La vida sigue en la estación [Priv Giuliette Marescotti]

Nunca había ido por aquí y lo cierto es que agradecía que al día de hoy me había dirigido por allí pues enfrente de mi se abrió el paisaje de una estación de ferrocarriles. Jamás había visto una, solo conocía de su existencia gracias a los relatos de mi nodriza y la aparición de la misma en libros. La emoción me embargo por completo y me empecé a mover entre las personas que estaban caminando apresuradamente por la estación. Intenté averiguar quienes se iban de viaje o quienes simplemente esperaban la llegada de una persona allegada.
No pude identificar quien era quien. Algunos eran muy obvios, desde luego, pero otros por lo contrario era imposible de descubrir. Como norma general, las personas que llevaban poco equipaje o nulo equipaje, eran personas que venían al encuentro de alguien importante, pero también estaba la posibilidad de que había personas que simplemente iban en ferrocarril hasta la próxima parada y no necesitaban demasiado equipaje para ello. Era muy divertido, al menos para mi.
Lo que también me sorprendió es que en plena noche el lugar estaba sorprendentemente lleno. Si así estaba por la noche, no me podía ni imaginar como estaría de día. Supuse que la estación era un lugar que no descansaba, que siempre estaba repleto. A decir verdad, me podría quedar todo el día aquí sentada observando a las personas ir y venir... pero no me era posible dadas las circunstancias de mi transformación.
Observando a las personas una a una me fije en una dama que estaba casi en el borde de la estación, si daba un paso al frente se iba a caer directo a las vías. La observé con detenimiento. A parte de la peculiar forma de situarse en la parada, su físico también era curioso... no sabría decir por qué pero... a veces me parecía que podía ver a través de ella... solo a veces por lo que pensé que lo más seguro eran ilusiones opticas o algo por el estilo. Más me veía obligada a advertirle a la joven de que si no daba un paso atrás podría tener un accidente y morir, cosa que sería una gran tristeza para sus familiares y amigos. Además, era muy bella para morir. Tenía toda la vida por delante.
En toda la estación sonó el timbre el cual interpeté como que el tren iba a emprender su camino en breve. Si no me daba prisa, no podría avisar a la joven. Me apresuré hacia la joven casi corriendo.

-Mademoiselle – Exclamé – Debería apartarse un poco, podría caer a las vías.

No me atreví a tocarla, sería una invasión a su espacio privado y mi educación no me permitía poder hacer aquello. Esperaba que la joven me hiciera caso sin la necesidad de recurrir al contacto físico inecesario pues ciertamente no parecía que quisiera acabar su vida... ¿o sí?

Había pasado todo el día de un lugar a otro buscando a alguien que no deseaba ser encontrado. Suspiré frustrada, - como puede ser que me hagas esto – lo reprendí en voz baja, como si mi esposo pudiera escucharme, - ¿alguna vez lo había hecho? – pensé desanimada. ¿Cuánto tiempo llevaba esperándolo como él me había pedido? Los meses, las estaciones pasaban una tras la otra al igual que la gente y los trenes de ésa estación que me atraía como un imán cada tarde.

Algo que me dejaba extasiada era la fuerza de esas máquinas, desde que se había inaugurado esa estación y la primera locomotora llegara a dejar pasajeros, allí me había plantado, al borde de la pasarela, esperando que la persona más importante de mi vida llegara, pero por más que las maquinas llegaran o partieran él no se dignaba a llegar. A pesar de la desilusión continua y creciente durante años, seguiría volviendo noche tras noche, esperando que él se dignara a dar señales de vida. Mientras tanto observaba las escenas, las historias, que en esos andenes se desarrollaban a cada llegada de los trenes, como en el caso de aquellos enamorados que al bajar uno de ellos del vagón en el que había viajado y reencontrar con la mirada al ser amado, una podía percibir como algo completamente tangible la pasión del amor compartido y el dolor por la separación, pero toda prueba valía la pena al recibir la recompensa, la alegría por saber que la espera había llegado al final.

Esta noche mi atención estaba puesta, en el andén opuesto en donde una pareja se estaba despidiendo, ellos debían comenzar la espera desesperante y seguramente larga, que los pondría a prueba. Él vestido de militar y ella hermosamente ataviada, como para ser retratados en una de esas nuevas atracciones tecnológicas que permitían captar la imagen del ser amado y conservarla como un tesoro durante mucho tiempo aunque ya él no estuviera. La mujer, con sus manos en el pecho, lo contemplaba a los ojos, en ese simple gesto intentaba en vano que su corazón doliera menos. El abrazo que amorosamente se daban, las promesas vanas y algo ingenuas, eran realmente desgarradoras. Ese hombre partía al frente del conflicto bélico que seguramente los dirigentes de la República pensaban que era inevitable, y en la mirada de ambos podía apreciar el miedo a una separación definitiva ¿acaso la guerra y su destrucción preservarían al ser amado de una posible desgracia?, - seguramente… no – pensé mientras cerraba mis ojos para no sentir el dolor y la angustia que de forma extraña se pegaba a mi alma.

Hubiera deseado poder ayudarlos de alguna manera, pero eso era imposible, si acaso no podía ni cargar con mi propio destino, ¿acaso podría modificar el ajeno?, ¿cómo impedir una partida que parecía ser definitiva?, sabía que eso era imposible. Aun así mi mente estaba en aquel anden, al lado de esa pareja, como dándoles ánimo y solidarizándome ante la desgracia ajena, sin darme cuenta que mi invisibilidad por momentos se volvía débil dejando que algunos seres se dieran cuenta de mi presencia.

Cuando el tren que separaría a la pareja entró en mi visual, ocultando aquel último abrazo, hice un paso hacia adelante, acercándome peligrosamente al borde del andén en donde estaba parada, a mí nada me podía pasar, a excepción de que muchos se sorprendieran al ver a un tren pasar en mitad de mi cuerpo y no hacerme nada. – ¿dile que se quede? - grité en el momento en que el pitido del tren que entraba al andén ahogó mi sugerencia, estaba en verdad frustrada, nada estaba saliendo como yo pensaba y en aquella pareja vi mi situación reflejada, una mujer que esperaría día y noche la llegada de alguien, que si él destino era benévolo no volvería jamás, ya que para volver hecho un despojo y llevar una vida mísera, era mejor no volver.

Ensimismada como estaba apenas escuché los pasos apresurados de alguien que se acercaba y la voz melodiosa de una mujer que me advertía del peligro de estar tan cerca del borde del andén, le hice caso alejándome del peligro, me fui dando vuelta lentamente, era inútil pensar en la pareja lejana o en el hombre que cada noche me dejaba plantada, suspiré cansada y sonreí tímidamente al extraño que había tenido la gentileza de pensar en mi seguridad, - gracias, no me había dado cuenta – le contesté mientras me acercaba aún más a donde ella se hallaba, - disculpe, no fue mi intención asustarla – volví a sonreírle y extendí mi mano – mi nombre es Giuliette -.

Hizo caso a mi sugerencia, por suerte, lo que causo que un suspiro de alivio se filtrara por mis labios. Me fije que los gestos de la joven eran pesados... cansados... ¿esperaba a alguien que no había llegado y eso le causaba pesar? Si eso era así, ¿donde estaba el dichoso que provocaba los suspiros en la joven?
La joven me sonrió con cierta timidez y me agradeció la atención que le había ofecido a ella y a su seguridad afirmandome que no se había dado cuenta de la próximidad que había adoptado con respecto al andén. Añdió también que en sus intenciones no entraba asustarme parecía ser una joven muy agradable por lo que, si mi teoria de la espera era cierta, no entendía por qué la persona en cuestión provocaba dicho pesar a la pobre chica.
La joven me extendió la mano a modo de presentación a la par que me anunciaba que se llamaba Giuliette. Que precioso nombre. No podía evitar pensar en Romeo y Julieta y en la tragedia que tuvo lugar entre los dos en Italia. También deducí por medio de su nombre que era italiana, o por lo menos tenía allí sus raices... a decir verdad al lado de un nombre tan bello y romántico, me daba vergüenza presentarme con un nombre tan extraño com el mio...
El nombre de Melanya era extraño hasta para los rusos. Jamás le cuestioné a mi padre por qué me puso aquel nombre pues teniendo en cuenta la mala relación que teníamos temía que me dijera que una persona que le caía mal se llamaba así y debido a ello decidió ponerme ese nombre. Por otra parte, las nodrizas tampoco sabían por qué tenía el nombre que tenía solo que era un nombre extranjero adaptado al ruso.

-Encantada de conocerla – Dije con una tímida sonrisa apretando ligeramente su mano en señal de saludo – Yo me llamo Melanya... es un nombre un tanto extraño por si quiere buscar una alternativa tiene la libertad de hacerlo.

El tren comenzó su marcha alejandose de la estación, junto con el tren las personas que hasta ahora abundaban la estación empezaron a marcharse dejando prácticamente desierto el andén. Desconocía cada cuanto venían los trenes, pero a juzgar por el panorama el próximo no vendría pronto. Más teniendo en cuenta que era de noche lo más seguro es que le tráfico de trenes nocturnos era menor que el de los diurnos.

-Las estaciones son interesantes, ¿no cree? - Dije con una sonrisa desviando la mirada hacia el andén de en frente donde solo quedaba una mujer que observaba con melancolia como desaparecía el tren en el horizonte – Uno puede descubrir tantas historias que podría ser casi equivalente a leerse unn libro. Hay personas que se reencuentran otras que se separan, personas que se mudan a otro lugar o que, de lo contrario, venían a vivir aquí... - Dije pensativa - ¿Hace tiempo que vive en París o es nativa? - Pregunté para dar alguna espécie de tema de conversación. Era bastante mala dandolos, pero tenía que aprender más con aquella pregunta podría descubrir si mis teorias sobre su nacionalidad eran ciertas o simple fruto de mi demasiado viva imaginación.