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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Etháin Dom Abr 14, 2013 12:38 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Torcí una sonrisa triunfante cuando descubrí aquella puerta de rejas de hierro impidiéndome proseguir mi camino por aquellos callejones estrechos, mugrientos, húmedos y repletos de ratas y telas de araña que se enredaban en mi pelo. Aprovechando un cuenco de agua que recogía la lluvia que bajaba de las cañerías de una casa cercana, hundí la antorcha en el agua hasta que el fuego se consumió y mi figura quedó inscrita en la más absoluta oscuridad. Ya no necesitaba luz que me guiara porque ya había llegado dónde deseaba. Ahora, era sólo cuestión seguir mis instintos y el aroma de aquél al que perseguía.

Esta vez sería el ratón el que cazaría al gato.

Me acuclillé frente a la reja y por cada ranura cuadrada metí uno a uno los dedos de mis manos, ejerciendo entonces la suficiente fuerza para extraer aquella reja casi sin sonido alguno que pudiera alertar a nadie de mi presencia. Cuidadosamente y después de traspasar aquél estrecho umbral de piedra, recoloqué la reja tal y como la había encontrado. Sólo entonces me giré, contemplando la oscuridad de un pasillo igualmente estrecho, sin luz, pero con un fuerte aroma familiar que fue lo que me impulsó a seguir adelante, perdiéndome ahora por un laberinto de pasadizos cuyos muros ya no eran de piedra, sino de restos óseos humanos. Millones de cráneos y huesos formaban parte ahora del mobiliario por el que caminaba.

Bienvenida a las Catacumbas de París, me dije sonriente a mí misma, sintiendo una gran excitación por el lugar en el que me hallaba.

De pronto, no muy lejos de dónde caminaba sigilosamente, unos pasos se removieron un tanto inquietos, encendiéndose entonces una gran llamarada de fuego que subió hasta el techo para luego descender poco a poco a un tamaño más reducido, más parecido al de una pequeña hoguera que pretendía sólo iluminar una pequeña estancia.

Cuidadosamente me deshice de la capa de pieles que cubría mi cuerpo, pues era demasiado gruesa y pesaba: necesitaría espacio y sobriedad para atacar. Arrojé el yelmo dado que me daba calor y el sudor podía empañar mi campo visual, reduciéndolo: necesitaría ver bien, pues el objetivo se hallaba lejos.

Agazapada empecé a moverme entre los pasadizos con la rapidez propia de un vampiro longevo, acercándome cuanto pude hasta situarme a unos veinte metros de dónde la imponente figura de Achilles se alzó ante mi mirada sedienta de venganza. Su capa oscura ondeaba por la brisa que se filtraba por los recovecos del techo, que no dejaba de ser el suelo sobre el cual se había erigido la ciudad de París.

Había llegado el momento que tanto había ansiado. Allí estaba él, dándome la espalda, situado frente a aquella pequeña hoguera sobre un altar de piedra y rodeado de huesos humanos que contemplaban aquél circo que el vampiro había organizado.

Llevé mi mano a la empuñadura del hacha y conté mentalmente hasta tres, alzándola por encima de mi cabeza en dirección a la espalda del vampiro.

Uno...

Dos...

Y tres...
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Mensaje por Etháin Dom Abr 21, 2013 5:19 pm

Mordí mi labio inferior, vacilante mientras mis ojos se clavaban en los de él y un torbellino de recuerdos asaltaba mi mente...

Nueve años. Esa era mi edad cuando el Infierno se adueñó de la pequeña aldea en la que convivía con mis padres. Aun recuerdo como si fuera ayer, cómo pasaba una tranquila tarde junto al riachuelo que hacía de frontera con los bosques, hundiendo mis manos en aquellas puras y cristalinas aguas frescas para atrapar uno de aquellos escurridizos peces que mamá me había pedido pescar para la cena. Capturé a uno pero no llegué a alzarme triunfante con aquél botín, pues aun agachada y mis manos sosteniendo al animal que inquiero removía su cola entre mis dedos, el brillante color carmesí de la sangre ensució mis manos y con un grito, solté el paz y alcé la vista hacia el agua, ahora teñida de rubí.

Con los ojos llorosos y sosteniendo un llanto ahogado entrelacé mis dedos nerviosamente e intenté pensar con claridad, pero pronto, los gritos de la gente del poblado me alertó del peligro y aunque el don de la supervivencia me gritaba que cruzara el río y desapareciera ahora que podía de allí, fueron mis padres la motivación que me llevó a volver a la aldea, entrando así, a la boca del lobo. Un lobo que sin vacilar, me devoró.

Las calles se encontraban atestadas de alboroto, gentío, sangre y romanos. Las casas ardían, las mujeres gritaba, los hombres morían y las risas de los victoriosos resonaban en mi cabeza hasta hacerme enloquecer. Y corrí, corrí tanto como mis piernas me lo permitieron hasta llegar frente a mi hogar. En nuestra modesta morada, unos romanos torturaban a mi progenitor frente a la desesperada mirada de mi madre, quién ahora que me había visto entrar, gritaba que me marchara, que corriera por mi vida. Pero fue demasiado tarde. Algunos de ellos me tomaron de los brazos y me ataron en un poste sin que yo rechistara, ahora sumida en un profundo estado de shock por todo lo ocurrido. Fue entonces que, entre carcajadas, varios romanos empezaron a tocar a mi madre, golpeándola mientras ella gritaba y lloraba. La violaron todos y cada uno de los presentes. Luego, con un hierro candente, le sacaron los ojos a mi padre quién cayó fulminado a mis pies, inmóvil y sangrando. Mi madre murió ahogada con su propia sangre cuando, tras suplicar su muerte, uno de ellos rasgó la garganta a la mujer.

La pesadilla no terminó ahí. Tras el ultraje sexual que padeció mi cuerpo entre sus sucias manos, el mismo asesino de mamá se acercó a mí lamiendo el filo del cuchillo con el que le había robado la vida a ella, acuclillándose ante mí, jugando por un momento con un mechón de mis cabellos. Como un gesto infantil, le saqué la lengua y éste la atrapó entre sus dedos, riendo cuando, sin un ápice de duda, me cortó la lengua. De aquél modo, se aseguraba que no pudiera mal hablar del Imperio Romano, el mismo que planeaba conquistar las tierras pictas escocesas. Mi hogar...



Aparté de un empujón a Achilles, quién cayó de lado sobre el pavimento rocoso mientras yo me alzaba para caminar por la cripta dándole la espalda.

No le extraje la daga porque no podía admitir jamás aquellos sentimientos hacia mi enemigo, hacia un romano, uno de aquellos que ultrajaron mi pueblo, asesinaron a mi familia y ultrajaron mi cuerpo a su merced y diversión. No le maté por amor. ¿Qué respuesta encontraría él a mi último gesto, pues? Aquello me intrigó y por algún motivo, me puso ansiosa, nerviosa. Pero mantuve mi firmeza sin flaquear, mantuve mi dureza y bravura, mantuve también mi semblante inexpresivo como si ninguna de sus palabras me hubiera conmovido, algo que sí sucedió en realidad, por mucho que lo detestara admitir.

Esta vez no escaparé, tienes razón. Pero no soy tuya ni estaré jamás en tus manos. Por eso serás tú quién huirás de mí esta vez.

Fuera, probablemente el atardecer habría empezado a devorar ya el día y la noche pronto se cerniría sobre París. Entonces... habría llegado el momento de verle partir, esta vez... sin ser un hasta luego.
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Mensaje por Achilles** Lun Abr 22, 2013 6:53 am

Apoye el rostro en la pared de piedra, agradecido con su frialdad, una que de algún modo me reconforto, impidiendo que mi mente quisiera escapar, pues en aquel momento mas que en ningún otro, necesitaba tener los pies en la tierra.

Aunque cualquiera de los dos huyese ahora mismo, eso no significaría que dejásemos de estar en las manos del otro...
La distancia no tiene nada que ver.


Lleve mi mano al costado para sujetar la empuñadura, aguantando la respiración antes de sacarla de forma seca, de un solo tirón, sin poder reprimir un gruñido grave, arqueando mi espalda hacia adelante a la vez que llevaba mi mano a la herida, intentando taponarla con mis dedos, rasgando parte de mis ropajes para crear algo similar a un parche que impidiera que me desangrara con tanta rapidez.
Ahora la sensación de sed me quemaba la garganta. Tendría que hacer algo pronto o me desangraría.

Me puse en pie, sujetándome a la pared a la vez que caminaba hacia ella. Tomando su hombro para girarle del todo hacia mi, sujetándole con firmeza, fijándome en su semblante glacial. Ese semblante no me engañaba.

No puedes negar aquel pensamiento que he escuchado antes. Así como no puedes negarte a ti misma lo que sientes.
Mírame Etháin...
Esto es lo que soy, soy un romano, soy un guerrero. La sangre de los traidores, de los herejes, la sangre de todos aquellos que tomaron la tierra que no les pertenecía con sus propias manos fluye por mis venas, esa es mi cultura, mi gente, mi pueblo…Uno destructivo y avaricioso. Pero mírame, mírame bien, porque detras de todos esos actos solo estoy yo. y yo solo soy un hombre.


Contemple aquella mirada, intentando que ella entendiera que yo no era mas que uno mas en medio de la inmensidad, uno que ahora le miraba, uno que le deseaba, uno que por primera vez en su vida se daba cuenta de que amaba a algo mas que a si mismo.
...
En aquel instante, un ligero crujido me alerto de movimiento, por lo que con un ágil movimiento saque una de mis dagas del cinturón lanzándola por encima del hombro de Etháin, causando que sus cabellos ondearan ligeramente con aquel movimiento. Observando por encima de su hombro como mi daga se clavaba en medio del rostro de uno de los guardias que antes nos habían atacado.
Habían vuelto, con la llegada de la noche los guardias habían vuelto, y ahora, sabiendo que estaríamos atrapados allí, estarían dispuestos a acabar lo que habían empezado.
Desenvaine solo una de mis espadas, sujetando mi costado con mi mano libre, pues si debíamos luchar, seria mejor que intentara no moverme bruscamente o no saldría bien parado de allí. Por lo que sin dilación alguna nos miramos con Etháin antes de comenzar a avanzar hacia la puerta.

¿Seria esta nuestra ultima batalla en conjunto?
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Mensaje por Etháin Lun Abr 22, 2013 4:34 pm

Apreté mis mandíbulas con fuerza, mirándole sin querer verle en realidad. Empezaba a flaquear, mis sentimientos -aquellos que hasta entonces había logrado dominar- se rebelaban contra mí. Las emociones y el revoloteo de aquellas míticas mariposas estomacales empezaban a alzar el vuelo peligrosamente, tanteando el terreno antes de conquistar mi pétreo corazón insensible. No podía permitirme el caer. No al menos, en las redes del amor. Si debía flaquear, deseaba hacerlo bajo la guadaña de la Muerte. Tragué saliva ruidosamente, manteniendo mi firmeza.

Ajá... y ahora es cuando me tomas de la manita, vamos a la vicaría más cercana y después de salir por la puerta nos ponemos a fornicar en busca de nuestros bebecitos... Ironicé mordazmente, cruzándome de brazos sobre el pecho y forzando una risa burlona para matar así las ilusiones de Achilles, las mismas que, pese a la veracidad de sus palabras, yo no podía creer. No podía creer que su corazón me perteneciera, que sintiera por mí un sentimiento tan puro como el amor, que deseara mi compañía, mi cuerpo y mi alma, que viera algo bueno en mí y me ofreciera por su parte, una bondad que hasta ahora no había conocido jamás. Era picta, desconfiada y testaruda: necesitaba más que palabras para confiar en él.

Cuando quise añadir algo para rematar aquella absurda conversación -que tanta incomodidad me provocaba-, los guardianas llegaron y la puerta derribaron, entrando de tres en tres en aquella pequeña cripta.

Mientras farfullaba algo sobre mi mala suerte corrí a gran velocidad hacia el cabecilla de la expedición, usando mi hacha para cortarle la cabeza y lanzarle el cuerpo de sangre aun borboteante a Achilles.

Bebe, insensato. Espeté con desdén sin siquiera mirarle, pues era consciente de su lamentable estado físico y si bien era cierto que yo podía con todos aquellos, también era cierto que no podía dejarle ahí desangrándose a la merced del tiempo.

Mientras el vampiro sucumbía a la sed y sus heridas cicatrizaban con rapidez, yo iba eliminando obstáculos uno tras otro, dejando tras de mí una innumerable montaña de cadáveres sanguinolientos hasta llegar a la puerta por la que habían accedido ellos, deteniéndome en el umbral, agitada y con la adrenalina disparada. Sólo me giré una vez más hacia Achilles.

Buena suerte. Susurré en mi mente, deseándosela de todo corazón antes de realizar un gesto con la cabeza a modo de despedida, corriendo para inmiscuirme hacia la nave central de la iglesia, enfrentándome a aquellos hombres y seres más rezagados que habían venido como refuerzos.

No muy lejos, tras los bancos dedicados al público que asistía a la misa rutinaria, se encontraba la puerta principal que daba acceso a la calle... pero la maldita distracción me salió cara y caí.
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Mensaje por Achilles** Mar Abr 23, 2013 11:17 am

La sangre del último de los guerreros a los que me bebí, me dejo con una vitalidad renovada, así como con una sonrisa maliciosa en el rostro. Volvía a estar en plena forma.

Solté la tela que cerraba la herida de mi costado ahora intacto. Sacando mi segunda espada para afilar ambos filos cual cocinero que espera a rebanar la presa que cocinará, mientras observaba como Etháin hacia ademan de marcharse. Algo que si bien me hacía sentir la necesidad de buscarla para no perder su rastro, -como hiciera antaño-, por otro lado me pareció lo correcto y sensato, ya que si nos separábamos, si yo distraía a aquellos hombres, ella tendría oportunidad de marchar. Y eso me importaba mas, pues quería que estuviera a salvo, me daba igual donde.

Por lo que adelantándome en la misma iglesia, me subí a algunos de los bancos donde los feligreses se sentarían para rezar, saltando de uno a otro para poseer algo de altura y ventaja sobre mis contrincantes. Echándole la vista a uno de aquellos, quien armado con una guadaña intento rebanarme el cuello y el tórax sin lograrlo. Corte su cabeza por la mitad con ambas espadas cual sandia madura, para enfundar ambas armas tomando la guadaña del guardia recién caído, girándome con agilidad sobre el mismo banco antes de cortar tres cabezas a la vez.
Aquellos hombres me bañaron casi completamente con su sangre antes de caer inertes delante mío. Definitivamente aquella arma me gustaba.

Pero entonces, mientras me habituaba a la nueva arma, le vi caer antes de salir por las puertas de la iglesia. Fue entonces cuando salte de otro de los tantos bancos a los que me había subido, para abrirme camino cortando troncos cual leñador profesional hasta llegar a Etháin.
Contemplando como forcejeaba ante el agarre de uno de los guardias, quien con antorcha en mano, pretendía inmovilizarle y sujetarle con la firme idea de quemarle viva, mientras ella forcejeaba ahora para alejar la llama de ella. Por lo que esquivando a los otros cinco que se abalanzaban sobre mí. Llegue hasta él, enterrando el filo de la guadaña en su espalda para coger la antorcha en el aire a pocos centímetros del cuerpo de ella, sujetándola firmemente antes de lanzarla hacia la rustica puerta que conducía hacia la cripta donde antes habíamos estado. cayendo está en la base y cerca de uno de los guardias, encendiéndose su cuerpo y desparramando las llamas por el lugar con suma rapidez, debido a que gran parte de los elementos eran de madera.

Me incline para sujetar el brazo de Ethaín, contemplándola un instante.

No. Ahora es cuando nos levantamos, cuando rompemos huesos, cuando nos cubrimos de sangre enemiga, cuando tu dices que me seguirás al fin del mundo, y cuando yo te tomo de la manita para decirte que lo de fornicar me parece correcto…Pero que lo de los “bebecitos” es total y completamente innecesario.
Comente torciendo una sonrisa con el rostro lleno de sangre ajena, relamiéndome antes de sujetarla por el brazo y alzarla de un tirón.
contemplando como disimulaba un atisbo de sonrisa que vi perfectamente pese a que durara escasos segundos.

¿Así que la fiera guerrera esta pensando ya en vicarias? Deberia darte vergüenza...

Indique con mi habitual semblante serio, tomándole el pelo realmente ante su silencio. Pues se me hacia tan imposible visualizarla a ella con un vestido de novia, como visualizarme a mi mismo con un traje de etiqueta actual.

Nos ubicamos ambos en una posición defensiva, espalda con espalda, a la vez que eliminábamos a los guardias que aun ahora seguían apareciendo ante nosotros, hasta que movidos por el humo y por las llamaradas nos vimos obligados a movernos, teniendo que correr fuera de la misma iglesia, inmiscuyéndonos en el frondoso y espeso bosque mientras alguno que otro intentaba seguir nuestro rastro, hasta que algo impidió mi avance haciéndome girarme para contemplar la iglesia que ahora ardía.
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Mensaje por Etháin Miér Abr 24, 2013 2:13 pm

Fueron el sonido de los tambores lo que nos alertaron, pues tanto Achilles como yo conocíamos el significado de éstos: se trataba de la primera Guardia, llamados los Inmortales no sólo por el hecho de que el ejército directo de los Reyes estaba conformado por vampiros, sino porque realmente, eran unas bestias entrenadas para matar y no morir. Nunca flaqueaban, nunca dudaban, nunca fallaban. Era la legión más temible de todo el ejército real. Eran una leyenda que jamás me intrigó satisfacer la curiosidad de conocer en primera persona. Maldije entonces aquél instante, aquél momento en el que yo me encontraba allí en París, siendo ahora perseguida por ellos sin conocer el motivo real. No les tenía miedo. Ellos eran muchos y muy fuertes, pero yo seguía viva después de más de mil años, cosa que no muchos de ellos podían decirlo. Era igual de inmortal que los Inmortales.

En cuanto a Achilles...

¡No mires atrás!, le grité desde mi mente, volteándome cuando él lo hizo y se rezagó unos metros, deteniéndome antes de volver atrás para tomarle la mano e instarle que continuásemos nuestro camino. Sin embargo fue demasiado tarde para ambos y aquella luna llena que colgaba nítida del cielo estrellado quedó cubierta ahora por un alud de flechas que cayeron sigilosamente sobre nosotros cual manto de Muerte...

Los gruñidos de Achilles y los gritos de aquellos que le encadenaban me mantuvieron despierta aun hallándome estirada sobre el frondoso césped del bosque, inmóvil, bocabajo, con la boca abierta desde donde un hilo de sangre manchaba el verde del heno. Me esforcé en focalizar mi mirada en busca del vampiro, costándome visualizarle, viéndolo todo empañado. Intenté mover mi mano izquierda, la cual tenía frente a mí y podía ver temblar ante mis intentos, sin llegar a responder las órdenes enviadas por mi cerebro. Podía notar en todo mi cuerpo la presencia de múltiples flechas: dos en la pierna derecha, una en el pie izquierdo, otra atravesando medio muslo izquierdo, otras dos en mi costado derecho, una en el centro de mi espalda, una más en mi mano derecha y otra en mi antebrazo, y luego, la más dolorosa de todas, aquella incrustada desde mi espalda atravesando mi pecho izquierdo, a escasos centímetros de mi corazón. Si me moví un atisbo aunque fuera, siendo las flechas de madera como aquellas, mi longeva vida terminaría ahí, aquella noche, en aquél bosque, rodeada de enemigos, como una caída más.

Nunca me había planteado el morir. Aquella, recuerdo, fue la primera vez en un milenio de vida. La primera y la última.

Un par de botas de cuero se detuvieron frente a mí sin que pudiera alzar la vista con tal de adivinar a quién tendría el privilegio de rebanar la cabeza el primero en cuanto pudiese librarme de aquellas flechas que me inmovilizaban en el terreno. Pero entonces, algo me hizo aquél sujeto que perdí la consciencia tras un golpe.

El agua que mi cuerpo magullado recibió era gélida, por lo que no tardé en reaccionar, buscar aire que inhalar y espabilarme con ansiedad, empezando así un fugaz y complejo estudio visual del lugar en el que me hallaba, identificándolo con rapidez: se trataba de una celda, seguramente escondida bajo tierra por el fuerte aroma a humedades y tierra. La oscuridad era prácticamente total por excepción de las dos antorchas prendidas situadas a lado y lado de la cuadrada estancia de reducidas dimensiones en la que, frente a mí, pude reconocer el encadenado cuerpo de Achilles, quién permanecía inconsciente hasta que nuestro carcelero le echó otro cubo de agua encima, despertando de sopetón.

Olía a sangre, sangre fresca, por lo que arrugué la nariz antes de relamer mis labios, sintiendo ahora la casi asfixiante necesidad de beber. Mi garganta ardía y las heridas no cicatrizaban debido a que las flechas seguían clavadas en mí, probablemente como método de tortura o quizás esperando mi muerte. La del pecho seguía preocupándome, pues parecía que al haber sido transportada, la flecha se había clavado más aun, rozando con su punta mi pétreo y congelado corazón.

Tragué saliva, aclarándome la garganta antes de tomar aire dispuesta a interrogar al vampiro que nos había despertado cuando, como si él hubiera leído mi mente, negó con la cabeza y se marchó, cerrando tras él aquella pesada y gruesa reja de hierro, sumiéndonos ahora en la soledad y la más retorcida de las impaciencias.

Ya ves que prefiero estar encarcelada de pies y manos en una celda que en una vicaría contigo. Mascullé medio bromeando medio completamente en serio, torciendo una mueca de dolor al remover aquellas cadenas para ver hasta qué punto me sería imposible romperlas. ¿Sigues vivo, romano?
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Mensaje por Achilles** Mar Abr 30, 2013 4:42 pm

En cuanto abrí los ojos, arrugue la nariz, sintiendo como mi cuello se tensaba ante aquel suave resoplido que di. Uno que había sido suficiente para que definitivamente dejara de respirar.
...
En un último momento, queriendo proteger a Etháin de la lluvia de fechas, me había interpuesto ligeramente en su cuerpo, pero no había alcanzado a llegar ni a protegerla a tiempo. Por lo que al movernos las flechas me habían dado de frente, clavándose la mayoría en mi torso, en la zona de las clavículas, en los bíceps, en parte de mi vientre así como en mis muslos.
Había una en particular que casi me había atravesado, rozando ahora mi columna en una forma dolorosa que ni siquiera se puede describir con palabras.
Sentí que mi cuerpo temblaba, por un lado por las graves heridas que poseía, y por otro, por saber que habíamos caído presa de aquellos a los que tanto tiempo había evitado. Esto era en definitiva la peor de mis derrotas, pues una vez más, tenía demasiado que perder.
...
Su voz llegó a mi mente, pero mi cabeza no me permitía responderle en aquel momento, no cuando mi mente estaba a siglos luz analizando la situación. Y es que en definitiva, nos habían atrapado, y eso significaba que estábamos a su merced.
La reina querría que yo volviera al ejercito, El mismo que nos había atacado, el mismo que una vez yo mismo había dirigido en una de las primeras guardias, las que en aquel momento se encontraban en oriente, pues las primeras guardias se encontraban distribuidas en distintos ejércitos según el territorio y el continente.
Si…Definitivamente los había usado para demostrar que seguían en pie y ahora me amenazaría con ella. Me amenazaría con Etháin, pues nuestro pacto requería que mis cinco elegidos hubiesen muerto para que la reina tomara el control de la situación. Sin embargo si intentaba hacer un trato con Dariel, asumiendo que volvería a sus líneas, quizás ella dejaría escapar a Etháin, y una vez fuera, siendo uno de sus hombres, me enviaría a matarla…Porque el ejercito jamás permite que tengas a alguien cercano, ni tampoco a un familiar, pues eso supone una debilidad para los guerreros y yo ahora mismo tenia bastantes, pues no solo me enviarían a matar a la picta a la que tenía enfrente sino que me enviarían a por Eyra y a por Ragnar… e incluso a por los hijos de estos.
Enseñe los dientes a un enemigo invisible, pues si bien amaba a aquella picta traidora a la que tenía enfrente, también amaba a aquellos dos a los cuales consideraba como la familia que jamás tuve, pese a que nunca se los dijera. Un nuevo pacto con la reina sería imposible. Por lo que hiciera lo que hiciera, ella ganaría y yo tendría que volver. Nuestros destinos parecían estar en sus manos.

Suspire cansado, como si de pronto los más de mil ochocientos años me hubiesen venido de golpe para situarse sobre mis hombros.
El futuro iba a ser negro.

“La reina es mi creadora…”
No tuve que mirarle para saber que su semblante habría cambiado de forma radical.
“Ella mato a mi ejercito, segando a más de diez mil hombres, mis hombres…
Ella fue quien me concedió la vida eterna prometiéndome las artes de la guerra y que tarde o temprano me permitiría comprar mi libertad…”

No eleve la mirada, no quise hacerlo, no quería verla allí atrapada y desangrándose, ni quería ver su semblante quizás irritado, por lo que seguí hablando, sabiendo que su silencio se debería al asombro y a la curiosidad. Una que después de tantos siglos al fin quise saciar.
“Ella me pidió que escogiera a cinco personas…
Me pidió que las instruyera que las salvara de ellos mismos, que impidiera sus muertes…
Eso fue lo único que me exigió.
Quería que le demostrara que existía algo mas en mi alma, que le demostrara que era algo mas que un hombre de guerra.
Si no cumplía con mi palabra, ella me volvería a quitar la libertad que me había concedido…
Sinceramente, pensé que estaba loca, pero le hice caso y busque a los tres primeros elegidos en Europa, decidido a buscar hombres, guerreros, gente semejante a mí. Así lo hice.”


Intente moverme ligeramente queriendo que la flecha que se clavaban en mis pulmones se movieran ligeramente, pero al hacerlo, otras flechas se torcieron, teniendo que optar por quedarme inmóvil, irritado ante tal situación. Sin embargo no había tiempo que perder, por lo que proseguí.

"...Encontré a tres chicos. Eran jóvenes, vigorosos…Einar fue el primero…era un joven valiente, con más agallas de las que aparentaba, uno cuya sed de venganza y de sangre me recordó a mi mismo cuando era tan solo un muchacho.
El segundo de ellos fue Alrik un chico listo, sabio pese a su juventud, perspicaz como ninguno, con un don innato para la estrategia… Ningún detalle pasaba por alto ante su mirada…
Y el tercero fue Fenrir. Fenrir era el mas joven de los tres. Era diestro y solía meterse en líos…Pero jamás encontré a una persona tan generosa y leal como él.
Lo cierto, es que pese que a en un principio les mirase casi con asco, con el tiempo empecé a tomarles…confianza.
Y con el tiempo y los años, se convirtieron en aquello que los mortales llaman 'amigos'...”

Me quede un instante reflexionando sobre ello. Pues definitivamente yo no era un hombre que tuviera o que conservara amigos. Supongo que no todo el mundo esta hecho para esas clases de relaciones.
Les tome casi como un tutor para enseñarles todo lo que sabía, dotándoles de la inmortalidad para que fueran superiores a aquellos que les rodeaban…
Pero mis enseñanzas no fueron suficientes cuando el ejército de los reyes les encontró…
Indique mentalmente sin elevar la mirada a Etháin, comenzando de ese modo a contarle mi historia, a contarle quien era en realidad.

¿Qué pensaría ella de mi vida? Quizás no me creería, pero al menos le habría contado lo que había hecho, eso me bastaría para poder morirme en paz si es que ya había llegado mi hora.


Por cierto.
No te preguntaría si quieres venir a la vicaria conmigo. Te llevaría sin mas. Te gustase o no…
Bromee mentalmente con ella, respondiendo a su primer comentario, queriendo romper el silencio abrumador que nunca me molesto en su presencia y que ahora me agobiaba.
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Mensaje por Etháin Mar Abr 30, 2013 5:38 pm

Torcí una risa ante su último comentario, gesto que me hizo gruñir al percibir más intensamente la flecha incrustada en mi pecho, removiéndome ligeramente antes de responderle con desdén.

Y como no me gustaría, en vez de ponerte un anillo en el dedo te arrancaría el dedo de un hachazo.

Le guiñé el ojo como si todo marchara sobre ruedas y ninguno de los dos se sintiera morir ante las heridas que se reflejaban en nuestros respectivos cuerpos ensangrentados. Ante todo era el mantenimiento del orgullo y la dignidad, y por supuesto, yo no pensaba convertirme en una mocosa agonizante por un par de flechas mal atravesadas. Antes muerta que mostrar dolor o debilidad.

Los mató, ¿cierto? Inquirí con el ceño fruncido. A Dariel le encantaría tenerte de vuelta a sus filas, así que ella misma quiso instarte a romper el pacto deshaciéndose de tus esclavos. Oh vamos, no me mires así... ¿amigos? ¿Tú? ¡Ni que fueras un ser sociable, iluso! Reí entrecortadamente, gesticulando cuando las heridas se tornaban ahora más profundas con cada espasmo de mi cuerpo al reír. Dejé de hacerlo y retomé la seriedad inicial. Entonces... Deduzco que si ahora me hallo aquí encarcelada junto a ti... no será porque Dariel quiera tomar el te conmigo, ¿no es así? Yo soy una de tus elegidas... y tú eres mi verdugo. Espeté con una frialdad escalofriante en mis palabras, entrecerrando los ojos al mirarle fijamente, llena de cólera y rencor al haberme siquiera planteado la opción de sentir algo por él, por aquél traidor, el mismo que ahora me había condenado a una muerte asegurado.

De nuevo, sentí asco hacia mí y hacia Achilles, maldiciéndome por caer una y otra vez en sus trampas, en sus trucos de circo barato, en unas palabras vacías que por algún motivo, había creído. Y es que fue el peso de aquella realidad y no el dolor de las heridas lo que me llevó a gritar con todas mis fuerzas, resonando mi voz angustiada por toda la celda subterránea, escuchándose el eco incluso minutos después de haber reaccionado así. Aquél era el grito de guerra. Un grito que no volvería al silencio hasta que no me cubriese con la sangre y las vísceras de mi creador.

¿Dónde está el quinto elegido, romano? ¿En la parrilla ya?, seguí refunfuñando, removiéndome entre las cadenas, tirando de ellas al intentar avanzar mi cuerpo hacia adelante, hacia el vampiro, queriendo liberarme para así acabar de una buena vez con él, ignorando que algunas de aquellas flechas atravesaron mi carne de lado a lado, haciéndome escupir sangre en el rostro inexpresivo de Achilles.
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Mensaje por Achilles** Mar Abr 30, 2013 6:44 pm

La quinta….
Me preguntas por la quinta elegida, cuando la cuarta no deja de escupirme y forcejear cual insensata.

Espete con calma ante sus gritos que me parecieron un tanto histéricos.
Mujeres…

Ella ladeo el rostro ante la mención de “la quinta”. Cosa que me hizo torcer una sonrisa. Si bien no me creyó cuando hable de aquellos tres, menos me iba a creer cuando le hablara de Alawa, pero lo cierto es que en aquel momento no me importo. Yo contaría los hechos, luego la picta que hiciera lo que quisiera. Al menos me iria a la tumba sabiendo que en mis últimos momentos fui sincero con alguien.

¿Por qué crees que me conoces tan bien?...¿Qué te hace pensar que sabes algo de mi?
Negué con la cabeza, pues nadie me conocía realmente.
Después de que mataran a aquellos tres, decidí moverme lo más lejos que pude. Deseoso de sacar el recuerdo de aquellos de mi cabeza, por lo que me moví y ni siquiera se cuanto tarde en el viaje; pero llegue a Terra Nova.
Aquel paraje parecía desolado, triste, vacio…Y los vikingos no hacían más que acechar las tierras, conquistándolas, fundando sus colonias… Eran tan territoriales y colonizadores como los romanos. Te habrían caído bien.


Comencé a mover una de mis muñecas, intentando probar los mismos grilletes mientras seguía hablando con ella mentalmente.
El paisaje era tan natural y salvaje, que quise quedarme allí, como si algo me reclamara en la nieve. Seria por el silencio quizás… No lo sé, solo sé que me perdi por aquellas tierras hasta que un asentamiento llamo mi atención. Estaba lleno de humo, era tan denso, que destacaba entre el blanco del hielo.
Aun recuerdo la ventisca de aquel atardecer. La nieve caía incesante mientras yo andaba por las ruinas del poblado. Los vikingos habían pasado por ahí y lo habían destruido todo. Seguramente se habrían llevado a las mujeres, pues solo quedaban los cadáveres de los hombres y los niños.
La sangre de los cuerpos creaba pequeños ríos que marcaban el camino en la nieve.
No pensé en quedarme mucho tiempo. ¿Para qué?...No había vida allí, ni nada que me detuviera, pero algo llamo mi atención.
Había un árbol seco muy cerca de los restos humeantes y en él un bulto.
Pensé que era un animal cuando me acerque. Pero entonces vi mejor, y me encontré con unos ojos que ahora me miraban extasiados.
Desenvaine suavemente mientras caminaba hacia la figura, dándome cuenta de que no era un animal sino una pequeña niña, quizás de unos tres años.
...
Su piel era morena y sus cabellos tan largos que parecía una extraña muñeca…
Camine hacia ella, con la espada en alto. Iba a matarla…¿Para que dejarla vivir si toda su gente había muerto?... Matarla sería la buena obra del día, me dije en aquel momento. Pero entonces cuando camine hacia la niña ella también camino hacia mi.
Recuerdo que le contemple ladeando el rostro mientras le apuntaba. Pensando en donde sería más fácil cortar para causarle menos daño y para hacerlo mas rápido y menos doloroso en un infante…
Pero cuando lo hice, cuando le apunte, ella se acerco con el mentón bien alto y agarro la espada por la punta. Se cortó, pero ni siquiera lloró. Ella se quedo ahí, mirándome como quien dice "con desafío".
Recuerdo que su rostro me hizo sonreír, pues para ser tan pequeña ya se mostraba altiva como seguramente sería su pueblo. Bajé el arma, y entonces tendí una mano hacia ella. Estaba seguro de que saldría corriendo, que huiría despavorida…Pero la nena me miro y comenzó a dar pequeños pasitos hacia mí, pero no agarro mi mano, sino que paso de largo y se agarro directamente a los ropajes de mi cuello.
Me quede de piedra.

No puedo decir porque lo hice, ni que se me cruzo por la cabeza en aquel momento. Pero… No le mate, no le deje allí…
Yo simplemente le tome en brazos, le tape con mis ropajes y me la lleve conmigo.


Reconocí mucho mas que sincero ante el silencio de mi acompañante. Quedándome pensativo al recordarle, pues de una forma inesperada me había llevado a Alawa conmigo, criándose como si fuera su progenitor.
Nunca había querido tanto a una persona, ni me había volcado tanto con alguien, salvo con Eyra...
Y es que definitivamente aquella pequeña niña me había enseñado mas que muchos otros. Ella me enseño el valor de una vida humana.

Suspire, sin querer rememorar aun el resto de la historia. Ademas, estaba seguro de que las carcajadas de Etháin no tardarían en llegar a mis oidos, por lo que espere paciente...

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Mensaje por Etháin Mar Abr 30, 2013 7:11 pm

La ira se apoderó de mí, nuevamente. Tiré de las cadenas con todas mis fuerzas como si pretendiera abalanzarme sobre Achilles, con las manos convertidas ahora en fieros puños sedientos de sangre. Le mostré mis colmillos, gruñéndole.

¿Y entonces la violaste y le cortaste la lengua como tus compinches de tu legión hacían exactamente lo mismo conmigo? ¿Eh? ¡COBARDES! ¡Y decías que no eras como ellos, que no habías actuado como ellos, que no habías sido tú quién arrasó mi pueblo y ultrajó mi vida! ¡MENTIROSO! ¡EMBUSTERO! ¡Eres igual a todos los romanos que conocí! ¡Un cruel asesino! ¡Te encaraste con una cría porque cualquier mujer te habría podido plantar cara! ¡Energúmeno...!

Pero entonces, ante la retahíla de insultos que le propiné al vampiro, debido a la furia que en él había volcado, las cadenas habían empezado a ceder y ante un tirón más, se quebraron, al menos, liberando uno de mis brazos.

Parpadeé un momento y desvié entonces la mirada de Achilles, centrándome en intentar liberar mi otra mano, trabajando en aquellas cadenas aunque sin éxito. Por ello, tras el enésimo intento, decidí dar preferencia a mis heridas, que empezaban a preocuparme de veras. Arranqué las flechas ancladas en mis piernas, muslos, torso, espalda y brazos. La del pecho.. me daba pavor tocarla: si la movía un milímetro más... mi vida podía terminar en aquél preciso instante.

Tragué saliva, sintiendo cómo un gélido sudor recorría mi espalda cuando llevé mis dedos hacia aquella flecha, desviando la mirada una última vez a mi creador.

¿Algo más que añadir?, inquirí con un deje de esperanza en mi voz que no pude ocultar ante él.

Y así, cuando estaba a punto de tirar de aquella flecha incrustada en mi pecho, algo me detuvo. Algo hizo que rechazara aquella opción, y no fue solamente la idea del riesgo que aquella medida desesperada podría ocasionarme...
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Mensaje por Achilles** Mar Abr 30, 2013 7:35 pm

¿Algo mas que añadir?
Si.
Ni le viole, ni le corte nada.
Yo…
La crie….


Ella dejo de forcejear y se giro hacia mi, mientras yo seguía hablándole, desviando la mirada. Pues definitivamente la idea de que ella me imaginara haciéndole algo asi a Alawa, a mi pequeña, me hizo odiarle bastante.

Jamas toque un pelo de sus cabellos. Yo cuide de ella hasta que creció, le enseñe a luchar, pero no solo por diversión. No quería que supiera cosas de batallas, quería que viviera lejos de la sangre y de todo horror que supusiera una guerra o un conflicto…
Me asenté con ella en un poblado cercano. Diciendo a que era un errante y ella mi hija. Así evite preguntas excesivas, por lo que de ese modo, ella pudo tener su cultura, sin perder sus raíces.
Salvo que la mayor parte del tiempo hablábamos en latín al menos nosotros dos.
...
Y si. Vivi allí, lejos del mundo con ella, pensando que le salvaría de los reyes, cuando fueron los vikingos los que me la robaron.
Si…Ellos se la llevaron y no pude hacer nada por evitarlo.
Me llene de ira, de odio. Un odio que jamás sentí.
Le busque por tierra y por mar, hasta que supe su paradero y llegue a Islandia, pero ya era demasiado tarde… Cuando llegue ella habia muerto, fue su hija quien me lo hizo entender.


Mire a Etháin y me fije en su cuerpo dañado y en su gesto constrariado. Escupiendo a un lado el cumulo de sangre en mi boca, que por hablar en voz alta broto de mis pulmones.

¿Que? ¿Y ahora que? ¿Crees que eres la única que piensa en otros, la única que ha perdido cosas en la vida?
Te siguen quedando razones para odiarme? podrias inventarte algunas.
...
Me juzgas de asesino cuando tu misma no haces mas que segar vidas a diestro y siniestro…


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Mensaje por Etháin Miér Mayo 01, 2013 10:19 am

Visualicé aquello que de su boca emanaba, sintiendo de pronto una especie de paz interior, como si sus palabras me tranquilizaran, como si fueran el bálsamo que acalló mi fiereza. Imaginé su historia, la relación que Achilles mantuvo con aquella niña indígena, lo que le pudo suponer la pérdida de la pequeña... Y por un momento, me conmovió. Achilles, el gran Achilles, un romano de gélido corazón y exento de buenos sentimientos, él, mi Creador, el vampiro que ahora tenía delante... me había conmovido.

¿Y qué hiciste con ellos? ¿Con los vikingos que mataron a la indígena? ¿Acabaste con ellos? ¿Con su pueblo? Porque de ser así, nada de lo que en ti había dispuesto en cuanto a percepciones, habría cambiado. Argumenté, mirándole con fijeza aunque manteniendo un tono mordaz. No quería confiarme. ¿Y si todo aquello era una burda patraña suya? No. Respondí a sus interrogantes con un hilo de voz. No fui la única ni lo seré, pero no esperaba algo así de ti. Tú, que siempre pareciste un hombre fuerte en todos los sentidos, no te imagino doblegando tu orgullo por amor a nadie. El amor nos hace débiles, decíamos en mi pueblo. Tu siempre pareciste el estereotipo del que debía aprender. Y sí... tengo razones para odiarte, Achilles. Musité, desviando la vista, retrocediendo unos pasos hasta que las cadenas dejaron de estar tan tensas, pudiendo así sentarme con las piernas cruzadas, buscando el destello de luz que se filtraba por una rendija diminuta del techo. Suspiré.

Aeron era mi padre. Era un humilde ganadero de caballos que trabajaba para el líder de mi pequeña tribu, cuyo nombre cayó en mi olvido poco después de que los romanos eliminaran todo rastro de mi pueblo y su historia. Aquél día de invierno, mi padre se había quedado en casa para asistir al parto de mi madre, pues las comadronas le habían asegurado que al atardecer, mi hermano vería la luz al fin. Por la mañana, fui al río a pescar el desayuno. Debía ser una trucha suculenta para dar fuerzas a mamá, las necesitaría. O eso pensaba yo...

Los romanos llegaron y con ellos, la Muerte. Torturaron a mi padre y violaron a mi madre, asesinándolos después. Mi hermano nunca vio la luz, nunca pudo respirar el aroma del césped tras el rocío matinal, nunca pudo ver ciervos, caballos y conejos corretear por aquellas verdes sendas montañosas, nunca pudo escuchar nuestras risas, encender una hoguera para cantar y bailar a su alrededor, nunca pudo sentir ese flechazo al enamorarse de alguien ni curtirse en batalla por la gloria de su pueblo. Murió allí, en el vientre de su madre, sin opciones ni oportunidades.

Al anochecer, el poblado se deshizo en cenizas y sus habitantes quedaron sepultados bajo las lenguas de fuego que borraron su memoria. Y como sus recuerdos, los romanos mataron también mi voz. Me arrancaron el habla para así someterme a ellos, tenerme a su merced, hacer de mí cuanto quisieran. Yo no me resistí a ellos. Pero mientras ellos gozaban de mi carne, yo urdía mi venganza.
Dices que me salvaste, que en aquella batalla yo hubiera perecido de no haber sido por ti. Te equivocas, Achilles. Yo debía morir en aquella batalla. Era el señuelo. Conmigo muerta y los romanos creyéndose vencedores, los pictos bajo las ordenes de Gorlacon, los habrían aplastado con la caída del sol. Pero tú lo arruinaste todo: mi venganza, mis esperanzas, y, sobretodo, la oportunidad de salvar al pueblo picto.

Tras tu actuación los romanos se sublevaron con más fuerzas y prendieron a los pictos. El final de ésta historia la conoces tan bien como yo, Achilles.

Dices que te juzgo por ser un asesino cuando yo misma lo soy. La diferencia, querido, es que a mí me convirtieron en una asesina las gentes como tú. Los romanos hicieron de mí una fiera salvaje con sed de muerte y venganza. Si aquél día sus tropas hubieran pasado de largo... todo hubiera sido diferente, Achilles. Mis padres hubieran visto crecer a su varón, hubieran vivido hasta que los dioses lo hubieran deseado, con una vida plena y feliz. Yo no había visto la Muerte hasta mucho tiempo después, no habría aprendido a usar espadas y flechas, no habría pintado mi rostro para jurar dar caza a unos opresores que de haber sido así, no habrían existido en mi vida. Me hubiera casado, habría alumbrado a siete fuertes hijos que a su vez continuarían la línea sanguínea de mi familia y de mi pueblo. Tampoco te habría conocido. Nunca me habrías convertido en el monstruo sanguinario que soy ahora, robándome todo cuanto pudo haberme hecho feliz. Y sólo cuando mi piel se hubiera arrugado por el pasar de los años, hubiera exhalado el último suspiro de mi vida, tranquila, sosegada y feliz.

¿Ves, Achilles? Tengo tantas razones para odiarte como motivos para matar. Así que dame una sola razón para no matarme ahora clavando más hondamente en mi pecho esta flecha para que así mi vida sin sentido culmine aquí y ahora, sentenciándote a ti a volver a los brazos de tu captora para servirle cuál gusano romano fuiste una vez. Sería como volver a antaño, a tu vida pasada. Seguro que volverías a disfrutar siendo un peón más de una legión sanguinaria. Lástima que no podré verlo... Despídete de tu quinta elegida, Achilles.

Porque si no puedo acabar contigo, acabaré conmigo.
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Mensaje por Achilles** Vie Mayo 10, 2013 1:46 am

¡NO!
Negué con la cabeza, entrechocando los dientes mientras le miraba, sintiendo una inmensa rabia unida a la desesperación cuando contemple sus actos y vi en sus ojos sus intenciones. ¡La picta estaba loca si pensaba que no querría impedir que se destruyera a si misma!
Mujeres…Realmente eran unas dementes todas y cada una de ellas.

Cuando perdí a Alawa, y encontré a los vikingos que se la llevaron…no, no arrebate ninguna vida.
Les odie…Les odie a todos y a cada uno de ellos, les maldije a ellos y a sus descendientes y les desee todo el mal que un corazón destrozado y lleno de rencor como el mío podía desear para otros, pero no, no les mate.


Fruncí el ceño, contemplando aquella mirada penetrante, queriendo ver en sus ojos mas allá de lo que ella me mostraba. Queriendo tambien que sus ojos vieran la veracidad de mis palabras.

Acabar con sus vidas y saciar mi sed de venganza no me la traería de vuelta. Nada me devolvería a mi pequeña.
La sangre no me daría paz…Aquel dia lo entendí.

Deje que mi cabeza cayera para descansar un poco, fijándome en los grilletes de mis tobillos.
Tienes motivos más que suficientes para odiarme. Y ni siquiera sabes porque te elegí…Si quieres motivos para odiarme al menos déjame que te los explique.
Comente alzando ligeramente el mentón para mirar sus ojos y perderme una vez más en ellos. Sonriendo ligeramente ante su rostro ensangrentado y sucio, que por algún extraño motivo me pareció dulce.

Cuando te elegí, lo hice porque vi en tus ojos todo lo que yo deseaba…
Vi la vida, vi la fuerza, vi la ira, vi la traición…Vi tus atributos, tus anhelos, tus sueños, tus ambiciones. Vi la lealtad hacia tu pueblo y la quise para mí. Quise todo lo que tu eras, toda tu esencia, tu alma…para mí.
Por eso cuando escuche a aquellos romanos, comentando que habían descubierto tu plan. No lo dude ni un instante.
Eliminé sus vidas, oculte sus cadáveres y tome sus puestos. Deje que tu plan se llevara a cabo como lo habías planeado, queriendo saber hasta dónde podrías llegar.
Y llegaste lejos.
Si…Lo admito, me gustó ver como traicionabas a mi propio pueblo, pues yo mismo soy un traidor.
Por eso cuando ya no quedó nadie más que tu y yo en aquel campo de batalla que supe que eras mi siguiente elegida. Me odiabas, me odiabas un poco mas cada segundo que luchábamos y eso me gustó. Yo alimentaba tu ira, pero tu alimentabas mis ganas de vivir.

Sonreí mientras le miraba, pues sabía que estaría sonando manipulador y maquiavélico, pero no me importaba ya.

Soy un egoísta y no merezco más que el infierno en vida. Pero no me arrepiento de elegirte, ni de salvarte, ni de ayudarte en tu traición, ni de haberte convertido en mi creación.
Arruine tu vida, y no me arrepiento de ello, porque gracias a eso, tu estas viva, lo has estado durante todos estos siglos, y yo, entre las sombras he podido estar a tu lado.


Sus ojos me miraron abiertos de par en par. Mientras yo le miraba fijamente, contando la verdad de mis hechos. Sentenciándome con cada palabra que salía de mi boca, exhalando un suspiro que de algún modo u otro me libero de un peso que no sabia que poseía sobre mis hombros.

Entonces, y solo entonces…La reja que nos mantenía ocultos en aquella celda sonó al abrirse mientras los guardias reales, -ataviados con sus característicos ropajes rojizos-, se adentraban junto a nosotros. Dejando paso a una figura imponente, una figura cuya mirada glacial se clavo en cada uno de nosotros, sonriendo dulcemente antes de adelantarse y decir: …
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Mensaje por Dariel Vie Mayo 10, 2013 3:06 am

…Buenos días mis queridos rehenes…


Más de mil años habían pasado desde la última vez que le viera. Y me parecía como si hubiera sido ayer cuando mande a los primeros hombres a matar a sus protegidos.
Cuanto había corrido el reloj desde entonces…

Sonreí al adentrarme junto a mis guardias, lo cierto es que me alegraba de ver a aquellos dos, aunque supiera con certeza que ellos no se alegraban de verme a mí. Contemplando primero al que había sido uno de nuestros generales y luego a la elegida. Me hizo gracia saber que era ella, pues tenía sentido.

Lamento que mis guardias os hayan traído de una forma tan poco cortes ante mi presencia, pero necesitaba veros.
Di una orden mental a mis guardias, quienes se acercaron a ambos para desenterrar las flechas que les atravesaban. Dedicándose algunos a Achilles y sujetando otros contra su voluntad a Etháin, quien se removió cuando le tomaron para presionarle e inmovilizarle contra la pared.

Quise atenderla a ella, chasqueando la lengua mientras miraba las diversas heridas de la joven, quien me miraba iracunda mientras yo me acercaba hacia ella, deslizando muy suavemente las yemas de mis dedos por su pecho, introduciéndolos muy ligeramente en su carne para tomar la punta de la flecha, apreciando como ella aguantaba la respiración y me miraba fijamente. Un solo empujón habría bastado para atravesar su corazón y dejarla inconsciente…por lo que sujete la pieza de madera y la saque de su carne ante su sorpresa.
Deje caer la madera al suelo antes de apreciarla una sola vez mas, si no hubiese sido porque era una inmortal, habría jurado que su rostro había enrojecido ante mi decisión de sacarla.

Seguramente os preguntáis que quiero o porque estáis aquí. Debéis tener teorías interesantes…¿verdad?
Me gire para acercarme a Achilles quien miraba cada uno de mis movimientos en una aparente calma total. Una que hubiese sido creíble si no hubiese escuchado como volvía a respirar al percatarse de que sacaba la flecha de Etháin y no la enterraba mas.

No os preocupéis mis pequeños, todo esto habrá acabado antes de lo que pensáis. Sonreí casi maternalmente al guerrero caído, ladeando el rostro, y entonces le mire fijamente, comentándole mentalmente lo que iba a hacer, lo que iba a decir…Le comente todos y cada uno de mis planes muy sosegadamente, mientras observaba como sus ojos se desencajaban y su semblante se contraía en una mueca que por un momento, un solo momento, me hizo torcer una mueca de aflicción.
Él giro el rostro hacia Etháin, queriendo comunicarse mentalmente con ella, queriendo decirle lo que iba a pasar, -seguramente queriendo aconsejarla- pero yo se lo impedí, bloqueando su mente mientras él giraba la cabeza con indignación para mirarme con aquel aire desafiante que tan característico era en su persona. Saque una daga de mi manga y fue entonces cuando él entreabrió los labios rápidamente para volver a intentar hablar con ella, mirándola una vez más, haciendo el gesto de gesticular…Pero su gesto no logro llevarse a cabo, pues en aquel momento me abalance sobre el, sujetando bruscamente su mentón para urdir con mis dedos en su boca mas que fugazmente, atrapando su lengua con las uñas para sacarla y cortarla con la daga que traía entre mis dedos.

El grito ahogado del guerrero pronto se transformo en una tos compulsiva, una que le hizo encolerizarse aun mas, gimiendo y gruñéndome con la boca llena de sangre mientras yo sujetaba la punta de su lengua entre mis dedos. Mirandole mientras el se removía delante mio con las cadenas. Furioso como hacia mucho que no le veía.

Dicen que todo se paga en esta vida…
Tu pueblo fue el que masacro al de ella…Así que lo llamaremos simplemente “karma”.

Cálmate, no servirá de nada que forcejees, has perdido casi la mitad de tu sangre en el trayecto.
Sera mejor que te relajes, la hora ha llegado, pero no es como piensas, crees que te necesito, pero no, no te necesito.

Lamentare esto…Pero créeme cuando te digo que lo hago por tu bien…
Indique apartando uno de los mechones de su rostro que cruzaba su rostro transpirado, ensangrentado y lleno de suciedad por el lugar donde habrían permanecido las ultimas horas y los últimos días.
He escuchado vuestra charla. He escuchado las cosas que has dicho sobre tus elegidos y parte de tu vida. Siempre te he seguido el rastro y lo sabes bien… Comente mientras posaba la palma de mi mano derecha sobre su pecho, mirándole hacia arriba mientras contemplaba su mirada agobiada, una que me pedía que parase mis planes sin que lo dijera abiertamente.
Te pedí que cumplieras un pacto y lo has hecho, te pedí que buscaras cosas y sin entenderlo lo hiciste….pero no has aprendido nada…Por eso creo que ha llegado la hora de que las cuentas se salden.
¿No crees?


Mire de reojo a la picta, deslizando la mano por el pecho de Achilles.

Esto va en tu honor Etháin.
Ella me miro sin entender y es que sin perder un segundo, enterré los dedos de mi mano en el pecho de Achilles, hurgando en su carne mientras miraba a mi victima a la vez que conducía mis dedos por su pecho hasta atrapar su corazón en mi puño.

El mundo será un lugar mejor sin ti guerrero caído…
Achilles contrajo su rostro en una mueca de horrible dolor, abriendo su boca y exhalando el aire mientras movía el rostro como podía hacia Etháin, contemplándola por última vez ante el rostro desencajado de ella.
Ambos se dedicaron una mirada que apenas duro un segundo, sin embargo la intensidad de aquel momento me hizo sentir incomoda incluso a mí.
El guerrero querría quedarse con la imagen de ella como ultimo recuerdo en sus retinas. Y eso me hizo envidiarles.

Arranque la mano de su pecho de un tirón, haciendo que Achilles estirase el cuello hacia atrás, gimiendo en un último lamento, mientras sus cabellos tapaban su semblante pegándose a su piel por el sudor. Las venas de su cuello y de su frente se marcaban dándole un aspecto de sobreesfuerzo extremo, y entonces, mientras sostenía su enorme corazón en mi puño, su cuerpo dejo de temblar y estremecerse violentamente y sus parpados se cerraron, cayendo su cabeza hacia adelante como peso muerto, quedando sus labios entreabiertos mientras la sangre y el sudor recorrían prácticamente todo su pecho.

Los guardias se acercaron a mi, y yo deposite el corazón del guerrero con sumo cuidado sobre una bandeja de plata, lamiendo las yemas de mis dedos con sutileza antes de que los guardias tomaran el cuerpo de él y le quitaran los grilletes para sacarle de la celda.

Llevadle a la sala soleada. Amanecerá en cinco minutos.
Me gire hacia Etháin.
El corazón te pertenece, tómalo con una ofrenda de buena voluntad de mi parte.
No me mires así o te dejo un año aquí encerrada.

Vamos…Solo bromeo.

Alimentadla y liberadla.


Los guardias se acercaron a ella y obedecieron mientras yo me encaminaba hacia la salida, explicándome con calma.

La situación es bastante clara. Tienes cinco minutos para salir de aquí y salvarte del sol o cinco minutos para ir a por él…
El guerrero se ha quedado sin corazón, pero aun puedes hacer algo por dárselo.

Si…El guerrero ha caído, tú eras la elegida, tu debías morir, pues siempre fue el quien jugó contigo, quien eligió tu destino, pero las tornas se han cambiado, tu destino te pertenece y ahora tú eliges si su vida debe ser salvada o no. Ahora eres tu quien decide que hacer.

Gire una vez más el rostro para mirarle seriamente.

Piénsalo bien…
Si le ayudas, el recuerdo de sus actos siempre te perseguirá cuando le mires, pero si le dejas morir todo habrá acabado, tu pueblo habrá sido vengado, tu honor mancillado se habrá limpiado y podrás pasar página en tu vida…
Ya no habrá más dolor, ni mas maldad, pues la guerra habrá acabado con él.
Tu eliges… su vida… la tuya… o la de ambos…


Sali de la celda y mis guardias conmigo, mientras le dejábamos allí, ahora libre, con la celda abierta y el reloj de arena corriendo ante su soledad.

Tic Tac…
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La venganza del ratón contra el gato [Achilles] - Página 2 Empty Re: La venganza del ratón contra el gato [Achilles]

Mensaje por Etháin Vie Mayo 10, 2013 5:46 pm

Me usaste para tu entretenimiento hasta que...

Mis palabras quedaron silenciadas por la presencia de Dariel, a la que llamaban Reina el resto de inmortales excepto los denominados Rebeldes, de los que bien podían incluirme yo. Al fin y al cabo, ella no era nada ni nadie para mí, ni mi Reina ni mi representante. Sólo una longeva vampiresa con aires de grandeza. Cosa que ya de por sí, suscitó mi rabia, gesto que no pude disimular ante ella y que me llevó a gruñirle y mostrarle mis colmillos cuál fiera...

Y en un abrir y cerrar de ojos, en todo lo que supone el divisar una estrella fugaz, escuchar un te quiero, saborear la miel, sentir un escalofrío recorrer la espalda o gozar del aroma momentáneo de un transeúnte desconocido que pasó deprisa rozando tu hombro... Todo cambió. Mi mundo, en apenas unos segundos, se desmoronó.

Ante mí tenía ahora una puerta abierta hacia la libertad y una opresión en mi pecho que no me dejaba respirar, y ya no era debido a la flecha clavada cerca de mi corazón.

Salí de la celda y siguiendo el rastro de su aroma, de su sangre, corrí escaleras arriba, sabiendo que ascendía por una torre que llevaría a una gran terraza probablemente, tal y como pude comprobar a mi llegada, derrocando la puerta que me impedía salir a la superficie, agitada y aun un tanto dolorida por las heridas que poco a poco iban cicatrizando en mí gracias a mi alimento.

Allí, encadenado de pies y manos, tendido bocarriba en medio de aquella sala de baldosas tan nítidas como espejos que lograban reflejar aquél cielo amenazante por la radiante luz del astro Rey que con su capa luminosa iba dotando a París del fulgor de un soleado día primaveral.

Se me acababa el tiempo.

Tragué saliva.

Dudé.

Y entonces corrí hacia él, acuclillándome junto a Achilles sin querer siquiera mirar su aspecto moribundo, rompiendo las cadenas de sus extremidades para liberarle así, cargando su peso muerto sobre mi hombro derecho cuál saco de patatas antes de tomar carrerilla y saltar desde la gran altura de aquella torre, cayendo agazapada sobre los jardines traseros de la edificación a la que ni tiempo dediqué en escrutar, demasiado preocupada de que la luz no nos alcanzara todavía.

Brincando de árbol en árbol y escondiéndome de sombra en sombra, logré llegar a la altura de los acantilados, dónde bien sabía que en las rocas había cuevas suficientemente profundas, aisladas y de difícil acceso para proteger a Achilles tanto del día como de la Dariel y sus macabros juegos de los que me había jurado entonces, vengarme sin piedad. De hecho, mientras descendía por las rocas trepando con destreza y agilidad, imaginaba poseer la cabeza de la longeva vampiresa clavada en una pica.

Al aterrizar en una de aquellas tantas cuevas, llevé el cuerpo pesado de Achilles hasta la parte más profunda, oscura y húmeda de la gruta, tumbándolo en la rocosa y gélida superfície, apoyando su cabeza sobre mi regazo para que así la inclinación de ésta fuera la adecuada. Sólo entonces, retiré sus cabellos del rostro y contemplé aquellos contornos marcados, la sangre, sudor y barro mancillando su piel, su suave piel... Despegué sus labios y llevé mi muñeca a mi boca, abriendo una brecha en mi carne mediante mis colmillos, haciendo brotar la sangre que dejé caer cuidadosamente sobre su boca hasta que la herida se cerró, reabriéndola ésta vez, para dejar caer mi sangre directamente sobre la herida de su pecho abierto, sabiendo que la sangre de un vampiro curaría más rápidamente semejante herida. Ahora era sólo cuestión de esperar.

Me coloqué bajó una gotera con mis manos entrelazadas de forma tan precisa que ninguna gota de agua fuera desperdiciada, contemplando de reojo cómo la carne de Achilles se iba regenerando con el pasar de las horas, recuperando incluso un tono de piel más normalizado para un inmortal. Y mientras él seguía sumido en la inconsciencia y el día seguía reinando fuera, yo me dediqué a limpiar su rostro con el agua que había almacenado entre mis manos durante horas de postura inmóvil bajo aquella gotera, desechando también sus ropajes para que las heridas no se cerraran con restos de suciedad o de telas rasguñadas, siendo así un proceso más limpio y sano para el vampiro.

Al culminar el día anatomía prácticamente se había regenerado por completo y su figura volvía a ser impecable. Entonces me alcé de su lado y sin más palabras, sin siquiera mirar atrás, me encaminé hacia la entrada de aquella cueva en la que había pasado todo el día encerrada, cuidando de mi creador, de aquél al que más odiaba y amaba a partes iguales. Y es que había decidido salvarle la vida, era cierto, pues por él sentía algo que no podía negar, quizás la sensación de ser él la razón por la que yo seguía hoy viva, por deberle también las ocasiones en las que me salvó el pellejo, por ser yo quien debía acabar con él si alguien tenía que hacerlo. Por esas y más razones, había salvado su alma del Inframundo y por supuesto, no me arrepentía de ello.

Sin embargo...

Aquello no sería un final feliz, de esos en los que se comen perdices y viven felices. Achilles fue, era y sería mi enemigo. Le dejaría vivir... más no junto a mí. Era momento de partir y poner punto y final a aquella historia con el romano. Una historia que si bien quedaría enterrada en aquella gruta en cuanto yo marchara, sabía que jamás podría olvidar.

El manto nocturno me abrazó en cuanto abandoné la hospitalidad de la gruta, aspirando el aroma que el mar traía a mis pulmones una última vez, como si de aquél modo me despidiera de las tierras francesas. Di un brinco y así empecé a trepar de nuevo por las rocas del acantilado para poner rumbo al fin a mi hogar, queriendo regresar a mi Escocia natal para olvidarme de París, de Dariel y de aquello que Achilles había logrado despertar en mí y sacudir mi mundo entero.

El amor nos hace débiles, me recordé con una triste sonrisa que se desvaneció cuando algo tiró de mi tobillo con fuerza y pese a que fueron mis uñas las que se incrustaron en la roca para evitar mi caída, mi cuerpo se vio arrastrado hacia abajo...
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La venganza del ratón contra el gato [Achilles] - Página 2 Empty Re: La venganza del ratón contra el gato [Achilles]

Mensaje por Achilles** Sáb Mayo 11, 2013 2:31 pm

La negra noche, la eterna oscuridad sin tiempo… El negro amanecer en el infierno había venido al fin, o eso quise creer cuando mis ojos dejaron de verla.
Todos mis largos años como muerte habían dado paso a un vacio extendido a lo largo de los años. Y ahora, al fin…Como si me hubiese clavado mi propio aguijón, sufría las consecuencias del veneno que fluía por mis venas. Un veneno alimentado por el rencor, por el odio, un veneno que fluía intenso y negro por cada mi fibra de mi ser, y que al pasar de los segundos se derramaba por mi piel y se marchaba con aquel corazón muerto que ahora ya no descansaba en mi pecho.

Abrí los ojos…
Sin saber cómo, abrí los ojos, tomando una gran bocanada de aire que lleno mis pulmones, haciéndome estremecer de dolor.
Me gire, quedando en posición fetal, agarrando la piel de mi pecho con las manos temblorosas, aun sin creerme que estuviera cerrado y yo vivo.

Aquello era extraño, pues entre la confusión de aquel momento, solo había una cosa clara en mi mente; y es que me sentía liberado. Como si aquel odio se hubiese ido con aquella parte de mi cuerpo, una parte que ahora se regeneraba, haciéndome sentir aun el vacio en mi carne, así como los huesos y las astillas aun enterrados entre mis maltrechos órganos, aun urdiéndose algunos entre mi carne, volviendo poco a poco a su ubicación habitual. Mientras que yo respiraba agitado, girando el rostro para apreciar aquella cueva, por un momento sin ver nada, hasta que logre distinguir los recovecos y la humedad, apreciando como una figura amenazaba con desaparecer de mi campo de visión.

Aquel momento, entre todos los años que almacenaba en mi espalda, fue la primera vez que sentí ansiedad. Ansiedad y angustia por pensar en que se iría, por pensar que ahora, después de haberme arrancado de las llameantes manos del infierno, me dejaría volver a caer. Salvándome para dejar ahora que me hundiese por mi propio peso en las mismas llamaradas del infierno.
No, no estaba dispuesto a aceptarlo. Ella era picta y seria tozuda, pero yo era romano, y era incansable.

Comencé a arrastrarme por la cueva, tomando aire, sujetándome por las mismas paredes para afirmarme y alzarme, caminando torpemente hasta que llegue hasta la entrada de la gruta de piedra, recibiendo el azote del viento como un aire que me despertó aun mas, refrescándome, despejando mis sentidos aturdidos.
Alce el rostro hacia el cielo, apreciando la pared y su figura escalando por ella, con las estrellas como telón de fondo.
Me alce, escalando tan solo unos pocos metros hasta que llegue hacia su tobillo, agarrándolo más que bruscamente para hacerle caer, cayendo yo con ella cuales sacos de patatas en la piedra.
Ella se removió inquieta mientras yo aun sujetando su tobillo subía mi agarre por sus piernas, como si quisiera escalarla a ella y a sus montañas, agarrándole desde sus mismos ropajes para arrastrarme encima suyo hasta que su rostro me contemplo mientras yo le sujetaba. Mirándole en silencio hasta la brisa nos agito, demostrando su presencia.

Si…Somos débiles…
Es cierto.
Pero tu, TU...¡quien te crees que eres! ¿Crees que puedes salvarme y luego irte así como si nada? ¿Crees que puedes aparecer, y corresponderme, porque sé que me correspondes...e irte...como si no me conocieras.?

Indique respirando agitado mientras contemplaba el brillo de sus fieros ojos negros.
Si. El amor nos hace débiles, pero ya caímos en sus redes. Alejarnos ahora, no hará mas que dejarnos vulnerables. Ella se removio por lo que le sujete con mas firmeza, mirándole fijamente, queriendo que me escuchara -ahora que al fin había recuperado mi lengua.-

El amor puede ser una debilidad, pero también un arma…Quédate conmigo, unamos fuerzas tu y yo y nada nos vencerá.
En aquel momento, vi su semblante y casi pude apreciar como entrechocaba los dientes para fulminarme por impedir que se marchara, por retenerla ahora debajo de mi, por hablarle de amor. Por decir eso yo, que era su enemigo, y por pedirle que uniera fuerzas conmigo. Yo, “un sucio romano”.
Casi pude sentir su odio naciendo una vez más en su rostro fiero, apreciando aquel brillo característico en sus ojos que ya tan bien conocía.
No lo pude evitar, sonreí perversamente al ver ese enfado y esa ira…
Fue por ello que empeorándolo aun más, que lleve mis manos a su rostro, sujetándolo con firmeza para poder besarle de ese modo. Le besé, si, y lo hice con necesidad. Con necesidad de su cercanía y porque por un momento todo acabó para mi y ahora que seguía allí, sabia que tenerla cerca era lo único que me importaba. El odio no era suficiente al lado de lo que me ataba ella. Fue por ello que le robé el gesto, mordiéndole, palpando la textura de sus labios rugosos, deleitándome con la piel suave que sujetaba. Me deleite con su carne, besando su mentón y bajando por su cuello, el cual sujete con una de mis manos para rasgar con la otra parte de sus ropajes, teniendo parte de la piel de su escote ante mi, una que bese ansioso por el mismo aroma que de su piel emanaba.

Sin embargo, algo me freno, dejándome por un momento quieto, haciendo que mi espalda se arqueara y que tuviera que apoyar la frente sobre su pecho, soltándole para agarrar la piedra que rodeaba su cuerpo, sujetándome en ella, enterrando las uñas y los dedos en la roca mientras me mordía los labios al sentir y al escuchar el crujido de los huesos de mi esternón recomponiéndose.
Definitivamente estaba hecho un maldito saco de carne y huesos.

Algún día les sacare los ojos a Dariel por esto…farfulle entre dientes mientras arrastraba entre mis dedos la roca que había destruido, deslizando mis manos por la superficie áspera hasta que mis manos dieron con las suyas. Roce sus dedos.
Habría querido sujetar sus manos entre las mías, acariciarle, conducirla a que me tocase, rodear su cuerpo, abrazarle e intentar sosegar el dolor que sentía en aquel momento, abasteciendome con su cercanía… Pero no podía hacerlo. No porque no quisiera, sino porque después de aquella noche las cosas habían cambiado. Ella me había salvado la vida, pero pese a eso seguía repeliéndole tanto como ella a mí. No podía exigirle nada.Y es que, pese a que supiera que ya no le vería con los mismos ojos, sabía que jamás podría mirarme sin ver al representante de aquellos que habían destruido todo lo que ella amaba. Aquella seria mi condena. Amor y odio a la vez.

Me aparte como un peso muerto para quedarme de espaldas a su lado contemplando el cielo, mientras mordía mis labios, aun sintiendo un ligero temblor inundarme ante la normalidad que tomaba mi anatomía.


Gracias…
Por no dejarme allí.

Comente entre dientes mientras contemplaba el cielo negro y oscuro sobre nosotros, percatándome de que sujetaba su mano, pese a que no me hubiese dado cuenta de que lo hacía.

Me da igual que me sigas odiando, o que seas tu quien desea acabar con mi vida... Pero no te largues como si no hubiera pasado nada.
Entrelace sus dedos un poco mas entre los míos apretando su mano cuando sentí su piel. Y es que no quería que me soltara, pese a que supiera que era lo que ella deseaba y lo que debía hacer.
Estaba acabado.

Mi inconsciente me había delatado.
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Mensaje por Etháin Sáb Mayo 11, 2013 7:30 pm

Una sonrisa indescriptible torció mis labios ante sus últimas palabras. Mi mano estrechó sus dedos enlazados con los míos. Los estrechó fuerte... demasiado fuerte. Y el crujido de sus huesos quebrándose resonó en aquél paraje abandonado por la mano de Dios, aislado y perturbadoramente silencioso.

Haciendo alarde de mi gran velocidad de la que mi raza me había dotado, me posicioné entonces sobre la cadera de Achilles, sentándome a horcajadas sobre ésta sin soltar aun su mano, estrujando sus dedos mientras mis ojos se clavaban como puñales en su mirada un tanto contrariada y confusa.

Tienes razón, inmundo romano. Corroboré con una escalofriante frialdad revestida de firmeza y decisión. Lejos habían quedado las dudas y titubeos. Lejos había enterrado aquellos sentimientos que por un momento me habían hecho flaquear ante semejante personaje. Ya no más errores, me dije sonriendo perversamente. No puedo largarme como si nada hubiera sucedido, es cierto. Proseguí, soltando al fin su mano rota, dejándola caer sobre su pecho ante su mueca de dolor y la duda planeando en su mirada centelleante. Y ante aquella mirada, hice de tripas corazón y reuní la valentía suficiente para atizarle un sonoro puñetazo en su mejilla derecha, suficientemente fuerte para que se le saltara un diente y ensangrentara su boca. Esto, es por haber hecho de mi vida un infierno.

El rostro de Achilles se giró para mirarme, gesto que aproveché para abofetearle de nuevo, esta vez en la mejilla izquierda y con la misma fuerza, haciendo que mis nudillos arrancaran un par de dientes de su mandíbula superior que volaron hacia el precipicio dónde nos hallábamos, aun en la entrada de aquella gruta. Su rostro quedó girado unos segundos más, con la mirada perdida en el horizonte que se confundía entre el cielo y la tierra. Esto, por las veces en las que me pusiste una mano encima... incluida esta ocasión.

Llevé mis manos a su pecho al descubierto, ya recompuesto en su totalidad. Paseé las yemas de mis dedos por los contornos que marcaban sus pectorales, sus abdominales, las costillas, el esternón, la clavícula... Y me incliné hacia él, hacia su pecho, allá dónde se encontraría su nuevo corazón dormido. Entonces, besé su piel en un gesto sencillo, sosteniéndolo durante unos minutos eternos, sin despegar mis labios de su tacto, perdiéndome en aquél instante e ignorando los movimientos de Achilles que indicaban que de nuevo, su rostro había vuelto a mirarme, quizás sorprendido por mis actos.

Al fin me erguí y por primera vez, le miré de otro modo distinto. Le miré con ternura.

Y esto... por enamorarme.

Y dicho eso con la voz más dulce y suave que mis cuerdas vocales disponían, llevé mis manos a su rostro para acariciarle con un roce tal sutil que era prácticamente inexistente, suficiente para despertar cierto atisbo mágico entre nuestras pieles que ahora parecían arañarnos, arder de a poco en busca de una fusión carnal.

Volví a inclinarme sobre él, ésta vez para besar con fiereza su boca, sus labios, mandíbulas, cuello, clavícula... enredando mis dedos en sus cabellos alborotados, tomándolo con desespero, aferrándome a él, apegándome a su piel, sintiendo cómo la excitación del momento se acrecentaba con cada roce de nuestras anatomías, queriendo ir más allá, dónde, cómo el mismo horizonte, no pudiésemos distinguir dónde acababa el cuerpo de uno y comenzaba el del otro...
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Mensaje por Achilles** Lun Jul 08, 2013 1:22 pm

Aquella fue la primera vez que enmudecí en su presencia. Pues me sobrecogió.
Ella…
¡A MI!

Le mire expectante cuando me dedico aquel beso sobre mi piel y aquella caricia posterior en mi rostro. Una que nunca imagine que me pudiese dedicar. Deleitándome con esa voz -jamás escuchada en ese tono- hacia mi persona.
Si, asi fue. El que siempre tenía la última palabras había enmudecido.

Trague saliva, sintiendo el sabor salado de mi propia sangre ante aquellos golpes recibidos, que francamente poco me importaron. —Menos aun cuando sus labios me encontraron o cuando mis brazos se aferraron a su contorno apretándole contra mi.— No…nada de eso importo cuando le sostuve entre mis brazos, ni cuando me perdí en su boca, ni cuando mis manos quisieron adentrarse entre la tela y en las pieles que recubrían su piel. Una piel que memoria por acariciar y por dar forma con mis dedos.
Sus manos se agarraron a mis cabellos mientras yo soltaba los ropajes que cubrían su torso con ansia y sin brusquedad, hasta que su pecho estuvo en contacto contra el mio.

Deje que las yemas de mis dedos vagaran por su espalda, recorriendo la curva de su columna, mientras ella se alzaba un poco por encima de mi, rozando su nariz contra la mía. Sujete y acaricie su espalda con una de mis manos para sostener su mejilla con la otra mientras le contemplaba un instante. Quedándome fascinado ante aquella mirada negra, una mirada centelleante -y por extraño que pareciera- tan llena de vida. No lo pude evitar, le abrace. Me refugie en ella, deje que su aroma me impregnara y que su presencia me sosegara. Algo que realmente nunca habia hecho con nadie.

Suspire al entender algunas cosas.

Dariel…Asquerosa arpía, era esto lo que quería que aprendiese. Que amara, que supiera lo que era, que dejara de pensar en sangre, que supiera que existía algo más en la vida que la guerra, la batalla, la derrota y la victoria.
Aunque…Algo me decía que la sangre seria difícil de sacar de mi cabeza teniéndola a ella a mi lado. Pues no pasaban mas de cinco minutos sin que uno de los dos sangrara por alguna parte.

Acaricie sus cabellos, enredando mis dedos en ellos cuando nos giramos, quedando ambos en posición fetal, contemplándonos el uno al otro. El tiempo parecia haberse detenido por completo, pues ni siquiera la brisa interrumpia aquel momento.


¿Seguirás queriendo bebecitos?...Porque…
Tienes una edad.

Ella me miro seria, y yo también.

Pasando unos cuantos minutos en los que ninguno se movió ni ninguno dijo nada. Hasta que sin poder evitarlo, noté como las comisuras de mis labios me delataban.
Aquella fue la primera vez que le sonreí sin sorna ni malicia. De hecho, diría que era la primera vez que sonreía de ese modo desde hacía ya largos siglos, simplemente riendo con mi voz grave junto a ella porque si.
Reconozco que se me hizo raro incluso a mí el sentir mis comisuras extenderse mientras le contemplaba. La acababa de llamar vieja en su cara y me hizo gracia. Fue por ello que me adelante a lo que vendría. Bajando las manos a sus muñecas para sujetarle firmemente con una de mis manos, dejándola inmovilizada de brazos mientras bajaba mis manos por su pecho, deslizándola por su vientre y luego por su cadera para llegar a los  botones de su pantalón, uno que desabroche para inmiscuir mis dedos en donde no les llamaban. Siendo ese el primer paso para deshacerme de aquella molesta e entrometida prenda…
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Mensaje por Etháin Dom Sep 08, 2013 4:57 pm

Quedé acurrucada bajo su brazo izquierdo, con mi mano sobre su pecho y mi pierna derecha enredada en la suya, contemplando su dormir mientras yo aún permanecía con la respiración acelerada, agitada y con la piel erizada.
 
Me quedé por un momento mirándole, queriendo detener el tiempo en sus pestañas, deteniéndole en ese mismo instante y poder verle una y otra vez para volver a detenerlo luego. Quise que se nos pasara el momento de dejarnos una y otra vez, impidiendo las distancias y las ausencias otra vez.
 
Quise estar así, haciéndonos cosquillas sólo con vivir, sabiendo que yo sería suya y él mío una y otra vez, besándonos hasta llegar a estorbarnos la piel, hasta que los sentidos no supieran más el por qué.
 
Quise detener el tiempo en el mismo instante en el que hicimos el amor, sintiendo con cada beso un nuevo color, dejando que el silencio diera paso a más caricias, haciendo que sólo nuestros ojos supiera qué decir. Quise besarle una y otra vez hasta desgastar nuestros labios, hasta morirnos de amor, hasta que más no pudiera ser, hasta llegar a enloquecer, hasta que no existiera más mundo. Una y otra, y otra vez...
 
Las yemas de mis dedos se deslizaron por su piel, perdiéndome en sus poros, en su aroma que éstos desprendían al ser despertados por mis sutiles caricias. Su rostro permanecía impasible, profundamente dormido, tranquilo como si yo fuera su refugio, su calma, su paz. Yo le miraba y me estremecía ante cada latigazo que azotaba mi vientre por el cúmulo de sentimientos y sensaciones que él aun me producía, maldiciéndome una y otra vez, insultándome mentalmente por permitirme precisamente, eso... sentir.
 
Sentir algo por él.
 
Cerré mis ojos con fuerza, con un destello de ira, incluso. No por él, ahora lo entendía. No era a él a quién odiaba, él sólo era una excusa. A quién odiaba realmente era a mí misma. No podía perdonarme el no haber vengado la muerte de mi familia, incluso probablemente, me culpaba de su desgracia, de mi desdicha y la de todo mi entorno. Había externalizado la frustración y el odio hacia mí misma hacia un sólo responsable, a un superviviente mío, a un romano al que acusé de ser la personificación del Mal que devastó a mis seres queridos, a mi gente, a toda mi nación, a mis raíces... a mí.
 
Sin darme cuenta, ahora me encontraba erguida junto a Achilles aun dormido, agitada y ya no por el esfuerzo físico de un acto sexual de semejante calibre, sino por aquello que me suscitaba mi pensamiento. Le miré una vez más, recordando cada palmo de su anatomía, recordándome que aunque quisiera, tampoco podría olvidarle jamás.  Y sin embargo, ahí estaba, vistiéndome como la ladrona que huye tras esconderse en las sábanas ajenas. Huía, es cierto, pero no de Achilles, ni siquiera del amor que había despertado en mí. Huía de mí misma, como siempre había hecho, como siempre haría.
 

Como debía ser. Como seguiría siendo...
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