AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dum licet fruere (Libre)
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Dum licet fruere (Libre)
La llegada a una nueva ciudad nunca es fácil: se debe conocer las costumbres, acoplarse al ritmo de vida, conocer el entorno, saber adónde se pueden satisfacer ciertas necesidades, conocer a los vecinos y, para una joven como Adriana, crear conexiones que le asegurasen la llegada a un buen benefactor.
La joven italiana logró encontrar alojamiento en una casita de dos pisos en un barrio cómodo, donde era común ver jóvenes de su edad o más chicas andando del brazo con sus maridos por las noches; ella no las envidiaba, nunca podría acostumbrarse a pasar la vida con un hombre que le ordenara qué hacer en todo momento, y olvidarse de las fiestas y bailes a los que acudía ataviada con sus mejores galas.
Estaba anocheciendo y el cielo se hallaba teñido de un tono rojizo. El clima, si bien algo frío, resultaba muy agradable sin brisas heladas ni pisos húmedos. Llevaba un vestido azul y un abrigo, su cabello atado en una trenza que caía sobre su hombro izquierdo, con un listón sosteniendo el peinado. Su objetivo al salir no era del todo claro, pero llevaba con ella una pequeña canasta por si encontraba alguna fruta o pan, algo que le quitase el hambre si pasaba demasiado tiempo en casa. No obstante, hasta el momento solo llevaba tres manzanas y un pequeño ramillete que un chiquillo, un niño de acaso seis años, vendía; no tenía corazón para negarle unos centavos a una criatura tan bella.
Resultaba una molestia llevar ya algunos días y no enterarse de ningún varón que deseara una dama de compañía, además de los jóvenes curiosos que pedían ver esto o aquello, sin lograr nada, por supuesto. Quizá fuera su vestimenta tan poco reveladora en ese preciso momento o su forma de andar, tan distraída y absorta en lo que sus sentidos le brindaban, especialmente tratando de esquivar el olfato en los mercados.
Cansada de caminar y ya con la noche sobre ella, tomó asiento en la escalinata de la entrada a una casa, donde no estorbara a quien pasara por ahí. Miraba con poca atención a las parejas que andaban frente a ella cogidos como si de ello dependieran sus vidas.
–Quizá, si no fueras tan miedosa, ya tendrías un hombre con quien pasear así –susurró a modo de regaño para sí misma apenas moviendo los labios, pronunciando con su rápido acento italiano y haciendo notar el leven enfado que le causaba la soledad y la falta de una reunión con música y baile que la distrajera de lo horrendo que le parecía el mundo caótico de la ciudad. Cogió una manzana y se dedicó a comerla con aire descuidado, sus piernas bien cubiertas por la frondosa falda, apenas asomándose sus negras zapatillas por debajo.
La joven italiana logró encontrar alojamiento en una casita de dos pisos en un barrio cómodo, donde era común ver jóvenes de su edad o más chicas andando del brazo con sus maridos por las noches; ella no las envidiaba, nunca podría acostumbrarse a pasar la vida con un hombre que le ordenara qué hacer en todo momento, y olvidarse de las fiestas y bailes a los que acudía ataviada con sus mejores galas.
Estaba anocheciendo y el cielo se hallaba teñido de un tono rojizo. El clima, si bien algo frío, resultaba muy agradable sin brisas heladas ni pisos húmedos. Llevaba un vestido azul y un abrigo, su cabello atado en una trenza que caía sobre su hombro izquierdo, con un listón sosteniendo el peinado. Su objetivo al salir no era del todo claro, pero llevaba con ella una pequeña canasta por si encontraba alguna fruta o pan, algo que le quitase el hambre si pasaba demasiado tiempo en casa. No obstante, hasta el momento solo llevaba tres manzanas y un pequeño ramillete que un chiquillo, un niño de acaso seis años, vendía; no tenía corazón para negarle unos centavos a una criatura tan bella.
Resultaba una molestia llevar ya algunos días y no enterarse de ningún varón que deseara una dama de compañía, además de los jóvenes curiosos que pedían ver esto o aquello, sin lograr nada, por supuesto. Quizá fuera su vestimenta tan poco reveladora en ese preciso momento o su forma de andar, tan distraída y absorta en lo que sus sentidos le brindaban, especialmente tratando de esquivar el olfato en los mercados.
Cansada de caminar y ya con la noche sobre ella, tomó asiento en la escalinata de la entrada a una casa, donde no estorbara a quien pasara por ahí. Miraba con poca atención a las parejas que andaban frente a ella cogidos como si de ello dependieran sus vidas.
–Quizá, si no fueras tan miedosa, ya tendrías un hombre con quien pasear así –susurró a modo de regaño para sí misma apenas moviendo los labios, pronunciando con su rápido acento italiano y haciendo notar el leven enfado que le causaba la soledad y la falta de una reunión con música y baile que la distrajera de lo horrendo que le parecía el mundo caótico de la ciudad. Cogió una manzana y se dedicó a comerla con aire descuidado, sus piernas bien cubiertas por la frondosa falda, apenas asomándose sus negras zapatillas por debajo.
Adriana Cavalcanti- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/02/2013
Edad : 36
Re: Dum licet fruere (Libre)
Venía deambulando como un perdido, sin rumbo fijo, sin destino aparente. Había visto esa desalineada fachada que mostraba muy poco de mi mismo, se veía toda rota, desgranada, despintada sobre todo, muy lejos de lo que había imaginado en un primer momento. A los arquitectos le había pagado unos buenos francos para que cumplieran con su labor de manera rápida y procuraba que nada les faltase pero parecía que eso no bastaba.
En las reuniones buscaba conocidos a quienes consultarle por la sugerencia de alguien a quien concederle parte de mi dinero para tratar temas que solo podían ser tratados de día y no de noche como solía hacer por mi cuenta. Pero la gente de confianza escaseaba. La gente mas humilde se aprovechaba de ese voto de confianza para arrebatarle las pertenencias a sus amos y era realmente difícil encontrar gente adecuada a los requerimientos.
Dejé a mis espaldas ese desolador panorama mientas caminaba por la calle adoquinada que conducía desde mi futura mansión hasta las transitadas calles del centro. No estaba muy lejos de allí, me sentía mas que triste, me sentía furioso por no tener las cosas como las quería y cuando las quería.
Decidí que era mejor calmar los ánimos y saqué un habano de la cajuela, lo encendí y continué mi caminata por la calle respirando con cada bocanada de humo que mis pulmones absorbía; sentía el viento en la cara y, a considerar por la humedad en el aire, podría decirse que pronto sentiría la lluvia en ella.
Ya en la urbe, un susurro con acento sur-europeo me llegó como una botella con un mensaje en el mar. Busqué su procedencia y me acerqué a una dama con un vestido azulado que le sentaba muy bien, sentada en una escalera en la calle. Que desperdicio, pensé.
-Mademoiselle, no me diga que iba al baile y su acompañante la ha dejado sola aquí...- dije mientas me posicionaba frente a ella y me arrodillaba un poco para verla directamente de frente.
En las reuniones buscaba conocidos a quienes consultarle por la sugerencia de alguien a quien concederle parte de mi dinero para tratar temas que solo podían ser tratados de día y no de noche como solía hacer por mi cuenta. Pero la gente de confianza escaseaba. La gente mas humilde se aprovechaba de ese voto de confianza para arrebatarle las pertenencias a sus amos y era realmente difícil encontrar gente adecuada a los requerimientos.
Dejé a mis espaldas ese desolador panorama mientas caminaba por la calle adoquinada que conducía desde mi futura mansión hasta las transitadas calles del centro. No estaba muy lejos de allí, me sentía mas que triste, me sentía furioso por no tener las cosas como las quería y cuando las quería.
Decidí que era mejor calmar los ánimos y saqué un habano de la cajuela, lo encendí y continué mi caminata por la calle respirando con cada bocanada de humo que mis pulmones absorbía; sentía el viento en la cara y, a considerar por la humedad en el aire, podría decirse que pronto sentiría la lluvia en ella.
Ya en la urbe, un susurro con acento sur-europeo me llegó como una botella con un mensaje en el mar. Busqué su procedencia y me acerqué a una dama con un vestido azulado que le sentaba muy bien, sentada en una escalera en la calle. Que desperdicio, pensé.
-Mademoiselle, no me diga que iba al baile y su acompañante la ha dejado sola aquí...- dije mientas me posicionaba frente a ella y me arrodillaba un poco para verla directamente de frente.
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/11/2012
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Re: Dum licet fruere (Libre)
Descuidada sobre el entorno a pesar de que sus ojos parecían fijos en algún punto específico, sorda al mundo aunque luciera concentrada en la vida nocturna de la ciudad, Adriana quizá resultase ser la peor persona con quien toparse si se desea ser reconocido. Demasiado absorta en lo que en ese preciso momento le resultaba el mágico sabor de una simple fruta que había consumido durante toda su vida, nada llegaba a ella, como si una burbuja la rodease.
Fue por ello que su concentración se interrumpió tan de golpe y por poco dejó caer la media manzana que sostenía entre sus deditos esbeltos, solo adornados con un anillo muy simple y nada llamativo, y sus ojos parecieron mostrar un enorme temor a entablar conversación con un desconocido que, de no ser por el buen control sobre sí misma, pudo haberle arrancado una alarmante expresión de sorpresa.
–En absoluto, yo he decidido no asistir y él se ha quedado con las ganas –comentó esbozando una sonrisa apenada rayando en lo dulce, tras lo cual se dio un par de segundos para observar las facciones de su interlocutor; algo extraño percibía en él sin poder descifrar a qué le temía.
Miró de nuevo la manzana al momento de ver pasar un par de chiquillos enfundados en ropas viejas y desgastadas, y no hizo falta ni llamarlos para darles lo que llevaba con ella. Que se dieran un pequeño festín, pensó nada más de recordar que ella pudo haber pasado por lo mismo de no ser por su excelente suerte en la vida.
–¿Pero qué hay de usted? Parece escapado de una de esas fiestas elegantes que nadie quiere perderse. Oh, ya sé –se hizo a un lado permitiéndole tomar asiento a su lado, segura de que nadie como él le sería mala compañía –, no le gustan esa clase de cosas, es más un renegado social que prefiere hablar con mujeres extrañas en plena noche.
Estaba claro que la joven no se intimidaba con facilidad si una persona, hombre o mujer, daba el primer paso en una charla prometedora. Empero, la situación la tenía en la cuerda floja: por un lado, había escuchado rumores acerca de casos extraños e inexplicables, incluso se detuvo a escuchar a una anciana regañando a quien parecía ser su nieta por no haber llegado temprano a casa la noche anterior, o algo así pudo entender. El caso es que, si no se equivocaba, en esa ciudad sucedían rarezas tan grandes como las que leía en los libros que pudo tener entre sus manos, que contaban leyendas absurdas en las que, claro, no creía. En fin, su mente divagaba, al menos hasta que le llegó una sensación gratificante debido a la presencia del hombre. Qué va, si no le negaría un buen rato de diversión a cambio de unas simples palabras. Así de galante lo hallaba.
Fue por ello que su concentración se interrumpió tan de golpe y por poco dejó caer la media manzana que sostenía entre sus deditos esbeltos, solo adornados con un anillo muy simple y nada llamativo, y sus ojos parecieron mostrar un enorme temor a entablar conversación con un desconocido que, de no ser por el buen control sobre sí misma, pudo haberle arrancado una alarmante expresión de sorpresa.
–En absoluto, yo he decidido no asistir y él se ha quedado con las ganas –comentó esbozando una sonrisa apenada rayando en lo dulce, tras lo cual se dio un par de segundos para observar las facciones de su interlocutor; algo extraño percibía en él sin poder descifrar a qué le temía.
Miró de nuevo la manzana al momento de ver pasar un par de chiquillos enfundados en ropas viejas y desgastadas, y no hizo falta ni llamarlos para darles lo que llevaba con ella. Que se dieran un pequeño festín, pensó nada más de recordar que ella pudo haber pasado por lo mismo de no ser por su excelente suerte en la vida.
–¿Pero qué hay de usted? Parece escapado de una de esas fiestas elegantes que nadie quiere perderse. Oh, ya sé –se hizo a un lado permitiéndole tomar asiento a su lado, segura de que nadie como él le sería mala compañía –, no le gustan esa clase de cosas, es más un renegado social que prefiere hablar con mujeres extrañas en plena noche.
Estaba claro que la joven no se intimidaba con facilidad si una persona, hombre o mujer, daba el primer paso en una charla prometedora. Empero, la situación la tenía en la cuerda floja: por un lado, había escuchado rumores acerca de casos extraños e inexplicables, incluso se detuvo a escuchar a una anciana regañando a quien parecía ser su nieta por no haber llegado temprano a casa la noche anterior, o algo así pudo entender. El caso es que, si no se equivocaba, en esa ciudad sucedían rarezas tan grandes como las que leía en los libros que pudo tener entre sus manos, que contaban leyendas absurdas en las que, claro, no creía. En fin, su mente divagaba, al menos hasta que le llegó una sensación gratificante debido a la presencia del hombre. Qué va, si no le negaría un buen rato de diversión a cambio de unas simples palabras. Así de galante lo hallaba.
Adriana Cavalcanti- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/02/2013
Edad : 36
Re: Dum licet fruere (Libre)
No pude mas que intentar contener una sonrisa que de todas formas terminó por escapar sola entre nosotros dos y sus frases en las cuales él podía ser un renegado social que odiaba los bailes y las fiestas de la élite. Era divertido de solo pensarlo en cómo sería mi vida sin esas diversiones sociales.
Tomé asiento a su lado porque se había movido un poco de costado y no iba a rechazar la invitación porque además era descortés. Observé sus buenas acciones y se notaba por medio de ellas que tenía una bella conciencia social sobre la situación actual del país. La observaba de costado mientras le ofrecía alimento a los niños de la calle.
-Cherie, pareces ser una de esas damas con un gran corazón- le regalé una sonrisa tierna, su rostro estaba iluminado.
-Noté que iba vestida muy acorde a una fiesta, por eso pensé que aguardaba o esperaba a alguien mademoiselle. ¿Puedo preguntarle su nombre? O si gusta continuaré llamándola Mademoiselle, no me molesta, pero a algunos les parece algo irritante- dije remarcando lo de "irritante" porque así solía ser para la mayoría de las damas.
Los carros continuaban pasando frente a nosotros en las calles adoquinadas a media luz por los faroles que en lo alto iluminaban con un brillo intenso pero que en las escaleras apenas atenuaban un poco la profunda oscuridad de la noche que se cernía sobre nosotros, dos extraños solitarios.
-Noté que tiene un tono particular, quizá quede como un atrevido pero me encanta como suena, de que país viene, cherie?-
Tomé asiento a su lado porque se había movido un poco de costado y no iba a rechazar la invitación porque además era descortés. Observé sus buenas acciones y se notaba por medio de ellas que tenía una bella conciencia social sobre la situación actual del país. La observaba de costado mientras le ofrecía alimento a los niños de la calle.
-Cherie, pareces ser una de esas damas con un gran corazón- le regalé una sonrisa tierna, su rostro estaba iluminado.
-Noté que iba vestida muy acorde a una fiesta, por eso pensé que aguardaba o esperaba a alguien mademoiselle. ¿Puedo preguntarle su nombre? O si gusta continuaré llamándola Mademoiselle, no me molesta, pero a algunos les parece algo irritante- dije remarcando lo de "irritante" porque así solía ser para la mayoría de las damas.
Los carros continuaban pasando frente a nosotros en las calles adoquinadas a media luz por los faroles que en lo alto iluminaban con un brillo intenso pero que en las escaleras apenas atenuaban un poco la profunda oscuridad de la noche que se cernía sobre nosotros, dos extraños solitarios.
-Noté que tiene un tono particular, quizá quede como un atrevido pero me encanta como suena, de que país viene, cherie?-
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/11/2012
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Re: Dum licet fruere (Libre)
Un leve rubor cubrió sus mejillas. Un cumplido como aquél, el de tener un buen corazón, no era de los que solía recibir; ni siquiera solía recibir grandes cumplidos a menos de que buscaran, como mínimo, que les diera algo de ella. Guardó silencio, prestó atención a su forma de pronunciar las palabras, el lenguaje que empleaba; obviamente se trataba de un hombre culto en muchos aspectos, observador y bastante intuitivo.
–Tengo una idea, le propongo un juego –casi de un salto se puso de pie, se acomodó el pequeño collar que llevaba alrededor del cuello y bajó uno a uno los peldaños con leves brinquitos –. Yo ya intenté adivinar algo sobre usted, ahora es su turno. ¿Acepta? Y por cada acierto tiene derecho a un regalo, el que usted quiera y que yo pueda cumplir, y lo mismo va para mí.
Ya se encontraba al pie de la escalinata pensando en las cosas que diría sobre él. No sería nada complicado, seguramente, siendo que conocía bastante bien a los de su clase, ricachones educados con gusto por lo exótico y las cosas caras. Alargó levemente la mano hacia él esperando a que le ofreciera el brazo y pudieran comenzar a caminar por esa calle que, para su placer personal, seguía poblada de personas en ahora iguales condiciones a las suyas, con acompañantes.
–Usted empieza, le daré ventaja –lo animó con eso a que comenzara –aunque si gusta puedo darle pistas –le dedicó una sonrisa amplia y sincera. Lo cierto es que comenzaba a divertirse con algo tan simple.
–Y, por cierto, puede llamarme como usted guste hasta que adivine mi nombre verdadero –la sonrisa coqueta que le siguió a ese comentario nunca fallaba con nadie, absolutamente con nadie, caballeros y damas caían ante ella deseando más y más, y solo ella decidía si proseguía o los dejaba con sus fantasías únicamente.
–Tengo una idea, le propongo un juego –casi de un salto se puso de pie, se acomodó el pequeño collar que llevaba alrededor del cuello y bajó uno a uno los peldaños con leves brinquitos –. Yo ya intenté adivinar algo sobre usted, ahora es su turno. ¿Acepta? Y por cada acierto tiene derecho a un regalo, el que usted quiera y que yo pueda cumplir, y lo mismo va para mí.
Ya se encontraba al pie de la escalinata pensando en las cosas que diría sobre él. No sería nada complicado, seguramente, siendo que conocía bastante bien a los de su clase, ricachones educados con gusto por lo exótico y las cosas caras. Alargó levemente la mano hacia él esperando a que le ofreciera el brazo y pudieran comenzar a caminar por esa calle que, para su placer personal, seguía poblada de personas en ahora iguales condiciones a las suyas, con acompañantes.
–Usted empieza, le daré ventaja –lo animó con eso a que comenzara –aunque si gusta puedo darle pistas –le dedicó una sonrisa amplia y sincera. Lo cierto es que comenzaba a divertirse con algo tan simple.
–Y, por cierto, puede llamarme como usted guste hasta que adivine mi nombre verdadero –la sonrisa coqueta que le siguió a ese comentario nunca fallaba con nadie, absolutamente con nadie, caballeros y damas caían ante ella deseando más y más, y solo ella decidía si proseguía o los dejaba con sus fantasías únicamente.
Adriana Cavalcanti- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/02/2013
Edad : 36
Re: Dum licet fruere (Libre)
Estaba empezando a tomarse mejor las cosas, hasta este momento de la noche antes de verla estaba medio enfadado con la construcción de la casa que no terminaba mas, estaba cansado de relegarse al departamento, necesitaba un poco mas de privacidad que una covacha con malas cortinas entre las cuales se colaba el sol por la mañanas entre las 10:00 y las 11:30, era peligroso.
Esta dama lo divertía al menos y le daba una cuota de humor y misterio con respecto a ella. Obviamente podía investigar en su mente pero eso no tendría nada de divertido, mientras que no la ofendiera procuraría adivinar como cualquier mortal.
-Me parece una gran idea... pero desde ya le aviso que siempre consigo lo que quiero, en este caso su nombre mi gentil dama- dije con una media sonrisa en la boca mientras me levantaba para ofrecerle mi brazo y emprender la caminata.
-Mademoiselle ...- anuncié ofreciendo mi brazo a la mujer cuando apenas puso la mano comenzamos la caminata por la calle principal con sus farolas alumbrándonos a nuestro paso. El murmullo del gentío se sentía aun a varias cuadras de distancia haciendo eco en los callejones.
-Bien.. mmm... pensemos... yo opino que usted es del sur de Europa y que ha venido aquí a comprometerse con un hombre adinerado por uno de esos acuerdos familiares de matrimonio- aseguré mientras inventaba e imaginaba esta historia en mi cabeza.
-¿Qué le parece mi historia hasta esta parte?- sonreí. -Igualmente me gustaría escuchar mi historia en sus labios para ver como me ve-
Esta dama lo divertía al menos y le daba una cuota de humor y misterio con respecto a ella. Obviamente podía investigar en su mente pero eso no tendría nada de divertido, mientras que no la ofendiera procuraría adivinar como cualquier mortal.
-Me parece una gran idea... pero desde ya le aviso que siempre consigo lo que quiero, en este caso su nombre mi gentil dama- dije con una media sonrisa en la boca mientras me levantaba para ofrecerle mi brazo y emprender la caminata.
-Mademoiselle ...- anuncié ofreciendo mi brazo a la mujer cuando apenas puso la mano comenzamos la caminata por la calle principal con sus farolas alumbrándonos a nuestro paso. El murmullo del gentío se sentía aun a varias cuadras de distancia haciendo eco en los callejones.
-Bien.. mmm... pensemos... yo opino que usted es del sur de Europa y que ha venido aquí a comprometerse con un hombre adinerado por uno de esos acuerdos familiares de matrimonio- aseguré mientras inventaba e imaginaba esta historia en mi cabeza.
-¿Qué le parece mi historia hasta esta parte?- sonreí. -Igualmente me gustaría escuchar mi historia en sus labios para ver como me ve-
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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Re: Dum licet fruere (Libre)
Le pareció curiosa la forma en tan extremadamente cortés que el caballero usaba para expresar todas sus ideas, incluso esa tan dramática y novelesca, típica de las historias que leía y que eran dedicadas a las damas que no tenían nada más que hacer de su vida aparte de organizar fiestas y visitar a sus costureras.
–Cerca, pero no –procuró mantenerse más o menos seria y no reírse pues temía ofenderlo, aunque le era prácticamente imposible con esas maneras agradables y al mismo tiempo extrañas –. Sí vengo del sur, pero no por esos motivos. Más bien son negocios los que me han arrastrado por casi todo el continente –la verdad a medias siempre era mejor que una verdad completa, o al menos era lo que una dama de compañía debía decirse cuando no se ofrecía abiertamente a otros.
Le dedicó una sonrisa de complacencia, como un regalo de consolación después de fallar. De pronto nada más estaban ellos dos en la calle y eso le recordó cuentos escuchados en Alemania acerca de seres que permanecían en las sombras esperando a que pasara su siguiente víctima y eso le dio una idea descabellada que, sin embargo, no dudó en expresar con un toque de intriga nada forzada en el cuento inventado.
–Si no es un renegado social de su clase entonces me atrevo a decir que es un asesino en serie que va tras mujeres no tan inocentes apenas cae la noche –detuvo sus pasos, mas no lo soltó. Le dirigió una fuerte mirada escrutando sus facciones y cualquier reacción, y mucho antes de emitir cualquier juicio cambió por una renovada expresión de ánimo –; solo bromeaba. Debe ser un escritor o un poeta, tiene una forma muy peculiar de expresarse, y su acento me dice que no es natural de esta ciudad. ¿Voy bien?
No podía equivocarse en ese aspecto. Si no se dedicaba a ello como profesión al menos estaba cien por ciento segura de que el caballero a su lado sabría escribir poemas exquisitos que, de tener oportunidad de encontrarlo nuevamente, pediría leer. Para ello aseguraría de una forma u otra el siguiente encuentro, así fuese en el día o de nuevo por la noche. Incluso, pensó tranquilamente, él podría ser su llave a todo aquello que tanto anhelaba de la nueva sociedad.
–Cerca, pero no –procuró mantenerse más o menos seria y no reírse pues temía ofenderlo, aunque le era prácticamente imposible con esas maneras agradables y al mismo tiempo extrañas –. Sí vengo del sur, pero no por esos motivos. Más bien son negocios los que me han arrastrado por casi todo el continente –la verdad a medias siempre era mejor que una verdad completa, o al menos era lo que una dama de compañía debía decirse cuando no se ofrecía abiertamente a otros.
Le dedicó una sonrisa de complacencia, como un regalo de consolación después de fallar. De pronto nada más estaban ellos dos en la calle y eso le recordó cuentos escuchados en Alemania acerca de seres que permanecían en las sombras esperando a que pasara su siguiente víctima y eso le dio una idea descabellada que, sin embargo, no dudó en expresar con un toque de intriga nada forzada en el cuento inventado.
–Si no es un renegado social de su clase entonces me atrevo a decir que es un asesino en serie que va tras mujeres no tan inocentes apenas cae la noche –detuvo sus pasos, mas no lo soltó. Le dirigió una fuerte mirada escrutando sus facciones y cualquier reacción, y mucho antes de emitir cualquier juicio cambió por una renovada expresión de ánimo –; solo bromeaba. Debe ser un escritor o un poeta, tiene una forma muy peculiar de expresarse, y su acento me dice que no es natural de esta ciudad. ¿Voy bien?
No podía equivocarse en ese aspecto. Si no se dedicaba a ello como profesión al menos estaba cien por ciento segura de que el caballero a su lado sabría escribir poemas exquisitos que, de tener oportunidad de encontrarlo nuevamente, pediría leer. Para ello aseguraría de una forma u otra el siguiente encuentro, así fuese en el día o de nuevo por la noche. Incluso, pensó tranquilamente, él podría ser su llave a todo aquello que tanto anhelaba de la nueva sociedad.
Adriana Cavalcanti- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/02/2013
Edad : 36
Re: Dum licet fruere (Libre)
¿Acaso sabría algo de la existencia de vampiros? Chris pensaba que no pero podía tener ella los mínimos conocimientos de su especie, su forma de actuar era normal de todas formas, a lo sumo habría notado la palidez de su piel o el frío de sus manos, que podía atribuir a otros motivos como el frió o algún otro motivo como problemas de circulación de sangre.
No tuvo mucho tiempo para analizar la situación ni tampoco de ver en la mente de la dama que era lo que pensaba en ese momento. Su descripción sobre ella había sido una sátira común de la época, que solo buscaba sacarle una sonrisa, pero en el caso de él ella hizo lo mismo o lo decía con cierta certeza?
No lo sabia realmente así que opto nuevamente por el chiste, que normalmente ocultan un 50% de verdades.
-Jumm ... que me diría si le dijera que si Madamme- dijo haciendo sonar una voz mas profunda a la que venia usando hasta entonces -¿Acaso me negaría compartir una copa de vino solo por este hecho? o ¿me dejaría de todas formas invitarla a conocer mi departamento?- mostró una media sonrisa mientras aminoraba la marcha y la miraba a los ojos directamente poniéndose frente a ella en la mitad de la acera.
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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Re: Dum licet fruere (Libre)
Pocas veces la encontraban con la guardia baja en compañía de algún individuo, fuera quien fuese, y fue por ello que sintió como si perdiera el control de sus pasos en un sentido figurado. ¿Estaba siendo controlada de alguna forma con un muy mal chiste? No, jamás lo permitiría, no sin contratacar al menos.
–Si usted es un asesino, señor, debo advertirle que yo soy peor que eso, soy una sádica en un sentido poco común, me gusta disfrutar de la agonía de mis compañeros y, cuando por fin estoy satisfecha, les regalo el final por el que tanto ruegan –sostuvo la mirada del caballero, una muy extraña si se le permitía hacer la observación, algo perturbadora.
Segundos después de su confesión desvió la mirada, cohibida y quizá asustada. El corazón comenzaba a latir levemente más rápido de lo normal sin un motivo aparente más que la falta de concentración tras observar sus ojos extraños.
–¿Una copa, dice? Creo que puedo aceptarlo con una condición, si me lo permite –soltó su brazo, su mano de dedos largos y esbeltos se dirigieron a su rostro. Antes del contacto se apoyaron en el cuello de su camisa y de ahí subieron poco a poco hasta rozar su piel fría (nada que no fuera causa del clima), lisa (nada que no fuera causa de una dieta cuidada), extraña… –. Una sonrisa o no hay trato.
Retiró inmediatamente los dedos sintiendo un hormigueo en los mismos, como ese después de tocar algo desconocido por mera curiosidad sin estar seguro si es peligroso o seguro. Una pequeña risa nerviosa se escapó de sus labios, que trató de ocultar aclarando su garganta en espera de la respuesta de su compañero. Que diga que no, que diga que debe ir a una reunión, que diga que… ¿Miedo? Para nada, solo se trata de un hombre, repetía una vocesilla dentro de su cabeza.
–Si usted es un asesino, señor, debo advertirle que yo soy peor que eso, soy una sádica en un sentido poco común, me gusta disfrutar de la agonía de mis compañeros y, cuando por fin estoy satisfecha, les regalo el final por el que tanto ruegan –sostuvo la mirada del caballero, una muy extraña si se le permitía hacer la observación, algo perturbadora.
Segundos después de su confesión desvió la mirada, cohibida y quizá asustada. El corazón comenzaba a latir levemente más rápido de lo normal sin un motivo aparente más que la falta de concentración tras observar sus ojos extraños.
–¿Una copa, dice? Creo que puedo aceptarlo con una condición, si me lo permite –soltó su brazo, su mano de dedos largos y esbeltos se dirigieron a su rostro. Antes del contacto se apoyaron en el cuello de su camisa y de ahí subieron poco a poco hasta rozar su piel fría (nada que no fuera causa del clima), lisa (nada que no fuera causa de una dieta cuidada), extraña… –. Una sonrisa o no hay trato.
Retiró inmediatamente los dedos sintiendo un hormigueo en los mismos, como ese después de tocar algo desconocido por mera curiosidad sin estar seguro si es peligroso o seguro. Una pequeña risa nerviosa se escapó de sus labios, que trató de ocultar aclarando su garganta en espera de la respuesta de su compañero. Que diga que no, que diga que debe ir a una reunión, que diga que… ¿Miedo? Para nada, solo se trata de un hombre, repetía una vocesilla dentro de su cabeza.
Adriana Cavalcanti- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/02/2013
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Re: Dum licet fruere (Libre)
Una sonrisa se configuro en el gélido rostro del vampiro, no esperaba esa reacción de la dama, casi que lo tomo por sorpresa, principalmente su condición para acceder a una visita a su departamento y su contestación de represalias en caso que él fuera un asesino.
Repentinamente sintió una aceleración en su cuerpo que se iba formando rápidamente en su cerebro, acaso la estaba deseando?
Amaba la decisión en las mujeres, las amaba, pero la decisión repentinamente tomada de la dama le agradaba por demás. Tomó su rostro con ambas manos acariciando sus mejillas arreboladas ligeramente, y lentamente se acercó a sus labios para plantar un tierno y sentido beso en ellos. Manteniéndose frente a ella se quedo observando como volvía a abrir sus ojos.
-Realmente me esta haciendo temerla Madamme- dijo casi en un susurro muy cercano a ella ronroneando levemente con su voz. Lo tenia cautivo. Bajo por sus brazos hasta tomarla por las manos y caminando él hacia atrás la condujo mas cerca de la pared.
-De todas formas aceptaría la agonía con poco pesar siendo que luego llega el regalo final ...- agachó su mirada mientras contemplaba un cabello que le caía sobre sus pechos, lo tomó entre sus dedos y jugueteó con él.
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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Re: Dum licet fruere (Libre)
Un cliente más, una noche más, un pago más; no, lo sabía muy bien, esa noche no se trataría de lo mismo, no cuando sus labios eran tomados de esa forma, cuando antes solo podía sentir deseo en las bocas de otros hombres. Extraño… Abrió los ojos despacio, ni siquiera miraba al hombre delante suyo quien tuvo la cobardía de robarle algo tan valioso de esa forma violenta. Tomó las solapas de su chaqueta y, contrario a su decisión de ahuyentarlo lo atrajo más a ella deslizando las manos por su pecho hacia su cuello hasta tenerlo abrazado de una forma quizá demasiado íntima para estar en público.
–¿Acaso nunca le han dicho que no debe hablar con desconocidas en la calle? –se mordió el labio inferior mostrando una coquetería natural en ella, sus dedos acariciándole la nuca sutilmente tan solo por unos instantes previos a tomar una distancia prudente, al menos la distancia que él le permitía al mantenerla acorralada. Y, de hecho, si lo veía de esa forma, sí sonaba a una macabra historia nocturna.
–Aún no me ha dicho su nombre, amable caballero, y usted no ha podido adivinar el mío –intentó hacerlo a un lado y proseguir con su caminata pero él parecía más un muro que un hombre. Se rindió en su cometido y lanzó un silencioso suspiro, rendida a él y a lo que deseara hacer por el resto de la noche. Bajo sus condiciones, por supuesto.
Cuando por fin pudo darse un respiro de tan provocativo y repentino encuentro se colocó de puntillas y le susurró con un tono barnizado de dulzura:
–Lléveme adonde quiera, pero antes de que me mate deseo conocer la ciudad –juntó sus labios a la mejilla del caballero olvidando la extraña sensación de su piel. Depositó un cariñoso y prolongado beso en la misma zona y uno más cercano a sus labios y mucho más corto. No sin algo de temor, se atrevió a mirar a sus ojos de nuevo y asegurarse de que la amenaza de antes no era más que una broma.
–¿Acaso nunca le han dicho que no debe hablar con desconocidas en la calle? –se mordió el labio inferior mostrando una coquetería natural en ella, sus dedos acariciándole la nuca sutilmente tan solo por unos instantes previos a tomar una distancia prudente, al menos la distancia que él le permitía al mantenerla acorralada. Y, de hecho, si lo veía de esa forma, sí sonaba a una macabra historia nocturna.
–Aún no me ha dicho su nombre, amable caballero, y usted no ha podido adivinar el mío –intentó hacerlo a un lado y proseguir con su caminata pero él parecía más un muro que un hombre. Se rindió en su cometido y lanzó un silencioso suspiro, rendida a él y a lo que deseara hacer por el resto de la noche. Bajo sus condiciones, por supuesto.
Cuando por fin pudo darse un respiro de tan provocativo y repentino encuentro se colocó de puntillas y le susurró con un tono barnizado de dulzura:
–Lléveme adonde quiera, pero antes de que me mate deseo conocer la ciudad –juntó sus labios a la mejilla del caballero olvidando la extraña sensación de su piel. Depositó un cariñoso y prolongado beso en la misma zona y uno más cercano a sus labios y mucho más corto. No sin algo de temor, se atrevió a mirar a sus ojos de nuevo y asegurarse de que la amenaza de antes no era más que una broma.
Adriana Cavalcanti- Mensajes : 17
Fecha de inscripción : 11/02/2013
Edad : 36
Re: Dum licet fruere (Libre)
Con una sonrisa que se dibujó en sus labios le ofreció nuevamente su brazo como apoyo de de la dama mientras reanudaba el paseo junto a ella. A los pocos pasos le dijo, como si nada hubiera pasado.
-Es cierto que aun no se su nombre, pero en realidad que me lo diga no es garantía de confianza- comentó antes de mirarla una vez mas y presentarse -Mi nombre es Chris, un gusto conocerla Madamme-
Hizo el saludo de una presentación formal, apoyando los labios sobre la el dorso de la mano de la joven y agregó
-¿Con quien tengo el gusto de compartir este viaje por la ciudad?-
Por los sonidos de los cascos alrededor y el ronquido pulmonar de su chofer pudo notar que no estaba lejos, siempre que salía a las afueras de la ciudad le pedía al chofer ubicarse a pocas cuadras del centro para estar mas seguro, si bien tranquilamente podía recorrer ese trayecto a pie, quería mantener las apariencias que tenia como hombre de clase alta.
Luego continuando la caminata por las calles de París iba comentándole propiedades de los edificios y sus historias que no conocía solo de libros sino también porque había visitado varias veces París desde su conversión en vampiro y se había vuelto una ciudad apasionante, una ciudad viva y llena de juventud. Por eso le atraía este país.
-Es cierto que aun no se su nombre, pero en realidad que me lo diga no es garantía de confianza- comentó antes de mirarla una vez mas y presentarse -Mi nombre es Chris, un gusto conocerla Madamme-
Hizo el saludo de una presentación formal, apoyando los labios sobre la el dorso de la mano de la joven y agregó
-¿Con quien tengo el gusto de compartir este viaje por la ciudad?-
Por los sonidos de los cascos alrededor y el ronquido pulmonar de su chofer pudo notar que no estaba lejos, siempre que salía a las afueras de la ciudad le pedía al chofer ubicarse a pocas cuadras del centro para estar mas seguro, si bien tranquilamente podía recorrer ese trayecto a pie, quería mantener las apariencias que tenia como hombre de clase alta.
Luego continuando la caminata por las calles de París iba comentándole propiedades de los edificios y sus historias que no conocía solo de libros sino también porque había visitado varias veces París desde su conversión en vampiro y se había vuelto una ciudad apasionante, una ciudad viva y llena de juventud. Por eso le atraía este país.
Sean O'Rouke- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/11/2012
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