AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Sombras vacilantes {Privado}
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Sombras vacilantes {Privado}
«Su cuerpo esculpido en la penumbra, era más pálido aún que la oscuridad que lo rodeaba.»
Los muros se erigen imponentes en la zona más estéril de la ciudad. Transitada sólo por los demonios y el recuerdo amargo de una batalla perdida, la vieja casona se viste de fantasmas ennegrecidos por el paso de tiempo. Los muebles han sido devorados por el constante desvarío de los años, de los siglos. La eternidad puede significar, en ocasiones, un simple suspiro. Pero cada noche, cuando el sol se esconde en el monocromático horizonte, los suspiros de Kerstin parecen ser el único eco en la desgastada tempestad que le rodea. Valientes los ha habido, queriendo poner a prueba el sentido común y la razón que les dicta la inexistencia de los sobrenatural, pero el lamento ensordecedor, triste, amargo, roto de la joven, ahuyenta a cualquier tipo de compañía y, en cuestiones de segundos, vuelve a quedarse completamente sola. Su claustro será el purgatorio. La luz, lentamente se extingue frente a ella.
Una vez más se para frente al espejo, cierra los ojos y cuenta mentalmente hasta 519, el número de años que lleva perezosa en el mundo mortal. Tanto tiempo esperándolo, tanto silencio contenido en una sola habitación, tanto dolor anidado en sus cabellos. Levanta la mirada y abre los ojos. Desencarnado, así es su rostro después que el tiempo la ha golpeado tantas veces, sus cuencas vacías son la recepción al abismo mortuorio del cual desea escapar con tanto fervor, pero aún en sus días más insoportables, ese llamado le hace retroceder sus pasos hacia la abertura en la obscuridad. «Él no vendrá» Inquiere una vocecilla en su cabeza. La ignora. El suspiro ahogado, hace que el viento le haga procesión, atraviesa cada rincón de la vieja casa, haciendo crujir los muebles abandonados –los pocos que han sobrevivido-, llenos de polvo, telarañas y los restos de las ratas. El cuervo golpea el cristal de la ventana. Un cristal ya roto igual que el alma escondida en el recóndito de la habitación, ahí, junto al baúl que encierra los recuerdos más felices y los mismos que ahora se pudren entre la amargura de una realidad hiriente. ¿Cuánto tiempo más? El que sea necesario.
Se dice que los fantasmas no necesitan dormir, no necesitan descansar, pero su quejumbroso cuerpo pesa más que cuando podía respirar. Tiene frío, padece de hambre, sufre de sed. ¿Cómo se supone debe alimentarse? El destruido piano resuena una vez más, los moradores reconocen el estado de la casa, saben que ella aún está ahí y, aunque le tienen miedo, compadecen su dolor. Las notas agridulces de la melodía mortuoria, se disfrazan de lamentos siniestros viajando en rededor del silencio. Ocupan el lugar del viento, transportando la pesadez de su existencia. Cada decrescendo, es una estocada al corazón. Las teclas están rotas, el arco está deshecho, el piano se sostiene sólo en dos patas y el polvo cubre las llaves de afinación. ¡Es imposible que ese viejo piano pueda crear la melodía que se escucha hasta el otro lado de la calle! Es ella. Las memorias que, desvanecidas en su imperfecta muerte, la golpean con la última noche que pasó cerca de su familia. Había tocado para ellos una alegre sonata y, aunque desea poder hacerlo de nuevo, sólo el réquiem sonaba. Sus dedos se mueven por las teclas, apenas acariciándoles, entonando un cántico fúnebre. Algo pasa en la entrada. Se detiene bruscamente colocando las palmas sobre las teclas, el sonido es desgarradoramente aterrador. Los pasos se aproximan hasta ella. «¡No es Luther!» El gruñido en su interior crece alimentado por su odio a la vida. Ruge. Se pone en pie, sus miedos, todos sus temores reviven con esa extraña visita, es como si…. ¡No, aún no es el aniversario de su muerte! El viento cambia de dirección, la temperatura desciende hasta los 0º. Los cristales sobrevivientes de las ventanas, comienzan a cubrirse por una fina capa de hielo… Sea quien sea, sufrirá de la tristeza amarga de la última Sigismund.
Una vez más se para frente al espejo, cierra los ojos y cuenta mentalmente hasta 519, el número de años que lleva perezosa en el mundo mortal. Tanto tiempo esperándolo, tanto silencio contenido en una sola habitación, tanto dolor anidado en sus cabellos. Levanta la mirada y abre los ojos. Desencarnado, así es su rostro después que el tiempo la ha golpeado tantas veces, sus cuencas vacías son la recepción al abismo mortuorio del cual desea escapar con tanto fervor, pero aún en sus días más insoportables, ese llamado le hace retroceder sus pasos hacia la abertura en la obscuridad. «Él no vendrá» Inquiere una vocecilla en su cabeza. La ignora. El suspiro ahogado, hace que el viento le haga procesión, atraviesa cada rincón de la vieja casa, haciendo crujir los muebles abandonados –los pocos que han sobrevivido-, llenos de polvo, telarañas y los restos de las ratas. El cuervo golpea el cristal de la ventana. Un cristal ya roto igual que el alma escondida en el recóndito de la habitación, ahí, junto al baúl que encierra los recuerdos más felices y los mismos que ahora se pudren entre la amargura de una realidad hiriente. ¿Cuánto tiempo más? El que sea necesario.
Se dice que los fantasmas no necesitan dormir, no necesitan descansar, pero su quejumbroso cuerpo pesa más que cuando podía respirar. Tiene frío, padece de hambre, sufre de sed. ¿Cómo se supone debe alimentarse? El destruido piano resuena una vez más, los moradores reconocen el estado de la casa, saben que ella aún está ahí y, aunque le tienen miedo, compadecen su dolor. Las notas agridulces de la melodía mortuoria, se disfrazan de lamentos siniestros viajando en rededor del silencio. Ocupan el lugar del viento, transportando la pesadez de su existencia. Cada decrescendo, es una estocada al corazón. Las teclas están rotas, el arco está deshecho, el piano se sostiene sólo en dos patas y el polvo cubre las llaves de afinación. ¡Es imposible que ese viejo piano pueda crear la melodía que se escucha hasta el otro lado de la calle! Es ella. Las memorias que, desvanecidas en su imperfecta muerte, la golpean con la última noche que pasó cerca de su familia. Había tocado para ellos una alegre sonata y, aunque desea poder hacerlo de nuevo, sólo el réquiem sonaba. Sus dedos se mueven por las teclas, apenas acariciándoles, entonando un cántico fúnebre. Algo pasa en la entrada. Se detiene bruscamente colocando las palmas sobre las teclas, el sonido es desgarradoramente aterrador. Los pasos se aproximan hasta ella. «¡No es Luther!» El gruñido en su interior crece alimentado por su odio a la vida. Ruge. Se pone en pie, sus miedos, todos sus temores reviven con esa extraña visita, es como si…. ¡No, aún no es el aniversario de su muerte! El viento cambia de dirección, la temperatura desciende hasta los 0º. Los cristales sobrevivientes de las ventanas, comienzan a cubrirse por una fina capa de hielo… Sea quien sea, sufrirá de la tristeza amarga de la última Sigismund.
Kerstin Sigismund- Fantasma
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Re: Sombras vacilantes {Privado}
« Soy una muñeca, con tus manos me puedes mover, ven y juega conmigo.»
La noche comenzaba a aparecer, los días se iban rápido, en aquel país que visitaba de paso, las horas no alcanzaban para nada. Había salido muy temprano para practicar alguno de los hechizos más recientes que me habían mandado a estudiar. Odiaba practicar, era algo que nunca me había gustado hacer, pero sabía que no podía escaparme de mis responsabilidades, además, ellos siempre sabían cuando yo practicaba o no lo hacía, por eso era mejor no escuchar sus regaños y reproches. La noche caia y yo dentro de ella me quedaba, cuando mire a mí alrededor, había terminado la ilusión, dándome cuenta de la tardanza del ensayo. No estaba tan lejos, así que no me preocupe mucho, media hora caminando y estaría en parís otra vez.
Mire el lugar, ya la luz comenzaba a desaparecer por completo, di unos pasos hasta llegar a un pequeño camino y mire a los dos lados. ¿Por dónde había llegado yo? Me pregunte buscando en mi memoria algún rasgo común de ese lugar, pero era el camino equivocado, estaba perdida… no sabía si al tomar hacia la derecha llegaría a algún lugar y mucho menos a donde me llevaría la izquierda. Me mordí el labio preocupada, ya comenzaba a desear volver a mi casa a dormir en mi cama. Dejo salir un puchero mientras me quejaba a mis adentros. No sabía qué camino tomar. A la final no pude tomar una decisión, me obligaron a hacerla, algunas gotas de lluvia comenzaron a caer y pronto una torrencial lluvia me mojaba por completo. Yo comencé a correr, no me acuerdo en qué dirección, solamente sabía que buscaba protegerme de la lluvia, me escondí entre algunas arboles en donde sus hojas eran grandes y no caía tanta lluvia, pero eso no me servía, mis pies comenzaba a estar lleno de barro que se formaba poco a poco
Comencé a correr nuevamente, hasta que escondido me encontré una mansión abandonada, estaba destrozada y prácticamente se caía a cada segundo, dude por unos segundos entrar, pero solamente fueron eso, unos segundos, corrí hacia la entrada posándome en ella, suspire aliviada al tener un techo en donde cubrirme, rápidamente abrí la puerta entrando sin mucha preocupación. Algunas góticas caían de mis cabellos y una que otra se concentraba en mi nariz, molestándome levemente. Había un sonido, algo triste, lúgubre en el lugar, parecía que alguien tocaba el piano ¿acaso ese lugar estaba habitado?. –¿Hola?- pregunte un poco alto, estaba nerviosa por entrar sin avisar, pero las notas del piano silenciaba mi voz. Comencé a andar, gracias a la música me guiaba para poder encontrar a la persona que habitaba ese lugar y pedirle permiso, pues no quería estar en un lugar donde no era bienvenida. Recordé que estaba lloviendo afuera, era mejor convencerla que tenía que quedarme allí, por al menos unas cuantas horas, hasta que la lluvia cesara, no haría nado, lo prometería.
Ya comenzaba a acercarme, mis pies mojados tocaban el piso polviriento, pronto los sonidos del piano se detuvieron abruptamente, eso hizo que me exaltara ¿se habría dando cuenta de mi presencia? Mire alrededor, estaba todo horrible –necesita una mujer de aseo en esta casa- dije casi en broma, pues la casa ya no tenía remedio o eso pensaba yo. –Ah?- mi aliento sale de mi boca, lo puedo ver, me sorprendo y pronto siento como la temperatura comienza a bajar, yo estaba mojada, comencé a temblar como gelatina. -¿Qué sucede aquí?- me pregunte mirando las ventanas que comenzaban a cubrirse con una pequeña escarcha.
Fruncí el ceño levemente –Un fantasma- susurre –Genial… - dije luego mientras me trataba de cubrir con mis manos y mi mentón estaba chocando y temblando –Mira, deja de hacer esto o te encerrare en un frasco con piedras y te lanzare a un rio, en donde nunca más vas a salir- exclame algo molesta, pues me estaba muriendo de frio en esos momentos… -Hablo en serio- añadí muy seria, algo que era extraño en mi.
Park Cloud- Hechicero Clase Alta
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Re: Sombras vacilantes {Privado}
«Encarar al diablo, morir mientras susurra con debilidad el nombre de todos los miedos; el reflejo.»
Las sombras, parecen absorber la luz de los relámpagos en las lejanías. Los tonos blancos de los efímeros destellos, no alcanzan a flamear el tiempo suficiente para observar cada rincón que compone la siniestra estructura añeja. Kerstin, siendo su hogar, su único refugio durante los últimos siglos, conoce perfectamente la casa. Percibe el peso de la intrusa sobre la madera, como si esta estuviese caminando encima de ella; la humedad que gotea de ella, es una confirmación de su extrañeza al lugar. Esta lejos de casa. El temor alimenta a los demonios y, en un principio, ella lo tuvo, pero ahora. El fantasma sonríe. Su amenaza le tiene sin cuidado. No aquí, no ahora y no después de tanto tiempo. Nadie puede separarla de su ancla a este mundo, ni siquiera dios había podido mostrarle la luz. Ruge. Su esencia se pierde en la atmósfera, casi como si se tratara del humo negro saliendo por la chimenea de una casa, así mismo, su aura se desvanece en el aire.
No es la primera vez que alguien se entromete en la mansión y sabe no será la última. Carraspea para aclarar la garganta y dejar que las palabras fluyan a través de ella. No desea hacerse visible, pues ha detectado el calor hiriente de la mujer. Demasiado cálido para ser un hombre, además, el pode que yace en ella, le llama de forma atrayente. Es como si fuese un imán y Kerstin simplemente un objeto de hierro. ¡No! Se dirige hasta el lugar donde se encuentra el objeto de su posesión y lo toma entre sus manos. Lo arrastra por todo el lugar hasta llegar a su sepulcro y hundirlo en la lápida con el nombre de sus hermanos. En ese lapso, la casa se liberó de su presencia por completo, liberando a la mujer del frío que influjo en ella. Efímero, pero suficiente para hacer entrar en razón a Kerstin. De pie frente al monolito de piedra, golpea su cien enfebrecida por el asco de su dolor. Su boca le sabe amarga. No teme de la mujer dentro de su casa, pero no quería estar en el mismo lugar que alguien, a quien sí le latía el corazón y cuerpo sangrante. En ese preciso momento, toda la ira contenida durante una eternidad, se volcó contra la joven intrusa. Kerstin fue débil con su verdugo, no pudo defender a sus hermanos y aún ahí, con todos los visitantes, no ha tenido la fuerza para asesinarlos… ¿Por qué habría de dejarlos con vida, si ellos solo se burlaban de ese pasajero estado? Entró a la casa de nuevo.
-No deberías estar aquí.- Dice con su tono seco en la voz. Fría, distante, indiferente. La lluvia cae detrás de ella mientras empapa su vestido azul. El suelo se tiñe de púrpura, limpiando la suciedad de la tierra en Kerstin y, por supuesto, deslavando las manchas de sangre a la altura de su pecho y cuello. Cadavérica. El fantasma se materializa frente a la bruja como quedó su cuerpo mancillado después de su muerte. Ojos completamente en blanco y la cabeza, la cabeza de Kerstin sujeta a una de sus manos. Con las vértebras colgando completamente maltrechas, sangrantes y frescas. Una visión como tan momentánea, como si la hubiesen decapitado en ese preciso momento. El fantasma arroja la cabeza por el suelo, rueda y se detiene frente a la bruja con la mirada fija en ella. –Yo también hablo enserio. No deberías estar aquí- El cuerpo de Kerstin desaparece en medio de la intensa oscuridad al unísono en que un trueno estrepitoso resuena al otro lado del campo. Un relámpago más y, la cabeza del fantasma, se funde en el piso, dejando sólo su ya contaminada mancha oscura, como si hubiese ardido el fuego, creando las cenizas en las tablillas. –Vete o tendrás el mismo final que yo- No, a diferencia de la bruja, la amenaza no es sólo una exclamación de enfado. Hay algo mucho más perverso detrás de sus palabras, casi como si la joven infranqueable que alguna vez existió en su cuerpo, hubiese sido corrompida por ente maldito. Así es, la venganza, el odio y la agonía.
No es la primera vez que alguien se entromete en la mansión y sabe no será la última. Carraspea para aclarar la garganta y dejar que las palabras fluyan a través de ella. No desea hacerse visible, pues ha detectado el calor hiriente de la mujer. Demasiado cálido para ser un hombre, además, el pode que yace en ella, le llama de forma atrayente. Es como si fuese un imán y Kerstin simplemente un objeto de hierro. ¡No! Se dirige hasta el lugar donde se encuentra el objeto de su posesión y lo toma entre sus manos. Lo arrastra por todo el lugar hasta llegar a su sepulcro y hundirlo en la lápida con el nombre de sus hermanos. En ese lapso, la casa se liberó de su presencia por completo, liberando a la mujer del frío que influjo en ella. Efímero, pero suficiente para hacer entrar en razón a Kerstin. De pie frente al monolito de piedra, golpea su cien enfebrecida por el asco de su dolor. Su boca le sabe amarga. No teme de la mujer dentro de su casa, pero no quería estar en el mismo lugar que alguien, a quien sí le latía el corazón y cuerpo sangrante. En ese preciso momento, toda la ira contenida durante una eternidad, se volcó contra la joven intrusa. Kerstin fue débil con su verdugo, no pudo defender a sus hermanos y aún ahí, con todos los visitantes, no ha tenido la fuerza para asesinarlos… ¿Por qué habría de dejarlos con vida, si ellos solo se burlaban de ese pasajero estado? Entró a la casa de nuevo.
-No deberías estar aquí.- Dice con su tono seco en la voz. Fría, distante, indiferente. La lluvia cae detrás de ella mientras empapa su vestido azul. El suelo se tiñe de púrpura, limpiando la suciedad de la tierra en Kerstin y, por supuesto, deslavando las manchas de sangre a la altura de su pecho y cuello. Cadavérica. El fantasma se materializa frente a la bruja como quedó su cuerpo mancillado después de su muerte. Ojos completamente en blanco y la cabeza, la cabeza de Kerstin sujeta a una de sus manos. Con las vértebras colgando completamente maltrechas, sangrantes y frescas. Una visión como tan momentánea, como si la hubiesen decapitado en ese preciso momento. El fantasma arroja la cabeza por el suelo, rueda y se detiene frente a la bruja con la mirada fija en ella. –Yo también hablo enserio. No deberías estar aquí- El cuerpo de Kerstin desaparece en medio de la intensa oscuridad al unísono en que un trueno estrepitoso resuena al otro lado del campo. Un relámpago más y, la cabeza del fantasma, se funde en el piso, dejando sólo su ya contaminada mancha oscura, como si hubiese ardido el fuego, creando las cenizas en las tablillas. –Vete o tendrás el mismo final que yo- No, a diferencia de la bruja, la amenaza no es sólo una exclamación de enfado. Hay algo mucho más perverso detrás de sus palabras, casi como si la joven infranqueable que alguna vez existió en su cuerpo, hubiese sido corrompida por ente maldito. Así es, la venganza, el odio y la agonía.
Kerstin Sigismund- Fantasma
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Re: Sombras vacilantes {Privado}
Los susurros de la noche, son melodías de las almas perdidas…
Me podría ver como alguien miedosa, inexperta, lejos de lo que muchas personas dirían que es un mago exitoso, pero la verdad es que mis poderes eran fuertes, naturalmente talentosa, tenía una protección innata que nacía dentro de mí y que no dejaba que nada malo me sucediera, mientras iba creciendo, iba comprendiendo que era algo natural sentir miedo al estar cerca de mí, pero nada me molestaba ya, era algo asustadiza, podría gritar como una niña, exaltarme y hasta chillar un poco, pero me habían enseñado a mantenerme siempre firme, pues muchos antepasados estaban detrás de mí, como filas de ejercito manteniéndose a mi disposición a mis servicios.No tenía la culpa de haber llegado a ese lugar, me había gustado mucho aquel país, lo había visitado por cuestiones vánales, buscaba diversión y algo de distracción de parís, su gente era cálida o lo habían llegado a ser luego de un tiempo, no me gustaba beber mucho, a ellos parecía encantarle, pero ahora estaba lejos de la calidez de aquella posada en donde me hospedaba, lejos de aquellas personas que me sonreían y se volvían como padres al ver a una persona tan frágil como yo. Aquella presencia debía entender que no me iría, al menos hasta que lo viera conveniente. El frio dejo de molestarme, de azotar mi cuerpo, rápidamente el calor de mi cuerpo se hizo presente y pude suspirar aliviada de que aquel sufrimiento.
-…- no duro mucho. Puede oír su voz hablada, una voz lejana y sobrenatural, mi cuerpo se exalto rápidamente, dejando salir un jadeo precipitado y mi corazón disparándose. Los truenos me hacen sentir que me dejaran sorda, no pensaba que este clima podría azotar en este lugar tan bello, mire hacia los lados, no podía ver muy bien, pero luego manchas de sangre aparecieron en el piso y una figura a lo lejos del pasillo apareció, pero no tenia cabeza, quise gritar, pero nada salió de mi garganta. La cabeza rodo hasta donde estaba yo, llegando a mis pies. –AHH…- salte, creo que la patee, pero no percibí la sensación de tocar algo, por suerte pude controlar mi grito tapándome la boca. Las bromas de los fantasmas siempre eran algo pesadas. En mi hogar siempre vivía con ellas, pero claro estas nunca llegaban a hacer más que una caída inocentona de tu parte.
Mi respiración se tranquilizo, mientras completaba a la cabeza, mientras más la detallaba el miedo se iba, desaparecía de mi, pero un estruendo me hace estremecer y todo desaparece, como si hubiera sido un simple sueño, una ilusión provocada por uno de sus maestros… escuche las últimas palabras para luego sentir un silencio terrible. ¿Un final igual que el de ella? no gracias, no estaba interesada en morir aun me gustaba la vida y demasiado como para querer que llegara a un final.
De mi salió una risa, no me estaba burlando de ella, estaba nerviosa, me alce los hombros y suspire para que todo se fuera, yo era una bruja, aquello una entidad que si no quería colaborar, simplemente podría ignorar -¿Tu…?- susurre, sabiendo que estaba por allí escuchándome, mirando los pasos que daba. -¿Quién me hará lo que te han hecho?- pregunte curiosa –Tu eres un ser que es débil ante mi… no deberías estar amenazando- camine hasta llegar a una habitación, parecía tener una vela, algo añeja, pero creo que aun serbia, la oscuridad no me dejaba ver bien y no había luna que me ayudara a ver con su luz -¿Estás aquí tu sola?- le pregunte –No vine a molestar, como llegue me iré… solamente quiero pasar un rato hasta que la tormenta pase- solamente esperaba que pudiera razonar con aquel ser, aunque sería difícil, lo sabia-me imagino que extrañas a tu familia… te entiendo, se cómo es eso…- me quede en el umbral de la puerta, apoyándome en aquel lugar mientras suspiraba suavemente –No se tu dolor, nunca lo comprenderé completamente, pero hay situaciones similares, que pueden dar los mismos sentimientos, algunos más intensos que otros-
Park Cloud- Hechicero Clase Alta
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Re: Sombras vacilantes {Privado}
«Si no sabes que decir, mejor cállate.»
¿Cuál es el error más común de la humanidad? Negarse a aceptar la realidad, no estaba lejos de ser la respuesta correcta a la cuestión, sin embargo, la pregunta es demasiado subjetiva y cualquiera puede responderla basados en su juicio; la ocasión en la que Kerstin se ha visto enredada, responde a la negación.
La jovencita no pretende irse, lo ha dejado claro. Su risa, sus modales y el movimiento involuntario de su cuerpo. El fantasma ha estado en esa casa por más de cinco siglos, conoce su suerte, sabe exactamente qué es lo que debe hacer para ahuyentar a todos los curiosos que se aproximen a su propiedad. Ignora sus palabras sobre la debilidad y espera con impaciencia a que se trague el cuento y termine enloqueciendo como los demás. Todo su dolor, todo su coraje, la desesperación y la angustia, serían absorbidos por la bruja y, sólo entonces, entendería que esa casa no es rentable ni siquiera para pasar una noche aparcados de la tormenta.
Kerstin se esfuerza por mantenerse merodeando entre las sombras, perdiéndose con lo vacilante del viento y la briza colándose sobre las lozas rotas y los cristales agrietados. Afuera, el clima comienza a empeorar y el crepitar de la lluvia se hace más fuerte, como estuviesen arrojando pequeñas rocas a la frágil estructura de la casa. Áspero, violento, frío.
El fantasma pudo haber soportado su compañía si la pequeña bruja hubiese permanecido en silencio, pero no fue así. «¿Extrañas a tu familia, cierto?» Se supone que después de tanto tiempo observando el deterioro de su hogar, el dolor disminuiría porque al pasar de los años, las heridas curan; la agonía de la pelinegra es la misma que en la noche que despertó completamente sola en la habitación donde perdió la vida.
Que alguien se lo recuerde, no sólo enardece su tristeza, si no que alimenta la cólera sobre una venganza que jamás llegará. Tiene que desquitarse como sea, con quien sea.
Aparece frente a la joven, su mirada es aterradora, desencarnada y famélica. Mira fijamente su rostro, las perlas oscuras de sus ojos han devorado por completo lo blanco de estos y ahora se encuentran completamente negros. Detrás de la bruja, un trozo de madera estalla en miles de pedazos anunciando el poder que el fantasma posee, advirtiendo que las apariencias engañan, que no podrá regresar.
-¿Cuántos fantasmas más puedes ver?- Su voz deja eco en los alrededores, pero el fantasma esta ahí, flotando frente a la mujer. La marca enrojecida de su cuello sangra. Sus cabellos se enredan por detrás de su espalda, sus manos caen al costado de su torso. Si pudiera llorar, lo haría.
-¿Ninguno?- Sonríe de medio lado. Esa mueca característica y siniestra en los labios de un demonio. En otra vida, Kerstin habría acogido a la muchacha, prestado de sus ropas para que se secase, la habría alimentado con algo que ella misma preparó. Seguramente incluso, se la hubiese presentado a su hermano, y rogado que se quedara hasta que su familia la pudiese regresar a casa, sana y salva. Todo eso quedó en el pasado, atrapado en una muerte trágica.
-¿Qué sucesos?- Kerstin no está interesada realmente en la respuesta de la chica, ni siquiera le presta la debida atención. Es sólo que…. A veces el silencio puede ser el más terrible de los ruidos, molesto, infame, insoportable.
-Aléjate de ese lugar. Se derrumbará- Advierte. El viento cada vez se comporta más y más salvaje, como si quisiese despertar a la montaña que duerme perezosa y rompe con sus cuchillas, imponiéndose sobre él, demostrando que por más que éste sople, ella no se inmutará.
La jovencita no pretende irse, lo ha dejado claro. Su risa, sus modales y el movimiento involuntario de su cuerpo. El fantasma ha estado en esa casa por más de cinco siglos, conoce su suerte, sabe exactamente qué es lo que debe hacer para ahuyentar a todos los curiosos que se aproximen a su propiedad. Ignora sus palabras sobre la debilidad y espera con impaciencia a que se trague el cuento y termine enloqueciendo como los demás. Todo su dolor, todo su coraje, la desesperación y la angustia, serían absorbidos por la bruja y, sólo entonces, entendería que esa casa no es rentable ni siquiera para pasar una noche aparcados de la tormenta.
Kerstin se esfuerza por mantenerse merodeando entre las sombras, perdiéndose con lo vacilante del viento y la briza colándose sobre las lozas rotas y los cristales agrietados. Afuera, el clima comienza a empeorar y el crepitar de la lluvia se hace más fuerte, como estuviesen arrojando pequeñas rocas a la frágil estructura de la casa. Áspero, violento, frío.
El fantasma pudo haber soportado su compañía si la pequeña bruja hubiese permanecido en silencio, pero no fue así. «¿Extrañas a tu familia, cierto?» Se supone que después de tanto tiempo observando el deterioro de su hogar, el dolor disminuiría porque al pasar de los años, las heridas curan; la agonía de la pelinegra es la misma que en la noche que despertó completamente sola en la habitación donde perdió la vida.
Que alguien se lo recuerde, no sólo enardece su tristeza, si no que alimenta la cólera sobre una venganza que jamás llegará. Tiene que desquitarse como sea, con quien sea.
Aparece frente a la joven, su mirada es aterradora, desencarnada y famélica. Mira fijamente su rostro, las perlas oscuras de sus ojos han devorado por completo lo blanco de estos y ahora se encuentran completamente negros. Detrás de la bruja, un trozo de madera estalla en miles de pedazos anunciando el poder que el fantasma posee, advirtiendo que las apariencias engañan, que no podrá regresar.
-¿Cuántos fantasmas más puedes ver?- Su voz deja eco en los alrededores, pero el fantasma esta ahí, flotando frente a la mujer. La marca enrojecida de su cuello sangra. Sus cabellos se enredan por detrás de su espalda, sus manos caen al costado de su torso. Si pudiera llorar, lo haría.
-¿Ninguno?- Sonríe de medio lado. Esa mueca característica y siniestra en los labios de un demonio. En otra vida, Kerstin habría acogido a la muchacha, prestado de sus ropas para que se secase, la habría alimentado con algo que ella misma preparó. Seguramente incluso, se la hubiese presentado a su hermano, y rogado que se quedara hasta que su familia la pudiese regresar a casa, sana y salva. Todo eso quedó en el pasado, atrapado en una muerte trágica.
-¿Qué sucesos?- Kerstin no está interesada realmente en la respuesta de la chica, ni siquiera le presta la debida atención. Es sólo que…. A veces el silencio puede ser el más terrible de los ruidos, molesto, infame, insoportable.
-Aléjate de ese lugar. Se derrumbará- Advierte. El viento cada vez se comporta más y más salvaje, como si quisiese despertar a la montaña que duerme perezosa y rompe con sus cuchillas, imponiéndose sobre él, demostrando que por más que éste sople, ella no se inmutará.
Kerstin Sigismund- Fantasma
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