Máscaras [Priv. Cassandra Albrioni]

Me habían invitado a una fiesta de máscaras del palacio royal pues las personas más importantes de París se reunían aquí hoy. Debía admitir que las fiestas no era algo que frecuentara en demasía, pero por lo menos la máscara podría taparme la cara y la gente no me reconocería y evitaría así la necesidad de hablar con personas de alta cuna por pura obligación.
No entendí muy bien por qué me habían invitado y insistido para que asistiera a dicho festejo, pero presupuse que querían darle prestigio a la celebración y por eso intentaban invitar a tantos miembros de la realeza como pudiesen, y a mi me había tocado asistir.
Me paseaba por el palacio royal sin prestar mucha atención a las demás personas pues a pesar de que quizás me podría encontrar con algún conocido, las máscaras impedía y convertían en misión imposible la capacidad de reconocer a alguien.
Me resultaba curioso que muchas personas, por no decir la mayoría, se había juntado en grupos y hablaban de cosas aparentemente triviales. Me picaba la curiosidad por saber si eran conocidos que habían conseguido reconocerse o eran personas totalmente desconocidas para ellos, pero que la ocasión los había juntado y quizás una amistad afloraba entre ellos. Por otra parte, existía la posibilidad de que habían venido a la fiesta acompañados y las personas con las que estaban hablando eran realmente sus acompañantes. Pensándolo, podía haber venido con mi primo... aunque tampoco le veía muy dispuesto a asistir a tales festejos.
Acomodé la falda rosa claro con bordados dorados de mi vestido y me he colocado bien las mangas largas, rosas con bordados dorados a juego con mi falda, para que estas no me molestaran al caminar. El corsé iba también a juego. La máscara era dorada toda ella pues creía que ese color iba más a juego con mis ojos que no una de color rosa.
Opté por dar un par de vueltas por le salón sin un rumbo fijo, las personas habían empezado a bailar y supuse que siquiera sabían con quien estaban bailando, aunque quizás habían escogido la compañía de los nuevos compañeros que habían conocido de forma espontánea. Esperaba realmente que nadie me pidiera salir a bailar pues, no es que fuera completamente nefasta, pero no me gustaba y me ponía nerviosa bailar con desconocidos, por lo que mi torpeza incrementaba de forma considerable y mi pobre compañero podría salir con los pies heridos.
Después de dar unas cuantas vueltas más por el salón, observando curiosa como las personas bailaban en el centro, me choqué con una dama. Estaba tan sumida en mis pensamientos mientras observaba la pista de baile que ni me había dado cuenta por donde caminaba. El golpe no había sido fuerte por lo que la mujer no había caído, debía remarcar que era la primera vez que me chocaba contra alguien y este no se caía. Por otra parte, debía remediar mi tendencia a chocarme con todos.

-Lo lamento, madmoizelle – Le dije a la joven mujer con la que me había chocado – No era mi intención colisionar con vos.

La joven con la que me había chocado me dijo que no debía de que preocuparme pues ese tipo de incidentes eran frecuentes en lugares donde la gente abundaba por todas partes. La joven uso una expresión completamente desconocida para mi... era... ¿italiano? ¿español? ¿portugués? Me decantaba más por el italiano, no sabría decir muy bien por qué. Hice una reverencia a la mujer pues había mostrado preocupación por mi estado.

-Estoy en perfectas condiciones, gracias por preocuparse – Le dije a la mujer - ¿Es italiana? - Pregunté sin saber bien la razón.

Me fije mejor en la mujer y me di cuenta que llevaba unas ropas muy elegantes, dignas de una señora de noble cuna, quizás era una aristócrata de Francia... aunque me acababa de hablar en italiano, según mis propias deducciones, por lo que si era de la realeza, lo más seguro es que fuera de la realeza italiana.
El vestido, en donde los colores vino y dorado destacaban por excelencia, le quedaba como anillo al dedo. Le remarcaba todas sus cualidades físicas. Si existiera el premio del mejor vestido de esta fiesta de máscaras, la de esta joven dama debería ser el vestido ganador.
Me fije de pronto, demasiado tarde, que la joven estaba rodeada de personas con las que, supuse, tenía una placida conversación y que yo estaba interrumpiendo bruscamente. Lo cierto es que era demasiado despistada y eso empezaba a preocuparme.

-Lamento mi repentina intrusión – Dije haciendo una reverencia – Espero no haberles molestado en demasía.

Empecé a alejarme ya del lugar, sin rumbo alguno, como de costumbre, a la espera de que la gente empezara a marcharse del lugar a sus respectivas casas, no creía posible entablar alguna amistad o conocer a gente nueva en este lugar pues sin la posibilidad de percibir las caras de los desconocidos no conseguiría reconocerlos posteriormente si me los encontraba en las calles de París.

Cuando ya estaba alejándome para dar alguna que otra vuelta por el salón royale, una voz retumbo en mi cabeza. ¿Era mi subconsciente o mi voz interior? No... no creo que mi propio subconsciente me preguntase si quería que él me acompañase en mi recorrido... por otra parte. Era una voz ajena a mi, sin embargo algo familiar... un momento... ¿me estaba volviendo esquizofrenica? No... creo que los esquizofrenicos no se dan cuenta que lo están... o ¿sí?
Intenté recordar conde había escuchado esa voz pues me era muy familiar, como si la hubiese escuchado hace unos momentos... un momento... me gire hacia la joven con la que me había chocado hace unos instantes. La joven me mirada como en espera de una respuesta. Simplemente le asentí con la mirada aún perpleja... ¿como lo había hecho?
Me di cuenta que cuando me había girado uno de los del grupo con los que la joven estaba dialogando se empezó a alejar del grupo por lo que la joven aprovechó su ausencia para acercarse a mi persona.
No me había dado cuenta de que había avanzado una buena distancia por lo que la mujer tuvo que pasar por entre las personas para no chocarse con ella, algunos jóvenes la miraban, cosa que no me extrañaba pues llevaba un vestido precioso, le quedaba realmente bien. Ella por su parte les sonreía educadamente. Era todo una señorita.
Cuando la joven por fin se acercó a mi, no tuve mejor idea que formular la estúpida pregunta que iba a hacer a continuación y que tanto me remordía interiormente debido a la curiosidad que poseía desde que había nacido y tenía conciencia de mis actos.

-¿Como ha logrado hacer eso? - Pregunté – Estaba lejos de vps y de pronto... escuché su voz en mi cabeza...

Me di cuenta que si la causante de aquello no era realmente la joven que tenía en frente, esta supondría que padezco esquizofrenia aguda y probablemente se alejaría de mi. Era un desastre. Jamás lograría tener alguna clase de reputación apenas que hiciera un voto de silencio.

-Lamento mi... extraña pregunta... – Le dije intentando remediar lo anteriormente dicho.

La joven al acercarse hacia mi me dedicó una reverencia, a la que yo le respondí. Después de escuchar la cascada de preguntas que le había hecho a la pobre dama esta comentó, divertida, que no sabría siquiera por donde empezar a responderme. Me sonrojé por haberla molestado con tantas cuestiones.
La joven me respondió que, en efecto, era italiana y que gracias a su poder de la telepatía lograba enviar mensajes mentales a personas ajenas sin tener que recurrir a la voz. También me pidió perdón por si me había asustado con sus actos pues no era su intención.

-No se preocupe – Le dije con una sonrisa – Es una habilidad fascinante la suya, nunca antes había conocido a un humano con tales habilidades.

La mujer exclamó alegando que sus modales estaban descuidados y, tras hacer una reverencia, se presentó como la Condesa Cassandra Albrioni y me dio las gracias por permitirle acompañarme. Nada más escuchar la palabra “condesa” no pude evitar efectuar una reverencia muy marcada para demostrar mi honor por su titulo.

-El gusto es mío, mi señora – Le contesté – Yo me llamo Melanya Boyarskaya... baronesa... - Hice una pausa entre palabra y palabra pues no sabía si era adecuado decir mi título, pero ya que la joven me había ofrecido el suyo opté por decirle el mío.

Un suspiro se escapó de entre los labios de la dama. Al principio no comprendí muy bien a que se debía, pero al darme cuenta que la joven observaba la pista de baile comprendí que lo más seguro es que deseaba bailar, pero que al carecer de compañero no podía.

-¿Desea bailar? - Pregunté curiosa sin saber muy bien por qué.

De pronto, después de presentarme a la condesa y observar a la joven con detención pude percibir, demasiado tarde para mi gusto, de que la joven que tenía al lado era de mi misma especie... bueno, mi nueva especie. Pensé que quizás debido a que había sido convertida hace realmente poco, mis poderes de percibir a los demás seres sobrenaturales fallaban a veces.
Ahora comprendí la confusión de la joven de hace un momento. Ella se había dado cuenta de que yo era una vampira, desde luego. ¿Como podía llegar a ser tan patosa? Debía darle a entender que había comprendido que la joven era vampira... pero por otra parte ¿debía hacerlo en un lugar tan concurrido, lleno de oídos indeseados? Yo no albergaba la milagrosa habilidad de mandar mensajes mentales a la joven... más bien aún desconocía que habilidades tenía. Quizás no tenía ninguna. En fin, ese no era el caso.
Cuando le propuse a la joven bailar, esta se extrañó por mi propuesta, pero posteriormente comentó que para ello necesitábamos pareja mientras señalaba, de forma casi imperceptible, a unos jóvenes que nos observaban de reojo, la joven me confesó que dichos jóvenes estarían gustosos de bailar con ambas si yo así lo deseaba. Sus palabras hicieron que mis mejillas adoptaran un color ligeramente rosado. Nadie jamás me había dicho un halago como aquel por lo que cuando alguien me decía algo así, los colores se me subían de inmediato.

-¡Oh no! - Exclamé – Yo no puedo bailar con caballeros que no sea mi señor esposo – Le aclaré – Sería una deshonra para él. Le había propuesto bailar porque la he visto observar gustosa a las personas que se movían en movimientos estéticamente bien logrados – Le expliqué.

Debía pensar como confesar a la joven de que no era realmente tan patosa, que sabía que ella era vampira y que yo también lo era, aunque lo más seguro es que ella aquello ya lo supiese. Debía pensar rápido... o por otra parte, decirlo cuando llegue la ocasión que esperaba que fuese pronto.

Mientras estaba divagando por mi mente en busca de alguna solución para señalarle a la joven de que era consciente de que ambos pertenecíamos a la raza sobrenatural de los vampiros, la condesa rio ligeramente devolviendo mi conciencia de nuevo al mundo de los vivos. No supe identificar que era lo que tanto alegraba a la joven vampiresa, pero pensé que quizás estaba riendo de algo que había visto o algún hecho pasado divertido que había recordando. A mi me solía pasar que, recordando algo realmente gracioso, me disponía a reír sola dejando anonadados a los de mi alrededor.
Después de comentarle a la joven que tenía esposo, esta repentinamente dejo el lado apartado y me pidió que la siguiera. No entendí muy bien por qué había reaccionado de esa manera, pero supuse que quizás al negarme a bailar había optado por enseñarme algo más interesante que el baile.
Seguí a la condesa para salir al jardín del palacio. Estaba realmente oscuro, pero las luces del gran salón se filtraban por los ventanales y la visibilidad, era mínima, pero aceptable y los humanos gozaban de dicha iluminación para tener un paseo romántico por dicho jardín. Nosotras por nuestra parte nos alejamos de forma considerable para adentrarnos aún más en la oscuridad ¿cuanto más íbamos a caminar?
Al fin la joven se paró y se giró en mi dirección para luego susurrarme que había sido una sorpresa para ella que fuera casada, a la par que me preguntó por mi procedencia pues no podía identificar mi nombre.

-Soy rusa – Dije con una sonrisa – Y realmente no me importa hablar aquí, se está tranquilo y mejor que en ese gran salón – Después de pensármelo un poco opté por cuestionarle a la dama por qué la había extrañado el hecho de que yo estuviera casada - ¿Por qué le sorprende mi estado civil?

La joven me confesó que era la primera vez que conocía a una vampiresa que estaba casada. Me hizo gracia, no era tan raro ver a una vampiresa que había decidido casarse, aunque sea por una boda concertada, ¿no? La joven condesa acabó por confesarme que jamás había escuchado a una vampiresa hablar de matrimonio, ¿tan liberales solían ser? La joven se interesó por mi esposo.

-Está en casa, tenía tareas más importantes que ir a un baile de máscaras, si no me equivoco le ha surgido un imprevisto en los negocios – Le expliqué cuando podría haberme limitado a decirle que simplemente no había venido conmigo.

Me había fijado que tenía una tendencia innata de explicar las cosas con detalle. Al principio no entendía a que se debían mis actos, pero después de pensar en mi pasado comprendí que lo único que hacia era justificarme ante los demás. Siempre me justificaba ante mi padre, mis nodrizas y ante todos... ahora seguía haciendo lo mismo.
La joven condesa me cuestionó mi marido me había dejado venir sola, sin compañía alguna. Además, añadió que al estar sola podríamos haber bailado con aquellos jóvenes y cenar con ellos.

-Mi señor esposo no ha encontrado a nadie quien pudiera acompañarme... y bueno él sabe que esta fiesta es oficial por lo que no le preocupa que pueda hacer algo incorrecto – Le expliqué a la dama – Por otra parte, me he negado a bailar porque era bastante nefasta para bailar y porque aunque mi señor esposo no me acompañase, no podía poner en peligro su reputación – Dije con una sonrisa.

La joven soltó una ligera risa cuando escuchó que yo hablaba de mi señor esposo. ¿Estaba fuera de lugar de mi esposo con gente desconocida? No conocía ninguna ética que prohibiera aquello... quizás era algo único de París, debía ser cuidadosa con ello. Sería mejor que preguntara a mi primo que era lo habitual en París para evitar confusiones.
La joven me mencionó que no tenía nada que temer pues el alcohol que se llega a ingerir en fiestas de ese calibre junto con las máscaras que todos llevábamos en dicha fiesta nadie conseguiría reconocer quien era. Me llevé la mano instintivamente hacia la máscara que llevaba en la cara. Que tonta, ¿como me había olvidado de ella? Bueno, la única justificación que tenía es que pocas veces eran las que llevaba una máscara puesta. La joven se interesó de pronto a que me refería con hacer algo incorrecto siendo vampiresa.

-Bueno... - Empecé – No me gustaría que los demás me vieran en compañía de caballeros desconocidos para mi y menos me gustaría si me vieran coqueteando con ellos, sería muy vergonzoso para mi. Al fin y al cabo aunque lleve máscara alguien podría reconocerme tanto por la voz como por los rasgos físicos quizás.

La joven de pronto se movió rápidamente. Sin embargo, yo conseguí ver sus movimientos. No sabría decir por qué, pero la joven se colocó detrás de mi. No me moví pues no lo creí necesario, dudaba que la joven me hiciera daño, no tenía motivos para ello, ¿no?
Sin saber muy bien el por qué, pero la joven me susurró al oído de que hablaba como una mortal siendo una muerta viviente, me propuso dejar el régimen tan estricto que tenían los humanos y que me entregara a la vida de la inmortalidad. Me sentí ciertamente incómoda, ¿por qué un vampiro debería comportarse diferente a un humano? ¿era realmente necesario aquello? ¿lo importante no era no destacar para que la gente no sospechara de nuestra inmortalidad y nos matara?
La joven me propuso disfrutar de la noche pues me proponía arriesgarme y venir con ella para disfrutar de la velada como debía de ser.

-Mi señora, no entiendo muy bien que quiere de mi – Le dije algo asustada - ¿No debemos comportarnos como humanos para no llamar la atención de la santa inquisición y de los cazadores? Estoy asustada, mi señora.

La joven no dejaba de afirmar que la inmortalidad se debía de disfrutar y que debía cazar. Era horrible. Lo que estaba escuchando era horrible. Empecé a entender el por qué los cazadores e inquisidores deseaban la pronta muerte de todos los seres sobrenaturales tales como los vampiros y los cambiaformas. Tragué saliva. Sentí unas ganas insaciables de marcharme de allí, la conversación me causaba negativas emociones sin tener en cuenta que el odio hacia mi misma crecía cada vez más.
Ni mencionarle a la joven dama que me encontraba asustada paro su insistencia. Veía el gran deseo de cambiar mis formas de pensar de la joven duquesa. ¿Sería muy de mala educación decirle que debía marcharme?
La joven me cuestionó como me alimentaba. Al menos había cambiado de tema de conversación ligeramente. Podría entretenerla hablando de aquello más que de la posibilidad de transformarme en un ser dispuesto a cazar y a matar a la primera oportunidad que se me ofeciera.

-Yo no cazo, mi señora – La informé – Tengo un primo viviendo en París, casi cada día me trae lo necesario para subsistir... desconozco la fuente de donde saca la sangre para alimentarme pues nunca se lo he cuestionado... pero lo suele traer en una especie de jarrones... yo jamás he cazado, mi señora – Hice una pausa – Lamento no satisfacer sus expectativas...

¿Seguiría insistiendo la joven dama para que cace y me alimente por mi misma o desistirá por fin creyendo que era un caso perdido? Esperaba que la segunda opción fuera su predilecta. No quería cazar, aún no estaba preparada para ello... no creo que lograra aquello jamás... Agradecía con todo mi corazón los servicios que me prestaba mi primo con respecto a mi alimentación y esperaba que siguiera ayudándome como ha hecho hasta ahora.

Después de mostrar claro desagrado a mis palabras por medio de expresiones faciales, la joven se limitó a comentarme que era dependiente y que me aconsejaba que no dejase de lado mi naturaleza para siempre y después de comentarme que pensara en el caso de que mi señor esposo me abandonase y que mi primo no pudiera traerme más alimento tendría que conseguirlo todo por mi misma pues era lo que era y que debía aprender a cazar por mi misma.

-En tal caso... - Opté por contestar cuando la joven se giro en dirección al palacio para volver a él – Lo más seguro es que me moriría y lo cierto es que no me importaría pues perdería el sentido de mi vida.

Me asusté por la facilidad que me suponía hablar de mi muerte, pero lo cierto es que no tenía una meta en mi vida, no tenía para que vivir. Más bien siempre había creído que nacer no había sido una buena opción pues nada más nacer había creado una tragedia por lo que, si pasaba todo lo que la joven decía, me lo tendría bien merecido y podría morir por fin pues ahora al menos tenía la meta de hacer mi papel de esposa más o menos decentemente.
La joven me comentó que no teníamos mucho en común mientras que me proponia volver al baile. Me temo que esa era la mejor opción o... podría marcharme. Ya había salido y tenía una excusa perfecta para irme... pero me habían invitado como invitada honorifica y tenía que quedarme hasta el final. Suspiré.

-Sí – Afirmé – Sería mejor que volvieramos.