Ni contigo, ni sin ti... [Privado]

Vació el poco contenido que quedaba en su copa, inundándose su paladar de aquél intenso aroma que se jugueteaba con su lengua y terminaba descendiendo por su garganta, quemándole entre oleadas de placer. Su cuerpo reaccionaba como si hiciera años que no hubiera probado semejante delicia, lo cual excluía algún que otro antro que le habían recomendado en lo que suponía que estaba siendo su breve, hasta el momento, estancia por el lugar.

Pero esa taberna… sin duda, tenía una variedad más que interesante de bebidas espirituosas. Recordaba con cierto resquemor su visita a uno de los más famosos y frecuentados tugurios de la ciudad, y hasta qué punto se había sentido defraudado por el mal trato que había recibido, llegando al punto de tener que abandonar el lugar tras haber pagado, incluso sin haber disfrutado de lo que se le ofrecía. Ni siquiera le habían ofrecido material de primera calidad… de modo que dudaba que se dejara ver por allí de nuevo.

Suspiró de nuevo, habiendo perdido la cuenta del tiempo que llevaría ahí. Creía recordar que había entrado en cuanto abrieran, antes incluso de que cayera la noche, y tras pedir su copa y haberse sentado en la barra, prácticamente se aisló en su mundo privado. Lo cual apenas le supuso dificultades, debido a la escasa cantidad de gente que rondaba por la zona a esas horas. Rememoró que un sonido a su siniestra le indicó que alguien había ocupado el taburete, y al haber volteado su rostro hacia esa dirección, se había topado con un rostro que recordaba demasiado bien. El rostro incomparable e indefinible de su creadora. Sabía que no era más que una visión, producto de su deteriorada mente, quizás, pero era algo que había comenzado a acontecer de forma reciente y todavía se estaba habituando a ello. Era extraño definir cómo le hacían sentirse esas visiones, ya que sabía que no podía estar presente. Pero allí estaba ella, con su mirada acerada y sus cabellos de fuego, mirándole con cierta diversión y una sonrisa socarrona en aquellos nocivos labios.

A pesar de semejante espejismo, pudo disfrutar de su copa, y algunas pocas que siguieron, sin que ello le causara demasiado impedimento. El local comenzó a llenarse como era habitual, pero no había nadie que se colocara a ambos lados. Si lo hubieran hecho, quizás el espejismo se hubiera desvanecido, pero no tuvo esa suerte. Un par de horas después de soportar que aquél rostro altivo le estuviera observando fijamente, finalmente se dignó a dirigirle la palabra al licántropo.

«Y pensar que no quisiste concederme el placer de compartir una ronda contigo, querido –le dijo con tono mordaz mientras cogía la copa de Noah y le robaba un largo trago–. ¿Por qué motivo te compadeces causándote tanto dolor? ¿Acaso no has tenido ya suficiente? Estás echando a perder todo lo que eres… Ni se te ocurra venirme con cuentos como que no recuerdas nada. Yo soy tú, tú eres yo… y hasta que no decidas aceptarlo y pasar página, seguirás siendo la sombra de lo que una vez fuiste. Deberías aprender a perdonar. A perdonarte a ti mismo. Si no lo haces, no podrás convivir contigo mismo… ni sin ti.»

Ah… cómo le irritaba tener que soportar aquellos delirios de su alma fragmentada, tuvieran o no razón.

«Cállate. No tienes ningún derecho a decirme cómo llevar mi vida, Leah», repuso para sus adentros, con un simple gesto borrando la ilusión, que se desvaneció como si fuera simple humo. Pero aquellas ponzoñosas palabras le causaron una creciente inquietud en su interior. Sabía que eran sinceras, y que estaba en su poder hacer algunas cosas antes de fuera demasiado tarde; le gustara o no, se vería obligado a tomar cartas en el asunto.

Se llevó su mano izquierda a la sien, en un esfuerzo por intentar alejar cualquier pensamiento que pudiera recordarle a su pasado. Por una noche, no tenía intención de estar indagando más en aquellas oscuras lagunas. Apuró su copa y pidió al cantinero que se la volviera a llenar. Pudo escuchar un bufido de frustración en su mente, lo cual era indicativo que su “visión” no aceptaba ese comportamiento. Tampoco es que le importase en ese momento: no conseguía descifrar lo que ese ente quería de él, pues no hablaba con claras palabras. Tal vez nunca sabría qué pretendía exactamente, pero SÍ que sabía que, al menos de momento, esa noche no tenía intención de averiguarlo. Tan sólo quería disfrutar de la carencia de lucidez que sería creciente si proseguía bebiendo. Dudaba que su capacidad de regeneración pudiera lidiar rápidamente con altos volumen de alcohol en las venas.

Antoinette había rondado las calles parisinas como un fantasma por ya varias horas. No se había detenido a saludar a nadie, ni siquiera se había fijado en las personas que transitaban. Oculta tras una capa larga, con una capucha lo suficientemente grande como para esconder su rostro de cualquier curioso, la heredera había dejado a su naturaleza vampírica tomar control de su cuerpo. Precisamente, se encontraba cazando a la espera de alguna pobre alma desvalida, algún ebrio, quizás un mendigo que no fuese a ser necesitado ni echado en falta. Esa era quizás una de las rutinas que más le pesaban, puesto que si bien su intención no era beberse su sangre hasta drenarlos completamente, la salud de los mismos estaba ya tan quebrantada que resultaba casi irremediable que muriesen en sus brazos. Aunque la sangre no tenía un gusto exquisito, quizás el sabor a alcohol, o la pestilencia de alguna enfermedad grave eran mejor que nada. Al menos, tenía que serlo si se era nueva en París y se estaba queriendo establecer con un bajo perfil.

No había tenido mucha suerte, quizás porque el invierno debilitaba aún más a los hijos de la calle, que se escondían y buscaban refugio no siempre con éxito, pues la crudeza del invierno los asesinaba la mayoría de las veces. Ya había pasado por un par de callejones oscuros e inhóspitos, lugares que cualquier persona con sentido común evitaría a menos que quisiera ser acechado por algún delincuente, o quizás por alguna bestia sobrenatural. Era tarde, y no eran horas para andar transitando por las calles, a menos no si quería que nadie notara su peculiaridad. Suspiró, y estuvo a punto de rendirse y regresar hacia la zona residencial, cuando el peculiar aroma añejo de la sangre contaminada con alcohol se hizo presente en el ambiente. El aroma era rancio y poco apetecible, pero era lo que había, y quizás lo único que podría encontrar por ese día. Apresuró sus pasos, atraída por el olor que cada vez se hacía más y más fuerte; y en efecto, lo vio cuando lo tuvo al menos a unos 50 metros de distancia. Un hombre de mediana edad, que avanzaba tambaleándose a causa de todo el alcohol que llevaba encima. Seguramente no se daría cuenta de su presencia, pero intentó ser discreta al avanzar hacia él, con el típico truco de dama en apuros. Aunque odiaba hacer uso de sus encantos para matar, sin duda resultaba ser una herramienta que no podía simplemente desperdiciar en momentos como aquel. Lo tenía cerca ya, 10 metros, 3 metros... cuando habló lo hizo con naturalidad, quizás agregando un poco de preocupación a sus palabras.

—Perdón, monsieur... ¡Ay de mi! Creo que... tomé el camino equivocado y no sé como volver... —Se quejó, bajando lentamente la capucha para revelar su rostro antinatural. Como siempre, tuvo el efecto deseado, y el hombre la miró con una sonrisa maliciosa, acercándose lo suficiente como para que ella pudiese sentir el aliento pestilente en su rostro.

—Claro, criatura... ven con el tío Jaques... —Se acercó a ella, pero ella fue más rápida. Con agilidad, saltó directamente hacia su cuello, y empezó a beber con lentitud procurando no armar un desastre que tuviera que limpiar. Dejó al hombre con un pulso un tanto débil, pero todavía estaba vivo. Con suerte, alguien lo encontraría y atribuiría sus delirios al alcohol.

Antoinette por su parte, se alejó de la escena lo más pronto posible, entrando en el primer local abierto, sin ni siquiera comprobar el interior. Pudo notificar casi al instante que había entrado en una taberna, y que si bien no estaba completamente llena, allí solo habían caballeros.

Se dejó llenar por el calor del lugar, e intentó serenarse un poco. Si bien nunca había estado en un sitio como aquel con anterioridad, esperaba no encontrar a nadie conocido que pudiese atestiguar sobre sus paseos nocturnos. Estuvo tentada a salir y dar media vuelta, pero se contuvo y con serenidad avanzó hasta la barra, intentando no mirar a los lados, con la mayor naturalidad posible. Se colocó en un espacio libre, junto a un caballero que tenía la mirada perdida, y solicitó con determinación:

—Una copa, s'il vous plaît. —El hombre en la barra alzó una ceja, confundido. No preguntó, y le tendió su pedido con rapidez. Ella suspiró, y empezó a beber el contenido de la misma a pequeños tragos. Tomaría su copa, y se marcharía; pero tenía que estar ahí el tiempo suficiente como para que las aguas se calmasen un poco allí fuera.