AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
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La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
"La ansiedad con miedo y el miedo con ansiedad contribuyen a robarle al ser humano sus cualidades más esenciales. Una de ellas es la reflexión."
Konrad Lorenz
Konrad Lorenz
Los días habían pasado volando como ráfagas de viento, aquellas que uno no alcanzaba a terminar de disfrutar cuando ya pasaban. Ambos habían cumplido poco a poco con sus palabras. Doreen le había enseñado parte de su vida, como él le había revelado todos los secretos de la suya; su Alianza con los otros sobrenaturales, la eficacia y verdadera acción de la Corporación, los niños pobres que acogía, el como ganarse a Gealach, los campos y alrededores e incluso había contratado a una maestra de Inglés para que enseñase a su prometida a hablar en su propia lengua, mientras él salía en busca de respuestas e información para poder hacer de sus transformaciones un momento más seguro y poder compartirlo así con su amada. Tal y como él mismo lo había prometido.
Las siguientes lunas llenas, incluso las había pasado de prueba en prueba a manos de Eustace y otra bruja con quien se había contactado pues precisamente compartía el mismo problema de Doreen, que su pareja era un licántropo que, al igual que él, podía resultarle peligroso y por ello sentía que podía compartir sus temores con alguien que realmente le entendía. Había hecho grandes y buenos descubrimientos y en ellos una nueva esperanza, sin embargo sólo funcionaría si realmente Doreen era el amor de su vida, más no era algo que dudara, pero el miedo a equivocarse y poner en riesgo su vida, le hacían ponerse nervioso y, al mismo tiempo, querer guardarse esas dudas para sí sólo ¿Qué pasaba si ella también acababa dudando? Incluso había tenido un par de pesadillas y sin querer le había despertado en mitad de una noche, de esas mismas que pasaban a escondidas de los criados y otros ojos ajenos.
Cada noche montaban la misma farsa de la cama desordenada y el camisón usado, que él mismo le había prohibido ponerse. Doreen ya llevaba un mes durmiendo con sus camisas y Emerick otro mes pasándose de balcón en balcón, de noche y de madrugada, como un juego intimo y travieso de dos enamorados que fingían encontrarse cada mañana en la mesa del desayuno. Ambos habían aprendido a conocer parte de sus manías. A veces Emerick hablaba con la boca llena, a veces se le caía la comida, y cuando algo le gustaba no paraba de comer hasta que se acababa y luego se quejaba del dolor de panza y ventilaba sus escapes gaseosos nocturnos de entre las sábanas al sacudirlas y reír de la propia vergüenza. También le había acompañado a ella en su período femenino y había soportado sus cambios de humor con impecable maestría hasta ese momento en que su sensibilidad ya le provocó risa y eso la causa de casi ser expulsado de la cama. Doreen, por su parte, conoció también un poco del burlesco humor del Duque, ese que le motivaba a memorizar frases para impresionar a su profesora de inglés y que luego le dejaban en vergüenza cuando la maestra le traducía el absurdo de sus significados: “Me tiro gases con olor a banano” o “Me como los zapatos con queso”, entre otras cosas.
Finalmente, todo había hecho un mes entero de muy grata convivencia, pero ese día era especial. Habían viajado desde hacía cinco días en carruaje, desde París a Orleans, de Orleans a Bourges, de Bourges a Limoges y de Limoges a Montauban en donde habían hecho su última parada para descansar bien la noche y llegar aún de mañana a Toulouse. Cinco días de casi setecientos kilómetros en carruaje a toda marcha y con un muy buen descanso de entrada la noche, en cada una de las ciudades en donde habían pernoctado. Quizás el regreso lo hicieran con más calma, pero ahora ambos estaban nerviosos y deseaban llegar cuanto antes. Emerick para salir luego de ese tan temido ritual de pedir la mano de su novia, y Doreen para volver a ver a su familia, incluido a su tan querido hermano.
El Duque no había escatimado en gastos, llevaba un buen regalo para cada miembro de la familia, además de un cofre con dinero que sólo pensaba utilizar en caso de emergencia, por si el padre de su prometida seguía con aquella idea absurda de venderla al mejor postor y no querer entregarla sin una cuantiosa paga de por medio. Gealach, por su lado, se había quedado en casa pro primera vez, al cuidado de su ama de llaves, prefería no exponerla esta vez, ni a ella ni a los animales de granja que Doreen mencionó que aún podían tener, pues ¿Qué pasaba si su ave se alimentaba de alguna gallina? Menuda buena impresión daría a sus tan temidos suegros.
— Estoy nervioso — soltó Emerick mientras miraba por la ventana, las primeras casas de la ciudad de Toulouse — ¿Crees que se den cuenta de lo que soy? — preguntó con notorio nerviosismo, antes de mirarse la espalda — A veces siento que se me podría escapar hasta la cola — rió brevemente — Es muy importante para mi... es incluso peor que presentarse ante los reyes... — suspiró — Tendrás que decirme algo, darme algunos consejos, como no llamar a tu madre, que no hacer delante de tu padre y como ganármelos para conseguir ese sí, y sí, sé que ya me lo haz dicho, pero aun cuando sea imposible para los de mi condición, siento que mi cabeza se me ha hecho un lío y todo se me ha revuelto — frunció el ceño y de pronto le estiró la mano como quien se presenta ante un nuevo conocido — Chomu togus, soy Rickeme Ssingautbou y quiero casarme con su esposa — rió entre nervioso y divertido cuando el cochero bajó a trote a los caballos, para preguntar por la ventanilla si aquella era la casa.
Aún se veía a unos doscientos metros de distancia, una pequeña casa blanca de un sólo piso, rodeada de colores por lo que pudo suponer que tenía muchas flores, al igual que uno que otro animal rondando por sus alrededores. Estaba junto a un pequeño lago que le daba aún un aspecto más hermoso y acogedor.
— Me gusta — confesó y se persignó mirando hacia el cielo en una muda y breve plegaria, para luego volver a rogarle a ella por un poco de orientación — Otra vez, datos, última vez, por favor.
Las siguientes lunas llenas, incluso las había pasado de prueba en prueba a manos de Eustace y otra bruja con quien se había contactado pues precisamente compartía el mismo problema de Doreen, que su pareja era un licántropo que, al igual que él, podía resultarle peligroso y por ello sentía que podía compartir sus temores con alguien que realmente le entendía. Había hecho grandes y buenos descubrimientos y en ellos una nueva esperanza, sin embargo sólo funcionaría si realmente Doreen era el amor de su vida, más no era algo que dudara, pero el miedo a equivocarse y poner en riesgo su vida, le hacían ponerse nervioso y, al mismo tiempo, querer guardarse esas dudas para sí sólo ¿Qué pasaba si ella también acababa dudando? Incluso había tenido un par de pesadillas y sin querer le había despertado en mitad de una noche, de esas mismas que pasaban a escondidas de los criados y otros ojos ajenos.
Cada noche montaban la misma farsa de la cama desordenada y el camisón usado, que él mismo le había prohibido ponerse. Doreen ya llevaba un mes durmiendo con sus camisas y Emerick otro mes pasándose de balcón en balcón, de noche y de madrugada, como un juego intimo y travieso de dos enamorados que fingían encontrarse cada mañana en la mesa del desayuno. Ambos habían aprendido a conocer parte de sus manías. A veces Emerick hablaba con la boca llena, a veces se le caía la comida, y cuando algo le gustaba no paraba de comer hasta que se acababa y luego se quejaba del dolor de panza y ventilaba sus escapes gaseosos nocturnos de entre las sábanas al sacudirlas y reír de la propia vergüenza. También le había acompañado a ella en su período femenino y había soportado sus cambios de humor con impecable maestría hasta ese momento en que su sensibilidad ya le provocó risa y eso la causa de casi ser expulsado de la cama. Doreen, por su parte, conoció también un poco del burlesco humor del Duque, ese que le motivaba a memorizar frases para impresionar a su profesora de inglés y que luego le dejaban en vergüenza cuando la maestra le traducía el absurdo de sus significados: “Me tiro gases con olor a banano” o “Me como los zapatos con queso”, entre otras cosas.
Finalmente, todo había hecho un mes entero de muy grata convivencia, pero ese día era especial. Habían viajado desde hacía cinco días en carruaje, desde París a Orleans, de Orleans a Bourges, de Bourges a Limoges y de Limoges a Montauban en donde habían hecho su última parada para descansar bien la noche y llegar aún de mañana a Toulouse. Cinco días de casi setecientos kilómetros en carruaje a toda marcha y con un muy buen descanso de entrada la noche, en cada una de las ciudades en donde habían pernoctado. Quizás el regreso lo hicieran con más calma, pero ahora ambos estaban nerviosos y deseaban llegar cuanto antes. Emerick para salir luego de ese tan temido ritual de pedir la mano de su novia, y Doreen para volver a ver a su familia, incluido a su tan querido hermano.
El Duque no había escatimado en gastos, llevaba un buen regalo para cada miembro de la familia, además de un cofre con dinero que sólo pensaba utilizar en caso de emergencia, por si el padre de su prometida seguía con aquella idea absurda de venderla al mejor postor y no querer entregarla sin una cuantiosa paga de por medio. Gealach, por su lado, se había quedado en casa pro primera vez, al cuidado de su ama de llaves, prefería no exponerla esta vez, ni a ella ni a los animales de granja que Doreen mencionó que aún podían tener, pues ¿Qué pasaba si su ave se alimentaba de alguna gallina? Menuda buena impresión daría a sus tan temidos suegros.
— Estoy nervioso — soltó Emerick mientras miraba por la ventana, las primeras casas de la ciudad de Toulouse — ¿Crees que se den cuenta de lo que soy? — preguntó con notorio nerviosismo, antes de mirarse la espalda — A veces siento que se me podría escapar hasta la cola — rió brevemente — Es muy importante para mi... es incluso peor que presentarse ante los reyes... — suspiró — Tendrás que decirme algo, darme algunos consejos, como no llamar a tu madre, que no hacer delante de tu padre y como ganármelos para conseguir ese sí, y sí, sé que ya me lo haz dicho, pero aun cuando sea imposible para los de mi condición, siento que mi cabeza se me ha hecho un lío y todo se me ha revuelto — frunció el ceño y de pronto le estiró la mano como quien se presenta ante un nuevo conocido — Chomu togus, soy Rickeme Ssingautbou y quiero casarme con su esposa — rió entre nervioso y divertido cuando el cochero bajó a trote a los caballos, para preguntar por la ventanilla si aquella era la casa.
Aún se veía a unos doscientos metros de distancia, una pequeña casa blanca de un sólo piso, rodeada de colores por lo que pudo suponer que tenía muchas flores, al igual que uno que otro animal rondando por sus alrededores. Estaba junto a un pequeño lago que le daba aún un aspecto más hermoso y acogedor.
— Me gusta — confesó y se persignó mirando hacia el cielo en una muda y breve plegaria, para luego volver a rogarle a ella por un poco de orientación — Otra vez, datos, última vez, por favor.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
- Mensajes : 430
Fecha de inscripción : 23/09/2012
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
La primera mañana en la que despertaron juntos, Doreen se escurrió por la cama, salió de la misma, y observó a su prometido profundamente dormido, con su otra chica alado, el ave que la había aceptado horas atrás, por un lado podía por la ventana como el amanecer se hacía presente, como iba comenzando a mostrar lo que tanto escondía la noche con recelo. Recordó la promesa que ambos hicieron, aquello que ocultarían ante cualquiera de los ojos que estuvieran a sus alrededores. Se acercó al licántropo despertándolo con un par de besos rápidos y traviesos, incluso su amiga voladora se despertó, y ambos escaparon de la habitación, los demás días fueron así, en las noches se veían de forma secretísima, platicaban por un par de horas, dormían abrazados, y terminaban por despedirse por la mañana. Aquello se había vuelto demasiado emocionante y entretenido para ambos, Doreen se sentía afortunada, porque le dejaba muy en claro lo mucho que la cuidaba, pero sobretodo lo que la amaba por cuidarla de tal manera.
Enseñarle aquella parte del molino que relataba sus vida pasada, esa que la acogió cuando a penas llegaba a Paris fue una muestra total de amor. Le enseñó a los niños del orfanato, a todos ellos, pero también a todos los encargados, le mostró quienes habían cuidado de ella, incluso a las mujeres que la habían regañado, todo eso y más. Era profundamente extraño para ella tener tanta felicidad, pero sin duda no se rechazaba a la alegría infinita que su novio le ocasionaba. Le enseñó su galería de arte, cada rostro que adoraba las paredes, le enseñó sus manías, como esas en las que la tristeza la hacía hundirse y no querer ver a nadie. Emerick le dio sus espacios, la protegía y la hacía recordar lo buena que podía ser la vida. Doreen aprendió que no podía estar todo el día limpiando la casa, que incluso esas tareas ya no eran suyas, muchas de las empleadas domesticas terminaban dándole un buen regaño, pero todas la querían. La rubia había llegado como una verdadera bendición, no sólo para la vida de licántropo, ella trataba demasiado bien a todas las personas, se preocupaba por sus alimentos, se preocupaba incluso si tosían, era demasiado detallista, y todos les daba una pizca de su esencia, aunque claro, toda ella ya se sentía perteneciente a alguien.
Doreen en algunas ocasiones había tomado la siesta después de pasar casi toda la mañana entre campos y flores, el halcón de Emerick la cuidaba todo el tiempo, ellas se habían vuelto buenas amigas, incluso muy cómplices, tanto que pasaban demasiado tiempo ahora la una con la otra. La chica era demasiado inteligente, había aprendido aquel idioma incluso más rápido de lo que se esperaba. Intercambiaba por las noches grandes platicas con el lobo, hasta que después terminaba dormida, como en aquel momento del viaje. La joven se notaba cansada, fastidiada de aquel recorrido, además de que muy ansiosa. La última vez que vio a sus padres no había sido la mejor hija, se había revelado. Recordó el rostro de su hermano, esa resignación que el chico tenía porque su hermana terminaría marchando. En su cabeza retumbaban las voces de sus progenitores, esos que le pedían a gritos volver, pero ella nunca volvió, al menos hasta ese momento.
- Mis padres nunca notarán su condición, mi lord, ellos no tienen idea del mundo que existe fuera de su cerca - Le dedicó una mirada, pero no sonreír, el nervio le podía más. Tomó la mano del joven y se empezó a reír. - Por favor, relájate, simplemente debes ser tú… ¿está bien? Sólo estaremos un pequeño momento, no quiero quedarme demasiado, sería muy incomodo. - Cuando el cochero pidió su anexión, Doreen se puso de rodillas en el asiento, sacando el rostro como una niñita traviesa para dar las instrucciones - ¡Es esa! - Terminó por decir en voz alta, el chofer le agradeció con una amplia sonrisa y siguió su andar. La chica volvió al joven, y se inclinó abrazándolo por el cuello. - Todo saldrá bien… De no salir puedo escapar, y un hermoso lobo blanco seguidamente irá a mi rescate. - Se aferró a sus hombros, se apegó a él, se inclinó un poco hacía adelante y corrió la cortina frente a ella, todo eso para poder hacer lo siguiente: La joven unió la boca de Emerick a la suya, besándolo con ese deseo que siempre aprendía a canalizar, su lengua estaba enredada en la ajena como aquella pieza perfecta de un rompecabezas, porque ellos eran el complemento perfecto, dejó que toca la tensión que traía sobre el cuerpo, jadeó contra su boca, sin poder despegarse de él, pero al final tenía que hacerlo.
- Lo siento, es sólo que… - le miró con complicidad - No sé cuanto tiempo estaré sin tus labios, necesito… calmar mis deseos - Sonrió de nuevo, y sintió como el carruaje se detenía - Es hora de bajar… - Le comentó, sin que tardara demasiado, la puerta del carruaje se abrió. Su prometió bajó primero, después ella con la ayuda de él bajó, primero estirando sus piernas, su cuerpo de forma recatada y disimulada. Cuando echó un ojo al lugar, se sorprendió por notar que las flores seguían tan vivas como cuando ella vivía ahí, pero no había nadie a los alrededores, ni siquiera un ruido. Frunció el ceño, sintiendo una especie de punzada, la mayor parte del tiempo sus padres mantenían sentados en la entrada de la casa, ni siquiera su hermano estaba dando vueltas por el lugar. ¿En que había cambiado todo?
"¡Doreen"- Se escuchó a lo lejos, una voz conocida, una voz masculina, joven, vivaz. El sonido de varios pasos provenientes de la casa se hicieron presentes. Su hermano había alarmado a sus padres, el rubio venía de la parte en que la casa se conectaba con el pequeño lago que tenían alado. Por otro lado, sus padres habían salido, todos se habían percatado de su presencia, y ella por poco se caer desmayada, sino es porque sintió a Emerick a su lado, sabía que él no la dejaría caer.
Enseñarle aquella parte del molino que relataba sus vida pasada, esa que la acogió cuando a penas llegaba a Paris fue una muestra total de amor. Le enseñó a los niños del orfanato, a todos ellos, pero también a todos los encargados, le mostró quienes habían cuidado de ella, incluso a las mujeres que la habían regañado, todo eso y más. Era profundamente extraño para ella tener tanta felicidad, pero sin duda no se rechazaba a la alegría infinita que su novio le ocasionaba. Le enseñó su galería de arte, cada rostro que adoraba las paredes, le enseñó sus manías, como esas en las que la tristeza la hacía hundirse y no querer ver a nadie. Emerick le dio sus espacios, la protegía y la hacía recordar lo buena que podía ser la vida. Doreen aprendió que no podía estar todo el día limpiando la casa, que incluso esas tareas ya no eran suyas, muchas de las empleadas domesticas terminaban dándole un buen regaño, pero todas la querían. La rubia había llegado como una verdadera bendición, no sólo para la vida de licántropo, ella trataba demasiado bien a todas las personas, se preocupaba por sus alimentos, se preocupaba incluso si tosían, era demasiado detallista, y todos les daba una pizca de su esencia, aunque claro, toda ella ya se sentía perteneciente a alguien.
Doreen en algunas ocasiones había tomado la siesta después de pasar casi toda la mañana entre campos y flores, el halcón de Emerick la cuidaba todo el tiempo, ellas se habían vuelto buenas amigas, incluso muy cómplices, tanto que pasaban demasiado tiempo ahora la una con la otra. La chica era demasiado inteligente, había aprendido aquel idioma incluso más rápido de lo que se esperaba. Intercambiaba por las noches grandes platicas con el lobo, hasta que después terminaba dormida, como en aquel momento del viaje. La joven se notaba cansada, fastidiada de aquel recorrido, además de que muy ansiosa. La última vez que vio a sus padres no había sido la mejor hija, se había revelado. Recordó el rostro de su hermano, esa resignación que el chico tenía porque su hermana terminaría marchando. En su cabeza retumbaban las voces de sus progenitores, esos que le pedían a gritos volver, pero ella nunca volvió, al menos hasta ese momento.
- Mis padres nunca notarán su condición, mi lord, ellos no tienen idea del mundo que existe fuera de su cerca - Le dedicó una mirada, pero no sonreír, el nervio le podía más. Tomó la mano del joven y se empezó a reír. - Por favor, relájate, simplemente debes ser tú… ¿está bien? Sólo estaremos un pequeño momento, no quiero quedarme demasiado, sería muy incomodo. - Cuando el cochero pidió su anexión, Doreen se puso de rodillas en el asiento, sacando el rostro como una niñita traviesa para dar las instrucciones - ¡Es esa! - Terminó por decir en voz alta, el chofer le agradeció con una amplia sonrisa y siguió su andar. La chica volvió al joven, y se inclinó abrazándolo por el cuello. - Todo saldrá bien… De no salir puedo escapar, y un hermoso lobo blanco seguidamente irá a mi rescate. - Se aferró a sus hombros, se apegó a él, se inclinó un poco hacía adelante y corrió la cortina frente a ella, todo eso para poder hacer lo siguiente: La joven unió la boca de Emerick a la suya, besándolo con ese deseo que siempre aprendía a canalizar, su lengua estaba enredada en la ajena como aquella pieza perfecta de un rompecabezas, porque ellos eran el complemento perfecto, dejó que toca la tensión que traía sobre el cuerpo, jadeó contra su boca, sin poder despegarse de él, pero al final tenía que hacerlo.
- Lo siento, es sólo que… - le miró con complicidad - No sé cuanto tiempo estaré sin tus labios, necesito… calmar mis deseos - Sonrió de nuevo, y sintió como el carruaje se detenía - Es hora de bajar… - Le comentó, sin que tardara demasiado, la puerta del carruaje se abrió. Su prometió bajó primero, después ella con la ayuda de él bajó, primero estirando sus piernas, su cuerpo de forma recatada y disimulada. Cuando echó un ojo al lugar, se sorprendió por notar que las flores seguían tan vivas como cuando ella vivía ahí, pero no había nadie a los alrededores, ni siquiera un ruido. Frunció el ceño, sintiendo una especie de punzada, la mayor parte del tiempo sus padres mantenían sentados en la entrada de la casa, ni siquiera su hermano estaba dando vueltas por el lugar. ¿En que había cambiado todo?
"¡Doreen"- Se escuchó a lo lejos, una voz conocida, una voz masculina, joven, vivaz. El sonido de varios pasos provenientes de la casa se hicieron presentes. Su hermano había alarmado a sus padres, el rubio venía de la parte en que la casa se conectaba con el pequeño lago que tenían alado. Por otro lado, sus padres habían salido, todos se habían percatado de su presencia, y ella por poco se caer desmayada, sino es porque sintió a Emerick a su lado, sabía que él no la dejaría caer.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
"Estar en compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien."
Antonio Porchia
Antonio Porchia
Sonrió con un poco más de alivio al escuchar, de los labios de su prometida, que sus padres poco sabían de lo que pasaba tras las cercas de su casa. Imaginó entonces, que sería muy probable que ni siquiera le reconocieran, pues poco debían saber de las familias de la nobleza extranjera y tal vez ni siquiera le hubiesen visto en los periódicos provenientes de París por la fundación de la Corporación de ayuda a los más necesitados. De cierto modo, repentinamente lamentó el ir tan bien vestido, podría así haber jugado un poco a que le aceptasen sin condiciones, ni dinero de por medio. No es que quisiera mentirles, simplemente le habría gustado poder ganarse al padre sin francos en su bolsillo.
— Está bien, seré yo mismo — rió con ella pero enseguida respiró profundamente para intentar relajarse, y entonces recordó — Pero “yo mismo” a veces es también un poco ridículo, no creo que a tus padres les agrade lo ridículo — volvió a reír y se mordió los labios con nerviosismo.
Y, como si no fuese suficiente con lo nervioso que estaba ya, todos los nervios que sentía se cuadriplicaron al darse cuenta de que ella reconocía su casa a la vista. Fue en ese momento cuando se persignó y pidió más datos, pero ella solamente le respondió con un abrazo y el consuelo de sus palabras. Le sonrió un poco más reconfortado y se sorprendió al ver que cerraba las cortinas del coche ¿Acaso quería esconderse a esas alturas del camino? ¿Se habría arrepentido de llegar y le habrían ganado los nervios? Ciertamente estaba confundido, pero todas sus dudas se borraron cuando ella unió su boca a la suya, para una vez más, hacerle perder toda la cordura a través de un beso, un exquisito beso.
Prácticamente pudo sentir los latidos apasionados de su corazón en algún lugar de su lengua, que se unía a la de ella, serpenteante y sigilosa, como una verdadera serpiente enrollándose a su presa para jamás dejarle escapar. Besarle de esa manera, era como avivar una fiebre que le hacía arder desde dentro y revolucionar toda su sangre para hacerle correr a gran velocidad por su cuerpo hasta sonrojarle las mejillas y afectar a aquello que no debía ser afectado; no ahora, no en esos momentos, ni en esas circunstancias. Aún así se sintió incapacitado de agradecer sus disculpas y repentina lejanía, muy por el contrario, tenía ganas de maldecir el que aún no estuvieran casados o a la pronta visita, pero, naturalmente, se mordió la lengua antes dejar que un par de palabrotas salieran de su boca, y tampoco era que nunca las dijera, simplemente que no era el momento.
— Pues no has calmado los míos con un simple beso — reconoció de forma sincera y sonrió meneando la cabeza, mientras desviaba la mirada hacia la ventana del choche, que aún llevaba las cortinas cerradas, por lo que tuvo que moverlas un poco para justificar la huida de su atención y es que ¿cómo podía volver a mirarle a ella cuando era en verdad el súcubo de su perdición.
El carruaje por fin se detuvo y entonces el cochero se bajó para abrirles la puerta. Emerick bajó primero para recibir la mano de Doreen y ayudarle a bajar con más cuidado y seguridad de la que pondría en cochero. Bueno, eso y que aún era incapaz de reconocer públicamente que también le picaban un poco los celos, pues su novia era una mujer sumamente amable, risueña y dueña de una sensualidad natural que hacía que todos sus empleados siempre le sonrieran y no precisamente por ser una buena persona. Parte de ello eran en verdad exageraciones de su cabeza insegura, aunque también había algo de cierto en alguno de los comentarios que habían alcanzado a escuchar sus propios oídos sobrenaturales.
Así los celos del cochero le hicieron olvidarse momentáneamente del miedo que tenía de conocer a los suegros, pero éste regresó a él en cuanto su mirada se posó en la fachada de la casa blanca y llena de flores, que Doreen parecía reconocer con grata sorpresa. Mil veces quiso tener la habilidad de algunos vampiros para poder leer la mente ajena. Le hubiese gustado poder conocer sus emociones, sus miedos y todos lo que sentía en ese momento al volver a pisar la casa que le había visto crecer, misma de la cual había huido por su propio parecer.
— ¡Doreen! — exclamó una voz diferente a la de ellos, no muy lejos del hogar.
La voz fue seguida por otros sonidos provenientes del interior de la casa y Emerick supuso que ya se había dado la alarma. Por un segundo pudo hacerse una imagen mental de lo que sería la familia de Doreen antes de poder verla, pero entonces sintió que su novia tambaleaba y por ello le sujetó de la cintura, esperando a encontrarse con su mirada para poder regalarle una sonrisa al tiempo que sus ojos le decían «Estoy aquí».
Amaba y adoraba esos ojos tanto, que no supo como reaccionaría si los viese en alguno de su familia. No sabía a quien se parecía Doreen, ni cuanto se podía notar la unión que tenía con su hermano. Tampoco sabía si su padre era un mastodonte terrorífico y su madre una anciana adorable. Desconocía de como sería su recibimiento, de si les desagradaría verla con un hombre, pues sólo esperaba que le recibiesen a ella, a su Doreen, con los brazos abiertos y en un simple abrazos olvidasen todas sus asperezas, y por eso, simplemente esperó, ahí, a su lado... como siempre.
— Está bien, seré yo mismo — rió con ella pero enseguida respiró profundamente para intentar relajarse, y entonces recordó — Pero “yo mismo” a veces es también un poco ridículo, no creo que a tus padres les agrade lo ridículo — volvió a reír y se mordió los labios con nerviosismo.
Y, como si no fuese suficiente con lo nervioso que estaba ya, todos los nervios que sentía se cuadriplicaron al darse cuenta de que ella reconocía su casa a la vista. Fue en ese momento cuando se persignó y pidió más datos, pero ella solamente le respondió con un abrazo y el consuelo de sus palabras. Le sonrió un poco más reconfortado y se sorprendió al ver que cerraba las cortinas del coche ¿Acaso quería esconderse a esas alturas del camino? ¿Se habría arrepentido de llegar y le habrían ganado los nervios? Ciertamente estaba confundido, pero todas sus dudas se borraron cuando ella unió su boca a la suya, para una vez más, hacerle perder toda la cordura a través de un beso, un exquisito beso.
Prácticamente pudo sentir los latidos apasionados de su corazón en algún lugar de su lengua, que se unía a la de ella, serpenteante y sigilosa, como una verdadera serpiente enrollándose a su presa para jamás dejarle escapar. Besarle de esa manera, era como avivar una fiebre que le hacía arder desde dentro y revolucionar toda su sangre para hacerle correr a gran velocidad por su cuerpo hasta sonrojarle las mejillas y afectar a aquello que no debía ser afectado; no ahora, no en esos momentos, ni en esas circunstancias. Aún así se sintió incapacitado de agradecer sus disculpas y repentina lejanía, muy por el contrario, tenía ganas de maldecir el que aún no estuvieran casados o a la pronta visita, pero, naturalmente, se mordió la lengua antes dejar que un par de palabrotas salieran de su boca, y tampoco era que nunca las dijera, simplemente que no era el momento.
— Pues no has calmado los míos con un simple beso — reconoció de forma sincera y sonrió meneando la cabeza, mientras desviaba la mirada hacia la ventana del choche, que aún llevaba las cortinas cerradas, por lo que tuvo que moverlas un poco para justificar la huida de su atención y es que ¿cómo podía volver a mirarle a ella cuando era en verdad el súcubo de su perdición.
El carruaje por fin se detuvo y entonces el cochero se bajó para abrirles la puerta. Emerick bajó primero para recibir la mano de Doreen y ayudarle a bajar con más cuidado y seguridad de la que pondría en cochero. Bueno, eso y que aún era incapaz de reconocer públicamente que también le picaban un poco los celos, pues su novia era una mujer sumamente amable, risueña y dueña de una sensualidad natural que hacía que todos sus empleados siempre le sonrieran y no precisamente por ser una buena persona. Parte de ello eran en verdad exageraciones de su cabeza insegura, aunque también había algo de cierto en alguno de los comentarios que habían alcanzado a escuchar sus propios oídos sobrenaturales.
Así los celos del cochero le hicieron olvidarse momentáneamente del miedo que tenía de conocer a los suegros, pero éste regresó a él en cuanto su mirada se posó en la fachada de la casa blanca y llena de flores, que Doreen parecía reconocer con grata sorpresa. Mil veces quiso tener la habilidad de algunos vampiros para poder leer la mente ajena. Le hubiese gustado poder conocer sus emociones, sus miedos y todos lo que sentía en ese momento al volver a pisar la casa que le había visto crecer, misma de la cual había huido por su propio parecer.
— ¡Doreen! — exclamó una voz diferente a la de ellos, no muy lejos del hogar.
La voz fue seguida por otros sonidos provenientes del interior de la casa y Emerick supuso que ya se había dado la alarma. Por un segundo pudo hacerse una imagen mental de lo que sería la familia de Doreen antes de poder verla, pero entonces sintió que su novia tambaleaba y por ello le sujetó de la cintura, esperando a encontrarse con su mirada para poder regalarle una sonrisa al tiempo que sus ojos le decían «Estoy aquí».
Amaba y adoraba esos ojos tanto, que no supo como reaccionaría si los viese en alguno de su familia. No sabía a quien se parecía Doreen, ni cuanto se podía notar la unión que tenía con su hermano. Tampoco sabía si su padre era un mastodonte terrorífico y su madre una anciana adorable. Desconocía de como sería su recibimiento, de si les desagradaría verla con un hombre, pues sólo esperaba que le recibiesen a ella, a su Doreen, con los brazos abiertos y en un simple abrazos olvidasen todas sus asperezas, y por eso, simplemente esperó, ahí, a su lado... como siempre.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
Es que ella era fuerte, después de todo, y después de tanto, después de aquel escape, después de haber sobrevivido a ese ataque, lo era, aquello no debería de ponerse en tela de juicio, aquello no podía ser una duda, pero después de tanto, enfrentar lo que había dejado mucho tiempo atrás la había golpeado con fuerza. Se sostuvo lo más firme posible de su novio, intentando no caer con torpeza, aquello sin duda, no sería para nada algo bueno. Lo miró a los ojos, intentando decirle que lo necesitaba más que nunca. Él era su pilar en ese momento, y no deseaba que estuviera otra persona ahí, él era perfecto, su perfecto. Se sentía mareada, incluso sentía cómo todo comenzaba a darle vueltas, el miedo inundó su interior, poco después su pecho se inflaba de forma abrupta y acelerada. Era evidente que la rubia no estaba bien, que no se encontraba preparada para eso, pero no podía darse la media vuelta y salir huyendo, no cuando tenía a su hermano frente a ella, ese rubio que tanto había deseado ver de forma desesperada, quien la había liberado, y por lo consiguiente, le había entregado al amor de su vida.
- Kreigh - Dijo temblorosa, su hermano se acercaba a paso veloz, era evidente la alegría que el muchacho desbordaba al verla. El muchacho era un año mayor que la joven, se notaba su juventud plena. Sus cabellos eran tan rubios como los de la muchacha, al igual que los ojos, poseían esos labios gruesos, ese rostro cuadrado, eran como dos gotas de agua, su parecido era impresionante, pero Kreigh era hombre, uno muy atractivo, que desde pequeño llamo la atención de incluso mujeres mayor. Su hermano había decidido, al igual que ella, que se casaría por amor, pero a su tiempo, sin que sus padres lo obligaran, él tenía más ventajas al ser hombre, por supuesto. La altura de su hermano se hizo evidente cuando se encontraron frente a frente. Ella apenas era una pequeña figura, incluso era un poco más alto que Emerick, y eso ya era demasiado; la rubia soltó una risa breve y tímida cuando aquel hombre que tenía su misma sangre, y que había salido del mismo vientre le echo una mirada recelosa al hombre que tenía a la joven tomada de la cintura, pero no dijo nada, simplemente actuó, tomando a Doreen entre sus brazos, cargándola con fuerza, y con un amor infinito que se le podía notar en aquel par de ojos azules. La acunó como cuando pequeña, y la abrazó con una fuerza que la joven tuvo que patalear, recordando cuando era niña, hasta que el agarré fue menos intenso, se miraron a los ojos por unos momentos, y ambos comenzaron a llorar
"Pensé que estabas muerta, pensé que jamás te volvería a ver, y me sentí tan culpable"- El comentó, con aquella voz grave y ruidosa, pero no por eso menos agradable, su hermano era atractivo incluso al hablar; ella simplemente negó y se abrazó, escondiéndose en la curvatura del cuello del rubio, intentando contener las lagrimas que le daban emoción. A lo lejos, se encontraba una pareja adulta, de entrada edad, observando aquello sin querer decir palabra alguna.
- Mi amado hermano - Comentó cuando el chico la volvió a dejar en suelo, Doreen estiró la mano hacía su prometido, enredando sus dedos en la mano de él - Kreigh, te presento a Emerick… - Hizo una pausa dirigiendo su vista, que claramente se centraba en su hermano, a su prometido - Emerick, él es mi hermano… Kreigh… - Los presentó, ignorando todo titulo que tuviera su novio, no le importaba nada de eso, simplemente quería que lo vieran como ella misma lo había visto: desnudo, pero del alma. Cuando los hombres de su vida tomaron distancia para hablar con más "privacidad". La rubia observó hacía la fachada de la casa, sus padres seguían ahí, pero parecían tan serios, tan enfadados que se sintió muy culpable, muy triste, y casi se echaba a correr de nuevo al bosque, como aquella vez en la que escapó, sin embargo, cuando menos se lo esperó, sus piernas ya la habían llevado hasta encontrarse a escasos cinco pasos de distancia de sus padres, olvidando a Emerick y a Kreigh, no por ser una grosera maleducada, sino porque necesitaba hacer eso sola, sin que ellos dos intervinieran, porque estaba segura que ambos responderían incluso por ella, solo por protegerla.
Los padres de Doreen estaban parados sin mover ni un pelo, la observaban perplejos, como si en realidad hubieran visto a un verdadero fantasma. No se movían, no parpadeaban, no decían absolutamente nada, hasta que ella finalmente frunció el ceño, en señal de desaprobación, mínimo esperaba unos buenos regaños, pero nada de eso paso. El padre de la joven era tan alto cómo su hermano, aunque el rubio pequeño apenas le sacaba unos cuatro centímetros, era un hombre que se notaba había sido de un atractivo físico impresionante, de él heredaron su cabello, su rostro, pero también de la mamá, aunque ella poseía unos hermosos cabellos rojizos, y los ojos marrones. Ambos tenían unos cinco y seis kilos pasados su peso, pero se notaban en buenas condiciones. El ceño fruncido de su pequeña hizo que la señora de la casa se soltara a llorar, y que su padre la abrazara como nunca antes recordaba lo habían hecho. Con un amor infinito, ella parpadeó sin poder entender de qué se había perdido, ¿eran ellos sus padres? ¿De verdad lo eran?
"Perdón". Esa palabra la hizo terminar por dejar salir todo aquello que los había extrañado, lloro tanto como su madre, y amo demasiado como su madre en ese momento. Ambos le habían pedido perdón en unísono, algo que jamás, ni siquiera en sus mejores sueños, pudo haber imaginado.
- Yo… Los extrañé tanto… pero… no podía quedarme - Comentó en un hilo de voz, pero ellos simplemente se hicieron uno en ese momento. No hubo reclamos, solo lagrimas de amor infinito, de reconciliación. Ellos eran felices, y ahora serían la familia que tanto ella había deseado tener y que estaba segura la tendría con su lobo; quizás solo habían pasado escasos minutos, cuando el carraspeó de su hermano hizo que la escena terminara. Alado de él se encontraba un Emerick nervioso, angustiado, los padres de Doreen lo observaron de forma descarada, pero se podía notar que no había malicia en su mirada, quizás durante el tiempo que su hija se había ido, habrían entendido un par de cosas, además que, tenían ropajes que se notaban de buena calidad, incluso su hermano. Habría mucho que platicar. La joven se separó de sus padres, su pequeño rostro estaba demasiado rojo a causa del llanto, poco podía respirar por su nariz, y sus ojos aún parecían cristalinos, se acercó a el licántropo, lo abrazó con fuerza, y se sintió más aliviada y segura con él a su lado. Aquello parecía irreal, demasiado perfecto para ella, sentía que no lo merecía, pero lo estaba recibiendo.
- Tenía tanto miedo de volver aquí… - Comentó rompiendo el silencio del momento - Pero, Emerick me convenció, él no estaría contento sin recibir su bendición - Cuando comentó eso, sintió el cuerpo de aquel hombre que abrazaba ponerse rígido, las miradas de asombro se hicieron presentes. Su padres mantuvo la boca abierta, su madre lo observó con amor, y demasiada emoción, y su hermano… Bueno, aquel muchacho estaba rojo de celos, y de rabia. Era su pequeña hermana, y aunque le costara aceptarlo, ya no sería su "nena", sino de alguien más. Kreigh veía a Doreen como la niña de sus ojos, pero no de mala manera, sino como aquella que le devolvió la esperanza, le enseñó de sueños, y lo hizo saber que había verdaderamente el amor, pensar que tenía que compartir su corazón con alguien lo confundía, pero después de un tiempo sonrió, demasiado, y casi abraza a Emerick para felicitarlo. - Emerick es mi prometido… - Comentó, terminando de poner más nervioso al hombre. - Emerick, ellos son mis padres, y como ya conoces, él mi hermano, bienvenido a mi casa - Comentó volteándolo a ver de reojo. Ella le dedicó una sonrisa amplia, amorosa y llena de dulzura.
Los padres de Doreen hicieron una reverencia educada al muchacho, ambos parecían contentos, al menos su hija había encontrado eso que siempre había deseado, y que por poco ellos la dejaban sin temer: amor.
"Bienvenido a casa, muchacho" Comentó el padre de Doreen.
"Pasen a casa, deben estar hambrientos, les daré algo caliente y delicioso" Al fina comentó su madre llena de emoción. Ambos pasaron abrazados, sin ni siquiera poder decirse algo cómplice porque podían ser descubiertos, sin duda el lugar había cambiado completamente, todo estaba remodelado, absolutamente todo, se veía más acogedor, lleno de calidad, de lujos que ella nunca imaginó que podrían tener. No sé explicaba qué había pasado.
"Tú padre ha hecho negocios que han prosperado, pero siempre tuvimos la esperanza de que volverías, por eso no nos fuimos de aquí" Comentó su mamá mientras iba directamente a la cocina. La chica estaba viviendo un verdadero sueño.
- Kreigh - Dijo temblorosa, su hermano se acercaba a paso veloz, era evidente la alegría que el muchacho desbordaba al verla. El muchacho era un año mayor que la joven, se notaba su juventud plena. Sus cabellos eran tan rubios como los de la muchacha, al igual que los ojos, poseían esos labios gruesos, ese rostro cuadrado, eran como dos gotas de agua, su parecido era impresionante, pero Kreigh era hombre, uno muy atractivo, que desde pequeño llamo la atención de incluso mujeres mayor. Su hermano había decidido, al igual que ella, que se casaría por amor, pero a su tiempo, sin que sus padres lo obligaran, él tenía más ventajas al ser hombre, por supuesto. La altura de su hermano se hizo evidente cuando se encontraron frente a frente. Ella apenas era una pequeña figura, incluso era un poco más alto que Emerick, y eso ya era demasiado; la rubia soltó una risa breve y tímida cuando aquel hombre que tenía su misma sangre, y que había salido del mismo vientre le echo una mirada recelosa al hombre que tenía a la joven tomada de la cintura, pero no dijo nada, simplemente actuó, tomando a Doreen entre sus brazos, cargándola con fuerza, y con un amor infinito que se le podía notar en aquel par de ojos azules. La acunó como cuando pequeña, y la abrazó con una fuerza que la joven tuvo que patalear, recordando cuando era niña, hasta que el agarré fue menos intenso, se miraron a los ojos por unos momentos, y ambos comenzaron a llorar
"Pensé que estabas muerta, pensé que jamás te volvería a ver, y me sentí tan culpable"- El comentó, con aquella voz grave y ruidosa, pero no por eso menos agradable, su hermano era atractivo incluso al hablar; ella simplemente negó y se abrazó, escondiéndose en la curvatura del cuello del rubio, intentando contener las lagrimas que le daban emoción. A lo lejos, se encontraba una pareja adulta, de entrada edad, observando aquello sin querer decir palabra alguna.
- Mi amado hermano - Comentó cuando el chico la volvió a dejar en suelo, Doreen estiró la mano hacía su prometido, enredando sus dedos en la mano de él - Kreigh, te presento a Emerick… - Hizo una pausa dirigiendo su vista, que claramente se centraba en su hermano, a su prometido - Emerick, él es mi hermano… Kreigh… - Los presentó, ignorando todo titulo que tuviera su novio, no le importaba nada de eso, simplemente quería que lo vieran como ella misma lo había visto: desnudo, pero del alma. Cuando los hombres de su vida tomaron distancia para hablar con más "privacidad". La rubia observó hacía la fachada de la casa, sus padres seguían ahí, pero parecían tan serios, tan enfadados que se sintió muy culpable, muy triste, y casi se echaba a correr de nuevo al bosque, como aquella vez en la que escapó, sin embargo, cuando menos se lo esperó, sus piernas ya la habían llevado hasta encontrarse a escasos cinco pasos de distancia de sus padres, olvidando a Emerick y a Kreigh, no por ser una grosera maleducada, sino porque necesitaba hacer eso sola, sin que ellos dos intervinieran, porque estaba segura que ambos responderían incluso por ella, solo por protegerla.
Los padres de Doreen estaban parados sin mover ni un pelo, la observaban perplejos, como si en realidad hubieran visto a un verdadero fantasma. No se movían, no parpadeaban, no decían absolutamente nada, hasta que ella finalmente frunció el ceño, en señal de desaprobación, mínimo esperaba unos buenos regaños, pero nada de eso paso. El padre de la joven era tan alto cómo su hermano, aunque el rubio pequeño apenas le sacaba unos cuatro centímetros, era un hombre que se notaba había sido de un atractivo físico impresionante, de él heredaron su cabello, su rostro, pero también de la mamá, aunque ella poseía unos hermosos cabellos rojizos, y los ojos marrones. Ambos tenían unos cinco y seis kilos pasados su peso, pero se notaban en buenas condiciones. El ceño fruncido de su pequeña hizo que la señora de la casa se soltara a llorar, y que su padre la abrazara como nunca antes recordaba lo habían hecho. Con un amor infinito, ella parpadeó sin poder entender de qué se había perdido, ¿eran ellos sus padres? ¿De verdad lo eran?
"Perdón". Esa palabra la hizo terminar por dejar salir todo aquello que los había extrañado, lloro tanto como su madre, y amo demasiado como su madre en ese momento. Ambos le habían pedido perdón en unísono, algo que jamás, ni siquiera en sus mejores sueños, pudo haber imaginado.
- Yo… Los extrañé tanto… pero… no podía quedarme - Comentó en un hilo de voz, pero ellos simplemente se hicieron uno en ese momento. No hubo reclamos, solo lagrimas de amor infinito, de reconciliación. Ellos eran felices, y ahora serían la familia que tanto ella había deseado tener y que estaba segura la tendría con su lobo; quizás solo habían pasado escasos minutos, cuando el carraspeó de su hermano hizo que la escena terminara. Alado de él se encontraba un Emerick nervioso, angustiado, los padres de Doreen lo observaron de forma descarada, pero se podía notar que no había malicia en su mirada, quizás durante el tiempo que su hija se había ido, habrían entendido un par de cosas, además que, tenían ropajes que se notaban de buena calidad, incluso su hermano. Habría mucho que platicar. La joven se separó de sus padres, su pequeño rostro estaba demasiado rojo a causa del llanto, poco podía respirar por su nariz, y sus ojos aún parecían cristalinos, se acercó a el licántropo, lo abrazó con fuerza, y se sintió más aliviada y segura con él a su lado. Aquello parecía irreal, demasiado perfecto para ella, sentía que no lo merecía, pero lo estaba recibiendo.
- Tenía tanto miedo de volver aquí… - Comentó rompiendo el silencio del momento - Pero, Emerick me convenció, él no estaría contento sin recibir su bendición - Cuando comentó eso, sintió el cuerpo de aquel hombre que abrazaba ponerse rígido, las miradas de asombro se hicieron presentes. Su padres mantuvo la boca abierta, su madre lo observó con amor, y demasiada emoción, y su hermano… Bueno, aquel muchacho estaba rojo de celos, y de rabia. Era su pequeña hermana, y aunque le costara aceptarlo, ya no sería su "nena", sino de alguien más. Kreigh veía a Doreen como la niña de sus ojos, pero no de mala manera, sino como aquella que le devolvió la esperanza, le enseñó de sueños, y lo hizo saber que había verdaderamente el amor, pensar que tenía que compartir su corazón con alguien lo confundía, pero después de un tiempo sonrió, demasiado, y casi abraza a Emerick para felicitarlo. - Emerick es mi prometido… - Comentó, terminando de poner más nervioso al hombre. - Emerick, ellos son mis padres, y como ya conoces, él mi hermano, bienvenido a mi casa - Comentó volteándolo a ver de reojo. Ella le dedicó una sonrisa amplia, amorosa y llena de dulzura.
Los padres de Doreen hicieron una reverencia educada al muchacho, ambos parecían contentos, al menos su hija había encontrado eso que siempre había deseado, y que por poco ellos la dejaban sin temer: amor.
"Bienvenido a casa, muchacho" Comentó el padre de Doreen.
"Pasen a casa, deben estar hambrientos, les daré algo caliente y delicioso" Al fina comentó su madre llena de emoción. Ambos pasaron abrazados, sin ni siquiera poder decirse algo cómplice porque podían ser descubiertos, sin duda el lugar había cambiado completamente, todo estaba remodelado, absolutamente todo, se veía más acogedor, lleno de calidad, de lujos que ella nunca imaginó que podrían tener. No sé explicaba qué había pasado.
"Tú padre ha hecho negocios que han prosperado, pero siempre tuvimos la esperanza de que volverías, por eso no nos fuimos de aquí" Comentó su mamá mientras iba directamente a la cocina. La chica estaba viviendo un verdadero sueño.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
"Si quieres que tu familia te ame y te acepte, entonces debes amarlos y aceptarlos tú a ellos."
Louise Hay
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No se necesitaba ser un adivino para darse cuenta lo afectado que se encontraba el cuerpo de Doreen, y se debe referir al cuerpo, porque precisamente Emerick podía ver a través de los ojos de la joven su fortaleza, que lucharía para no caer y que pedía su ayuda, porque el cuerpo le traicionaba. Bien sabía él que no era débil quien pedía auxilio, sino aquel que pretendía salir solo de todo sin tener la facultad de omnipotencia. Supo entonces que los nervios no debían traicionarle, que debía permanecer firme para ella, aun a pesar de todo lo nervioso que pudiese estar.
Observó al muchacho acercarse, sólo hubiese bastado por verlo durante un segundo para que su imagen quedase retratada por siempre en su memoria. Su cabello, sus ojos, el color de su piel, muchas cosas de él le recordaban a Doreen, pero no era eso lo que de él le importaba, sino la ayuda que había brindado a su novia para que, de un modo u otro, hubiese terminado cruzándose en su camino. Se sorprendió al notar que le pasaba en altura, muy pocos hombres lo hacían, tal vez contados con los dedos, y aunque este no era diferente a los otros —fornido y grande en proporción—, él seguía siendo aquel de aspecto larguirucho. Así mismo, notó también su mirada recelosa y la risita breve de su prometida, la que le hizo suponer que lo había notado y que, de cierto modo, no implicaba ningún peligro.
Dejó a Doreen ir, sólo cuando su hermano le abrazó. Les observó por un momento, con una sonrisa de feliz y satisfecha. Por fin se reencontraban quienes tanto se querían y el destino había separado. Realmente era una imagen emocionarte y digna de ver, algo que sin duda quedaría para todos como un bonito recuerdo. Fue entonces cuando su mirada se enfocó un poco más a lo lejos, viendo a la pareja de adultos que salía de al casa para quedarse mirando la escena de manera inmóvil, tan sorprendido como tal vez incrédulos, por ello pensó en cuanto habría cambiado Doreen desde la última vez en la que se habían visto, pero entonces el sonido de un par de sollozos, le hicieron volver a concentrarse en los hermanos, que en ese momento se miraban mutuamente para comenzar a llorar. Pensó un momento en darles su espacio, en acercarse a los padres y presentarse por su cuenta, pero ellos aún estaban tan anonadados que entendió que acercarse primero era algo que no le correspondía, o al menos no en este primer encuentro.
Y sin quererlo, él también había estado tan absorto de todo que incluso se le había olvidado el cochero, quien les había conducido durante todos esos días de camino. El hombre también observaba la escena emocionado, incluso dio un sonoro trompetazo con un pañuelo al limpiarse la nariz producto de la conmoción misma, haciendo que el Duque riera en silencio, sin poderlo evitar.
— Llevad a los caballos a la sombra, Simon. Tomaros un descanso, yo os indicaré en cuanto tengamos un futuro claro — le sonrió al emotivo hombre, quien inmediatamente obedeció a su amo arriando los caballo hasta la sombra de un manzano.
Emerick le observo marchar y volteó a ver a los hermanos, justo cuando Doreen estiró una mano hacia él, por lo que la tomó enseguida, entrelazando sus dedos a los suyos. Se acercó regalándole a ella una sonrisa de apoyo, una que le comunicaba lo bien que había hecho y cuan orgulloso estaba de ella. Miró también al hermano, a quien imaginó debía de estrechar la derecha, pues y tal como había supuesto, era la hora de las presentaciones.
— Buenos días, mucho gusto — saludó al hombre, dándole un fuerte apretón, aunque sin abusar de la fuerza de su condición no semi-humana. No quería lastimarle, sólo quería transmitirle la confianza de un buen saludo escocés. — Es un placer conoceros por fin, vuestro nombre es leyenda — indicó con una sonrisa y miró a Doreen de soslayo, quien comenzaba a acercarse lentamente a sus padres, acción que en verdad hizo que se le cortara el aliento.
Soltó la mano de Kreigh lentamente, mientras su mirada se centraba en Doreen y los padres de ella. Esperaba no ser un grosero a los de cuñado, pues suponía que él les estaría observando igual de expectante. Realmente era un encuentro esperado y ambos sabían que debían de darles su espacio, del mismo modo que sabían también no debían de intervenir.
Debía reconocer que al padre se lo había imaginado diferente, un viejo decrépito, rollizo y gordo con nariz de botella, la típica imagen de anciano vividor y aprovechador, y es que en verdad no podía evitar el tener una mala imagen de él, luego de que se enterara que sus únicos deseos eran vender a su propia hija al mejor postor. No supo si verle sano y atractivo era una desilusión hasta que él mismo abrazó a su hija, con ese amor que Emerick jamás imagino ver en él. Entonces se dio cuenta que no, que no era una desilusión, que estaba equivocado y que el hombre en verdad había cambiado. Que quería y valoraba a su hija, como no había notado hasta el momento de la pérdida. Errar es humano y este hombre no sólo se había equivocado, sino que se había dado cuenta de su error y estaba arrepentido.
“Perdón”.
Aquella palabra salió de los labios de ambos adultos y todos se echaron a llorar con tantas ganas, alegría y desahogo, que hasta a él se le hizo nudo en la garganta, por lo que evitó seguirlos mirando y desvió su atención momentáneamente al muchacho que aún estaba a su lado, quien le hizo un gesto para se acercan, por lo que el Duque asintió y le siguió, caminando a su lado. Aún así no quiso interrumpir, no se sentía digno de ello y por tanto sólo permaneció como un simple espectador, cada vez más nervioso por la nueva cercanía a los suegros. De pronto todo se había aliviado, todo estaba bien, y por ello sabía que pronto le tocaría ser presentado. Tuvo ganas de salir huyendo con disimulo, de excusarse para ir a ver a los caballos o decir que se le había olvidado algo, pero aquello no eran más que excusas tontas.
Kreigh carraspeó y Emerick le miró con expresión de pánico mal disimulado, por un instante incluso se imagino arrojándole un zapato por la cabeza. ¿Acaso quería cobrarse venganza, acelerando su condena? Fue entonces cuando sintió el abrazo de Doreen que le hizo regresar a la realidad y abrazarla de manera automática, tanto como si su cuerpo hubiese sido hecho para ello y lo único que esperase durante toda su vida, fuesen esas oportunidades en las que podía cumplir con su función. Le besó en los cabellos y acarició su espalda para brindarle aún más un poco de confort. Sin embargo todo se le vino encima cuando ella le delató.
Literalmente quiso que se lo tragara la tierra. Miró a ambos padres, como quien es acusado de cometer un delito por accidente. ¿Cómo se le ocurría a ella delatarle de esa manera? Quiso hablar, quiso defenderse, quiso decir tantas cosas, pero ninguna salía y sólo boqueaba como un estúpido pez recién sacado del agua. Intentó sonreír, pero su rostro se escapó una mueca ininteligible hasta que ambos padre hicieron una reverencia la cual no dudó en responder y agradecer.
— Muchas gracias — respondió a la bienvenida de su suegro, mas no alcanzó a decir más cuando su suegra les invitó a pasar. Indudablemente se sintió salvado por la campana, y es que sólo le bastaban un par de segundos de distracción para poder volver a poner todas las cosas de su cabeza en orden.
No soltaría a Doreen mientras ella no reclamase su libertad, y por eso entraron abrazados al interior de la casa. Tuvo ganas de decirle que le mataría, pero ella no tenía un oído tan sensible como el suyo y sus padres de seguro le escucharían, así que se tragó las ganas... por el momento.
El interior de la casa era sumamente acogedor, además de estar lleno de lujos que no creía coherentes con la familia que Doreen le había descrito. Sin embargo, las explicaciones de la madre pronto aclararon sus dudas y le hicieron volver a sonreír.
— Ese es un gesto muy hermoso ¿Lo habéis visto? — le preguntó a su novia, volviendo a recuperar el habla y parte de su personalidad extrovertida — Siempre esperaron vuestro regreso — le sonrió y besó en la frente antes de dirigirse a los padres de la chica. — Es para mi un verdadero gusto conocerlos por fin, más allá del miedo y los nerviosismo, y como tal ya me ha delatado vuestra hija — rió divertido — Es mi verdadera intención el venir a pediros la mano de Doreen, y de paso invitarlos, por supuesto, a que se hagan partícipes de lo que juntos queremos formar. Para mi es muy importante la unión de la familia, sea como sea, siempre será la familia, y si Doreen posee la fortuna de aún conservarles con vida, creo que es algo de lo que debe de aprovechar... espero haberme explicado bien, aún estoy un poco asustado he de reconocer — concluyó volviendo a reír.
Observó al muchacho acercarse, sólo hubiese bastado por verlo durante un segundo para que su imagen quedase retratada por siempre en su memoria. Su cabello, sus ojos, el color de su piel, muchas cosas de él le recordaban a Doreen, pero no era eso lo que de él le importaba, sino la ayuda que había brindado a su novia para que, de un modo u otro, hubiese terminado cruzándose en su camino. Se sorprendió al notar que le pasaba en altura, muy pocos hombres lo hacían, tal vez contados con los dedos, y aunque este no era diferente a los otros —fornido y grande en proporción—, él seguía siendo aquel de aspecto larguirucho. Así mismo, notó también su mirada recelosa y la risita breve de su prometida, la que le hizo suponer que lo había notado y que, de cierto modo, no implicaba ningún peligro.
Dejó a Doreen ir, sólo cuando su hermano le abrazó. Les observó por un momento, con una sonrisa de feliz y satisfecha. Por fin se reencontraban quienes tanto se querían y el destino había separado. Realmente era una imagen emocionarte y digna de ver, algo que sin duda quedaría para todos como un bonito recuerdo. Fue entonces cuando su mirada se enfocó un poco más a lo lejos, viendo a la pareja de adultos que salía de al casa para quedarse mirando la escena de manera inmóvil, tan sorprendido como tal vez incrédulos, por ello pensó en cuanto habría cambiado Doreen desde la última vez en la que se habían visto, pero entonces el sonido de un par de sollozos, le hicieron volver a concentrarse en los hermanos, que en ese momento se miraban mutuamente para comenzar a llorar. Pensó un momento en darles su espacio, en acercarse a los padres y presentarse por su cuenta, pero ellos aún estaban tan anonadados que entendió que acercarse primero era algo que no le correspondía, o al menos no en este primer encuentro.
Y sin quererlo, él también había estado tan absorto de todo que incluso se le había olvidado el cochero, quien les había conducido durante todos esos días de camino. El hombre también observaba la escena emocionado, incluso dio un sonoro trompetazo con un pañuelo al limpiarse la nariz producto de la conmoción misma, haciendo que el Duque riera en silencio, sin poderlo evitar.
— Llevad a los caballos a la sombra, Simon. Tomaros un descanso, yo os indicaré en cuanto tengamos un futuro claro — le sonrió al emotivo hombre, quien inmediatamente obedeció a su amo arriando los caballo hasta la sombra de un manzano.
Emerick le observo marchar y volteó a ver a los hermanos, justo cuando Doreen estiró una mano hacia él, por lo que la tomó enseguida, entrelazando sus dedos a los suyos. Se acercó regalándole a ella una sonrisa de apoyo, una que le comunicaba lo bien que había hecho y cuan orgulloso estaba de ella. Miró también al hermano, a quien imaginó debía de estrechar la derecha, pues y tal como había supuesto, era la hora de las presentaciones.
— Buenos días, mucho gusto — saludó al hombre, dándole un fuerte apretón, aunque sin abusar de la fuerza de su condición no semi-humana. No quería lastimarle, sólo quería transmitirle la confianza de un buen saludo escocés. — Es un placer conoceros por fin, vuestro nombre es leyenda — indicó con una sonrisa y miró a Doreen de soslayo, quien comenzaba a acercarse lentamente a sus padres, acción que en verdad hizo que se le cortara el aliento.
Soltó la mano de Kreigh lentamente, mientras su mirada se centraba en Doreen y los padres de ella. Esperaba no ser un grosero a los de cuñado, pues suponía que él les estaría observando igual de expectante. Realmente era un encuentro esperado y ambos sabían que debían de darles su espacio, del mismo modo que sabían también no debían de intervenir.
Debía reconocer que al padre se lo había imaginado diferente, un viejo decrépito, rollizo y gordo con nariz de botella, la típica imagen de anciano vividor y aprovechador, y es que en verdad no podía evitar el tener una mala imagen de él, luego de que se enterara que sus únicos deseos eran vender a su propia hija al mejor postor. No supo si verle sano y atractivo era una desilusión hasta que él mismo abrazó a su hija, con ese amor que Emerick jamás imagino ver en él. Entonces se dio cuenta que no, que no era una desilusión, que estaba equivocado y que el hombre en verdad había cambiado. Que quería y valoraba a su hija, como no había notado hasta el momento de la pérdida. Errar es humano y este hombre no sólo se había equivocado, sino que se había dado cuenta de su error y estaba arrepentido.
“Perdón”.
Aquella palabra salió de los labios de ambos adultos y todos se echaron a llorar con tantas ganas, alegría y desahogo, que hasta a él se le hizo nudo en la garganta, por lo que evitó seguirlos mirando y desvió su atención momentáneamente al muchacho que aún estaba a su lado, quien le hizo un gesto para se acercan, por lo que el Duque asintió y le siguió, caminando a su lado. Aún así no quiso interrumpir, no se sentía digno de ello y por tanto sólo permaneció como un simple espectador, cada vez más nervioso por la nueva cercanía a los suegros. De pronto todo se había aliviado, todo estaba bien, y por ello sabía que pronto le tocaría ser presentado. Tuvo ganas de salir huyendo con disimulo, de excusarse para ir a ver a los caballos o decir que se le había olvidado algo, pero aquello no eran más que excusas tontas.
Kreigh carraspeó y Emerick le miró con expresión de pánico mal disimulado, por un instante incluso se imagino arrojándole un zapato por la cabeza. ¿Acaso quería cobrarse venganza, acelerando su condena? Fue entonces cuando sintió el abrazo de Doreen que le hizo regresar a la realidad y abrazarla de manera automática, tanto como si su cuerpo hubiese sido hecho para ello y lo único que esperase durante toda su vida, fuesen esas oportunidades en las que podía cumplir con su función. Le besó en los cabellos y acarició su espalda para brindarle aún más un poco de confort. Sin embargo todo se le vino encima cuando ella le delató.
Literalmente quiso que se lo tragara la tierra. Miró a ambos padres, como quien es acusado de cometer un delito por accidente. ¿Cómo se le ocurría a ella delatarle de esa manera? Quiso hablar, quiso defenderse, quiso decir tantas cosas, pero ninguna salía y sólo boqueaba como un estúpido pez recién sacado del agua. Intentó sonreír, pero su rostro se escapó una mueca ininteligible hasta que ambos padre hicieron una reverencia la cual no dudó en responder y agradecer.
— Muchas gracias — respondió a la bienvenida de su suegro, mas no alcanzó a decir más cuando su suegra les invitó a pasar. Indudablemente se sintió salvado por la campana, y es que sólo le bastaban un par de segundos de distracción para poder volver a poner todas las cosas de su cabeza en orden.
No soltaría a Doreen mientras ella no reclamase su libertad, y por eso entraron abrazados al interior de la casa. Tuvo ganas de decirle que le mataría, pero ella no tenía un oído tan sensible como el suyo y sus padres de seguro le escucharían, así que se tragó las ganas... por el momento.
El interior de la casa era sumamente acogedor, además de estar lleno de lujos que no creía coherentes con la familia que Doreen le había descrito. Sin embargo, las explicaciones de la madre pronto aclararon sus dudas y le hicieron volver a sonreír.
— Ese es un gesto muy hermoso ¿Lo habéis visto? — le preguntó a su novia, volviendo a recuperar el habla y parte de su personalidad extrovertida — Siempre esperaron vuestro regreso — le sonrió y besó en la frente antes de dirigirse a los padres de la chica. — Es para mi un verdadero gusto conocerlos por fin, más allá del miedo y los nerviosismo, y como tal ya me ha delatado vuestra hija — rió divertido — Es mi verdadera intención el venir a pediros la mano de Doreen, y de paso invitarlos, por supuesto, a que se hagan partícipes de lo que juntos queremos formar. Para mi es muy importante la unión de la familia, sea como sea, siempre será la familia, y si Doreen posee la fortuna de aún conservarles con vida, creo que es algo de lo que debe de aprovechar... espero haberme explicado bien, aún estoy un poco asustado he de reconocer — concluyó volviendo a reír.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
Doreen estaba experimentando una especie de paz muy extraña, Emerick sin duda se había vuelto la gran estabilidad en su vida, lo que siempre deseó, y lo que ahora tenía, que claro, le parecía casi imposible de sentir que mecería. Su cálido abrazo la traía a la realidad, quizás si no estuviera a su lado ya habría sufrido, sin exageración, un paro cardiaco, pero ella se notaba en ese momento tranquila. Observaba a detalle cada parte de su hogar, por un lado le recordaba a cuando vivía en ese lugar, pero por otro todo había cambiado. Se alegró que sus padres pudieran haber tenido una calidad de vida mejor a la que estaban acostumbrados, prefería omitir la parte dónde el conde de Montecristo le había dejado una gran fortuna y una propiedad, también dejaría de lado el hecho de que su prometido era un conde, eso era lo mejor, simplemente callar detalles que no se necesitaban en ese momento. La joven sonrió, porque era lo mejor que podía hacer, se separó de su licántropo para escucharlo dirigir unas palabras a sus padres, era correcto que pidieran la mano de la joven, pero en realidad poco le importaba si se negaban, ella lo haría todo con él, con o sin el consentimiento de sus padres.
Mientras Emerick se disponía a hablar con su padre y hermano, ella se encaminó hasta la cocina con su madre, la cual le sonrió pero no dejó de mover las manos, la rubia se lavó las propias, comenzó a ayudarle a preparar cualquier cosa que se le vino a la mente. Mientras cocinaban las dos comenzaron a hablar, más su madre que ella quien la puso al corriente de las cosas que habían pasado en su ausencia. La chica estaba demasiado hambrienta, y cansada a pesar de haber estado dormida por mucho tiempo en el carruaje, necesitaba comer "Mamá, sólo estaremos está noche, mañana partimos de regreso", le informó, y no es que su prometido tuviera prisa por volver, pero ella ya no se sentía tan cómoda sin tener sus espacios a solas con él. La mujer simplemente acepto, seguramente no estarían dispuestos a volver a perder el contacto con su hija. La rubia notó que la noche estaba cayendo, comenzó a encender todas las velas de parafina que estaban a los alrededores, incluso en medio de los pasillos se topó con su hermano haciendo lo mismo, de pequeños siempre se encargaban de eso, quizás como un acto reflejo se había puesto a hacer aquello; Doreen y su madre poco a poco acomodaron la mesa principal, llenando de papas, encelada, carnes y otro tipo de pastas, era una noche especial, la noche especial de todos.
La rubia se encargó de interrumpir una platica que Emerick y su padre tenían de forma entretenida, ella pidió disculpas por entrometerse, después jaló a su prometido excusándose que él no sabría donde estaba el baño, que debían lavarse las manos. El padre de la joven asintió caminando directamente a su habitación junto con su madre, el comelón de su hermano se encontraba ya sentado con el ceño fruncido porque no se apuraban, se notaba hambriento, mientras la pareja de jóvenes caminaba al baño ella le regalaba sonrisas coquetas, traviesas y divertidas, pero no le dirigía a un la palabra. Se adentrado al cuarto de baño, ella volvió a lavar las manos tranquilamente, lo volteó a ver con una sonrisa traviesa, ella estaba consiente que la forma en que le dijo a sus padres sobre su compromiso no había sido la mejor, pero de no hacerlo en ese momento seguramente estaría echa un mar de nervios, no deseaba pasar de esa forma su corta estancia. Secó sus manos con rapidez, intentó reducir el tiempo que estaba empleando en el aseo de sus delicadas manos, pues necesitaba poder sentir la calidez de su prometido sobre su boca. Lo jaló con delicadeza, con demasiada suavidad del rostro, Doreen le beso, pero dejando de lado el deseo, simplemente lo beso con ternura, con suavidad, con devoción . Extrañaba poder hacerlo sin que nadie los reprendiera, porque estaba segura sus padres se darían el derecho de hacerlo, y no los culpaba, ella haría lo mismo.
- Espero lo este pasando muy bien, mi lord - Musitó de forma muy suave estirando sus piernas para poder llegar a su oreja - He dicho que sólo estaremos está noche, no quiero pasar mucho tiempo lejos de ti - Y es que ella ya se había acostumbrado a dormir con su prometido, esa noche no lo haría, estaba consiente que sería algo doloroso de pasar, y aunque cualquier podría decir que era una simple prueba o un detalle insignificante, para Doreen era mucho más que eso, se trataba de estar segura en brazos del hombre de su vida. Ese al que, aunque se lea egoísta, lo quería totalmente para ella, lucharía por él, aunque claro, Emerick le hacía sentir que no habría otra mujer ante sus ojos que pudiera amar como a la rubia, lo cual la hacía sentir segura, extraño si, pero se sentía segura; dio un beso rápido a su mejilla y salió del baño directamente al comedor sin dejar que él dijera ni una sola palabra.
La cena había pasado más rápido de lo que se esperaba, Doreen estaba satisfecha, de ser posible hubiera arrancado su corsé para poder respirar bien, lo cierto era que desde que había llegado a vivir con Emerick, su prometido se había encargado de darle de comer casi a la fuerza, con el pretexto de que estaba muy delgada, aunque ella en realidad no lo hacía por vanidad, más bien porque siempre había sido de poco apetito. Sus padres la observaron sorprendida, y ella simplemente se ruborizó ¿Qué estarían pensando? Ella esperaba que no fuera eso… donde los relacionaba a ambos, aunque de ser así no daría explicaciones. Se limitó a fruncir el ceño y tomar la mano de su licántropo por debajo de la mesa.
- Cómo ya lo saben hemos venido con un propósito especial, no pretendemos estar mucho tiempo porque Emerick tiene trabajo en casa - Comentó sin dar muchas explicaciones, y volteando a ver al joven de forma significativa, entre ellos ya tenían miradas cómplices con las cuales se podrían decir de todo. Así que estaba segura él entendería que le pedía afirmara sus palabras. - Necesitaba poder contar con ustedes, son mi vida, a pesar de todo, quisiera por favor pudieran simplemente aceptarlo, yo lo amo - Confesó con determinación, sin rodeos, después abrazó a Emerick, y dejó que él simplemente prosiguiera con las palabras.
Doreen estaba un mar de nervios después de que su prometido había pedido de manera formal su mano, estaba segura que él se iría lejos por aquella noche, quizás pasaría el sueño en alguna posada, y ella no deseaba eso, sentía que el aire se le iba lejos de él, para su buena suerte su hermano le dio su cuarto a Emerick, y así no lo sentiría tan lejano. Sus padres se habían ido a descansar, y su hermano se excuso diciendo que tenía una reunión con unos amigos, que llegaría muy noche. Los ahora formalmente comprometidos se quedaron en silencio en la pequeña sala de la casa. Ella por su parte sonreía complacida. Se acercó a él con cuidado, le tomó de las manos y lo hizo ponerse de pie en silencio. La rubia camino casi en silencio, como si estuviera haciendo una travesura grande con él, lo llevó por la puerta de la cocina, y salieron por el patio trasero. Mientras avanzaban por el pasto verde, ella apretaba su mano con cuidado, pero seguía sin dirigirle una palabra, así fue cuando llegaron frente a un gran y frondoso árbol que estaba frente a un lago. Por fin lo miró a los ojos, no sabía por donde comenzar, así que simplemente suspiró y dejó salir la pregunta más absurda que se encontraba en su mente.
- ¿Eres feliz? - Susurró de forma tranquila y cómplice, le soltó para subirse al columpio que colgaba de aquel árbol. - De pequeña me gustaba venir aquí, atrapar luciérnagas con mi hermano a escondidas, siempre me encantó el columpió, es relajador ¿Quieres subirte conmigo? - Pregunto echando su cuerpo hacía atrás de forma graciosa, le miró al revés al tenerlo detrás de ella, se limitó a sonreír de forma amplia - Soy feliz gracias a ti, amor - Comentó, el momento simplemente era perfecto.
Mientras Emerick se disponía a hablar con su padre y hermano, ella se encaminó hasta la cocina con su madre, la cual le sonrió pero no dejó de mover las manos, la rubia se lavó las propias, comenzó a ayudarle a preparar cualquier cosa que se le vino a la mente. Mientras cocinaban las dos comenzaron a hablar, más su madre que ella quien la puso al corriente de las cosas que habían pasado en su ausencia. La chica estaba demasiado hambrienta, y cansada a pesar de haber estado dormida por mucho tiempo en el carruaje, necesitaba comer "Mamá, sólo estaremos está noche, mañana partimos de regreso", le informó, y no es que su prometido tuviera prisa por volver, pero ella ya no se sentía tan cómoda sin tener sus espacios a solas con él. La mujer simplemente acepto, seguramente no estarían dispuestos a volver a perder el contacto con su hija. La rubia notó que la noche estaba cayendo, comenzó a encender todas las velas de parafina que estaban a los alrededores, incluso en medio de los pasillos se topó con su hermano haciendo lo mismo, de pequeños siempre se encargaban de eso, quizás como un acto reflejo se había puesto a hacer aquello; Doreen y su madre poco a poco acomodaron la mesa principal, llenando de papas, encelada, carnes y otro tipo de pastas, era una noche especial, la noche especial de todos.
La rubia se encargó de interrumpir una platica que Emerick y su padre tenían de forma entretenida, ella pidió disculpas por entrometerse, después jaló a su prometido excusándose que él no sabría donde estaba el baño, que debían lavarse las manos. El padre de la joven asintió caminando directamente a su habitación junto con su madre, el comelón de su hermano se encontraba ya sentado con el ceño fruncido porque no se apuraban, se notaba hambriento, mientras la pareja de jóvenes caminaba al baño ella le regalaba sonrisas coquetas, traviesas y divertidas, pero no le dirigía a un la palabra. Se adentrado al cuarto de baño, ella volvió a lavar las manos tranquilamente, lo volteó a ver con una sonrisa traviesa, ella estaba consiente que la forma en que le dijo a sus padres sobre su compromiso no había sido la mejor, pero de no hacerlo en ese momento seguramente estaría echa un mar de nervios, no deseaba pasar de esa forma su corta estancia. Secó sus manos con rapidez, intentó reducir el tiempo que estaba empleando en el aseo de sus delicadas manos, pues necesitaba poder sentir la calidez de su prometido sobre su boca. Lo jaló con delicadeza, con demasiada suavidad del rostro, Doreen le beso, pero dejando de lado el deseo, simplemente lo beso con ternura, con suavidad, con devoción . Extrañaba poder hacerlo sin que nadie los reprendiera, porque estaba segura sus padres se darían el derecho de hacerlo, y no los culpaba, ella haría lo mismo.
- Espero lo este pasando muy bien, mi lord - Musitó de forma muy suave estirando sus piernas para poder llegar a su oreja - He dicho que sólo estaremos está noche, no quiero pasar mucho tiempo lejos de ti - Y es que ella ya se había acostumbrado a dormir con su prometido, esa noche no lo haría, estaba consiente que sería algo doloroso de pasar, y aunque cualquier podría decir que era una simple prueba o un detalle insignificante, para Doreen era mucho más que eso, se trataba de estar segura en brazos del hombre de su vida. Ese al que, aunque se lea egoísta, lo quería totalmente para ella, lucharía por él, aunque claro, Emerick le hacía sentir que no habría otra mujer ante sus ojos que pudiera amar como a la rubia, lo cual la hacía sentir segura, extraño si, pero se sentía segura; dio un beso rápido a su mejilla y salió del baño directamente al comedor sin dejar que él dijera ni una sola palabra.
La cena había pasado más rápido de lo que se esperaba, Doreen estaba satisfecha, de ser posible hubiera arrancado su corsé para poder respirar bien, lo cierto era que desde que había llegado a vivir con Emerick, su prometido se había encargado de darle de comer casi a la fuerza, con el pretexto de que estaba muy delgada, aunque ella en realidad no lo hacía por vanidad, más bien porque siempre había sido de poco apetito. Sus padres la observaron sorprendida, y ella simplemente se ruborizó ¿Qué estarían pensando? Ella esperaba que no fuera eso… donde los relacionaba a ambos, aunque de ser así no daría explicaciones. Se limitó a fruncir el ceño y tomar la mano de su licántropo por debajo de la mesa.
- Cómo ya lo saben hemos venido con un propósito especial, no pretendemos estar mucho tiempo porque Emerick tiene trabajo en casa - Comentó sin dar muchas explicaciones, y volteando a ver al joven de forma significativa, entre ellos ya tenían miradas cómplices con las cuales se podrían decir de todo. Así que estaba segura él entendería que le pedía afirmara sus palabras. - Necesitaba poder contar con ustedes, son mi vida, a pesar de todo, quisiera por favor pudieran simplemente aceptarlo, yo lo amo - Confesó con determinación, sin rodeos, después abrazó a Emerick, y dejó que él simplemente prosiguiera con las palabras.
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Doreen estaba un mar de nervios después de que su prometido había pedido de manera formal su mano, estaba segura que él se iría lejos por aquella noche, quizás pasaría el sueño en alguna posada, y ella no deseaba eso, sentía que el aire se le iba lejos de él, para su buena suerte su hermano le dio su cuarto a Emerick, y así no lo sentiría tan lejano. Sus padres se habían ido a descansar, y su hermano se excuso diciendo que tenía una reunión con unos amigos, que llegaría muy noche. Los ahora formalmente comprometidos se quedaron en silencio en la pequeña sala de la casa. Ella por su parte sonreía complacida. Se acercó a él con cuidado, le tomó de las manos y lo hizo ponerse de pie en silencio. La rubia camino casi en silencio, como si estuviera haciendo una travesura grande con él, lo llevó por la puerta de la cocina, y salieron por el patio trasero. Mientras avanzaban por el pasto verde, ella apretaba su mano con cuidado, pero seguía sin dirigirle una palabra, así fue cuando llegaron frente a un gran y frondoso árbol que estaba frente a un lago. Por fin lo miró a los ojos, no sabía por donde comenzar, así que simplemente suspiró y dejó salir la pregunta más absurda que se encontraba en su mente.
- ¿Eres feliz? - Susurró de forma tranquila y cómplice, le soltó para subirse al columpio que colgaba de aquel árbol. - De pequeña me gustaba venir aquí, atrapar luciérnagas con mi hermano a escondidas, siempre me encantó el columpió, es relajador ¿Quieres subirte conmigo? - Pregunto echando su cuerpo hacía atrás de forma graciosa, le miró al revés al tenerlo detrás de ella, se limitó a sonreír de forma amplia - Soy feliz gracias a ti, amor - Comentó, el momento simplemente era perfecto.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
"Actualmente la libertad y la seguridad no se encuentran tanto en lo que tenemos, sino en lo que podemos crear mediante la confianza."
Robert Kiyosaki
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Sacarse un peso de encima.
Eso es lo que verdaderamente sintió una vez que hubo por fin echado afuera el verdadero motivo de su visita, aún cuando lo hiciera más por no tener otra salida que por voluntad propia, pues si hubiese sido su voluntad, hubiese conocido primero a los padres y tanteado un poco el terreno. Sin embargo, muchas veces se traicionaba a sí mismo y terminaba lanzándose cuando antes para salir luego del embrollo, así que a final de cuentas, no siempre acababa haciendo lo que pensaba, y tal vez Doreen sólo se le anticipaba mínimamente a los hechos.
Por fin se sentía respirar tranquilo, nadie había intentado matarlo y aunque por algún momento no hubiese recibido la más cariñosa de las miradas, ahí estaba, sonriente y triunfal por haber recibido una respuesta favorable y, sobre todo, por el hecho de saber que ahora la boda era un acto inminente y en total armonía familiar. Francamente hubiese salido gritando y dando saltos de alegría para contarle a su novia, que en ese momento se internaba en la cocina. Sólo quería compartir con ella lo bien que le había ido y lo muy feliz que se sentía, pero aún estaba delante de su futuro suegro y cuñado y por ende debía mantener la compostura de un hombre maduro. Definitivamente ni siquiera podía borrársele la sonrisa de su rostro, parecía un verdadero idiota que tamborileaba los dedos de la ansiedad mientras respondía preguntas de manera afanada y prácticamente encantada.
Todo parecía marchar sobre ruedas, sin embargo llegó también el momento que provocó que el estómago se le encogiera ¿Qué a qué se dedicaba para vivir? Esa era una pregunta típica del padre de la novia y una que obligatoriamente debía responder, y responder con la verdad porque, si más tarde se enteraba por terceros, ese podría ser el fin de toda unión familiar. Así que abrió la boca para responder, pero en vez de se palabras sólo salió un poco de aire de su boca. ¿Y si Doreen no quería que le dijera o peor que eso, ya le había entregado otra versión a la madre?
— Yo... soy...
Había comenzado a explicar, casi rogando que del cielo cayese un meteorito que a todos hiciera olvidar de lo ocurrido, pero —para su fortuna— el meteorito cayó en el salón bajo la forma de su propia prometida quien llegó a anunciarles la cena. Justo a tiempo, se dejó arrastrar por la rubia hasta el baño, en donde le preguntaría que diablos tenía que decir. Sin embargo, cuando entraron al cuarto e iba a hablar, se dio cuenta que el Señor Caracciolo les seguía por el mismo pasillo para pasar por fuera de aquel baño e ir hasta su habitación, en donde seguro tenía un baño más privado y por tanto tuvo que esperar a que se alejara lo suficiente, mientras Doreen se lavaba las manos y, cuando ya iba a hablar con tranquilidad, ella se secó las manos y, con verdadera prisa, le besó.
Tal parecía que ambos estaban esperando a que el hombre se alejase para rebelar sus verdaderas intenciones, pero —evidentemente— la de ella era mucho más poderosa y cautivante que la suya y su esencia verdadera mantequilla en las manos de la pintora, que sólo en un par de suspiros le hizo olvidarse de aquella pregunta. Le besó tal y como ella lo hacía, aunque sus reacciones eran distintas, pues la misma sorpresa le hizo que sentir que el estomago se le reducía al tamaño de un frijol para luego caer vertiginosamente hasta un lugar desconocido de su vientre. Le sintió susurrar cerca de su oído y sonrió ante sus palabras, pues sin haberse dado cuenta antes, éstas se hacían verdadero reflejo de sus propios deseos. Pero ni siquiera alcanzó a responderle nada cuando ella se alejó y, cuando iba a seguirla, el sonido de unos pasos en el pasillo le alertó que no era una buena idea, así que cerró la puerta y aprovechó de hacer sus necesidades básicas mientras se recordaba del cochero, quien por suerte sabía ya que si Emerick no salía al cabo de una hora, él tenía la libertad para irse a alguna posada y regresar así al día siguiente. Aún así quiso corroborarlo de manera efectiva, así que se encaramó a mirarlo por la pequeña ventana para confirmar así su ausencia. Sólo entonces salió del baño y se dirigió al comedor en donde ya todos le esperaban.
La cena transcurrió bastante rápido, pues al parecer todos tenían una buena poca de hambre, incluyendo Doreen que ya se había acostumbrado a aumentar sus cantidades, por lo Emerick sonrió satisfecho de verle comer de ese modo, bajo la mirada atónita de sus familiares; tal parecía que había logrado un milagro. Una vez acabado el contenido de los platos, conversaron un rato más mientras la mano de su novia tomó la suya por debajo de la mesa y él le recibió de manera cariñosa. Volvieron a tocar el tema de su matrimonio al ya estar todos presentes y al parecer no había oposición alguna, así que fue el tiempo de brindar con un bajativo y compartir sueños futuros; nietos, un hogar grande para que pudieran visitarles, nietos, perros, nietos, grandes terrenos, nietos, cercano a caminos y oh sí... nietos.
La noche llegó, los platos se levantaron y los inquilinos se marcharon a sus propios destinos, dejándoles a ellos un momento de libertad. Nuevas miradas y sonrisas cómplices salieron de sus rostros, se felicitaban mutuamente por el objetivo cumplido, principalmente porque habían logrado mucho más de lo cualquiera esperaba; toda la situación había cambiado y los padres de Doreen eran otros. Por eso simplemente le siguió hasta afuera en silencio, como si ninguno quisiese que los padres se enterasen y escapar hasta aquel árbol como dos fugitivos.
— ¿Feliz? — preguntó respondiendo a su interrogante — Quizás esa palabra sea ya demasiado pequeña para lo que realmente siento — le sonrió y le observó montarse al columpio, mismo al cual le invitó tras contarle una parte de sus recuerdos — ¿Contigo? ¿Juntos? — rió medio nervioso — Nos matarían ¿verdad? — preguntó divertido, mientras se ubicaba por detrás de ella para empujarle y así otorgarle un poco más de impulso.
No respondió a su expresión de felicidad, más que con una pequeña sonrisa que no se desvaneció jamás, sino hasta que él mismo decidió dejar de empujarle para agarrar de pronto el columpio y a ella de paso, sin dejarle caer. Le costó mantenerlo, la fuerza del impulso casi le arroja también al suelo, pero lo hizo; le detuvo y la atrapó entre sus brazos para besarle por el costado de su espalda y arrastrarle hasta dejar el asiento, sin detenerse a cortar aquel beso oculto por la oscuridad de la noche.
— Soy más que feliz — susurró entre sus labios y, mientras le besaba una vez más, sus manos bajaron por sus caderas desde donde le sujetó apegándole a su cuerpo — Nietos, nietos, nietos — comentó divertido antes de dejarle libre — Tienes buenas caderas — le sonrió, y entonces recordó aquel tema de su padre y lo que había esquivado durante toda la tarde. — ¿Qué le digo si me pregunta a que me dedico? ¿La verdad? Quiero decir... la verdad conocida, no la de Alianza, pero... que soy Duque, que pensamos irnos a Escocia por un tiempo y que tengo una Corporación. En verdad no deseo impresionarlo, aunque suene a un poco de aquello, es sólo que.... hoy ha sido tan mágico, tan bello, mucho mejor de lo que cualquiera imaginaba, mucho mejor de lo que tú misma soñabas... no quisiera arruinar con mentiras esta unión que hoy he visto nacer ante mis propios ojos como un verdadero milagro; no quiero que se entere por otros y que sienta que de cierto modo les mentí u oculté algo, no quiero traicionar esa confianza... ¿Estás conmigo? — le preguntó esperando que de cierto modo pudiese ver también su punto de vista y que le apoyase o entregase una buena razón para hacer lo contrario. Él entendería, con razones, siempre lo haría; ellos estaban para entenderse, amarse y complementarse.
Eso es lo que verdaderamente sintió una vez que hubo por fin echado afuera el verdadero motivo de su visita, aún cuando lo hiciera más por no tener otra salida que por voluntad propia, pues si hubiese sido su voluntad, hubiese conocido primero a los padres y tanteado un poco el terreno. Sin embargo, muchas veces se traicionaba a sí mismo y terminaba lanzándose cuando antes para salir luego del embrollo, así que a final de cuentas, no siempre acababa haciendo lo que pensaba, y tal vez Doreen sólo se le anticipaba mínimamente a los hechos.
Por fin se sentía respirar tranquilo, nadie había intentado matarlo y aunque por algún momento no hubiese recibido la más cariñosa de las miradas, ahí estaba, sonriente y triunfal por haber recibido una respuesta favorable y, sobre todo, por el hecho de saber que ahora la boda era un acto inminente y en total armonía familiar. Francamente hubiese salido gritando y dando saltos de alegría para contarle a su novia, que en ese momento se internaba en la cocina. Sólo quería compartir con ella lo bien que le había ido y lo muy feliz que se sentía, pero aún estaba delante de su futuro suegro y cuñado y por ende debía mantener la compostura de un hombre maduro. Definitivamente ni siquiera podía borrársele la sonrisa de su rostro, parecía un verdadero idiota que tamborileaba los dedos de la ansiedad mientras respondía preguntas de manera afanada y prácticamente encantada.
Todo parecía marchar sobre ruedas, sin embargo llegó también el momento que provocó que el estómago se le encogiera ¿Qué a qué se dedicaba para vivir? Esa era una pregunta típica del padre de la novia y una que obligatoriamente debía responder, y responder con la verdad porque, si más tarde se enteraba por terceros, ese podría ser el fin de toda unión familiar. Así que abrió la boca para responder, pero en vez de se palabras sólo salió un poco de aire de su boca. ¿Y si Doreen no quería que le dijera o peor que eso, ya le había entregado otra versión a la madre?
— Yo... soy...
Había comenzado a explicar, casi rogando que del cielo cayese un meteorito que a todos hiciera olvidar de lo ocurrido, pero —para su fortuna— el meteorito cayó en el salón bajo la forma de su propia prometida quien llegó a anunciarles la cena. Justo a tiempo, se dejó arrastrar por la rubia hasta el baño, en donde le preguntaría que diablos tenía que decir. Sin embargo, cuando entraron al cuarto e iba a hablar, se dio cuenta que el Señor Caracciolo les seguía por el mismo pasillo para pasar por fuera de aquel baño e ir hasta su habitación, en donde seguro tenía un baño más privado y por tanto tuvo que esperar a que se alejara lo suficiente, mientras Doreen se lavaba las manos y, cuando ya iba a hablar con tranquilidad, ella se secó las manos y, con verdadera prisa, le besó.
Tal parecía que ambos estaban esperando a que el hombre se alejase para rebelar sus verdaderas intenciones, pero —evidentemente— la de ella era mucho más poderosa y cautivante que la suya y su esencia verdadera mantequilla en las manos de la pintora, que sólo en un par de suspiros le hizo olvidarse de aquella pregunta. Le besó tal y como ella lo hacía, aunque sus reacciones eran distintas, pues la misma sorpresa le hizo que sentir que el estomago se le reducía al tamaño de un frijol para luego caer vertiginosamente hasta un lugar desconocido de su vientre. Le sintió susurrar cerca de su oído y sonrió ante sus palabras, pues sin haberse dado cuenta antes, éstas se hacían verdadero reflejo de sus propios deseos. Pero ni siquiera alcanzó a responderle nada cuando ella se alejó y, cuando iba a seguirla, el sonido de unos pasos en el pasillo le alertó que no era una buena idea, así que cerró la puerta y aprovechó de hacer sus necesidades básicas mientras se recordaba del cochero, quien por suerte sabía ya que si Emerick no salía al cabo de una hora, él tenía la libertad para irse a alguna posada y regresar así al día siguiente. Aún así quiso corroborarlo de manera efectiva, así que se encaramó a mirarlo por la pequeña ventana para confirmar así su ausencia. Sólo entonces salió del baño y se dirigió al comedor en donde ya todos le esperaban.
La cena transcurrió bastante rápido, pues al parecer todos tenían una buena poca de hambre, incluyendo Doreen que ya se había acostumbrado a aumentar sus cantidades, por lo Emerick sonrió satisfecho de verle comer de ese modo, bajo la mirada atónita de sus familiares; tal parecía que había logrado un milagro. Una vez acabado el contenido de los platos, conversaron un rato más mientras la mano de su novia tomó la suya por debajo de la mesa y él le recibió de manera cariñosa. Volvieron a tocar el tema de su matrimonio al ya estar todos presentes y al parecer no había oposición alguna, así que fue el tiempo de brindar con un bajativo y compartir sueños futuros; nietos, un hogar grande para que pudieran visitarles, nietos, perros, nietos, grandes terrenos, nietos, cercano a caminos y oh sí... nietos.
La noche llegó, los platos se levantaron y los inquilinos se marcharon a sus propios destinos, dejándoles a ellos un momento de libertad. Nuevas miradas y sonrisas cómplices salieron de sus rostros, se felicitaban mutuamente por el objetivo cumplido, principalmente porque habían logrado mucho más de lo cualquiera esperaba; toda la situación había cambiado y los padres de Doreen eran otros. Por eso simplemente le siguió hasta afuera en silencio, como si ninguno quisiese que los padres se enterasen y escapar hasta aquel árbol como dos fugitivos.
— ¿Feliz? — preguntó respondiendo a su interrogante — Quizás esa palabra sea ya demasiado pequeña para lo que realmente siento — le sonrió y le observó montarse al columpio, mismo al cual le invitó tras contarle una parte de sus recuerdos — ¿Contigo? ¿Juntos? — rió medio nervioso — Nos matarían ¿verdad? — preguntó divertido, mientras se ubicaba por detrás de ella para empujarle y así otorgarle un poco más de impulso.
No respondió a su expresión de felicidad, más que con una pequeña sonrisa que no se desvaneció jamás, sino hasta que él mismo decidió dejar de empujarle para agarrar de pronto el columpio y a ella de paso, sin dejarle caer. Le costó mantenerlo, la fuerza del impulso casi le arroja también al suelo, pero lo hizo; le detuvo y la atrapó entre sus brazos para besarle por el costado de su espalda y arrastrarle hasta dejar el asiento, sin detenerse a cortar aquel beso oculto por la oscuridad de la noche.
— Soy más que feliz — susurró entre sus labios y, mientras le besaba una vez más, sus manos bajaron por sus caderas desde donde le sujetó apegándole a su cuerpo — Nietos, nietos, nietos — comentó divertido antes de dejarle libre — Tienes buenas caderas — le sonrió, y entonces recordó aquel tema de su padre y lo que había esquivado durante toda la tarde. — ¿Qué le digo si me pregunta a que me dedico? ¿La verdad? Quiero decir... la verdad conocida, no la de Alianza, pero... que soy Duque, que pensamos irnos a Escocia por un tiempo y que tengo una Corporación. En verdad no deseo impresionarlo, aunque suene a un poco de aquello, es sólo que.... hoy ha sido tan mágico, tan bello, mucho mejor de lo que cualquiera imaginaba, mucho mejor de lo que tú misma soñabas... no quisiera arruinar con mentiras esta unión que hoy he visto nacer ante mis propios ojos como un verdadero milagro; no quiero que se entere por otros y que sienta que de cierto modo les mentí u oculté algo, no quiero traicionar esa confianza... ¿Estás conmigo? — le preguntó esperando que de cierto modo pudiese ver también su punto de vista y que le apoyase o entregase una buena razón para hacer lo contrario. Él entendería, con razones, siempre lo haría; ellos estaban para entenderse, amarse y complementarse.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
El silencio se hizo presente, se podía escuchar la corriente del lago golpear los bordes de la tierra, piedras que se movían gracias a la presión de la corriente, se apreciaba el sonido de los grillos, también la melodía de las hojas de los arboles recibiendo el choque del aire. Era relajador. No se comparaba para nada con la vida de la ciudad, por lo regular en Paris se podían escuchar los insultos de las personas, las peleas, gritos, más de una cosa que alteraba la paz y el orden de la tranquilidad humana. En cambio su pequeño pueblo dejaba que se apreciara la naturaleza profundamente. Cerró los ojos disfrutando de la mecida del columpio. De las manos cálidas de él empujar su espalda con suavidad, incluso en esos pequeños detalles se fijaba cuando se trataba de él, era un simple detalle en un pedazo de madera en la que se encontraba sentada, y él jamás dejaba de lado la delicadeza que le ejercía. Le era inevitable sonreír, igual que el respirar cada día. Lo amaba, y quien dijera lo contrario seguramente moriría de envidia, a ella las envidias no le importaban, mucho menos les robaban el aliento, pero ella debía al menos, cuidar un poco más su relación, su compromiso, pero a quien verdaderamente debía cuidar, era a él, a su licántropo.
Disfrutó del beso que le estaba ofreciendo, incluso ella se inclinó un poco más para poder continuar con esa deliciosa unión. Cada que podía aspiraba demasiado aire para no interrumpir el beso. Saborearlo a sus anchas era lo que le hacía falta. Las manos traviesas de su prometido interrumpió su intima unión. Le miró casi queriendo reprenderlo, pero poco tiempo después sus mejillas tornaron a un rojo intenso. La palabra nietos era demasiado fuerte, implicaba que el matrimonio estuviera consumado, pero eso no le preocupaba, lo que le ponía nerviosa era el hecho de recordar sobre ese encuentro intimo, demasiado deseado. Para Doreen aquello representaba un problema grande. ¿Qué pasaría si a Emerick no le gustaba el tenerla completamente desnudo en su cama? ¿Qué pasaría sino le gustaba la forma en que ella se mostraba "sensual"? todo eso si representaba un problema, ella era una experta en la cocina, en la ropa, en el hogar para resumir mejor, pero siendo una mujer, una buena amante, eso ni en los mejores libros podrían dejarle una buena lección. Estaba agobiándose con algo que no pasaba, pero el recordar que la fecha estaba más próxima de lo imaginado, la hacía sentir gran pánico. Tragó saliva, y él la trajo de vuelta a la realidad con sus palabras, con sus propias preocupaciones, ella simplemente asentía, con la sonrisa de vuelta a su rostro.
- Amor, a veces somos tan iguales, y al mismo tiempo tan parecidos - Soltó una risita cómplice - Creo que mis padres se han dado cuenta que eres un hombre muy importante desde que te vieron - Colocó una de sus manos en el borde del cuello - Se nota con sólo observar la fina ropa que portas - Sus dedos se cerraron en forma de puño, con suavidad, pero con cierta sensualidad apretó la tela de la prenda, lo atrajo con cierta fuerza y agresión, el rostro de ambos quedó a la altura, el agachaba la cabeza, ella la alzaba para poder observarse como era debido. Ella se estaba portando atrevida, se imponía, jugaba, soltaba ligeras risas. - Debes decir la verdad, no porque ellos la merezcan del todo, la debes decir porque así podrás estar tranquilo, porque eres un hombre correcto, transparente, con tus ligeros secretos, pero que son necesarios para tu vida diaria, debes decirlo porque así podrás mantener tranquilidad, porque serás un hombre digno de cualquier tipo de bendición, porque no debes ocultar lo que has sido desde pequeño, tus orígenes, estoy más que segura que tú familia está orgullosa dónde quiera que éste de ti - Una de sus manos se colocó sobre su mejilla, lo acarició con mucha suavidad, bajo sus dedos hasta su cuello, su tacto creó un camino imaginario pero muy placentero, suave y llamativo - Si mis padres exigen una recompensa por mi, puedo volver a escaparme - Le guiño un ojo - ¿Lo sabes verdad? Yo escapé de está casa para poder encontrarme contigo, para poder conocerte, por que nos pertenecíamos desde hace tiempo, Emerick - Suspiró, se puso de rodillas, y dejó un beso en sus mejillas.
- Ven, vamos a caminar - Le tomó una de sus manos para apartarse de aquel árbol. Comenzaron a caminar con los dedos entrelazados, ella por su parte, observaba inquieta hacía el pasto, ese que comenzaba a marchitarse por el ya casi cambio de estación. Observó un tronco cortado a la mitad, después le soltó la mano al chico, y se colocó de rodillas en esa zona, sus delicadas manos de pintora comenzaron a apartar piedras, después escarbaron en la tierra, así hasta casi meter hasta los codos las manos, no le importaba mancharse, ni nada por el estilo. De entre la tierra sacó una pequeña cajita, aunque no lo era tanto por la cantidad de cosas que guardaba.
- Ven amor, siéntate aquí conmigo - Se sacudió los brazos con cuidado borrando los restos de la tierra. - Sino te quieres sentar lo entiendo, pero yo lo haré - La joven dejó la caja frente a ella, luego acomodó su pomposo vestido, y volvió a traer la cajita, la abrió con cuidado, dentro de ella se encontraba un pequeño libro que titulaba "Romeo y Julieta". - Este fue el primer libro que me llamó la atención, ni siquiera recuerdo la edad que tenía, sólo que era muy pequeña, iba con mi madre en dirección al mercado del pueblo, en medio de la plaza había una gran cantidad de gente, mi madre me contó que yo me escapé de sus brazos, y me mezclé entre la gente, un señor con una hermosa mujer de cabellos negros estaban hablando de la obra, quedé maravillada, desde ese momento creí en el amor, y los sueños. Gracias a ese relato también me dieron las ganas de aprender a leer. - Estiró el libro mostrando un nombre "François Lacroix". - Era el dueño de la librería, él me lo regalo cuando me vio llorando porque mi padre no quería que aprendiera a leer y a escribir - Le sonrió a su prometido de forma amplia, después dejó el libro en sus manos. - Mira, esto de aquí… - Era una pequeña cadena de madera, tenía la forma de una paleta de colores, de esas que utilizaban los pintores famosos en su época, era pequeña - Mi hermano me lo regalo cuando sólo tenía siete años, esa fue la primera vez que pinte con el corazón, lo pinté a él, con un simple carbón, y un pergamino, el cuadro aun lo tiene en su cuarto - Se lo estiró también, luego se movió un poco ampliando un pedazo de papel - Somos mi hermano y yo, un sacerdote pintor nos hizo este favor, yo deseaba tener un retrato de pequeños con él, mi madre siempre decía que de chiquita era demasiado lista, quizás por eso conservo todo esto - Le sacó la lengua juguetona, luego se acercó a robarle un suave beso, la imagen mostraba a dos pequeños rubios, él quizás unos tres centímetros más que ella, el pequeño mostraba dos hoyuelos encantadores, ella una sonrisa tímida. Al final se encontraba un corazón de porcelana, se notaba que el tiempo le había quitado el color rojo original. Por un lado tenía el nombre de ella mal tallado. Dentro de la cajita había una piedra pequeña con restos rojos. Terminó por estirársela - Antes de escapar de aquí, unos años antes, dije que el hombre al que amara tendría esto, que él pondría su nombre, fue la primera vez que hice algo con madera con la ayuda de mi hermano, un corazón, mi corazón… tuyo ahora de manera materializada, pon tu nombre, esto es importante para mi, son mis tesoros, cuentan parte de mi vida, de mi historia… - Se arrodilló frente a él - Emerick, estoy enamorada de ti, sé que te veo, se que eres todo lo que buscaba, sé que escapé para poder encontrarte, te amo, como jamás creí poder merecer un amor, quiero ser tu esposa, porque tu mujer vendrá después, te pertenezco desde mi nacimiento - Dejó la cajita a un lado con más cosas, sus manos se posaron en sus hombros sin dejar de verlo.
- Estos son algunos de mis secretos - Se encogió de hombros abrazándolo - Cuando era muy pequeña, siempre fui muy tímida, mucha gente le decía a mi padre que había hecho una hermosa niña, y que seguramente sería una distinguida mujer, muchos hombres vinieron a pedir mi mano, a dejar grandes cantidades de dinero, para mi buena suerte mi padre siempre ambicionaba más, mucho más dinero, por eso no me casaron, siempre aprendí todo lo que me mostraban en la casa, desde limpiar, hasta cocinar, mi padre dijo que las mujeres sólo servíamos para eso, y eso es lo que impone la sociedad, pero por eso escapé… Porque no quería ser la esposa abnegada, la esposa modelo ¿me he explicado? - Le dedicó una sonrisa amplia - Cuando notas que tengo miedo a perderte, cuando notas que me siento insignificante… - Suspira - Mi padre siempre dejó de lado a mi madre en la casa, siempre nos dejó en claro que yo sólo serviría para darle riquezas, me sentía un objeto, Emerick, y a veces me siento así… y me da miedo que me remplaces, porque todos los objetos se remplazan cuando ya se ponen muy feos o inservibles - Trago saliva intentando no hablar de forma entrecortada, intentando hacerse la fuerte, pero sus ojos se empezaron a cristalizar - Quien lo diría… Ahora te he traído a mi casa, más bien, tu me has traído, te he mostrado mis secretos, te han dado la bendición, quieres tener hijos conmigo… No quiero perderte, por favor no te apartes de mi, te amo - Y los ojos claros de la rubia comenzaron a derramar lagrimas que salían de lo más profundo de sus miedos, de lo más profundo de su corazón.
Disfrutó del beso que le estaba ofreciendo, incluso ella se inclinó un poco más para poder continuar con esa deliciosa unión. Cada que podía aspiraba demasiado aire para no interrumpir el beso. Saborearlo a sus anchas era lo que le hacía falta. Las manos traviesas de su prometido interrumpió su intima unión. Le miró casi queriendo reprenderlo, pero poco tiempo después sus mejillas tornaron a un rojo intenso. La palabra nietos era demasiado fuerte, implicaba que el matrimonio estuviera consumado, pero eso no le preocupaba, lo que le ponía nerviosa era el hecho de recordar sobre ese encuentro intimo, demasiado deseado. Para Doreen aquello representaba un problema grande. ¿Qué pasaría si a Emerick no le gustaba el tenerla completamente desnudo en su cama? ¿Qué pasaría sino le gustaba la forma en que ella se mostraba "sensual"? todo eso si representaba un problema, ella era una experta en la cocina, en la ropa, en el hogar para resumir mejor, pero siendo una mujer, una buena amante, eso ni en los mejores libros podrían dejarle una buena lección. Estaba agobiándose con algo que no pasaba, pero el recordar que la fecha estaba más próxima de lo imaginado, la hacía sentir gran pánico. Tragó saliva, y él la trajo de vuelta a la realidad con sus palabras, con sus propias preocupaciones, ella simplemente asentía, con la sonrisa de vuelta a su rostro.
- Amor, a veces somos tan iguales, y al mismo tiempo tan parecidos - Soltó una risita cómplice - Creo que mis padres se han dado cuenta que eres un hombre muy importante desde que te vieron - Colocó una de sus manos en el borde del cuello - Se nota con sólo observar la fina ropa que portas - Sus dedos se cerraron en forma de puño, con suavidad, pero con cierta sensualidad apretó la tela de la prenda, lo atrajo con cierta fuerza y agresión, el rostro de ambos quedó a la altura, el agachaba la cabeza, ella la alzaba para poder observarse como era debido. Ella se estaba portando atrevida, se imponía, jugaba, soltaba ligeras risas. - Debes decir la verdad, no porque ellos la merezcan del todo, la debes decir porque así podrás estar tranquilo, porque eres un hombre correcto, transparente, con tus ligeros secretos, pero que son necesarios para tu vida diaria, debes decirlo porque así podrás mantener tranquilidad, porque serás un hombre digno de cualquier tipo de bendición, porque no debes ocultar lo que has sido desde pequeño, tus orígenes, estoy más que segura que tú familia está orgullosa dónde quiera que éste de ti - Una de sus manos se colocó sobre su mejilla, lo acarició con mucha suavidad, bajo sus dedos hasta su cuello, su tacto creó un camino imaginario pero muy placentero, suave y llamativo - Si mis padres exigen una recompensa por mi, puedo volver a escaparme - Le guiño un ojo - ¿Lo sabes verdad? Yo escapé de está casa para poder encontrarme contigo, para poder conocerte, por que nos pertenecíamos desde hace tiempo, Emerick - Suspiró, se puso de rodillas, y dejó un beso en sus mejillas.
- Ven, vamos a caminar - Le tomó una de sus manos para apartarse de aquel árbol. Comenzaron a caminar con los dedos entrelazados, ella por su parte, observaba inquieta hacía el pasto, ese que comenzaba a marchitarse por el ya casi cambio de estación. Observó un tronco cortado a la mitad, después le soltó la mano al chico, y se colocó de rodillas en esa zona, sus delicadas manos de pintora comenzaron a apartar piedras, después escarbaron en la tierra, así hasta casi meter hasta los codos las manos, no le importaba mancharse, ni nada por el estilo. De entre la tierra sacó una pequeña cajita, aunque no lo era tanto por la cantidad de cosas que guardaba.
- Ven amor, siéntate aquí conmigo - Se sacudió los brazos con cuidado borrando los restos de la tierra. - Sino te quieres sentar lo entiendo, pero yo lo haré - La joven dejó la caja frente a ella, luego acomodó su pomposo vestido, y volvió a traer la cajita, la abrió con cuidado, dentro de ella se encontraba un pequeño libro que titulaba "Romeo y Julieta". - Este fue el primer libro que me llamó la atención, ni siquiera recuerdo la edad que tenía, sólo que era muy pequeña, iba con mi madre en dirección al mercado del pueblo, en medio de la plaza había una gran cantidad de gente, mi madre me contó que yo me escapé de sus brazos, y me mezclé entre la gente, un señor con una hermosa mujer de cabellos negros estaban hablando de la obra, quedé maravillada, desde ese momento creí en el amor, y los sueños. Gracias a ese relato también me dieron las ganas de aprender a leer. - Estiró el libro mostrando un nombre "François Lacroix". - Era el dueño de la librería, él me lo regalo cuando me vio llorando porque mi padre no quería que aprendiera a leer y a escribir - Le sonrió a su prometido de forma amplia, después dejó el libro en sus manos. - Mira, esto de aquí… - Era una pequeña cadena de madera, tenía la forma de una paleta de colores, de esas que utilizaban los pintores famosos en su época, era pequeña - Mi hermano me lo regalo cuando sólo tenía siete años, esa fue la primera vez que pinte con el corazón, lo pinté a él, con un simple carbón, y un pergamino, el cuadro aun lo tiene en su cuarto - Se lo estiró también, luego se movió un poco ampliando un pedazo de papel - Somos mi hermano y yo, un sacerdote pintor nos hizo este favor, yo deseaba tener un retrato de pequeños con él, mi madre siempre decía que de chiquita era demasiado lista, quizás por eso conservo todo esto - Le sacó la lengua juguetona, luego se acercó a robarle un suave beso, la imagen mostraba a dos pequeños rubios, él quizás unos tres centímetros más que ella, el pequeño mostraba dos hoyuelos encantadores, ella una sonrisa tímida. Al final se encontraba un corazón de porcelana, se notaba que el tiempo le había quitado el color rojo original. Por un lado tenía el nombre de ella mal tallado. Dentro de la cajita había una piedra pequeña con restos rojos. Terminó por estirársela - Antes de escapar de aquí, unos años antes, dije que el hombre al que amara tendría esto, que él pondría su nombre, fue la primera vez que hice algo con madera con la ayuda de mi hermano, un corazón, mi corazón… tuyo ahora de manera materializada, pon tu nombre, esto es importante para mi, son mis tesoros, cuentan parte de mi vida, de mi historia… - Se arrodilló frente a él - Emerick, estoy enamorada de ti, sé que te veo, se que eres todo lo que buscaba, sé que escapé para poder encontrarte, te amo, como jamás creí poder merecer un amor, quiero ser tu esposa, porque tu mujer vendrá después, te pertenezco desde mi nacimiento - Dejó la cajita a un lado con más cosas, sus manos se posaron en sus hombros sin dejar de verlo.
- Estos son algunos de mis secretos - Se encogió de hombros abrazándolo - Cuando era muy pequeña, siempre fui muy tímida, mucha gente le decía a mi padre que había hecho una hermosa niña, y que seguramente sería una distinguida mujer, muchos hombres vinieron a pedir mi mano, a dejar grandes cantidades de dinero, para mi buena suerte mi padre siempre ambicionaba más, mucho más dinero, por eso no me casaron, siempre aprendí todo lo que me mostraban en la casa, desde limpiar, hasta cocinar, mi padre dijo que las mujeres sólo servíamos para eso, y eso es lo que impone la sociedad, pero por eso escapé… Porque no quería ser la esposa abnegada, la esposa modelo ¿me he explicado? - Le dedicó una sonrisa amplia - Cuando notas que tengo miedo a perderte, cuando notas que me siento insignificante… - Suspira - Mi padre siempre dejó de lado a mi madre en la casa, siempre nos dejó en claro que yo sólo serviría para darle riquezas, me sentía un objeto, Emerick, y a veces me siento así… y me da miedo que me remplaces, porque todos los objetos se remplazan cuando ya se ponen muy feos o inservibles - Trago saliva intentando no hablar de forma entrecortada, intentando hacerse la fuerte, pero sus ojos se empezaron a cristalizar - Quien lo diría… Ahora te he traído a mi casa, más bien, tu me has traído, te he mostrado mis secretos, te han dado la bendición, quieres tener hijos conmigo… No quiero perderte, por favor no te apartes de mi, te amo - Y los ojos claros de la rubia comenzaron a derramar lagrimas que salían de lo más profundo de sus miedos, de lo más profundo de su corazón.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
"Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces."
Marco Valerio Marcial
Marco Valerio Marcial
Se mordió los labios, no pudo evitarlo, al escuchar de su propia boca lo que él mismo había temido; que sus suegros notaran de sus riquezas de tan sólo haberlo visto. Sacudió la cabeza, de cierto modo deseaba sacarse de la cabeza cualquier pensamiento negativo. Él mismo lo había dicho; la unión que había visto nacer entre Doreen y su familia había sido realmente mágica, y por ello estaba seguro de que su estatus social muy poco tendría que ver, pero aún así no tuvo tiempo de seguirlo pensando. Ella había tomado del cuello de su ropa y le había arrastrado a su cercanía hasta hacerle sentir mariposas en el estómago.
Miró sus labios, sus amagos de sensualidad causaban verdadero efecto en su persona y también en su parte animal, por eso, el que ella continuase hablándole de un tema importante le hacía sentirse ligeramente frustrado de no poderle volver a besar. Sonrió de sí mismo y volvió a menear la cabeza, al mismo tiempo que le tomaba de las manos cuando ella le besaba la mejilla.
— Caminemos — accedió — Pero déjame decirte que cuando se trata de ambos me importa un puñetero moco que tan honrado y buena persona yo sea — le miró con una pequeña sonrisa tímida, de disculpas — perdonando la expresión, lo que más me importa es no estropearte a ti este sueño hecho realidad — le respondió apretando un poco su mano,
Caminaron entonces, alejándose de aquel árbol hasta llegar a los vestigios de otro, que parecía haber sido igual de vigoroso. Le observó ponerse de rodillas ante él y se preguntó si él debiera hacer lo mismo, pero luego ella comenzó a apartar las piedras y a escarbar.
— ¿Qué es lo que estás haciendo, perrito? ¿Enterrar un hueso?
Rió brevemente, tanto por lo dicho como por verla ahí haciendo aquello que ni siquiera entendía, por eso se metió las manos a los bolsillos y miró alrededor como quien desea interpretar el clima ¿Qué más podía hacer? ¿Escarbar con ella? Tal vez fuese eso lo correcto; ayudarle como un caballero, aún cuando no supiera para qué. Suspiró y se arrodilló también sobre el césped moribundo para ayudarle a ella con la excavación, preocupándose cada vez más por la profundidad alcanzada.
— Si seguimos así llegaremos al Infierno... ¿Qué es lo que estamos buscando? — preguntó, y justo cuando iba a agregar algo acerca de un tesoro, ella sacó algo del agujero y le pidió que acercara, y él así lo hizo —. Una caja — se respondió a sí mismo con un aire de sorpresa — Una caja de recuerdos...
Pareció realmente evidente desde que ella misma la abrió. Escuchó su relato acerca del libro y no pudo evitar pensar que su novia era una mujer realmente romántica, indudablemente aquello le hizo sonreír con un poco de ternura. Observó el nombre del libro y enseguida lo tomó entre sus manos para examinar sus páginas.
— Fue realmente un bonito gesto el de François Lacroix — comentó antes de entregar su atención ante la cadena, el nuevo objeto que Doreen le enseñaba, al igual que el pergamino y todo lo que siguió a continuación, hasta aquel corazón tallado y las palabras de ella que se grabaron en el suyo, en su músculo vital.
— Eso es mentira... todo es mentira... tú no eres objeto y no todos los objetos se reemplazan, tampoco he sido quien te ha traído, pues yo sólo te he mostrado un camino, pero has sido tú quien ha decidido recorrerlo, conmigo y hasta aquí, hasta la misma casa de tus padres en donde has desenterrado todos estos recuerdos, estos tesoros que también son objetos, objetos irremplazables, pues aún cuando pudieses tener mil libros en una biblioteca este seguiría siendo especial — dijo enseñándole su copia de Romeo y Julieta — Aún cuando pudieses pagar cien retratos de ti y tu hermano, pintados por el mismo Miguel Angel, es este el que seguiría siendo único e irremplazable... ¿No lo ves? — le preguntó secándole las lágrimas de las mejillas — Aún cuando hayan millones de mujeres en el Mundo... para mi seguirás siendo tú... sólo tú.
Le besó, aún cuando sus lágrimas hubiesen humedecido sus labios y salinificado su beso, pues aquello también le hacía un beso único y especial; irremplazable, como todos sus besos.
— Te amo Doreen Nadine Caracciolo Parfait, te amo porque eres tú, tú y nadie más... Te amo porque eres así, un molde de perfección ante mis ojos, pues aún que tú no te veas, aunque otros no te vean... en mis ojos, en mi propio grado de miopía — rió brevemente — tú eres perfecta...
Volvió a acariciar sus mejillas y le dejó sólo para recoger las cosas y ponerlas de regreso en la caja, la misma que cerró y limpió con su propia ropa, antes de ponerse de pie y extenderle una mano para ayudarle a ella a pararse también.
— Ésta — dijo moviendo la caja ante sus ojos —, la llevaremos con nosotros y la completaremos con nuestros propios recuerdos; juntos, para así enterrarla de nuevo, y un día, cuando nuestros hijos comiencen a preguntarnos esas incómodas preguntas del amor y el sexo opuesto, la desenterremos junto con ellos y se las enseñemos al contarles nuestra historia.
Le abrazó y le besó sobre los cabellos que brillaban tenuemente bajo la luz de las estrellas.
— Ahora vamos adentro — le tomó de la mano invitándole a caminar — tienes que enseñarme cual es tu ventana para poder escapar de la mía e infiltrarme por ella como el bandido nocturno en el que me has convertido — le sonrió.
Miró sus labios, sus amagos de sensualidad causaban verdadero efecto en su persona y también en su parte animal, por eso, el que ella continuase hablándole de un tema importante le hacía sentirse ligeramente frustrado de no poderle volver a besar. Sonrió de sí mismo y volvió a menear la cabeza, al mismo tiempo que le tomaba de las manos cuando ella le besaba la mejilla.
— Caminemos — accedió — Pero déjame decirte que cuando se trata de ambos me importa un puñetero moco que tan honrado y buena persona yo sea — le miró con una pequeña sonrisa tímida, de disculpas — perdonando la expresión, lo que más me importa es no estropearte a ti este sueño hecho realidad — le respondió apretando un poco su mano,
Caminaron entonces, alejándose de aquel árbol hasta llegar a los vestigios de otro, que parecía haber sido igual de vigoroso. Le observó ponerse de rodillas ante él y se preguntó si él debiera hacer lo mismo, pero luego ella comenzó a apartar las piedras y a escarbar.
— ¿Qué es lo que estás haciendo, perrito? ¿Enterrar un hueso?
Rió brevemente, tanto por lo dicho como por verla ahí haciendo aquello que ni siquiera entendía, por eso se metió las manos a los bolsillos y miró alrededor como quien desea interpretar el clima ¿Qué más podía hacer? ¿Escarbar con ella? Tal vez fuese eso lo correcto; ayudarle como un caballero, aún cuando no supiera para qué. Suspiró y se arrodilló también sobre el césped moribundo para ayudarle a ella con la excavación, preocupándose cada vez más por la profundidad alcanzada.
— Si seguimos así llegaremos al Infierno... ¿Qué es lo que estamos buscando? — preguntó, y justo cuando iba a agregar algo acerca de un tesoro, ella sacó algo del agujero y le pidió que acercara, y él así lo hizo —. Una caja — se respondió a sí mismo con un aire de sorpresa — Una caja de recuerdos...
Pareció realmente evidente desde que ella misma la abrió. Escuchó su relato acerca del libro y no pudo evitar pensar que su novia era una mujer realmente romántica, indudablemente aquello le hizo sonreír con un poco de ternura. Observó el nombre del libro y enseguida lo tomó entre sus manos para examinar sus páginas.
— Fue realmente un bonito gesto el de François Lacroix — comentó antes de entregar su atención ante la cadena, el nuevo objeto que Doreen le enseñaba, al igual que el pergamino y todo lo que siguió a continuación, hasta aquel corazón tallado y las palabras de ella que se grabaron en el suyo, en su músculo vital.
— Eso es mentira... todo es mentira... tú no eres objeto y no todos los objetos se reemplazan, tampoco he sido quien te ha traído, pues yo sólo te he mostrado un camino, pero has sido tú quien ha decidido recorrerlo, conmigo y hasta aquí, hasta la misma casa de tus padres en donde has desenterrado todos estos recuerdos, estos tesoros que también son objetos, objetos irremplazables, pues aún cuando pudieses tener mil libros en una biblioteca este seguiría siendo especial — dijo enseñándole su copia de Romeo y Julieta — Aún cuando pudieses pagar cien retratos de ti y tu hermano, pintados por el mismo Miguel Angel, es este el que seguiría siendo único e irremplazable... ¿No lo ves? — le preguntó secándole las lágrimas de las mejillas — Aún cuando hayan millones de mujeres en el Mundo... para mi seguirás siendo tú... sólo tú.
Le besó, aún cuando sus lágrimas hubiesen humedecido sus labios y salinificado su beso, pues aquello también le hacía un beso único y especial; irremplazable, como todos sus besos.
— Te amo Doreen Nadine Caracciolo Parfait, te amo porque eres tú, tú y nadie más... Te amo porque eres así, un molde de perfección ante mis ojos, pues aún que tú no te veas, aunque otros no te vean... en mis ojos, en mi propio grado de miopía — rió brevemente — tú eres perfecta...
Volvió a acariciar sus mejillas y le dejó sólo para recoger las cosas y ponerlas de regreso en la caja, la misma que cerró y limpió con su propia ropa, antes de ponerse de pie y extenderle una mano para ayudarle a ella a pararse también.
— Ésta — dijo moviendo la caja ante sus ojos —, la llevaremos con nosotros y la completaremos con nuestros propios recuerdos; juntos, para así enterrarla de nuevo, y un día, cuando nuestros hijos comiencen a preguntarnos esas incómodas preguntas del amor y el sexo opuesto, la desenterremos junto con ellos y se las enseñemos al contarles nuestra historia.
Le abrazó y le besó sobre los cabellos que brillaban tenuemente bajo la luz de las estrellas.
— Ahora vamos adentro — le tomó de la mano invitándole a caminar — tienes que enseñarme cual es tu ventana para poder escapar de la mía e infiltrarme por ella como el bandido nocturno en el que me has convertido — le sonrió.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Fecha de inscripción : 23/09/2012
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
La cantidad de emociones que estaba experimentando la rubia en ese momento eran catastróficas, en cualquier momento podría caer desmayada en los brazos de su prometido, estaba tan emocionada y al mismo tiempo preocupada en ese instante. Todo iba y venía como si se tratara de un sube y baja. ¿Por qué? Ella la mayor parte del tiempo estaba en la parte baja de la montaña rusa, siempre en medio de desgracias, de momentos trágicos que la iban hundiendo más y más. Así es como el miedo se apoderaba en su figura. Tantas cosas buenas ni siquiera deberían ser permitidas, pues mientras más elevado estás del cielo, más doloroso es el impacto en el suelo. El temor es parte fundamental del ser humano, ella no se quedaría atrás, para nada que lo haría, por eso buscaba la manera de tener las manos entrelazadas con las ajenas, para saberse apoyar en momento de que sus piernas quisieran flaquear. Por ahora podía sentir una brisa de seguridad, la cual la hacía sentir tranquilidad. Paz por completo. Algo que las ultimas semanas estaba experimentando, sin duda su lobo era vida, no muerte ni destrucción, aquella criatura le estaba dando lo mejor.
Compartir todos esos recuerdos jamás creyó capaz de hacerlo. El fatalismo junto a la baja autoestima eran detalles que la joven siempre tuvo, en algún punto quizás podrá sacarlos de su forma de ser, pero será algo que requiera mucho esfuerzo, tratamientos, practica constante. Se dio cuenta, no tiene mucho, quizás la tercera noche en la que durmieron juntos, que cuando está a su lado se siente segura, completa, plena y la más hermosa de todas. ¿Un hombre como él fijándose en una campesina? Aquello parece una historia hermosa que se saca en aquellos cuentos de hadas que a ella tanto le gustan, si, sin duda está más que feliz por reconocerse presa de los encantos de su precioso prometido, pues él irradia seguridad y galantería, puede absorber un poco de lo que el joven transmite y hacerlo suyo, eso sin duda ayuda. Tomarle de la mano como ese momento no tiene precio, jamás lo tendrá, pues él es el gran pilar de su vida, la roca que comienza los cimientos de una hermosa construcción, lo valora de principio a fin, lo ama como jamás creyó amar, y siente ese amor que él le profesa no sólo dentro de su corazón, sino también por todo el cuerpo. Sus dedos se enredan en los ajenos mientras avanzan, aquello es tan cómplice, tan intimo, ni siquiera el deseo que han intentado controlar se asemeja, y no es que se desprestigie, es que cambian las sensaciones.
- Me amas, me amas como un joven puede amar con locura a la primer mujer que toca su corazón, me amas como de esa manera en que los príncipes son el sueño eterno de quienes hemos buscado el amor verdadero, dices mi nombre con tal devoción que no puedo creer que esto me está pasando, y sin embargo lo estoy viviendo, esto no es un simple sueño, es más que eso, mucho más, la realidad que tanto anhelaba y que nunca creí llegar… - Ella frente a él, acarició su mejilla como nunca antes, con cuidado, ahora era la que pensaba que podía romperlo, que podría lastimarlo con un simple roce, ¡Como si eso fuera posible! No, no lo era, nunca lo sería, porque él era el hombre de la casa, el chico que protegía contra cualquier adversidad - Te amo de esa misma manera, con el corazón, con mis pensamientos y con mi alma ¿No es acaso gracioso? Después de que casi me niego a tu ayuda dentro de aquel hoyo, ahora estamos comprometidos, frente a la casa de mis padres, el lugar donde jamás pensé volver a pisar ¿Has visto la cara de mi hermano? Estaba demasiado asombrado, no te quitaba los ojos de encima, nunca lo vi más celoso y al mismo tiempo más feliz, fue extraño, pero sin duda demasiado placentero - Le reconoce, aunque la verdad de las cosas era que no podía descifrar los sentimientos o incluso los pensamientos de sus padres. Aun tiene muchas dudas, demasiadas flores no corresponden a lo que ellos eran, sabe que la han amado en su momento, pero ellos viven del interés, no es que fueran a cambiar de la noche a la mañana ¿O si? Quizás ahí recaía otro miedo.
Doreen recuerda aquella mirada de su padre, esa cuando le decía que ella era una gran mina de oro, la manera en que sonreía, que incluso saboreaba o podía oler la fortuna que ella representaba, lo cierto es que aquella forma en que sus ojos se mueven no ha cambiado, para nada, eso es una mala señal, quizás después de todo sus padres están ocultando demasiadas cosas, ella debe averiguarlo antes de marchar, o quizás ellos lo dirán de forma descarada, si, sabe que la aman, pero también sabe lo que su cabeza puede costar, ahora incluso más que la elegancia y las riquezas de su prometido salen a la luz con simples ropajes, ¡Ella lo ama! ¿Por qué no lo entienden? Lo ama más que a nadie, no necesita dinero, incluso si el perdiera todo aquello, estaría a su lado.
- ¿Ves esa ventana que está a lo último? - La joven avanzaba al lado de su prometido con una sonrisa radiante, le tomaba de las manos y avanzaban con tranquilidad, sin prisa, estaban solos, no habría sirvientes de la corporación cerca, ni sirvientes que pudieran ver sus pasos, sus padres ya estarían dormidos, y su hermano quizás en algún momento de la noche habría salido a pasear un poco, no lo sabía pero era de esas veces en que se siente el mundo no existe, solo ellos dos. - Bueno, esa es mi ventana, la que le sigue es la tuya, así que no creo que haya problema con tu travesura, por el contrario, estaré encanta esperándote - Le volteó a ver con una sonrisa amplia, en la puerta trasera de la casa, la joven le abrazó por el cuello con mucha emoción, repartió algunos besos en sus mejillas, y al final se plantó en sus labios por largo rato, aquello era ya tan usual, sin embargo cada beso le parecía como la emoción del primero, o el que había sido otorgado después de su propuesta de matrimonio; al poco tiempo sus cuerpos se separan, la joven comenzó a caminar con tranquilidad para adentrarse a la casa, deja a su prometido que se adentre a su alcoba, ella se dirige a la suya, suspira profundamente quitándose ya los ropajes por completo, busca entre cajones si hay alguna prenda que pueda usar como bata, para su buena suerte la ropa aun se mantiene en su lugar, saca una de color azul celeste, demasiado discreta, pero es linda y holgada. Se la coloca y termina por abrir la ventana. Se dirige a la puerta de su habitación para ponerle el cerrojo, así hasta meterse entre las sabanas de su cama, solo era cuestión de esperarle.
Compartir todos esos recuerdos jamás creyó capaz de hacerlo. El fatalismo junto a la baja autoestima eran detalles que la joven siempre tuvo, en algún punto quizás podrá sacarlos de su forma de ser, pero será algo que requiera mucho esfuerzo, tratamientos, practica constante. Se dio cuenta, no tiene mucho, quizás la tercera noche en la que durmieron juntos, que cuando está a su lado se siente segura, completa, plena y la más hermosa de todas. ¿Un hombre como él fijándose en una campesina? Aquello parece una historia hermosa que se saca en aquellos cuentos de hadas que a ella tanto le gustan, si, sin duda está más que feliz por reconocerse presa de los encantos de su precioso prometido, pues él irradia seguridad y galantería, puede absorber un poco de lo que el joven transmite y hacerlo suyo, eso sin duda ayuda. Tomarle de la mano como ese momento no tiene precio, jamás lo tendrá, pues él es el gran pilar de su vida, la roca que comienza los cimientos de una hermosa construcción, lo valora de principio a fin, lo ama como jamás creyó amar, y siente ese amor que él le profesa no sólo dentro de su corazón, sino también por todo el cuerpo. Sus dedos se enredan en los ajenos mientras avanzan, aquello es tan cómplice, tan intimo, ni siquiera el deseo que han intentado controlar se asemeja, y no es que se desprestigie, es que cambian las sensaciones.
- Me amas, me amas como un joven puede amar con locura a la primer mujer que toca su corazón, me amas como de esa manera en que los príncipes son el sueño eterno de quienes hemos buscado el amor verdadero, dices mi nombre con tal devoción que no puedo creer que esto me está pasando, y sin embargo lo estoy viviendo, esto no es un simple sueño, es más que eso, mucho más, la realidad que tanto anhelaba y que nunca creí llegar… - Ella frente a él, acarició su mejilla como nunca antes, con cuidado, ahora era la que pensaba que podía romperlo, que podría lastimarlo con un simple roce, ¡Como si eso fuera posible! No, no lo era, nunca lo sería, porque él era el hombre de la casa, el chico que protegía contra cualquier adversidad - Te amo de esa misma manera, con el corazón, con mis pensamientos y con mi alma ¿No es acaso gracioso? Después de que casi me niego a tu ayuda dentro de aquel hoyo, ahora estamos comprometidos, frente a la casa de mis padres, el lugar donde jamás pensé volver a pisar ¿Has visto la cara de mi hermano? Estaba demasiado asombrado, no te quitaba los ojos de encima, nunca lo vi más celoso y al mismo tiempo más feliz, fue extraño, pero sin duda demasiado placentero - Le reconoce, aunque la verdad de las cosas era que no podía descifrar los sentimientos o incluso los pensamientos de sus padres. Aun tiene muchas dudas, demasiadas flores no corresponden a lo que ellos eran, sabe que la han amado en su momento, pero ellos viven del interés, no es que fueran a cambiar de la noche a la mañana ¿O si? Quizás ahí recaía otro miedo.
Doreen recuerda aquella mirada de su padre, esa cuando le decía que ella era una gran mina de oro, la manera en que sonreía, que incluso saboreaba o podía oler la fortuna que ella representaba, lo cierto es que aquella forma en que sus ojos se mueven no ha cambiado, para nada, eso es una mala señal, quizás después de todo sus padres están ocultando demasiadas cosas, ella debe averiguarlo antes de marchar, o quizás ellos lo dirán de forma descarada, si, sabe que la aman, pero también sabe lo que su cabeza puede costar, ahora incluso más que la elegancia y las riquezas de su prometido salen a la luz con simples ropajes, ¡Ella lo ama! ¿Por qué no lo entienden? Lo ama más que a nadie, no necesita dinero, incluso si el perdiera todo aquello, estaría a su lado.
- ¿Ves esa ventana que está a lo último? - La joven avanzaba al lado de su prometido con una sonrisa radiante, le tomaba de las manos y avanzaban con tranquilidad, sin prisa, estaban solos, no habría sirvientes de la corporación cerca, ni sirvientes que pudieran ver sus pasos, sus padres ya estarían dormidos, y su hermano quizás en algún momento de la noche habría salido a pasear un poco, no lo sabía pero era de esas veces en que se siente el mundo no existe, solo ellos dos. - Bueno, esa es mi ventana, la que le sigue es la tuya, así que no creo que haya problema con tu travesura, por el contrario, estaré encanta esperándote - Le volteó a ver con una sonrisa amplia, en la puerta trasera de la casa, la joven le abrazó por el cuello con mucha emoción, repartió algunos besos en sus mejillas, y al final se plantó en sus labios por largo rato, aquello era ya tan usual, sin embargo cada beso le parecía como la emoción del primero, o el que había sido otorgado después de su propuesta de matrimonio; al poco tiempo sus cuerpos se separan, la joven comenzó a caminar con tranquilidad para adentrarse a la casa, deja a su prometido que se adentre a su alcoba, ella se dirige a la suya, suspira profundamente quitándose ya los ropajes por completo, busca entre cajones si hay alguna prenda que pueda usar como bata, para su buena suerte la ropa aun se mantiene en su lugar, saca una de color azul celeste, demasiado discreta, pero es linda y holgada. Se la coloca y termina por abrir la ventana. Se dirige a la puerta de su habitación para ponerle el cerrojo, así hasta meterse entre las sabanas de su cama, solo era cuestión de esperarle.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
"Cuando alguien desea algo debe saber que corre riesgos y por eso la vida vale la pena."
Paulo Coelho
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Quiso cerrar los ojos y simplemente dejarse llevar por aquella grácil caricia. Perderse en la gloria del tacto ajeno, de sus palabras, de aquel innegable amor verdadero. Sin embargo él también tenía miedo, miedo de que no fuese verdad y que sólo fuese un sueño, porque no sólo ella había pasado una vida rodeada de desgracias y traiciones que atentaban en contra de la confianza. Una vida en la que ya lo había tenido todo y también lo había perdido, porque así es la vida que es realmente vida; una llena de altibajos que finalmente logran darle más valor a las cosas. Así es como ahora valoraba ese momento, como valoraba el estar en lo alto de la montaña, con una mujer a la que amaba, una buena situación, con proyectos que marchaban a gran velocidad y con gente que le valoraba aún por encima de su maldición y su pasado asesino.
Asintió con la cabeza cuando ella le preguntó si había visto la cara de su hermano, mas se sorprendió con las deducciones que podía sacar de una mirada al conocerle de tantos años. Sonrió y se llevó la mano libre hasta acariciar la femenina que se posaba sobre su propia mejilla para poder sujetarla de forma ligera y besarla con sus labios, provocándole —intencionalmente— un leve cosquilleo, antes de mirar en dirección de la ventana, en donde señalaba. Calculó las distancias y también las formas de la casa, todo para averiguar el camino mas seguro a su ventana, mas no concluyó de hacer el mapa preciso cuando ella le abrazó en busca de sus besos que él por supuesto no le negó.
Le dejó ir, pero sus besos le habían dejado con gusto a poco, quería y deseaba más, por ello no perdió tiempo en hacer lo usual y simplemente se encerró en su alcoba y rápidamente puso el cerrojo, desordenó la cama y abrió la ventana para escapar por ella y merodear por los tejados como un verdadero bandido hasta caer en el balcón cuya ventana aún no estaba abierta. Esperó entre las sombras, mas la oscuridad era su amiga y pudo ver a través del visillo como ella terminaba de sacarse la ropa. Tubo que admitir que no estaba preparado y por ello volteó la mirada, tan sólo el primer momento antes de decirse a sí mismo que era un completo idiota. Le miró, simplemente le miró con la curiosidad del novio que ha esperado tanto tiempo y no tiene problemas en seguir haciéndolo ¿Por qué? Porque le amaba hasta el punto de que su seguridad y felicidad eran las suyas, mas no supo si ella se molestaría por saberse observada, así que se escondió detrás de la mampara al verle acercarse para abrir la ventana.
El cielo estaba cubierto de estrellas y el claro de luna iluminaba su silueta, mas permaneció quieto y pegado a la muralla hasta que ella se hubo alejado. Sólo se asomó nuevamente cuando sintió el cerrojo de la puerta y sonrió, pues aquel sonido era el verdadero llamado que indicaba que ya estaba lista para recibirle como cada noche.
Su mano se deslizó primero para mover la delgada cortina y poder mirarla desde afuera, antes de dar el primer paso para ingresar a su alcoba, mas no volvió a sacarle la mirada de encima a medida que avanzaba ¿Cómo decirle que le había visto y que, sin importar lo que ella dijera, era realmente hermosa? Quiso saber, pero su mente no le concedió la respuesta.
Avanzó hasta la cama, pero a su lado, ese desocupado que le esperaba con la sabana abierta. Avanzó hacia Doreen, hasta su propio cuerpo el cual acorraló contra la propia cama y el suyo que se sostenía firme sobre sus brazos fornidos. Le observó sin decir nada, simplemente le observó como quien observa el tesoro que siempre ha deseado y que finalmente ha hecho suyo. Le observó hasta que su imagen quedó grabada en lo más profundo de su retina y sólo entonces, sin importar lo que ella hubiese dicho o hecho, le besó. Le besó sin decir palabra alguna, le besó como está permitido besar en publico, porque la quería, porque la deseaba y porque por primera vez se atrevía a expresarlo sin importar los límites, ni los acuerdos, pues su imagen desnuda había barrido su cerebro y no tenía en su cabeza otra cosa más que el descubrimiento de su propia piel; la piel carmesí de sus labios y la blanca seda de su cuello que ahora recorría con su boca, saboreando el sabor impoluto y suave que emanaba de sus poros al igual que el aroma que emanaba a cada latido de sus venas para ir al encuentro de sus sentidos sin esperanza alguna de saciedad.
Asintió con la cabeza cuando ella le preguntó si había visto la cara de su hermano, mas se sorprendió con las deducciones que podía sacar de una mirada al conocerle de tantos años. Sonrió y se llevó la mano libre hasta acariciar la femenina que se posaba sobre su propia mejilla para poder sujetarla de forma ligera y besarla con sus labios, provocándole —intencionalmente— un leve cosquilleo, antes de mirar en dirección de la ventana, en donde señalaba. Calculó las distancias y también las formas de la casa, todo para averiguar el camino mas seguro a su ventana, mas no concluyó de hacer el mapa preciso cuando ella le abrazó en busca de sus besos que él por supuesto no le negó.
Le dejó ir, pero sus besos le habían dejado con gusto a poco, quería y deseaba más, por ello no perdió tiempo en hacer lo usual y simplemente se encerró en su alcoba y rápidamente puso el cerrojo, desordenó la cama y abrió la ventana para escapar por ella y merodear por los tejados como un verdadero bandido hasta caer en el balcón cuya ventana aún no estaba abierta. Esperó entre las sombras, mas la oscuridad era su amiga y pudo ver a través del visillo como ella terminaba de sacarse la ropa. Tubo que admitir que no estaba preparado y por ello volteó la mirada, tan sólo el primer momento antes de decirse a sí mismo que era un completo idiota. Le miró, simplemente le miró con la curiosidad del novio que ha esperado tanto tiempo y no tiene problemas en seguir haciéndolo ¿Por qué? Porque le amaba hasta el punto de que su seguridad y felicidad eran las suyas, mas no supo si ella se molestaría por saberse observada, así que se escondió detrás de la mampara al verle acercarse para abrir la ventana.
El cielo estaba cubierto de estrellas y el claro de luna iluminaba su silueta, mas permaneció quieto y pegado a la muralla hasta que ella se hubo alejado. Sólo se asomó nuevamente cuando sintió el cerrojo de la puerta y sonrió, pues aquel sonido era el verdadero llamado que indicaba que ya estaba lista para recibirle como cada noche.
Su mano se deslizó primero para mover la delgada cortina y poder mirarla desde afuera, antes de dar el primer paso para ingresar a su alcoba, mas no volvió a sacarle la mirada de encima a medida que avanzaba ¿Cómo decirle que le había visto y que, sin importar lo que ella dijera, era realmente hermosa? Quiso saber, pero su mente no le concedió la respuesta.
Avanzó hasta la cama, pero a su lado, ese desocupado que le esperaba con la sabana abierta. Avanzó hacia Doreen, hasta su propio cuerpo el cual acorraló contra la propia cama y el suyo que se sostenía firme sobre sus brazos fornidos. Le observó sin decir nada, simplemente le observó como quien observa el tesoro que siempre ha deseado y que finalmente ha hecho suyo. Le observó hasta que su imagen quedó grabada en lo más profundo de su retina y sólo entonces, sin importar lo que ella hubiese dicho o hecho, le besó. Le besó sin decir palabra alguna, le besó como está permitido besar en publico, porque la quería, porque la deseaba y porque por primera vez se atrevía a expresarlo sin importar los límites, ni los acuerdos, pues su imagen desnuda había barrido su cerebro y no tenía en su cabeza otra cosa más que el descubrimiento de su propia piel; la piel carmesí de sus labios y la blanca seda de su cuello que ahora recorría con su boca, saboreando el sabor impoluto y suave que emanaba de sus poros al igual que el aroma que emanaba a cada latido de sus venas para ir al encuentro de sus sentidos sin esperanza alguna de saciedad.
Emerick Boussingaut- Licántropo/Realeza
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Re: La sagrada familia - Toulouse {Doreen Caracciolo}
Doreen se quedó estática en aquel lugar de su antigua habitación. Observó a Emerick con una sonrisa tenue, sin querer mostrar demasiado las emociones que le atravesaban, pero para su mala suerte, la joven no podía ocultar lo que pensaba, mucho menos, lo que llegaba a sentir, se trataba de alguien transparente, quien la conociera de verdad, comprendería cuando estaba enojada, triste, o emocionada. Aunque en ese momento no sabe exactamente que es lo que siente. Es una tormenta de sentimientos que podría destruir cualquier cosa a su paso. La mujer rubia cerró los ojos hasta desviar la mirada hasta la cama, quitó las sabanas para acomodarlas, dejando que con eso pudieran acomodarse. Se sorprendió del acto del hombre, incluso parpadeó al sentirse acorralada por él. Achicó la mirada unos momentos, colocó sus manos sobre el pecho ajeno queriendo separarlo, aquello estaba siendo demasiado atrevido, no deseaba que pasara a mayores, ya se habían resistido el tiempo necesario ¿acaso al conocer a su familia política se había arrepentido?
La joven no comprendía aquellos besos que mostraban urgencia. No necesitaba en realidad descifrarlos, estaba consiente que tanto él, como ella, ambos necesitaban más, una complicidad distinta. Sus ojos se cerraron para dejarse llevar, las manos de Doreen acariciaban las mejillas, pero también la espalda del hombre, reconociendo esos terrenos con las manos que pocas veces se había atrevido a hacer. Su rostro se ladeó, separando los labios y haciendo que su lengua traviesa fuera a juguetear con la ajena. Estaba feliz ¿como no negarlo? El miedo a no sentirse tan atractiva, o incluso tan deseable para él se borró. Él siempre se lo había dicho, pero sus acciones de respeto (claro que no le importaba, le gustaba que le respetara el cuerpo) le decían lo contrario. Aquella noche el calor de su figura se hacía presente, y ella jadeó entre los besos sin poder comprender hasta que punto su cuerpo también buscaba ese contacto.
- Emerick… - Susurró empujando un poco el cuerpo masculino para verle a los dos. - No, no sigas, mi amor - Le pidió acariciando sus mejillas con demasiado cuidado. - No podemos, no aquí, sería una falta de respeto para mi familia, para mi, para ti - Le pidió a los ojos, aunque estaba consiente que las llamabas de la pasión se las podía transmitir. Soltó varias risitas traviesas, nerviosas, como temiendo lo inevitable, pero sabía que él no haría nada que ella no le pidiera. Se acercó a besarla le las mejillas con una sonrisa cómplice. Con sus piernas empujo el cuerpo masculino hasta que le soltara por completo, se giró para poder acomodarse bien en la cama, dejando el lado pertinente para que su novio se acomodará, lo jaló para que se recostara, y se abrazó de él.
La joven no comprendía aquellos besos que mostraban urgencia. No necesitaba en realidad descifrarlos, estaba consiente que tanto él, como ella, ambos necesitaban más, una complicidad distinta. Sus ojos se cerraron para dejarse llevar, las manos de Doreen acariciaban las mejillas, pero también la espalda del hombre, reconociendo esos terrenos con las manos que pocas veces se había atrevido a hacer. Su rostro se ladeó, separando los labios y haciendo que su lengua traviesa fuera a juguetear con la ajena. Estaba feliz ¿como no negarlo? El miedo a no sentirse tan atractiva, o incluso tan deseable para él se borró. Él siempre se lo había dicho, pero sus acciones de respeto (claro que no le importaba, le gustaba que le respetara el cuerpo) le decían lo contrario. Aquella noche el calor de su figura se hacía presente, y ella jadeó entre los besos sin poder comprender hasta que punto su cuerpo también buscaba ese contacto.
- Emerick… - Susurró empujando un poco el cuerpo masculino para verle a los dos. - No, no sigas, mi amor - Le pidió acariciando sus mejillas con demasiado cuidado. - No podemos, no aquí, sería una falta de respeto para mi familia, para mi, para ti - Le pidió a los ojos, aunque estaba consiente que las llamabas de la pasión se las podía transmitir. Soltó varias risitas traviesas, nerviosas, como temiendo lo inevitable, pero sabía que él no haría nada que ella no le pidiera. Se acercó a besarla le las mejillas con una sonrisa cómplice. Con sus piernas empujo el cuerpo masculino hasta que le soltara por completo, se giró para poder acomodarse bien en la cama, dejando el lado pertinente para que su novio se acomodará, lo jaló para que se recostara, y se abrazó de él.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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