Un día más [Libre]

La tarde estaba realmente hecha para salir a dar un paseo en busca de inspiración, alguna historia callejera, un suceso extraño o incluso algo tan simple y tan bello como la sonrisa de un niño que podía dar origen a tantas cosas, tantas historias, tantos cuentos que, esperaba de una vez por todas, tuviesen un final concluso. Rilian muchas veces se sentía algo desmotivada, sólo buscaba terminar su libro y hacer de él algo maravilloso, algo que le demostrara al mundo machista en el cual vivía, que las mujeres también podían tener una mente extraordinaria. Por eso caminaba sin un rumbo fijo, con un vestido elegantemente bordado, aunque como siempre, ajeno a ese tipo de corsé que dejaba a las mujeres sin aire en los pulmones. Ella gustaba de la belleza de los vestidos, pero sólo disfrutaba de la comodidad de esos que se ajustaban sólo en el busto y ya simplemente caían hacia el suelo, sin ninguna especie de armazón o corpiño, esos mismos que muchas de sus amigas catalogaban como “camisón de dormir” pero ¿Qué podía hacer? Había sido criada para no soportar ser una mujer y ahora, cuando quería serlo, era cuando pagaba las consecuencias.

Así es como caminaba distraía por la calle cuando sus ojos vieron una librería y no pudo resistirse a una nueva adquisición, pues los libros le tentaban como el polen a las abejas y, si por algo tuviese que vender su alma al diablo, seguramente sería por un buen libro. Del mismo modo, tampoco se resistió a no leerlo de inmediato, y es como caminaba por la plaza Tertre —sin saber si quiera cual era la plaza Tertre— cuando alguien chocó con ella, provocando que el libro se cayera.

— Oh, no se pre... — quedó con la frase a medias, pues bastó que sólo mirase al muchacho para darse cuenta de que era un gitano, y ella temía a los gitanos. Ladrones, eso es lo que eran. Simplemente se calló la boca y aún con los ojos abiertos como platos, se agachó rápidamente para recoger el libro y se percató, por el rabillo de su ojo, que él también se agachaba para hacer lo mismo.

— ¡No me toques! — le espetó asustada y tan rápido como pudo se puso de pie, con el libro en las manos, y sin permitirle palabra alguna, se echó a correr. Corrió alrededor de una manzana completa y tras mirar hacia atrás una media docena de veces, por fin se detuvo aún con el pecho agitado. El hombre no le seguía, aunque en verdad ni siquiera tendría porque, pero Rilian era Rilian y sus prejuicios y miedos superaban a cualquier razonamiento, por lo que incluso tuvo que meterse a una Iglesia para orar un rato y relajar el corazón que aún no dejaba de saltar. Sólo salió cuando ya estuvo tranquila y fue lo suficientemente capaz de recobrar su normalidad.

Nuevamente caminó por las calles leyendo su preciado libro, dejando que sus pies le llevaran allá donde quisieran, pues mientras no saliera de Paris, siempre podía preguntar como volver o tomar alguno de esos carruajes públicos que siempre sabían a donde llegar. Fue así cuando descubrió, ya por la luz más tenue y el sonido de su barriga al reclamar un poco de comida, lo mucho que se le había pasado la hora y supo entonces que era tiempo de regresar. Cerró su libro al llegar a un punto final y cuando quiso poner el marca-páginas que le habían obsequiado en la tienda, se dio cuenta de ya no lo tenía, el muy estúpido debió de haber caído al chocar con ese gitano que, según ella, casi le había robado. Bien, no importaba, dobló la esquina de la página en la que iba y por fin alzó la mirada.

Si alguna vez alguien ha sentido como se le cae el mundo encima, podría comprender precisamente lo que la muchacha sintió en ese momento. No había uno, ni dos, ni tres gitanos a su alrededor y tampoco era uno, ni dos, ni tres quienes le estaban mirando al notar su extraño comportamiento y la forma asustada en la que les miraba. Más de alguno quiso acercarse a ayudarla, pero ella, estúpida y tonta mujer prejuiciosa, corrió nuevamente. Sin saber donde meterse, se escabulló entre las carretas, notando como una de ellas parecía bien cerrada y por tanto la única con certeza de estar vacía. Sacudió la puerta sin resultado alguno, por lo que finalmente le dio una patada, de esas que había aprendido en su época masculina y se metió a ella, volviendo a cerrar la puerta, antes de que alguno de los que le seguían curiosos, llegasen a darse cuenta.

Suspiró profundamente y con mucho alivio, esperaría ahí hasta que la noche se convirtiera en su aliada y los gitanos estuvieran durmiendo, sólo entonces saldría y marcharía de ese horrendo lugar plagado de ladrones. Era el plan perfecto.

Reparó la carreta en busca de algo de comida, tenía hambre y su estómago rugía. Sacó una rebanada de pan y se sentó en la cama cuando vio sobre ella una especie de libreta, la que su curiosidad irremediable le obligó a abrir. Era una especie de diario, uno lleno de emociones y sentimientos que realmente le llegaron a sorprender.

— No sabía que estas cosas tuvieran sentimientos — se mofó mientras se llevaba otro pedazo de pan a la boca, pero entonces alguien más abrió la puerta, haciendo que de un salto se pusiera de pie y el diario resbalara de su falda hasta el mismo piso de madera. No podía ser, era el mismo gitano ladrón de la plaza. Entonces... literalmente se le fue el habla.