AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Petricor [libre]
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Petricor [libre]
«Todo verde al nacer siempre es dorado, arduo matiz que nunca ha perdurado.
Es una flor la hoja más reciente, pero dura una hora solamente.
Después la hoja se resigna en hoja, se hunde el paraíso en la congoja.
Huye el amanecer, el día crece, nada que sea dorado permanece»
Es una flor la hoja más reciente, pero dura una hora solamente.
Después la hoja se resigna en hoja, se hunde el paraíso en la congoja.
Huye el amanecer, el día crece, nada que sea dorado permanece»
Había estado lloviendo durante un buen par de horas durante la mañana, pero ahora el sol empezaba a asomarse nuevamente entre las nubes grises, señalando que seguramente no volvería a caer más agua en el resto del día. Aquella había sido la primera lluvia en muchas semanas, y es que el verano había sido bastante seco. Por ese motivo podía sentirse ahora con toda claridad el agradable aroma de la tierra mojada, ese olor que por algún motivo le producía una extraña sensación de relajo a Ezylryb. Las aves no tienen un sentido del olfato muy desarrollado y por eso en los últimos años no había podido sentir el petricor con tal intensidad, pero ahora que había recuperado su forma humana podía percatarse de esas cosas con mucho más detalle.
Con el otoño no sólo había llegado la humedad y el frío, sino también el cambio de color en las hojas de los árboles. Era un detalle que a muchos no parecía importarles en absoluto, pero a ella ese tipo de cosas siempre le asombraban y consideraba esos cambios de tonalidad toda una maravilla de la naturaleza. Había salido a dar un paseo por las calles de París para deleitarse con los tonos amarillos, naranjas y rojos pero en la ciudad no habían suficientes árboles para su gusto, y por eso había decidido alejarse de la zona urbana para adentrarse en los bosques que bordeaban la capital.
Sin preocuparse demasiado por el estado de su vestido, cuyos bordes inferiores ya se habían mojado con los charcos por los que había pasado, Ezylryb se paseó entre los árboles inhalando aquel aroma tan característico de esa época del año y escuchando con atención el sonido de los animales que salían de sus escondites ahora que la lluvia había dejado de caer. De rato en rato los rayos de sol se filtraban entre las ramas y acariciaban su rostro haciendo que el frío se desvaneciese por un momento, sin duda aquella estaba siendo una tarde muy agradable.
Observaba su alrededor con curiosidad en busca de alguna planta que llamara su atención, una flor u hoja que pudiese llevarse a casa para guardar entre las páginas de un libro o algo parecido. Así fue como su mirada dio con una hoja estrellada de un color dorado muy vivo, tanto que ni siquiera había que observar con mucho detenimiento para percatarse de lo mucho que resaltaba entre las demás. Se encontraba a unos cuatro metros de altura y era tan grande como su mano extendida; definitivamente tenía que llevársela.
Sin dudarlo se acercó al árbol y se quitó los zapatos, pues sabía que los tacos le incomodarían para trepar. Los dejó a un lado, cerca de la base del tronco, y luego alargó el brazo hacia la rama más cercana para empezar a escalar. Aunque la superficie del árbol estaba húmeda y resbalosa, avanzó con agilidad y rapidez, como si conociera el árbol de memoria y supiera exactamente donde apoyar las manos y los pies. No tardó en llegar a la rama que buscaba, una que parecía bastante estable y lo suficientemente gruesa para soportar su peso… o al menos eso creía.
Se disponía a arrancar la gran hoja estrella cuando escuchó un crujido bajo sus pies. “Oh no, por favor no” pensó mirando hacia abajo y percatándose de que efectivamente la rama sobre la cual estaba parada estaba empezando a ceder. Su primer impulso fue transformarse y salir volando de inmediato, pero se contuvo justo a tiempo. Debía controlarse y evitar cualquier riesgo posible. Rápidamente cogió la hoja y sin pensarlo dos veces dio un salto hacia el lado donde menos ramas se veían, justo en el preciso instante que escuchaba el sonoro “crac” de la rama al romperse. Y aunque fue una caída de cuatro metros, Ezylryb aterrizó con delicadeza y sin sentir ningún tipo de dolor, algo que debía agradecer a su naturaleza de cambiaformas, al tiempo que la rama se estrellaba contra el suelo a su lado.
-Bueno, eso sí estuvo cerca –dijo con una sonrisa triunfante mientras observaba la rama rota y luego la hoja dorada que había conseguido, aunque en realidad sabía que sus reflejos y agilidad propia de su raza jamás permitiría que una caída tan “pequeña” le causara algún tipo de daño. Se agachó para recoger sus zapatos pero no se los puso de inmediato, pues la sensación de sus pies sobre la tierra mojada era muy agradable. Se acercó hacia el árbol del cual acababa de saltar y acarició la rugosa superficie del tronco con suavidad, percatándose de pronto de una especie de marca cubierto de musgo. Parecían ser letras aunque no podía estar segura, ya que el paso del tiempo había hecho lo suyo con el árbol. Seguramente en algún momento alguien habría grabado su nombre o algo similar.
Ezylryb- Cambiante Clase Alta
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Daulte Claythorne- Vampiro Clase Alta
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Re: Petricor [libre]
Despegó la mano del tronco rápidamente y se giró en cuanto se percató de la llegada del hombre. Debía ser unos cuantos años mayor que ella, eso si se comparaba con la edad que ella aparentaba y no con la que tenía realmente. Era alto y delgado, y se notaba que la lluvia no había sido condescendiente con él. Lo primero que escuchó fue la serie de números que repetía una y otra vez, lo cual hizo que le mirase con curiosidad y extrañeza a la vez. ¿Por qué estaría contando de esa forma?
-…seis, siete, ocho… el nueve es mi número favorito –le dijo con despreocupación mientras una sonrisa amigable se dibujaba en su rostro, pero aquel gesto desapareció tan pronto como se dio cuenta de la expresión que traía el hombre. Se veía angustiado… no, angustiado era poco. Perturbado era una mejor palabra para describirlo, y eso hizo que Ezylryb cambiara su mirada a una de preocupación. Aun sujetando la hoja dorada en una mano, dejó caer sus zapatos para calzárselos y dar un paso hacia adelante, acercándose un poco al hombre mientras carraspeaba brevemente.
-Disculpe, ¿se encuentra bien? –“tonta, tonta Ezylryb, ¿acaso te parece que se encuentra bien?”. Vale, aquella no había sido la pregunta más inteligente del mundo. Estaba claro que algo malo le ocurría, de otra forma no mostraría aquella extraña conducta.
-¿Qué es lo que sucede? –dio otro paso hacia adelante, esta vez con mayor cautela para no alterar al hombre más de lo que ya estaba. ¿Acaso se habría perdido? Si necesitaba indicaciones ella se las daría de buena gana. Sólo esperaba que no se tratara de algo peor, algo que estuviese fuera de su alcance, pues odiaba sentirse inútil en situaciones como esa.
-¿Puedo ayud…? –no alcanzó a terminar la pregunta, pues en ese momento se percató de algo que de inmediato llamó su atención. O más bien, de varias cosas que la cautivaron al mismo tiempo, cosas que probablemente sólo alguien de su propia raza podría distinguir.
No muy lejos de allí, aunque sí lo suficientemente lejos como para que un humano normal no pudiese notarlo, escuchó el sonido de cuatro pares de patas corriendo entre los arbustos, pisando hojas secas y rompiendo ramitas caídas. No sólo escuchaba sus pisadas, también podía oír sus jadeos, el tintineo metálico de sus collares y uno que otro gemido emocionado muy propio de cualquier sabueso que estuviese persiguiendo un rastro. Además de los sonidos que llegaban a sus sensibles y desarrollados oídos, se percató también de ese característico olor a perro mojado que acompañaba a los canes después de la lluvia. Supuso que eran los perros de aquel hombre, quien sin duda debía haberse preocupado mucho cuando los perdió de vista. Ezylryb sonrió, esta vez más tranquila, y trató de transmitirle aquella sensación al desconocido. Ella no recordaba haber tenido mascotas jamás, pero estaba segura de que separarse de una de manera inesperada debía ser bastante angustiante.
-Oh, ¿está buscando a sus perros? –le preguntó alzando levemente las cejas.
-Los he visto desde el árbol –mintió rápidamente, después de todo tenía que dar una explicación convincente si quería ayudarle sin poner en riesgo su pequeño secreto.
-Desde allá arriba se tiene una vista increíble de todo el bosque –sonrió amablemente, esperando que le creyera.
-No están tan lejos de aquí, seguro que regresan en cualquier momento. Parece que se han distraído persiguiendo algún animal –le explicó tratando de no perder el contacto con el sonido que producían los perros, que por suerte no parecían estar alejándose demasiado.
-Puedo ayudarle a buscarlos si quiere. Están por allá –extendió el brazo para apuntar con el dedo índice hacia el lugar de donde provenían los ruidos, aunque naturalmente tendrían que avanzar unos cuantos metros antes de que el hombre pudiese escuchar alguna cosa.
-…seis, siete, ocho… el nueve es mi número favorito –le dijo con despreocupación mientras una sonrisa amigable se dibujaba en su rostro, pero aquel gesto desapareció tan pronto como se dio cuenta de la expresión que traía el hombre. Se veía angustiado… no, angustiado era poco. Perturbado era una mejor palabra para describirlo, y eso hizo que Ezylryb cambiara su mirada a una de preocupación. Aun sujetando la hoja dorada en una mano, dejó caer sus zapatos para calzárselos y dar un paso hacia adelante, acercándose un poco al hombre mientras carraspeaba brevemente.
-Disculpe, ¿se encuentra bien? –“tonta, tonta Ezylryb, ¿acaso te parece que se encuentra bien?”. Vale, aquella no había sido la pregunta más inteligente del mundo. Estaba claro que algo malo le ocurría, de otra forma no mostraría aquella extraña conducta.
-¿Qué es lo que sucede? –dio otro paso hacia adelante, esta vez con mayor cautela para no alterar al hombre más de lo que ya estaba. ¿Acaso se habría perdido? Si necesitaba indicaciones ella se las daría de buena gana. Sólo esperaba que no se tratara de algo peor, algo que estuviese fuera de su alcance, pues odiaba sentirse inútil en situaciones como esa.
-¿Puedo ayud…? –no alcanzó a terminar la pregunta, pues en ese momento se percató de algo que de inmediato llamó su atención. O más bien, de varias cosas que la cautivaron al mismo tiempo, cosas que probablemente sólo alguien de su propia raza podría distinguir.
No muy lejos de allí, aunque sí lo suficientemente lejos como para que un humano normal no pudiese notarlo, escuchó el sonido de cuatro pares de patas corriendo entre los arbustos, pisando hojas secas y rompiendo ramitas caídas. No sólo escuchaba sus pisadas, también podía oír sus jadeos, el tintineo metálico de sus collares y uno que otro gemido emocionado muy propio de cualquier sabueso que estuviese persiguiendo un rastro. Además de los sonidos que llegaban a sus sensibles y desarrollados oídos, se percató también de ese característico olor a perro mojado que acompañaba a los canes después de la lluvia. Supuso que eran los perros de aquel hombre, quien sin duda debía haberse preocupado mucho cuando los perdió de vista. Ezylryb sonrió, esta vez más tranquila, y trató de transmitirle aquella sensación al desconocido. Ella no recordaba haber tenido mascotas jamás, pero estaba segura de que separarse de una de manera inesperada debía ser bastante angustiante.
-Oh, ¿está buscando a sus perros? –le preguntó alzando levemente las cejas.
-Los he visto desde el árbol –mintió rápidamente, después de todo tenía que dar una explicación convincente si quería ayudarle sin poner en riesgo su pequeño secreto.
-Desde allá arriba se tiene una vista increíble de todo el bosque –sonrió amablemente, esperando que le creyera.
-No están tan lejos de aquí, seguro que regresan en cualquier momento. Parece que se han distraído persiguiendo algún animal –le explicó tratando de no perder el contacto con el sonido que producían los perros, que por suerte no parecían estar alejándose demasiado.
-Puedo ayudarle a buscarlos si quiere. Están por allá –extendió el brazo para apuntar con el dedo índice hacia el lugar de donde provenían los ruidos, aunque naturalmente tendrían que avanzar unos cuantos metros antes de que el hombre pudiese escuchar alguna cosa.
Ezylryb- Cambiante Clase Alta
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