AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Cómo asesinar a tu madre el diez de mayo? (cuento)
2 participantes
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¿Cómo asesinar a tu madre el diez de mayo? (cuento)
Holaaaaaaaaa. Bienveniditos sean a mi rincón de la Vaga xD Pues acá les vengo con la novedad. Hice un cuento para mi taller de Narrativa, y como es característico de mi, no podía hacer algo con un final feliz de cuento de hadas.
El tema: el 10 de Mayo. Si, se le ocurrió a mi profesor dejarme hacer el cuento del Lunes 10 de Mayo, así que... bueno. Así va:
.............................................................
Eran las seis cuarenta y cinco de la mañana, me encontraba en la habitación del miembro menor de la familia Amsel. No había comido, tenía sueño, sin embargo me mantenía despierto con las tazas de café que preparaba mi asistente ¿Por qué?, sencillo: este caso me atrapó.
Mi asistente reconoció a las víctimas como Selma y Melissa Amsel, madre e hija, en ese orden.
Melissa se encontraba colgada, con una soga apresando su cuello por un extremo y el otro firmemente agarrado al tubo de las cortinas. Mantenía la paz en su rostro con los labios blancos y la tez morada, obviamente, por la falta de oxígeno y la obstrucción de la traquea junto con las arterias carótidas.
Su juventud me sorprendió. Una púber, de apenas unos catorce, delgada, caucásica, de ojos ¿grises? no, son verdes; cabello negro, teñido, probablemente rubio de nacimiento, alborotado y con el hedor de la sangre mezclada con el sudor; nariz aguileña, fea, y trataba de cubrir eso con el maquillaje que lleva encima (a pesar de lo violáceo de su cara, puedo notar sus intentos por verse mayor). Llevaba puestos pantalones de mezclilla y blusa azul de manga larga.
El ahorcamiento como suicidio no me sorprende, la verdad, se podría decir que es algo muy común, al igual que el corte de las venas, el tiro de una pistola en la sien o tirarse de una altura considerable, pero lo “raro” de ésta situación no es el suicidio. Sino un asesinato. Asesinato cometido por la suicida ¿la víctima?: la Señora Amsel, o bien, la madre de Melissa, Selma.
Me llevó tiempo imaginarme la razón por la que una niña de catorce años, mataría a su madre y, posteriormente, se colgaría. Primeramente pensé, en el abuso sexual, pero eso es más común cuando son sexos opuestos, luego se me vino a la mente el maltrato físico y psicológico, pero Melissa no presentaba moretones o pruebas de maltrato. Revisé todas y cada una de mis ideas para figurarme el por qué, hasta que fui directamente a donde estaba la señora Amsel para buscar más evidencia y encontré un abrecartas, afilado en la punta varias veces con una lima de fierro, con restos de carne y sangre. Melissa no parecía haberse lastimado al grado de rasgarse la piel. Pero Selma…
La madre de Melissa estaba acostada bocabajo, desnuda desde los pies hasta el torso, encima de una mancha de sangre color vino que la alfombra había absorbido. Su cuello estaba perforado por varias agujas para tejer de longitudes y grosores diversos de donde colgaban, macabra pero bellamente, cabezas de rosas amarillas que, con el escarlata de la sangre, pasaban a ser color amanecer. Hasta el momento en el que observé la posición de la señora Amsel, supuse que habría muerto con la primera aguja atravesada por su cuello, y eso me bastó para saber quién había matado a quién. Por otro lado, jamás me percaté que la jovencita tendría la mente tan retorcida y enferma como para escribir una carta en la parte frontal de la señora.
No pensaba en adjuntar a ésta bitácora la carta que la joven escribió, pues el grado de horror que me provoca ver a la mujer con la carne levantada formando letras me obligaba dejar esa parte tan visualmente grotesca solamente en mi cabeza, sin embargo, hay algo… o alguien… que me incita a escribir cada una de las palabras escritas en la piel. No puedo explicarme la razón por la que mi mano desea escribirlo, es como si algo se posesionara de ella y comenzara a danzar en las hojas como el abrecartas había surcado la piel de la señora Amsel, y no puedo evitarlo…
Querida Madre:
¡No sabes cuánto había esperado éste momento! Lo difícil que fue planearlo todo y mantenerme en una pieza todos los días y evitarte notar lo que pensaba hacerte. En serio no fue fácil. Si pudieras preguntarme algo ahora, estoy segura sería: ¿Por qué, Melissa? Por qué te mataría si te amaba tanto, si quise ser tu centro, tu única razón para decir “te quiero”, lo quería todo de ti. Para mi suerte, siempre lo obtuve, pero tampoco puedo decir que era lo que deseaba. Es contradictorio, lo sé, pero a veces no necesitaba tanta atención: entre más me aplaudías mis triunfos, más ganas de matarte tenía. Y todas esas veces que me vitoreabas y palmeabas la espalda, ponías una aguja de tejer en tu cuello y una letra en tu pecho. Eras tan buena, tan comprensiva… tan perfecta. A pesar de no parecerme a ti, con tu cara de niña, tan afable. A pesar de que no heredé tu postura o tu apariencia de modelo, me querías y me aceptabas.
Fuiste mi ejemplo a seguir. ¿Te acuerdas de las veces en que no encontrabas tu maquillaje y me regañabas por eso? O las muchas ocasiones que tomé prestado tu perfume, tu shampoo, tu joyería. Llegué hasta a tratar de combinar mi ropa con la tuya. Solías decir que te fascinaba verme como un clon tuyo, se te hacía algo muy tierno. ¿Ves? Tu inocencia, tu confianza y tu poco conocimiento sobre mi te jodieron, mamá. ¿Todavía no entiendes, verdad? ¿Necesitas más?
Lo sé, lo sé. Llegó un momento en el que me volví loca, tu me lo dijiste. Necesitaba ir al psicólogo. Mi mente no estaba bien. No está bien. Jamás lo ha estado. No era normal que me frustrara cuando no lograba peinarme como tú y gritara por toda la sala: “’¡No me sale! ¡No me sale! ¡No soy perfecta! ¡No soy como ella!”. Si, nunca dije frente a ti que “ella” eras “tú”, hubiera sido muy tonto de mi parte hacerlo, sospecharías. Tampoco era normal que a mi novio lo llamara Alonso, como mi papá, cuando se llamaba Ricardo. A él tampoco le gustó mucho el cambio de nombre tan radical, tal vez por eso cortó conmigo. ¡Vamos, mamá! Adivina, quiero que tú me susurres las palabras que ya sabes, no las escondas. O ¿te da miedo? ¿te doy miedo?.
Ok, una más y ya.
¡Ah! ¡Ya sé! Hablemos de mi papá. Él tenía la razón en el juicio de divorcio: él no me violó, yo lo incité a hacerlo. Si nos encontraste en una cama cometiendo incesto, no fue su culpa, yo lo drogué al punto de hacerlo pensar que era tú. Me hice pasar por ti, eso era lo que necesitaba para completarme, para poder decir que mi metamorfosis había concluido. Tenía que acostarme con él mamá, entiende, era una necesidad. No te preocupes, me protegí, lo juro. Tu siempre te preocupaste por que si lo hacía me protegiera, y lo hice. ¿Y sabes qué? Fue bastante bueno. Ricardo no me hacía lo que mi papá me hizo. Él… no sé, creo que sabe moverse bien, hasta lo hace con cariño, cuidando de todas las sensaciones que quiere transmitir para que se prolongue más. Definitivamente es mejor un hombre grande que un pelele de dieciséis que se pone alrevés el condón.
¡Oh! Y por fin, lo último: el diez de mayo. Si, el tan anhelado día de las madres. La sorpresa del regalo que duró hasta las doce de la noche, hora en que te maté. Primero que nada, te desperté cantándote y con el desayuno hecho en la mesa. Puse en un florero tus favoritas, las rosas amarillas, y decoré la mesa con la vajilla de porcelana rusa que te regalaron mis tíos el día de tu boda con mi papá. Te llevé al cine a ver esa película que tanto esperabas y hasta te compré palomitas. Cada minuto, cada segundo corrías peligro si te quedabas conmigo, traté de decírtelo sugiriendo que celebraras con mi abuela, pero insististe en quedarte conmigo, querías estar el día de las madres con tu hija. No te culpo, mi indirecta fue demasiado tenue para que la notaras. Además, era normal que quisieras pasar el día conmigo.
Después del cine, nos regresamos a la casa. Te fuiste a tu cuarto para dormir, pero antes, querías darme la bendición. ¡Grave error, mamá! Entraste en mi cuarto, buscaste el interruptor de la luz porque no veías nada, estaba todo a oscuras, y cuando lograste encontrarlo lo encendiste y yo estaba despierta, sentada en mi cama con las cobijas hasta la cintura. Mi cara esbozaba una sonrisa. Preguntaste si no podía dormir, y te contesté “quiero mi beso” antes de que te durmieras. Me lo diste. Tu cercanía, mamá, tu olor.
Te quedaste inerte, con la mirada perdida en mi cara. Ya no pudiste decir nada. Tu cuerpo cayó con un sonido sordo en la alfombra, que cada vez se llenaba más de tu sangre. Ése era el regalo mamá. ¿No lo entiendes aún? ¿Por qué me miras así? ¿En serio no sabes? ¡Me obsesioné contigo! Quería ser tú. Nunca pude dejar de pensar que te amé tanto, te quise al grado, de no soportar que nadie se te acercara, de que te olieran, que te tocaran. No pude con los comentarios de Ricardo o de mis amigos, siempre te alabaron, querían ir a la casa no por mi ¡sino por ti!. Mi padre ¡carajo, mi padre! Siempre te hacía gritar en las noches ¿¡eran demasiado idiotas ustedes dos como para pensar que no los escuchaba?! Te hacía gemir, gritar, reír. Necesitaba sentirlo a él para comprender por qué lo hacían tan seguido, o cuál era lo mágico que cuando cerraban la puerta y la abrían al día siguiente, le regalabas una sonrisa hermosa.
Pero yo siempre te quise más que todos ellos. Te he regalado un collar de flores que incrusté en tu cuello, ¿ves lo bonitas que se ven las cabezas de rosas colgadas de las agujas? Yo siempre supe que debías llevarlas así y no dejarlas morir en un estúpido florero. Y la carta, ésa surge por los sentimientos que tengo adentro. Te amo, mamá, y te amaré siempre. ¿Sabes cómo es la manera de poder estar nosotras dos solas, juntas, sin nadie más que quiera robarme tu amor? Matándonos. En el lugar donde estés, llámese cielo o infierno, ahí estaré yo también. Era lógico que no aceptarías un suicidio doble, tu estás cuerda, yo sin cuerda. Por eso preferí matarte primero y luego a mi. Ya lo tenía todo: me colgaré. ¿Mamá? Sólo quiero decirte una última cosa antes de irme contigo:
Feliz día de las Madres.
Acabé de transcribir la carta y las manos me temblaban. Era el sentimiento de dolor, agonía, y la extraña sensación de amor lo que me indujeron a mirar alrededor. Toda la estancia estaba llena de una bruma pesada de emociones mezcladas que se desprendían de Melissa, de la niña colgada, que ahora no me parecía fea. Dejé él pedazo de papel donde había pasado en limpio la carta y me dediqué a ver el torso desnudo y lastimado de la Sra. Amsel. Estuve a punto de tocarlo, de rozar todas las letras con las yemas de mis dedos, quería tocar la hermosa creación de Melissa, no me contuve y acerqué mi cara a la parte abdominal, aspiré el olor de la sangre, de la esencia femenina que emanaba por los poros, el sudor. Toqué las letras incrustadas en la piel. Miré las palabras escritas estilo pirograbado y me fasciné con la caligrafía, tan joven. Me sentía como un literato que adquiere un libro, lo lee, se empapa de la sabiduría escrita en él y se vuelve un fanático del autor. Muchos se vuelven locos por conocer al creador y obtener un autógrafo, para mi suerte, mi autora estaba ahí, a menos de un metro. Muerta, sí, pero presente. Tal vez estaba loco, o me había lavado el cerebro, pero al finalizar mi lectura de la carta, me llené de un impulso necesario de poseer a Melissa.
Ya había profanado la evidencia tocando a la Sra. Amsel, y estaba arriesgando mi carrera por un impulso carnal, pero es que las ganas de hacerlo dejaron mi Cordura a un lado, empujándola junto con la Inteligencia y la Racionalidad.
Me acerqué arrastrando una silla al cuerpo de la joven ahorcada, me subí en la silla y con una navaja corté la soga que apresaba su cuello. Su cuerpo cayó en el suelo como muñeca de trapo y me asusté al pensar que se podría haber roto algún hueso, pero tan pronto me bajé de mi silla, la coloqué con el mayor cuidado posible sobre su cama.
Le quité la blusa y el sostén, admirando los pechos pequeños que tenía. Los toqué, eran suaves. Besé su abdomen frío pero delicioso y mis manos acariciaron su piel. Bajé hasta el pantalón, desabroché sus botones y lo bajé junto con su ropa interior.
Ya desnuda, completamente sin prenda alguna, me quité la ropa yo tirándola alrededor de la estancia.
Me puse sobre ella, abrí sus piernas y me interné en ella. Escuché el ritmo de mi respiración, mis inhalaciones y exhalaciones, pude sentir mi sangre correr rápidamente, oí en mi cerebro los latidos tamborileantes de mi corazón retumbar en las paredes de mi cabeza. Ella solamente te movía conforme yo lo hacía. Presioné sus brazos cuando terminé y me dejé correr dentro de ella. Entonces una voz gélida me susurró algo en el oído:
Ahora ya soy perfecta…
........................................
Si lo disfrutaron, me da mucho gusto y les recomendaría que leyeran a Clive Barker xDDD ^^
Pues bueno... Seguiré escribiendo y compartiendo mis progresos con ustedes. Gracias por leerme.
Lu
El tema: el 10 de Mayo. Si, se le ocurrió a mi profesor dejarme hacer el cuento del Lunes 10 de Mayo, así que... bueno. Así va:
.............................................................
156 Barker Place, S.W.
11 de Mayo de 2010
6:45 AM
11 de Mayo de 2010
6:45 AM
Privado
Bitácora del Inspector John Bleu
Localización: Casa de la Familia Amsel - Habitacion de Melissa Amsel
Bitácora del Inspector John Bleu
Localización: Casa de la Familia Amsel - Habitacion de Melissa Amsel
Eran las seis cuarenta y cinco de la mañana, me encontraba en la habitación del miembro menor de la familia Amsel. No había comido, tenía sueño, sin embargo me mantenía despierto con las tazas de café que preparaba mi asistente ¿Por qué?, sencillo: este caso me atrapó.
Mi asistente reconoció a las víctimas como Selma y Melissa Amsel, madre e hija, en ese orden.
Melissa se encontraba colgada, con una soga apresando su cuello por un extremo y el otro firmemente agarrado al tubo de las cortinas. Mantenía la paz en su rostro con los labios blancos y la tez morada, obviamente, por la falta de oxígeno y la obstrucción de la traquea junto con las arterias carótidas.
Su juventud me sorprendió. Una púber, de apenas unos catorce, delgada, caucásica, de ojos ¿grises? no, son verdes; cabello negro, teñido, probablemente rubio de nacimiento, alborotado y con el hedor de la sangre mezclada con el sudor; nariz aguileña, fea, y trataba de cubrir eso con el maquillaje que lleva encima (a pesar de lo violáceo de su cara, puedo notar sus intentos por verse mayor). Llevaba puestos pantalones de mezclilla y blusa azul de manga larga.
El ahorcamiento como suicidio no me sorprende, la verdad, se podría decir que es algo muy común, al igual que el corte de las venas, el tiro de una pistola en la sien o tirarse de una altura considerable, pero lo “raro” de ésta situación no es el suicidio. Sino un asesinato. Asesinato cometido por la suicida ¿la víctima?: la Señora Amsel, o bien, la madre de Melissa, Selma.
Me llevó tiempo imaginarme la razón por la que una niña de catorce años, mataría a su madre y, posteriormente, se colgaría. Primeramente pensé, en el abuso sexual, pero eso es más común cuando son sexos opuestos, luego se me vino a la mente el maltrato físico y psicológico, pero Melissa no presentaba moretones o pruebas de maltrato. Revisé todas y cada una de mis ideas para figurarme el por qué, hasta que fui directamente a donde estaba la señora Amsel para buscar más evidencia y encontré un abrecartas, afilado en la punta varias veces con una lima de fierro, con restos de carne y sangre. Melissa no parecía haberse lastimado al grado de rasgarse la piel. Pero Selma…
La madre de Melissa estaba acostada bocabajo, desnuda desde los pies hasta el torso, encima de una mancha de sangre color vino que la alfombra había absorbido. Su cuello estaba perforado por varias agujas para tejer de longitudes y grosores diversos de donde colgaban, macabra pero bellamente, cabezas de rosas amarillas que, con el escarlata de la sangre, pasaban a ser color amanecer. Hasta el momento en el que observé la posición de la señora Amsel, supuse que habría muerto con la primera aguja atravesada por su cuello, y eso me bastó para saber quién había matado a quién. Por otro lado, jamás me percaté que la jovencita tendría la mente tan retorcida y enferma como para escribir una carta en la parte frontal de la señora.
No pensaba en adjuntar a ésta bitácora la carta que la joven escribió, pues el grado de horror que me provoca ver a la mujer con la carne levantada formando letras me obligaba dejar esa parte tan visualmente grotesca solamente en mi cabeza, sin embargo, hay algo… o alguien… que me incita a escribir cada una de las palabras escritas en la piel. No puedo explicarme la razón por la que mi mano desea escribirlo, es como si algo se posesionara de ella y comenzara a danzar en las hojas como el abrecartas había surcado la piel de la señora Amsel, y no puedo evitarlo…
Querida Madre:
¡No sabes cuánto había esperado éste momento! Lo difícil que fue planearlo todo y mantenerme en una pieza todos los días y evitarte notar lo que pensaba hacerte. En serio no fue fácil. Si pudieras preguntarme algo ahora, estoy segura sería: ¿Por qué, Melissa? Por qué te mataría si te amaba tanto, si quise ser tu centro, tu única razón para decir “te quiero”, lo quería todo de ti. Para mi suerte, siempre lo obtuve, pero tampoco puedo decir que era lo que deseaba. Es contradictorio, lo sé, pero a veces no necesitaba tanta atención: entre más me aplaudías mis triunfos, más ganas de matarte tenía. Y todas esas veces que me vitoreabas y palmeabas la espalda, ponías una aguja de tejer en tu cuello y una letra en tu pecho. Eras tan buena, tan comprensiva… tan perfecta. A pesar de no parecerme a ti, con tu cara de niña, tan afable. A pesar de que no heredé tu postura o tu apariencia de modelo, me querías y me aceptabas.
Fuiste mi ejemplo a seguir. ¿Te acuerdas de las veces en que no encontrabas tu maquillaje y me regañabas por eso? O las muchas ocasiones que tomé prestado tu perfume, tu shampoo, tu joyería. Llegué hasta a tratar de combinar mi ropa con la tuya. Solías decir que te fascinaba verme como un clon tuyo, se te hacía algo muy tierno. ¿Ves? Tu inocencia, tu confianza y tu poco conocimiento sobre mi te jodieron, mamá. ¿Todavía no entiendes, verdad? ¿Necesitas más?
Lo sé, lo sé. Llegó un momento en el que me volví loca, tu me lo dijiste. Necesitaba ir al psicólogo. Mi mente no estaba bien. No está bien. Jamás lo ha estado. No era normal que me frustrara cuando no lograba peinarme como tú y gritara por toda la sala: “’¡No me sale! ¡No me sale! ¡No soy perfecta! ¡No soy como ella!”. Si, nunca dije frente a ti que “ella” eras “tú”, hubiera sido muy tonto de mi parte hacerlo, sospecharías. Tampoco era normal que a mi novio lo llamara Alonso, como mi papá, cuando se llamaba Ricardo. A él tampoco le gustó mucho el cambio de nombre tan radical, tal vez por eso cortó conmigo. ¡Vamos, mamá! Adivina, quiero que tú me susurres las palabras que ya sabes, no las escondas. O ¿te da miedo? ¿te doy miedo?.
Ok, una más y ya.
¡Ah! ¡Ya sé! Hablemos de mi papá. Él tenía la razón en el juicio de divorcio: él no me violó, yo lo incité a hacerlo. Si nos encontraste en una cama cometiendo incesto, no fue su culpa, yo lo drogué al punto de hacerlo pensar que era tú. Me hice pasar por ti, eso era lo que necesitaba para completarme, para poder decir que mi metamorfosis había concluido. Tenía que acostarme con él mamá, entiende, era una necesidad. No te preocupes, me protegí, lo juro. Tu siempre te preocupaste por que si lo hacía me protegiera, y lo hice. ¿Y sabes qué? Fue bastante bueno. Ricardo no me hacía lo que mi papá me hizo. Él… no sé, creo que sabe moverse bien, hasta lo hace con cariño, cuidando de todas las sensaciones que quiere transmitir para que se prolongue más. Definitivamente es mejor un hombre grande que un pelele de dieciséis que se pone alrevés el condón.
¡Oh! Y por fin, lo último: el diez de mayo. Si, el tan anhelado día de las madres. La sorpresa del regalo que duró hasta las doce de la noche, hora en que te maté. Primero que nada, te desperté cantándote y con el desayuno hecho en la mesa. Puse en un florero tus favoritas, las rosas amarillas, y decoré la mesa con la vajilla de porcelana rusa que te regalaron mis tíos el día de tu boda con mi papá. Te llevé al cine a ver esa película que tanto esperabas y hasta te compré palomitas. Cada minuto, cada segundo corrías peligro si te quedabas conmigo, traté de decírtelo sugiriendo que celebraras con mi abuela, pero insististe en quedarte conmigo, querías estar el día de las madres con tu hija. No te culpo, mi indirecta fue demasiado tenue para que la notaras. Además, era normal que quisieras pasar el día conmigo.
Después del cine, nos regresamos a la casa. Te fuiste a tu cuarto para dormir, pero antes, querías darme la bendición. ¡Grave error, mamá! Entraste en mi cuarto, buscaste el interruptor de la luz porque no veías nada, estaba todo a oscuras, y cuando lograste encontrarlo lo encendiste y yo estaba despierta, sentada en mi cama con las cobijas hasta la cintura. Mi cara esbozaba una sonrisa. Preguntaste si no podía dormir, y te contesté “quiero mi beso” antes de que te durmieras. Me lo diste. Tu cercanía, mamá, tu olor.
Te quedaste inerte, con la mirada perdida en mi cara. Ya no pudiste decir nada. Tu cuerpo cayó con un sonido sordo en la alfombra, que cada vez se llenaba más de tu sangre. Ése era el regalo mamá. ¿No lo entiendes aún? ¿Por qué me miras así? ¿En serio no sabes? ¡Me obsesioné contigo! Quería ser tú. Nunca pude dejar de pensar que te amé tanto, te quise al grado, de no soportar que nadie se te acercara, de que te olieran, que te tocaran. No pude con los comentarios de Ricardo o de mis amigos, siempre te alabaron, querían ir a la casa no por mi ¡sino por ti!. Mi padre ¡carajo, mi padre! Siempre te hacía gritar en las noches ¿¡eran demasiado idiotas ustedes dos como para pensar que no los escuchaba?! Te hacía gemir, gritar, reír. Necesitaba sentirlo a él para comprender por qué lo hacían tan seguido, o cuál era lo mágico que cuando cerraban la puerta y la abrían al día siguiente, le regalabas una sonrisa hermosa.
Pero yo siempre te quise más que todos ellos. Te he regalado un collar de flores que incrusté en tu cuello, ¿ves lo bonitas que se ven las cabezas de rosas colgadas de las agujas? Yo siempre supe que debías llevarlas así y no dejarlas morir en un estúpido florero. Y la carta, ésa surge por los sentimientos que tengo adentro. Te amo, mamá, y te amaré siempre. ¿Sabes cómo es la manera de poder estar nosotras dos solas, juntas, sin nadie más que quiera robarme tu amor? Matándonos. En el lugar donde estés, llámese cielo o infierno, ahí estaré yo también. Era lógico que no aceptarías un suicidio doble, tu estás cuerda, yo sin cuerda. Por eso preferí matarte primero y luego a mi. Ya lo tenía todo: me colgaré. ¿Mamá? Sólo quiero decirte una última cosa antes de irme contigo:
Feliz día de las Madres.
Acabé de transcribir la carta y las manos me temblaban. Era el sentimiento de dolor, agonía, y la extraña sensación de amor lo que me indujeron a mirar alrededor. Toda la estancia estaba llena de una bruma pesada de emociones mezcladas que se desprendían de Melissa, de la niña colgada, que ahora no me parecía fea. Dejé él pedazo de papel donde había pasado en limpio la carta y me dediqué a ver el torso desnudo y lastimado de la Sra. Amsel. Estuve a punto de tocarlo, de rozar todas las letras con las yemas de mis dedos, quería tocar la hermosa creación de Melissa, no me contuve y acerqué mi cara a la parte abdominal, aspiré el olor de la sangre, de la esencia femenina que emanaba por los poros, el sudor. Toqué las letras incrustadas en la piel. Miré las palabras escritas estilo pirograbado y me fasciné con la caligrafía, tan joven. Me sentía como un literato que adquiere un libro, lo lee, se empapa de la sabiduría escrita en él y se vuelve un fanático del autor. Muchos se vuelven locos por conocer al creador y obtener un autógrafo, para mi suerte, mi autora estaba ahí, a menos de un metro. Muerta, sí, pero presente. Tal vez estaba loco, o me había lavado el cerebro, pero al finalizar mi lectura de la carta, me llené de un impulso necesario de poseer a Melissa.
Ya había profanado la evidencia tocando a la Sra. Amsel, y estaba arriesgando mi carrera por un impulso carnal, pero es que las ganas de hacerlo dejaron mi Cordura a un lado, empujándola junto con la Inteligencia y la Racionalidad.
Me acerqué arrastrando una silla al cuerpo de la joven ahorcada, me subí en la silla y con una navaja corté la soga que apresaba su cuello. Su cuerpo cayó en el suelo como muñeca de trapo y me asusté al pensar que se podría haber roto algún hueso, pero tan pronto me bajé de mi silla, la coloqué con el mayor cuidado posible sobre su cama.
Le quité la blusa y el sostén, admirando los pechos pequeños que tenía. Los toqué, eran suaves. Besé su abdomen frío pero delicioso y mis manos acariciaron su piel. Bajé hasta el pantalón, desabroché sus botones y lo bajé junto con su ropa interior.
Ya desnuda, completamente sin prenda alguna, me quité la ropa yo tirándola alrededor de la estancia.
Me puse sobre ella, abrí sus piernas y me interné en ella. Escuché el ritmo de mi respiración, mis inhalaciones y exhalaciones, pude sentir mi sangre correr rápidamente, oí en mi cerebro los latidos tamborileantes de mi corazón retumbar en las paredes de mi cabeza. Ella solamente te movía conforme yo lo hacía. Presioné sus brazos cuando terminé y me dejé correr dentro de ella. Entonces una voz gélida me susurró algo en el oído:
Ahora ya soy perfecta…
........................................
Si lo disfrutaron, me da mucho gusto y les recomendaría que leyeran a Clive Barker xDDD ^^
Pues bueno... Seguiré escribiendo y compartiendo mis progresos con ustedes. Gracias por leerme.
Lu
Evangeline Collingwood- Humano Clase Alta
- Mensajes : 161
Fecha de inscripción : 02/07/2010
Re: ¿Cómo asesinar a tu madre el diez de mayo? (cuento)
Me encanta... Me encanto me volviste loca!
*Te estoy amando*
*Te estoy amando*
Sara Ascarlani- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 761
Fecha de inscripción : 27/06/2010
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