Di...versión? [Maia Roham]

Mis pies dolían tanto, casi tanto como mis manos, luego de un largo día de trabajo. Cuando regresaba a casa, (Si es que se le podía llamar así a un pequeño refugio), me di cuenta que el parque de diversiones estaba funcionando. Nunca había ido ahí, ciertamente, pero no era de extrañar considerando el poco tiempo libre que tenía entre adivinación, escapar de la Inquisición, y buscar un poco de comida. Sí, a veces el dinero no era suficiente.

Ya fuera porque estaba en un estado de extremo aburrimiento, o porque mi estomago había empezado a gruñir con fuerza, mis pies cansados me fueron guiando hasta el parque de diversiones. Al estar adentro, tanto barullo me tomó por sorpresa. Me recordaba a las fiestas que mi padre y yo disfrutábamos junto a la caravana, pero esto era algo distinto; no había la calidez de una hoguera, ni las risas de un buen par de amigos, ni viejas historias aderezadas con alcohol y buena comida.
En el parque, todas las risas eran sofocadas por gritos de euforia, sonoros explosivos e incluso algunas maldiciones por parte de los jugadores que no salían bien librados.

Era un espectáculo extraño, pero con cierto esfuerzo, imaginé que aquella era una de tantas vías de escape de la gente con clase para divertirse.

Mi atención se concentró en un puesto de comida, donde el cálido aroma de pan recién horneado cubierto de miel y canela estaba abriéndome más el apetito. Comería un poco de ese puesto, daba igual si me discriminaban por la clara vestimenta gitana que llevaba. Iba caminando en línea recta cuando algo chocó contra mi. Torpe, vacilante y sin duda, un cuerpo humano. Me giré y me sorprendí de ver a un hombre alto, de rasgos asiáticos y de una expresión perdida y desorientada.

- Cielos... -se me escapó por la sorpresa.

No podía estar segura a simple vista, pero, a pesar de la obvia confusión en el hombre frente a mi, parecía exhalar cierta amenaza, como un animal asustado y peligroso. Di un respingo, más mis pies, agotados, permanecieron clavados al suelo. Mi corazón parecía querer echar a correr, pero yo no podía moverme. Lo escuché, lo observé mientras parecía ser atacado por todo el movimiento que había a su alrededor. Un par de pistolas siendo disparadas para conseguir un oso de peluche, globos siendo explotados, mujeres chillando con esas voces agudas y molestas.

Rogaba por eliminar el ruido. Miré a mi al rededor, y muy a pesar de una de mis reglas de supervivencia (Nunca te quedes a solas con alguien en pánico), tomé firmemente de la muñeca de aquel hombre y caminé hasta uno de los extremos del parque. No lo pensé demasiado al encontrar un sitio donde el ruido del parque no podría ser tan abrumador. Entré, sin soltar la muñeca del sujeto que iba detrás de mi, y me sorprendí al ver mi reflejo en cientos de espejos.

No era el mejor sitio, pero al menos, el estrepitoso ruido del exterior se sofocó hasta quedar casi extinto. Miré al hombre, quien me llevaba al menos 10 cm, y bajo la penumbra, divisé los ojos oscuros y rasgados.

- ¿Esta bien?

Sorpresa era poco para lo que sentía dentro de esa casa de espejos. Miedo, desconfianza, confusión, y sin embargo... ternura. ¿Por qué? No importa desde que ángulo lo viese, el alto hombre emanaba un aura peligrosa, fuerte, implacable, que luchaba contra su aparente personalidad nerviosa. Seguía mirándolo, como lo haría un Inquisidor a un brujo; lo miraba penetrante, sin perder detalle de su figura, sus ropas elegantes y de buen gusto, su cabello oscuro, aun más oscuro en la escasa luz que se reflejaba en los espejos, sus manos blancas.

Miró su reflejo en un espejo que yo conocía bien. Era una ilusión óptica que solíamos usar a veces para algunas tretas desesperadas; enfocaba puntos específicos del cuerpo y lo deformaba a la vista humana. A pesar de la ilusión, los ojos del caballero seguían siendo profundos y misteriosos, escondiendo tal vez una vida llena de secretos y misticismo. Mi corazón dio un pequeño respingo. Había algo diferente en él que no conseguía identificar, como otro tipo de ojos, otro tipo de labios, y sin duda, otro tipo de andar. Balbucee, incongruente, cuando él expresaba su opinión de la lúgubre casa de los espejos. Reí con cierta histeria.

- S..Si... No mucha gente viene aquí por esa razón. Pero a veces los espejos son una buena herramienta para ver algo más que nuestros reflejos...

Aquello último salió casi en un susurro. Oh, que vida la mía, donde filosofar era una tarea de hombres, donde pensar más de la cuenta era un defecto terrible en una mujer. Un sentimiento abrumador sucumbió a mi corazón, que latía con fuerza como si quisiera prevenirme de algo. ¡Que frustrante! Yo no tenía recuerdos importantes para sentirme acongojada, ni tampoco una vida interesante por la cual hacer un drama... pero había algo en ese lugar, y en ese hombre, que hacía que mi ser se estremeciera. Observé mi propio reflejo en un espejo del techo, inclinado hacia abajo, y me sorprendió lo que podía distinguir.

Mis ojos se humedecieron mientras las palabras fluyeron de los labios del hombre, quien había cometido una "falta de respeto", según los "Gadjos", es decir, aquellas personas de sociedad que no eran gitanos; parecía que para ellos, la costumbre era presentarse uno mismo, y finalmente pedir el nombre de la persona a la que se dirigían. Sin embargo, la espontaneidad me pareció mucho más que exquisita.

- Roham. Por favor, solo dígame Roham. Me temo que he olvidado mi nombre de pila.

Suspiré, dramatizando. Era una mala costumbre jugar de aquel modo, pero era un instinto que había adquirido al vivir sola en París, sin familia y sin amigos. Escondía el miedo y la alarma de mi corazón jugando con palabras y con sonrisas que no llegaban a reflejar alegría o humor. Volví mi vista al espejo de arriba. Admiré mi reflejo tembloroso al momento en que una de sus manos tomaba un mechón de mi cabello. Contuve el aliento y como si hubiesen puesto mi mano al fuego, miré al hombre que tenía en frente.

En ese momento, mis ojos se anclaron en su mirada oscura. Cuando hablé, las palabras salieron como una melodía suave cantada entre susurros.

- En realidad quisiera que hiciera algo por mi, si no es mucha molestia...

Hice una pausa antes de entrecerrar los ojos.

- ¿Podría decirme usted... si no sois humano?