Llévame contigo mientras el anochecer se aleja - (Privado)

Se apoyó en la balaustrada, mirando la pequeña embarcación que se acercaba, un hombre en cubierta, la había descubierto y le saludaba con el bazo extendido, señalándola y hablando con otro hombre que a su lado asentía lo que éste le explicaba. Saludó tímidamente, cuando lo reconoció, en verdad no era tan difícil de darse cuenta quien era ya que estaba prohibido que cualquier embarcación atracara en la isla. Se introdujo apresurada a la recamara, debía vestirse, su amante llegaría en cualquier momento y si algo le molestaba al colérico Cosimo Borromeo, era que ella no estuviera vestida y perfumada como si se tratase de una muñeca de exposición.
Se cambió rápidamente mientras se desquitaba con sus doncellas de cámara la frustración de tener que soportarlo, no tenía que ver con que Cosimo fuera desagradable a la vista pues por el contrario era un dios griego - y en la cama pues… - pensó por un momento riendo, mientras le ajustaban el corsé haciendo que sus pechos se vieran aún más generosos de lo que por sí solo eran. Se puso un elegante vestido a rayas azules pequeñas en fondo blanco y escote provocativo, unas botitas, para poder caminar por el jardín y su quitasol infaltable para cuidar su cutis del sol de verano.
Acababa de salir de sus aposentos y se dirigía, a paso rapido al jardín, cuando por el salón de recibo, apareció Cosimo, - Saskia, mujer como te extrañe – le dijo mientras la rodeaba con sus brazos de forma posesiva y le daba un beso apasionado, ella con los ojos abiertos de sorpresa aceptó gustosa ese beso, mientras su amante le susurraba en sus labiosa – no te atrevas nunca a dejarme, por que no sabes lo que sería capaz de hacer, – mientras sentía como le apretaba la cintura y la nuca como una advertencia, se quedó quieta y cerró los ojos – a pesar de su rudeza lo quiero, pero esto ya me está aburriendo, nadie es mi dueño – pensó mientras se volvía más receptiva a los avances del Conde.
Definitivamente, aquel juego que rayaba el sado - masoquismo, se le había ido de las manos con Cosimo y ahora se sentía en una prisión, de lujo pero no dejaba de ser un tipo de esclava, para hacer sus perfumes que al sentirse infeliz o rabiosa por como la trataba casi todos salían venenosos y él cada vez más contento con eso.
Se había dado cuenta que cada vez que intentaba pedir auxilio a algún hombre en la isla, aparecía suicidado o asesinado por algún otro que nunca se había mostrado propenso a la agresividad, lo que la hacía concluir que eran sus pociones las que llevaban a estos salvadores a tan mal fin. Necesitaba un aliado y lo necesitaba ya, no quería estar ni un día más en ese lugar.

Había recibido una carta desde Italia, tenía que ir porque una de sus empresas instaladas en ese lugar no funcionaba como debía, esto para Dam no le gustaba nada, él era un hombre que todo le gustaba que saliera bien, que saliera a la perfección por eso puso un excelente encargado en aquella fabrica, mientras el administraba la que se encontraba en parís, pero al ser el dueño de la pequeña fábrica de telas tenía que ir; había estado dos semanas en Italia, dos malditas semanas separado de su progenitor, el que daba luz a su vida, porque su esposa había perdido la memoria y él se aprovechó de la circunstancias. Y ahora se encontraba recostado en la cama de su camarote, tenía muchas ganas de regresar a parís, necesitaba ver a su hijo y sobre todo a su esposa, anhelaba verla aunque la maltratara como una esclava-Perdóname Naia, perdóname pero te lo mereces al verme engañado-Susurro, mirando hacia un lado, quería despejarse. Al venir a Italia tenía que dejar todo, su trabajo, su esposa, su hijo era un hombre un poco ocupado pero se daba tiempo para todo, pero al venir a otro país era un poco complicado

De los labios del brujo salió un suspiro y se sentó en su cama, mirando el camarote, se sentía solo, muy solo y así con esos pensamientos salió de sus aposentos y empezó a caminar por todo el pasillo.

Cuando se despertó de aquella siesta la noche estaba entrando por el ventanal, su amante todavía dormía como un niño con una sonrisa en el rostro. Se levantó y dirigió al balcón, desnuda como estaba, dejó que la luna la bañara con sus rayos y el viento acariciara su piel, Cerró los ojos y suspiró, nada la hacía sentirse más viva que sentir el deseo de un hombre, el ansias de posesión y la victoria secreta de la mujer sobre los machos que se creían mejores por solo ser los que mas fácil se les daba el llevar las riendas del poder, del sometimiento y por ende del mondo que las esclavizaba a ser solo las tiernas mujercitas que debían esperar estoicas en el cálido hogar y por supuesto, nunca, pero nunca revelarse ante el poder mediocre de los hombres.

Volvió su cuerpo a la oscuridad del cuarto, al lecho en el que reposaba tranquilo Cosimo, dormido como un oso hibernando gracias al fuerte narcótico que ella misma había destilado de una de las flores que más le gustaba. Lo acomodó mejo en el lecho empujándolo de la espalda y arropándolo, como una esposa, solo que ésta, no se quedaría a velar su sueño, era el momento de diseñar su partida y si podía y encontraba a esa persona que la ayudara, pues no perdería el tiempo. Se vistió con un traje mucho más sencillo y en su bolsito cargó algo de dinero, no necesitaría más, pasaría primero por la casa de su madre y le pediría que la ayude a partir lejos – nada la hará más feliz – pensó un poco dolorida, pero era así nunca habían congeniado y menos ahora, que se había convertido en la amante de uno de los hombres más importantes de Italia.

Aunque ella, sospechaba que más era por el hecho que se estaba dando cuenta que las mismas habilidades que en ella se estaba despertando, en su madre ya hacía tiempo que existían y dos mujeres como ellas no podía vivir en el mismo sitio, por más amor maternal que una de las dos tuviera. Suspiró resignada, mientras cerraba la puerta de su cuarto y se dirigía a la costa, si tenía suerte, se metería como polizón en el barco que hacía pocas horas había anclado en la orilla de la isla, había escuchado que antes del amanecer zarparía nuevamente y ese sería su salvo conducto para ser libre.

Cuando la briza del pequeño puerto le refrescó el rostro, rió feliz por haber casi conseguido su objetivo. Uno o dos escoyos salvados y estuvo adentro. Se escondió de dos marineros y tras ver el pasillo de los camarotes vacíos, se aventuró a meterse, En ese momento un hombre salía de uno de ellos y se lo encontró de bruces – excusez-moi – dijo bajando la cabeza y escondiendo la mirada, aplastando su espalda a la pared del pasillo y dejando lugar más que suficiente para que el extraño pasara.