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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Fiona Di Centa Dom Ene 13, 2013 6:00 pm

Impaciente, la pelirroja mujer golpeteaba con las uñas el brazo del sillón en el que permanecía sentada mientras la jovencita luchaba, sin éxito, con el cierre del extravagante collar. Tal vez si sus manos detuviesen aquel inexplicable temblor podría conseguir finalizar su trabajo. No importaba que tan bien la tratase, siempre se mostraba nerviosa, y sabia, por experiencia propia, que no conseguiría nada apremiándola para que se apresurara. Finalmente, girando los ojos con resignación estiró sus manos hasta el broche - Yo lo hago, ve y has algo de utilidad en… cualquier otra parte - le ordenó con hastió. La chica obedeció sin chistar y, después de una rápida reverencia, abandonó casi a la carrera los aposentos.

Eso la divirtió. Qué curioso que aquellos con los que se mostraba más simpática fuesen quienes más le temieran. Si tan solo supieran. -Hay que ser prácticos. De nada te servirá tener servidumbre que te obedezca porque te teman. Debes conseguir que te amen, que lo que hagan lo hagan por devoción y que pase lo que pase permanezcan fieles a ti- las palabras resonaron fuertes y claras en su mente. A estas alturas sospechaba que sin importar el tiempo que pasase continuaría sintiendo y extrañando su presencia, sus palabras, su tacto. Era tan sabio y al mismo tiempo tan estúpido como para haber permitido que una manada de inútiles humanos acabasen con su existencia. Por eso había decidido desechar la mayoría de sus enseñanzas, no permitiría que gestos de bondad se transformaran en debilidad, no caería tan fácilmente en las llamas y en la muerte. Pronto descubrió que tenía una aptitud similar para la maldad que la que tuvo para la piedad cuando aún vivía. Sin embargo, en algunas ocasiones hasta ella era incapaz de creerse aquella basura de la ausencia de sentimientos. Se deprimía, sufría y deseaba compañía. No, deseaba “su” compañía, lo único que jamás podría volver a tener.

Se levantó de improviso. No iba a consentir que sus pensamientos tomaran ese rumbo. La noche era joven, ella estaba saciada y quería divertirse. Además se celebraría un baile, una mascarada. Mientras caminaba permitió que el delicado batín se deslizara con suavidad sobre su blanca piel hasta caer en el suelo, dejándola completamente desnuda (bueno, a excepción del collar). Luego se tomó su tiempo calzándose el vestido rojo que había escogido para la noche. Podría haber solicitado ayuda, como cualquier dama de alta alcurnia haría, pero consideró que si aquella joven no había podido cerrar un simple broche era poco lo que podría hacer con un corsé. ***

Finalmente el elegante carruaje se detuvo frente a las puertas del Palacio. Apenas rozó la mano del cochero, quien solicito se ofrecía para ayudarla a descender, antes de avanzar con paso lento hacia la entrada. Le encantaba ver a través del rojo antifaz. Era como una máscara para su máscara personal. Incluso los inmortales podrían sentirse atraídos de tanto en tanto por el encanto de habitar una piel diferente. Inspirando se deleitó con la infinidad de humores mezclados que emanaban del interior del recinto. Al parecer la mitad de Paris había respondido a la llamada y la belleza de la música, las charlas y las risas colmaron sus oídos preternaturales.

Con la seguridad que solo una vida de veneración podría otorgar, y acompañada por una delicada sonrisa, ingresó como si el lugar le perteneciera. Prácticamente de inmediato sintió como las miradas se posaban sobre sí. Algunas cabezas giraron después de unos segundos, algunas otras permanecieron vueltas, como si algún magneto invisible les obligara a permanecer con los ojos sobre la extraña mujer. Adoraba que la miraran, que hablaran sobre su cabello, su piel, sus ojos, pues ¿de qué valía ser bella si no lo disfrutabas? Atrapó una copa de vino de la bandeja de un despistado camarero que aún no había reparado en su presencia (- Mercy -) para luego iniciar una lenta caminata por entre las parejas y grupos que charlaban alegre y abiertamente bajo el anonimato que un antifaz podía otorgar.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Mar Ene 15, 2013 8:39 am

Y otra fiesta más. Al principio no negaba que era excitante lo de acercarse a ver de primera mano cómo vivían los ricos, la algarabía de vestidos de todos los colores en los salones, pero con el tiempo Edouard se había aburrido. Se había cansado pronto, en realidad, mucho antes de darse cuenta de que Madame no le llevaba de acompañante porque le apreciara. Todo había sido distinto al comienzo, cuando él tenía ocho años y su señora parecía más una benevolente hermana mayor. El niño creyó que sería divertido salir del hospicio convertido en el criadito de aquella joven tan guapa que vivía en una casa enorme. De hecho Edouard incluso se perdía por los corredores.

El Palacio Royal era aún más grande que ese hogar en el que de enano se extraviaba, pero él seguía siendo en muchos aspectos el mismo crío aventurero. Su paciencia después de doce años se había agotado a ojos vistas y Madame lo notaba, porque de camino a la fiesta le fue reprendiendo en el coche y recordándole todo lo que debía y no debía hacer. Edouard no podía pasarse de listo porque no sería la primera vez que su señora le azotaba con la fusta de montar cuando no estaba contenta. No es que los fustazos le dolieran en demasía, pero eran más que nada profundamente humillantes para él, así que resolvió aguantar un poco más y entrar en el salón todo lo educado y discreto que pudiera. Eso sí, siempre tres pasos por detrás de la mujer para la que trabajaba, para que su condición de sirviente quedara clara a primera vista.

Aquella noche se había tenido que poner máscara como los demás, cosa que molestaba mucho a su acaudalada patrona que creía que los del servicio tendrían que vestir distintos. Ella odiaba que los plebeyos aspiraran a parecérsele de algún modo, cuando realmente Edouard pretendía todo lo contrario. Sin embargo Madame se empeñaba en que fueran a conjunto y por eso le había dejado sobre la cama un traje nuevo, nada demasiado ostentoso, con el pantalón negro y la chaqueta azul celeste con un ribete de terciopelo oscuro. Afortunadamente el antifaz le otorgaba un poco de anonimato detrás de tanta elegancia, porque el chico no se sentía cómodo emperifollado como si fuera una más de las damas. Preferiría poder acudir en pijama, pero por motivos obvios no era posible, así que solo le quedaba apoyarse en una columna y tratar de afanar el mayor número de copas que llegaran casualmente a sus manos. Por suerte Madame encontró pronto a un compañero de la infancia con quien intercambiar inocentes coqueteos, y así su criado pasó al segundo plano que tanto ansiaba. Iba por la copa número cuatro cuando una figura imponente hizo su aparición.

El vestido rojo parecía hecho con el único propósito de atraer las miradas, y desde luego lo consiguió. Tanto los hombres como las mujeres giraron sin disimulo la cara al paso de la misteriosa joven pelirroja que cruzó el salón como si flotara, como si no estuviera al mismo nivel de todos los demás. A Edouard no le llevó ni tres minutos reconocerla.
- Fiona Di Centa. - Canturreó en un tono de voz apenas audible.
Realmente no esperaba que ella le oyese aunque pasaba justo a su lado cuando lo pronunció.



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Mensaje por Fiona Di Centa Mar Ene 15, 2013 10:09 pm

Agitó con delicadeza la copa frente a su nariz. El vino olía bien, se trataba de una buena cosecha. Era la única bebida que soportaba, además de la sangre, pero, aunque le atrajera, en el momento que se apoderó de la copa supo que no era lo que deseaba esa noche. Sin embargo se trataba de un instrumento bastante útil al momento de aparentar ante la multitud, así que permaneció con ella entre las manos.

Caminaba lentamente, sin prestar realmente atención a ninguna conversación en particular. En realidad buscaba algún olor que la atrajera por sobre los demás. En el corto tiempo transcurrido desde su ingreso al salón había detectado dos, tal vez tres, que le resultaron interesantes, pero nada extraordinario. Era temprano así que podía darse el lujo de recorrer y revisar la mercancía para poder elegir el mejor de los aperitivos presentes. Con el paso del tiempo su apetito había ido disminuyendo gradualmente pero aún la atormentaba. En algunas ocasiones esperaba a que la sed la impulsara salvajemente contra cualquiera, retando su propia resistencia, en otras sencillamente se abandonaba a su naturaleza. Pero la mayoría de las veces deseaba humanos especiales. Aquellos con cualidades o defectos que despertaran su curiosidad, que la llevaran a querer conocerles, a presionarlos, a jugar con ellos primero.

Un llamado la sacó de sus cavilaciones. Por extraño que pudiese parecer alguien había mencionado su nombre. Si fuese humana muy seguramente no le hubiera oído, sin embargo no lo era, así que volteó buscando con la mirada el origen de la voz. No fue una tarea difícil. Se trataba de un joven vestido de manera elegante, como para la ocasión, pero no lo suficiente como para poder equipararlo con la extravagancia y el despilfarro de la mayoría de los presentes. Un siervo sin duda y solo había uno que la conociera por su nombre.

-Edouard, querido ¿Eres tú?- le preguntó acercándose un poco mientras intentaba ver por debajo del antifaz del chico. No tenía dudas con respecto a su identidad pero habían apariencias que mantener y, se supone, que las mascaras se usan en estas ocasiones precisamente para que los demás no nos reconozcan con facilidad. Afortunadamente las mascaras no pueden también camuflar nuestro olor. -¿Qué haces aquí?, ¿Dónde está tu “adorada” Madame? - sonrío en complicidad al preguntarle por aquella tonta mujer que se empeñaba en mantenerle como a una mascota. -Si, lo sé, pregunta tonta, supongo que basta con buscar un horroroso vestido azul celeste – se burló sin poder evitarlo mientras recorría con la mirada la chaqueta del chico. Hacía décadas que la amabilidad no era su punto fuerte, y actualmente era casi imposible para ella pasar de largo semejante oportunidad para importunar al pobre Edouard por algo que él no podía controlar.



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Mensaje por Edouard F. Carrouges Sáb Ene 19, 2013 3:20 pm

No sabía qué tenía Fiona que la convertía en un imán. No se refería solo al hecho burdo de que fuera hermosa o tuviera una bonita figura, y también iba más allá del vestido que estuviera usando. Seguiría siendo atractiva aunque llevase harapos porque lo que desprendía era casi animal, algo que Edouard podía notar perfectamente desde su posición privilegiada de hombre imparcial. No creía que tuviera nada estropeado orgánicamente hablando porque sus encuentros con Madame lo disuadían de lo contrario, pero si bien su cuerpo era capaz de funcionar con un fin reproductivo su mente había aprendido a desconectar, y lo hacía tan bien que el chico jamás había experimentado ninguna clase de deseo. Nunca. Fue obligado a ejercer como acompañante desde una edad demasiado precoz para que se preguntara qué habría bajo las faldas de las mujeres, y de ese modo no es que su señora hubiera matado sus impulsos sino que directamente no los había dejado desarrollarse. Edouard era frío como un témpano, y en ese contexto ni siquiera se planteaba si le atraían los hombres o las muchachas, y en el caso de que fueran las últimas de qué tipo deberían ser para atraerle. Sencillamente no podía encenderse porque todo lo relacionado con el sexo le causaba una repulsión que lo incomodaba. Tocar a otra persona... Se estremeció de asco. No. No era posible para él y tal vez no lo sería nunca, así que lo que Fiona le despertaba tenía que deberse a otro motivo.

No podía decir tampoco que le agradara su personalidad, que fuese una joven tan dulce que no pudiera no gustarle, porque poseía la habilidad de despertar su admiración y su irritación a partes iguales cada vez que conversaban. Era cierto que dada su situación de dama y criado no tenían muchas ocasiones de compartir charlas distendidas sobre temas relevantes, pero había bastado intercambiar unas frases para que ambos se percataran - o al menos Edouard - de que se parecían demasiado o demasiado poco como para congeniar en el sentido típico del término. La prueba de su incompatibilidad fue que nada más encontrarse ella comenzó a atacarlo con palabras afiladas como dardos disfrazadas de cordialidad, pero que fueron extrañamente bien recibidas. Siempre era estimulante tener una discusión con alguien que dijera lo que pensaba de vez en cuando.
- No todas pueden ponerse un vestido como el vuestro y presumir de que les siente bien. - Respondió él, haciendo referencia a lo ajustado del traje de la pelirroja. - Algunas se arreglan como pueden.
Dejó su copa vacía sobre una mesa y olvidó cuántas llevaba entre pecho y espalda. Cogió otra.
- Un brindis. - Propuso alzando el vaso hacia el de Fiona. - Por las mujeres adorables como Madame... y como vos.



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Mensaje por Fiona Di Centa Dom Ene 20, 2013 9:25 pm

Fiona soltó una sonora carcajada con la cual consiguió una cuantas miradas reprobatorias, en especial de las mujeres más próximas. Algunos murmullos se levantaron a su alrededor pero a ella eso no le importó, por el contrario, que fascinante poder convertirse en el centro de atención por una simple carcajada. Era ambrosia para su ya inflado ego. -Cuidado querido, ese tipo de halagos son los que nos encantan a las mujeres y podrías meterte en problemas que tal vez no deseas- comentó guiñando un ojo con picardía.

En los pocos momentos compartidos había notado que Edouard no se comportaba de la manera en que lo hacían otros jóvenes de su misma edad. Y no se podía culpar a su condición o clase social por esto, pues bien sabía ella que las hormonas no respetan ni riquezas ni oficios. Tal vez por eso le resultaba interesante e incluso un poco misterioso. Observó como él abandonaba la copa vacía y capturaba una nueva inmediatamente. Podía percibir que no se trataba del segundo trago de la noche, pero no sería ella quien le impidiera abusar de aquel veneno, después de todo si se embriagaba tal vez podría sacarle alguna información sobre sí mismo que de otra manera no compartiría.

Sin poder evitar reír nuevamente elevó la copa y la chocó con delicadeza contra la que él sostenía en alto. - Como deseéis, aunque creo, sinceramente, que no podría haber un brindis más errado - comentó divertida ante tal ocurrencia. Aquella palabra levaba implícita a la bondad y, ante sus ojos, aquella “Madame” era tan adorable como un dolor de muelas. Ella, por su lado, fue considerada adorable alguna vez, muchos años atrás, pero, como todo lo de aquella vida, esa cualidad fue guardada y olvidada.

Acercó la copa hasta sus labios y se permitió un pequeño trago en deferencia al brindis propuesto. El líquido se deslizó ligero por su garganta, emitiendo un muy sutil calor que desapareció casi al instante. Sonriendo bajó la copa y observó fijamente al joven a través del antifaz. -No todo es lo que parece y te puedo asegurar que hay tan poco de adorable en mí como de aburrido en ti - de momento se abstuvo de hacer un nuevo comentario sobre su madame. Ya tendría otras ocasiones durante la velada para reírse a expensas de la mujer. Además no deseaba importunar a Edouard más de lo necesario con el tema. No comprendía porque insistía en defenderla o, sería más apropiado decir que desconocía las razones que lo motivaban a hacerlo.

La orquesta empezó a tocar una tonada mucho más alegre que las que hasta ese momento se habían escuchado y muchas de las parejas presentes aprovecharon la ocasión para dar inicio al ineludible ritual del baile. Fiona observó por un momento el espectáculo antes de que su atención retornara al inesperado acompañante. - Que espectáculo tan encantador ¿no lo crees? - comentó instando al joven a que observara a los bailarines - La música, el ambiente, los colores, las mascaras… todos fingiendo ser alguien más. Toda la desesperación, la tristeza y la malicia escondidas bajo la perfecta representación de la hipocresía. ¡Que irónico y que seductor resulta! ¿No te agrada acaso poder pretender ser alguien diferente, al menos por una noche? - le preguntó manteniendo sobre los labios una sonrisa taimada mientras pensaba en todas las mascaras que había usado desde que se había convertido en lo que ahora era.

En esos momentos un hombre maduro, y elegantemente ataviado, se acercó hasta donde se encontraban - ¿Me concedería esta pieza Madame? Le aseguro que será mucho más entretenido que desperdiciar su tiempo con quien evidentemente no le da la altura - las palabras fueron expresadas con la entonación propia de alguien que ha estado bebiendo sin contemplación a la par que miraba de arriba abajo a Edouard. La vampira se limitó a reír nuevamente pero su expresión cambió por un semblante serio en cuanto el hombre, con total descortesía, la tomó por el brazo en un fallido intento de forzarla hacia la pista de baile.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Lun Ene 21, 2013 7:03 am

Se notaba a la legua que Fiona estaba cómoda en su papel de ser el centro de atención de las reuniones, y eso - como un círculo vicioso - no hacía sino resaltarla más entre las otras y enaltecer su nada despreciable ego. Edouard no tenía tanto amor propio como ella pero no andaba escaso de un orgullo que esgrimía más como defensa que por razones verdaderas, y eso hacía que continuamente chocaran como dos piedras de pedernal entre las que saltaban chispas.
- Entonces serán muchos los que se metan en problemas con vos.
Porque seguro que le llovían cumplidos como ése y mejores todos los días. Podía decirse muchas cosas de los hombres de París pero lo cierto es que había pocos que no fueran caballerosos... o que intentaran serlo a su manera. Eso no siempre era bueno para las muchachas que tenían que soportar las atenciones de un montón de señores aburridos deseosos de cortejarlas, pero en el caso de Di Centa seguramente los piropos eran bien recibidos.

Después del brindis volvió a beber, notando al fin cómo el alcohol provocaba cierto cosquilleo en la boca de su estómago y una especie de nebulosa en su mente. Decidió que era el momento de dejar las copas a un lado, no fuera que cometiera una estupidez. Madame nunca se lo perdonaría en un acto público y por mucho que se jactara de tenerla en un puño Edouard seguía necesitando a su patrona para subsistir. Por cierto, no sabía dónde se había metido pero no se la veía en las proximidades, a lo mejor estaba bailando con un pobre incauto. El criado devolvió su atención a la vampiresa porque era ciertamente mucho más interesante que su señora, donde quiera que estuviese.
- ¿Cómo sabéis que no soy aburrido? - Inquirió, llevándose una mano al lazo de la camisa y aflojando un tanto su nudo para poder respirar mejor. - Igual paso las tardes jugando a cartas con el cochero.
No era el caso, pero quería saber a qué se refería exactamente Fiona al calificarlo de entretenido o misterioso. ¿Él? No, probablemente no hubiera una vida más monótona que la suya en toda Francia. Hasta los deshauciados tenían más emoción en su día a día, luchando por conseguir cada mendrugo de pan, que Edouard en su labor de mascota humana.

Como la pelirroja quería volvió el rostro hacia el centro del salón y contempló a las parejas que danzaban creando un juego de colores y máscaras que tal vez algún pintor querría retratar. Vaciló ante el comentario que la joven le dirigió, sin saber en primera instancia qué responder.
- Ser alguien diferente. - Repitió como entre sueños.
Sí, a Edouard le agradaría, pero desde luego si pudiera representar su papel añorado no sería el de aristócrata enfundado en traje de tafetán dorado. Sería alguien mucho más sencillo y mucho más feliz, tal vez un comerciante, el dueño de una casita a las afueras donde viviría con madre sin que nadie les molestara. Se acabarían para él todas las fiestas y cualquier clase de compañía, las visitas no serían bien recibidas en su morada. Se cerraría en su hogar igual que se cerraba ahora tras la cáscara que él mismo había construido para protegerse, y nadie acudiría a turbar su paz. Jamás.
- ¿Es lo que hacéis vos, mademoiselle? ¿Pretender ser alguien que no sois? - Sus ojos azules la escrutaban ahora a ella, intentando aprender. - ¿Y quién sois en realidad?

Su reflexión se vio interrumpida por un anónimo galán que acudió a sacar a bailar a la vampiresa, nada extraño teniendo en cuenta que estaba bellísima esa noche. El chico se resignó a perder su compañía, pero cambió de opinión en cuanto el individuo se permitió gratuitamente insultarle.
- Si fuerais la mitad de hombre de lo que pretendéis sabríais que es indecente agarrar así a una dama, como si fuera una verdulera. - Se interpuso entre ambos.
Sabía que había hecho mal. Aunque su máscara pudiera despistar al desconocido por unos segundos - que lo dudaba - acabaría dándose cuenta de que no era más que un sirviente y exigiendo su merecido castigo por ofender su dignidad de caballero. Para no darle tiempo a responder Edouard tenía que ser rápido, y así tomando la mano de Fiona la acompañó al mismo centro de la pista, perdiéndose entre los demás. Haciendo exactamente lo que le había reprochado al otro: arrastrarla a bailar sin pedirle permiso primero.



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Mensaje por Fiona Di Centa Sáb Ene 26, 2013 3:43 pm

El fuego de la ira la inundó al sentir aquella mano intentando halarla (como si pudiera hacerlo), y por un segundo pensó en hacerle desear al sujeto el no volver a poner una de sus desagradables manos sobre otra dama sin su consentimiento. Sin embargo se abstuvo, estaba en un lugar público, rodeada de gente a la cual no le haría ni pisca de gracia que una joven, relativamente menuda y bien ataviada, le arrancara de tajo algunos dedos al borrachín. En su lugar se disponía a soltar algunas palabras hirientes, pero antes de que pudiese hacerlo Edouard reaccionó de una manera que la sorprendió.

Tomando su manó la halo hasta el centro de mismo del baile. A pesar de la sorpresa permitió aquel inesperado giró de los acontecimientos. Apretó ligeramente la tibieza y suavidad de la mano que la asía preguntándose como la sentiría él a ella mientras le seguía con paso ágil y ligero. – Mi querido Edouard, debo admitir que me ha sorprendido con tal muestra de caballerosidad. Ha salvado usted a una damisela en peligro – le alagó entre risas. Su buen genio había retornado, sin embargo tomó atenta nota del olor y el rostro de aquel sujeto para hacerle una visita tal vez más tarde esa misma noche. Sabía que tenía que aprender a ser menos voluble pero le era prácticamente imposible evitarlo.

– Y solo por eso, por esta ocasión, ignoraré el hecho de la ausencia de una invitación formal a bailar. Pero ten en cuenta que estaré esperando una pomposa y rimbombante solicitud la próxima vez – se burló acercando su cuerpo al de él y asiéndose para dar inicio al baile. Había sido un movimiento bastante arriesgado pues si aquel hombre, a todas luces de buena posición, se enteraba que se trataba de un siervo y no de un aristócrata, muy probablemente el pobre Edouard recibiría la peor parte del asunto. No, no lo permitirá, aunque tuviese que vérselas con su adorada “Madame” en persona.

– Me encanta bailar - comentó mientras se movía al ritmo de la música. Luego permaneció algún tiempo en silencio pensando en cuál de las preguntas formuladas anteriormente responder primero. Las parejas giraban a su alrededor en un sinfín de movimiento de color y texturas. Algunas veces la asombraba la forma tan simple como, tanto mortales como inmortales, podían encontrar la felicidad momentánea. Y ella, particularmente, se alegraba de que todo lo ocurrido no hubiese perturbado aquel ínfimo espacio de serenidad y liberación. Era como una bocanada de oxigeno y por un instante se sintió, incluso, un poco como aquella chica que danzaba de manera desinhibida en los salones de la mansión de su padre.

– Bien, ahora que tenemos nuevamente un poco de tranquilidad voy a contestar tus preguntas – comenzó, disfrutando del momento y el calor que despedía el cuerpo de él un poco más de lo que su lógica le indicaba. Aclaró falsamente su garganta antes de continuar - En primer lugar no muchos se meten en problemas pues, para que eso ocurriera, tendría que haber algún tipo de interés de mi parte. No voy a negar, sin embargo, que los cumplidos me complacen enormemente. Soy una mujer vanidosa - confesó aún sabiendo que era un rasgo en exceso evidente. - En segundo lugar, no podría decirte quien soy ya que ni yo misma conozco esa respuesta. Supongo que todo depende de mi estado de ánimo y de con quién me encuentre - por ilógico que sonara resultaba cierto. Dependiendo del momento y el lugar podía ser una señorita absolutamente encantadora o una perra desalmada. No tenía idea si ese sentimiento de ausencia de una personalidad definida duraría mucho tiempo pero hasta ahora asumía los roles que tenía que jugar, abandonándose y perdiéndose en ellos de manera tal que a veces ni siquiera podía definir que era autentico y que no. La respuesta no podría ser tan simple como admitir que era una vampira, así como un humano no podía definirse a sí mismo como simplemente un humano, siempre había mucho más en el trasfondo, el problema era que ella se había perdido a sí misma en algún momento entre su muerte y la actualidad.

– Todos aparentamos. Todos nos escondemos. ¿Qué otra opción tenemos para vivir en la sociedad más que aparentar formar parte de ella? - le miró fijamente, perdida en el puro azul de sus ojos. Le agradaba este humano. Su forma de pensar y de expresarse. Sus ojos, su calor, la forma en que invariablemente le cuestionaba y como enfrentaba con fuego el suyo propio. ¿Y aún así podía dudar sobre su propio misterio? Había percibido claramente su vacilación ante el interés que podría llegar a despertar. Justamente por esa razón decidió dejar esa respuesta para el final.

– Por último, debo argumentar que tú mismo sabes que eres interesante. ¿Por qué otra razón aquella bruja, a la que insistes en defender, te mantendría firmemente amarrado al poste de su cama? - le cuestionó en tono reprobatorio - Pero no voy a insultar tu inteligencia con una respuesta tan insulsa. Y no pienso creerme ni por un momento que no tienes nada mejor que hacer que jugar cartas con un cochero - calló por unos instantes. Sentía su genio alborotarse nuevamente y deseaba sacudir a aquel ser ante su propia ceguera. Pero en vez de hacerlo se le ocurrió algo diferente. Detuvo sus movimientos, obligándole con gentileza a detenerse también. Luego le miro larga y duramente - ¿porque te subestimas? - le preguntó enojada. Sin darle tiempo de contestar le agarró por la nuca y se estiró hacia su rostro, acercándose cada vez más a sus labios. Sabía que a él le incomodaba ese tipo de encuentros y esperaba que su reacción le diera la razón antes de continuar argumentando su propio interés.

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Mensaje por Edouard F. Carrouges Sáb Feb 02, 2013 5:24 am

Que no los pusiera en práctica muy a menudo no quería decir que Edouard no conociera los modales adecuados para tratar a una dama de buena posición, era algo que se le había enseñado muy bien a costa de otras cosas más necesarias como por ejemplo leer y escribir. Cada uno se abría camino a tenor de sus obligaciones y nadie esperaba que un criado llevase la correspondencia, pero sí que estuviera siempre a la altura del servicio que su señora iba a necesitar. Le gustaba mucho más bailar con Fiona que hacerlo con Madame, así que no quiso mirar mucho a su alrededor por si acaso su patrona estaba buscándolo para que hiciera eso mismo con ella. No quería saberlo. Se sentía liviano y algo más contento mientras danzaba con una mano cogiendo la de la vampiresa y la otra alrededor de su esbelto talle.
- Es difícil de creer que jamás hayáis tenido ningún interés.
Difícil pero no imposible. Edouard solo quería saber si la pelirroja había tenido algún gran amor que había terminado mal y la había dejado insensible a otras lides semejantes, o si por el contrario era como él mismo y venía frío de serie.

Esa frialdad no impidió que se tensara cuando Di Centa le espetó tan crudamente que Madame lo ataba a su cama. No es que fuera cierto en un sentido literal, pero desde luego se asemejaba bastante a lo que ocurría. Fue como si la vampiresa se hubiera quitado un guante y le hubiera asestado una bofetada en toda la mejilla, restallante como un látigo e igual de imprevisible.
- No sé quién os habéis creído que... - Comenzó, hirviendo de pura rabia y frustración.
Una cosa era saber que su trabajo implicaba partes desagradables, pero otra muy distinta era tener que cumplirlas sabiendo además que los demás tenían los ojos puestos en él y en su desdicha y que la tomaban como natural. Que alguna vez la habrían comentado. Que la humillación de Edouard era la comidilla de las reuniones sociales. No le importaría ofender a Fiona con palabras hirientes a continuación, pero tuvo que detenerse y dejar de hablar cuando ella le besó le advertirle. ¿Aunque cómo iba a advertirle? Nadie decía "atención, voy a besarte, gira el cuello". Edouard sintió los labios de ella contra los suyos y se percató de que era la primera mujer que le había besado nunca aparte de Madame. Indudablemente salía ganando con el cambio, pero ese pensamiento le hizo reaccionar. Tomó a la pelirroja por los hombros y la apartó de sí, asustado, mirando luego hacia los lados hasta que sus ojos se cruzaron con lo que temía: desde una esquina del salón Madame los miraba con los ojos achinados por el enfado. Les había descubierto y ahora creería... Por todos los demonios, se había metido en un gran problema.



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Mensaje por Fiona Di Centa Miér Feb 06, 2013 9:08 pm

La pelirroja no se guardó para sí el asombro que le causo la situación. Y no porque Edouard la hubiese apartado. Al contrario, esperaba que desde un principio él impidiera aquel encuentro pero, en su lugar, le permitió acercarse lo suficiente como para que sus labios se rozaran, e incluso ir un poco más allá, antes de reaccionar y apartarla. Dado que suponía que llegaría tal muestra de inconformidad ante su desvergonzado actuar, se encontraba lo suficientemente relajada como para que él pudiese apartarla en el momento que lo desease.

Observó como el joven barría el lugar con los ojos hasta que estos se detuvieron en un punto específico. No necesitaba preguntar ni voltear a mirar para saber cuál era la razón de la búsqueda. Y aún así giro la cabeza con lentitud hasta que sus ojos se posaron en los de aquella mujer que les miraba enfadada. Una chispa de emoción se encendió en el interior de la pelirroja y en un gestó bastante osado se permitió hacerle un guiño antes de retornar su atención a Edouard. Pobre Edouard, en el instante en que lo vio alcanzó a sentir algo cercano a la culpabilidad pero desecho rápidamente el pensamiento. La estaba pasando muy bien y no iba a permitir que ella interfiriera en su felicidad.

Deslizó muy despacio la mano con la que se había aferrado a la nuca del joven hasta su hombro, teniendo especial cuidado de rozar apenas con sus uñas la piel del cuello descubierto. La delicadeza lo es todo cuando se cuenta con una fuerza desproporcionada, eso lo aprendió con bastante celeridad y lo último que quería por ahora era maltratar aquella suave y cálida piel. Luego, por medio de un suave empujoncito, reinicio los giros propios del baile que ella misma había detenido.

– Así que la bruja nos vio. Oh, que celosa debe estar - comentó emocionada antes de reír con soltura – No sé quién estaba más sorprendido de los tres. Y hablando de sorpresas… creo que acabo de confirmar mi teoría - prosiguió mientras el movimiento de los pies, que ella continuaba impulsando, los alejaba poco a poco y les ocultaba tras una cortina de alegres bailarines.

- Vamos, anímate un poco. Me niego a creer que el poder que tiene sobre ti sea tan enorme como para que no te permita continuar con una charla inocente – originalmente no se había planteado el burlarse de esa forma de la situación, así que podría decirse que fue algo completamente natural. Rió burlona. – y con eso regreso a mi argumento. Lo interesante para mi tiene varios matices y uno de esos es precisamente la capacidad que tenga para entretenerme sin agotarse. Aquello que me sorprende despierta mi interés y tú, mí querido Edouard, eres uno de los humanos con las reacciones más inesperadas que he conocido. Ahora mismo, unos segundos atrás, esperaba que no me permitieras acercarme lo suficiente como para que nuestros alientos se mezclaran, sin embargo no solo me lo permitiste, si no que además me devolviste el beso por un instante… y nada mal por cierto, cualquiera podría dar fe de una amplia experiencia- le elogió lanzándole una mirada cargada de picardía.

– Veamos, creo que tengo dos respuestas más para ti. La primera: no es quien me crea, es como soy. Si deseo un beso lo tendré, si afirmo algo respecto a ciertos postes de una cama es porque lo sé. Supongo a estas alturas ya sabrás que no debes esperar que te pida permiso para ese tipo de cosas – se desprendió del agarre para dar un par de giros sobre si misma en solitario antes de retornar a sus brazos. A continuación se retiró el elaborado antifaz permitiendo que descansara sobre su cabello y despejando por completo su rostro – la segunda respuesta es sí, he tenido intereses. Algunos más fuertes que otros pero solo uno real y duradero – su expresión había mudado a una entre seria y apesadumbrada. Solo había espacio para un amor real en su corazón. Durante aquellos años se había topado con algunos humanos que la habían atraído poderosamente pero era una ilusión que se desvanecía con el más ligero de los soplos. Finalmente todos habían terminado en la categoría de comida.

La entusiastas notas se alzaban ligeramente por sobre la multitud de conversaciones a su alrededor. En lugares como ese Fiona mantenía bajo control su telepatía, lo último que deseaba era verse saturada por infinidad de pensamientos efímeros que la distrajeran de su objetivo, pero ahora la curiosidad la venció y finalmente decidió abrir ligeramente su mente. deseaba saber, por un lado que pensaba hacer aquella mujer, y por otro lado conocer lo que pasaba por la cabeza de su magnífico compañero de baile.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Dom Feb 10, 2013 3:13 pm

Sí, seguro que a Fiona le parecía muy divertida la situación, pero no podía decirse que Edouard sintiera lo mismo. Estaba fastidiado por el hecho de que aquella mujer, que físicamente no podría imponérsele de ninguna manera, le atara tan corto sin tener ningún derecho sobre él. Podría haber desistido al principio de la conversación, haberse alejado de su figura en lugar de seguirla con la vista o simplemente no haberla sacado a bailar. Si no hubiera saltado en su defensa como el gallo del corral ahora ella estaría seguramente dando vueltas con el otro hombre, el que la había cogido del brazo sin miramientos. El criado no sabía que la pelirroja era mucho más capaz de defenderse solita de lo que aparentaba, ¿cómo iba a sospechar? No sabía de la existencia de otras razas más que la suya propia, y por tanto clasificaba a Di Centa como nada más que una mujer hermosa y muy carismática. Demasiado. Le estaba manipulando para conseguir lo que quería, que era un rato de diversión y charla distendida, y él se dejaba como un pazguato porque por alguna razón que no entendía ella le atraía como un imán. No es que le atrajera en sentido romántico, pero desde luego aquel sentimiento que le despertaba debía de parecerse bastante a lo que otros calificaban como deseo. No es que Edouard estuviera enamorado ni interesado en intimar con Fiona, pero cuanto más le picaba ella más quería él demostrarle su supremacía, su valor.
- ¿Humanos?
Frunció el ceño. Ella había utilizado una curiosa expresión para referirse a él, aunque el muchacho lo achacó a que la joven tenía tanto ego que se consideraba incluso por encima de sus congéneres.

Habían reanudado el baile pero los pies del sirviente ya no se movían como antes, estaba torpe y podía adivinarse fácilmente por qué. Finalmente no tuvo otra opción que detenerse y coger a su compañera de danza por los hombros, sin apretar tanto como para lastimarla pero sí firme en su agarre. La miró a los ojos tan fijamente como le permitía su antifaz, ya que ella se había librado del suyo.
- Escuchadme bien, madame. - Declaró haciendo hincapié en la última palabra con un tono burlón. - Puede que estéis acostumbrada a robar besos igual que robáis chismes, pero una cosa es cierta: que hayáis tenido por un momento el roce de mis labios no quiere decir que estéis ni cerca de tener nada más de mí ni de conocerme. No sé quién sois ni cómo lo hacéis... pero ya basta.
Ignorante del hecho de que ella le estaba leyendo la mente dejó que su rabia y su humillación hirvieran en su alma como en un puchero a fuego lento, retroalimentándose y llenándolo de amargura. No soy el juguete de nadie. Se tachó de tonto y se lamentó de comportarse como un colegial cada vez que Fiona se cruzaba en su camino. Tomó la decisión valiente de dar media vuelta y dejarla allí sola, en un lado del salón, rogando para que Madame le perdonara o al menos que no la tomara con Betrice. Su patrona ya le había amenazado alguna vez con tomar represalias contra madre si él no cumplía con su obligación, y ese era el único motivo por el que Edouard seguía a su tiránico servicio. Ahora tenía que buscarla y esconder una vez más el rabo entre las piernas, como un perrillo. Es lo que era.

Pero hasta los perros tenían sentimientos que se podían herir.



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Mensaje por Fiona Di Centa Lun Feb 11, 2013 7:55 pm

La afectación de Edouard era evidente. Sus movimientos cambiaron, al igual que su mirada y su soltura. Esto obligó a la vampira a aceptar cuanto poder tenían sobre él. No lo comprendía, ni por asomo, pero era evidente la fuerza que tenía una sola mirada irritada para trastornarle por completo. En ese momento deseo arrancar con las uñas aquellos bonitos y brillantes ojos femeninos de sus cuencas. No era el momento ni el lugar para semejante escena, pero ella se aseguraría de no olvidar como se había malogrado una perfecta noche de diversión.

No escapó de su entender el hecho de que él hubiese aislado el término de “humano”. Ella cometía ese tipo de errores con más frecuencia de la que deseaba, por lo que, en vez de intentar remediarlo, simplemente le ignoró de manera olímpica y descarada.

Entonces ocurrió lo que ya temía, él se apartó. Para ese momento Fiona se encontraba atenta a lo que pudiese captar de su acompañante a pesar de las demás voces que se filtraban en su cabeza sin control ni coherencia. Eso la distrajo y, entornando los ojos, tuvo que esforzarse por comprender lo que él le decía, tanto con sus palabras como con sus pensamientos. Aquella zorra pasó a un segundo lugar y la vampira decidió olvidarla por completo por lo que quedaba de la noche, so pena de que la ira finalmente la impulsara a salir tras ella pudiendo cometer un error. Nada la satisfacerla más que acabar con aquella vida, pero no hoy y no ahora.

No había más que decir. Nada que pudiese apagar el fuego que sintió hervir en el interior del joven. Tanta amargura, tanta humillación. Y de nuevo una sola razón: la familia. Era como monstruo enorme, amorfo y sinestro que continuaba acechándola desde cualquier humano al que se quisiere acercar. ¿Por qué eran tan ilusos? Demonios, sacrificar su juventud, su belleza, su masculina fuerza, su dignidad por nada. Era tan triste que le provocó una carcajada. Él la oiría, eso era seguro, pues aún no se había alejado ni dos pasos cuando el sonido se alzó un segundo por sobre la música. Entonces calló de manera repentina. Una nueva idea asomaba tímidamente por los recodos de su mente: si no existía consecuencia tampoco reacción. ¡Si él no tenía a quien proteger no tendría por qué someterse! Y no dudaba que le había un bien a su pobre madre librándola de su miseria. Era tan simple que ese solo pensamiento le levantó el ánimo nuevamente.

Se permitió una última visión del joven que desaparecía por entre la multitud y de la mujer que le seguía con paso firme y los puños fuertemente apretados. Luego, con una sonrisa en los labios, se calzó nuevamente el antifaz y, cerrando nuevamente su mente, se dispuso a encontrar al hombre que había pretendido forzarla a bailar algunos minutos antes. El encuentro con Edouard la había dejado ávida de sangre y, por qué no admitirlo, se sentía juguetona y sanguinaria.

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