¿Qué gitano no tiene secretos? [privado]

por **Sirenia Vídgîr** Vie Abr 19, 2013 9:40 am

Era un día cualquiera, en el campamento donde había pasado dos largos años yendo por él y me entraban ganas por ir siempre afueras de este, pero la mirada de un hombre de metro noventa, ojos azules y mirada penetrante era el que me echaba hacia atrás. Esa mirada como dos zafiros se clavaban en mi corazón haciéndome sentir que hacia algo malo, solo que a la hora de la noche yo escapaba y me daba paseos bajo la luz de la luna, por la playa y sin darme cuenta me sentía como si una tensión que no sabía que estaba ahí, pues se iba al instante al sentir el sonido de las olas romper contra los arrecifes, sintiendo la brisa rozar mi piel y el agua acariciando mis pies dándome una sensación fría y húmeda. En casos como este yo tendría que tener un plan B, pero siempre improvisaba y algunas veces veía como se desenvolvían los sucesos.

Un día me acorde de cada uno de los sucesos que pasaban. A más tardar, me acorde de Záfana quien recientemente había perdido a su hermana menor que había sido secuestrada por un malvado inquisidor el cual ninguno de nosotros pudimos hacer nada para evitar el secuestro. Entre ánimos de consuelo, yo me mantenía lejos de todos como de costumbre, sobre todo de Gilbert, de quien sospechaba que era más que nada un nombre falso. Más tarde lo vería, ahora me dirigía en busca de madera, de algo de leña para poder poner una gran fogata cuando se hiciera de noche y poder mantener el calor en pleno otoño.

-¡Ah!-Gemí de dolor al coger un palo de gran tamaño, miré el dedo donde me pinché y vi que sangraba poquísimo, lo chupe lentamente y al parecer la sangre paro de salir. Suspire de alivio y después seguí mi ruta hacia encontrar más leña. Seguía caminando y poco más podía hacer. Toda leña parecía haber desaparecido del bosque y no hacia que dar más vueltas y más vueltas para no encontrar nada. Me quede sentada sobre una rama que sobresalía del suelo, deje la leña a un lado, pero me resbale, cayendo en el suelo y encontrarme sentada en la curva del árbol, entre rama y rama y con la leña a un lado. No sabía decir la hora, pero me guiaba por el sitio del sol. Se estaba escondiendo y parecía no avisar pues varias nubes se acercaban al lugar de donde estaba el campamento. Miré hacia arriba y sonreía al ver que mi cabeza estaba cubierta por si comenzase a llover.

No me gustaba la lluvia. Me arruinaba el pelo o bueno, simplemente porque no sabía cómo protegerme. Recuerdo que una vez me puse enferma porque no me protegí contra el frio de las gotas vírgenes que cayeron sobre mis hombros. Ahora estaba a salvo, de momento aún estaba a salvo.