Noche en vela. [PRIVADO]

Agaché la mirada después de haber transcurrido largos minutos en los que me había quedado anonadada mirando el cielo estrellado sobre mí, sobre aquella estructura piramidal que daba acceso al Museo del Louvre en el que trabajaba como mera recepcionista por las tardes y fines de semana, pues por las mañanas iba a la Universidad para cursar Arte Antiguo. Oh, sí... a veces me frustraba ver aquellos directores de departamento de un lado a otro, trabajando en aquello que les gustaba, o a aquellos investigadores y arqueólogos que se paseaban frente a mí para dirigirse a una sala o a otra en busca de sus quehaceres habituales mientras que yo, sentada aquí frente a esa mesa desnuda, sólo podía limitarme a soñar: soñar ser como ellos algún día, preguntándome si al final, todos mis esfuerzos serían en vano y terminaría el resto de mis días como simple recepcionista. Suspiré cuando, según el gran reloj que coronaba el vestíbulo, aun faltaban veinte minutos para que terminara mi jornada. Otra jornada más, aburrida y sin sentido para mí, pues nada aportaba de mí misma a aquél mecánico trabajo consistente en recibir el dinero que costaba cada entrada, devolver el cambio de ser necesario, entregar la tarjeta de visita y despedir a los clientes con la mejor de mis sonrisas ensayadas. ¿Si sólo eso hacía? ¡Ojalá! Cuando, como a aquellas horas no había ya más visitas que atender, mis adorables jefes -directores de departamento, en su mayoría-, se limitaban a dejarme recados que hacer como si de su secretaria me tratase: Gia, ordéname el correo según si son facturas o cartas de mis admiradoras, pedía uno. Gia, tráeme un café con dos de azúcar y un croissant a las seis en punto de la tarde, bonita, reclamaba el otro. Oh, Gia, ¿podrías buscarme unos documentos de hace cuatro años? ¡Ni siquiera recuerdo sobre qué son, pero los necesito en cinco minutos!, exigía otra de las directoras. Gia, ¿te importa avisar a mi marido que esta noche tengo reunión? Oh, ya sé que no hay ninguna reunión, es una excusa, querida... algún día lo entenderás, reía otra.

Sin embargo, la peor de todos ellos, era Eyra Erikdottir, la directora de arte escandinavo. ¡Era una completa caprichosa! Ella era la que más me hacía ir de aquí para allá, sirviéndole como si fuera su criada, aguantando cómo me miraba por encima del hombro o me trataba como un desecho de la sociedad. ¿Qué le pasaba a esa mujer? ¿Por qué estar tan amargada? ¡Con lo agradable que parecía su marido! Oh sí, conocía al señor Délvheen, pues de vez en cuando la venía a recoger después de trabajo y yo les veía marchar bien arrimados el uno contra el otro. Lo cierto era, que incluso ella parecía otra persona, dulce de hecho, cuando se encontraba junto a él. Les envidiaba, era cierto. Envidiaba ese amor que emanaban y esa felicidad, como si se encontraran sobre una nube eterna. Era como si ninguno de los dos tuviera ojos para nada ni nadie más que el otro y aquello era simplemente, maravilloso.

Aquella noche no fue diferente, por lo que no me sorprendió ver cómo Jerarld se acercaba a mí con aquella sonrisa suya que hacía brillar todos sus dientes. ¿Qué dentífrico usaría?, me pregunté para mis adentros, devolviéndole el gesto y tendiéndole la mano a modo de saludo.

- Su señora no tardará en bajar. ¿Quiere que la avise de su llegada?- inquirí con amabilidad, cruzando los dedos tras mi espalda para que rechazara mi oferta, pues lo cierto es que tras toda la semana de arriba abajo no me apetecía ir en busca de aquella pequeña harpía en potencia, pues encima, nunca la encontraba por ninguna parte y solían transcurrir horas hasta dar con ella. Era una auténtica pesadilla de mujer.

Y entonces, mis ojos se enarcaron hacia la acompañante de Jerarld. Nunca la había visto por aquellos lares y había permanecido un tanto rezagada, quizás admirando alguna de las obras del vestíbulo mientras hablaba con el señor Délvheen. Ladeé la cabeza y miré al hombre, alzando una ceja ahora un tanto nerviosa. ¿Qué ocurría ahí? ¿Quién era ella? Tragué saliva instintivamente cuando de fondo escuché los firmes tacones de Eyra descendiendo las escaleras. No hacía falta mirarla para saber que iba contoneando sus caderas e iluminando la estancia con su sola presencia, pues su belleza era realmente deslumbrante y eso, no lo podía negar. Me preparé para una sarta de preguntas o quizás una discusión con su marido frente a mí, pues también para todos era conocida su faceta celosa y posesiva y, si como yo, ella tampoco conocía a aquella joven muchacha de cabellos rojizos y prominentes pómulos sonrosados, aquella noche correría la sangre. Simplemente por ello retrocedí unos pasos, tomando mi bolso con disimulo, sólo por si había de correr.

- Su marido acaba de llegar, señ...

- Ya lo sé. Le estoy viendo ahora, Gia.- espetó la mujer con un desdén al que ya me tenía acostumbrada, por lo que me limité a poner los ojos en blanco y agarrar también mi chaqueta, con unas ganas locas de salir de allí.- ¿A dónde crees que vas?- inquirió ella, girándose hacia mí y cruzándose de brazos.- Creí haberte informado ya de la necesidad que ordenaras las últimas adquisiciones según su fecha y origen. La directora lo reclama para mañana a primera hora así que yo de ti, iría dejando la chaqueta dónde estaba.- torció, volteándose ahora hacia su marido para abrazarle fuertemente y besarle sonoramente por todo su rostro, escena que me hizo sentir un nudo en la garganta. Suspiré profundamente y me dejé caer en el asiento, desparramada, malhumorada y cansada. Y aun así, aquella noche prometía ser blanca, en vela y haciendo horas extra que a fin de mes, no cobraría.

¡Maldito karma! ¿Qué habría hecho yo para merecer todo aquello?

¿Zandóra?
Zarzamora…
¿Pandora?
La mora…
¿De alquino?
Pepinillo…
¿Bramdurra?
La Burra…

Jerarld me miro arqueando una ceja y yo me mordí los labios antes de que ambos estalláramos en carcajadas.

J. La burra. Ese será tu nuevo apellido…
Comente mientras él negaba con la cabeza. Y es que como en muchas ocasiones, estábamos escogiendo cual seria el nuevo apellido que le debería poner a la ultima obra que había escrito mi famoso autor “ anónimo” ya que el libro se imprimiría para estar próximamente a disposición del publico.Y era mas que sabido que estos ejemplares se agotarían en la primera semana. -Como pasaba con todas sus obras- Por lo que mientras él me decía nombres inventados que se le iban ocurriendo, yo iba diciéndole si se parecían a otros objetos o si rimaban con otras cosas…Pues después de acabar con todos los apellidos conocidos, teníamos que empezar a innovar... Aun recordaba un titulo suyo firmado bajo el autor Eustaquio Hamalahamalalahá.
Seguía riéndome cada vez que lo recordaba.

Por cierto “señor Délvheen”, la próxima vez quizás sea mejor que vaya a verle al castillo. Él me miro interrogante, por lo que proseguí. Me has distraído a todas las secretarias al venir a mi oficina. Es peligroso caminar cuando queda todo lleno de charcos de babas. Me gustaría jubilarme con la cadera intacta…ya sabes. Le hice una mueca como queriendo decir…”Hay que ver como la lías zanahorio” y por lo visto él entendió mi gesto, porque gesticulo como si quisiera decirme algo, pero simplemente me miro entrecerrando los ojos, riendo sin saber que decir, a la vez que yo quitaba mi brazo del suyo y entraba cuando él me abrió la puerta para entrar al edificio.

Nos acercamos por la enorme y elegante recepción del edificio y yo me limite a quedarme un tanto atrás mientras mi autor hablaba y luego se encontraba con su esposa, mientras que yo por mi cuenta me percataba de la belleza del lugar, contemplando su esplendor aun pese a estar en la entrada. Y es que había visitado infinidad de veces aquello en el pasado, pero siempre me sentía como si hubiese algo nuevo que contemplar.
…Y por eso me temo que tendrás que darle la noche libre a Gia, Engel. Porque como ves, no he venido solo. El autor le comentaba las novedades a su esposa mientras yo les esperaba. Por lo que él se aparto un poco y me miro con aquella sonrisa cordial que no solía irse de su rostro mientras yo avanzaba hacia ellos, extendiendo mi mano para estrechar ¡Al fin! la mano de aquella llamativa mujer, a la que sentia que conocia a travez de los libros de Jerarld.
Es un placer conocerla señora Erikdottir. Su marido me ha hablado mucho de usted, aunque no le hace tanto juicio en sus descripciones como debería. Comente sinceramente y sin poderlo evitar, pues no había que ser precisamente un genio como para descubrir que la mayoría de protagonistas o de las heroínas de sus historias, eran reflejos de ella. Percibí aquella sonrisa de satisfacción en su rostro y sonreí en mis adentros al ver su pose orgullosa mientras abrazaba a su marido como queriendo decir.“Somos divinos…Lo sé”

En aquel momento ellos compartieron una mirada, quizás hablando en silencio, por lo que yo contemple en uno de los reflejos de la infinidad de cristales decorativos, a la joven que mas atrás de Eyra, se mantenía oculta y un tanto rezagada del resto en la recepción.
Pero entonces, en escasos segundos, la parejita comenzó a demostrarse su amor delante de mi, mientras yo desviaba la mirada y evitaba pensar en lo incomoda que me sentía viendo esas muestras innecesarias de amor por parte del prójimo. Así que decidiendo darles un poco de espacio me acerque hacia la recepción, pues seguramente aquella seria ella la joven a la que venia a visitar...

Buenas noches. Le susurre con cordialidad, sorprendiéndole, pese a que no había querido sobresaltarla del cumulo de pensamientos que ella parecía mantener en aquel momento. Acercándome para estrechar su mano cálida que tanto contrarrestaba con la frialdad que yo solía llevar conmigo.
Andrea Le Ville. Soy la editora del señor Délvheen. ¿Es usted la joven interesada en publicar relatos? Sonreí tímidamente, fijándome en detalles de la joven, percatándome entonces de su semblante de cansancio, de su posición un tanto desparramada y de su postura corporal que mostraba una clara negación por sus brazos cruzados. Prestando atención al movimiento de sus manos, asi como de sus ornamentos. No había anillo en su dedo anular, no había un exceso de abalorios, ni tampoco una indumentaria extravagante. Parecía una joven normal y hastiada con alguna cosa. ¿que pensaría? Espere en silencio su respuesta mientras continuaba analizando su persona, ahora fijándome en su mirada castaña, apreciando con atención su semblante en busca de aquellos gestos delatores que la gente solía presentar, para intentar saber a que clase de persona, y a que clase de escritor tendría delante ¿seria tímida? ¿ Retraída? ¿Exigente? ¿Con carácter? ¿Buen humor? ¿Mal humor…? ….¿Demencia?...
Sonreí en mis adentros mientras comenzaba a formular mis teorías.

Fulminé el cúmulo de papeles que se amontonaban ahora frente a mí, odiando por un momento mi trabajo, mi vida y todo cuanto tuviera vida en aquél injusto mundo en el que unos tienen tanto y otros tan poco. De reojo, veía cómo aquél par de tortolitos aun mostraban su afecto sin disimulo alguno y entonces, torcí una sonrisa desquiciada, imaginando mil formas de aguar aquél bonito momento con un tropezón mío con un café caliente que le cayera sobre Eyra, o mejor... que aquella mujer que acompañaba al pelirrojo resultara ser su amante y ahora empezaran los tres una acalorada discusión en la que la desconocida lograra arrancarle aquella cabellera achocolatada de Eyra y la humillara antes de irse del bracito de Jerarld con un "Jojojojo" de fondo...

Meneé la cabeza en cuanto una voz parecía hablarme, sacándome de aquellas absurdas cavilaciones en las que solía perderme a menudo, montándome unas películas dignas de ser interpretadas por un especialista en psiquiatría. Lo mío no era normal...

Parpadeé ante aquella joven llamada Le Ville. ¿Había escuchado bien? Alcé una ceja e instintivamente, retrocedí mi espalda hacia el respaldo de la silla, sintiéndome de pronto acorralada cuando no pude alejarme más del mostrador y de ella.

- Disculpe... ¿editora? ¿mis relatos? Oh... Diría que se ha confun...- balbuceaba nerviosamente, sintiendo cómo la sangre se arremolinaba ahora hasta la punta de mis pies, abandonando su tránsito por el resto del cuerpo. Tuve frío y un estremecimiento que no pude controlar me llevó a querer disimularlo con un movimiento extraño, apoyando uno de mis brazos en la mesa y mi mentón sobre mi mano, manteniendo el otro brazo en jarras sobre mi costado. ¡Cualquiera diría que me estaba haciendo la interesante! Me maldije y como si alguien me llamara, desvié los ojos hacia Jerarld, quién ahora abrazaba a su mujer que me daba la espalda y con cierto disimulo, ladeaba su cabeza hacia Le Ville, sonriente, guiñándome incluso el ojo con una pizca de diversión en ellos. Me mordí los labios y negué con la cabeza, llevando mis manos a mi rostro para esconderme una vez más de aquél mundo.

El señor Délvheen dijo algo a su esposa y ambos se fueron marchando después que mi jefa insistiera en que terminara aquél trabajo antes del alba, despidiéndose con un seco movimiento de melena. Los seguí con la mirada hasta que se perdieron y la puerta se cerró, escuchando cómo el conserje la cerraba tras su paso y varios vigilantes se movilizaban ahora frente a ella, empezando así su jornada laboral particular. Fuera, tras los cristales de aquella pirámide posicionada sobre mi cabeza, la luna se hallaba en el punto más álgido, redonda y resplandeciente como ninguna otra estrella. Sonreí sin siquiera saber por qué, volviendo entonces mi mirada hacia la muchacha que parecía un tanto impaciente, por lo que me disculpé con un gesto.

- Me temo que sí.- respondí al fin, alzándome del asiento para estrecharle la mano que mantenía tendida hacia mí.- Soy Gia Garsea, es un auténtico placer conocerla.- Admití con una sonrisa tímida, esperando que mis mejillas no se encendieran ante aquella mirada brillante que me sobrecogió de un extraño modo, como si pudiera ver más allá de mí y de mi piel. Retiré la mano en seguida y agaché la cabeza, tropezando con aquél montón de papeles pendientes. Suspiré y me encogí de hombros. No estaba dispuesta a ponerme a ello ahora, así que sonriente, volví mi atención a mi única compañía en aquél desértico y cerrado museo de arte.- ¿Le apetece un paseo turístico personalizado?