propios sentimientos me hacian flaquear de forma, que podía percibirse como el arma se tambaleaba levemente con el temblor de mis manos. Jamás me hubiese visto en una situación semejante a aquella, jamás, hubiese querido hacer daño a un par de ancianos aparentemente indefensos, pero todo era extremadamente sospechoso en aquel lugar. Yo, como dueña de la casa e hija de la antigua propietaria, sabía más que nadie de los movimientos de la misma, y nunca, nunca había pertenecido a otra persona más que a mi madre y a mi. -¡No me creo nada! ¡No puedo creermelo! - dije, dolorida, ante las palabras de la anciana pareja. Parecía, que todo a mi al rededor de repente había desaparecido, incluso Connor. ¿Y si eran ellos los causantes de mis males? De ser así, los tenía a tiro para acabar con ellos sin importar el después.
No podía estar quieta en mi posición, me movía. Apuntaba con el arma al hombre y después a la mujer, para después, volver a hacer lo mismo. -¡No mintáis! ¡ Sabéis de sobra quien es mi madre! ¡¿Quien sois ustedes?!- Por un momento, empecé a creer que me volvía loca. Era como si nadie me escuchase, como si el sonido de mi voz resultase hueco en los oídos de los oyentes. Y entonces, las palabras de la señora ante la afirmación de un retrato hicieron que me despejase un tanto de tanta locura. -¿Hermana? No...no puede ser ¡Llevadme hasta él! ¡Ahora!- Ordené sin vacilar. Yo no era quien para ir gritando quizá, pero si no mostraba esa rudeza, seguramente todo sería de otra forma. Además, me encontraba demasiado nerviosa. Sentí que Connor se colocaba junto a mi, y lo agradecí. Le miré nerviosa sin poder evitarlo, tanto, que lo notaría sólo con oírme respirar -No es que os necesite porque seais bueno en esto no, es que tenéis armas que me benefician- Dije casi tartamudeando, cuando la pareja de ancianos se encontraban en la otra estancia buscando el cuadro. El señor Kennway, por su parte, decidió recuperar su arma torciéndome un tanto la muñeca de forma y palabras amenazantes. Hice una mueca de dolor, gruñí pero no contesté. Seguramente hubiese dicho algo como ''Si, os la volveré a robar pero será para mataros'' Pero me encontraba demasiado sumida en el caso en cuestión. Además, era la primera vez que un hombre me hacia daño de aquella forma sin vacilar ni un ápice. Me dirigí entonces hacia los ancianos que ocupaban mi hogar de forma sospechosa. Con ellos, aguardaba el cuadro donde quedaba retratada la época de juventud de mi querida madre, donde más llegaba a parecerse a mi a esta edad. Me estremecí de dolor al volverla a ver, estaba tan lejos y tan cerca de todo lo relativo a ella, que me entristecía tanto, que mi tono de voz con los allí presentes se vio calmado - Ahora si que os acordáis de su apellido...- dije, con un tono de voz serena pero a la vez seria, sin dejar de mirar aquel retrato. Connor se me adelantó y repitió cada palabra de la que yo hubiese dicho sobre la herencia de la casa. Y respondió ante ello la mujer, con un tono de voz y unas palabras que me descompusieron al instante, volvía a encontrarme un tanto desfallecida - No...no, no es cierto ¡Mi padre no renuncio a esta casa! ¡Es mía, yo soy la heredera!- me llevé las manos a la frente, acariciándola, en señal de aturdimiento -Y jamás tuvo un hermano. No...no, todo esto es muy extraño. Estáis mintiendo, o ese tal Bruce mentía como un bellaco y un fatuo - Dije, dirigiéndome hacia aquellas personas con las manos abiertas en forma de cruz. Pareció ser, que quizás Connor se prestó al verme a seguir hablando con aquel señor. Parecía que cuanto más conversábamos, más se enrevesar . Comencé a prestar más atención cuando el tema empezó a relativar sobre el paradero de ese tal Bruce. Quizá me estaba equivocando con ellos el culpable de todo fuese ese hombre que se estaba haciendo pasar por mi tío y heredero de mis pertenencias. -Pues que corra la voz de que Helena Mauleón ya no vive en Francia, sino que se encuentra buscando culpables y sospechosos, en cuya lista, está ese señor Bruce. Quedaos, en esta, mi casa, si verdaderamente lo necesitáis, pero que corra en vuestra consciencia de que si mentís poco durareis. Pues serán mis manos quienes os arrebaten la vida antes que la vejez- No lo pude evitar, nadie podía librarse de algo que estaba tan turbio. De igual forma, les dejaría en paz y buscaría a aquel hombre. Algo dentro de mi, empezaba a decirme que decían la verdad...pero...
Salí de la mansión con los ojos envueltos en lágrimas que aún estaban en periodo de humedad, refunfuñando, ajustándome la bolsa a la espalda y deseando que todo acabase pronto. -Así que a Italia...Quizá aquellos panfletos fuesen de él... Sea quien sea, ese hombre no es mi tío ni dueño de nada de mi familia. Mi madre jamás mentiría- dije sin dejar de andar, junto a mi acompañante-arsenal, dirigiéndome hacia la plaza a la que anteriormente habíamos llegado. -En la plaza tiene que haber algún cochero dispuesto a viajar durante varias horas hasta que lleguemos a puerto. Siento decirle, señor Kennway, que nos espera otro viaje en coche-. En poco tiempo llegamos a la plaza, y en menos aun encontré a un hombre desesperado por una gran bolsa de monedas. Subí al coche esperando a que Connor lo hiciese de la misma forma. Una vez el coche partió, no pude contenerme y comencé a hablar con mi acompañante -Muchas gracias, por haberme ayudado en la casa... y por cuando me salvasteis de aquel lobo. Como todo este viaje os habéis estado comportando de forma maleducada, no encontré oportuno decíroslo. Pero reconozco, que sin vuestro revolver y vuestra compañía quizá no se hubiesen acongojado de esa manera. No me malinterpretéis, mis intenciones nunca fueron asesinarlos, pero si ellos no mienten, de seguro que miente ese tal Bruce. Esta claro que ese hombre ha tenido algo que ver con mi madre...algo, aunque sea un ápice - suspiré, relajada, y me dejé caer en el respaldo del asiento -Ahora ya sabéis cuales son mis intenciones. Quizá os parezcan inmaduras y encontréis oportuno volver a reíros de mi persona como tanto os gusta. Pero... el asesinato de mi madre no fue...normal- miré entonces fijamente a Connor, girando mi cuello - En realidad, lo que necesitaba de vos son... vuestras historias. Veréis., mi madre, apareció muerta un día de invierno a las afueras de la ciudad, como ya sabéis, pero la única marca de asesinato que en su cuerpo quedó... fue la de dos colmillos que perforaron su cuello de tal forma, que sólo emanaba sangre a borbotones. - paré de hablar, aún habían cosas que contar pero no salían las palabras de mis labios - No creo en los vampiros, pero quizá voz aclarezcáis mis ideas. ¿ Sabéis alguna práctica similar a la de los vampiros que sea realizada por personas? ¿Leyendas? ¿Mitos? Los necesito... Y si pensáis marcharos después de esto... contadme lo que sepáis, por favor- También quise preguntar más. La situación empezaba a concetrarse, y si él iba a ayudarme, necesitaba saber más sobre él, sobre porque quería acompañarme realmente, pues no creía lo que en un principio me contó. Pero eso sería, en alguna que otra circunstancia.
No podía estar quieta en mi posición, me movía. Apuntaba con el arma al hombre y después a la mujer, para después, volver a hacer lo mismo. -¡No mintáis! ¡ Sabéis de sobra quien es mi madre! ¡¿Quien sois ustedes?!- Por un momento, empecé a creer que me volvía loca. Era como si nadie me escuchase, como si el sonido de mi voz resultase hueco en los oídos de los oyentes. Y entonces, las palabras de la señora ante la afirmación de un retrato hicieron que me despejase un tanto de tanta locura. -¿Hermana? No...no puede ser ¡Llevadme hasta él! ¡Ahora!- Ordené sin vacilar. Yo no era quien para ir gritando quizá, pero si no mostraba esa rudeza, seguramente todo sería de otra forma. Además, me encontraba demasiado nerviosa. Sentí que Connor se colocaba junto a mi, y lo agradecí. Le miré nerviosa sin poder evitarlo, tanto, que lo notaría sólo con oírme respirar -No es que os necesite porque seais bueno en esto no, es que tenéis armas que me benefician- Dije casi tartamudeando, cuando la pareja de ancianos se encontraban en la otra estancia buscando el cuadro. El señor Kennway, por su parte, decidió recuperar su arma torciéndome un tanto la muñeca de forma y palabras amenazantes. Hice una mueca de dolor, gruñí pero no contesté. Seguramente hubiese dicho algo como ''Si, os la volveré a robar pero será para mataros'' Pero me encontraba demasiado sumida en el caso en cuestión. Además, era la primera vez que un hombre me hacia daño de aquella forma sin vacilar ni un ápice. Me dirigí entonces hacia los ancianos que ocupaban mi hogar de forma sospechosa. Con ellos, aguardaba el cuadro donde quedaba retratada la época de juventud de mi querida madre, donde más llegaba a parecerse a mi a esta edad. Me estremecí de dolor al volverla a ver, estaba tan lejos y tan cerca de todo lo relativo a ella, que me entristecía tanto, que mi tono de voz con los allí presentes se vio calmado - Ahora si que os acordáis de su apellido...- dije, con un tono de voz serena pero a la vez seria, sin dejar de mirar aquel retrato. Connor se me adelantó y repitió cada palabra de la que yo hubiese dicho sobre la herencia de la casa. Y respondió ante ello la mujer, con un tono de voz y unas palabras que me descompusieron al instante, volvía a encontrarme un tanto desfallecida - No...no, no es cierto ¡Mi padre no renuncio a esta casa! ¡Es mía, yo soy la heredera!- me llevé las manos a la frente, acariciándola, en señal de aturdimiento -Y jamás tuvo un hermano. No...no, todo esto es muy extraño. Estáis mintiendo, o ese tal Bruce mentía como un bellaco y un fatuo - Dije, dirigiéndome hacia aquellas personas con las manos abiertas en forma de cruz. Pareció ser, que quizás Connor se prestó al verme a seguir hablando con aquel señor. Parecía que cuanto más conversábamos, más se enrevesar . Comencé a prestar más atención cuando el tema empezó a relativar sobre el paradero de ese tal Bruce. Quizá me estaba equivocando con ellos el culpable de todo fuese ese hombre que se estaba haciendo pasar por mi tío y heredero de mis pertenencias. -Pues que corra la voz de que Helena Mauleón ya no vive en Francia, sino que se encuentra buscando culpables y sospechosos, en cuya lista, está ese señor Bruce. Quedaos, en esta, mi casa, si verdaderamente lo necesitáis, pero que corra en vuestra consciencia de que si mentís poco durareis. Pues serán mis manos quienes os arrebaten la vida antes que la vejez- No lo pude evitar, nadie podía librarse de algo que estaba tan turbio. De igual forma, les dejaría en paz y buscaría a aquel hombre. Algo dentro de mi, empezaba a decirme que decían la verdad...pero...
Salí de la mansión con los ojos envueltos en lágrimas que aún estaban en periodo de humedad, refunfuñando, ajustándome la bolsa a la espalda y deseando que todo acabase pronto. -Así que a Italia...Quizá aquellos panfletos fuesen de él... Sea quien sea, ese hombre no es mi tío ni dueño de nada de mi familia. Mi madre jamás mentiría- dije sin dejar de andar, junto a mi acompañante-arsenal, dirigiéndome hacia la plaza a la que anteriormente habíamos llegado. -En la plaza tiene que haber algún cochero dispuesto a viajar durante varias horas hasta que lleguemos a puerto. Siento decirle, señor Kennway, que nos espera otro viaje en coche-. En poco tiempo llegamos a la plaza, y en menos aun encontré a un hombre desesperado por una gran bolsa de monedas. Subí al coche esperando a que Connor lo hiciese de la misma forma. Una vez el coche partió, no pude contenerme y comencé a hablar con mi acompañante -Muchas gracias, por haberme ayudado en la casa... y por cuando me salvasteis de aquel lobo. Como todo este viaje os habéis estado comportando de forma maleducada, no encontré oportuno decíroslo. Pero reconozco, que sin vuestro revolver y vuestra compañía quizá no se hubiesen acongojado de esa manera. No me malinterpretéis, mis intenciones nunca fueron asesinarlos, pero si ellos no mienten, de seguro que miente ese tal Bruce. Esta claro que ese hombre ha tenido algo que ver con mi madre...algo, aunque sea un ápice - suspiré, relajada, y me dejé caer en el respaldo del asiento -Ahora ya sabéis cuales son mis intenciones. Quizá os parezcan inmaduras y encontréis oportuno volver a reíros de mi persona como tanto os gusta. Pero... el asesinato de mi madre no fue...normal- miré entonces fijamente a Connor, girando mi cuello - En realidad, lo que necesitaba de vos son... vuestras historias. Veréis., mi madre, apareció muerta un día de invierno a las afueras de la ciudad, como ya sabéis, pero la única marca de asesinato que en su cuerpo quedó... fue la de dos colmillos que perforaron su cuello de tal forma, que sólo emanaba sangre a borbotones. - paré de hablar, aún habían cosas que contar pero no salían las palabras de mis labios - No creo en los vampiros, pero quizá voz aclarezcáis mis ideas. ¿ Sabéis alguna práctica similar a la de los vampiros que sea realizada por personas? ¿Leyendas? ¿Mitos? Los necesito... Y si pensáis marcharos después de esto... contadme lo que sepáis, por favor- También quise preguntar más. La situación empezaba a concetrarse, y si él iba a ayudarme, necesitaba saber más sobre él, sobre porque quería acompañarme realmente, pues no creía lo que en un principio me contó. Pero eso sería, en alguna que otra circunstancia.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
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Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Al cabo de los pocos minutos ya caminabamos por la urbe, lejos de aquella mansión y la extraña pareja. Me abstube de hacer ningún tipo de comentario respecto a ellos tras la amarga despedida de Helena del lugar, tras la que sugería encontrar un coche para poner rumbo a una de las ciudades costeras más cercanas. Pregunté a varios transeuntes, la mayoría pobres que no sabían ni en qué día de la semana estaban, hasta que un tendero nos aconsejó que fuesemos hasta Barcelona donde podriamos tomar un barco hasta nuestro destino, el cual él creía que era la isla de Mallorca, pues no me pareció seguro airar hacia dónde nos dirigíamos. Desde que el carruaje puso sus ruedas en España, sentí que nos vigilaban.
Helena terminó por encontrar un coche en el que montamos, rumbo al lugar que nos habían indicado mientras ella hablaba. Agradeció mi ayuda y por salvarla de aquellos lobos en los bosques cerca de su caserío para explicar después lo sucedido con mi arma y los ancianos -No es menester que agradezcáis ni que deis explicaciones. La cuestión es tan simple y sencilla: no-se-tocan-mis-armas, sin mi permiso, claro- aclaré con sequedad, mas no con desdén. Ella continuó hablando mientras yo ejercía nuevamente mi costumbre de beber sorbos de tanto en tanto de whiskey. Para alegría de la chica, pronto se me acabaría... pero pasaría a fumar hasta rellenar la petaca. -La relación de ese hombre con vuestra madre me parece tan remota como las opciones que hay ahora mismo de que os haga el amor, querida niña- por alguna razón, mi voz sonó más vieja de lo que ya era, mis ojos destellaron al mirarla, como si tuviese casi 50 años... que para las experiencias vividas, tendría incluso más -¿Puedo conocer el nombre de vuestra progenitora? Estamos hablando de una mujer de gran riqueza española, por lo que dudo que tenga un hermano llamado Bruce, nombre americano comunmente o inglés. Pensad en ello ¿es posible que una familia rica española nombre así a un descendiente? Permitidme dudarlo- comenté distraido, mirando por la ventana cómo caía el sol por el horizonte. No me quería deambular por lugares desconocidos al anochecer... pero la historia de Helena me distrajo de aquellos pensamientos -Una muerte muy, muy curiosa, señorita Mauleón- con una tranquilidad inquietante y exasperante, saqué la pipa y me puse a fumar. Exhalé una bocanada de humo -No me reiré, pero los mitos no son necesarios para ello...- la miré a los ojos con intensidad -El mundo está lleno de personas perturbadas, señorita Mauleón. Hay muchos cuentos sobre criaturas nocturnas, cuentos en los que quizá no creáis, las historias de fantasmas, hombres que se convierten en lobos enormes a la luz de la luna llena... y esas historias gustan tantísimo a algunas personas...- volví a dar una calada y a exhalar el humo por la nariz -A los locos y psicópatas también les gusta, pueden llegar a asimilar esa criatura como parte de ellos y hacerlo de la misma forma. Alguien podría haber abierto esas dos heridas con un punzón o con sus propios colmillos a base de terquedad...- mi forma de hablar estaba sumamente relajada y mi mirada, aunque clavada en los ojos miel de la mujer, estaban muy lejos de alli. Intentaba observar la escena que me había pintado en mi mente y había algo que no me encajaba: los vampiros no cazaban para nada, un vampiro desangra a su víctima a no ser que estén teniendo sexo con ellas, pero suelen poner fin a sus vidas después. Si ella había sido atacada pero la herida aún supuraba sangre, eso solo significaba que... -¿Le disteis cristiana sepultura al cuerpo?- pregunté sin tapujos ni miramientos, pero debía cerciorarme de algo -¿Estuviste allí, en el entierro?- dejé la pipa en mi boca y mordí la boquilla con fuerza esperando que su respuesta no fuera la que me estaba temiendo...
Tras unas horas llegamos a Barcelona, oscurecida por supuesto. Típica noche veraniega española, pegajosamente calurosa debido a la humedad del ambiente, empecé a sudar solamente con salir de aquel coche al que había dejado un hermoso olor a humo -Nos dirigimos hacia Italia, Helena, así que deberíamos ir a alguna de las pensiones cerca del puerto y comprar algo de comida- señalé en una dirección calle abajo donde había una pequeña tienda con un cartelito que tenía dibujado un trozo de pan -Yo también tengo un par de cosas que comprar, tengo mi propio dinero, que no es mucho- le enseñé la petaca y la volqué boca abajo para que viese que solo se escaparon un par de gotas cobrizas -He de llevar mis propias provisiones. Será largo.- sin más, me di la vuelta y eché a caminar -Cuando termines tus que-haceres nos encontraremos aquí nuevamente. Si te retrasas me quedaré tres cuartos de la comida- amenacé serio, aunque realmente era una broma. Ya le había mostrado que no vacilaría en hacerle daño si así la disciplinaba, así que esperé que no hiciera el tonto ni se entretuviera y se arriesgase a que le pasara algo. Había gente en las calles de todas formas, familias paseando y novios cogidos de los brazos así como algún que otro ricachón dando un garveo nocturno en sus carruajes... enternecedor.
Entre en una tasca donde compré whiskey para llenar la petaca al máximo y algo de tabaco antes de que se gastara, más vale que sobre a que falte. Pregunté por las nuevas del lugar, donde el vendedor me contó un par de rumores bobos sobre Carlos IV y poco más, salvo el pequeño detalle de que los ganados de las zonas exteriores habían sido atacados por algún tipo de oso o algún animal similar, pues descubrieron a las reses mutiladas y descarnadas. Sonreí al escuchar aquello y me marché, arrepintiéndome enormemente de haber dejao sola a la muchacha -Vampiros en Francia, licántropos en España...- siseaba para mi mientras deambulaba a paso ligero hasta el punto de encuentro donde esperaba ver a Helena -¿Qué más puede poner en peligro el futuro de mis planes? ¿Que la muchacha sea una híbrida entre vampiro y licántropo? ¿Que yo realmente sea un cambiaformas y no lo sepa? Quizá el barco en el que nos montemos para ir a Italia resulte ser un barco embrujado... Me cago en Dios...- me enfurecí por momentos hasta llegar al lugar. No es que me faltara costumbre para oir esas noticias, pero tenía que cargar con una jovencita que se volvía muy valiente y cabezona en los momentos menos oportunos... y no era grato saber que había, como mínimo, un licántropo que cazaba a sus anchas por Barcelona. Por desgracia, son como los lobos: nunca iban solos, sino en manada -Muy bien, hora de elegir donde pasar la noche...- dije una vez encontrase a Helena, alzando la vista al cielo estrellado con una perfecta y redonda luna llena, resplandeciente, saludando a la humanidad desde la oscuridad del más allá -O podemos ir a buscarnos un barco antes de dormir para no perderlo mañana. Vos decís, a mi me da igual- la miré con una inexpresión paranormal, casi imposible para cualquier humano común
Helena terminó por encontrar un coche en el que montamos, rumbo al lugar que nos habían indicado mientras ella hablaba. Agradeció mi ayuda y por salvarla de aquellos lobos en los bosques cerca de su caserío para explicar después lo sucedido con mi arma y los ancianos -No es menester que agradezcáis ni que deis explicaciones. La cuestión es tan simple y sencilla: no-se-tocan-mis-armas, sin mi permiso, claro- aclaré con sequedad, mas no con desdén. Ella continuó hablando mientras yo ejercía nuevamente mi costumbre de beber sorbos de tanto en tanto de whiskey. Para alegría de la chica, pronto se me acabaría... pero pasaría a fumar hasta rellenar la petaca. -La relación de ese hombre con vuestra madre me parece tan remota como las opciones que hay ahora mismo de que os haga el amor, querida niña- por alguna razón, mi voz sonó más vieja de lo que ya era, mis ojos destellaron al mirarla, como si tuviese casi 50 años... que para las experiencias vividas, tendría incluso más -¿Puedo conocer el nombre de vuestra progenitora? Estamos hablando de una mujer de gran riqueza española, por lo que dudo que tenga un hermano llamado Bruce, nombre americano comunmente o inglés. Pensad en ello ¿es posible que una familia rica española nombre así a un descendiente? Permitidme dudarlo- comenté distraido, mirando por la ventana cómo caía el sol por el horizonte. No me quería deambular por lugares desconocidos al anochecer... pero la historia de Helena me distrajo de aquellos pensamientos -Una muerte muy, muy curiosa, señorita Mauleón- con una tranquilidad inquietante y exasperante, saqué la pipa y me puse a fumar. Exhalé una bocanada de humo -No me reiré, pero los mitos no son necesarios para ello...- la miré a los ojos con intensidad -El mundo está lleno de personas perturbadas, señorita Mauleón. Hay muchos cuentos sobre criaturas nocturnas, cuentos en los que quizá no creáis, las historias de fantasmas, hombres que se convierten en lobos enormes a la luz de la luna llena... y esas historias gustan tantísimo a algunas personas...- volví a dar una calada y a exhalar el humo por la nariz -A los locos y psicópatas también les gusta, pueden llegar a asimilar esa criatura como parte de ellos y hacerlo de la misma forma. Alguien podría haber abierto esas dos heridas con un punzón o con sus propios colmillos a base de terquedad...- mi forma de hablar estaba sumamente relajada y mi mirada, aunque clavada en los ojos miel de la mujer, estaban muy lejos de alli. Intentaba observar la escena que me había pintado en mi mente y había algo que no me encajaba: los vampiros no cazaban para nada, un vampiro desangra a su víctima a no ser que estén teniendo sexo con ellas, pero suelen poner fin a sus vidas después. Si ella había sido atacada pero la herida aún supuraba sangre, eso solo significaba que... -¿Le disteis cristiana sepultura al cuerpo?- pregunté sin tapujos ni miramientos, pero debía cerciorarme de algo -¿Estuviste allí, en el entierro?- dejé la pipa en mi boca y mordí la boquilla con fuerza esperando que su respuesta no fuera la que me estaba temiendo...
Tras unas horas llegamos a Barcelona, oscurecida por supuesto. Típica noche veraniega española, pegajosamente calurosa debido a la humedad del ambiente, empecé a sudar solamente con salir de aquel coche al que había dejado un hermoso olor a humo -Nos dirigimos hacia Italia, Helena, así que deberíamos ir a alguna de las pensiones cerca del puerto y comprar algo de comida- señalé en una dirección calle abajo donde había una pequeña tienda con un cartelito que tenía dibujado un trozo de pan -Yo también tengo un par de cosas que comprar, tengo mi propio dinero, que no es mucho- le enseñé la petaca y la volqué boca abajo para que viese que solo se escaparon un par de gotas cobrizas -He de llevar mis propias provisiones. Será largo.- sin más, me di la vuelta y eché a caminar -Cuando termines tus que-haceres nos encontraremos aquí nuevamente. Si te retrasas me quedaré tres cuartos de la comida- amenacé serio, aunque realmente era una broma. Ya le había mostrado que no vacilaría en hacerle daño si así la disciplinaba, así que esperé que no hiciera el tonto ni se entretuviera y se arriesgase a que le pasara algo. Había gente en las calles de todas formas, familias paseando y novios cogidos de los brazos así como algún que otro ricachón dando un garveo nocturno en sus carruajes... enternecedor.
Entre en una tasca donde compré whiskey para llenar la petaca al máximo y algo de tabaco antes de que se gastara, más vale que sobre a que falte. Pregunté por las nuevas del lugar, donde el vendedor me contó un par de rumores bobos sobre Carlos IV y poco más, salvo el pequeño detalle de que los ganados de las zonas exteriores habían sido atacados por algún tipo de oso o algún animal similar, pues descubrieron a las reses mutiladas y descarnadas. Sonreí al escuchar aquello y me marché, arrepintiéndome enormemente de haber dejao sola a la muchacha -Vampiros en Francia, licántropos en España...- siseaba para mi mientras deambulaba a paso ligero hasta el punto de encuentro donde esperaba ver a Helena -¿Qué más puede poner en peligro el futuro de mis planes? ¿Que la muchacha sea una híbrida entre vampiro y licántropo? ¿Que yo realmente sea un cambiaformas y no lo sepa? Quizá el barco en el que nos montemos para ir a Italia resulte ser un barco embrujado... Me cago en Dios...- me enfurecí por momentos hasta llegar al lugar. No es que me faltara costumbre para oir esas noticias, pero tenía que cargar con una jovencita que se volvía muy valiente y cabezona en los momentos menos oportunos... y no era grato saber que había, como mínimo, un licántropo que cazaba a sus anchas por Barcelona. Por desgracia, son como los lobos: nunca iban solos, sino en manada -Muy bien, hora de elegir donde pasar la noche...- dije una vez encontrase a Helena, alzando la vista al cielo estrellado con una perfecta y redonda luna llena, resplandeciente, saludando a la humanidad desde la oscuridad del más allá -O podemos ir a buscarnos un barco antes de dormir para no perderlo mañana. Vos decís, a mi me da igual- la miré con una inexpresión paranormal, casi imposible para cualquier humano común
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
- Sois un grosero ¿Lo sabíais?- dije, cuanto hizo una similitud entre el asunto que relativa al asesinato de mi madre y que aquel hombre me hiciese el amor en ese mismo instante -¿Por que? ¿En que os beneficia que os dirijáis así a mi persona con esas especulaciones? Sois un maleducado y encima un borracho. Sois bastante joven y parece que las únicas damas con las que habéis tratado solo sean cortesanas- dije, evitando su mirada y dirigiendo la mía hacia el paisaje que poco a poco se oscurecía. Intenté obviar aquel comentario y recé por que no apareciese otro similar. No tenía sentido, no me conocía y hablaba como si de mi prometido se tratase...era un auténtico calvario. Seguí escuchando sus palabras sin apartar la vista de la ventana - Isabel... se llamaba Isabel- tuve que dirigirle de nuevo mi mirada cuando comenzó a reflexionar sobre algo en lo que no había pensado y en lo que llevaba toda la razón -Tenéis razón... así que ya no queda duda alguna de ello. Tengo que encontrar a ese hombre como sea-
A sus siguientes palabras decidí no responder, pues solo expresaba lo que yo ya había pensado desde hacía mucho tiempo. - No... yo jamás asistí a su entierro. Ella... Bueno, mi padre y yo fuimos a buscar su paradero aquel día, pues era muy de noche y no había dado señales de vida. Fue cuando la encontré sin vida en el bosque. Me traumatizó demasiado ver como por mucho que la sostenía entre mis brazos ella no estaba allí... así que mi padre decidió que no asistiese.- sólo dije aquello, pues no encontré oportuno relatar más ni confesar que mis pesadillas me recordaban cada noche aquella escena. Cuando la noche cayó, llegamos a Barcelona. La ciudad era más lujosa que Zaragoza y se hacía notar sus características portuarias. Yo no acostumbraba a estar en ciudades que se encontraban cerca del mar, así que aquella brisa húmeda me hizo estremecer del frío nada más salir del carro. -Hace demasiado frío en esta ciudad para ser verano- dije, antes de que Connor se acercase para sugerirme que nos aprovisionásemos antes de tomar ningún barco -Buena idea- respondí. Él se prestó a encargarse de su querida bebida y poco más, dejándome a mi el tema de los alimentos -Y si os quedáis tres cuartos de la comida os aseguro que me quedaré yo con toda vuestra bebida- sonreí y me separé del él. Debía encontrar alguna tienda, alguna estancia donde pudiesen proporcionarme comida y barata. Había tomado bastante dinero, pero ya había pagado más de la mitad de lo que llevaba encima en hacer dos viajes en coche, para Connor y para mi; y presentí que en muy poco me quedaría sin nada. Teniendo en cuenta que eramos dos y que sentíamos hambre y sueño por igual... pronto tendríamos que estar buscando refugio entre las piedras. Me dirigí entonces hacia una tienda pequeñita y pregunté por el precio del pan y un par de alimentos de carácter duradero. Y la verdad, no lo entendí del todo bien. Quiero decir, oí perfectamente el precio que el dueño del local que dijo, pero yo jamás haba hecho la compra de alimentos, así que no supe en ningun momento si el valor era demasiado elevado o razonable. Al final, acabé por comprar un par de piezas de pan y otras dos de manzanas, un tarro de miel, algo de queso y... aquel trozo de chocolate envuelto en papel plata quedó par mi capricho inevitablemente, así que también lo compré, me pareció que podía permitírmelo. Esperaba que a Connor se le endulzase un poco el alma con aquellas onzas de chocolate. Volví en cuanto compré todo lo que pude al lugar acordado con mi acompañante, y para mi sorpresa, no tuve que esperar demasiado a que apareciese -Espero que os quede alcohol para rato- dije, con cierto desdén y de forma irónica mirándole a sus altos ojos - He comprado lo suficiente como para quitarnos el hambre esta noche y tener algo que llevarnos a la boca para mañana, pero mucho me temo que volver a hacer esto va a ser todo un reto. Todo el dinero que me queda es para comprar dos pases en barco... y poco más. Así que démonos prisa en encontrar a ese hombre y resolver todo esto... porque me he traído un par de mantas en la bolsa, pero sin ninguna intención de usarlas para dormir en el suelo- Dije al oír sus palabras sobre quedarnos a descansar -Busquemos un barco ya y si tenéis que descansar buscaremos donde dormir. Yo no estoy cansada y el puerto no debe estar muy lejos - Mentía, mentía y mentía como una bellaca. Me pesaban los brazos y las piernas, y además, aún me sentía aturdida por todo lo que había ocurrido. Pero no quería hacerle esperar si no lo deseaba, así que, sacrificaría aquella noche.
Comencé a andar junto a aquel hombre al que esperaba engañar sobre mis necesidades mas a menudo. Sólo tuvimos que seguir el camino durante más de una hora, un camino que poco a poco se alejaba de la civilización... y que curiosamente, acabó en bosque -Así que... tenemos que cruzar esta espesura para llegar a puerto ¿Por que son aquí los caminos tan difíciles?- suspiré -Que remedio... ¿ Sabéis hacer fuego? Porque supongo que tendréis hambre- Quizá el sueño no, pero el hambre y sobretodo el frio empezaba a poderme. Paré en seco, saqué una de las mantas que mencioné anteriormente y la coloqué sobre mis hombros. Tras aquello miré a Connor esperando sus palabras, el bosque no había hecho más que traerme problemas últimamente -Espero que no halla lobos otra vez... porque me voy a ver obligada a arrebataros el revolver una vez mas-
A sus siguientes palabras decidí no responder, pues solo expresaba lo que yo ya había pensado desde hacía mucho tiempo. - No... yo jamás asistí a su entierro. Ella... Bueno, mi padre y yo fuimos a buscar su paradero aquel día, pues era muy de noche y no había dado señales de vida. Fue cuando la encontré sin vida en el bosque. Me traumatizó demasiado ver como por mucho que la sostenía entre mis brazos ella no estaba allí... así que mi padre decidió que no asistiese.- sólo dije aquello, pues no encontré oportuno relatar más ni confesar que mis pesadillas me recordaban cada noche aquella escena. Cuando la noche cayó, llegamos a Barcelona. La ciudad era más lujosa que Zaragoza y se hacía notar sus características portuarias. Yo no acostumbraba a estar en ciudades que se encontraban cerca del mar, así que aquella brisa húmeda me hizo estremecer del frío nada más salir del carro. -Hace demasiado frío en esta ciudad para ser verano- dije, antes de que Connor se acercase para sugerirme que nos aprovisionásemos antes de tomar ningún barco -Buena idea- respondí. Él se prestó a encargarse de su querida bebida y poco más, dejándome a mi el tema de los alimentos -Y si os quedáis tres cuartos de la comida os aseguro que me quedaré yo con toda vuestra bebida- sonreí y me separé del él. Debía encontrar alguna tienda, alguna estancia donde pudiesen proporcionarme comida y barata. Había tomado bastante dinero, pero ya había pagado más de la mitad de lo que llevaba encima en hacer dos viajes en coche, para Connor y para mi; y presentí que en muy poco me quedaría sin nada. Teniendo en cuenta que eramos dos y que sentíamos hambre y sueño por igual... pronto tendríamos que estar buscando refugio entre las piedras. Me dirigí entonces hacia una tienda pequeñita y pregunté por el precio del pan y un par de alimentos de carácter duradero. Y la verdad, no lo entendí del todo bien. Quiero decir, oí perfectamente el precio que el dueño del local que dijo, pero yo jamás haba hecho la compra de alimentos, así que no supe en ningun momento si el valor era demasiado elevado o razonable. Al final, acabé por comprar un par de piezas de pan y otras dos de manzanas, un tarro de miel, algo de queso y... aquel trozo de chocolate envuelto en papel plata quedó par mi capricho inevitablemente, así que también lo compré, me pareció que podía permitírmelo. Esperaba que a Connor se le endulzase un poco el alma con aquellas onzas de chocolate. Volví en cuanto compré todo lo que pude al lugar acordado con mi acompañante, y para mi sorpresa, no tuve que esperar demasiado a que apareciese -Espero que os quede alcohol para rato- dije, con cierto desdén y de forma irónica mirándole a sus altos ojos - He comprado lo suficiente como para quitarnos el hambre esta noche y tener algo que llevarnos a la boca para mañana, pero mucho me temo que volver a hacer esto va a ser todo un reto. Todo el dinero que me queda es para comprar dos pases en barco... y poco más. Así que démonos prisa en encontrar a ese hombre y resolver todo esto... porque me he traído un par de mantas en la bolsa, pero sin ninguna intención de usarlas para dormir en el suelo- Dije al oír sus palabras sobre quedarnos a descansar -Busquemos un barco ya y si tenéis que descansar buscaremos donde dormir. Yo no estoy cansada y el puerto no debe estar muy lejos - Mentía, mentía y mentía como una bellaca. Me pesaban los brazos y las piernas, y además, aún me sentía aturdida por todo lo que había ocurrido. Pero no quería hacerle esperar si no lo deseaba, así que, sacrificaría aquella noche.
Comencé a andar junto a aquel hombre al que esperaba engañar sobre mis necesidades mas a menudo. Sólo tuvimos que seguir el camino durante más de una hora, un camino que poco a poco se alejaba de la civilización... y que curiosamente, acabó en bosque -Así que... tenemos que cruzar esta espesura para llegar a puerto ¿Por que son aquí los caminos tan difíciles?- suspiré -Que remedio... ¿ Sabéis hacer fuego? Porque supongo que tendréis hambre- Quizá el sueño no, pero el hambre y sobretodo el frio empezaba a poderme. Paré en seco, saqué una de las mantas que mencioné anteriormente y la coloqué sobre mis hombros. Tras aquello miré a Connor esperando sus palabras, el bosque no había hecho más que traerme problemas últimamente -Espero que no halla lobos otra vez... porque me voy a ver obligada a arrebataros el revolver una vez mas-
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Haciendo caso omiso de las bravuconas palabras de la joven sobre el cansancio que yo debía de tener, dando quizá a entender que ella no lo estaba, seguí el camino junto a ella hasta llegar a un tramo boscoso que igualmente cruzaba el sendero. Miré a ambos lados; solo veía árboles y más árboles. Helena pareció lamentarse de desechar mi idea sobre tomar un descanso en alguna posada y preguntó sobre la posibilidad de encender un fuego, a lo cual asentí. Mantuve un silencio sepulcral aún caminando hacia delante cuando ella advirtió la posibilidad de robarme nuevamente un revólver para defenderse de algún lobo -Os lo he advertido dos veces, una con amonestación física y la otra verbal. No habrá una tercera, os abandonaré a vuestra suerte con esos animales si hubieran de aparecer e intentáis robarme otra vez. Voto a Dios que desearíais hacerme caso por una vez en vuestra insulsa vida de niña rica y añoraréis el calor de una posada- no la miré en ningún momento, tan solo caminé y caminé internándome más en el bosque ¿lo que había dicho iba en serio? Tal vez, más le valía no probar suerte.
Llevabamos aproximádamente veinte minutos de tramo en el que seguía silencioso, incluso mis pasos casi no resonaban entre la tierra y la hierba a mis pies. Me detuve en seco -Este será un buen lugar, espera aquí- saqué una de mis armas y se la tendí, un revólver cargado -Ahora sí tienes permiso para tenerla. Voy a por leña- me separé de ella internándome en la espesura del bosque -¡Procura estarte quieta y no hacer ruido, cualquier bestia infernal podría devorarte cuando menos te lo esperes!- la gracia de todo aquello estaba en que la advertí gritando, haciendo ruido, precisamente para asustarla. Durante mi travesía iba riendo imaginándome cómo debía estar pasándolo la muchacha mientras recogía diferentes palos y pedazos de troncos que había esparcidos por doquier. Para no perderme, había caminado siempre en línea recta, por lo que solo tenía que dar un giro de 180 grados para retornar junto a ella. Al cabo de unos diez minutos de reloj, regresé donde ella se encontraba, donde la había dejado -Buena chica- dejé los palos en el suelo con estrépito para volver a alertarla y asustarla. Reí -Lo que dije era broma, ningún animal salvaje se acercará a ti por el ruido que hagas- me agaché y comencé a amontonar la madera una sobre otra, tomando uno con cada mano posteriormente, frotándolos con energía y rítmo constante. Tardé aproximadamente unos cinco minutos eternos hasta que comenzó a prender una llama -Bien...- soplé al fuego para avivar la llama, que en poco tiempo nos alumbró con una cálida anaranjada luz. Me senté frente al fuego, no sin antes arrebatarle el arma y guardármela sin mediar palabra. Lancé un suspiro -Cuanto tiempo que no pisaba un bosque de esta forma...- medité en voz alta, observando la gran cantidad de árboles y la espesura de los arbustos que nos rodeaban en el sendero -Fui un guardabosques tiempo ha, cuando aún vivía en América. Tendría tu edad o algo más joven- quizá no le interesara mi vida, pero seguro que le sería más reconfortante teniéndome hablando sobre un tema más agradable que sobre arrebatarle la virginidad forzadamente o haciendo más chanzas sobre los peligros que entraña la oscuridad entre el follaje -Aunque no sea un oficio realmente agradable, ya que pasas la mayor parte del tiempo solo y dando muerte a animales que intentan desgarrarte el gaznate cuando tienen hambre o bien espantando a cazadores furtivos... aprendes, aprendes mucho sobre la naturaleza, su curioso modo de coexistir con el ser humano, así como su salvajismo y su crueldad y sus bondades. Aprendes a amar la tierra sobre la que caminas, sobre la que te sientas, sobre la que duermes, sobre la que vives... Es nuestro hogar- me percaté de que estaba filosofando demasiado, ahondando en mis propios pensamientos más allá de lo que a esa niña le importarían o simplemente, le incumbían. Callé tras aquello y la miré directamente durante unos segundos, escruté su piel, su faz... me sentí viejo repentinamente -Seguramente son sensaciones que muchos de los que nacéis y crecéis en las urbes llegaréis a sentir jamás. Aún estás a tiempo de tenerme como un buen profesor, lady Helena- dije en tono jocoso, sin evitar un amago de sonrisa mientras mis ojos se desviaban hacia la bolsa que llevaba con la comida que le mandé a comprar -Ponte cómoda, niña... incluso puedes permitirte descansar algo hasta que empiece a clarear el alba en el horizonte, aún quedarán unas horas. Si quieres encontrar a ese tipo, más te vale estar descansada, al menos para no desfallecer antes de llegar al barco, allí podremos dormir cuanto queramos- saqué mi pipa y me dispuse a fumar; dado el humo de la fogata, me sorprendería que mi tabaco la molestara más de lo normal. Guardé silencio durante ese placentero proceso de encendido y la consecuente calada, exhalando el humo despacio, perdido en mis pensamientos
Llevabamos aproximádamente veinte minutos de tramo en el que seguía silencioso, incluso mis pasos casi no resonaban entre la tierra y la hierba a mis pies. Me detuve en seco -Este será un buen lugar, espera aquí- saqué una de mis armas y se la tendí, un revólver cargado -Ahora sí tienes permiso para tenerla. Voy a por leña- me separé de ella internándome en la espesura del bosque -¡Procura estarte quieta y no hacer ruido, cualquier bestia infernal podría devorarte cuando menos te lo esperes!- la gracia de todo aquello estaba en que la advertí gritando, haciendo ruido, precisamente para asustarla. Durante mi travesía iba riendo imaginándome cómo debía estar pasándolo la muchacha mientras recogía diferentes palos y pedazos de troncos que había esparcidos por doquier. Para no perderme, había caminado siempre en línea recta, por lo que solo tenía que dar un giro de 180 grados para retornar junto a ella. Al cabo de unos diez minutos de reloj, regresé donde ella se encontraba, donde la había dejado -Buena chica- dejé los palos en el suelo con estrépito para volver a alertarla y asustarla. Reí -Lo que dije era broma, ningún animal salvaje se acercará a ti por el ruido que hagas- me agaché y comencé a amontonar la madera una sobre otra, tomando uno con cada mano posteriormente, frotándolos con energía y rítmo constante. Tardé aproximadamente unos cinco minutos eternos hasta que comenzó a prender una llama -Bien...- soplé al fuego para avivar la llama, que en poco tiempo nos alumbró con una cálida anaranjada luz. Me senté frente al fuego, no sin antes arrebatarle el arma y guardármela sin mediar palabra. Lancé un suspiro -Cuanto tiempo que no pisaba un bosque de esta forma...- medité en voz alta, observando la gran cantidad de árboles y la espesura de los arbustos que nos rodeaban en el sendero -Fui un guardabosques tiempo ha, cuando aún vivía en América. Tendría tu edad o algo más joven- quizá no le interesara mi vida, pero seguro que le sería más reconfortante teniéndome hablando sobre un tema más agradable que sobre arrebatarle la virginidad forzadamente o haciendo más chanzas sobre los peligros que entraña la oscuridad entre el follaje -Aunque no sea un oficio realmente agradable, ya que pasas la mayor parte del tiempo solo y dando muerte a animales que intentan desgarrarte el gaznate cuando tienen hambre o bien espantando a cazadores furtivos... aprendes, aprendes mucho sobre la naturaleza, su curioso modo de coexistir con el ser humano, así como su salvajismo y su crueldad y sus bondades. Aprendes a amar la tierra sobre la que caminas, sobre la que te sientas, sobre la que duermes, sobre la que vives... Es nuestro hogar- me percaté de que estaba filosofando demasiado, ahondando en mis propios pensamientos más allá de lo que a esa niña le importarían o simplemente, le incumbían. Callé tras aquello y la miré directamente durante unos segundos, escruté su piel, su faz... me sentí viejo repentinamente -Seguramente son sensaciones que muchos de los que nacéis y crecéis en las urbes llegaréis a sentir jamás. Aún estás a tiempo de tenerme como un buen profesor, lady Helena- dije en tono jocoso, sin evitar un amago de sonrisa mientras mis ojos se desviaban hacia la bolsa que llevaba con la comida que le mandé a comprar -Ponte cómoda, niña... incluso puedes permitirte descansar algo hasta que empiece a clarear el alba en el horizonte, aún quedarán unas horas. Si quieres encontrar a ese tipo, más te vale estar descansada, al menos para no desfallecer antes de llegar al barco, allí podremos dormir cuanto queramos- saqué mi pipa y me dispuse a fumar; dado el humo de la fogata, me sorprendería que mi tabaco la molestara más de lo normal. Guardé silencio durante ese placentero proceso de encendido y la consecuente calada, exhalando el humo despacio, perdido en mis pensamientos
Connor Kennway- Cazador Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Mi sugerencia fue bien recibida por mi acompañante, quien procuró buscar un lugar para descansar. Durante el camino, no pude evitar reflexionar sobre varias cosas. Tres semanas atrás podía decir que me encontraba sumida en bienestar y comodidad, y ahora, había cambiado totalmente de ámbito. Para empezar, no estaba en mi lista de cosas por hacer el acampar en un bosque con un desconocido y prender una hoguera para entrar en calor, ni si quiera hubiera imaginado que pudiese llegar a ocurrir de verdad... pero debía decir, que el estado de ánimo catastrófico que podría haber surgir en cualquier persona que pasase de tener comodidades a tener que recostarse sobre un suelo húmedo y arenoso para descansar, no había aparecido en mi persona. Si que era cierto que echaba de menos mi cama, mi habitación, mi intimidad, mi comida, mi baño y una persona cercana con quien charlar… pero no era una situación limite para mi lo que estaba viviendo, no me reconcomía el alma ni me hacía sufrir. Y debía decirlo, en parte, gracias a que no estaba sola, aunque mi acompañante no fuese la persona más entretenida del mundo precisamente, Podía adaptarme a lo que fuese por conseguir mis metas, estaba totalmente segura de ello. Lo segundo que reflexioné fue sobre el comportamiento del señor Kennway, quien me advirtió de forma amenazante cuando oyó mis palabras de burla sobre arrebatarle su revolver una vez más. Aquel hombre parecía encerrarse en sí mismo, parecía tenerle aprecio a sus armas, como si en ellas le fuese el total de su vida; si no, no podía explicarme su reacción cuando podía verse claramente en mis palabras que mis intenciones no eran volver a arrebatarle nada. Era demasiado cerrado, demasiado íntimo, demasiado misterioso… y seguía sin conocerle.
En poco tiempo llegamos a un pequeño claro, rodeado de árboles y arbustos, el cual Connor encontró ideal para descansar. Durante todo ese tiempo, seguí sin rechistar sus palabras, yo no sabía nada de acampar ni de encender hogueras, así que en esos momento, él era quien mandaba. Mi sorpresa fue. Cuando se alejó del lugar, dejándome sola para ir a buscar leña, no sin antes dejarme su arma y ordenarme que no hiciese ruido si no quería encontrarme con una bestia similar a la que me atacó en la casa de campo. -¡Esperad! ¡Esperad! – grité de forma ahogada, con un tono de voz lo más bajo que pude, y en vano. Me encontraba completamente sola en una oscuridad que en poco tiempo haría que dejase de ver mi propia nariz. Caminé un par de pasos desde mi posición hasta colocarme junto a un árbol en el que me dejé caer de espaldas, aferrando el arma contra mi pecho y rezando porque las bestias del bosque no oyesen mi entrecortado y nervioso respirar. Estaba aterrada, miraba hacia todas partes, intentando captar todos los sonidos aunque el más aterrador de todos fuese el silencio. Si me quedaba más tiempo sola, de seguro que empezaría a ver cosas donde no las había. Y entonces, su voz me sobresaltó de forma que casi me hizo gritar -¡Ag! ¡Estoy harta de que me asustéis! ¡Sois un grandísimo fatuo!- dije enfuruñada y gruñona. A ese hombre sin duda debía de encantarle verme enfadada y asustada, porque si no, no había forma de explicarse aquello.
Con toda la leña y ramitas suficientes para prender una hoguera, Connor se agachó para comenzar a crear un poco de calor en aquel lugar. Al contemplarle ahí, encorvado y trabajando, recordé el momento en el que me ayudó a darle sepultura a Suna, aquel día en el que mis fuerzas no me permitían colaborar con él, y una oleada de inutilidad me recorrió el cuerpo. Yo no sabía demasiado de fuegos, solo que quemaban y se apagaban, así, que me agaché justo en frente de Connor, para rodear con mis manos aquellos materiales que ya empezaban a provocar humo, para que en ningún momento se extinguiese. Cuando la llama apareció, no pude evitar emocionarme – Es la primera vez que contemplo esta maravilla- dije entre sonrisas, sin poder alejar la vista de aquellas llamas que, ahora, alumbraban nuestros rostros en aquella oscuridad de malezas. Me senté entonces, sin ningún pudo aparente, sobre el suelo; colocando mi falda de forma que no quedase nada de mi a la vista y dejándome caer en el árbol anterior. Solté mi bolsa y la coloqué junto a mí, para después acurrucarme en la manta de lana que yacía sobre mis hombros. Por fin, algo a lo que podía llamar paz entre tanta conmoción. Y entonces, ocurrió algo sorprendente: mi acompañante, comenzó a hablar, narrando cosas relativas a su pasado. ¡Por fin, un aliciente más que me ayudasen a hacerme una idea definida de él y que hiciese que pasase a ser alguien conocido para mi poco a poco! Oí cada palabra que salía de sus labios, sin apartar la vista de él e imaginándome cada idea que relataba. – Así que guardabosques…- dije, recostándome aún más en el árbol – Es curioso… que cuando habláis, parece que sois más mayor. Como si hubieseis vivido ya todas las experiencias que una vida puede aportar…- dije de forma serena y sin alzar el tono de voz. Y entonces, me percaté de lo que acababa de decir y reí –Olvidadlo. Y no os lo toméis como un insulto, sé que sois joven ¿Treinta? ¿Treinta y seis?- dije, evitando por todos los medios que soltase uno de sus típicos comentarios, pues quería pasar el momento en paz. El calor de la hoguera hacía que mi cuerpo sintiese más cansancio del que anteriormente sentía, y podía verse claramente que mis párpados sucumbían poco a poco a aquella sensación, aunque no lo suficiente como para dormir.
Me dí cuenta de que me observaba, y al mirarle, predecía de ante mano que iba a hablar - ¿Buen profesor? Señor Kennway, que sea rica no significa que no pueda vivir experiencias que me hagan apreciar la vida. Y en todo caso, el que debería reflexionar sobre si tomarme como instructora, a mí, sois vos. Que una persona vista como un andrajoso no significa que tenga derecho a ser un maleducado y un grosero que no sepa tratar a las damas.- dije, con un tono de burla totalmente perceptible, pues se encontraba inmerso entre risotadas. Me había resultado curioso su comentario, sin duda. Observé que dirigía su mirada hacia mi bolsa, a la vez que me sugería el optar por descansar varias horas si me sentía demasiado cansada. Dirigí yo también mi mirada hacia la bolsa, y comprendí por que quizá la estaba mirando. La tomé y la coloqué sobre mi regazo, y recogí de esta, todo lo que había comprado –Pan, queso, miel y chocolate. No creo que hubiese podido comprar nada más… se hubiera estropeado pronto- dije, ofreciéndole su ración de comida y quedándome yo con la mía. Comencé a comer, de forma totalmente elegante y educada, cada pieza de comida, aunque quizá lo indecoroso en mí hubiese sido habérmelo comido casi todo, pues sin darme cuenta, había guardado en mi un hambre que no había aparecido hasta oler los alimentos. Lo último que quedó entre mis manos fue un par de onzas de chocolate que decidí finalmente no comer –Si comiera este chocolate… de seguro que quedaría dormida en menos que canta un gallo- dije, pues en placer de comer chocolate parecía hasta adulto. Y entonces, se lo ofrecí a Connor -Tomad. Es vuestro si queréis, yo ya estoy bastante llena- dicho esto, volví a recostarme sobre el árbol haciendo caso omiso a la sugerencia de dormir –Guardabosques, guardaespaldas… lo vuestro sin duda es proteger ¿me equivoco?- dije, mirando a aquel hombre fijamente -¿Y vuestra familia? Bueno, mi padre no está y aún no conozco al hombre con el que mi padre tiene apalabrado mi matrimonio- dije, vergonzosa por aquello. Tenía veinticuatro años, casi veinticinco, y no aun no conocía a la pareja que me habían encomendado. Todas las que una vez fueron mis amigas, ya se encontraban casadas, embarazadas y con hijos –Pero ¿Y la familia? Habéis dejado a vuestra mujer y si tenéis, hijos, para embarcaros en un viaje con una mujer a la que no conocéis- dije, refiriéndome a mi misma. Era consciente de que me estaba aventurando en caminos que no me incumbían, y que el hecho de que Connor estuviese conmigo seguramente significaría que algo trágico hubiese pasado con si familia, pero no quería dormir.
Recordé entonces el tipo de persona con la que estaba tratando, sabía que ese hombre quizá no quisiese contestar, y entonces me adelanté –No…no respondáis si no queréis. Es solo que estaba buscando la forma de no quedarme dormida. Reíos si queréis… pero las pesadillas me han provocado desde hace un tiempo pánico a quedarme dormida, porque las pesadillas… cada noche se alargan, cada día aparece en ellas algo más y… es algo horroroso. No creo que sea conveniente que grite en este lugar- dije, intentado vislumbrar una sonrisa, que se veía a leguas que no podía mostrar. Mire a mí alrededor para después clavar mi vista en aquel hombre. Seguramente ambos, teníamos cosas que ocultar.
En poco tiempo llegamos a un pequeño claro, rodeado de árboles y arbustos, el cual Connor encontró ideal para descansar. Durante todo ese tiempo, seguí sin rechistar sus palabras, yo no sabía nada de acampar ni de encender hogueras, así que en esos momento, él era quien mandaba. Mi sorpresa fue. Cuando se alejó del lugar, dejándome sola para ir a buscar leña, no sin antes dejarme su arma y ordenarme que no hiciese ruido si no quería encontrarme con una bestia similar a la que me atacó en la casa de campo. -¡Esperad! ¡Esperad! – grité de forma ahogada, con un tono de voz lo más bajo que pude, y en vano. Me encontraba completamente sola en una oscuridad que en poco tiempo haría que dejase de ver mi propia nariz. Caminé un par de pasos desde mi posición hasta colocarme junto a un árbol en el que me dejé caer de espaldas, aferrando el arma contra mi pecho y rezando porque las bestias del bosque no oyesen mi entrecortado y nervioso respirar. Estaba aterrada, miraba hacia todas partes, intentando captar todos los sonidos aunque el más aterrador de todos fuese el silencio. Si me quedaba más tiempo sola, de seguro que empezaría a ver cosas donde no las había. Y entonces, su voz me sobresaltó de forma que casi me hizo gritar -¡Ag! ¡Estoy harta de que me asustéis! ¡Sois un grandísimo fatuo!- dije enfuruñada y gruñona. A ese hombre sin duda debía de encantarle verme enfadada y asustada, porque si no, no había forma de explicarse aquello.
Con toda la leña y ramitas suficientes para prender una hoguera, Connor se agachó para comenzar a crear un poco de calor en aquel lugar. Al contemplarle ahí, encorvado y trabajando, recordé el momento en el que me ayudó a darle sepultura a Suna, aquel día en el que mis fuerzas no me permitían colaborar con él, y una oleada de inutilidad me recorrió el cuerpo. Yo no sabía demasiado de fuegos, solo que quemaban y se apagaban, así, que me agaché justo en frente de Connor, para rodear con mis manos aquellos materiales que ya empezaban a provocar humo, para que en ningún momento se extinguiese. Cuando la llama apareció, no pude evitar emocionarme – Es la primera vez que contemplo esta maravilla- dije entre sonrisas, sin poder alejar la vista de aquellas llamas que, ahora, alumbraban nuestros rostros en aquella oscuridad de malezas. Me senté entonces, sin ningún pudo aparente, sobre el suelo; colocando mi falda de forma que no quedase nada de mi a la vista y dejándome caer en el árbol anterior. Solté mi bolsa y la coloqué junto a mí, para después acurrucarme en la manta de lana que yacía sobre mis hombros. Por fin, algo a lo que podía llamar paz entre tanta conmoción. Y entonces, ocurrió algo sorprendente: mi acompañante, comenzó a hablar, narrando cosas relativas a su pasado. ¡Por fin, un aliciente más que me ayudasen a hacerme una idea definida de él y que hiciese que pasase a ser alguien conocido para mi poco a poco! Oí cada palabra que salía de sus labios, sin apartar la vista de él e imaginándome cada idea que relataba. – Así que guardabosques…- dije, recostándome aún más en el árbol – Es curioso… que cuando habláis, parece que sois más mayor. Como si hubieseis vivido ya todas las experiencias que una vida puede aportar…- dije de forma serena y sin alzar el tono de voz. Y entonces, me percaté de lo que acababa de decir y reí –Olvidadlo. Y no os lo toméis como un insulto, sé que sois joven ¿Treinta? ¿Treinta y seis?- dije, evitando por todos los medios que soltase uno de sus típicos comentarios, pues quería pasar el momento en paz. El calor de la hoguera hacía que mi cuerpo sintiese más cansancio del que anteriormente sentía, y podía verse claramente que mis párpados sucumbían poco a poco a aquella sensación, aunque no lo suficiente como para dormir.
Me dí cuenta de que me observaba, y al mirarle, predecía de ante mano que iba a hablar - ¿Buen profesor? Señor Kennway, que sea rica no significa que no pueda vivir experiencias que me hagan apreciar la vida. Y en todo caso, el que debería reflexionar sobre si tomarme como instructora, a mí, sois vos. Que una persona vista como un andrajoso no significa que tenga derecho a ser un maleducado y un grosero que no sepa tratar a las damas.- dije, con un tono de burla totalmente perceptible, pues se encontraba inmerso entre risotadas. Me había resultado curioso su comentario, sin duda. Observé que dirigía su mirada hacia mi bolsa, a la vez que me sugería el optar por descansar varias horas si me sentía demasiado cansada. Dirigí yo también mi mirada hacia la bolsa, y comprendí por que quizá la estaba mirando. La tomé y la coloqué sobre mi regazo, y recogí de esta, todo lo que había comprado –Pan, queso, miel y chocolate. No creo que hubiese podido comprar nada más… se hubiera estropeado pronto- dije, ofreciéndole su ración de comida y quedándome yo con la mía. Comencé a comer, de forma totalmente elegante y educada, cada pieza de comida, aunque quizá lo indecoroso en mí hubiese sido habérmelo comido casi todo, pues sin darme cuenta, había guardado en mi un hambre que no había aparecido hasta oler los alimentos. Lo último que quedó entre mis manos fue un par de onzas de chocolate que decidí finalmente no comer –Si comiera este chocolate… de seguro que quedaría dormida en menos que canta un gallo- dije, pues en placer de comer chocolate parecía hasta adulto. Y entonces, se lo ofrecí a Connor -Tomad. Es vuestro si queréis, yo ya estoy bastante llena- dicho esto, volví a recostarme sobre el árbol haciendo caso omiso a la sugerencia de dormir –Guardabosques, guardaespaldas… lo vuestro sin duda es proteger ¿me equivoco?- dije, mirando a aquel hombre fijamente -¿Y vuestra familia? Bueno, mi padre no está y aún no conozco al hombre con el que mi padre tiene apalabrado mi matrimonio- dije, vergonzosa por aquello. Tenía veinticuatro años, casi veinticinco, y no aun no conocía a la pareja que me habían encomendado. Todas las que una vez fueron mis amigas, ya se encontraban casadas, embarazadas y con hijos –Pero ¿Y la familia? Habéis dejado a vuestra mujer y si tenéis, hijos, para embarcaros en un viaje con una mujer a la que no conocéis- dije, refiriéndome a mi misma. Era consciente de que me estaba aventurando en caminos que no me incumbían, y que el hecho de que Connor estuviese conmigo seguramente significaría que algo trágico hubiese pasado con si familia, pero no quería dormir.
Recordé entonces el tipo de persona con la que estaba tratando, sabía que ese hombre quizá no quisiese contestar, y entonces me adelanté –No…no respondáis si no queréis. Es solo que estaba buscando la forma de no quedarme dormida. Reíos si queréis… pero las pesadillas me han provocado desde hace un tiempo pánico a quedarme dormida, porque las pesadillas… cada noche se alargan, cada día aparece en ellas algo más y… es algo horroroso. No creo que sea conveniente que grite en este lugar- dije, intentado vislumbrar una sonrisa, que se veía a leguas que no podía mostrar. Mire a mí alrededor para después clavar mi vista en aquel hombre. Seguramente ambos, teníamos cosas que ocultar.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
- Mensajes : 57
Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Mantuve una expresión relajada, pero en la comisura de los labios casi se podría apreciar una sonrisa cuando Helena comentó que mi edad parecía ser más avanzada cuando hablaba o relataba algo, como si hubiese vivido experiencias de toda una vida -No es suficiente una sola vida para experimentar todo lo que el mundo te puede ofrecer, niña- tomé un madero y comencé a atizar con delicadeza las brasas para mentener viva la llama -Igualmente, tengo treintaicinco años. Edad suficiente para saber qué es la muerte- aun seguía removiendo el fuego, pero mi mirada estaba flotando sobre aquellas brasas, sobre aquella candela anaranjada, consumiéndome la humedad del globo ocular. Parpadeé cuando me quise dar cuenta de que me estaban empezando a escocer al haberme ausentado de mi mismo, recordando fantasmas del pasado.
La muchacha hizo además mención sobre la tutela de quién sobre quién, poniendo en duda mi autoridad y proclamándose a sí misma mejor ejemplo respecto a mi ropa y mis modales para tratar a una... ¿dama, dijo? -Habláis de vos, de las damas, de las mujeres como si fuerais simples muñecas cera que se pueden romper si no las tratas con mimo y precaución. Lady Helena, no hay nada, salvo un par de atributos físicos, que diferencien a un hombre de una mujer. Podemos ser tan rudos el uno como el otro, tan fríos, tan dispares y a la vez tan iguales, cálidos y delicados. Tratar bien a una mujer porque es una... dama, como decís, es un insulto a vuestra inteligencia y utilidad- me acomodé en el suelo, estirando la pierna derecha mientras mantenía flexionada la izquierda, apoyando una mano en el suelo y la otra apoyada sobre la rodilla levantada -Para algunas más que otras, está claro- puntualicé, no con intención de hacer referencia a ella. Era consciente de que mis pensamientos eran hartamente distintos a los de la enorme mayoría de los hombres e incluso de las mujeres y ello me había acarreado problemas en distintos círculos sociales tanto como me había traido beneficios en otros, sobretodo con grupos de cortesanas que concedían más de un favor no-sexual a cambio de que no le escupieras y la obligaras a trabajar de rodillas con un miembro en la boca.
Acto seguido, la muchacha tomó la bolsa y comenzó a sacar la comida. He de admitir que se me hizo la boca agua al contemplar el simple hecho de que hubiese pan con algo más y no un simple cascarón duro de lebadura. Tomé mi parte y me alimenté en silencio a la par que ella, terminándomelo todo. Nunca antes había comido chocolate... y nunca imaginé que estuviese tan dulce y delicioso. La muchacha me ofreció lo que le restaba del mismo, alegando que estaba llena y que caería rendida de sueño. Lo tomé pero no lo ingerí, sino que lo guardé con cuidado en un pequeño pañuelo blanco, impoluto y limpio en contraste con mi ropa, guardándolo posteriormente en el bolsillo de la gabardina.
Helena prosiguió con sus comentarios y preguntas a los cuales no consideraba inoportunos, pero quizá si algo molestos. Me agradaba el silencio y el bosque era uno de mis lugares preferidos, me recordaba a mi madre seguramente ya difunta y a lo que era mi vida antes de empuñar un arma... tema que ella había seleccionado para hablar -Según como lo mires, niña. Puedo ser un protector o puedo ser un simple mercenario que por dinero es capaz de viajar de un país a otro constantemente, en barco y en carruaje... rumbo a otro nuevo- la miré fijamente, escuchando sus "penas" sobre desconocer al supuesto hombre con el que estaba prometido -De seguro que no estará complacido por vuestra fuga con un hombre diez años mayor que vos a un lugar desconocido, en busca de un posible usurpador que probablemente sea peligroso, durmiendo en bosques y arriesgandoos a ser el desayuno de los lobos- reflexioné en voz alta, pero me interrumpí de seguir hablando cuando preguntó por mi familia, por mi mujer y mis inexistentes hijos -Yo nunca tuve familia, no la tengo...- me puse en pie acto seguido y apagué las llamas con las botas. Ya llevabamos mucho tiempo sentados, demasiado tiempo hablando... y se estaba excediendo en temas a preguntar -...nunca la tendré- le dediqué una última mirada rápida, fugaz y tan mortal como lo sería una muerte por la caida de un relámpago. No me había enfadado con ella, pero pensar en esos temas hacía avivar en mi interior un infierno -En marcha, llevamos un rato aquí descansando. Pronto clareará la aurora del alba, debemos de estar en el barco. Allí seguiremos descansando... y podrás dormir más tranquila- fui consciente de que quizá se sentía mal por haber indagado en temas que flotaban en aguas muy peligrosas, por lo que no le alcé la voz ni le mostré desprecio, solo indiferencia, como si no hubiese preguntado nada -Rumbo a Italia, niña- esperé a que se pusiera en pie y me dispuse a partir.
El camino no fue demasiado largo hasta llegar a puerto, donde había ya gente cargando muchísimos barcos con innumerables cajas de madera y pasajeros. Cada uno de los capitanes gritaba el nombre del destino del barco. Tardé unos minutos en poder diferenciar la palabra "Italia" entre todo el escándalo -Este es- me dirigí hacia el hombre, un señor corpulento con calva de fraile y barba blanca prominente -¿Cuanto nos costará el viaje?- pregunté sin tapujos -¿No habéis comprado un pasaje? Pues me temo que puede ser tarde amigo- sonrió burlón. Di un paso al frente hacia él, me sacaba una cabeza de altura -No soy tu amigo ¿Cómo podemos pasar?- aquel grandullón estalló en bravas carcajadas y me azotó el hombro con una de sus manazas -Veo que vienes bien acompañado- miró de arriba abajo a Helena -Si ayudas a mis marineros a cargar las cajas que faltan, podéis viajar. Ella va gratis, tú debes trabajar- hubo un incómodo silencio y miré a Helena por encima del hombro por el rabillo del ojo. Suspiré -De acuerdo... entra, niña. Te veré luego en los camarotes- el capitán se apartó para dejar paso a la joven muchacha através de la quilla -Ah, por cierto- sonrió ampliamente y mostró un par de mellas desagradables en su dentadura -No hay camas en la bodega para los que no son mis amigos. Ruego que me disculpe, señor bravucón... espero que disfrute de su estancia en cubierta- escupió de mala gana y me dedicó una mirada de profundo desagrado para montar posteriormente en el barco -¡Abríguese!- gritó antes de bajar a la bodega, seguramente a ayudar a Helena a instalarse. No parecía un mal hombre en el fondo y todo estaba lleno de pasajeros, de modo que la niña estaría a salvo de sus manazas rudas -Más vale que procure abrigarse bien las noches que le quedan, suele hacer frío al caer el sol- se marchó riendo y quedé allí, con unos cuantos marineros esperándome para cargar una decena de cajas enormes que debíamos cargar entre cuatro. Maldije España tanto como a cualquier criatura.
La muchacha hizo además mención sobre la tutela de quién sobre quién, poniendo en duda mi autoridad y proclamándose a sí misma mejor ejemplo respecto a mi ropa y mis modales para tratar a una... ¿dama, dijo? -Habláis de vos, de las damas, de las mujeres como si fuerais simples muñecas cera que se pueden romper si no las tratas con mimo y precaución. Lady Helena, no hay nada, salvo un par de atributos físicos, que diferencien a un hombre de una mujer. Podemos ser tan rudos el uno como el otro, tan fríos, tan dispares y a la vez tan iguales, cálidos y delicados. Tratar bien a una mujer porque es una... dama, como decís, es un insulto a vuestra inteligencia y utilidad- me acomodé en el suelo, estirando la pierna derecha mientras mantenía flexionada la izquierda, apoyando una mano en el suelo y la otra apoyada sobre la rodilla levantada -Para algunas más que otras, está claro- puntualicé, no con intención de hacer referencia a ella. Era consciente de que mis pensamientos eran hartamente distintos a los de la enorme mayoría de los hombres e incluso de las mujeres y ello me había acarreado problemas en distintos círculos sociales tanto como me había traido beneficios en otros, sobretodo con grupos de cortesanas que concedían más de un favor no-sexual a cambio de que no le escupieras y la obligaras a trabajar de rodillas con un miembro en la boca.
Acto seguido, la muchacha tomó la bolsa y comenzó a sacar la comida. He de admitir que se me hizo la boca agua al contemplar el simple hecho de que hubiese pan con algo más y no un simple cascarón duro de lebadura. Tomé mi parte y me alimenté en silencio a la par que ella, terminándomelo todo. Nunca antes había comido chocolate... y nunca imaginé que estuviese tan dulce y delicioso. La muchacha me ofreció lo que le restaba del mismo, alegando que estaba llena y que caería rendida de sueño. Lo tomé pero no lo ingerí, sino que lo guardé con cuidado en un pequeño pañuelo blanco, impoluto y limpio en contraste con mi ropa, guardándolo posteriormente en el bolsillo de la gabardina.
Helena prosiguió con sus comentarios y preguntas a los cuales no consideraba inoportunos, pero quizá si algo molestos. Me agradaba el silencio y el bosque era uno de mis lugares preferidos, me recordaba a mi madre seguramente ya difunta y a lo que era mi vida antes de empuñar un arma... tema que ella había seleccionado para hablar -Según como lo mires, niña. Puedo ser un protector o puedo ser un simple mercenario que por dinero es capaz de viajar de un país a otro constantemente, en barco y en carruaje... rumbo a otro nuevo- la miré fijamente, escuchando sus "penas" sobre desconocer al supuesto hombre con el que estaba prometido -De seguro que no estará complacido por vuestra fuga con un hombre diez años mayor que vos a un lugar desconocido, en busca de un posible usurpador que probablemente sea peligroso, durmiendo en bosques y arriesgandoos a ser el desayuno de los lobos- reflexioné en voz alta, pero me interrumpí de seguir hablando cuando preguntó por mi familia, por mi mujer y mis inexistentes hijos -Yo nunca tuve familia, no la tengo...- me puse en pie acto seguido y apagué las llamas con las botas. Ya llevabamos mucho tiempo sentados, demasiado tiempo hablando... y se estaba excediendo en temas a preguntar -...nunca la tendré- le dediqué una última mirada rápida, fugaz y tan mortal como lo sería una muerte por la caida de un relámpago. No me había enfadado con ella, pero pensar en esos temas hacía avivar en mi interior un infierno -En marcha, llevamos un rato aquí descansando. Pronto clareará la aurora del alba, debemos de estar en el barco. Allí seguiremos descansando... y podrás dormir más tranquila- fui consciente de que quizá se sentía mal por haber indagado en temas que flotaban en aguas muy peligrosas, por lo que no le alcé la voz ni le mostré desprecio, solo indiferencia, como si no hubiese preguntado nada -Rumbo a Italia, niña- esperé a que se pusiera en pie y me dispuse a partir.
El camino no fue demasiado largo hasta llegar a puerto, donde había ya gente cargando muchísimos barcos con innumerables cajas de madera y pasajeros. Cada uno de los capitanes gritaba el nombre del destino del barco. Tardé unos minutos en poder diferenciar la palabra "Italia" entre todo el escándalo -Este es- me dirigí hacia el hombre, un señor corpulento con calva de fraile y barba blanca prominente -¿Cuanto nos costará el viaje?- pregunté sin tapujos -¿No habéis comprado un pasaje? Pues me temo que puede ser tarde amigo- sonrió burlón. Di un paso al frente hacia él, me sacaba una cabeza de altura -No soy tu amigo ¿Cómo podemos pasar?- aquel grandullón estalló en bravas carcajadas y me azotó el hombro con una de sus manazas -Veo que vienes bien acompañado- miró de arriba abajo a Helena -Si ayudas a mis marineros a cargar las cajas que faltan, podéis viajar. Ella va gratis, tú debes trabajar- hubo un incómodo silencio y miré a Helena por encima del hombro por el rabillo del ojo. Suspiré -De acuerdo... entra, niña. Te veré luego en los camarotes- el capitán se apartó para dejar paso a la joven muchacha através de la quilla -Ah, por cierto- sonrió ampliamente y mostró un par de mellas desagradables en su dentadura -No hay camas en la bodega para los que no son mis amigos. Ruego que me disculpe, señor bravucón... espero que disfrute de su estancia en cubierta- escupió de mala gana y me dedicó una mirada de profundo desagrado para montar posteriormente en el barco -¡Abríguese!- gritó antes de bajar a la bodega, seguramente a ayudar a Helena a instalarse. No parecía un mal hombre en el fondo y todo estaba lleno de pasajeros, de modo que la niña estaría a salvo de sus manazas rudas -Más vale que procure abrigarse bien las noches que le quedan, suele hacer frío al caer el sol- se marchó riendo y quedé allí, con unos cuantos marineros esperándome para cargar una decena de cajas enormes que debíamos cargar entre cuatro. Maldije España tanto como a cualquier criatura.
Connor Kennway- Cazador Clase Media
- Mensajes : 56
Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Escuché sus palabras con la misma tranquilidad anterior. No encontré oportuno replicar a algunas de ella, pues no quería romper aquella serenidad que contenía el momento. Treinta y cinco años, diez años más que yo, joven tal y como supuse. Y lo aparentaría aún más si cuidase su aspecto, si recortase sus cabellos y afeitase los vellos de su cara, lo cierto es que jamás había conocido a un hombre de esa guisa. Y mucho menos aún a un hombre de las características de aquel que se encontraba frente a mí. No pude evitar estremecerme y arrepentirme de aquella absurda pregunta que había lanzado sobre su familia, pues respondió de una forma negativa tan contundente y sincera que incluso me preocupé por él, sobretodo cuando quise lamentarme por mi curiosidad y tuve que callar porque finalizó el tema de conversación con un rotundo ‘’nunca la tendré’’. ¿La había perdido? No cabía duda de que familia paternal no tenía en aquellos momentos… y sentimental, tampoco, pero ¿Por qué? Estaba claro que yo no era la única persona que había perdido un ser querido. Aquella forma tan tajante con la que me miró después hizo que obviase el hecho de pedir disculpas en ese momento. Simplemente, seguí guardando silencio de forma aterrorizada.
Connor apagó lo que quedaba de la hoguera y sugirió que retomásemos el camino hacia puerto, el cual no debía estar demasiado lejos a juzgar por la brisa fresca. Fue curioso, que noté en sus palabras el capricho de terminar cada frase refiriéndose a mi como ‘’niña’’, me molestó de cierta forma y a la vez no –Esta bien… tomaremos el barco a Italia si dejáis de llamarme niña, resulta igual que si nos tuteásemos. Además, no sois mi padre- dije puntualizando cada énfasis a la vez que le dirigía una mirada pesada. Recogí mi bolsa y me la coloqué, como siempre, en la espalda. El camino no se hizo para nada tedioso en cuanto a pasos, psicológicamente yo seguía arrepintiéndome de mi estúpida pregunta. Esta era una de las pocas veces que mi curiosidad hacia sentirme demasiado mal. Cuando llegamos a puerto, el olor a algas y mariscos entró en mis sentidos como si de una bofetada se tratase –Dios mío ¿Qué olor es este?- Era absolutamente insoportable, no sabía decir si incluso más que el alcohol. En cuanto Connor indicó el paradero del barco que nos llevaría a Italia, le seguí, aunque un hombre corpulento y calvo nos cercase el acceso al mismo. Me sentó como un vaso de agua fría que aquel hombre nos indicase que no podíamos entrar sin ningún visado. No pude evitar girarme y encontrarme perdida, necesitaba llegar a Italia cuanto antes. Y entonces, oí las palabras del sujeto. Proponía la opción de que Connor trabajase para él antes de zarpar y yo iría de balde sin hacer nada. Injusto, sin duda. –Podemos hacerlo de otra forma, señor Kennway, no tenéis por que…- dije, sin terminar mi frase, mi compañero había aceptado el trato y el señor calvo se hallaba guiándome a empujoncitos hasta el interior del barco. A aquel hombre le tomé repugnancia rápidamente ¿Qué le pasaba a los hombres conmigo, les gustaba tutearme tanto de verdad? Me empujé a mi misma hacia delante, ya en cubierta, para que apartase sus manos de mi espalda, me estaba poniendo nerviosa con tanto toquecito. –Esta bien, esta bien, sé llegar sola, no tiene porqué empujarme- dije, lanzándole una mirada furiosa a aquel hombre.
Cuando llegué a aquella enorme bodega, quedé sorprendida. Había demasiada gente, demasiadas familias y todas ocupaban una cama de madera mal construida y poco mullida, intentado descansar y haciéndose los dormidos –Puedes ocupar la cama del fondo, la que está separada de las demás… a tu amigo, bueno, ya le buscaremos cuatro paredes- dijo el hombre calvo y barbudo antes de marcharse sin mediar palabra, cosa que agradecí. Me dirigí hacia dicha cama y me senté en ella. Nada mal comparado con los sillones de los coches. Sentí la imperiosa necesidad de desvestirme y dormir, pero sabía que no podía hacer ni una cosa ni la otra, además, seguía preocupándome por mi estúpida pregunta y por la situación de Connor en ese momento y cuando entrase al barco, seguramente acabaría por ir a buscarle a donde sea que estuviese descansando y le pediría disculpas... si no me discutía antes por no querer dormir o cualquier otra cosa.Al fin y al cabo, estaba trabajando sin tener un porqué mientras yo no hacia nada Me recosté en la cama y observé a algunas familias entre las que había niños, dormían junto a sus padres y estaban tan unidos… sentí nostalgia y por unos momentos, eché de menos a mi padre ¿Dónde estaría? ¿Qué estaría haciendo? Seguramente estaría durmiendo, solo, en intimidad, en una buena cama, tranquilo…al contrario que yo. Sólo deseaba, que el camino a Italia se hiciese breve.
Connor apagó lo que quedaba de la hoguera y sugirió que retomásemos el camino hacia puerto, el cual no debía estar demasiado lejos a juzgar por la brisa fresca. Fue curioso, que noté en sus palabras el capricho de terminar cada frase refiriéndose a mi como ‘’niña’’, me molestó de cierta forma y a la vez no –Esta bien… tomaremos el barco a Italia si dejáis de llamarme niña, resulta igual que si nos tuteásemos. Además, no sois mi padre- dije puntualizando cada énfasis a la vez que le dirigía una mirada pesada. Recogí mi bolsa y me la coloqué, como siempre, en la espalda. El camino no se hizo para nada tedioso en cuanto a pasos, psicológicamente yo seguía arrepintiéndome de mi estúpida pregunta. Esta era una de las pocas veces que mi curiosidad hacia sentirme demasiado mal. Cuando llegamos a puerto, el olor a algas y mariscos entró en mis sentidos como si de una bofetada se tratase –Dios mío ¿Qué olor es este?- Era absolutamente insoportable, no sabía decir si incluso más que el alcohol. En cuanto Connor indicó el paradero del barco que nos llevaría a Italia, le seguí, aunque un hombre corpulento y calvo nos cercase el acceso al mismo. Me sentó como un vaso de agua fría que aquel hombre nos indicase que no podíamos entrar sin ningún visado. No pude evitar girarme y encontrarme perdida, necesitaba llegar a Italia cuanto antes. Y entonces, oí las palabras del sujeto. Proponía la opción de que Connor trabajase para él antes de zarpar y yo iría de balde sin hacer nada. Injusto, sin duda. –Podemos hacerlo de otra forma, señor Kennway, no tenéis por que…- dije, sin terminar mi frase, mi compañero había aceptado el trato y el señor calvo se hallaba guiándome a empujoncitos hasta el interior del barco. A aquel hombre le tomé repugnancia rápidamente ¿Qué le pasaba a los hombres conmigo, les gustaba tutearme tanto de verdad? Me empujé a mi misma hacia delante, ya en cubierta, para que apartase sus manos de mi espalda, me estaba poniendo nerviosa con tanto toquecito. –Esta bien, esta bien, sé llegar sola, no tiene porqué empujarme- dije, lanzándole una mirada furiosa a aquel hombre.
Cuando llegué a aquella enorme bodega, quedé sorprendida. Había demasiada gente, demasiadas familias y todas ocupaban una cama de madera mal construida y poco mullida, intentado descansar y haciéndose los dormidos –Puedes ocupar la cama del fondo, la que está separada de las demás… a tu amigo, bueno, ya le buscaremos cuatro paredes- dijo el hombre calvo y barbudo antes de marcharse sin mediar palabra, cosa que agradecí. Me dirigí hacia dicha cama y me senté en ella. Nada mal comparado con los sillones de los coches. Sentí la imperiosa necesidad de desvestirme y dormir, pero sabía que no podía hacer ni una cosa ni la otra, además, seguía preocupándome por mi estúpida pregunta y por la situación de Connor en ese momento y cuando entrase al barco, seguramente acabaría por ir a buscarle a donde sea que estuviese descansando y le pediría disculpas... si no me discutía antes por no querer dormir o cualquier otra cosa.Al fin y al cabo, estaba trabajando sin tener un porqué mientras yo no hacia nada Me recosté en la cama y observé a algunas familias entre las que había niños, dormían junto a sus padres y estaban tan unidos… sentí nostalgia y por unos momentos, eché de menos a mi padre ¿Dónde estaría? ¿Qué estaría haciendo? Seguramente estaría durmiendo, solo, en intimidad, en una buena cama, tranquilo…al contrario que yo. Sólo deseaba, que el camino a Italia se hiciese breve.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Una vez el capitán se marchó con Helena, me puse a trabajar como había acordado. Tardamos aproximadamente una hora en terminar de subirlo todo a bordo para comenzar el viaje, zarpando el barco. Era un alba fresca, comnzaba a clarear el cielo en el horizonte con un hermoso azul turquesa mientras las blancas velas ondeaban al viento que nos empujaba hacia nuestro destino. Suspiré y bajé a la bodega donde todo estaba lleno de gente con sus familias y sus transportes. Tardé unos minutos en encontrar a Helena, que estaba tendida en una cama -No dejas de ser una niña por mucho que finjas no serlo- murmuré para mi mientras la observaba en la distancia, desde su espalda, y volvía a subir. En el puente todo estaba tranquilo, pues muchos marineros se disponían a descansar en sus respectivas camas tras una larga noche laboriosa preparando el barco, incluso el capitán se encontraba ausente. Solamente yo y el contramaestre que dirigía el timón estabamos en pie -¡Eh, pasajero! ¿Por qué no te vas a dormir? Quedan varios días de viaje hasta llegar a Italia y por más que esperes aquí no va a pasar el tiempo más rápido- comentó alegre el hombre que llamó mi atención. Lo miré con ojos cansados y oscuros por las ojeras -No dispongo de una cama chico... toda la cubierta es mi dormitorio- me senté contra una de las barandillas de estribor y me bajé el sombrero para taparme los ojos, dispuesto a descansar un poco -En ese caso... ¡Felices sueños!- se echó a reir el muchacho, cuya carcajada se fue apagando más y más conforme me sumía en mi propia duermevela, terminando totalmente fundido con los brazos de morfeo, en cubierta, solo, con la única compañía del canto de las gaviotas que quedaban atrás conforme nos alejábamos de puerto.
Transcurrirían aproximadamente unas dos o tres cuando el capitán me despertó con una patada en mi bota, riendo -¡Eh, becario!- abrí los ojos de forma instintiva y le lancé una mirada afilada y amenazadora. De no recordar que estabamos en el barco viajando, ya le habría atravesado la garganta con mi daga -¡Menuda mirada más fiera! Oye, qué te iba a decir yo...- fingió pensar -Ah, sí... ¿Qué coño haces durmiendo? Levanta, gandul. Hicimos un trato. No creo que quieras que tú y tu amiguita seais pasto de peces ¿Verdad?- me puse en pie lentamente mientras hablaba -Dijo que ayudase a cargar el barco- el gran hombre calvo y sus dos acompañantes mucho más bajitos que él y que yo, rieron burlonamente -Tampoco te dije que el trato terminase ahí, te dije literalmente "que tú debes trabajar"- volvió a esbozar aquella asquerosa sonrisa. Me habían atrapado, me la habían jugado.
Pasé gran parte del tiempo en cubierta ayudando con las amarras y llevando cajas y barriles de un lado a otro. En algún momento esperé bajar a bodega y comprobar que habían estado tratando bien a Helena, como a una más y no la tenían atrapada o haciéndole cualquier cosa. Me fue curiosa mi preocupación, empezaba a no caerme tan repelente como parecía al principio... pero aún así no la terminaba de soportar. Pensaba en comprobar su bienestar, pero al mismo tiempo quería que se quedara abajo, calladita, dejándome en paz conmigo mismo, sin intentos de cambiar mis modales o dandome lecciones de como vestir... era un alivio en parte. El capitán tampoco se excedía en cuanto a crudeza conmigo, pues no era ningún marinero de su tripulación y nada me impedía rebanarle el pescuezo o sabotear el barco, eran mercantes, no militares ni piratas, así que no llevaban gran cosa para defenderse. Algunas mazas de madera en bruto y horcas, así quizá llevaban algún machete y cuchillos para cortar carne y comer... podría dar buena cuenta de todos a la vez si quisiera, eran meros hombres sin entrenamiento alguno, pero preferí conserver la calma. Desde que dejé Inglaterra habían pasado muchos días sin ejercitarme y casi agradecí forzar mis músculos y tenerlos bien preparados. No tardé en quedar bañado en sudor debido a mis ropajes oscuros, por lo que me invitaron a despojarme de mis cosas, más bien, casi me obligaron. Quedé solo en pantalón negro botas y cinturón, además del sombrero, pero con el torso desnudo, contorneado cada músculo pero no de una forma asquerosa o desproporcionada. Tenían volumen, pero el justo y necesario. Mis maestros se ocuparon de ello, pues el exceso de masa me haría torpe para moverme en según qué situación. Tras aquello, dejé de pensar, dejé de contar las horas y los minutos... solamente aguardé al crepúsculo, cuando me permitieron parar.
Fue entonces cuando aproveché para bajar a la bodega a ver qué tal estaba mi compañera de viajes. Me percaté de que nadie, absolutamente nadie había salido a cubierta. Todos habían pasado el día allí encerrados, comiendo, bebiendo, charlando y jugueteando con algunos animales que un granjero llevaba, desde gatos y un perro hasta cerdos y ovejas. Si no fuera por dichos animales, podría dormir ahí abajo. Me sorprendió que Lady Mauleón fuese lo suficientemente madura para soportar esos olores. Me acerqué hacia ella cuando la encontré -¿Habéis dormido?- pregunté con un deje de cansancio, me permití el lujo de sentarme en el colchón. Si me miraba con el más mínimo detenimiento, se fijaría en que parecía que estaba recién salido de un baño. Todo excepto el pantalón y el sombrero, estaba empapado. Mi larga melena humeda estaba caida sobre mi espalda, pegada a mi piel. Mis barbas oscuras lucían semi brillantes a la luz de los faroles de la bodega así como mi piel, cuyos músculos resaltaban algo inchados por el trabajo y la piel algo enrojecida y morena del reparto sanguíneo por los mismos -Disculpad que me presente así... pero mi ropa está echa una pena de sudor y polvo. La lavaré más tarde- la disculpa era sincera. Era cierto que siempre la había tratado como me daba la gana, pero tampoco era intención pasearme semi desnudo por ninguna parte. Ya allí abajo, la enorme mayoría de hombres y mujeres me miraban con desaprovación. Algún que otro niño me señalaba e intentaban quitarse también sus ropas por puro calor -¿Qué habéis estado haciendo? ¿Os han venido a visitar? ¿Os tratan bien?- me quise asegurar de que no le habían hecho nada -Si no me veis mucho por aquí, estaré en cubierta trabajando, es el precio que toca pagar. Sé que os quedaba dinero, pero ahora lo podremos aprovechar mejor en Italia, sobretodo si buscásemos una posada donde descansar y comer en condiciones. Nos quedan unos cuantos días a bordo de este ataud de madera- suspiré cansado y me llevé una mano a la nuca, acariciándome las cervicales cansadas. Sentí un tirón en el hombro al hacerlo. Siseé el dolor -Si pasara algo, lo más mínimo, subid a buscarme. No parecen malas personas, pero el capitán se está aprovechando demasiado, pienso yo. Manteneos alerta y...- le dejé la daga que llevaba en el cinturón -Cuidaos hasta que podáis encontrarme. Es solo pura precaución, pero duerme con ella bajo la almohada- mis ojos estaban tan fijos en los suyos que parecía que le estaba leyendo la mente. Evidentemente no era así, pero intentaba transmitirle tanta seguridad como fuese posible. Su padre me contrató para protegerla y eso haría hasta que regresara a su mansión. Mientras tanto, me veía forzado a estar separado de ella y dejarla en un peligro suspensivo que de momento no se hacía real. La noche comenzaba a caer nuevamente en alta mar y hacía varias horas que no se veía tierra -Ya casi aparece la luna en el cielo. Podéis aprovechar para dormir toda una noche seguida, estaré arriba intentándolo yo también ¿De acuerdo?- me puse en pie y otee la bodega por completo intentando encontrar algo extraño, pero no fue así.
Me alejé a paso lento y subí de nuevo a cubierta, donde los marineros ya se retiraban a sus propias camas después de haber cenado. Un par de ellos, cocineros, me dejaron un plato sobre un barril con trozos de cordero asado. Después, bajaron a bodega a llevar la comida a los demás pasajeros. Cené con calma, disfrutando de la brisa nocturna que aliviaba el calor que había estado pasando durante todo el día, mirando el cielo estrellado -Lo haces muy bien para ser una especie de mendigo- se acercó el capitán y me dio una palmada poderosa en la espalda que casi me hace vomitar el trozo que acababa de ingerir -Quizá seas un lobo de mar que espera ser despertado, hombretón. Si no fuera por tu novia, te pediría que te quedases con nosotros a cambio de un buen sueldo-No es mi novia- dije tranquilo, como si fuese lo más normal del mundo, masticando un trozo de carne -Viajamos juntos, solo eso. Me limito a protegerla- el hombre echó a reir -¿Solo sexo, eh? Qué bien vivís los más jóvenes... En mis casi sesenta años ¿Sabes a cuantas me he pasado por la piedra? ¡Solamente veinte, chico! Y no han sido relaciones que durasen años.. solo semanas o meses- guardé silencio mientras comía hasta que terminé el plato. Me dispuse a coger un cubo de acero lleno de agua y me dediqué a limpiar mis ropas -Sí... definitivamente tienes suerte. Es una lástima que haya tante gente en la bodega, no creo que os sea grato echar un polvo con tantos ojos mirando. Solamente yo tengo mi propia habitación... en mi cama se hace de lujo- giré el rostro ipso facto hacia él y le señalé con aquella esponja vieja con la que cepillaba la camisa blanca -Ella es intocable ¿Me oyes? Si pones una mano sobre ella o alguno de tus hombres, este lobo de mar dormido hundirá el barco y voto a Dios que usaré tu cadaver como balsa para llegar a Italia- hubo un incómodo silencio hasta que aquel anciano enorme rompió a reir como si fuera lo más divertido que había oido jamás -¡Yo ya soy muy viejo muchacho! Casi ni se me levanta. Mis muchachos son simpáticos y están bien educados, somos mercantes hijo, no milicianos sedientos de sudor femenino en nuestras carnes. Puedes dormir tranquilo y ella también- se marchó entre risas, quedandome solo con el continuo restregar de la esponja en la ropa y el sombrero. Cuando terminé, me eché agua en la cabeza y regresé a mi rincón en estribor donde me dispuse a dormir hasta un nuevo día. Quizá Helena estuviese a salvo, pero me mantenía más seguro el saber que con ella estaba mi daga de plata, sedienta de sangre de cualquier hombre con pocos escrúpulos.
Transcurrirían aproximadamente unas dos o tres cuando el capitán me despertó con una patada en mi bota, riendo -¡Eh, becario!- abrí los ojos de forma instintiva y le lancé una mirada afilada y amenazadora. De no recordar que estabamos en el barco viajando, ya le habría atravesado la garganta con mi daga -¡Menuda mirada más fiera! Oye, qué te iba a decir yo...- fingió pensar -Ah, sí... ¿Qué coño haces durmiendo? Levanta, gandul. Hicimos un trato. No creo que quieras que tú y tu amiguita seais pasto de peces ¿Verdad?- me puse en pie lentamente mientras hablaba -Dijo que ayudase a cargar el barco- el gran hombre calvo y sus dos acompañantes mucho más bajitos que él y que yo, rieron burlonamente -Tampoco te dije que el trato terminase ahí, te dije literalmente "que tú debes trabajar"- volvió a esbozar aquella asquerosa sonrisa. Me habían atrapado, me la habían jugado.
Pasé gran parte del tiempo en cubierta ayudando con las amarras y llevando cajas y barriles de un lado a otro. En algún momento esperé bajar a bodega y comprobar que habían estado tratando bien a Helena, como a una más y no la tenían atrapada o haciéndole cualquier cosa. Me fue curiosa mi preocupación, empezaba a no caerme tan repelente como parecía al principio... pero aún así no la terminaba de soportar. Pensaba en comprobar su bienestar, pero al mismo tiempo quería que se quedara abajo, calladita, dejándome en paz conmigo mismo, sin intentos de cambiar mis modales o dandome lecciones de como vestir... era un alivio en parte. El capitán tampoco se excedía en cuanto a crudeza conmigo, pues no era ningún marinero de su tripulación y nada me impedía rebanarle el pescuezo o sabotear el barco, eran mercantes, no militares ni piratas, así que no llevaban gran cosa para defenderse. Algunas mazas de madera en bruto y horcas, así quizá llevaban algún machete y cuchillos para cortar carne y comer... podría dar buena cuenta de todos a la vez si quisiera, eran meros hombres sin entrenamiento alguno, pero preferí conserver la calma. Desde que dejé Inglaterra habían pasado muchos días sin ejercitarme y casi agradecí forzar mis músculos y tenerlos bien preparados. No tardé en quedar bañado en sudor debido a mis ropajes oscuros, por lo que me invitaron a despojarme de mis cosas, más bien, casi me obligaron. Quedé solo en pantalón negro botas y cinturón, además del sombrero, pero con el torso desnudo, contorneado cada músculo pero no de una forma asquerosa o desproporcionada. Tenían volumen, pero el justo y necesario. Mis maestros se ocuparon de ello, pues el exceso de masa me haría torpe para moverme en según qué situación. Tras aquello, dejé de pensar, dejé de contar las horas y los minutos... solamente aguardé al crepúsculo, cuando me permitieron parar.
Fue entonces cuando aproveché para bajar a la bodega a ver qué tal estaba mi compañera de viajes. Me percaté de que nadie, absolutamente nadie había salido a cubierta. Todos habían pasado el día allí encerrados, comiendo, bebiendo, charlando y jugueteando con algunos animales que un granjero llevaba, desde gatos y un perro hasta cerdos y ovejas. Si no fuera por dichos animales, podría dormir ahí abajo. Me sorprendió que Lady Mauleón fuese lo suficientemente madura para soportar esos olores. Me acerqué hacia ella cuando la encontré -¿Habéis dormido?- pregunté con un deje de cansancio, me permití el lujo de sentarme en el colchón. Si me miraba con el más mínimo detenimiento, se fijaría en que parecía que estaba recién salido de un baño. Todo excepto el pantalón y el sombrero, estaba empapado. Mi larga melena humeda estaba caida sobre mi espalda, pegada a mi piel. Mis barbas oscuras lucían semi brillantes a la luz de los faroles de la bodega así como mi piel, cuyos músculos resaltaban algo inchados por el trabajo y la piel algo enrojecida y morena del reparto sanguíneo por los mismos -Disculpad que me presente así... pero mi ropa está echa una pena de sudor y polvo. La lavaré más tarde- la disculpa era sincera. Era cierto que siempre la había tratado como me daba la gana, pero tampoco era intención pasearme semi desnudo por ninguna parte. Ya allí abajo, la enorme mayoría de hombres y mujeres me miraban con desaprovación. Algún que otro niño me señalaba e intentaban quitarse también sus ropas por puro calor -¿Qué habéis estado haciendo? ¿Os han venido a visitar? ¿Os tratan bien?- me quise asegurar de que no le habían hecho nada -Si no me veis mucho por aquí, estaré en cubierta trabajando, es el precio que toca pagar. Sé que os quedaba dinero, pero ahora lo podremos aprovechar mejor en Italia, sobretodo si buscásemos una posada donde descansar y comer en condiciones. Nos quedan unos cuantos días a bordo de este ataud de madera- suspiré cansado y me llevé una mano a la nuca, acariciándome las cervicales cansadas. Sentí un tirón en el hombro al hacerlo. Siseé el dolor -Si pasara algo, lo más mínimo, subid a buscarme. No parecen malas personas, pero el capitán se está aprovechando demasiado, pienso yo. Manteneos alerta y...- le dejé la daga que llevaba en el cinturón -Cuidaos hasta que podáis encontrarme. Es solo pura precaución, pero duerme con ella bajo la almohada- mis ojos estaban tan fijos en los suyos que parecía que le estaba leyendo la mente. Evidentemente no era así, pero intentaba transmitirle tanta seguridad como fuese posible. Su padre me contrató para protegerla y eso haría hasta que regresara a su mansión. Mientras tanto, me veía forzado a estar separado de ella y dejarla en un peligro suspensivo que de momento no se hacía real. La noche comenzaba a caer nuevamente en alta mar y hacía varias horas que no se veía tierra -Ya casi aparece la luna en el cielo. Podéis aprovechar para dormir toda una noche seguida, estaré arriba intentándolo yo también ¿De acuerdo?- me puse en pie y otee la bodega por completo intentando encontrar algo extraño, pero no fue así.
Me alejé a paso lento y subí de nuevo a cubierta, donde los marineros ya se retiraban a sus propias camas después de haber cenado. Un par de ellos, cocineros, me dejaron un plato sobre un barril con trozos de cordero asado. Después, bajaron a bodega a llevar la comida a los demás pasajeros. Cené con calma, disfrutando de la brisa nocturna que aliviaba el calor que había estado pasando durante todo el día, mirando el cielo estrellado -Lo haces muy bien para ser una especie de mendigo- se acercó el capitán y me dio una palmada poderosa en la espalda que casi me hace vomitar el trozo que acababa de ingerir -Quizá seas un lobo de mar que espera ser despertado, hombretón. Si no fuera por tu novia, te pediría que te quedases con nosotros a cambio de un buen sueldo-No es mi novia- dije tranquilo, como si fuese lo más normal del mundo, masticando un trozo de carne -Viajamos juntos, solo eso. Me limito a protegerla- el hombre echó a reir -¿Solo sexo, eh? Qué bien vivís los más jóvenes... En mis casi sesenta años ¿Sabes a cuantas me he pasado por la piedra? ¡Solamente veinte, chico! Y no han sido relaciones que durasen años.. solo semanas o meses- guardé silencio mientras comía hasta que terminé el plato. Me dispuse a coger un cubo de acero lleno de agua y me dediqué a limpiar mis ropas -Sí... definitivamente tienes suerte. Es una lástima que haya tante gente en la bodega, no creo que os sea grato echar un polvo con tantos ojos mirando. Solamente yo tengo mi propia habitación... en mi cama se hace de lujo- giré el rostro ipso facto hacia él y le señalé con aquella esponja vieja con la que cepillaba la camisa blanca -Ella es intocable ¿Me oyes? Si pones una mano sobre ella o alguno de tus hombres, este lobo de mar dormido hundirá el barco y voto a Dios que usaré tu cadaver como balsa para llegar a Italia- hubo un incómodo silencio hasta que aquel anciano enorme rompió a reir como si fuera lo más divertido que había oido jamás -¡Yo ya soy muy viejo muchacho! Casi ni se me levanta. Mis muchachos son simpáticos y están bien educados, somos mercantes hijo, no milicianos sedientos de sudor femenino en nuestras carnes. Puedes dormir tranquilo y ella también- se marchó entre risas, quedandome solo con el continuo restregar de la esponja en la ropa y el sombrero. Cuando terminé, me eché agua en la cabeza y regresé a mi rincón en estribor donde me dispuse a dormir hasta un nuevo día. Quizá Helena estuviese a salvo, pero me mantenía más seguro el saber que con ella estaba mi daga de plata, sedienta de sangre de cualquier hombre con pocos escrúpulos.
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Por más que mi cuerpo lo deseaba y lo pedía a gritos, no consentí cerrar los ojos para quedar dormida. Me sentía incomoda, allí, rodeada de tantas personas que no conocía, compartiendo por habitación una bodega maloliente. Claro estaba, que muchos de los que allí yacían dormidos en sus camas, también estarían pensando lo mismo que yo. En poco amanecería y solo se escuchaban un par de ronquidos al otro lado de la bodega. Quizá fuese el fruto de su viaje lo que les inquietasen, tal como a mi, sobretodo a las familias que compartían el viaje con sus hijos, quienes si que conciliaban pronto el sueño. Niños, de tres o cuatro años de edad, mal vestidos y viajando en un barco de mercancías porque seguramente era lo único que podían permitirse sus padres. Suspiré y me sentí sucia, yo tenía dinero aunque no en ese preciso instante, pero ellos apenas tendrían siempre. Reflexioné sobre que quizá el destino de muchos de ellos fuese encontrar una vida mejor, un trabajo, tener oportunidades y regalárselas a sus hijos. Hijos, me aterrorizaba pesar en el momento en el que yo los tuviese ¿Cómo iba a cuidarlos? Era consciente de mi torpeza y mi inmadurez pasajera. Y con un hombre al que no conocía aún. Aunque claro, quizá cuando todo acabase quedaría a la luz de que había intimado un tanto más con un hombre al que había contratado mi padre mientras daba un viaje de placer alrededor del mundo junto a su compañía, y por eso, me repudiase él y más gente. Poco me importaba. Nunca le había replicado mi padre el matrimonio porque era lo debido… pero yo en realidad vivía tranquila sin matrimonio…y… Entre todos estos pensamientos, quedé sumida en un profundo sueño, acurrucada en aquella cama, entre aquellas personas, que quizá, no se distinguiesen tanto de mi.
Una vez más, volví a encontrarme sumergida en aquella oscuridad a pie de mi casa. Ya mi madre se había asegurado de arrastrarme hasta aquel lugar y una vez más, había desaparecido. Corrí, la busqué, la llamé desesperada, pero no aparecía. Llegué al bosque, aquel bosque nevado que tan malos recuerdos me proporcionaba. Y allí estaba ella, tendida en el suelo, blanca como la nieve y manchada de sangre. Me abracé a ella, supliqué que no se fuera y ella me abrazó, tiró de mi, abrió los ojos, los cuales ahora se tornaban en un curioso color rojo oscuro y me dijo ‘’Ven conmigo’’ repetidas veces, yo quise oponerme, pero no pude. La muerte la había favorecido. Y entonces volví a despertar, sobresaltada y sudando, aunque por suerte, esta vez no grité. Me llevé una mano a la boca intentando volver en razón. –Otra vez… solo ha sido la misma pesadilla otra vez- me dije en voz baja. No sabía cuantas horas llevaba durmiendo, pero seguramente ya sería de día, un día bien empezado. Me incorporé y me recoloqué vergonzosa mis ropajes, los cuales se habían arrugado y trasladado de lugar. Miré a mí alrededor, aquellas personas ya estaban despiertas, conversaban entre ellas y no me prestó ninguna atención. Ninguna, excepto una niña pequeña, con el pelo tan negro y liso como el mío, de unos cinco años y que me miraba con expectación. Me dedicó unas palabras que no entendí, mi sabiduría de idiomas no era extremadamente extensa. Negué con la cabeza intentando que entendiese que no era capaz de descifrar sus palabras. De forma tranquila, extendió su brazo, mostrándome una pequeña muñeca de trapo que tomaba entre sus manos. Era tan tierna la situación… -Es preciosa, como tú- sonreí dulcemente. Sabía que no me entendería, pero ella, sonrió y se marchó hacia los brazos de su madre a saltitos, como los que yo daba cuando era pequeña. La presencia de Connor, quien atravesaba la bodega para sentarse junto a mí en la cama, hizo que dejase de prestar atención a aquella escena que tanta tristeza empezaba a provocarme. –Dios mío… ¿Qué os ha pasado? No me digáis que ese hombre os está haciendo trabajar aún- Observé a Connor mientras me sentaba en la cama para dejarle sitio, apoyando las piernas y los pies en ella, de forma recogida. Se encontraba en una situación penosa, semi desnudo y sudoroso. Me avergoncé y evité mirarle, no era propio; así que dirigí mi mirada al suelo. –Si…algo he dormido, aunque no demasiado. Ya sabéis, las pesadillas- respondí a su pregunta. Recordé mi pesar al haberle formulado aquella pregunta sobre su familia tan inoportuna, y puedo decir que incluso me costó responder a sus preguntas, sobretodo, porque me estaba hablando de una forma tan tranquila y educada que me alegró entre tanto remordimiento. Además, se estaba preocupando por mi -No… solo conversan entre conocidos, así que nadie ha venido a decirme nada, tranquilo – dije, llevando mi mirada de un lado a otro. Sus siguientes palabras me dejaron a mí sin las mías. Sin duda alguna, seguía trabajando para ese hombre de la calva, y a juzgar por su aspecto, de forma dura. ¿Por qué? ¿Por qué aceptaba aquello? Y entonces, dirigí mi mirada hacia sus ojos, un tanto atemorizada, pues me sugirió que me mantuviese alerta a la vez que me ofrecía su daga. Hice tal y como me dijo y la coloqué bajo la almohada. Aún seguía reflexionando… su arma, eso que tanto temía que le arrebatase. Finalmente, Connor se puso en pie y se marchó a descansar a lo que le habían ofrecido como cama: cubierta.
Pasó el día, y la noche, y ya estaba amaneciendo. No había dormido casi nada en aquella noche y la había pasado observado a la gente, reflexionando como siempre. No podía evitar dejar de pensar en Connor, pues mucho me temía que bajo tanta amabilidad escondía una furia que solo me pertenecía a mí, por preguntarle tales cosas y por trabajar tanto mientras yo estaba descansando. No quise dormir, ni si quiera pude comer. Me puse en pie y dejé la bolsa en la cama, no sin antes guardar la daga en mi cintura y la bolsita de dinero bajo mis ropajes superiores…bajo el corsé…en ese lugar en el que las mujeres pueden ocultar infinidad de cosas, al fin y al cabo todos dormían y nadie me vería. Crucé la estancia para dirigirme a cubierta. Al llegar, quedé asombrada. Un claro y enorme sol asomaba en el infinito del mar, llenando de luz y claridad la cubierta en la que Connor descansaba. Hacía fresco, y me horroricé al imaginar cuanto habría hecho durante la noche. Me dirigí hacia él y me acomodé a su lado. –Estáis majara- reí –Quizá no más que yo, pero… es discutible cual es la locura mayor, si la de la que va, o la del que la acompaña- suspiré y le miré - ¿Cuánto tiempo os ha hecho trabajar ese hombre? No tenéis por qué hacer esto, os lo digo en serio. Ni si quiera sé por qué insistís en molestaros al acompañarme en algo que sólo es asunto mío… de una pesada, curiosa, que se le ocurrió hace dos días haceros aquella estúpida pregunta sobre la familia- mi rostro se tornó serio –Y sobre eso quería hablaros. Siento mucho aquella pregunta, no debí hacerla. No dejamos de ser personas desconocidas, el uno para el otro, como para que me halle entrometido así en vuestra vida. Pido disculpas por ello. No me gustaría que os marchaseis por una estupidez así- concluí, esperando que quizá tomase ahora las reprimendas. Fuese como fuese, le estaba agradecida por todo.
Una vez más, volví a encontrarme sumergida en aquella oscuridad a pie de mi casa. Ya mi madre se había asegurado de arrastrarme hasta aquel lugar y una vez más, había desaparecido. Corrí, la busqué, la llamé desesperada, pero no aparecía. Llegué al bosque, aquel bosque nevado que tan malos recuerdos me proporcionaba. Y allí estaba ella, tendida en el suelo, blanca como la nieve y manchada de sangre. Me abracé a ella, supliqué que no se fuera y ella me abrazó, tiró de mi, abrió los ojos, los cuales ahora se tornaban en un curioso color rojo oscuro y me dijo ‘’Ven conmigo’’ repetidas veces, yo quise oponerme, pero no pude. La muerte la había favorecido. Y entonces volví a despertar, sobresaltada y sudando, aunque por suerte, esta vez no grité. Me llevé una mano a la boca intentando volver en razón. –Otra vez… solo ha sido la misma pesadilla otra vez- me dije en voz baja. No sabía cuantas horas llevaba durmiendo, pero seguramente ya sería de día, un día bien empezado. Me incorporé y me recoloqué vergonzosa mis ropajes, los cuales se habían arrugado y trasladado de lugar. Miré a mí alrededor, aquellas personas ya estaban despiertas, conversaban entre ellas y no me prestó ninguna atención. Ninguna, excepto una niña pequeña, con el pelo tan negro y liso como el mío, de unos cinco años y que me miraba con expectación. Me dedicó unas palabras que no entendí, mi sabiduría de idiomas no era extremadamente extensa. Negué con la cabeza intentando que entendiese que no era capaz de descifrar sus palabras. De forma tranquila, extendió su brazo, mostrándome una pequeña muñeca de trapo que tomaba entre sus manos. Era tan tierna la situación… -Es preciosa, como tú- sonreí dulcemente. Sabía que no me entendería, pero ella, sonrió y se marchó hacia los brazos de su madre a saltitos, como los que yo daba cuando era pequeña. La presencia de Connor, quien atravesaba la bodega para sentarse junto a mí en la cama, hizo que dejase de prestar atención a aquella escena que tanta tristeza empezaba a provocarme. –Dios mío… ¿Qué os ha pasado? No me digáis que ese hombre os está haciendo trabajar aún- Observé a Connor mientras me sentaba en la cama para dejarle sitio, apoyando las piernas y los pies en ella, de forma recogida. Se encontraba en una situación penosa, semi desnudo y sudoroso. Me avergoncé y evité mirarle, no era propio; así que dirigí mi mirada al suelo. –Si…algo he dormido, aunque no demasiado. Ya sabéis, las pesadillas- respondí a su pregunta. Recordé mi pesar al haberle formulado aquella pregunta sobre su familia tan inoportuna, y puedo decir que incluso me costó responder a sus preguntas, sobretodo, porque me estaba hablando de una forma tan tranquila y educada que me alegró entre tanto remordimiento. Además, se estaba preocupando por mi -No… solo conversan entre conocidos, así que nadie ha venido a decirme nada, tranquilo – dije, llevando mi mirada de un lado a otro. Sus siguientes palabras me dejaron a mí sin las mías. Sin duda alguna, seguía trabajando para ese hombre de la calva, y a juzgar por su aspecto, de forma dura. ¿Por qué? ¿Por qué aceptaba aquello? Y entonces, dirigí mi mirada hacia sus ojos, un tanto atemorizada, pues me sugirió que me mantuviese alerta a la vez que me ofrecía su daga. Hice tal y como me dijo y la coloqué bajo la almohada. Aún seguía reflexionando… su arma, eso que tanto temía que le arrebatase. Finalmente, Connor se puso en pie y se marchó a descansar a lo que le habían ofrecido como cama: cubierta.
Pasó el día, y la noche, y ya estaba amaneciendo. No había dormido casi nada en aquella noche y la había pasado observado a la gente, reflexionando como siempre. No podía evitar dejar de pensar en Connor, pues mucho me temía que bajo tanta amabilidad escondía una furia que solo me pertenecía a mí, por preguntarle tales cosas y por trabajar tanto mientras yo estaba descansando. No quise dormir, ni si quiera pude comer. Me puse en pie y dejé la bolsa en la cama, no sin antes guardar la daga en mi cintura y la bolsita de dinero bajo mis ropajes superiores…bajo el corsé…en ese lugar en el que las mujeres pueden ocultar infinidad de cosas, al fin y al cabo todos dormían y nadie me vería. Crucé la estancia para dirigirme a cubierta. Al llegar, quedé asombrada. Un claro y enorme sol asomaba en el infinito del mar, llenando de luz y claridad la cubierta en la que Connor descansaba. Hacía fresco, y me horroricé al imaginar cuanto habría hecho durante la noche. Me dirigí hacia él y me acomodé a su lado. –Estáis majara- reí –Quizá no más que yo, pero… es discutible cual es la locura mayor, si la de la que va, o la del que la acompaña- suspiré y le miré - ¿Cuánto tiempo os ha hecho trabajar ese hombre? No tenéis por qué hacer esto, os lo digo en serio. Ni si quiera sé por qué insistís en molestaros al acompañarme en algo que sólo es asunto mío… de una pesada, curiosa, que se le ocurrió hace dos días haceros aquella estúpida pregunta sobre la familia- mi rostro se tornó serio –Y sobre eso quería hablaros. Siento mucho aquella pregunta, no debí hacerla. No dejamos de ser personas desconocidas, el uno para el otro, como para que me halle entrometido así en vuestra vida. Pido disculpas por ello. No me gustaría que os marchaseis por una estupidez así- concluí, esperando que quizá tomase ahora las reprimendas. Fuese como fuese, le estaba agradecida por todo.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
El constante balance del barco no hacía más que acunarme en el calor que empezaba a manar en el ambiente gracias al amanecer. Los marineros comenzaban a pisar la cubierta y se ponían a trabajar, despertándome de forma involuntaria. Permanecí así un rato al darme cuenta de que ese día el capitán no me obligaba a trabajar tan pronto, quizá porque comprobó que me esforcé en demasía el día anterior y comprendió que no era su marinero, sino un pasajero más que paga su pasaje y el de su acompañante trabajando. Podría decir, que fue un rato realmente delicioso al contemplar el alba y saber, que en alta mar y de día, no tenía que temer a ninguna criatura que no fuese el ser humano... o los tiburones.
El sol proseguía su marcha por el cielo cuando Helena subio de la bodega y se sentó a mi lado, risueña. Preguntó un par de cosas para luego disculparse por las palabras inoportunas que tuvo a bien de preguntar en el bosque. Negué con la cabeza ligeramente -No tenéis que preocuparos por eso. Preguntasteis, yo respondí, nada más. Sobre el trabajo... bueno, digamos que echaba en falta algo de ejercicio.- me levanté mientras hablaba y me acerqué al cubo donde estaba mi camisa, aún completamente húmeda -Maldita sea...- la saqué de su recipiente y la colgé de una soga para que el sol la calentase -Tendría que comprarme una nueva...- comenté mirando hacia la muchacha, sin preocuparme demasiado por qué pensaría de mi al verme semidesnudo. Hubo otra cosa que me preocupó aun más, mucho más.
Los marineros que caminaban de un lado a otro comenzaban a cesar su ritmo, todos agolpándose a babor, mirando al mar. Por más que dirigía mi vista hacia allí, me tapaban sus cabezas. Fue hasta que oí la voz de uno de ellos vociferar en la vela mayor -¡Capitán, se acerca un barco sin bandera!- volvió a mirar por el catalejo -¡Parece viejo, quizá necesiten ayuda!- aquellas palabras me resultaron realmente extrañas, ofrecer ayuda a un barco sin bandera en alta mar era realmente peligroso aunque, no obstante, la piratería estaba mayormente abolida, si no lo estaba por completo.
El enorme capitán dio órdenes de aproximarnos hacia el barco y no tardamos más de una hora en llegar hasta él, quedándome junto a Helena por lo que pudiese pasar, porque algo me intranquilizaba de forma sobrenatural.
No nos separarían más de cien metros de aquel barco de casco gastado cuando una bandera negra se izó velozmente con una calabera blanca. Piratas. Los marineros se encontraron envueltos en un pánico terrible así como los demás tripulantes que empezaron a corretear de un lado a otro, gritando causando una gran confusión -¡A las armas! ¡Hombres, tomad lo que tengáis a mano, debemos proteger a los pasajeros!- gritó aquel hombre corpulento de avanzada edad. Yo hice lo propio tomando mis dos revólveres de la gabardina negra, preparados para disparar. Fue entonces cuando las naves colisionaron con un gran estruendo y chasquido de maderos... fue cuando los garfios comenzaron a anclarse en nuestro barco y los piratas comenzaron a cruzar, así como la pasarela que tendieron de un barco a otro. Nuestro barco apenas era un balandro... y el suyo, un galeón negro.
El trámite de piratas de un barco a otro fue fugaz, tan veloz que en apenas unos minutos nos vimos rodeados por un enorme círculo de hombres de mal aspecto y armados con sables y trabucos, estando todos los marineros y pasajeros en el centro, en un pequeño círculo. Me coloqué junto a Helena para defenderla en caso de que sea necesario, apuntando a los impresentables que teniamos por enfrente que reían y dirigían gestos obscenos a la joven muchacha -¡Vamos, muestra otra vez esa lengua! ¡Juro por los cadáveres de mis antepasados que te la dividiré en dos con una sola bala!- reté a aquel hombre dando un paso al frente entre todo el griterío que se había montado, esperando una inminente pelea entre aquel piratilla y yo, pero resonaron unos pasos más que bajaban la pasarela ¿cómo los pude oir? Por el simple hecho de que todos, absolutamente todos habían callado. Una chaqueta larga y negra con galones dorados en los hombros enganchada a los hombros de una camisa negra y desarreglada, junto a unos pantalones marrones y unas botas desgastadas, así como el sombrero de tres picos... -¡Señor Kennway! Vaya una sorpresa encontrarle aquí- reía la voz de aquel hombre, el capitán del barco. Me conocía... y yo le conocía a él. Killian Jones -Qué caprichoso es el destino ¿verdad? ¡Quien me iba a decir a mi que te encontraría aquí, en alta mar, cuando la Era Dorada se acaba- reía y reía sin parar haciendo que sus lacayos también lo hicieran. Junto a él, dos muchachas jóvenes y rubias de cabellos rizados y largos, de aspecto despampanante y curvas caprichosamente voluptuosas -¿Kennway? ¿Connor Kennway? ¿El Connor Kennway que una vez nos mencionaste?- preguntó una de ellas, la de los ojos azules claros, mirándome de arriba abajo con gesto pícaro. La otra tenía los ojos verde-miel, una mezcla extraña y llamativa que conjugaba bien con su fino rostro. No era de extrañar que fueran las chicas del capitán -No ¿en serio? Si no fuese él no habría saludado de esa forma idiota- esa frase de la de los ojos verdes provocó una discusión entre ellas que el capitán acalló con una palmadita en los respectivos traseros -Señoritas, por favor... tenemos invitados- esbozó una sonrisa coqueta y burlesca hacia mi... y luego hacia Helena, al verla casi tras de mi -Venga chicos... a desvalijar a estas ratas acuáticas- aquella orden con voz cansada y desagradable estalló como la pólvora, haciendo que cada hombre recorriese el barco y los bolsillos de los tripulantes llevándose cualquier cosa de valor que tuviesen encima, incluida mi daga, mis revolveres y la bolsa de Helena.
Mientras se encargaban de todo ello, comenzaron a llevarse a las mujeres a su barco no sin amarrarles antes las manos. Killian había puesto especial atención en Helena, por ser precisamente la más joven junto a una muchacha que antes había obviado, de tez morena, mulata, de cabellos negros como el carbón que llevaban tras ella mientras la subían por la pasarela. El capitán pirata por su parte se dirigió hacia mi, me escrutó la cara con sus aviesos ojos verdosos y ordenó que me llevasen arriba. El resto de los hombres quedaron maniatados en el balandro desvalijado.
En la cubierta del galeón comenzaron a comprobar todo lo que habían robado hasta llegar a la bolsa de Helena, jugando con sus ropas interiores, oliéndolas y apostándoselas los unos a los otros riendo sin cesar -¡Eh, son ropas femeninas! Nos pertenecen a nosotras- clamó la de ojos azules, la más bajita. La otra asintió de brazos cruzados y un bufido, miraba a Helena con cieta animadversión, pues se había percatado de que Killian la observaba. Yo también me había fijado... tanto en él, como en la ropa interior -Muy bonitas...- murmuré a Helena con tono jocoso, intentando quitarle peso al asunto -Haced lo que queráis con lo que encontréis... pero esas ropas se las dais a mis chicas. Quien sabe, quizá hasta vuelvan a su dueña si la tomo como mi tercera Segunda de abordo- le lanzó un pequeño beso a Helena junto con un guiño de ojos, travieso. Mi cara reflejó un asco atroz, asco del que el capitán se percató -Oh... ¿te molesta, Kennway? ¿No será tu putita, verdad? De ser así, creo que me la follaré antes de lo que tengo planeado- hablaba casi a gritos, escupiendo saliva a mi cara. Era más joven que yo, aproximadamente cinco años más joven, con una barba recortada que le cubría las mejillas como una sombra y unos ojos agresivos. Sus facciones eran bonitas y era guapo, esbelto, alto y fornido; era lógico que aquellas dos mujeres estuviesen prendadas de él -Déjala a ella en paz, Jones, o me las pagarás-Tú y yo hablaremos luego, traidor. Bendito sea el mar que te trajo hasta mi para saldar la deuda que tienes pendiente conmigo- las chicas se mordían el labio observando la brutalidad de su capitán al hablar, parecían excitadas -Y la vas a saldar de la peor de las formas- pasó su mirada a Helena, estudiándola de arriba abajo. Le palpó la cara con sus dedos finos y delicados adornado con anillos de hueso y acero. Acarició su cabello, pasó el dedo índice por su cuello hasta la clavícula de la joven ante la atenta y furibunda mirada de las rubias -Eres apetitosa... Tienes buen gusto, Connor, siempre lo tuviste para todo.- esbozó una sonrisa nostálgica -Sí, es guapa y está de buen ver... pero por los viejos tiempos te dejaré despedirte de ella, esta noche iré a haceros una visita en la bodega y me la llevaré- deslizó despacio la mano por el hombro de Helena hasta que su mano se detuvo sobre su pecho derecho, apretándolo un poco -No tiene unos senos tan grandes como los de mis chicas... pero tiene una boquita dulce, sabrá trabajar- acto seguido, la abofeteó y le agarró del mentón obligándola a mirarle a los ojos -Espero que tengas hambre, pequeña gatita- Killian me miró. Mis ojos rezumaban odio y fuego -¿Y esos ojos, Connor? No me digas que te estoy ofendiendo...- comenzó a desternillarse de risa junto a los demás piratas que ya se habían repartido el botín y habían puesto en marcha el barco. Cuando me quise dar cuenta, estaban llevándose a las mujeres a la bodega, los siguientes eramos nosotros -¡Gozo solo por saberlo! Desconozco si te habrás acordado de mi durante este par de años, quizá no tanto como yo de ti. Pero creeme, me las vas a pagar- nos quedamos solos en la cubierta los piratas, él, Helena y yo -Ya lo creo que me las vas a pagar, querido hermano...- empezaron a resonar gritos aterrorizados desde la bodega, gritos y golpes, así como distintos restallidos y risas macabras. Supuse que estaban violando a las mujeres y no se llevaron a Helena porque Killian tenía interés en ella -Jones... si le pones una mano encima a Helena te juro que...-¿Helena? Bonito nombre- las mujeres bufaron, molestas y celosas -...¡Jones!- ladré enfermo de rabia e intenté dar un paso hacia él, pero me asestaron un golpe en la nuca con una porra, caí de rodillas. Me di cuenta entonces de que estaba semidesnudo aún... y vi caer sangre al suelo. El golpe me había abierto una pequeña herida en la cabeza que comenzó a arder. Miré a la muchacha -Te sacaré de aquí- no hablé, ni siquiera susurré, solo gesticulé despacio con la boca -Killian Jones...- lo miré mientras el pelo caía sobre mi cara como una cascada de oscuridad y caía sangr por mis mejillas -Si eres lo bastante hombre para tratar así a las mujeres y para proclamarte capitán pirata, dame una espada y suéltame- él rió -¿Y arriesgarme a matarte? No hermano, no aún. Quiero que sufras la soledad que yo sufrí... y la sufrirás sabiendo que a tu zorrita se la está tirando otro. Le será dificil pensar en ti y llamarte con la boca llena, tú me entiendes- me guiñó un ojo antes de darse media vuelta. Aquel gesto relajó a las muchachas que lo abrazaron. Killian alzó el brazo. Me percaté de que estabamos lejos del balandro pero en paralelo a él -Caballeros... ¡Fuego!-¡JONES!- mi grito se ahogó con el restallido de los cañones y la consecuente explosión del barco en el que viajábamos, cuyos marineros y hombres de las mujeres violadas en la bodega habían quedado condenados a muerte -Las cosas ya no son como antes, Connor- habló sin girarse hacia mi -Se avecina tormenta, señor Kennway- las mujeres rieron mirándome mientras él se volvía hacia la chica y yo -Una tormenenta que te arrastrará hasta lo más profundo de la desesperación... y a ella contigo. Llevaoslos- nos arrastraron entonces hacia la bodega a empujones, donde solo habían quedado un grupo de mujeres asustadas en contra las paredes y barriles de cerveza, comida y ron, llorando, heridas y con los ropajes rotos. Un par de ellas yacían muertas en la madera -Helena... no te harán daño- conseguí decirle antes de que mis ojos se oscurecieran y cayese rendido, mareado, por la pérdida de sangre
El sol proseguía su marcha por el cielo cuando Helena subio de la bodega y se sentó a mi lado, risueña. Preguntó un par de cosas para luego disculparse por las palabras inoportunas que tuvo a bien de preguntar en el bosque. Negué con la cabeza ligeramente -No tenéis que preocuparos por eso. Preguntasteis, yo respondí, nada más. Sobre el trabajo... bueno, digamos que echaba en falta algo de ejercicio.- me levanté mientras hablaba y me acerqué al cubo donde estaba mi camisa, aún completamente húmeda -Maldita sea...- la saqué de su recipiente y la colgé de una soga para que el sol la calentase -Tendría que comprarme una nueva...- comenté mirando hacia la muchacha, sin preocuparme demasiado por qué pensaría de mi al verme semidesnudo. Hubo otra cosa que me preocupó aun más, mucho más.
Los marineros que caminaban de un lado a otro comenzaban a cesar su ritmo, todos agolpándose a babor, mirando al mar. Por más que dirigía mi vista hacia allí, me tapaban sus cabezas. Fue hasta que oí la voz de uno de ellos vociferar en la vela mayor -¡Capitán, se acerca un barco sin bandera!- volvió a mirar por el catalejo -¡Parece viejo, quizá necesiten ayuda!- aquellas palabras me resultaron realmente extrañas, ofrecer ayuda a un barco sin bandera en alta mar era realmente peligroso aunque, no obstante, la piratería estaba mayormente abolida, si no lo estaba por completo.
El enorme capitán dio órdenes de aproximarnos hacia el barco y no tardamos más de una hora en llegar hasta él, quedándome junto a Helena por lo que pudiese pasar, porque algo me intranquilizaba de forma sobrenatural.
No nos separarían más de cien metros de aquel barco de casco gastado cuando una bandera negra se izó velozmente con una calabera blanca. Piratas. Los marineros se encontraron envueltos en un pánico terrible así como los demás tripulantes que empezaron a corretear de un lado a otro, gritando causando una gran confusión -¡A las armas! ¡Hombres, tomad lo que tengáis a mano, debemos proteger a los pasajeros!- gritó aquel hombre corpulento de avanzada edad. Yo hice lo propio tomando mis dos revólveres de la gabardina negra, preparados para disparar. Fue entonces cuando las naves colisionaron con un gran estruendo y chasquido de maderos... fue cuando los garfios comenzaron a anclarse en nuestro barco y los piratas comenzaron a cruzar, así como la pasarela que tendieron de un barco a otro. Nuestro barco apenas era un balandro... y el suyo, un galeón negro.
El trámite de piratas de un barco a otro fue fugaz, tan veloz que en apenas unos minutos nos vimos rodeados por un enorme círculo de hombres de mal aspecto y armados con sables y trabucos, estando todos los marineros y pasajeros en el centro, en un pequeño círculo. Me coloqué junto a Helena para defenderla en caso de que sea necesario, apuntando a los impresentables que teniamos por enfrente que reían y dirigían gestos obscenos a la joven muchacha -¡Vamos, muestra otra vez esa lengua! ¡Juro por los cadáveres de mis antepasados que te la dividiré en dos con una sola bala!- reté a aquel hombre dando un paso al frente entre todo el griterío que se había montado, esperando una inminente pelea entre aquel piratilla y yo, pero resonaron unos pasos más que bajaban la pasarela ¿cómo los pude oir? Por el simple hecho de que todos, absolutamente todos habían callado. Una chaqueta larga y negra con galones dorados en los hombros enganchada a los hombros de una camisa negra y desarreglada, junto a unos pantalones marrones y unas botas desgastadas, así como el sombrero de tres picos... -¡Señor Kennway! Vaya una sorpresa encontrarle aquí- reía la voz de aquel hombre, el capitán del barco. Me conocía... y yo le conocía a él. Killian Jones -Qué caprichoso es el destino ¿verdad? ¡Quien me iba a decir a mi que te encontraría aquí, en alta mar, cuando la Era Dorada se acaba- reía y reía sin parar haciendo que sus lacayos también lo hicieran. Junto a él, dos muchachas jóvenes y rubias de cabellos rizados y largos, de aspecto despampanante y curvas caprichosamente voluptuosas -¿Kennway? ¿Connor Kennway? ¿El Connor Kennway que una vez nos mencionaste?- preguntó una de ellas, la de los ojos azules claros, mirándome de arriba abajo con gesto pícaro. La otra tenía los ojos verde-miel, una mezcla extraña y llamativa que conjugaba bien con su fino rostro. No era de extrañar que fueran las chicas del capitán -No ¿en serio? Si no fuese él no habría saludado de esa forma idiota- esa frase de la de los ojos verdes provocó una discusión entre ellas que el capitán acalló con una palmadita en los respectivos traseros -Señoritas, por favor... tenemos invitados- esbozó una sonrisa coqueta y burlesca hacia mi... y luego hacia Helena, al verla casi tras de mi -Venga chicos... a desvalijar a estas ratas acuáticas- aquella orden con voz cansada y desagradable estalló como la pólvora, haciendo que cada hombre recorriese el barco y los bolsillos de los tripulantes llevándose cualquier cosa de valor que tuviesen encima, incluida mi daga, mis revolveres y la bolsa de Helena.
Mientras se encargaban de todo ello, comenzaron a llevarse a las mujeres a su barco no sin amarrarles antes las manos. Killian había puesto especial atención en Helena, por ser precisamente la más joven junto a una muchacha que antes había obviado, de tez morena, mulata, de cabellos negros como el carbón que llevaban tras ella mientras la subían por la pasarela. El capitán pirata por su parte se dirigió hacia mi, me escrutó la cara con sus aviesos ojos verdosos y ordenó que me llevasen arriba. El resto de los hombres quedaron maniatados en el balandro desvalijado.
En la cubierta del galeón comenzaron a comprobar todo lo que habían robado hasta llegar a la bolsa de Helena, jugando con sus ropas interiores, oliéndolas y apostándoselas los unos a los otros riendo sin cesar -¡Eh, son ropas femeninas! Nos pertenecen a nosotras- clamó la de ojos azules, la más bajita. La otra asintió de brazos cruzados y un bufido, miraba a Helena con cieta animadversión, pues se había percatado de que Killian la observaba. Yo también me había fijado... tanto en él, como en la ropa interior -Muy bonitas...- murmuré a Helena con tono jocoso, intentando quitarle peso al asunto -Haced lo que queráis con lo que encontréis... pero esas ropas se las dais a mis chicas. Quien sabe, quizá hasta vuelvan a su dueña si la tomo como mi tercera Segunda de abordo- le lanzó un pequeño beso a Helena junto con un guiño de ojos, travieso. Mi cara reflejó un asco atroz, asco del que el capitán se percató -Oh... ¿te molesta, Kennway? ¿No será tu putita, verdad? De ser así, creo que me la follaré antes de lo que tengo planeado- hablaba casi a gritos, escupiendo saliva a mi cara. Era más joven que yo, aproximadamente cinco años más joven, con una barba recortada que le cubría las mejillas como una sombra y unos ojos agresivos. Sus facciones eran bonitas y era guapo, esbelto, alto y fornido; era lógico que aquellas dos mujeres estuviesen prendadas de él -Déjala a ella en paz, Jones, o me las pagarás-Tú y yo hablaremos luego, traidor. Bendito sea el mar que te trajo hasta mi para saldar la deuda que tienes pendiente conmigo- las chicas se mordían el labio observando la brutalidad de su capitán al hablar, parecían excitadas -Y la vas a saldar de la peor de las formas- pasó su mirada a Helena, estudiándola de arriba abajo. Le palpó la cara con sus dedos finos y delicados adornado con anillos de hueso y acero. Acarició su cabello, pasó el dedo índice por su cuello hasta la clavícula de la joven ante la atenta y furibunda mirada de las rubias -Eres apetitosa... Tienes buen gusto, Connor, siempre lo tuviste para todo.- esbozó una sonrisa nostálgica -Sí, es guapa y está de buen ver... pero por los viejos tiempos te dejaré despedirte de ella, esta noche iré a haceros una visita en la bodega y me la llevaré- deslizó despacio la mano por el hombro de Helena hasta que su mano se detuvo sobre su pecho derecho, apretándolo un poco -No tiene unos senos tan grandes como los de mis chicas... pero tiene una boquita dulce, sabrá trabajar- acto seguido, la abofeteó y le agarró del mentón obligándola a mirarle a los ojos -Espero que tengas hambre, pequeña gatita- Killian me miró. Mis ojos rezumaban odio y fuego -¿Y esos ojos, Connor? No me digas que te estoy ofendiendo...- comenzó a desternillarse de risa junto a los demás piratas que ya se habían repartido el botín y habían puesto en marcha el barco. Cuando me quise dar cuenta, estaban llevándose a las mujeres a la bodega, los siguientes eramos nosotros -¡Gozo solo por saberlo! Desconozco si te habrás acordado de mi durante este par de años, quizá no tanto como yo de ti. Pero creeme, me las vas a pagar- nos quedamos solos en la cubierta los piratas, él, Helena y yo -Ya lo creo que me las vas a pagar, querido hermano...- empezaron a resonar gritos aterrorizados desde la bodega, gritos y golpes, así como distintos restallidos y risas macabras. Supuse que estaban violando a las mujeres y no se llevaron a Helena porque Killian tenía interés en ella -Jones... si le pones una mano encima a Helena te juro que...-¿Helena? Bonito nombre- las mujeres bufaron, molestas y celosas -...¡Jones!- ladré enfermo de rabia e intenté dar un paso hacia él, pero me asestaron un golpe en la nuca con una porra, caí de rodillas. Me di cuenta entonces de que estaba semidesnudo aún... y vi caer sangre al suelo. El golpe me había abierto una pequeña herida en la cabeza que comenzó a arder. Miré a la muchacha -Te sacaré de aquí- no hablé, ni siquiera susurré, solo gesticulé despacio con la boca -Killian Jones...- lo miré mientras el pelo caía sobre mi cara como una cascada de oscuridad y caía sangr por mis mejillas -Si eres lo bastante hombre para tratar así a las mujeres y para proclamarte capitán pirata, dame una espada y suéltame- él rió -¿Y arriesgarme a matarte? No hermano, no aún. Quiero que sufras la soledad que yo sufrí... y la sufrirás sabiendo que a tu zorrita se la está tirando otro. Le será dificil pensar en ti y llamarte con la boca llena, tú me entiendes- me guiñó un ojo antes de darse media vuelta. Aquel gesto relajó a las muchachas que lo abrazaron. Killian alzó el brazo. Me percaté de que estabamos lejos del balandro pero en paralelo a él -Caballeros... ¡Fuego!-¡JONES!- mi grito se ahogó con el restallido de los cañones y la consecuente explosión del barco en el que viajábamos, cuyos marineros y hombres de las mujeres violadas en la bodega habían quedado condenados a muerte -Las cosas ya no son como antes, Connor- habló sin girarse hacia mi -Se avecina tormenta, señor Kennway- las mujeres rieron mirándome mientras él se volvía hacia la chica y yo -Una tormenenta que te arrastrará hasta lo más profundo de la desesperación... y a ella contigo. Llevaoslos- nos arrastraron entonces hacia la bodega a empujones, donde solo habían quedado un grupo de mujeres asustadas en contra las paredes y barriles de cerveza, comida y ron, llorando, heridas y con los ropajes rotos. Un par de ellas yacían muertas en la madera -Helena... no te harán daño- conseguí decirle antes de que mis ojos se oscurecieran y cayese rendido, mareado, por la pérdida de sangre
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
No puedo expresar con palabras la sensación de libertad que sentí cuando Connor me solventó con sus palabras de toda pesadez por mi estúpida pregunta. Era extraño, no era en ese momento el Connor que osó asustarme dos veces de una forma demasiado poco ortodoxa para hacerme ver que no tenerle miedo a la noche no era seguro, y eso, a la vez que me daba confianza, me tranquilizaba. Tomó un cubo, cuando se puso de pie, en el que se encontraba su camisa blanca completamente empapada. Reí, primero porque me sorprendió que la hubiese lavado, y segundo, porque no había conseguido sacarla. Me puse en pie yo también, con intención de gastarle una broma, pero callé. Estaba semidesnudo, si, y quise evitar cualquier contacto de mi mirada con él, pero, no fue su cuerpo lo que me llamó la atención en sí, sino las múltiples cicatrices que en su torso y espalda de hallaban... y no parecían cicatrices normales... eran cicatrices demasiado grandes, demasiado gruesas...Quise preguntarle, pero me percaté de que estaba entretenido observando algo. Observaba algo que también llamó mi atención. Los marineros, las personas, caminaban de un lado a otro en cubierta. Habían avistado un barco que posiblemente necesitase ayuda del nuestro -Oh no... más gente en la bodega no- dije, era incomodo dormir con tantas personas. Y entonces, ocurrió algo que sobrepasó lo normal. Connor se colocó a mi lado y eso hizo que me alertase un tanto, pero lo peor fue cuando aquellos marines gritaron al unisono ''¡Piratas!'' -¿Piratas? no, no puede ser. Ya no hay piratas, seguro que es todo un malen...- El barco de bandera negra colisionó intencionadamente con el nuestro, haciendo que me tambalease un tanto y me pusiese nerviosa. Llevé mi mano a la daga que mi acompañante me había ofrecido, pero sin sacarla, solo la sujeté. -Connor...¿Que esta pasando?- Me horroricé de una forma que no podía ir a más.
Connor se colocó frente a mi, a mi lado, como si quisiese protegerme de aquellos vándalos. Pero una locura todo, piratas ¿desde cuando? Solo debían de ser unos pobres maleducados con falta de todo excepto vergüenza. Muchos de ellos, formaron un círculo al rededor nuestra y comenzaron a lanzar una serie de borderíos que decidí obviar. Me sorprendió la dureza y la valentía que en ese momento comenzó a mostrar mi acompañante, encarándose con uno de los piratas que acababa de burlarse impropiamente de mí. Y entonces, apareció, el que parecía ser el cabecilla de todos los que allí se encontraban. Físicamente, no era como cualquier capitán pirata que había podido imaginar alguna vez. No tenía una pierna de palo, no estaba gordo, ni tenía mellas en su boca. Todo lo contrarío, pues de sus brazos aparecieron dos chicas rubias sorprendente mente despampanantes a las que seguramente les parecería un hombre deseable. Y lo peor de todo, a juzgar por su saludo, conocía a Connor. Oí su conversación, furiosa y nerviosa. Prácticamente, no entendí absolutamente nada ¿Por que se conocían? Me percaté de que ese tal Jones no parada de mirarme, con esa sonrisa y ese faz que no me procuraba nada bueno, sino todo lo contrario. A cada mirada, yo se las devolvía con una furiosa y llena de ira. Me maniataron, me condujeron hasta su barco y por suerte o fortuna, fui la única mujer a la que aquellos rudos hombres no trataron de malos modos ni me llevaron con ellos. Entonces, entre las manos de uno de ellos, encontré algo que hizo que quisiese que la tierra me tragase -¡Dejad eso! ¡Ahí no hay nada!- grité furiosa, aunque más bien estaba avergonzada. Aquellos piratas se habían hecho con mi ropa y la interior, mostrandola en público donde todos la miraron, palparon y sortearon. Incluso Connor la observó, no aguantaba más -¡¿Quien os creeis que sois?! ¡¿Eh?! ¡Dejadnos ir ahora mismo! ¡No tenéis ni idea de con quien estáis tratando! ¡Os juro que como hagáis lo mas mínimo y no me dejéis llegar a Italia en vosotros caerá una pena que no soportareis ante la ley! - estallé en gritos, aunque lamentablemente, apenas podía moverme.
Y lo peor de todo, es que nada les importó. Jones empezó a comportarse de una forma a la que empecé a temer, lanzando esos besos picaros y comentando cosas que hicieron que comenzase a temblar. Los gritos de las mujeres empezaron a hacerme imaginar lo que pasaría dentro de poco. No, no. Connor intentó defenderme, pero con ese hombre, nada servía. Hablaron sobre una ''traición'' que hizo que me sintiese desprotegida por completo ¿Quien era Connor? Si era guardabosques ¿Como podía tener relación con un pirata así? Como mi acompañante reaccionaba con furia a cada palabra grosera que aquel hombre me lanzaba, se acercó hacia mi, tuvo la poca vergüenza de acariciarme el rostro a pesar de que hice todo lo posible por evitarle -No me vas a tocar...- dije, llena de furia, cuando volvió al mismo tema sexual. Y entonces deslizó la mano que anteriormente me acariciaba, para llevarla a uno de mis pechos, para apretarlo. Antes de escuchar ni una grosería más le escupí a la cara con todas mis ganas -¡Hijo de perra!- rápidamente, me dio una bofetada. Apenas pude reaccionar y abrir mi boca para dolerme. Tomó mi mentón y me obligó a mirarle. Esta vez no lo pude disimular. Me ardía el rostro y mis ojos estaban deseosos de llorar. Y me sentí aún más impotente de lo que ya empezaba a sentirme, cuando golpearon a Connor haciendo que sangrase-¡Connor!-. Ahora ya no estaba segura de quien era, pero él era lo único que me quedaba en ese momento; y por mucho que me protegiese con sus palabras, estaba aterrada. Killian se giró y mantuve la esperanza de que se fuese y todo acabase, pero lo único que hizo fue empeorar. Destruyeron el barco mercante, y con él, a todos los que se encontraban dentro. -¡No!- grité, aunque no llegase a oírse nada.
Después de aquello, nos condujeron a empujones hacia la bodega, donde nos encerraron a Connor y a mi junto a muchas de las mujeres que habían sido violadas. No pude evitar dejar de mirarlas ¿Aquello era lo que a mi me esperaba? Estaba perdida. No aguanté más, me llevé una mano a la boca y rompí a llorar. Las palabras de Connor, aunque consiguieron aportarme un ápice de esperanza, me preocuparon -Connor...¿Estas...bi?- cayó al suelo, mareado por el golpe que le habían propinado y que ahora sangraba. -¡Connor! ¡Connor!- me arrodillé junto a él y le sostuve la cabeza con una mano, mientras con la otra acariciaba su rostro y lo dirigía hacia mi para que me respondiese -Háblame, háblame, por dios.- estaba desesperada. Observé que su sangre comenzó a manchar mis brazos. Dejé su cabeza en mi regazo y rasgué mi falda para sacar de ella un buen trozo de tela. Después, volví a tomarle con mi brazo y coloqué la tela sobre su herida, limpiándola y a la vez taponándola. Entre todo aquello, no podía dejar de llorar e intentar, a la vez, que Connor me hablase y prestase atención. Seguramente, le estaría ayudado y con torpeza. No sabia nada de heridas, las manos me temblaban y deseaba despertar de aquella terrible pesadilla -Connor...tengo miedo. Jones dijo que vendría a buscarme pronto y me ocurrirá lo mismo que a estas mujeres. No puedo soportarlo más. Y después de esto, estoy confusa, no se porqué le conoces ni entiendo nada de lo que aquí esta pasando. Tengo miedo y ya no se que hacer...-dije, haciendo que el llanto aumentase. Mientras hablaba, no podía dejar de mirarlas a ellas tampoco. Sólo podía imaginarme a mí, con la ropa rasgada, dolida y cubierta de sangre.
Connor se colocó frente a mi, a mi lado, como si quisiese protegerme de aquellos vándalos. Pero una locura todo, piratas ¿desde cuando? Solo debían de ser unos pobres maleducados con falta de todo excepto vergüenza. Muchos de ellos, formaron un círculo al rededor nuestra y comenzaron a lanzar una serie de borderíos que decidí obviar. Me sorprendió la dureza y la valentía que en ese momento comenzó a mostrar mi acompañante, encarándose con uno de los piratas que acababa de burlarse impropiamente de mí. Y entonces, apareció, el que parecía ser el cabecilla de todos los que allí se encontraban. Físicamente, no era como cualquier capitán pirata que había podido imaginar alguna vez. No tenía una pierna de palo, no estaba gordo, ni tenía mellas en su boca. Todo lo contrarío, pues de sus brazos aparecieron dos chicas rubias sorprendente mente despampanantes a las que seguramente les parecería un hombre deseable. Y lo peor de todo, a juzgar por su saludo, conocía a Connor. Oí su conversación, furiosa y nerviosa. Prácticamente, no entendí absolutamente nada ¿Por que se conocían? Me percaté de que ese tal Jones no parada de mirarme, con esa sonrisa y ese faz que no me procuraba nada bueno, sino todo lo contrario. A cada mirada, yo se las devolvía con una furiosa y llena de ira. Me maniataron, me condujeron hasta su barco y por suerte o fortuna, fui la única mujer a la que aquellos rudos hombres no trataron de malos modos ni me llevaron con ellos. Entonces, entre las manos de uno de ellos, encontré algo que hizo que quisiese que la tierra me tragase -¡Dejad eso! ¡Ahí no hay nada!- grité furiosa, aunque más bien estaba avergonzada. Aquellos piratas se habían hecho con mi ropa y la interior, mostrandola en público donde todos la miraron, palparon y sortearon. Incluso Connor la observó, no aguantaba más -¡¿Quien os creeis que sois?! ¡¿Eh?! ¡Dejadnos ir ahora mismo! ¡No tenéis ni idea de con quien estáis tratando! ¡Os juro que como hagáis lo mas mínimo y no me dejéis llegar a Italia en vosotros caerá una pena que no soportareis ante la ley! - estallé en gritos, aunque lamentablemente, apenas podía moverme.
Y lo peor de todo, es que nada les importó. Jones empezó a comportarse de una forma a la que empecé a temer, lanzando esos besos picaros y comentando cosas que hicieron que comenzase a temblar. Los gritos de las mujeres empezaron a hacerme imaginar lo que pasaría dentro de poco. No, no. Connor intentó defenderme, pero con ese hombre, nada servía. Hablaron sobre una ''traición'' que hizo que me sintiese desprotegida por completo ¿Quien era Connor? Si era guardabosques ¿Como podía tener relación con un pirata así? Como mi acompañante reaccionaba con furia a cada palabra grosera que aquel hombre me lanzaba, se acercó hacia mi, tuvo la poca vergüenza de acariciarme el rostro a pesar de que hice todo lo posible por evitarle -No me vas a tocar...- dije, llena de furia, cuando volvió al mismo tema sexual. Y entonces deslizó la mano que anteriormente me acariciaba, para llevarla a uno de mis pechos, para apretarlo. Antes de escuchar ni una grosería más le escupí a la cara con todas mis ganas -¡Hijo de perra!- rápidamente, me dio una bofetada. Apenas pude reaccionar y abrir mi boca para dolerme. Tomó mi mentón y me obligó a mirarle. Esta vez no lo pude disimular. Me ardía el rostro y mis ojos estaban deseosos de llorar. Y me sentí aún más impotente de lo que ya empezaba a sentirme, cuando golpearon a Connor haciendo que sangrase-¡Connor!-. Ahora ya no estaba segura de quien era, pero él era lo único que me quedaba en ese momento; y por mucho que me protegiese con sus palabras, estaba aterrada. Killian se giró y mantuve la esperanza de que se fuese y todo acabase, pero lo único que hizo fue empeorar. Destruyeron el barco mercante, y con él, a todos los que se encontraban dentro. -¡No!- grité, aunque no llegase a oírse nada.
Después de aquello, nos condujeron a empujones hacia la bodega, donde nos encerraron a Connor y a mi junto a muchas de las mujeres que habían sido violadas. No pude evitar dejar de mirarlas ¿Aquello era lo que a mi me esperaba? Estaba perdida. No aguanté más, me llevé una mano a la boca y rompí a llorar. Las palabras de Connor, aunque consiguieron aportarme un ápice de esperanza, me preocuparon -Connor...¿Estas...bi?- cayó al suelo, mareado por el golpe que le habían propinado y que ahora sangraba. -¡Connor! ¡Connor!- me arrodillé junto a él y le sostuve la cabeza con una mano, mientras con la otra acariciaba su rostro y lo dirigía hacia mi para que me respondiese -Háblame, háblame, por dios.- estaba desesperada. Observé que su sangre comenzó a manchar mis brazos. Dejé su cabeza en mi regazo y rasgué mi falda para sacar de ella un buen trozo de tela. Después, volví a tomarle con mi brazo y coloqué la tela sobre su herida, limpiándola y a la vez taponándola. Entre todo aquello, no podía dejar de llorar e intentar, a la vez, que Connor me hablase y prestase atención. Seguramente, le estaría ayudado y con torpeza. No sabia nada de heridas, las manos me temblaban y deseaba despertar de aquella terrible pesadilla -Connor...tengo miedo. Jones dijo que vendría a buscarme pronto y me ocurrirá lo mismo que a estas mujeres. No puedo soportarlo más. Y después de esto, estoy confusa, no se porqué le conoces ni entiendo nada de lo que aquí esta pasando. Tengo miedo y ya no se que hacer...-dije, haciendo que el llanto aumentase. Mientras hablaba, no podía dejar de mirarlas a ellas tampoco. Sólo podía imaginarme a mí, con la ropa rasgada, dolida y cubierta de sangre.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 17/11/2012
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Todo era silencio, silencio prolongado, silencio húmedo. Silencio rudioso, un silencio que vibraba y zumbaba en mis oidos. Casi distinguía un sonido coherente en el ruido sordo ¿palabras? No... ¿Helena? Era Helena. Estaba llorando... ¿Por qué? Si no pasaba nada, estábamos a salvo... Espera, no, no estábamos a salvo. Había algo, una oscuridad, se cernía sobre nosotros. Había una sombra en aquel lugar, sí... la olía, la sentía... unos ojos azules, como el cielo veraniego y su reflejo en el mar. Ojos azules me miraban y miraban a Helena. Estiraba su brazo aquella sombra para agarrarla por los hombros. Helena no dejaba de llorar y yo sentía húmeda la cara, así como el pelo y la nuca. Hacía frío pero a la vez tenía un calor horrible en la cabeza. No podía evitar que aquella figura arrastrara a Helena, la separaba de mi, se soltaba de mi cuerpo llorando. Tenía miedo, sí, la joven tenía miedo y mi deber era protegerla. La protegería, debía hacerlo... quería hacerlo.
Abrí los ojos en mitad de una oscuridad bañada por la humedad de un ambiente cargado y continuos sollozos femeninos. Uno de ellos el de Helena, que lloraba angustiada mientras frotaba mi nuca con un trozo de tela. Me dolía la cabeza, pero no hice menor mueca cuando súbitamente, me erguí y la sujeté por los hombros -¿Estás bien?- mis ojos se clavaron en ella con fiereza, como si no fuera la verdadera mujer a la que protegía -¿Dónde está esa mujer de negro?- era obvio que Helena no sabría de que hablaba, pues habían sido delirios de mi mente inconsciente. Una pesadilla...¿o no? -No... no ha pasado nada- la solté despacio y me toqué la zona donde me habían golpeado. La sangre ya estaba secándose y mi melena taparía la herida. Observé el lugar detenidamente... y no parecía haber rastro de aquella mujer de ojos azules que estaba tras Helena. Me relajé un tanto y me senté junto a la muchacha. Le puse una mano en el hombro, el cual froté despacio, para tranquilizarla -Tranquila...- me encontraba mareado y el dolor me aquejaba el ojo izquierdo, el cual casi tenía cerrado debido al dolor. -Jones... no estaría hablando en serio- era consciente de que la había agredido y le había tocado un pecho sin miramientos. Quizá Jones había cambiado más de lo que yo pensaba, pero había algo que me hacía creer que él no tenía intencion de herirla. Tal vez fuese el hecho de que cuanto más me veía sufrir y furioso, más se atrevía con Helena. Lo comprendí entonces: la estaba usando para hacerme daño y vengarse de mi ¿tanto rencor me guardaba por aquello?
Guardé silencio tras aquellas palabras, pues no sabía qué más podía decirle a una joven muchacha rica que casi había sido violada en mitad de una muchedumbre de piratas, tampoco estaba acostumbrado a ello ni me acostumbraría jamás. Las demás mujeres presentes me miraban con un profundo pesar y otras con un desagrado semejante que hacía que sus rostos se tornaran agresivos y líneas de ira y rabia en forma de arrugas de asco se dibujaran por toda su faz. Solamente había una, alejada, que ni movía un dedo, ni sollozaba. Apenas si parecía que respiraba. Estuve extrañado vario rato a causa de aquella joven, que parecía tener la misma edad que Helena, pero me centré más en mi "pequeña" acompañante.
No separé mi mano de su hombro, pero no hacía más que eso, frotárselo con delicadeza intentando consolarla. Eso era lo que había visto que hacían las otras personas entre ellos, así que supuse que era lo que debía hacer. Por lo demás, ni una sola palabra salió de mi boca hasta horas después.
Habían pasado horas que parecieron minutos en el disfrute de aquella íntima soledad que compartían los prisioneros de la bodega, entre ellos Connor y Helena. El cazador cuya profesión era desconocida para la joven, había permanecido en su sitio junto a ella, profesándole de vez en cuando alguna palabra de ánimo, pero no pensaba hablar de lo ocurrido. No hasta que unos pasos hicieron crujir las inchadas escaleras de madera que llevaban a la bodega que, tras el tintineo revelador de unas llaves, hizo que el corazón de todos los presentes se acelerara, incluido el del rudo hombre de pelo negro que acompañaba a la señorita Mauleón.
La puerta se abrió lentamente y un armado capitán Jones entró en la instancia, solo, sin escolta. Connor en ese momento contempló la posibilidad de atacarle, pero sabía que en su estado y desarmado, al contrario que Killian, no podría hacer gran cosa, salvo morir.
El avieso capitán miró a las presentes con una sonrisa de superioridad y burla, para dirigirla finalmente hacia Helena -Buenas noches, damas- no mencionó la palabra "caballero" a drede, jocoso, insultando a Connor -Espero que el viaje en Empresas Jones os esté resultando... ¿Cómo decirlo?... Ah, sí... placentero- estalló en crueles carcajadas al dar a entender la violación brutal que las mujeres habían recibido con anterioridad -Lo lamento, lo lamento... no quería violar vuestro espacio y destruir este silencio virginal... ¡uy! ¿He dicho virginal? Creo que no queda rastro de ello en este barco- escupió, refiriéndose a las más jovenes, desfloradas con crueldad. Anduvo hacia la más joven, Helena, y la tomó por el hombro apartando la mano de Connor -Es hora de que vengas conmigo, preciosa- sonrió -Creo que te toca... antes te saltaste tu turno- la forzó a levantarse y la obligó a caminar con un empujón. Connor se levantó y como premio, recibió un golpe certero con la empuñadura de plata de la espada de Jones en plena frente, derribándolo por completo -Tu sitio está aquí, perro. Nuestros asuntos se arreglarán más tarde- sacó a Helena de la bodega a empujones y cerró la puerta de madera con la llave.
Minutos después, se encontraría en su camarote, el único del barco y el lugar más adornado con diversas sillas de madera, una mesa escritorio y hasta un estante con libros. Además tenía una especie de lámpara de araña que iluminaba el lugar con velas. La noche había caido con una velocidad brutal -Siéntate- ordenó a la señorita Mauleón -Y no gimotees ni me armes escándalos, no voy a hacerte nada- Jones se sentó en su silla tras la mesa, aguardando que Helena hiciera la propio. Como un jefe haciendo negocios con un empleado -El problema es con tu amiguito y no contigo, pero me eres realmente valiosa como objeto para hacerle sufrir ¿tanto amor te profesa? Me pregunto qué tal le debes de chupar la polla para ello- su lenguaje soez no daba pie a una conversación demasiado agradable. No obstante, su cara reflejaba cierta compasión -Dijiste que ibais a Italia ¿por qué?- interrogó el pirata, entrelazando sus manos frente a su cara, con los codos apoyados en la mesa -Puedes hablar, no hacemos daño a las mujeres, pero comprenderás que mis hombres necesitan desfogarse y llevábamos varias semanas en alta mar sin poder pagarle unas prostitutas. Además, este encargo es para cierto esclavismo clandestino del cual te salvarás si confiesas... Yo acabo de decirte mis planes, así que te muestro confianza- sonrió con cordialidad a pesar de la tensa situación que estaban viviendo -Ah, sí... y perdona lo de antes, no me guardes rencor. Tienes las tetas algo pequeñas, me gustan más grandes. No te preocupes por ello- se carcajeó sin importarle si la joven se ofendía -Venga, habla, di que os lleva a ti y a tu novio callejero a Italia y quizá podamos ser amigos...- arqueó las cejas, impaciente por lo que Helena tuviera que contar.
Abrí los ojos poco tiempo después, mientras la joven muchacha morena que siempre estaba callada me abofeteaba con sutileza, espavilándome. Di un respingo y la tomé del cuello con fuerza, apretando su garganta con la mano derecha. La solté ipso facto al percatarme de que no era Jones ni ninguno de sus piratas. -¡Oh! Lo siento...- la aferré de los hombros con ambas manos y la miré consternado -Yo... no quería...- en términos generales me hubiese dado igual lo que pensara de mi, pero era consciente de que estaba en una bodega de un barco donde a nadie le importaba rodeado de mujeres furiosas con los hombres, violadas y ultrajadas. Lo último que me beneficiaría sería hacerlas montar en cólera y que pagaran su frustración conmigo. Además, aquella morena era casi igual de joven que Helena y no tenía culpa de nada de lo que ocurría.
La muchacha no habló, solo negó con la cabeza y me dio una palmada en el pecho a modo de despedida, retornando a su rincón. Al parecer estaba bien, parecía ser una mujer dura a pesar de su corta vida.
En pocos segundos rememoré a Helena y que Jones se la había llevado. Dejé de respirar, contuve el aliento lo suficiente para intentar oir algo en cubierta o donde sea, pero solo se oía la madera crujir y el sollozo de las mujeres. No podía evitar imaginarme al malnacido de Killian poseyendo con fiereza y descaro el cuerpo menudo de la muchacha que estaría viviendo el peor momento de su existencia. Entonces fui yo el que se embargó por la ira y no aquellas mujeres.
Me puse en pie y me moví de un lado a otro por toda la bodega, buscando cualquier cosa que pudiera servirme. Maderas, telas, cuerdas... nada, tan solo un trozo de cristal de una lámpara de aceite rota. Lo estaba examinando cuando oí a un par de hombres abrir la puerta nuevamente y entrar con risas de borrachos. Se adentraron en la penumbra de la bodega, hacia las mujeres, que se arrastraban por el suelo o la pared alejándose de ellos -Venga preciosas, vamos a jugar otra vez.- reía uno de ellos desatándose los calzones sucios y con un extraño moho en la entrepierna -Seh... juguemos a los curanderos. Vosotras decís "Aaa" mientras nosotros os rociamos con nuestra... "bendición" ¿os parece?- ambos echaron a reir, ya desnudos. Las mujeres habían pasado a gritar y aquello me provocó el dolor de cabeza más grande que jamás había sentido. Era insoportable, hasta el punto de que no me percaté hasta que los gritos cesaron, de que los dos hombres estaban en el suelo de madera, tendidos boca abajo y el cristal empuñado en mi mano derecha cubierto de sangre oscura y espesa -... Maldición- tiré el cristal y comencé a rebuscar en los bolsillos de los pantalones de aquellos hombres hasta recuperar la llave... debía salvar a Helena pasara lo que pasara, quizá aún podía estar a tiempo si a Jones le daba por jugar a los capitanes -Muchacha... si te saco de aquí...- eché a caminar rumbo a las escaleras y cerré la puerta tras de mi. Subí hacia cubierta -Juro por tu padre, que me pagará mis servicios, que me debes mi peso en whiskey...- murmuraba mientras oía diversos ronquidos próximos a mi. Las aguas de esa noche serían rojas en poco tiempo...
Abrí los ojos en mitad de una oscuridad bañada por la humedad de un ambiente cargado y continuos sollozos femeninos. Uno de ellos el de Helena, que lloraba angustiada mientras frotaba mi nuca con un trozo de tela. Me dolía la cabeza, pero no hice menor mueca cuando súbitamente, me erguí y la sujeté por los hombros -¿Estás bien?- mis ojos se clavaron en ella con fiereza, como si no fuera la verdadera mujer a la que protegía -¿Dónde está esa mujer de negro?- era obvio que Helena no sabría de que hablaba, pues habían sido delirios de mi mente inconsciente. Una pesadilla...¿o no? -No... no ha pasado nada- la solté despacio y me toqué la zona donde me habían golpeado. La sangre ya estaba secándose y mi melena taparía la herida. Observé el lugar detenidamente... y no parecía haber rastro de aquella mujer de ojos azules que estaba tras Helena. Me relajé un tanto y me senté junto a la muchacha. Le puse una mano en el hombro, el cual froté despacio, para tranquilizarla -Tranquila...- me encontraba mareado y el dolor me aquejaba el ojo izquierdo, el cual casi tenía cerrado debido al dolor. -Jones... no estaría hablando en serio- era consciente de que la había agredido y le había tocado un pecho sin miramientos. Quizá Jones había cambiado más de lo que yo pensaba, pero había algo que me hacía creer que él no tenía intencion de herirla. Tal vez fuese el hecho de que cuanto más me veía sufrir y furioso, más se atrevía con Helena. Lo comprendí entonces: la estaba usando para hacerme daño y vengarse de mi ¿tanto rencor me guardaba por aquello?
Guardé silencio tras aquellas palabras, pues no sabía qué más podía decirle a una joven muchacha rica que casi había sido violada en mitad de una muchedumbre de piratas, tampoco estaba acostumbrado a ello ni me acostumbraría jamás. Las demás mujeres presentes me miraban con un profundo pesar y otras con un desagrado semejante que hacía que sus rostos se tornaran agresivos y líneas de ira y rabia en forma de arrugas de asco se dibujaran por toda su faz. Solamente había una, alejada, que ni movía un dedo, ni sollozaba. Apenas si parecía que respiraba. Estuve extrañado vario rato a causa de aquella joven, que parecía tener la misma edad que Helena, pero me centré más en mi "pequeña" acompañante.
No separé mi mano de su hombro, pero no hacía más que eso, frotárselo con delicadeza intentando consolarla. Eso era lo que había visto que hacían las otras personas entre ellos, así que supuse que era lo que debía hacer. Por lo demás, ni una sola palabra salió de mi boca hasta horas después.
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Habían pasado horas que parecieron minutos en el disfrute de aquella íntima soledad que compartían los prisioneros de la bodega, entre ellos Connor y Helena. El cazador cuya profesión era desconocida para la joven, había permanecido en su sitio junto a ella, profesándole de vez en cuando alguna palabra de ánimo, pero no pensaba hablar de lo ocurrido. No hasta que unos pasos hicieron crujir las inchadas escaleras de madera que llevaban a la bodega que, tras el tintineo revelador de unas llaves, hizo que el corazón de todos los presentes se acelerara, incluido el del rudo hombre de pelo negro que acompañaba a la señorita Mauleón.
La puerta se abrió lentamente y un armado capitán Jones entró en la instancia, solo, sin escolta. Connor en ese momento contempló la posibilidad de atacarle, pero sabía que en su estado y desarmado, al contrario que Killian, no podría hacer gran cosa, salvo morir.
El avieso capitán miró a las presentes con una sonrisa de superioridad y burla, para dirigirla finalmente hacia Helena -Buenas noches, damas- no mencionó la palabra "caballero" a drede, jocoso, insultando a Connor -Espero que el viaje en Empresas Jones os esté resultando... ¿Cómo decirlo?... Ah, sí... placentero- estalló en crueles carcajadas al dar a entender la violación brutal que las mujeres habían recibido con anterioridad -Lo lamento, lo lamento... no quería violar vuestro espacio y destruir este silencio virginal... ¡uy! ¿He dicho virginal? Creo que no queda rastro de ello en este barco- escupió, refiriéndose a las más jovenes, desfloradas con crueldad. Anduvo hacia la más joven, Helena, y la tomó por el hombro apartando la mano de Connor -Es hora de que vengas conmigo, preciosa- sonrió -Creo que te toca... antes te saltaste tu turno- la forzó a levantarse y la obligó a caminar con un empujón. Connor se levantó y como premio, recibió un golpe certero con la empuñadura de plata de la espada de Jones en plena frente, derribándolo por completo -Tu sitio está aquí, perro. Nuestros asuntos se arreglarán más tarde- sacó a Helena de la bodega a empujones y cerró la puerta de madera con la llave.
Minutos después, se encontraría en su camarote, el único del barco y el lugar más adornado con diversas sillas de madera, una mesa escritorio y hasta un estante con libros. Además tenía una especie de lámpara de araña que iluminaba el lugar con velas. La noche había caido con una velocidad brutal -Siéntate- ordenó a la señorita Mauleón -Y no gimotees ni me armes escándalos, no voy a hacerte nada- Jones se sentó en su silla tras la mesa, aguardando que Helena hiciera la propio. Como un jefe haciendo negocios con un empleado -El problema es con tu amiguito y no contigo, pero me eres realmente valiosa como objeto para hacerle sufrir ¿tanto amor te profesa? Me pregunto qué tal le debes de chupar la polla para ello- su lenguaje soez no daba pie a una conversación demasiado agradable. No obstante, su cara reflejaba cierta compasión -Dijiste que ibais a Italia ¿por qué?- interrogó el pirata, entrelazando sus manos frente a su cara, con los codos apoyados en la mesa -Puedes hablar, no hacemos daño a las mujeres, pero comprenderás que mis hombres necesitan desfogarse y llevábamos varias semanas en alta mar sin poder pagarle unas prostitutas. Además, este encargo es para cierto esclavismo clandestino del cual te salvarás si confiesas... Yo acabo de decirte mis planes, así que te muestro confianza- sonrió con cordialidad a pesar de la tensa situación que estaban viviendo -Ah, sí... y perdona lo de antes, no me guardes rencor. Tienes las tetas algo pequeñas, me gustan más grandes. No te preocupes por ello- se carcajeó sin importarle si la joven se ofendía -Venga, habla, di que os lleva a ti y a tu novio callejero a Italia y quizá podamos ser amigos...- arqueó las cejas, impaciente por lo que Helena tuviera que contar.
***
Abrí los ojos poco tiempo después, mientras la joven muchacha morena que siempre estaba callada me abofeteaba con sutileza, espavilándome. Di un respingo y la tomé del cuello con fuerza, apretando su garganta con la mano derecha. La solté ipso facto al percatarme de que no era Jones ni ninguno de sus piratas. -¡Oh! Lo siento...- la aferré de los hombros con ambas manos y la miré consternado -Yo... no quería...- en términos generales me hubiese dado igual lo que pensara de mi, pero era consciente de que estaba en una bodega de un barco donde a nadie le importaba rodeado de mujeres furiosas con los hombres, violadas y ultrajadas. Lo último que me beneficiaría sería hacerlas montar en cólera y que pagaran su frustración conmigo. Además, aquella morena era casi igual de joven que Helena y no tenía culpa de nada de lo que ocurría.
La muchacha no habló, solo negó con la cabeza y me dio una palmada en el pecho a modo de despedida, retornando a su rincón. Al parecer estaba bien, parecía ser una mujer dura a pesar de su corta vida.
En pocos segundos rememoré a Helena y que Jones se la había llevado. Dejé de respirar, contuve el aliento lo suficiente para intentar oir algo en cubierta o donde sea, pero solo se oía la madera crujir y el sollozo de las mujeres. No podía evitar imaginarme al malnacido de Killian poseyendo con fiereza y descaro el cuerpo menudo de la muchacha que estaría viviendo el peor momento de su existencia. Entonces fui yo el que se embargó por la ira y no aquellas mujeres.
Me puse en pie y me moví de un lado a otro por toda la bodega, buscando cualquier cosa que pudiera servirme. Maderas, telas, cuerdas... nada, tan solo un trozo de cristal de una lámpara de aceite rota. Lo estaba examinando cuando oí a un par de hombres abrir la puerta nuevamente y entrar con risas de borrachos. Se adentraron en la penumbra de la bodega, hacia las mujeres, que se arrastraban por el suelo o la pared alejándose de ellos -Venga preciosas, vamos a jugar otra vez.- reía uno de ellos desatándose los calzones sucios y con un extraño moho en la entrepierna -Seh... juguemos a los curanderos. Vosotras decís "Aaa" mientras nosotros os rociamos con nuestra... "bendición" ¿os parece?- ambos echaron a reir, ya desnudos. Las mujeres habían pasado a gritar y aquello me provocó el dolor de cabeza más grande que jamás había sentido. Era insoportable, hasta el punto de que no me percaté hasta que los gritos cesaron, de que los dos hombres estaban en el suelo de madera, tendidos boca abajo y el cristal empuñado en mi mano derecha cubierto de sangre oscura y espesa -... Maldición- tiré el cristal y comencé a rebuscar en los bolsillos de los pantalones de aquellos hombres hasta recuperar la llave... debía salvar a Helena pasara lo que pasara, quizá aún podía estar a tiempo si a Jones le daba por jugar a los capitanes -Muchacha... si te saco de aquí...- eché a caminar rumbo a las escaleras y cerré la puerta tras de mi. Subí hacia cubierta -Juro por tu padre, que me pagará mis servicios, que me debes mi peso en whiskey...- murmuraba mientras oía diversos ronquidos próximos a mi. Las aguas de esa noche serían rojas en poco tiempo...
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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Fecha de inscripción : 19/11/2012
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
Creo que pocas veces había llorado tanto en mi vida. Por lo general, yo era una mujer fuerte, atrevida, pero todo lo que en aquel barco esta sucediendo empezaba a superarme con creces. Me hubiese abstenido de llorar y preocuparme tanto si aquellos piratas sólo hubiesen demostrado se un grupo de asquerosos sinvergüenzas, pero, al mirar a las tantas mujeres desesperadas que se encontraban a mi alrededor, mis esperanzas desaparecían por instantes. Ellas, habían sido torturadas y obligadas a hacer lo que menos desearían en esos momentos, y yo, era la próxima advertida. ¿Y que iba a hacer yo contra Jones? Sólo había que mirarle a los ojos para comprender que con una sola risotada de las suyas podía hacer lo que quisiese. Para más pesar, Connor se encontraba entre mis brazos, desfallecido a causa del golpe que uno de los piratas le había propinado por rechistar ante la violenta situación que me procesaban anteriormente. De repente, el señor Kennway pareció volver en sí de forma rápida. Me tomó por los hombros preocupado, pero obvié sus palabras hasta que comenzó a delirar sobre mujeres – Connor, no te levantes, déjate caer contra la pared- apenas supe que decirle mientras empujaba su cuerpo, aun semidesnudo, hacia atrás hasta que él mismo decidió sentarse. Separé el pedazo de tela que había arrancado de mi falda, dejándola hecha un desperdicio, al ver que empezó a frotarse –No, no te toques- dije mientras me sentaba con las piernas unidas, esta vez, frente a él. Me puso su mano en mi hombro intentando tranquilizarme, pero por desgracia, no había forma –Connor… ¿Cómo no va a hablar en serio? ¿Es que no lo ves? ¿No viste lo que me hizo arriba? ¿No ves a estas mujeres? ¿Cómo puedes pensar que no va a pasar algo? ¡Oh, Dios mío!- volvía a ponerme nerviosa, mientras me daba cuenta de que me había aventurado a tutearle libremente, cosa que apenas había hecho con nadie –Debería haberme quedado en casa… no debería haber abierto tu maleta ese día, debería haberme quedado allí, ni si quiera debería haber ido a la biblioteca. Que estúpida fui al pensar que quizá encontrar el porqué a la muerte de mi madre iba a ser tan fácil. Soy una inmadura, una niña aún… si te hubiese hecho caso, si te hubiese temido al primer susto… no estaría aquí ahora. Y si alguna vez después de esto vuelvo a París, mi padre me repudiará por todo… Dios mío- a cada palabra, el sonido de mi voz disminuía, haciéndolo parecer un pensamiento. Sabía que Connor pensaría mil cosas sobre aquellas palabras, un ‘’te lo dije’’ tal vez, pero todo eso daba ya igual. Había conseguido quedar en nada. Me llevé las manos a los ojos, para llorar mostrando mi vergüenza, ya no había vuelta atrás.
El sonido del abrir de la puerta de la bodega y de unos pasos firmes hizo que me sobresaltara de ese estado de ‘’shock’’ en el que había quedado durante un buen tiempo. Era el, Killian Jones, quien no había faltado a su palabra. Intenté moverme, colocarme junto a la pared en vano, pero no pude. Aquel hombre tiró de mí de tal forma que consiguió hacerme daño, poniéndome en pie junto a él. El trapo envuelto en sagre cayó al suelo junto a mi acompañante. Intenté escapar, moverme, soltarme de los brazos -¡Connor! ¡Connor!- gritaba, más aún cuando pude ver que le había propinado un golpe en la cabeza. El capitán terminó por sacarme del lugar rápidamente para que dejase de pedirle ayuda entre sollozos. Me llevó hasta lo que parecía ser su camarote, por el camino, sus hombres paraban en seco para contemplar la escena con deseos y risas. Una vez dentro me dí totalmente por perdida, incluso me hice pronto a la idea de que dejasen de recordarme en un par de años después de esto. Obedecí en cuanto a tomar asiento, con la cabeza agachada y las manos recogidas entre sí, rezando por que lo que tuviese que pasar, fuese rápido. Y entonces, sus palabras me sacaron de mis casillas ¿No iba a hacerme nada? ¿En serio? No pude evitar mirar con cara de incredulidad. Decidí no hablar, pues no podía creerme aquellos; y dejé que fuesen sus palabras las que me desvelasen todo aquellos que no entendía, aunque fuesen mayoritariamente obscenas – Que sepáis, que entre el señor Kennway y yo no hay más que intereses propios de cada uno, así que os agradecería que dejaseis ese lenguaje y os abstengáis de hacer comentarios de ese tipo- dije despacio y con tranquilidad. Me preocupé por sus intenciones con Connor, podía intentar convencerle de que no serviría para nada que me utilizase… pero quizá… - No conseguiréis nada utilizándome. El señor Kennway no hará más de lo que habéis visto ya para ayudarme. Buscará dinero de otras fuentes, pensadlo, no le conviene para nada en absoluto. El señor Kennway lo que desea es dinero, entenderéis que quizá no sea yo la única persona de este mundo que pueda proporcionárselo- maldije mil veces haber dicho aquellos para intentar ayudar a Connor tal y como él lo intentaba conmigo, pues yo misma me quitaba importancia en ese navío hasta quedar al nivel de las demás mujeres. Me preocupó a la vez que se interesase por nuestro destino, además, pasó por alto mi petición de que dejase de insultarme. Parecía cómico aquello, un pirata asqueroso con cara de guapo ¿Qué iba a ser lo siguiente? –Mucho me temo que andáis por el camino equivocado. Ya os he dicho que entre el señor Kennway y yo solo hay intereses, y ni usted ni yo llegaremos a ser amigos. Los asuntos que me llevan a Italia son puramente personales, quiero buscar a una persona y por ello necesito al señor Kennway. Eso es todo. No preguntéis, no os pienso desvelar nada más pues no os incumbe, prefiero que finalmente me agradáis como parece que solo sois capaz con una mujer antes que contaros nada- me encaré con él. Desde fuera podrían llamarme estúpida por ello, pero no era tonta, sabía como acabaría aquello. Siempre buscan lo que quieren para después faltar a su palabra, ya sea con un asesinato, un robo, o una violación como en este caso.
El ruido de unos golpes hizo que tanto Jones como yo desviásemos la mirada hacia la puerta ¿Connor? Dios quisiera que fuese él. Killian se levantó de su asiento y se dirigió hacia la puerta para finalmente salir a cubierta, encerrándome con llave en su camarote. Suspiré, asustada. Mi destino se hacia poco predecible cada segundo que pasaba, y reflexioné sobre aquel ruido. Si era Connor, significaba que había reunido fuerzas para ponerse en pie tras los golpes, pero por ello, estaría débil y esperaba que no lo matasen. Él era mi única esperanza. Me sorprendió a mi misma la confianza que en poco tiempo le había tomado, tuteándole, importándome su vida no sólo por mis intereses… como si ya fuese importante para mí. Si salíamos de aquellos, no tenía ni idea de cómo podría agradecérselo. Me puse en lo peor cuando las puertas se abrieron, pero dejé de estar tan tensa al comprobar que se trataba de una de las chicas rubias que poseía la llave de los aposentos. Me miró con desaprobación, y al contemplar que aún estaba vestida, se relajó –Vaya, vaya, vaya ¿Qué tenemos aquí?- dí un paso hacia atrás –No, no, tranquila. No voy a hacerte nada- río –Eso me suena…- - La verdad es que no esperaba encontrarte aquí. Perdona si los muchachos te han asustado, son… fogosos, a su manera- No pude tranquilizarme, me daba mala espina, y más aun cuando se dirigió hacia mi con la intención de rodearme a pasos. Yo, quedé quieta, no dejé que me observara desde todos los ángulos que quisiera –Claro que… No debería importarte lo que Jones quisiera hacer contigo ¿verdad? ¡Ah, no! Es cierto, es cierto- -¿Qué es cierto?- -Te estuve observando cuando Jones se acercó hacia ti yte acarició y manoseó tu cuerpo de esa forma que él solo sabe hacer. Tus ojos lagrimeaban, tu cuerpo ardió en cólera, y eso solo puede significar una cosa- se colocó frente a mi, era mucho más alta que yo –Que eres virgen, sin duda alguna. No te ofendas, es cierto. Si Jones me hubiese hecho aquello a mí no hubiese dudado ni un segundo en fallármelo. Pero tu no. ¿Cuántos años tienes? ¿Veintitrés? ¿Veinticinco? ¡¿Es que no te da vergüenza?!- su tono de voz de repente cambió. Me tensé y busqué alguna escapatoria, algo. Ella, empezó a reírse a carcajadas -¡Lo tuyo es sorprendentemente increíble! ¡Déjame que te vea!- quise pararle los brazos, pero ella se adelantó. Me quitó con violencia el recogido, dejándome los cabellos sueltos y despeinados; para después, rajar mi camisa por delante y con ella el corsé –Bueno… en realidad no me extraña. Eres fea y con razón. ¡Mírate! ¡No tienes tetas!- quise tapar el gran escote que me había dejado con vergüenza. Por alguna razón, no me decidía a pararle los pies, sus palabras me estaban absolviendo de mala manera –Es que ahora sé porque eres virgen ¡Que lástima! No me sorprende para nada en absoluto. Y fíjate si eres fea, que ni si quiera Connor se ha dejado llevar por el mero hecho de que seas una mujer - -Connor no lo ha hecho porque él es un hombre, no como tu asqueroso capitán - -No, no, no. Connor es un hombre como todos, como cualquiera. Y te digo yo, que estoy acostumbrada a tratar con ellos, que si llevan semanas sin follarse a alguna mujer se agarran a la primera que vean. Y tu, tienes pinta de haber estado ya un tiempo con él… ya tienes que ser desgraciada para que no se halla atrevido a ponerte una mano encima. Es que eres de risa ¿De verdad creías que existían los hombres que no desean tocar una mujer hasta el matrimonio? Connor se parece a Jones más de lo que tu crees, estoy segura de que esta deseando perderte de vista para follarse a alguien… ojala se te quite esa cara de virgen cuando uno de estos te folle tan fuerte que te haga espabilar- se abalanzó sobre mí, cayendo sobre mi cuerpo al suelo. Intenté quitármela de encima, pero no había manera. Me propinó varios puñetazos en la cara, los cuales provocaron que saliese de mis labios un hilo de sangre un tano ancho. Y entonces, encontré mi salvación. Pude ver que en su cintura portaba una pequeña daga, sólo tuve que pegarle un cabezazo en su frente con todas mis fuerzas, para hacerla ceder, y conseguir así tomar su daga y sin pensármelo dos veces, clavarla en su pecho.
Lo siguiente ocurrió demasiado rápido. Aquella mujer murió a causa de mi ataque, me la quité de encima y me puse en pie, demasiado mareada por el cabezazo, tanto que me tambaleaba de un lado para otro sin poder evitarlo –La he matado… la he matado- me dije a mi misma. Me asusté, incluso empecé a híper ventilar ¿Qué había hecho? Intenté arreglar el desperdició de mi camisa, pero no hubo forma. Había quedado una raja de camisa y corsé de ropa interior en forma de pico, dejando al aire demasiado, demasiado. ¿Que podía hacer? -¡Hija de puta! ¡Acabas de matarla! ¡Jones se va a hacer cargo de ti en cuanto vea esto, pero antes, se lo voy a poner en bandeja para que con un solo golpe te mate- dijo la otra chica rubia, la cual acababa de aparecer seguramente al oír los gritos de nuestro forcejeo y comprobar que la puerta estaba abierta. El mareo que sentía hizo que no la viese venir. Tomó mi pelo y tiró de él lo más fuerte que pudo, para inmovilizarme y después empujarme al suelo. Después, acabó dándome patadas en el estómago con la punta de su dura bota de forma repetida. Iba a matarme si seguía así. –Connor…Co- -No te va a servir de nada pedirle auxilio. Está tan muerto como tú dentro de unos minutos- aquellas palabras me hundieron y me arrebataron las pocas fuerzas que me quedaban ¿Había muerto? De ser así, mejor dejar que entre sus patadas, mi tos y la sangre muriese pronto. Pues lo siguiente iba a ser desesperante.
El sonido del abrir de la puerta de la bodega y de unos pasos firmes hizo que me sobresaltara de ese estado de ‘’shock’’ en el que había quedado durante un buen tiempo. Era el, Killian Jones, quien no había faltado a su palabra. Intenté moverme, colocarme junto a la pared en vano, pero no pude. Aquel hombre tiró de mí de tal forma que consiguió hacerme daño, poniéndome en pie junto a él. El trapo envuelto en sagre cayó al suelo junto a mi acompañante. Intenté escapar, moverme, soltarme de los brazos -¡Connor! ¡Connor!- gritaba, más aún cuando pude ver que le había propinado un golpe en la cabeza. El capitán terminó por sacarme del lugar rápidamente para que dejase de pedirle ayuda entre sollozos. Me llevó hasta lo que parecía ser su camarote, por el camino, sus hombres paraban en seco para contemplar la escena con deseos y risas. Una vez dentro me dí totalmente por perdida, incluso me hice pronto a la idea de que dejasen de recordarme en un par de años después de esto. Obedecí en cuanto a tomar asiento, con la cabeza agachada y las manos recogidas entre sí, rezando por que lo que tuviese que pasar, fuese rápido. Y entonces, sus palabras me sacaron de mis casillas ¿No iba a hacerme nada? ¿En serio? No pude evitar mirar con cara de incredulidad. Decidí no hablar, pues no podía creerme aquellos; y dejé que fuesen sus palabras las que me desvelasen todo aquellos que no entendía, aunque fuesen mayoritariamente obscenas – Que sepáis, que entre el señor Kennway y yo no hay más que intereses propios de cada uno, así que os agradecería que dejaseis ese lenguaje y os abstengáis de hacer comentarios de ese tipo- dije despacio y con tranquilidad. Me preocupé por sus intenciones con Connor, podía intentar convencerle de que no serviría para nada que me utilizase… pero quizá… - No conseguiréis nada utilizándome. El señor Kennway no hará más de lo que habéis visto ya para ayudarme. Buscará dinero de otras fuentes, pensadlo, no le conviene para nada en absoluto. El señor Kennway lo que desea es dinero, entenderéis que quizá no sea yo la única persona de este mundo que pueda proporcionárselo- maldije mil veces haber dicho aquellos para intentar ayudar a Connor tal y como él lo intentaba conmigo, pues yo misma me quitaba importancia en ese navío hasta quedar al nivel de las demás mujeres. Me preocupó a la vez que se interesase por nuestro destino, además, pasó por alto mi petición de que dejase de insultarme. Parecía cómico aquello, un pirata asqueroso con cara de guapo ¿Qué iba a ser lo siguiente? –Mucho me temo que andáis por el camino equivocado. Ya os he dicho que entre el señor Kennway y yo solo hay intereses, y ni usted ni yo llegaremos a ser amigos. Los asuntos que me llevan a Italia son puramente personales, quiero buscar a una persona y por ello necesito al señor Kennway. Eso es todo. No preguntéis, no os pienso desvelar nada más pues no os incumbe, prefiero que finalmente me agradáis como parece que solo sois capaz con una mujer antes que contaros nada- me encaré con él. Desde fuera podrían llamarme estúpida por ello, pero no era tonta, sabía como acabaría aquello. Siempre buscan lo que quieren para después faltar a su palabra, ya sea con un asesinato, un robo, o una violación como en este caso.
El ruido de unos golpes hizo que tanto Jones como yo desviásemos la mirada hacia la puerta ¿Connor? Dios quisiera que fuese él. Killian se levantó de su asiento y se dirigió hacia la puerta para finalmente salir a cubierta, encerrándome con llave en su camarote. Suspiré, asustada. Mi destino se hacia poco predecible cada segundo que pasaba, y reflexioné sobre aquel ruido. Si era Connor, significaba que había reunido fuerzas para ponerse en pie tras los golpes, pero por ello, estaría débil y esperaba que no lo matasen. Él era mi única esperanza. Me sorprendió a mi misma la confianza que en poco tiempo le había tomado, tuteándole, importándome su vida no sólo por mis intereses… como si ya fuese importante para mí. Si salíamos de aquellos, no tenía ni idea de cómo podría agradecérselo. Me puse en lo peor cuando las puertas se abrieron, pero dejé de estar tan tensa al comprobar que se trataba de una de las chicas rubias que poseía la llave de los aposentos. Me miró con desaprobación, y al contemplar que aún estaba vestida, se relajó –Vaya, vaya, vaya ¿Qué tenemos aquí?- dí un paso hacia atrás –No, no, tranquila. No voy a hacerte nada- río –Eso me suena…- - La verdad es que no esperaba encontrarte aquí. Perdona si los muchachos te han asustado, son… fogosos, a su manera- No pude tranquilizarme, me daba mala espina, y más aun cuando se dirigió hacia mi con la intención de rodearme a pasos. Yo, quedé quieta, no dejé que me observara desde todos los ángulos que quisiera –Claro que… No debería importarte lo que Jones quisiera hacer contigo ¿verdad? ¡Ah, no! Es cierto, es cierto- -¿Qué es cierto?- -Te estuve observando cuando Jones se acercó hacia ti yte acarició y manoseó tu cuerpo de esa forma que él solo sabe hacer. Tus ojos lagrimeaban, tu cuerpo ardió en cólera, y eso solo puede significar una cosa- se colocó frente a mi, era mucho más alta que yo –Que eres virgen, sin duda alguna. No te ofendas, es cierto. Si Jones me hubiese hecho aquello a mí no hubiese dudado ni un segundo en fallármelo. Pero tu no. ¿Cuántos años tienes? ¿Veintitrés? ¿Veinticinco? ¡¿Es que no te da vergüenza?!- su tono de voz de repente cambió. Me tensé y busqué alguna escapatoria, algo. Ella, empezó a reírse a carcajadas -¡Lo tuyo es sorprendentemente increíble! ¡Déjame que te vea!- quise pararle los brazos, pero ella se adelantó. Me quitó con violencia el recogido, dejándome los cabellos sueltos y despeinados; para después, rajar mi camisa por delante y con ella el corsé –Bueno… en realidad no me extraña. Eres fea y con razón. ¡Mírate! ¡No tienes tetas!- quise tapar el gran escote que me había dejado con vergüenza. Por alguna razón, no me decidía a pararle los pies, sus palabras me estaban absolviendo de mala manera –Es que ahora sé porque eres virgen ¡Que lástima! No me sorprende para nada en absoluto. Y fíjate si eres fea, que ni si quiera Connor se ha dejado llevar por el mero hecho de que seas una mujer - -Connor no lo ha hecho porque él es un hombre, no como tu asqueroso capitán - -No, no, no. Connor es un hombre como todos, como cualquiera. Y te digo yo, que estoy acostumbrada a tratar con ellos, que si llevan semanas sin follarse a alguna mujer se agarran a la primera que vean. Y tu, tienes pinta de haber estado ya un tiempo con él… ya tienes que ser desgraciada para que no se halla atrevido a ponerte una mano encima. Es que eres de risa ¿De verdad creías que existían los hombres que no desean tocar una mujer hasta el matrimonio? Connor se parece a Jones más de lo que tu crees, estoy segura de que esta deseando perderte de vista para follarse a alguien… ojala se te quite esa cara de virgen cuando uno de estos te folle tan fuerte que te haga espabilar- se abalanzó sobre mí, cayendo sobre mi cuerpo al suelo. Intenté quitármela de encima, pero no había manera. Me propinó varios puñetazos en la cara, los cuales provocaron que saliese de mis labios un hilo de sangre un tano ancho. Y entonces, encontré mi salvación. Pude ver que en su cintura portaba una pequeña daga, sólo tuve que pegarle un cabezazo en su frente con todas mis fuerzas, para hacerla ceder, y conseguir así tomar su daga y sin pensármelo dos veces, clavarla en su pecho.
Lo siguiente ocurrió demasiado rápido. Aquella mujer murió a causa de mi ataque, me la quité de encima y me puse en pie, demasiado mareada por el cabezazo, tanto que me tambaleaba de un lado para otro sin poder evitarlo –La he matado… la he matado- me dije a mi misma. Me asusté, incluso empecé a híper ventilar ¿Qué había hecho? Intenté arreglar el desperdició de mi camisa, pero no hubo forma. Había quedado una raja de camisa y corsé de ropa interior en forma de pico, dejando al aire demasiado, demasiado. ¿Que podía hacer? -¡Hija de puta! ¡Acabas de matarla! ¡Jones se va a hacer cargo de ti en cuanto vea esto, pero antes, se lo voy a poner en bandeja para que con un solo golpe te mate- dijo la otra chica rubia, la cual acababa de aparecer seguramente al oír los gritos de nuestro forcejeo y comprobar que la puerta estaba abierta. El mareo que sentía hizo que no la viese venir. Tomó mi pelo y tiró de él lo más fuerte que pudo, para inmovilizarme y después empujarme al suelo. Después, acabó dándome patadas en el estómago con la punta de su dura bota de forma repetida. Iba a matarme si seguía así. –Connor…Co- -No te va a servir de nada pedirle auxilio. Está tan muerto como tú dentro de unos minutos- aquellas palabras me hundieron y me arrebataron las pocas fuerzas que me quedaban ¿Había muerto? De ser así, mejor dejar que entre sus patadas, mi tos y la sangre muriese pronto. Pues lo siguiente iba a ser desesperante.
Helena Mauleón- Humano Clase Alta
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DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Allanamiento de morada y otros descubrimientos [Privado]
El barco se mecía ligeramente como una cuna donde todos o la mayoría de los oficiales a bordo dormían. Algunos reposaban ensoñando en la popa del barco, otros hablaban en estribor, pero no en total no eran más que cinco o seis en toda la cubierta. Me adelanté con paso ligero, agachado, hasta encontrarme tras la espalda de uno que dormía. Fui rápido y hábil, pues su cuello hizo el mínimo ruido al romperse cuando le apreté el cuello con ambos brazos para dirigirme hacia el siguiente. Repetí la misma acción con todos salvo con los dos que hablaban, a los cuales tuve que dejar atrás para que no me viesen. Como había planeado, los que yacían muertos mantenían la misma posición en la que estaban mientras ellos hablaban, por lo que parecía que seguían dormidos. Bajé por la escalera posterior que en lugar de dar a las bodegas, daba a un rincón con varias calmas colgantes donde dormían los demás piratas. Allí, justo en una mesa, estaba mi daga clavada y mis dos revólveres. Fui hacia ellos con todo el sigilo del que pude hacer gala, pero descubrí horrorizado que las balas no estaban, así que solo estaba provisto de mi daga. No importaba, estaba armado y me sobraría para enfrentarme a todos los piratas del barco si cumplían la condición de ser antiguos mercaderes y no soldados a orden de algún rey.
Empuñando mi preciada arma blanca, la hoja refulgía de un color blanco azulado a la luz de la luna que se filtraba por las maderas corroidas del barco. Uno a uno, ensarté el corazón de aquellos hombres con mi arma, pero desafortunadamente, no llegué a asesinarlos a todos en silencio.
Hubo uno que se despertó, quizá con el ruido del roce de sábanas y me miró, adormilado. -¿No se supone que deberías estar en la bodega? Anda... se buen chico y vueve con las prisioneras- se acostó nuevamente mientras yo caminaba hacia él, girando la daga en mi mano constantemente, como si fuese un molino. El pirata reaccionó -Un momento... ¡Tú...!- su voz burbujeó cuando la daga penetró en su garganta, dejando que la sangre brotara por sus labios -...Voy a mataros a todos- la cólera se abría paso a través de mis venas y me inundaba el corazón con fuego a cada gota de sangre que derramaba. Aquella pasión que estaba quedando atrás desde mi última cacería volvía a mi. Veía a los hombres, distinguía sus siluetas en las tinieblas aunque no claramente, mis ojos recordaron la oscuridad. Mis manos rememoraron el tacto de un arma y mi piel recordó el calor de la sangre al mancharla... recordé quién era -A todos...- me giré lentamente mientras los hombres hacían gestos de despertarse, somnolientos, sin conocer al demonio que caminaba entre ellos. Ni uno solo sobrevivió a mi hoja... ni uno.
Regresé a cubierta, esta vez sin el menor tipo de cuidado. La mano derecha que portaba la daga de plata estaba totalmente roja, cubierta de sangre, así como la hoja del arma. En mi cinturón llevaba engarzados los dos revólveres sin munición a los cuales casi podía oir suplicar que los disparase. Estaba pletórico, la adrenalina corría por mi cuerpo como si fuese un vasto universo creado solo para ello -¡Jones!- vociferé mientras caminaba hacia delante. Los dos piratas que hablaban me vieron y se dispusieron a correr hacia mi con las espadas desenvainadas. Uno de ellos fue a hablar, quizá a amenazarme, pero cuando quiso darse cuenta ya tenía la daga clavada en el estómago y cayendo hacia el suelo. Su acompañante lanzó un par de cortes horizontales en el aire, los cuales evité con un rápido movimiento descendiente, bajando la cabeza, encorvándome hacia delante para evitar cortarme. Posteriormente lancé una estocada directa hacia su papada, la cual atravesé hasta la lengua. Una vez muerto aquel hombre y despojados la mayoría de piratas del barco de su vida, me aventuré hacia el camarote del capitán
Jones había estado hablando con Helena, pero al parecer no había conseguido sacarle nada de información de la que quería. Molesto por esa especie de valentía repentina de la que hacía gala la joven, salió a comprobar un ruido que le parecía haber oido. El hecho de que la joven también desviase la mirada significaba que no habían sido imaginaciones, de modo que salió hacia cubierta no sin antes cerrar con llave para que Helena no huyese. Descendió con tranquilidad hasta la bodega donde esperaba encontrar a Connor y revelarle falsos testimonios sobre su "apareamiento" con la muchacha. Sonreía sólo de pensar las barbaridades que iba a contarle, semejante sarta de mentiras. Pero cuando la puerta se abrió, solo encontró un conocido olor a sangre entre la humedad. En el suelo habían dos cuerpos tendidos y ensangrentados mientras las mujeres lo miraban asustadas ante la imponente figura del joven capitán. Jones echó de menos a alguien en ese lugar, extrañó la ausencia de unos ojos muy conocidos para él -No... no, no, no ¡NO! ¡No puede ser!- veloz como el rayo regresó hacia arriba por las escaleras, esperando llegar a Helena antes de que Connor, si se había escapado, la encontrase. Para su descuido, dejó la puerta abierta y una figura femenina se aventuró a salir, con paso terriblemente calmado, como si lo esperase...
Solo una fuerte patada fue necesaria para que las puertas se abriesen de par en par y me permitiesen arremeter contra todo aquello que hubiese dentro, pero para mi sorpresa, solo encontré a una puta muerta y a la segunda rubia atacando a Helena. Aquel ruido que provoqué al estrellar mi pierna contra las estructuras de madera provocaron que la mujer cesara en sus acometidas contra la joven francesa y me mirase, aterrorizada. Manchado de sangre como estaba, avancé hacia ella, implacable. Mis músculos se marcaban sobre la piel, rígidos y tensos. Mis ojos desvelaban el ansia de dar muerte y mi boca estaba sellada, centrando mi energía al combate. La aferré por el cuello justo cuando Jones irrumpió en la habitación -¡Kennway!- gritó al mismo tiempo que desenvainaba su sable de empuñadura de plata engarzado con rubíes rojos -Suéltala...- musitó con los ojos vidriosos de ira al ver que su otra acompañante ya yacía muerta en el suelo. Yo, por mi parte, tenía agarrada a la mujer, posicionado tras ella, con el filo de mi daga puesto en su cuello -No ireis a ninguna parte, Connor. Moriréis aquí, sin posibilidad de redención. Ni siquiera me follaré a tu estúpida niña, pondré fin a vuestra existencia tan rápido como sea posible...- su expresión y palabras denotaban un asco atroz -¡Hombres! ¡Venid aquí!- un silencio se prolongó tras aquellas palabras, solo el sonido del mar y el viento no nos dejaban en una quietud absoluta. Jones miró por encima de su hombro hacia la cubierta, donde había cuerpos inertes tumbados y ensangrentados -No... no puedes haber matado a todos. Si tienes tus armas significa que has entrado en las habitaciones, pero hay más hombres por el resto del barco. El médico, el cocinero... ¿Dónde están?- el terror comenzaba a hacer mella y la mano con la que blandía su arma comenzó a temblar. Es cierto que no había aniquilado a esos hombres, incluso me pregunté donde estaban... pero por alguna razón no contestaban ni aparecían. Tuve suerte, más suerte de la que jamás poseí -No importa... Soy suficiente para matar a un sucio perro traidor. Ahora libérala si quieres que os de un fin rápido y digno- su arrogancia no conocía límites ¿realmente ignoraba hasta donde llegaban mis capacidades? Mi entrenamiento de largos años daba sus frutos en mi como en pocos cazadores. Lo castigué degollando a su joven dama rubia ante sus ojos, dejando al cuerpo desplomarse cual pesado era sobre la madera -Tú y yo solos, Jones...- el capitán, solo, retrocedió un paso -Tú... tú....- el rostro se volvió rojo -Me abandonaste... Eramos hermanos, Connor, eramos como dos hermanos. Me dejaste solo en el barco, me hicieron la vida imposible por tu culpa... yo solo era un crio...- me mantuve en silencio mientras recordaba lo sucedido diez años atrás -Tuve que batirme con casi todos para que me dejasen en paz, segué vidas cuando solo era un simple niño mercante... Me nombraron su capitán posteriormente... ¡¿Tienes idea del miedo que sufrí?! Si me equivocaba, si los llevaba por mal rumbo, si hacía malos tratos que no les convenían... ¡Me torturarían!- de sus ojos verdes brotaron un par de lágrimas. No supe distinguir si eran de ira o pesar -Tú me convertiste en quien soy... y casi debo darte las gracias a pesar de todo. Porque gracias a quien soy ahora, podré matarte...- los labios de Jones se fruncieron y se avalanzó hacia mi. Ambos comenzamos la última batalla.
Cruzamos armas una y otra vez, pero me llevaba ventaja debido a que podía mantenerse alejado de mi debido a su sable de hoja larga al contrario que mi daga. Aun así, sus habilidades como espadachín dejaban mucho que desear y no era difícil preveer sus movimientos, pero sus malas artes y juegos sucios de pirata me cogieron desprevenido una vez, cuando en medio de una ejecución de movimientos con su espada, me pateó en el estómago y me tiró contra su mesa -¡Muere!- gritó al mismo tiempo que lanzaba un poderoso golpe con el filo de su espada contra mi, que evité girando sobre mi mismo a lo largo de la mesa. Recuperé la compostura y regresamos al combate intentando mantenerlo lo más lejos posible de la malherida Helena que había quedado en el suelo.
Jones no paraba de maldecir mientras atacaba y yo guardaba un completo e inquietante silencio mientras lo esquivaba y bloqueaba sus ataques. Esperé que quizá entrara en razón, pero rememoré en un instante cómo había utilizado a Helena para intentar hacerme daño, así que la misericordia de la que estaba haciendo gala se desvaneció en el instante que tras una estocada fallida, le agarré el brazo. Un golpe seco en el codo fue suficiente para rompérselo. El golpe fue tal, que el crujido se oyó perfectamente y sangre brotó a través de la manga larga de su chaqueta: el hueso habría perforado la carne, oradrándola -Eres indigno de esta venganza, Killian.- deambulé friamente a su alrededor mientras él, de rodillas, se dolía del brazo -El lema del pirata es la libertad ¿y tú pretendías encerrarme? No fue una traición ni una deserción... me limité a buscar mis intereses. Cuando no los hallé en este barco, me fui. Lamento si pensaste que estaría para siempre junto a ti- el joven pirata me miró furibundo mientras las lágrimas caían por sus mejillas -Me abandonaste, Kennway... igual que la abandonarás a ella ¿verdad? La dejarás cuando más necesite tu compañía y apoyo solo porque eres lo bastante egoista para que los demás te importen poco. Eres un monstruo que creas más monstruos... ¡eres peor que un pirata!- maldijo aquel hombre de ojos verdes mientras bajaba la cabeza, consternado y desesperado.
Tras aquellas palabras, hubo un momento de tensión importante mientras decidía qué hacer con él. Lo miraba desde las alturas, de pie, mientras él permanecía de rodillas. Desvié mi mirada a Helena un par de veces y retorné nuevamente la vista hacia Jones que no paraba de gimotear y apretarse el brazo que sangraba -Te creiste con derecho a hacerme daño. Te creiste con derecho a tan siquiera intentarlo... y cometiste el error de provocárselo a la persona equivocada. Ella no tendría por qué haber soportado tus tocamientos indiscretos y hediondos- me agaché frente a él y le agarré del colo lisiado, retorciéndoselo. El joven se tendió en el suelo entre una maraña de gritos dolorosos. A través de la puerta, una mancha de mujeres asustadas que habían escapado de la bodega se asomaron a ver qué ocurría. Un par de ellas se acercaron a Helena para socorrerla, dejándome a mi con Jones -Atacándome a mi hubieses podido conseguir tu tan anhelada venganza ¡Pero ella es inocente de todos los actos que yo haya llegado a cometer!- apreté aun más su hombro luxionado -¡Helena es una mujer inocente, una chiquilla a la que has causado dolor inneceario para vengarte de mi!- mi voz tronaba como si fuese un Dios juzgando a un infiel -...tu bano intento de causar dolor y miseria solo te lleva a sufrirla tú. Por ello vas a morir, Killian Jones- el joven estaba aterrorizado y dolorido mirándome mientras alzaba la daga, que descargué como un relámpago fulminante que se enterró en su pecho. La vida del pirata se apagó tras un leve gemido de dolor, cerrando los ojos despacio. La muerte provocó que sus músculos se relajaran, girando la cabeza el cadaver inerte hacia las mujeres de la puerta, que no supieron cómo reaccionar -Curadla... si alguien sabe lo más mínimo sobre cómo atender esas heridas de golpes... que alguien trate a Helena, por favor- desenterré mi arma de la carne de Jones y la limpié en su ropa, la enfundé y cargué con el cadaver del muchacho hasta la cubierta.
Una vez allí, lo lancé al mar como si fuese un saco inutil. L observé hundirse lentamente -Hasta nunca Killian...- di media vuelta y me dirigí hacia el camarote esperando ver cómo trataban a la muchacha. Algunas de las mujeres venían de la cocina cargadas con botellas de ron, agua y algun que otro alimento para los que tuvieran hambre. Por mi parte simplemente aguardé, sentado en la silla del capitán a que la joven estuviese en condiciones para hablar. Guardaba silencio rememorando los días en el que aquel joven de 15 años llamado Killian Jones, un aprendiz de mercante marino, compartía mis días en alta mar, enseñándole a pescar, a limpiar y contándole historias sobre monstruos nocturnos que él creía fantásticas... el que fue como mi hermano pequeño, ahora yacía en el mar, pasto de los tiburones y demás animales marinos ¿cuando antepuse la vida de Helena a mis propios intereses? Era algo que debía reflexionar, sabía que ella no era nadie realmente especial, pero por alguna razón sentía que debía cuidarla, totalmente ajeno a mi promesa y a los asuntos turbios que la rodeaban a ella y su familia. Supuse entonces, con un suspiro, que empezaba a caerme bien esa condenada muchacha
Empuñando mi preciada arma blanca, la hoja refulgía de un color blanco azulado a la luz de la luna que se filtraba por las maderas corroidas del barco. Uno a uno, ensarté el corazón de aquellos hombres con mi arma, pero desafortunadamente, no llegué a asesinarlos a todos en silencio.
Hubo uno que se despertó, quizá con el ruido del roce de sábanas y me miró, adormilado. -¿No se supone que deberías estar en la bodega? Anda... se buen chico y vueve con las prisioneras- se acostó nuevamente mientras yo caminaba hacia él, girando la daga en mi mano constantemente, como si fuese un molino. El pirata reaccionó -Un momento... ¡Tú...!- su voz burbujeó cuando la daga penetró en su garganta, dejando que la sangre brotara por sus labios -...Voy a mataros a todos- la cólera se abría paso a través de mis venas y me inundaba el corazón con fuego a cada gota de sangre que derramaba. Aquella pasión que estaba quedando atrás desde mi última cacería volvía a mi. Veía a los hombres, distinguía sus siluetas en las tinieblas aunque no claramente, mis ojos recordaron la oscuridad. Mis manos rememoraron el tacto de un arma y mi piel recordó el calor de la sangre al mancharla... recordé quién era -A todos...- me giré lentamente mientras los hombres hacían gestos de despertarse, somnolientos, sin conocer al demonio que caminaba entre ellos. Ni uno solo sobrevivió a mi hoja... ni uno.
Regresé a cubierta, esta vez sin el menor tipo de cuidado. La mano derecha que portaba la daga de plata estaba totalmente roja, cubierta de sangre, así como la hoja del arma. En mi cinturón llevaba engarzados los dos revólveres sin munición a los cuales casi podía oir suplicar que los disparase. Estaba pletórico, la adrenalina corría por mi cuerpo como si fuese un vasto universo creado solo para ello -¡Jones!- vociferé mientras caminaba hacia delante. Los dos piratas que hablaban me vieron y se dispusieron a correr hacia mi con las espadas desenvainadas. Uno de ellos fue a hablar, quizá a amenazarme, pero cuando quiso darse cuenta ya tenía la daga clavada en el estómago y cayendo hacia el suelo. Su acompañante lanzó un par de cortes horizontales en el aire, los cuales evité con un rápido movimiento descendiente, bajando la cabeza, encorvándome hacia delante para evitar cortarme. Posteriormente lancé una estocada directa hacia su papada, la cual atravesé hasta la lengua. Una vez muerto aquel hombre y despojados la mayoría de piratas del barco de su vida, me aventuré hacia el camarote del capitán
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Jones había estado hablando con Helena, pero al parecer no había conseguido sacarle nada de información de la que quería. Molesto por esa especie de valentía repentina de la que hacía gala la joven, salió a comprobar un ruido que le parecía haber oido. El hecho de que la joven también desviase la mirada significaba que no habían sido imaginaciones, de modo que salió hacia cubierta no sin antes cerrar con llave para que Helena no huyese. Descendió con tranquilidad hasta la bodega donde esperaba encontrar a Connor y revelarle falsos testimonios sobre su "apareamiento" con la muchacha. Sonreía sólo de pensar las barbaridades que iba a contarle, semejante sarta de mentiras. Pero cuando la puerta se abrió, solo encontró un conocido olor a sangre entre la humedad. En el suelo habían dos cuerpos tendidos y ensangrentados mientras las mujeres lo miraban asustadas ante la imponente figura del joven capitán. Jones echó de menos a alguien en ese lugar, extrañó la ausencia de unos ojos muy conocidos para él -No... no, no, no ¡NO! ¡No puede ser!- veloz como el rayo regresó hacia arriba por las escaleras, esperando llegar a Helena antes de que Connor, si se había escapado, la encontrase. Para su descuido, dejó la puerta abierta y una figura femenina se aventuró a salir, con paso terriblemente calmado, como si lo esperase...
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Solo una fuerte patada fue necesaria para que las puertas se abriesen de par en par y me permitiesen arremeter contra todo aquello que hubiese dentro, pero para mi sorpresa, solo encontré a una puta muerta y a la segunda rubia atacando a Helena. Aquel ruido que provoqué al estrellar mi pierna contra las estructuras de madera provocaron que la mujer cesara en sus acometidas contra la joven francesa y me mirase, aterrorizada. Manchado de sangre como estaba, avancé hacia ella, implacable. Mis músculos se marcaban sobre la piel, rígidos y tensos. Mis ojos desvelaban el ansia de dar muerte y mi boca estaba sellada, centrando mi energía al combate. La aferré por el cuello justo cuando Jones irrumpió en la habitación -¡Kennway!- gritó al mismo tiempo que desenvainaba su sable de empuñadura de plata engarzado con rubíes rojos -Suéltala...- musitó con los ojos vidriosos de ira al ver que su otra acompañante ya yacía muerta en el suelo. Yo, por mi parte, tenía agarrada a la mujer, posicionado tras ella, con el filo de mi daga puesto en su cuello -No ireis a ninguna parte, Connor. Moriréis aquí, sin posibilidad de redención. Ni siquiera me follaré a tu estúpida niña, pondré fin a vuestra existencia tan rápido como sea posible...- su expresión y palabras denotaban un asco atroz -¡Hombres! ¡Venid aquí!- un silencio se prolongó tras aquellas palabras, solo el sonido del mar y el viento no nos dejaban en una quietud absoluta. Jones miró por encima de su hombro hacia la cubierta, donde había cuerpos inertes tumbados y ensangrentados -No... no puedes haber matado a todos. Si tienes tus armas significa que has entrado en las habitaciones, pero hay más hombres por el resto del barco. El médico, el cocinero... ¿Dónde están?- el terror comenzaba a hacer mella y la mano con la que blandía su arma comenzó a temblar. Es cierto que no había aniquilado a esos hombres, incluso me pregunté donde estaban... pero por alguna razón no contestaban ni aparecían. Tuve suerte, más suerte de la que jamás poseí -No importa... Soy suficiente para matar a un sucio perro traidor. Ahora libérala si quieres que os de un fin rápido y digno- su arrogancia no conocía límites ¿realmente ignoraba hasta donde llegaban mis capacidades? Mi entrenamiento de largos años daba sus frutos en mi como en pocos cazadores. Lo castigué degollando a su joven dama rubia ante sus ojos, dejando al cuerpo desplomarse cual pesado era sobre la madera -Tú y yo solos, Jones...- el capitán, solo, retrocedió un paso -Tú... tú....- el rostro se volvió rojo -Me abandonaste... Eramos hermanos, Connor, eramos como dos hermanos. Me dejaste solo en el barco, me hicieron la vida imposible por tu culpa... yo solo era un crio...- me mantuve en silencio mientras recordaba lo sucedido diez años atrás -Tuve que batirme con casi todos para que me dejasen en paz, segué vidas cuando solo era un simple niño mercante... Me nombraron su capitán posteriormente... ¡¿Tienes idea del miedo que sufrí?! Si me equivocaba, si los llevaba por mal rumbo, si hacía malos tratos que no les convenían... ¡Me torturarían!- de sus ojos verdes brotaron un par de lágrimas. No supe distinguir si eran de ira o pesar -Tú me convertiste en quien soy... y casi debo darte las gracias a pesar de todo. Porque gracias a quien soy ahora, podré matarte...- los labios de Jones se fruncieron y se avalanzó hacia mi. Ambos comenzamos la última batalla.
Cruzamos armas una y otra vez, pero me llevaba ventaja debido a que podía mantenerse alejado de mi debido a su sable de hoja larga al contrario que mi daga. Aun así, sus habilidades como espadachín dejaban mucho que desear y no era difícil preveer sus movimientos, pero sus malas artes y juegos sucios de pirata me cogieron desprevenido una vez, cuando en medio de una ejecución de movimientos con su espada, me pateó en el estómago y me tiró contra su mesa -¡Muere!- gritó al mismo tiempo que lanzaba un poderoso golpe con el filo de su espada contra mi, que evité girando sobre mi mismo a lo largo de la mesa. Recuperé la compostura y regresamos al combate intentando mantenerlo lo más lejos posible de la malherida Helena que había quedado en el suelo.
Jones no paraba de maldecir mientras atacaba y yo guardaba un completo e inquietante silencio mientras lo esquivaba y bloqueaba sus ataques. Esperé que quizá entrara en razón, pero rememoré en un instante cómo había utilizado a Helena para intentar hacerme daño, así que la misericordia de la que estaba haciendo gala se desvaneció en el instante que tras una estocada fallida, le agarré el brazo. Un golpe seco en el codo fue suficiente para rompérselo. El golpe fue tal, que el crujido se oyó perfectamente y sangre brotó a través de la manga larga de su chaqueta: el hueso habría perforado la carne, oradrándola -Eres indigno de esta venganza, Killian.- deambulé friamente a su alrededor mientras él, de rodillas, se dolía del brazo -El lema del pirata es la libertad ¿y tú pretendías encerrarme? No fue una traición ni una deserción... me limité a buscar mis intereses. Cuando no los hallé en este barco, me fui. Lamento si pensaste que estaría para siempre junto a ti- el joven pirata me miró furibundo mientras las lágrimas caían por sus mejillas -Me abandonaste, Kennway... igual que la abandonarás a ella ¿verdad? La dejarás cuando más necesite tu compañía y apoyo solo porque eres lo bastante egoista para que los demás te importen poco. Eres un monstruo que creas más monstruos... ¡eres peor que un pirata!- maldijo aquel hombre de ojos verdes mientras bajaba la cabeza, consternado y desesperado.
Tras aquellas palabras, hubo un momento de tensión importante mientras decidía qué hacer con él. Lo miraba desde las alturas, de pie, mientras él permanecía de rodillas. Desvié mi mirada a Helena un par de veces y retorné nuevamente la vista hacia Jones que no paraba de gimotear y apretarse el brazo que sangraba -Te creiste con derecho a hacerme daño. Te creiste con derecho a tan siquiera intentarlo... y cometiste el error de provocárselo a la persona equivocada. Ella no tendría por qué haber soportado tus tocamientos indiscretos y hediondos- me agaché frente a él y le agarré del colo lisiado, retorciéndoselo. El joven se tendió en el suelo entre una maraña de gritos dolorosos. A través de la puerta, una mancha de mujeres asustadas que habían escapado de la bodega se asomaron a ver qué ocurría. Un par de ellas se acercaron a Helena para socorrerla, dejándome a mi con Jones -Atacándome a mi hubieses podido conseguir tu tan anhelada venganza ¡Pero ella es inocente de todos los actos que yo haya llegado a cometer!- apreté aun más su hombro luxionado -¡Helena es una mujer inocente, una chiquilla a la que has causado dolor inneceario para vengarte de mi!- mi voz tronaba como si fuese un Dios juzgando a un infiel -...tu bano intento de causar dolor y miseria solo te lleva a sufrirla tú. Por ello vas a morir, Killian Jones- el joven estaba aterrorizado y dolorido mirándome mientras alzaba la daga, que descargué como un relámpago fulminante que se enterró en su pecho. La vida del pirata se apagó tras un leve gemido de dolor, cerrando los ojos despacio. La muerte provocó que sus músculos se relajaran, girando la cabeza el cadaver inerte hacia las mujeres de la puerta, que no supieron cómo reaccionar -Curadla... si alguien sabe lo más mínimo sobre cómo atender esas heridas de golpes... que alguien trate a Helena, por favor- desenterré mi arma de la carne de Jones y la limpié en su ropa, la enfundé y cargué con el cadaver del muchacho hasta la cubierta.
Una vez allí, lo lancé al mar como si fuese un saco inutil. L observé hundirse lentamente -Hasta nunca Killian...- di media vuelta y me dirigí hacia el camarote esperando ver cómo trataban a la muchacha. Algunas de las mujeres venían de la cocina cargadas con botellas de ron, agua y algun que otro alimento para los que tuvieran hambre. Por mi parte simplemente aguardé, sentado en la silla del capitán a que la joven estuviese en condiciones para hablar. Guardaba silencio rememorando los días en el que aquel joven de 15 años llamado Killian Jones, un aprendiz de mercante marino, compartía mis días en alta mar, enseñándole a pescar, a limpiar y contándole historias sobre monstruos nocturnos que él creía fantásticas... el que fue como mi hermano pequeño, ahora yacía en el mar, pasto de los tiburones y demás animales marinos ¿cuando antepuse la vida de Helena a mis propios intereses? Era algo que debía reflexionar, sabía que ella no era nadie realmente especial, pero por alguna razón sentía que debía cuidarla, totalmente ajeno a mi promesa y a los asuntos turbios que la rodeaban a ella y su familia. Supuse entonces, con un suspiro, que empezaba a caerme bien esa condenada muchacha
Connor Kennway- Cazador Clase Media
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