AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Moraleja (Libre)
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Moraleja (Libre)
Demencia; sinceridad; engrandecimiento; divinidad; ruptura; visceralidad; renegación. Violentos; prófugos; particularistas. Pureza. Individuo.
Las palabras danzaban en la mente del escandinavo tal y como él mismo se dejaba llevar de un surco del sembrado a otro por esas piernas que saltaban y brincaban sin ton ni son aparentes, pero que cuyo ritmo tenía cierta concordancia con el de sus propios pensamientos. Y estos, tampoco estaban tan errados y, por descontado, tampoco eran aleatorios; eso era algo de lo que estaba seguro. No comprendía aún la relación entre todos ellos, pero era consciente de que los buenos conjuntos no se presentan desvelados, sino como incógnitas cuyas piezas uno debe unir para completar el rompecabezas. Así pues, lo único que tenía eran divagaciones que iban y venían por gracia divina y que se evaporaban de su mente tan sólo dejando esa impresión general que, a último término, debieran valer para dar respuesta a cualquier misterio. En ello tenía fe y de ello tenía inequívoco conocimiento.
El hombre correteaba arrítmicamente alrededor de la hoguera que había encendido para combatir la oscuridad y, sobretodo, el fuego de la noche; o, quizás, lo había hecho sin motivo alguno, tan sólo porque quería, ya no alcanzaba a recordarlo. El hecho era que se comportaba como lo que era, un loco, pero cualquiera que lo viese, y que no se acercase lo suficiente como para notar la ausencia del perfume del alcohol, pensaría que tan sólo se encontraba ebrio. Era una excusa sencilla, pero fácilmente creíble y que le garantizaría gran libertad de movimiento. Soltó una sonora carcajada ante la mera idea de utilizarla y sus movimientos se volvieron tan exagerados que terminó resbalando y cayendo al suelo.
- Te contaré una historia. Sí, te contaré una historia – prometió a un oyente invisible -. Te contaré una historia que pasó hace mucho tiempo. Una historia que me contó el mismo protagonista - y, entonces, se percató de la ausencia de su necesario público, por lo que se puso en pie - ¿Dónde estás? – gritó alterado - ¡Ven! ¡Te voy a contar una historia!
¿Dónde estaban? ¿A dónde habían ido? ¿Es que alguna vez había habido alguien allí a parte de él? Y, si la respuesta era negativa, ¿por qué quería contar una historia? Ni sabía las respuestas ni quería conocerlas. Lo único que sabía era que quería contar una historia y que la contaría, aunque tuviera que dibujar a su espectador en el suelo o que tuviera que hacer que el aire dejase de soplar para prestarle atención. La rata en algún lugar desconocido de su abrigo, aquella por la que, según él, su hermano le hablaba, no le servía, pues ya conocía lo que tenía que decir.
- Ven, ven. No te haré daño; tan sólo quiero que escuches. – insistió una última vez, utilizando un tono más suave con la intención de no asustar a cualquiera que quisiera acercarse a él.
Las palabras danzaban en la mente del escandinavo tal y como él mismo se dejaba llevar de un surco del sembrado a otro por esas piernas que saltaban y brincaban sin ton ni son aparentes, pero que cuyo ritmo tenía cierta concordancia con el de sus propios pensamientos. Y estos, tampoco estaban tan errados y, por descontado, tampoco eran aleatorios; eso era algo de lo que estaba seguro. No comprendía aún la relación entre todos ellos, pero era consciente de que los buenos conjuntos no se presentan desvelados, sino como incógnitas cuyas piezas uno debe unir para completar el rompecabezas. Así pues, lo único que tenía eran divagaciones que iban y venían por gracia divina y que se evaporaban de su mente tan sólo dejando esa impresión general que, a último término, debieran valer para dar respuesta a cualquier misterio. En ello tenía fe y de ello tenía inequívoco conocimiento.
El hombre correteaba arrítmicamente alrededor de la hoguera que había encendido para combatir la oscuridad y, sobretodo, el fuego de la noche; o, quizás, lo había hecho sin motivo alguno, tan sólo porque quería, ya no alcanzaba a recordarlo. El hecho era que se comportaba como lo que era, un loco, pero cualquiera que lo viese, y que no se acercase lo suficiente como para notar la ausencia del perfume del alcohol, pensaría que tan sólo se encontraba ebrio. Era una excusa sencilla, pero fácilmente creíble y que le garantizaría gran libertad de movimiento. Soltó una sonora carcajada ante la mera idea de utilizarla y sus movimientos se volvieron tan exagerados que terminó resbalando y cayendo al suelo.
- Te contaré una historia. Sí, te contaré una historia – prometió a un oyente invisible -. Te contaré una historia que pasó hace mucho tiempo. Una historia que me contó el mismo protagonista - y, entonces, se percató de la ausencia de su necesario público, por lo que se puso en pie - ¿Dónde estás? – gritó alterado - ¡Ven! ¡Te voy a contar una historia!
¿Dónde estaban? ¿A dónde habían ido? ¿Es que alguna vez había habido alguien allí a parte de él? Y, si la respuesta era negativa, ¿por qué quería contar una historia? Ni sabía las respuestas ni quería conocerlas. Lo único que sabía era que quería contar una historia y que la contaría, aunque tuviera que dibujar a su espectador en el suelo o que tuviera que hacer que el aire dejase de soplar para prestarle atención. La rata en algún lugar desconocido de su abrigo, aquella por la que, según él, su hermano le hablaba, no le servía, pues ya conocía lo que tenía que decir.
- Ven, ven. No te haré daño; tan sólo quiero que escuches. – insistió una última vez, utilizando un tono más suave con la intención de no asustar a cualquiera que quisiera acercarse a él.
Bjørge Ødegård- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 26/03/2013
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Re: Moraleja (Libre)
¨La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma¨.
Goethe
Goethe
Se despertó en un lugar de vegetación espesa, en realidad no sabía dónde, un bosque quizás? Quién sabe, jamás había estado allí, así como no recordaba el por qué y el hecho de despertar desnuda en medio de lo que ella denominaría la ¨nada¨. Miro hacia ambos lados confundida mientras se limpiaba de su cuerpo de la tierra donde quien sabe por cuánto tiempo estuvo tirada…mientras caminaba a paso lento sosteniéndose de uno que otro árbol debido a los extraños vértigos. Unos pasos más adelante su mente empezó a disparar imágenes tan rápido en su psiquis que le dolía hasta e extremo de caer nuevamente en el suelo, recuerdos de ella, de un animal, corriendo cazando matando…si otra vez aquella transformación.
Desde la primera vez, aun siendo una pequeña, que su cuerpo sucumbió dejándose llevar por el instinto supo que no era una persona normal, creyó que era diferente, que estaba maldita o que quizás era un demonio, un ser oscuro. En parte era así, un ser oscuro si era, un ser demente con tendencias sádicas, y crueles…el dolor, la sangre y la crueldad en el mundo era algo que le brindaba placer, muchas en el burdel le tildaban de loca y enferma, las prostitutas no llevan ese nombre por nada, son vulgares y sucias en su vocabulario aunque delante de los clientes pretendan ser lo más finas que pueden. Aun así, jamás dejarían de ser lo que son, se quejaban de un trabajo que en el fondo disfrutaban y no eran capaces de ir más allá de los límites para comprender la naturaleza de su cuerpo o la razón del ser. Ella por el contrario quería conocer todo, aun si era necesario usar el método más inusual; no solo en el brindar y sentir placer, también en su oficio de matona.
El dolor había cesado, solo quedaban unas leves punzadas, pero ya sabía que había ocurrido, solo que no su ubicación aun era un misterio estaba y como conseguiría ropa. Aunque bueno ese no era el gran problema, llegaría a parís desnuda. La vergüenza en su vocabulario no existía. El claro de la luna la llevo a un desierto sendero, siguió caminando y caminado hasta que una ráfaga del viento trajo consigo el olor de frutas, hortalizas y tierra arada, no se ubicaba muy bien pero sabía que estaba muy lejos de parís, la noche era fría, aun bajo su condición cambiante podía sentir el frio e sus huesos, estaba segura que llevaba allí un muy buen tiempo. Siguiendo aquel sendero, y sin lugar a dudas cavilando entre las oscuras mazmorras de su memora cual sería el orden de los suceso pero estos fueron interrumpidos por el murmullo de una voz, una voz que no estaría muy lejos, la siguió y la siguió hasta que allí en medio de maleza el fuego brillaba y alguien alrededor de el revoloteaba como un insecto atraído hacia la luz. Roxanne desde la sombras observaba el espectáculo con mucha curiosidad, lo había confundido quizás con un ritual que ciertas personas hacen a los astros o elementos, pero mientras más escuchaba y observaba sus movimientos sabía que no aquello no era, el olor a alcohol inundo sus fosas nasales, el hombre seguro era un ebrio un indigente, sin embargo seguro q traía algo de dinero y además tenía licor, algo muy útil para espantar el frio.
-Déjame contarte una historia, déjame contarte una historia!¨ era lo que aquel hombre gritaba al viento como si este se hubiera personificado en su público. Como si no se diera cuenta de que estaba solo. Lo que era muy raro pues el hombre siempre tiende a sentirse solo aun en medio de una multitud, algo que sin duda, mas allá de las palabras suaves que este utilizaba, le invito a acercarse aun sin este percatarse de su presencia, la felina salió de su escondite entre la maleza , quería saber que tenía el que contar, se sabe que la curiosidad mato al gato, peo esa gata sentia muchas mañas.
-Yo quiero escuchar la historia-Dijo con ese tono profundo y bajo de su voz mientras el cuerpo desnudo y sucio de tierra se descubría entre la maleza y se acercaba al fuego, su mirada felina se cavo en a ajena expectante.-De que trata? Y cuál es su insistencia por darla a conocer? –ladeo el rostro mirándole mientras rodeaba el fuego buscando un lugar para sentarse.
Desde la primera vez, aun siendo una pequeña, que su cuerpo sucumbió dejándose llevar por el instinto supo que no era una persona normal, creyó que era diferente, que estaba maldita o que quizás era un demonio, un ser oscuro. En parte era así, un ser oscuro si era, un ser demente con tendencias sádicas, y crueles…el dolor, la sangre y la crueldad en el mundo era algo que le brindaba placer, muchas en el burdel le tildaban de loca y enferma, las prostitutas no llevan ese nombre por nada, son vulgares y sucias en su vocabulario aunque delante de los clientes pretendan ser lo más finas que pueden. Aun así, jamás dejarían de ser lo que son, se quejaban de un trabajo que en el fondo disfrutaban y no eran capaces de ir más allá de los límites para comprender la naturaleza de su cuerpo o la razón del ser. Ella por el contrario quería conocer todo, aun si era necesario usar el método más inusual; no solo en el brindar y sentir placer, también en su oficio de matona.
El dolor había cesado, solo quedaban unas leves punzadas, pero ya sabía que había ocurrido, solo que no su ubicación aun era un misterio estaba y como conseguiría ropa. Aunque bueno ese no era el gran problema, llegaría a parís desnuda. La vergüenza en su vocabulario no existía. El claro de la luna la llevo a un desierto sendero, siguió caminando y caminado hasta que una ráfaga del viento trajo consigo el olor de frutas, hortalizas y tierra arada, no se ubicaba muy bien pero sabía que estaba muy lejos de parís, la noche era fría, aun bajo su condición cambiante podía sentir el frio e sus huesos, estaba segura que llevaba allí un muy buen tiempo. Siguiendo aquel sendero, y sin lugar a dudas cavilando entre las oscuras mazmorras de su memora cual sería el orden de los suceso pero estos fueron interrumpidos por el murmullo de una voz, una voz que no estaría muy lejos, la siguió y la siguió hasta que allí en medio de maleza el fuego brillaba y alguien alrededor de el revoloteaba como un insecto atraído hacia la luz. Roxanne desde la sombras observaba el espectáculo con mucha curiosidad, lo había confundido quizás con un ritual que ciertas personas hacen a los astros o elementos, pero mientras más escuchaba y observaba sus movimientos sabía que no aquello no era, el olor a alcohol inundo sus fosas nasales, el hombre seguro era un ebrio un indigente, sin embargo seguro q traía algo de dinero y además tenía licor, algo muy útil para espantar el frio.
-Déjame contarte una historia, déjame contarte una historia!¨ era lo que aquel hombre gritaba al viento como si este se hubiera personificado en su público. Como si no se diera cuenta de que estaba solo. Lo que era muy raro pues el hombre siempre tiende a sentirse solo aun en medio de una multitud, algo que sin duda, mas allá de las palabras suaves que este utilizaba, le invito a acercarse aun sin este percatarse de su presencia, la felina salió de su escondite entre la maleza , quería saber que tenía el que contar, se sabe que la curiosidad mato al gato, peo esa gata sentia muchas mañas.
-Yo quiero escuchar la historia-Dijo con ese tono profundo y bajo de su voz mientras el cuerpo desnudo y sucio de tierra se descubría entre la maleza y se acercaba al fuego, su mirada felina se cavo en a ajena expectante.-De que trata? Y cuál es su insistencia por darla a conocer? –ladeo el rostro mirándole mientras rodeaba el fuego buscando un lugar para sentarse.
Roxanne1- Cambiante Clase Baja
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Re: Moraleja (Libre)
Aquel día se había despertado temprano, como acostumbraba en aquellas ocasiones en las que quería sentirse acostumbrado a ello, pero se había dormido apenas dos horas después, terminando por descansar más de lo que debiera y durmiendo hasta apenas una hora antes del ocaso. Y tampoco entonces había logrado despegarse de las sábanas, pues su cuerpo se había malacostumbrado a la inactividad del sueño y, como resulta normal, sus músculos no reaccionaron bien, perezosos, ante sus vagos deseos de levantarse. Por lo tanto, fue la noche la que acogió por completo su consciencia y quizás fuese esa la principal razón de aparentar ebriedad sin haber probado una gota de alcohol en la última semana; quizás fuese esa la razón de su demencia, la cual tendía a presentarse tan arbitrariamente que la búsqueda de las causas resultaría una completa pérdida de tiempo: a cualquier teoría elaborada surgiría un nuevo condicionante que echase por suelo la hipótesis.
Hacía años algunos habían intentado comprender a los hermanos, salvarles del mal que llevaban dentro, bien fuera expulsando al supuesto demonio o a aquella aflicción física que les atormentara. En un principio Bjørge sintió miedo, miedo de que le arrebataran esa cuestión hacía la que había desarrollado un fuerte aprecio, pero su hermano logró tranquilizarlo, pues el párroco no hubiera podido exorcizarles, dado que su locura era obra divina. Con el paso del tiempo perdió el respeto a aquellas eminencias y, azuzado por sus deseos de divertirse, jugaba a confundirles. Echaba de menos hacerlo; echaba de menos al Morten de antes, el que aún conservaba su forma humana.
Estaba a punto de darse por vencido de encontrar a sus antiguos e inventados oyentes y dispuesto a fabricarse los suyos propios cuando, de pronto, algo que no se hubiera esperado le sorprendió. Una voz le contestó y, de alguna forma, supo que era una voz real; luego desechó esa propiedad, pues, ¿qué no era ciertamente real? Lo que le resultó curioso fue, precisamente, que ya estaba dirigiendo su mente hacia otros menesteres cuando aquella mujer apareció de la nada, haciendo inútiles sus intenciones; de hecho también llegó a considerar que ella fuese la única invención precisamente por contradecir sus pretensiones. Fuera como fuese, no tardó en asimilar la nueva realidad y en aceptarla sin darle mayor importancia. Estaba desnuda, lo cual supuso motivo de desconcierto para él, aunque no por la ausencia de ropa sobre ella, sino, precisamente, porque, de pronto, notaba que la suya le resultaba harto incómoda.
- ¿Quiere escuchar? – murmuró él con su marcado acento, clavando sus pupilas en las de ella para, sin pudor alguno recorrer el cuerpo de la muchacha, parte por parte, sin saltarse nada que quedara a simple vista – Pero no es justo. Espere – hizo un fugaz puchero antes de comenzar a desabrocharse la camisa para dejarla junto al abrigo que había llevado, a lo que siguió el resto de prendas, de las que se deshizo de manera torpe a causa de las prisas. El cuerpo que reveló resultó ser pálido y, sin ser demasiado fornido, lejos de la escualidez, pues ni acostumbraba a un ejercicio metódico ni a pasar hambre muy a menudo. Luego, miró durante unos segundos al fuego, con el ceño fruncido, para terminar considerando que las crecidas llamas no eran lo suficientemente grandes, por lo que terminó añadiendo un par de troncos más a la hoguera -. Así está mejor – se limpió las manos sonriendo satisfecho -. Siéntese, siéntese, ¿quiere beber? ¿Comer? Sírvase usted misma – le ofreció indicando a un par de botas llenas de agua y el queso y las frutas que reposaban sobre el zurrón que antes las había contenido.
Mientras ella se alimentaba, si es que ese era su deseo, Bjørge se olvidó de lo que había a su alrededor por unos instantes mientras recordaba el hilo del relato que tenía intención de contar. Murmuraba en su lengua natal mientras andaba en círculos, con la espalda corva y cambiando su punto de visión de un lugar a otro, aunque sin mirar a nada en realidad. De pronto se alzaba para observar la luna y, al momento siguiente, ya había recuperado su gibosa postura. Mostraba preocupación, desconcierto, enfado e ilusión, sucediendo emociones sin ton ni son, de forma tan arbitraria que nadie pudiera adivinar lo que sucedía por su mente. Al final, terminó por agacharse al suelo y, tras escupir sobre la tierra, untó los dedos en el escaso fango formado para hacer un círculo contenedor de una cruz en cada mejilla – cruces solares – como buenamente pudo, teniendo en cuenta que no tenía ninguna superficie reflectante por la que guiarse.
- Hace mucho tiempo, en las lejanas tierras de Escandinavia, vivía un hombre llamado Guðmund – comenzó, encarándose a ella al otro lado de la fogata -. Alto, moreno y de ojos grises cual cielo nublado, desde pequeño fue elogiado por su fuerza y su valentía y, cuando creció, se ganó el respeto de toda su aldea al probarse como uno de los mejores guerreros y demostrar arrojo y carencia de miedo a la muerte – el hombre manifestaba seriedad y, con el movimiento de sus manos y su cuerpo, insistía en las impresiones de sus palabras. No obstante, cuando sus labios volvieron a curvarse fue en el momento en el que se comenzó a formular el "pero" -. Sin embargo, tenía una cuestión que entraba en conflicto con el deber moral de sus vecinos. Hoy en día algunos dirían que sus instintos eran errados, la mayoría pensaría que no eran naturales; aunque esos malditos corderos no saben qué es natural – agregó para sí, casi escupiendo las palabras y sin pretender que ella las comprendiera; luego, continuó con la historia -. Y, aunque los escandinavos no vieran mal agluno en su condición, tampoco logró ser aceptado – su expresión se tornó sombría y su voz denotaba un desprecio que él notaba surgir del fondo de su pecho -. Guðmund era diferente al resto de los hombres del pueblo, ya que su cuerpo, su mente, su alma, todo él no respondía a la provocación del cuerpo femenino. Tan sólo el roce de la piel de otro hombre lograba satisfacer sus necesidades – el noruego consideraba ahora a la extraña como una conocida, quizás una vieja amiga, la cual, sin duda alguna, compartía buena parte de sus ideas, entre ellas que la sodomía no era algo antinatural, sino que lo antinatural era rechazar los propios impulsos, por lo que ni siquiera aguardó a comprobar si hubo alguna mueca de repulsa por su parte -. En los saqueos a las tierras del oeste, mientras otros robaban tesoros o violaban mujeres, él hacía lo propio con chicos. Le gustaba pelear con ellos, vencerles y subyugarles a su deseo y voluntad – el propio Bjørge se había echado al suelo con esas palabras, luchando e inmovilizando a un enemigo imaginario bajo él para luego volver a ponerse sobre en pie -. Pero, según la costumbre de su pueblo, tenía que casarse y tener descendencia, algo que retrasó durante un par de años, pero destino que al final tuvo que aceptar para evitar el escarnio. Su mujer, Heilvé, tenía cabellos formados por rayos de sol y una mirada tan oscura como la noche; con ella tuvo dos hijas y un hijo. Al principio intentó adaptarse a su situación, aceptarla, incluso intentó amar y sentir deseo carnal por su esposa; pero todo fue en vano, pues su naturaleza dictaba que aquello no podía ser, por lo que no pudo evitar comenzar a verse corroído por el odio y el desprecio hacia Heilvé. Comenzó a odiar, comenzó a aborrecer, comenzó a detestar a sus conciudadanos porque ellos le obligaban a aceptar unas normas que no estaban hechas para él. Comenzó a soñar con un mundo diferente, pero, poco a poco, esos deseos se fueron contrastando con su propia realidad y lo que empezó siendo un consuelo sólo logró emponzoñarlo más. Poco a poco, el cordero en él fue muriendo y, poco a poco, se volvió extraño, huraño, loco; poco a poco, se convirtió en él mismo; en un lobo – esa metáfora fue expresada casi con la más sincera solemnidad ya que para él tenía un profundo significado, eje de sus estudios. El lobo y el cordero; el asesino del rebaño; el honesto y el hipócrita. El libre y el esclavo. -. Pero una noche, cuando el hombre estaba ebrio; esa noche; esa noche – el hombre desnudo se tiró al suelo, sentándose con las piernas cruzadas y llevando sus manos a su cabeza mientras balanceaba todo su cuerpo hacia adelante y hacia atrás, esforzándose en recordar lo que el propio Guðmund, o el supuesto Guðmund, le había contado años atrás –; esa noche; esa noche.
Hacía años algunos habían intentado comprender a los hermanos, salvarles del mal que llevaban dentro, bien fuera expulsando al supuesto demonio o a aquella aflicción física que les atormentara. En un principio Bjørge sintió miedo, miedo de que le arrebataran esa cuestión hacía la que había desarrollado un fuerte aprecio, pero su hermano logró tranquilizarlo, pues el párroco no hubiera podido exorcizarles, dado que su locura era obra divina. Con el paso del tiempo perdió el respeto a aquellas eminencias y, azuzado por sus deseos de divertirse, jugaba a confundirles. Echaba de menos hacerlo; echaba de menos al Morten de antes, el que aún conservaba su forma humana.
Estaba a punto de darse por vencido de encontrar a sus antiguos e inventados oyentes y dispuesto a fabricarse los suyos propios cuando, de pronto, algo que no se hubiera esperado le sorprendió. Una voz le contestó y, de alguna forma, supo que era una voz real; luego desechó esa propiedad, pues, ¿qué no era ciertamente real? Lo que le resultó curioso fue, precisamente, que ya estaba dirigiendo su mente hacia otros menesteres cuando aquella mujer apareció de la nada, haciendo inútiles sus intenciones; de hecho también llegó a considerar que ella fuese la única invención precisamente por contradecir sus pretensiones. Fuera como fuese, no tardó en asimilar la nueva realidad y en aceptarla sin darle mayor importancia. Estaba desnuda, lo cual supuso motivo de desconcierto para él, aunque no por la ausencia de ropa sobre ella, sino, precisamente, porque, de pronto, notaba que la suya le resultaba harto incómoda.
- ¿Quiere escuchar? – murmuró él con su marcado acento, clavando sus pupilas en las de ella para, sin pudor alguno recorrer el cuerpo de la muchacha, parte por parte, sin saltarse nada que quedara a simple vista – Pero no es justo. Espere – hizo un fugaz puchero antes de comenzar a desabrocharse la camisa para dejarla junto al abrigo que había llevado, a lo que siguió el resto de prendas, de las que se deshizo de manera torpe a causa de las prisas. El cuerpo que reveló resultó ser pálido y, sin ser demasiado fornido, lejos de la escualidez, pues ni acostumbraba a un ejercicio metódico ni a pasar hambre muy a menudo. Luego, miró durante unos segundos al fuego, con el ceño fruncido, para terminar considerando que las crecidas llamas no eran lo suficientemente grandes, por lo que terminó añadiendo un par de troncos más a la hoguera -. Así está mejor – se limpió las manos sonriendo satisfecho -. Siéntese, siéntese, ¿quiere beber? ¿Comer? Sírvase usted misma – le ofreció indicando a un par de botas llenas de agua y el queso y las frutas que reposaban sobre el zurrón que antes las había contenido.
Mientras ella se alimentaba, si es que ese era su deseo, Bjørge se olvidó de lo que había a su alrededor por unos instantes mientras recordaba el hilo del relato que tenía intención de contar. Murmuraba en su lengua natal mientras andaba en círculos, con la espalda corva y cambiando su punto de visión de un lugar a otro, aunque sin mirar a nada en realidad. De pronto se alzaba para observar la luna y, al momento siguiente, ya había recuperado su gibosa postura. Mostraba preocupación, desconcierto, enfado e ilusión, sucediendo emociones sin ton ni son, de forma tan arbitraria que nadie pudiera adivinar lo que sucedía por su mente. Al final, terminó por agacharse al suelo y, tras escupir sobre la tierra, untó los dedos en el escaso fango formado para hacer un círculo contenedor de una cruz en cada mejilla – cruces solares – como buenamente pudo, teniendo en cuenta que no tenía ninguna superficie reflectante por la que guiarse.
- Hace mucho tiempo, en las lejanas tierras de Escandinavia, vivía un hombre llamado Guðmund – comenzó, encarándose a ella al otro lado de la fogata -. Alto, moreno y de ojos grises cual cielo nublado, desde pequeño fue elogiado por su fuerza y su valentía y, cuando creció, se ganó el respeto de toda su aldea al probarse como uno de los mejores guerreros y demostrar arrojo y carencia de miedo a la muerte – el hombre manifestaba seriedad y, con el movimiento de sus manos y su cuerpo, insistía en las impresiones de sus palabras. No obstante, cuando sus labios volvieron a curvarse fue en el momento en el que se comenzó a formular el "pero" -. Sin embargo, tenía una cuestión que entraba en conflicto con el deber moral de sus vecinos. Hoy en día algunos dirían que sus instintos eran errados, la mayoría pensaría que no eran naturales; aunque esos malditos corderos no saben qué es natural – agregó para sí, casi escupiendo las palabras y sin pretender que ella las comprendiera; luego, continuó con la historia -. Y, aunque los escandinavos no vieran mal agluno en su condición, tampoco logró ser aceptado – su expresión se tornó sombría y su voz denotaba un desprecio que él notaba surgir del fondo de su pecho -. Guðmund era diferente al resto de los hombres del pueblo, ya que su cuerpo, su mente, su alma, todo él no respondía a la provocación del cuerpo femenino. Tan sólo el roce de la piel de otro hombre lograba satisfacer sus necesidades – el noruego consideraba ahora a la extraña como una conocida, quizás una vieja amiga, la cual, sin duda alguna, compartía buena parte de sus ideas, entre ellas que la sodomía no era algo antinatural, sino que lo antinatural era rechazar los propios impulsos, por lo que ni siquiera aguardó a comprobar si hubo alguna mueca de repulsa por su parte -. En los saqueos a las tierras del oeste, mientras otros robaban tesoros o violaban mujeres, él hacía lo propio con chicos. Le gustaba pelear con ellos, vencerles y subyugarles a su deseo y voluntad – el propio Bjørge se había echado al suelo con esas palabras, luchando e inmovilizando a un enemigo imaginario bajo él para luego volver a ponerse sobre en pie -. Pero, según la costumbre de su pueblo, tenía que casarse y tener descendencia, algo que retrasó durante un par de años, pero destino que al final tuvo que aceptar para evitar el escarnio. Su mujer, Heilvé, tenía cabellos formados por rayos de sol y una mirada tan oscura como la noche; con ella tuvo dos hijas y un hijo. Al principio intentó adaptarse a su situación, aceptarla, incluso intentó amar y sentir deseo carnal por su esposa; pero todo fue en vano, pues su naturaleza dictaba que aquello no podía ser, por lo que no pudo evitar comenzar a verse corroído por el odio y el desprecio hacia Heilvé. Comenzó a odiar, comenzó a aborrecer, comenzó a detestar a sus conciudadanos porque ellos le obligaban a aceptar unas normas que no estaban hechas para él. Comenzó a soñar con un mundo diferente, pero, poco a poco, esos deseos se fueron contrastando con su propia realidad y lo que empezó siendo un consuelo sólo logró emponzoñarlo más. Poco a poco, el cordero en él fue muriendo y, poco a poco, se volvió extraño, huraño, loco; poco a poco, se convirtió en él mismo; en un lobo – esa metáfora fue expresada casi con la más sincera solemnidad ya que para él tenía un profundo significado, eje de sus estudios. El lobo y el cordero; el asesino del rebaño; el honesto y el hipócrita. El libre y el esclavo. -. Pero una noche, cuando el hombre estaba ebrio; esa noche; esa noche – el hombre desnudo se tiró al suelo, sentándose con las piernas cruzadas y llevando sus manos a su cabeza mientras balanceaba todo su cuerpo hacia adelante y hacia atrás, esforzándose en recordar lo que el propio Guðmund, o el supuesto Guðmund, le había contado años atrás –; esa noche; esa noche.
Bjørge Ødegård- Hechicero Clase Alta
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Re: Moraleja (Libre)
¨La fantasía, aislada de la razón, sólo produce monstruos imposibles. Unida a ella, en cambio, es la madre del arte y fuente de sus deseos.¨
Francisco de Goya
Francisco de Goya
Que somos en realidad? Un sueño dentro de un sueño?, una historia contada, imágenes, palabras? A mi parecer sombras…si somos sombras ,aquellas que se distorsionan…esas que en la luz somos obligadas a tomar una forma, y principalmente aquellas, que en la oscuridad se vuelven a deformar ,adquiriendo matices monstruosos que incluso aterroriza nuestro propio ser. Y porque nos ocurre eso? Es porque no existe en el mundo pero temor que enfrentarnos a nosotros mismos…
El pasado…o el oscuro y negro pasado, Roxanne no tenía muchos recuerdos alegres de este…y habían otros tan borrosos que simplemente hacia cuenta que no existieron, pero los cuales, ella sabe que marcaron su vida, esos lapsus en que ¨El demonio¨ se apoderaba de ella, y como disfrutaba del dolor y locura que aquello implicaba, las imágenes venían después a su cabeza, sangrientas, asquerosas, crueles…aquello solo fomentaban mas su morbo, su sadismo saciaban su sed, y que allí, en su estado natural simplemente no existía control alguno que le limitara…todo era para ella una fantasía.
Se fue acercando poco a poco, con su nadar felino y desconfiado-Quiere escuchar? –Volvió a preguntar el hombre. Ella asintió lentamente, sin decir ni una sola palabra, pudo notar como este clavaba su oscura mirada en cada parte de su cuerpo, sabía que la detallaba, el descaro le delataba, ella no se inmuto, le parecía algo natural, al fin y al cabo era un hombre, lo extraño era que no podía notar en aquellos ojos, esa lujuria que desprendían otros, aun esa mirada era oscura y sombría. Y aquello que más le llamo la atención fue el hecho de que el quisiera estar en igualdad de condiciones. Algo muy fuera de lo común para ella, pues nunca conoció la igualdad y menos en las distintas camas donde había laborado, su cuerpo no era algo fuera de lo común, o era adonis, y tampoco esperaba que fuera eso. En realidad no esperaba nada de aquello, sin embargo ella solo estuvo allí observando, pero su distracción fue desviada después hacia el fuego, esa incandescencia, ese crepitar…hasta ahora ella no había dicho mas nada, solo asintió y sin apartara la vista tomo solo un poco de los alimentos que este le había indicado unas cuantas uvas y manzanas luego se sentó en el arenoso suelo, que mas daba.
Sabía que estaba ante una criatura fuera de lo común, no por el color de su aura, si no por su forma de actuar, hablar y pensar. Cosas que ante los demás perecerías locuras, pero ante los ojos de ella, que la idolatraba solo podía deleitarse. El empezó su relato, s mete se dejo llevar por esta, concentrándose en cada palabra que articulaba, transportándose hacia aquellas tierras, maginando cada escena, cada imagen e incluso cada sabor de la narración, el hacía posible aquello con cada movimiento de su cuerpo. Termino la fruta, y encogió sus piernas y junto sus rodillas abrazándose a estas y apoyaba su barbilla en las rodillas mientras le seguía observando, como una niña pequeña que escuchaba un cuento de hadas, solo que este era mucho mejor y más real.
-No se detenga por favor!- levanto la cabeza observando la posición que este había tomado, era desconcertante,- y justo en el mejor momento de la historia - sus pensamientos egoístas surgieron no le preocupaba que el hombre se sintiera perturbado al contar aquella historia- Por favor continúe...-se acerco un poco más a él con el sigilo de un gato, acortando la distancia hasta el punto de estar a su lado, estiro su mano para deslizar el índice en su brazo mientras este permanecía en aquella posición perturbadora- Que paso aquella noche…? quiero saber…por favor…-que más se podía esperar si ella era como un animal de esa especie con una curiosidad insaciable. Sus ojos buscaron los ajenos, queriendo persuadirle atravez de su sensual mirada-Por favor…-susurro de nuevo pero esta vez al oído.
Roxanne1- Cambiante Clase Baja
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Fecha de inscripción : 03/11/2012
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