Despertar de ensueños [priv]

"Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo."
Franz Grillparzer

"El problema es... Que pasa cuando de repente, tu propia mente te encierra?"

El cielo color durazno, como el paraíso que contaban los cuadros. Era como una porción de pintura al óleo. Se podía escuchar el mágico canto de las sirenas y las gaviotas que volaban libres sobre nuestras cabezas. La noche estaba pronta, pero aún quedaba una hora de trabajo. Ayudando a desembarcar y acomodar las cosas en diferentes barcos, era un simple ayudante con un sueldo medio-bajo. Iba de un lado a otro, acaparando griteríos sin una sola queja. Disfrutando en pequeños instantes como el sol se iba cayendo, al tiempo que limpiaba con lentitud mi frente con un pañuelo algo desgastado, suspiraba y esperaba poder terminar de trabajar pronto, para así poder tirarme al mar, refrescarme cual medio canino que era.
El calor últimamente estaba sofocante y solo algunos ayudantes podían resistir. El solo hecho de pensar que yo era un hombre mitad lobo y que por eso tenía mas resistencia, me hacía tener lastima por los humanos que trabajaban conmigo. Ellos seguro estarían sufriendo casi el doble... No quería imaginarlo, solo esperaba que la tortura termine pronto. Todos lo esperaban, pues aunque los capataces no tenían que cargar nada, el sol los mareaba, principalmente por que la mayoría eran de edad adulta, casi ancianos.
"Vamos! Subid el ancla de una maldita vez" - "Poned las correas!!" - "Ya casi terminamos"
Eran las frases que se escuchaban y cuando al fin terminamos de ponerle las correas y subir el ancla para que esta no termine estancada; me giré. Ahora solo quedaba subir unas cuantas cosas mas a la proa y al fin terminaría el día de trabajo. Todos estaban algo apurados, así que iban con rapidez y yo detrás de ellos, todos deseábamos recibir la paga, que se daba por día, eran dos francos y medio; un suelo relativamente bueno, siendo que los de verdadera clase media cobraran tres y medio por día.
Así estuvimos por unos quince minutos y al fin cuando ya terminábamos todo, empecé a bajar limpiándome con una toalla el rostro, la verdad no veía mucho por donde caminaba, la simple barra de madera que nos separaba del agua era algo fina pero podía sobre llevarlo, el problema fue cuando pisé el suelo. Una bandada de niños paso y me hizo tropezar, cayendo al piso toscamente; que por suerte no fue al mar, cosa que estaba a muy pocos centímetros. Chasqueé los dientes y sujetándome de uno de los pequeños postes del puerto me empecé a levantar. Suspiré y me los quedé mirando, estaban jugando con una pelota, que mas bien era un cumulo de medias viejas, que simulaba rodar como una pelota. Los juguetes reales eran demasiado caros y en esa zona, pocos de clase alta se pasaban.
"Venid a recibir el maldito pago, ratas de alcantarilla"
Se escuchó y con ello, los ayudantes corrimos hacia el lugar. Teníamos que apurarnos, pues muchas veces iba gente que no había trabajado y simplemente se lo daban a los primeros ocho que llegaban, pues ocho eramos los ayudantes. Por suerte, había llegado tercero a la fila y mi pago estaba a salvo. Cuando lo terminé de recibir, lo guarde bien entre mis ropas, observando como los niños de antes seguían jugando, yendo a un lado y al otro, hasta que patearon la pelota demasiado fuerte y cayo en mi pecho. A esto la recibí con ganas y la hice revotar en rodilla y rodilla para luego patearla cerca de ellos. Al parecer se habían quedado algo impresionados con el tonto jueguito que había hecho, pero con ellos pude engatusarlos para jugar un ratito. Así jugamos con dulce diversión aniñada por unos quince minutos, hasta que uno de los niños volvió a tirarla lejos y pude ver como iba directo a la nuca de una mujer.

-Ah! Cuidado, Mon Mlle!

Grité hacía ella y empecé a correr hacia el lugar, aunque sabía que era muy improbable poder alcanzarla, estaba a una gran distancia y aún con mi destreza sobre humana, no podía tele transportarme. Con ello, ya me había preparado mentalmente para esperar un gran regaño, pues como siempre los "adultos" tenían la culpa de las cosas que habían los niños y con ello, tendría que tragarme aquel reto; en silencio y de la misma forma con la que me tragaba los mal tratos del capatás.