Una Mañana de Compras - (Elene Rossato)

Otra mañana en París, nuevas aventuras y nuevos sueños pensó para sí misma mientras la delicada tela de seda le rozaba la piel y ella se estiraba. Su desayuno estaba en la cama como siempre, su diario y el periódico parisino de siempre, todo era muy habitual y aburrido. Apenas y podía ver la comida que tenía en cama, levantó su adormitado cuerpo y fijó su vista por aquella inmensa ventana, tenía un precioso panorama hacia el jardín y ya el sol comenzaba a calentarle los talones. Pensó un minuto en el dueño de sus pensamientos y en las ganas estremecedoras que tenía de compartirle sus pensamientos por las mañanas, no podía soportar el hecho de solo verle por las noches debido a su condición. Se entristeció y llevó su delgado cuerpo a una de las sillas de su grande habitación, meditó unos segundos y luego sonrió -....A él no le gustaría que yo me encontrase así... se autoterapeó y brincó de un solo de la silla como cuando un conejo sale de su madriguera y comenzó a arreglarse. Estaba ya lista como siempre, sus cabellos color castaño oscuro, le caían hasta sus sus senos, su vestido color azul crema le jugaba bien con la blanca tez de Elene y había seleccionado unas zapatillas blanco hueso de tacón pequeño que le hacía juego con sus aretes, collarín y diadema. Se miró en el espejo unos segundos y se guiñó el ojo, se sentía hermosa. Se colocó dos puff de su perfume preferido e inmediatamente la habitación y hasta la casa entera podía inundarse de su olor, ésto le avisaba a todos los sirvientes que tenían que estar listos, todos en posición por si a Señorita Rossato se le ofrecía algo. Ella danzó un rato, la alegría había vuelto, se imaginaba que vería a su amado y ésto le animó. Cogió unas pocas uvas verdes que habían en la bandeja de comida que estaba sobre su cama y las mordisqueó levemente, quería desayunar fuera de casa así que no quería llenarse el estómago aún.

Le abrieron la puerta de su habitación y Elene salió lista, con un aroma y unos ánimos exorbitantes, mencionó a uno de sus sirvientes que quería que le preparaban el coche ya que pensaba salir un rato para ir a desayunar tal vez. El sirviente le hizo una reverencia e inmediatamente tomó cartas en el asunto, bajó por las escaleras, el sonar de sus taconcillos era un poco gracioso y despampanante, le encantaba. Todos la saludaban mientras ella hacia un recorrido por la casa y ella con ansias esperaba que por casualidad alguna estuviera su enamorado por allí. Sintió un poco de decepción pero se repuso rápidamente y salió por la puerta principal a subirse a su transporte. Dio un paso alto, era un poco incómodo subir al coche con un vestido largo sin antes haber hecho lo que de rutina hacía, acarició al caballo puesto que gustaba de los caballos y su fineza, su fuerza.

-Al lugar de siempre, Por favor... Esta vez voy a ir a desayunar....- le dijo al cochero que asintió con la cabeza -Como usted ordene, Señorita Rossato...- y apresuró su paso. El camino un tanto empedrado hacia que ella bailara en su carruaje mientras que comenzó a pensar -Siempre hago lo mismo, desayuno o en casa o ''donde siempre''.. Hoy será distinto...- pensó para sí y le dijo al cochero que la llevara a los restaurantes de comida de París normales , estaba vez no estaba para finezas.

Se bajó en una esquina, el restaurante tenía muy buena apariencia y por supuesto olía delicioso. Sus manos empujaron la puerta de entrada y el chinchinar de la campanilla había anunciado su llegada, miró a todos los presentes y saludó con la cabeza mientras sus ojos observaban -Buenos días...- salió de sus labios y todos le saludaron continuando con sus actividades normales, el lugar era hermoso, esperaba que el té fuera exquisito también. Se quedó pensando unos segundos y observó que el local tenía una vista hermosa hacia la calle pero la mesa que tenía esa vista estaba ocupada por una señorita que aparentemente se encontraba sola así que caminó hacia ella para conversar y tal vez compartir un momento ya que ambas se encontraban en la misma situación. Sus pasos poco a poco se acercaron hacia la joven de cabellos dorados.

-Buenas días....¿Está ocupada la silla que está frente a usted?- sonriendo Elene viendo a la joven esperando una respuesta positiva de su parte y así hacerse mutuamente compañía.

Emilia, se sorprendió de las palabras de aquella bella señorita, que se notaba pertenecía a la clase alta, aquella a la que alguna vez ella también fue parte – claro no de una sociedad tan elitista como es la francesa – pensó, mientras se alegraba aún más de que existieran muchachitas así que no se fijaran en la vestimenta de las personas y que dejaran que el destino decidiera que debía suceder cuando alguien conocía a una nueva persona.

Le regaló una sonrisa mucho más grande y le indicó con la mano que tomara asiento, - por favor, sería un placer – dijo mirándola a los ojos, esperó a que se sentara y no pudo disimular su curiosidad. Era una joven tan bonita y parecía muy alegre que quería saber de dónde había salido, vestía de una forma elegante que se notaba desde lejos que el café donde se encontraba no era un sitio habitual al cual concurriera, pero eso le agradó a Emilia mucho mas, pues eso quería decir que los hados habían predestinado este encuentro.

Las ancianas de sus pueblo le dirían que era un ser mágico – una Moura - pensó, como aquellas que en la espesura del bosque, o en las ruinas de los castros, se presentan ante los caminantes y los sorprenden, pudiendo ser su intervención para bien o a veces para mal, pero la bondad que se podía apreciar en la mirada de la jovencita le decía que era una de aquellas que devolvían la bondad de la gente con tesoros y fortuna. Ella no pretendía dinero, solo amistad, - ese es uno de los tesoros más importantes de la vida – caviló. Desde que había dejado su Galicia natal sentía mucho la soledad y a la nostalgia la sentía como una gargantilla que por momentos parecía querer asfixiarla apretando su cuello.

Dejó de observarla, no sabía que decir y estaba un poquito insegura, desde que había dejado las comodidades de la vida de alta sociedad no se relacionaba con mujeres de ese nivel social y se sentía como en deuda. Así pues que miró por el ventanal y al ver el sol apenas cubierto por unas nubes dijo – por la tarde lloverá - aseverando vehemente – sabe cuándo el sol danza con las nubes de esa forma solo quiere decir que la lluvia no se hará esperar – concluyó mientras la miraba sonriente y divertida, - amo la lluvia – puso su mano sosteniendo su mentón apoyando su codo en la mesa, cosa que era de muy mala educación, pero hacía tiempo que las normas y el protocolo le importaban un comino. Perdiendo la vista por el ventanal – el aire húmedo, el olor de la tierra mojada, el bosque que se vestirá de mil tonos de verde – sonrió y aspiró el aire como queriendo encontrar el viento salobre del puerto de su infancia – aunque en mi pueblo eso signifique que nuestros hombres deban correr peligro en altamar – una sombra recorrió su dulce rostro, haciendo que la sonrisa se esfumara y sus ojos se entornaran mirando la punta de los dedos de su mano derecha que descansaba suavemente en la mesa – allí la vida y la muerte están unidas y una debe estar preparada para todo – dijo mientras le miraba con unos ojos que aunque trataban de sonreír sentían el dolor de muchas mujeres que paradas frente a la escollera esperaban un retorno que nunca llegaría. Suspiró profundamente, cerrando sus ojos de los que se escapó una lagrima – o disculpe no quiero importunarla [b]- dijo secándola rápidamente con un pañuelito bordado, le extendió la mano para presentarse – [b]mi nombre es Emilia, Emilia Borromeo –.

El aire entraba una y otra vez como marejada por aquella ventana que a ambas nos trasplateaba el sol, los cabellos jugaban una y otra vez con él y al parecer los de la chica también, le parecía curiosa, agraciada y muy simpática, Elene sonreía con cada gesto de ella esperando a que le mesero llegase a pedirle la orden. Asentía con cada palabra que la joven le decía no podía evitar no verle era muy agradable su compañía, de sus labios saldría que el estado del clima cambiaría, Elene pensó que era una locura, el sol estaba en pleno cenit y radiaba en todo su esplendor, cotaba las nubes una a una y se pronunciaba más enorme que nunca para Elene era un poco extraño lo que ella decía, podía observarse las oleadas de aire caliente en la calle, hacían chillar a las chicharras a la lejanía, podían oírse explotar por el acalorado clima, las personas con sus parasoles y los niños eran felices como el viento.

La muchacha le contaba historias de donde ella era originaria ya había descubierto un dato curioso de ella, no era del gran París, poco a poco el clima soleado y caliente iba uno a uno disminuyendo, el viento se hacía más y más fuerte y las hojas y una que otra espiga de polvo se unía a su danzar, Elene no pudo notar la nostalgia al mencionar algo sobre la vida y la muerte y su estrecha unión, sobre los hombres que arriesgaban sus vidas en alta mar y su depresión, incluso una lágrima pudo ver rodar de su mejilla -Vaya que hay cosas terribles y yo entristecida por.....- fue interrumpida por la presentación de la joven, dijo que se llamaba Emilia, ¡qué hermoso nombre! pensó Elene y sonrió, estrujó la mano de Emilia y le miró fijamente -Emilia... Qué bello nombre....- le dijo sonriendo - Mi nombre es Elene, Elene Rossato es un gusto... asintió con la cabeza y soltó la mano de Emilia y el mesero apareció casi brutalmente. - Por favor una taza de té verde caliente, lo más que pueda....- agregó haciendo un enfasis en ello y prosiguió -Y me trae un pie de limón con unas galletas de avellana si es tan amable...- diciendo con una gran sonrisa, Elene amaba los postres y todo lo dulce observó a Emilia y sonriendo le dijo -¿No eres de aquí cierto? Yo soy de Sicilia, Italia, por ahora me encuentro de compras.... y ¿a ti? ¿Qué te trae por aquí?- mencionó mientras el mesero llegaba con la orden de Emilia, Elene la miró a ella con intriga, estaba deseosa de escucharle.

La joven se presentó mientras le apretaba la mano con fuerza, sacudiéndola, Emilia sonrió y pensó en eso que decían, que cuando alguien te toma fuertemente de la mano al saludar significaba que se trata de una persona sincera y eso en verdad le gustó, - su nombre es precioso – dijo mientras el mesero se acercaba a tomar el pedido de la joven. Esperó que hiciera su pedido y mientras lo hacía se puso a contemplarla, el cabello recogido en un bello peinado, de esos que estaban de moda, el rostro un cutis perfecto y una piel de alabastro, volvió a pensar en esas hadas de los bosques – definitivamente era una de ellas – se dijo risueña, - y tiene buen apetito – caviló recordando como las jovencitas de alta sociedad casi no comían por mantener una delgadez y además porque los benditos corsé no permitían que pudiera caber mucho en sus estómagos estrangulados entre aquellas prendas.

Volvió a sorprenderle lo abierta que era Elene, en verdad se vio reflejada en la forma de ser de aquella dulce criatura – claro varios años menor, seguramente – pensó, como si ella tuviera todos los siglos de su misteriosa Gaia. Sonrió antes de contestarle, acomodándose mejor en su asiento y dándole un pequeño sorbo a su te, - si, efectivamente no soy de aquí, vengo de España, en particular de una región, Galicia, diría que la más bella y misteriosa de todo el reino – dijo orgullosa de ser parte de ésta.

A la pregunta de qué estaba haciendo por ese lugar, rió divertida, - pero que preguntona es esta hada – se dijo, y dio un mordisco a los pasteles que le habían traído, - mmm… pues primero desayunar – sonrió mientras decía algo obvio, - además quiero comprar telas para confeccionar las cortinas de mi casa – se encogió de hombros, no creía que fuera algo muy interesante para una jovencita que lo tenía todo y que coser unas cortinas era trabajo de sus sirvientas o diseñadores y nunca de una joven de clase alta. Levantó los ojos de la taza que sostenía entre sus manos y los fijó en Elene – sabes, quiero dejar hermoso mi hogar para cuando mi amado venga a verme – dijo ruborizándose y no entendiendo bien porqué le hacía una confidencia tan importante a una mujer que acababa de conocer.

La miró un segundo antes de preguntar – ¿cómo es Sicilia? Nunca he ido a Italia, pero supongo que será un lugar bello – dijo, aunque estaba segura que como su tierra no podía existir otra mejor, - bueno tal vez el país de Ichabod – caviló mientras una sonrisa cruzaba su rostro, como cada vez que se acordaba de su amado.

Los olores se mezclaban con el aire de aquel restaurante, su paladar los olía e inmediatamente asociaba; dulce, agrio, ácido, salado, amargo, se recordaba cuando Dorila, la sirvienta de confianza de Elene le preparaba el desayuno con aquellos postres enormes que le encantaban a ella. Dentro de sí, podía sentir como el estómago le crujía puesto que no había desayunado mucho y a estas horas se le antojaba su merienda. El sol que hace un rato radiaba con sus rayos de super nova, se opacó, una gran nube negra se había acogido a sus pies y abrazado, impidiendo al gran astro de adoración de muchas civilizaciones antiguas, no mostrar su poder.

Escuchaba con atención a Emilia cada una de sus palabras, ella era muy interesante, hermosa y agraciada, escuchaba decirle que era de España y hablaba de su lugar natal, le recordaba a Sicilia, la hermosa provincia de Palermo, sus calles adoquinadas, la gente muy amable y sonriente, que siempre salía a coger lo fresco de la tarde, con sus bolsas de pan fresco en una mano, llenas de vinos y frutas frescas para la cena, suspiró llena de emoción y luego cerró sus ojos, recordó que tenía años sin volver a su país pero por ahora deseaba disfrutar de la compañía de la joven. Elene se encontraba fascinada de lo que Emilia le contaba, con mucho sacrificio ella compraba sus cosas, hacia manualidades y que quería remodelar su casa, ella había dado en el blanco, Elene amaba las compras y si de decoraciones hablaba era una experta, sus ojos brillaron y ella le tomó con sus dos manos las de Emilia.
-¿Amado, dices?- meditó unos minutos y su risa se había borrado, recordó a Dago y apretó con fuerza el pequeño salero que estaba ahí en la mesa el cual derramó - ¡Ay noo! lo siento mucho- comenzó a querer recoger los granos y soltó una risa -Mesero, Mesero...- exclamó queriendo ocultar la mueca que antes había hecho tratando de disimular, el mesero captó de inmediato y comenzó a limpiar el desastre que Elene había hecho.
Pasó el correr de los minutos y ya la mesa había quedado como nueva, la orden de Elene había llegado a la mesa, esbozó una sonrisa.
-Emilia, ¡ Déjame ayudarte a comprar muchas más cosas para tu casa y remodelarla..! Así tu amado estará feliz...y yo, yo no estaré sola y nos conoceremos más...- tomando una pequeña cucharada de aquel pie de limón y saboreándola hasta lo último -¡Me encanta las cosas dulces!- dijo con una gran sonrisa y viendo a Emilia.