AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Seré su compañía, mi señorita [Doreen Caracciolo]
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Seré su compañía, mi señorita [Doreen Caracciolo]
El empedrado del centro de la enorme ciudad de París retumbaba con mayor intensidad en que Tulipe guiaba sus menudas pisadas por las transitadas calles. Los transeúntes —conscientes de la llegada del otoño— habían salido en masa avasalladora a hacer compras que incluían guantes, abrigos y sombreros en el caso de los más acaudalados. La más que estresada muchedumbre pisaba sin más a alguien insignificante como la sirvienta de rostro pecoso y blanquecino, pero así y todo ella no detenía su paso nervioso, puesto que se le había encomendado una tarea tan importante que de ella podía depender perfectamente su estadía en el hogar del Duque, por lo que resultaba mejor llegar a su destino con sus extremidades rodeadas de hematomas que llegar a una hora distinta a la que le habían ordenado expresamente.
Tulipe se aguantaba los empujones y el dolor inducido por ellos al mismo tiempo que se focalizaba en su tarea mentalmente. Se repetía que encontraría a la prometida de su patrón a la salida de aquel desconocido espacio de estudio al que llamaban Biblioteca y que la reconocería por su melena dorada y que respondía al nombre de Doreen, un nombre sencillo y a la vez llamativo.
—Biblioteca, mademoiselle Doreen —eran las dos ideas que intentaba conservar, además de una cosa— Santo Padre, ten piedad de tu sierva.
Los otros sirvientes del Duque de Escocia le habían hecho comentarios más que tranquilizadores con respecto a la enternecedora personalidad de la señorita, pero la joven sirvienta no se confiaba, pues se había topado con niños de sonrisas angelicales anteriormente y éstos, golosos del poder que significaba ser hijos de figuras ostentosas, le habían roto sus anteriores vestidos, divirtiéndose con su desolación. ¿Cómo podía la francesa tener completa seguridad de que no caería sobre ella el mismo mazazo bestial de la posición dominante? La respuesta era que no había manera de tener un espacio seguro, por lo que mantendría muda su garganta, —a menos que le ordenaran hablar— derecha su espalda, gacha la cabeza y abiertos los oídos. Sólo le quedaba hacer lo que siempre la consolaba: orar y rezar.
—Padre nuestro, que estás en los cielos… —comenzaba a murmurar y recitar, imaginando que sabía hablar como las altas figuras de la Iglesia, siempre con una dicción envidiable— …y líbranos de todo mal, Amén.
Y de repente allí estaba, de pie frente a elegantes ventanales que permitían apreciar la vista de montañas de libros y temblando ante su misterio como el polluelo tiritaba ante el invierno. Su razón se hallaba hundida en la nebulosa de no saber si vibraba su anatomía por la curiosidad que le provocaba ver personas leyendo o porque el viento fresco se había colado por las fibras porosas de su vestido.
Doreen había terminado su lectura silenciosa después de una tarde típica: Despertar con su pelo cuidadosamente comprimido, acicalar su apariencia de tal manera que fuera aprobada por la sociedad y finalmente tolerar los murmullos maliciosos de los lectores masculinos de la Biblioteca al vislumbrar a una fémina educándose —sin mencionar sin supervisión alguna—. Ninguno de ellos la elegiría como esposa o como amante, pues era preferible que las damas no conversaran ni opinaran. “Lo único que me falta es que una mujer me diga qué hacer” decían algunos, pero la joven de clase media ya había encontrado a alguien que jamás se sentiría amenazado por sus ideas u opiniones: El mismísimo patrón de Tulipe. Por ende, aquellas cotorras habladoras sólo podían hacer eso mismo. De todos modos, su jornada de estudios había finalizado.
Las personas que salían de la estancia miraban con desconfianza a Tulipe, pensando que era una perdida más que esperaba pacientemente la ocasión ideal para robarle a alguien o mendigar comida a cambio de sus “servicios”. Ella se tragaba toda objeción para recibir con la mejor de las disposiciones a quien se convertiría en su señora, aunque no pudiera soslayar su maldita costumbre de jugar con sus manos endurecidas por el trabajo y morder su labio inferior como condenada.
Fue en medio de su manía personal que de entre medio de una pila de caballeros, distinguió a una sola joven, una señorita que no podía ser demasiado mayor que ella —aproximadamente dos o tres años más— y tan linda como le habían comentado los sirvientes. Ya no le cabía duda de por qué el Duque la había elegido para sí; para ser una mujer que supiera leer debía ser tan rebelde por dentro como lo era su patrón y además que su belleza —pensaba Tulipe— debían hacerla receptora de muchos obsequios de parte de enamorados anónimos y conocidos.
Estar frente a alguien así la ponía más nerviosa, por lo que apenas la tuvo enfrente decidió hablar para no estallar. Inclinó su cabeza toscamente, como si nunca le hubieran enseñado a hacer una correcta reverencia, pero para ella era más importante la regla de los sometidos de “no hables sin antes reverenciarte”. Se decía que prevenir era mejor que lamentar y de eso sí sabía la clase baja, pero así y todo había ocasiones en las que ni eso los salvaba. Tulipe esperaba que fuera el segundo caso.
—Respetada mademoiselle Doreen, solemnemente informo que el ilustre Duque de Escocia me ha asignado el honor de acompañaros en todo lo que necesite —levantó sólo un poco su rostro hacia Doreen— Soy Tulipe, mi señorita, para servir a vuestra merced.
Última edición por Tulipe Enivrant el Jue Abr 25, 2013 6:58 am, editado 1 vez
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Seré su compañía, mi señorita [Doreen Caracciolo]
"No importa tanto qué hay sobre la mesa
como quiénes están sobre las sillas" (William S. Gilbert)
como quiénes están sobre las sillas" (William S. Gilbert)
Cómo era una rutina ya conocida, la joven rubia despertó de entre los brazos de su ahora prometido, Emerick. Los dos eran unos verdaderos tramposos. Antes de dormir, desde que ella había llegado a esa casa, se portaban como los actores más esperados del Paris, y es que quien los viera darse las buenas noches antes de tomar el rumbo de sus respectivas habitaciones, creería que efectivamente, los enamorados pegaban la cabeza en camas distintas, pero no era así. Después de tomar respectivos baños, colocarse los ropajes de cama, el duque (si, quien lo imaginaría), saltaba de su balcón al continuo para encontrarse con su mujer, compartían experiencias del día, se recitaban palabras de amor, se compartían lo mucho que se habían extrañado. Después de algunos besos deseosos, ambos terminaban abrazados, pero al poco tiempo caían en un sueño profundo, donde los dos estaban más que consientes que debían esperar un poco más para mostrar la necesidad que tenían por el otro. La boda estaba viento en popa, un tiempo más no importaría, no cuando la recompensa era él "y vivieron felices por siempre", si ella frase que algunas veces concluía de esas historias que a ella tanto le gustaba leer. No se trataba de que estuvieran mintiendo al mundo cada anochecer, se trataba de poder estar siempre alado del otro, de que si el día los apartaba por sus obligaciones rutinarias, la noche fuera suya, y los sueños siempre alado del otro, o a la mano. Una pareja enamorada, una pareja feliz.
Esa mañana la joven se despertó un poco más temprano, ni siquiera le había dado tiempo a su duque de abrir un ojo, incluso siendo un perezoso dormilón lo amaba, en medio de berrinches de niño pequeño lo adoraba, porque sí, él tenía esa parte de niño que no se le había muerto, que hacía de los días de ambos maravillosas aventuras. No se fue del cuarto simplemente para dejarlo sólo, en realidad se había incluso adelantado a que las cocineras llegaran a la cocina. No deseaba que esa mañana alguien hiciera los quehaceres del hogar que ella perfectamente bien sabía realizar, ese día se quería sentir la mujer que él deseaba, la que había conocido, la chica de clase media que gustaba de mantener un hogar limpio. Además, bien dicen por ahí que al hombre también se le enamora con el estomago, es por eso que decide empezar con el desayuno. La rubia había cortado algunas naranjas, con sus delicadas manos las había exprimido, el liquido lo había colado y terminó por servir un delicioso jugo en un vaso. Después de eso preparó un té, en el sartén dejó dos huevos, algunas tiras de carne, tocino, y otros detalles, la naturaleza lupina de su ahora prometido le demandaba siempre uno que otro corte, ella jamás se negaría a dárselo. No sólo eso, también había preparado el desayuno para todo el gentío, y aunque aquello era cansado, lo cierto es que lo hacía con gusto, para cuando volvió a la habitación del duque, él ya estaba bañado, con el rostro reprochando su extravío, y la mirada aniquilan por tomarse "la molestia" de hacer cosas que bien podía hacer alguien más para tenerla consentida. De igual forma después de algunas sonrisas y besos coquetos, el duque dejó de lado su molestia para almorzar contento. Ella al despedirlo se fue directo al baño para tomar la dicha, el día debía de empezar.
Doreen no tenía permitido salir sola, no es que no tuviera libertades, claro que las tenía, el problema es que Emerick estaba en un punto donde cualquier podría considerarle un enemigo, querer vengarse de él, y tomar su punto débil: La rubia. Ella lo entendía muy bien, es por eso que no desobedecía, al menos durante él día, la noche era punto y aparte. Después de haber pasado tiempo en los estables, regado algunas plantas, y hacerle una lista a un señor para comprarle cosas personales, la joven había decidido ir a la biblioteca del lugar, a pesar de que en casa tuvieran una gran colección de libros, la joven había escuchado que ejemplares de nuevas obras estaban llegando, que algunos estaban a la venta, ella deseaba tenerlos, además su futuro marido la consentía tanto que dejaba montones de dinero para que ella se abasteciera de todo lo que deseara ¡Cómo si el dinero y las cosas materiales le importaran! Desde que había llegado nada de eso se había utilizado, Darcy Trudeau, antiguo conde de Monte Cristo al morir le había dejado una gran fortuna, ella sacaba sus gastos de la misma, no deseaba molestar a su lobo, mucho menos que creyeran estuviera con él por interés, eso le daba pavor, por eso se limitaba, pero aquella tarde haría una compra necesaria ¡Libros! ¡Conocimiento!
No sólo se había detenido a comprar unos libros, también se había dedicado a releer algunas obras. Claro, hasta ese momento el chofer era su compañía, pero según le había dicho el moreno, le mandarían a una señorita como era correcto para que pasaran la tarde juntas, lo cual la alegró de sobremanera. Sybelle había sido una de sus pocas amigas desde su llegada a la ciudad, su cambiante amiga ya no pertenecía al mundo de los vivos, y aunque a la joven rubia no lo reconociera, necesitaba una figura femenina que le hiciera compañía y guardara sus secretos: una buena amiga; las campanadas que indicaban un cambio de hora en la biblioteca se hicieron sonar, le indicaban que era momento, se levantó entregó el libro viejo, y salió con su nueva canasta de adquisiciones.
- Primero que nada ¿Quién le ha dicho que tiene que tener ese porte en mi presencia? - La sola idea de tener a alguien a su lado simplemente por trabajo la hacía sentir incomoda, encima la hermosa mujercita tenía un porte sumiso, la cabeza gacha. Doreen sabía muy bien que significaba eso, la cantidad de inseguridades que la pequeña tendría, se vio reflejada en ella, suspiró, y se acercó para darle un cálido abrazo - No, no eres Tulipe, te llamas así que es distinto - Comentó soltando el pequeño cuerpecito de la "sirvienta" - Tu eres una mujer hermosa que debería estar sonriendo - Le dedicó una sonrisa amplia mientras uno de sus brazos se pasaba por el ajeno para hacerla caminar - Con Doreen me basta - Aclaró mientras avanzaban escaleras abajo, el chofer cogió la canasta pesada con libros de la prometida del duque, esperó las instrucciones de la rubia y se fue directamente al carruaje que estaba estacionado dos cuadras abajo de la zona comercial. Ambas mujeres comenzaron a caminar - ¿Has comido algo ya? ¿Dormiste lo suficiente? ¿Te encuentras bien? - Aquello último hacía referencia a su porte tan "sumiso", para la joven de clase media los trabajadores no eran simples criaturas que estuvieran listos para servir y sólo eso, para ella eran personas de la misma condición, tenían la "desgracia" de tener que trabajar un poco más para su sustento, pero no por eso eran menos o más valiosos, simplemente eran iguales, quizás sus ideas eran demasiado adelantadas para su época, muchas veces por eso era criticada, pero sólo le importaba la opinión de sus personas amadas, quienes siempre le aplaudían sus manías.
- Tengo pensado comprar algunos vestidos, pues los que tengo ya están en un estado deplorable, y no, no deseo avergonzar a Emerick - Comentó con seguridad, pero se le notaba el cierto nerviosismo en esa voz dulce y aterciopelada - ¿Te sabes tus medidas? Bueno, no importa, ya le diré al modista que te las pruebe - Concluyó tranquila, caminando a su lado con una sonrisa amplia.
Esa mañana la joven se despertó un poco más temprano, ni siquiera le había dado tiempo a su duque de abrir un ojo, incluso siendo un perezoso dormilón lo amaba, en medio de berrinches de niño pequeño lo adoraba, porque sí, él tenía esa parte de niño que no se le había muerto, que hacía de los días de ambos maravillosas aventuras. No se fue del cuarto simplemente para dejarlo sólo, en realidad se había incluso adelantado a que las cocineras llegaran a la cocina. No deseaba que esa mañana alguien hiciera los quehaceres del hogar que ella perfectamente bien sabía realizar, ese día se quería sentir la mujer que él deseaba, la que había conocido, la chica de clase media que gustaba de mantener un hogar limpio. Además, bien dicen por ahí que al hombre también se le enamora con el estomago, es por eso que decide empezar con el desayuno. La rubia había cortado algunas naranjas, con sus delicadas manos las había exprimido, el liquido lo había colado y terminó por servir un delicioso jugo en un vaso. Después de eso preparó un té, en el sartén dejó dos huevos, algunas tiras de carne, tocino, y otros detalles, la naturaleza lupina de su ahora prometido le demandaba siempre uno que otro corte, ella jamás se negaría a dárselo. No sólo eso, también había preparado el desayuno para todo el gentío, y aunque aquello era cansado, lo cierto es que lo hacía con gusto, para cuando volvió a la habitación del duque, él ya estaba bañado, con el rostro reprochando su extravío, y la mirada aniquilan por tomarse "la molestia" de hacer cosas que bien podía hacer alguien más para tenerla consentida. De igual forma después de algunas sonrisas y besos coquetos, el duque dejó de lado su molestia para almorzar contento. Ella al despedirlo se fue directo al baño para tomar la dicha, el día debía de empezar.
Doreen no tenía permitido salir sola, no es que no tuviera libertades, claro que las tenía, el problema es que Emerick estaba en un punto donde cualquier podría considerarle un enemigo, querer vengarse de él, y tomar su punto débil: La rubia. Ella lo entendía muy bien, es por eso que no desobedecía, al menos durante él día, la noche era punto y aparte. Después de haber pasado tiempo en los estables, regado algunas plantas, y hacerle una lista a un señor para comprarle cosas personales, la joven había decidido ir a la biblioteca del lugar, a pesar de que en casa tuvieran una gran colección de libros, la joven había escuchado que ejemplares de nuevas obras estaban llegando, que algunos estaban a la venta, ella deseaba tenerlos, además su futuro marido la consentía tanto que dejaba montones de dinero para que ella se abasteciera de todo lo que deseara ¡Cómo si el dinero y las cosas materiales le importaran! Desde que había llegado nada de eso se había utilizado, Darcy Trudeau, antiguo conde de Monte Cristo al morir le había dejado una gran fortuna, ella sacaba sus gastos de la misma, no deseaba molestar a su lobo, mucho menos que creyeran estuviera con él por interés, eso le daba pavor, por eso se limitaba, pero aquella tarde haría una compra necesaria ¡Libros! ¡Conocimiento!
No sólo se había detenido a comprar unos libros, también se había dedicado a releer algunas obras. Claro, hasta ese momento el chofer era su compañía, pero según le había dicho el moreno, le mandarían a una señorita como era correcto para que pasaran la tarde juntas, lo cual la alegró de sobremanera. Sybelle había sido una de sus pocas amigas desde su llegada a la ciudad, su cambiante amiga ya no pertenecía al mundo de los vivos, y aunque a la joven rubia no lo reconociera, necesitaba una figura femenina que le hiciera compañía y guardara sus secretos: una buena amiga; las campanadas que indicaban un cambio de hora en la biblioteca se hicieron sonar, le indicaban que era momento, se levantó entregó el libro viejo, y salió con su nueva canasta de adquisiciones.
- Primero que nada ¿Quién le ha dicho que tiene que tener ese porte en mi presencia? - La sola idea de tener a alguien a su lado simplemente por trabajo la hacía sentir incomoda, encima la hermosa mujercita tenía un porte sumiso, la cabeza gacha. Doreen sabía muy bien que significaba eso, la cantidad de inseguridades que la pequeña tendría, se vio reflejada en ella, suspiró, y se acercó para darle un cálido abrazo - No, no eres Tulipe, te llamas así que es distinto - Comentó soltando el pequeño cuerpecito de la "sirvienta" - Tu eres una mujer hermosa que debería estar sonriendo - Le dedicó una sonrisa amplia mientras uno de sus brazos se pasaba por el ajeno para hacerla caminar - Con Doreen me basta - Aclaró mientras avanzaban escaleras abajo, el chofer cogió la canasta pesada con libros de la prometida del duque, esperó las instrucciones de la rubia y se fue directamente al carruaje que estaba estacionado dos cuadras abajo de la zona comercial. Ambas mujeres comenzaron a caminar - ¿Has comido algo ya? ¿Dormiste lo suficiente? ¿Te encuentras bien? - Aquello último hacía referencia a su porte tan "sumiso", para la joven de clase media los trabajadores no eran simples criaturas que estuvieran listos para servir y sólo eso, para ella eran personas de la misma condición, tenían la "desgracia" de tener que trabajar un poco más para su sustento, pero no por eso eran menos o más valiosos, simplemente eran iguales, quizás sus ideas eran demasiado adelantadas para su época, muchas veces por eso era criticada, pero sólo le importaba la opinión de sus personas amadas, quienes siempre le aplaudían sus manías.
- Tengo pensado comprar algunos vestidos, pues los que tengo ya están en un estado deplorable, y no, no deseo avergonzar a Emerick - Comentó con seguridad, pero se le notaba el cierto nerviosismo en esa voz dulce y aterciopelada - ¿Te sabes tus medidas? Bueno, no importa, ya le diré al modista que te las pruebe - Concluyó tranquila, caminando a su lado con una sonrisa amplia.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Seré su compañía, mi señorita [Doreen Caracciolo]
Al principio, la doncella se preguntó si había oído bien el discurso de la dama a quien escoltaría, pero inmediatamente después se dijo que tendría que dirigir la materialidad de su rompe esquemas. Después de todo, estaba conviviendo con uno de ellos y pronto viviría con dos y luego con más y más hasta convertirse en una gran familia resistente a los cánones establecidos. ¡Qué ganas de compartir esa dicha que ellos tendrían! Ella no tenía mucha esperanza de que le ocurriera lo mismo que a su futura señora, así que ¿por qué no podía participar de esa ventura aunque fuera desde una esquina y nunca dentro del marco de un cuadro?
La joven católica tragó saliva antes de subir su rostro lentamente hasta ver a la dama Doreen a sus luceros cual niña pequeña buscaba la mirada de sus padres después de haber cometido una travesura, igual de sumisa, pero un poco más receptiva. No obstante, nunca estaría preparada para recibir un repentino abrazo a su pobreza de parte de una joven sencilla y aun así espléndida. La gente que pasaba prestaba atención a ese arrebato de ese gesto, sintiendo más repulsión que otra cosa al ver a dos mujeres abrazadas de distinta condición, asumiendo que debían pertenecer a su absurda clasificación de “vulgares recogidas”, pues con esa atención se salían de todo reglamento de etiqueta.
—M-Mademoiselle Doreen —tartamudeaba torpemente debo al estrechón del cual estaba formando parte. Sus manos tambaleaban, no sabiendo si abrazar de vuelta o no, hasta que no pudo hacer ninguna de esas cosas cuando oyó esa frase.
“Tú eres una mujer hermosa que debería estar sonriendo”
Desde que era niña, a Tulipe le habían enseñado que ser bella era algo condenatorio en su mundo, por los peligros a los que se vería expuesta, así que debía ser lo más recatada posible, trabajar para pasar desapercibida y de esa forma estar menos expuesta a los abusos de todo tipo. Incluso, la razón por la que su madre la había enviado a París era para que trabajara de manera honrada y los burdeles nunca fueran una opción, ni siquiera de último recurso. Dios la había acompañado cuando estuvo en peligro en la mansión del Duque de Italia y también la bendijo cuando puso en su camino al Duque de Escocia, su clandestinamente revolucionario patrón. Además, en la misma catedral le habían inculcado ser recatada y rezar para que nada la distrajera de llegar de vuelta a los brazos de Cristo.
Resultaba que por fin alguien le había dicho que no había nada de malo en ser como ella misma, que no tenía que cambiar y que —más aún— lo disfrutara. ¿Cómo aceptar eso de golpe? Por toda respuesta, una lágrima solitaria se escapó de los sentimientos de Tulipe y fue a parar a una de las mangas de Doreen, sin que ella se percatara de esa escurridiza gota.
—¿Por qué reacciono así? Debes aceptar lo que te diga y no actuar como tonta —se preguntó inútilmente Tulipe en esos breves segundos— Vamos, componte. No vayas a llorar por nada del mundo.
Fue así como la moza pudo eludir el llanto antes de separarse del cuerpo de la señorita. Le costaría mucho llamarla simplemente “Doreen”, pero si ella se lo ordenaba no podía hacer otra cosa llamarla de esa manera que —por lo demás— no era nada del otro mundo si tenía que comparar con las tareas suicidas que le habían sido encomendadas en su antigua ciudad, Amiens—, así que no tenía excusa para hacer el esfuerzo de dejar sus costumbres a segundo plano por el resto del día.
Acompañó a la prometida de su patrón al carruaje que las aguardaba no sin sentir invadido su rostro de colores de tono rosado, porque hasta el chofer que había ayudado a Doreen con la cesta tenía expresión divertida y curiosa, como si estuviese en el teatro para ver una función de comedia. Apartó la vista de ese hombre de inmediato para no perder el foco y subió al medio de transporte asignado para trasladar a señorita y sirvienta. La rubia hacía muchas preguntas que se considerarían inapropiadas en la calle, pero estaban en un espacio privado, supuestamente a salvo de las malas intenciones. Tulipe se permitiría ser amable, tal y como su próxima ama lo era con ella.
—Mademoi---…Doreen —se corrigió a sí misma a mitad de la palabra— Monsieur Emerick ha sido muy gentil conmigo; me ofrece las mismas porciones suficiente que a los demás sirvientes y retribuye mi trabajo con un techo sin goteras para no enfermar. Es un honor servirle —sonrió en medio de su piel pecosa— Así de confortable me sentiré al servirle a usted en lo que necesite.
Doreen parecía aceptar lo que escuchaba de parte de Tulipe, con un muy buen humor. La criada no supo el porqué de su fogosidad casi soñadora hasta que mencionó el nombre de su mandamás mezclado con el tono inconfundible de la ilusión de una mujer a punto de casarse. Estaba claro que las dudas sobre los detalles más insignificantes y también sobre los que eran más notorios salteaban su entendimiento de tal forma que sólo una mujer como ella podría entenderlo. En esos momentos el proceder más fructífero que podía tener Tulipe para con la dama era comprendiéndola y avivando su ánimo.
—Si me perdona el atrevimiento, vuestra merced, aun vistiendo harapos, adornaría cualquier salón elegante. Estoy segura de que el señor piensa lo mismo y al casarse con usted, ciertamente reafirma que está encantado con la idea verla en todos los atuendos que involucran compartir una vida de matrimonio —habló despacio, en parte contagiándose de la alucinación de una boda.
Cierto era que se había convencido a sí misma desde su llegada a París que no había motivo para pensar que pudiera casarse con un hombre de bien, tener hijos y vivir en un hogar estable. Le daba igual mientras tuviera a Cristo a su lado y la compañía de quienes serían sus gentiles patrones para el resto de sus años. Les serviría, acompañaría e incluso sonreiría a lo lejos por los hermosos hijos que seguramente tendrían. Tulipe se hacía la imagen mental de todo eso cuando Doreen preguntó acerca de sus medidas.
—¿En serio se refiere a… mí? —preguntó completamente en serio la moza de clase baja. Sólo una vez le había tomado las medidas su madre para hacerle un vestido de percala para ir a trabajar a los campos, pero nunca para…— ¿Ir a la modista?
No se trataba de una costurera cualquiera, sino de una mujer que sabía cuáles eran las últimas tendencias en París. Con decir que la única costurera que conocía Tulipe era a su madre y, por ende, ser incluida en las actividades que realizaría la señorita la dejaba sin saber qué esperar, como una niña en su primera vez en la confitería de la esquina. Así pues, la sirvienta asomó su cabeza por la ventana del carruaje y pudo darse cuenta de la variedad de tiendas de ropa que invitaban a tanto a mujeres que pudieran pagar como a las que apenas sí podían vivir a adquirir el tesoro estético que adentro celosamente guardaban, pero que podían entregarles a cambio de un valor monetario que apenas notarían cuando se vieran vestidas despampanantemente ante el espejo.
—Disculpe mi osadía, señorita, pero a pesar de lo mucho que aprecio su amabilidad, ésta también hace que… bueno, mis nervios me traicionen —sonrió hasta casi reír por lo bajo. De alguna forma podía verse desde afuera y darse cuenta de que era todo un personaje en medio de un mundo desconocido para ella— Aun así, me pondré bien y procuraré ayudarla a verse aún más agraciada para el deleite se su prometido-.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Seré su compañía, mi señorita [Doreen Caracciolo]
Hablar de harapos sobre su figura la llevaban a trasladar algunos recuerdos, dependiendo del ojo en que lo viera se tomarían como malos o buenos, dependiendo claro. La primera vez que la rubia conoció al Duque, ambos estaban en un estado completamente deplorable. Ella mantenía sus vestidos rotos, con lodo, mucha sangre, sumado a sus piernas estaban con algunas heridas, su rostro lleno de lodo, en ese estado lo había conocido. Él por su parte, llevaba casi la desnudez, pero no por completo, para la buena suerte de ambos el joven contaba con unos pantaloncillos que apenas cubrían sus partes intimas. La mujer había experimentado más que vergüenza, no sólo eso, también una oleada de baja autoestima más grande de lo normal al mostrarse de esa manera frente a un hombre que con sólo dirigirle una mirada se sabía que venía de una cuna privilegiada ¿Por qué? Sólo años de enseñanza, practica, mandatos le darían tales portes, elegancia en movimientos, y finas palabras en medio de esa situación tan mala. Ella supo desde ese momento que sus miradas significaban algo distinto, que el amor podía surgir incluso en medio de dolores profundos. Desde ahí supo que su ahora prometido, no era un hombre superficial, mucho menos que buscara tener a la mujer más hermosa y pudiente para contraer nupcias, ella era afortunada porque incluso en medio de todo ese escenario obscuro, y gris, la vio bella, la más hermosa de todas.
Traer esos recuerdos la hacen sonreír más de la cuenta. No sólo se trataba de sentirse bien porque su futuro marido la viera como la más hermosa de las flores, sino por el hecho de estar enamorada, cada que se mencionaba el nombre de Emerick, o que incluso venía a sus pensamientos, su pecho se inflaba de forma exagerada, pues era el orgullo, el ego que s ele inflaba recordando aquel hombre que le regreso a la vida. Tantas fueron las perdidas de personas que amaban, tanto fue su sufrimiento desde que había partido de casa, que ahora se sentía feliz, afortunada, muy contenta. ¿Qué pasaría de ahora en adelante? El desnudo siempre es incierto, pero un destino alado de la persona que se amaba, siempre será bueno, porque en medio de las malas, siempre se busca lo bueno, siempre se obtienen los premios; giró un poco el rostro para captar la mirada femenina, le sonreía con tal naturalidad, claro que también entendía su posición, cuando recién llegó a la casa del patrón, la joven se sentía fuera de su habitad natural, todos los sirvientes la trataban incluso mejor que a una reina, las atenciones eran excesivas a tal grado que llegó a sentirse inútil porque nada le dejaban hacer, ni siquiera recoger el plato de la mesa. Conforme fue pasando el tiempo, ella aprendió a darles por su lado, y poco a poco llegando a la confianza de todos, hasta lograr que la trataran como igual, claro sin dejar de lado el respeto, su duque en ocasiones la reprendía, aunque lo cierto es que el hombre amaba también la sencillez de su prometida.
- No todas las personas son tan crueles en el mundo de los pudientes - Le comentó, lo que seguía era para darle confianza, muchos ánimos, Doreen sabía mejor que nadie lo horrible que era tener que agachar la cabeza por comentarios bordes de algunos "superiores", o por que ella poseía una baja estabilidad económica, ni siquiera se le pudo en su momento llamar estabilidad. - Resulta ser que la modista es una excelente persona, incluso algunos de sus vestidos, los cuales nadie regresa a recoger, o que han pasado ya de moda, los manda a casas hogares, a iglesias, o se los reparte cada temporada a personas de bajos recursos que viven en las calles - Le sonrío, aunque aun no iba la parte más importante de la historia. - Si está en su local sabrás su nombre por su propia boca, sino te aguantarás hasta la siguiente ocasiones - Le hizo una pequeña broma, debía ayudar a la chica para que dejará de lado los miedos, las tensiones. - Ella vivía al día, hacía de los peores trabajos que puedas imaginar, usted al menos está limpia Tulipe, ella cuenta que en ocasiones debía dormir entre basura - Suspiró de forma profunda, incluso al haber escapado de casa, nunca había caído en condiciones tan deplorables - Pero un día, un hombre de un país extranjero llegó a París, un hombre importante que se hizo pasar como un mendigo, que por azares del destino la conoció, en medio de tanta mugre le resultó la más hermosa flor nunca antes vista, la sacó de la calle, y al poco tiempo le pidió su mano. Lamentablemente el matrimonio sólo duró quince años, pues el hombre falleció, dejándole sus negocios, una gran fortuna y dos hermosos hijos, pero ella jamás se ha casado con nadie, pues honra la memoria de ese hombre que la amó, y que ella aún ama - Terminó de contar el pequeño relato, uno que en su momento le había dado esperanzas a que jamás estaría sola, y que el amor probablemente llegaría - Es por eso, que a pesar que la cuna privilegiada vaya, no hará desaires a los que a penas puedes comer - Le guiñó un ojo - Terminarás muy cómoda, ya lo verás - En ese momento su mirada se desvió, el carruaje se detuvo dejando a ambas mujeres listas para entrar al hermoso local de confección.
- Vamos, no quiero un pero - Está vez su voz sonó más clara, firme, y con un aire de mando, pues era evidente que la jovencita de hermosas pecas necesitaba de un empujoncito, ¡Que va! ¡Un gran empujón! El cochero abrió la puerta del carruaje, estiró la mano para ayudar a la rubia, el hombre no pudo más que sonreírle, él había sido uno de los hombres que más trabajo le había costado que le tratara con menos formalidades, ahora el sirviente de la joven era uno de los hombres que más la cuidaba, que más la quería, y que se notaba más encantado con el compromiso que su patrón y ahora la señorita tenían. Cuando Doreen piso por fin la calle rocosa, alisó su vestido esperando a que la joven doncella le acompañara. Las puertas del lugar fueron abiertas de par en par, por la ayuda de un joven que no pasaba los quince años, les hizo una reverencia dejando que ambas pasaran, por su parte el chofer mantendría en orden el carruaje frente a la tienda, a no ser que lo movieran pero eso era dudoso. En medio de telas finas, también de vestidos hermosos, ambas fueron recibidas por una mujer de quizás unos cuarenta y cinco años, que tenía el cabello revuelto, unos anteojos enormes de fondo de botella, la mujeres les dio un cálido abrazo, a ambas dándoles la bienvenida.
- ¡Bienvenidas sean! - Comentó la mujer con euforia - Doreen ¡Cuanto tiempo, pequeña! ¡Que cambiada estás! - La mujer comenzó a analizarla son cierto recelo, con una mirada de amenaza completa, hace tiempo que no se veía, la rubia en ocasiones le hacía algunos mandados cuando venía de casa de su madre adoptiva, le compraba frutas, verduras que necesitaba, eran dos amigas fuera de modista-cliente. - Hace mucho no te veo, quizás debería venir una tarde a pasar el rato, te he echado de menos - La mujer terminó con su análisis después de alzarle ambas cejas en forma de aprobación, pero la jovencita ahora prometida estaba segura que no se quedaría así, sino más bien, preguntaría que tanto había hecho, y porque sus vestidos habían cambiado "Todo gracias al Duque" pensó para si misma; al poco tiempo la mujer observó a Tulipe - ¡Justamente necesitaba a alguien de tus medidas, venga para acá, me ayudarás de modelo! - La mujer ni bien había hablando ya había tomado del brazo a la castaña para subirla aun banco - Me llamo Clara jovencita, está es tu casa - La señora era demasiado amable, le dirigió una mirada tranquilizante a la joven pecosa, una cómplice a rubia y comenzó a tomarle medidas a la señorita.
- ¿Recuerdas a la mujer de la que te hablé? Bueno, estás frente a ella - Le dedicó una especie de risita burlona, para después acomodarse en un sillón demasiado cómodo que uno de los mozos que trabajaba en la tienda le llevó, la joven las observaba contenta - Relájate, de vez en cuando los premios no te vendrán mal, acostúmbrate conmigo - Le sugirió, pero está vez Doreen no sonreía, por el contrario, estaba serena, seria, pues se lo estaba diciendo con total sinceridad.
Traer esos recuerdos la hacen sonreír más de la cuenta. No sólo se trataba de sentirse bien porque su futuro marido la viera como la más hermosa de las flores, sino por el hecho de estar enamorada, cada que se mencionaba el nombre de Emerick, o que incluso venía a sus pensamientos, su pecho se inflaba de forma exagerada, pues era el orgullo, el ego que s ele inflaba recordando aquel hombre que le regreso a la vida. Tantas fueron las perdidas de personas que amaban, tanto fue su sufrimiento desde que había partido de casa, que ahora se sentía feliz, afortunada, muy contenta. ¿Qué pasaría de ahora en adelante? El desnudo siempre es incierto, pero un destino alado de la persona que se amaba, siempre será bueno, porque en medio de las malas, siempre se busca lo bueno, siempre se obtienen los premios; giró un poco el rostro para captar la mirada femenina, le sonreía con tal naturalidad, claro que también entendía su posición, cuando recién llegó a la casa del patrón, la joven se sentía fuera de su habitad natural, todos los sirvientes la trataban incluso mejor que a una reina, las atenciones eran excesivas a tal grado que llegó a sentirse inútil porque nada le dejaban hacer, ni siquiera recoger el plato de la mesa. Conforme fue pasando el tiempo, ella aprendió a darles por su lado, y poco a poco llegando a la confianza de todos, hasta lograr que la trataran como igual, claro sin dejar de lado el respeto, su duque en ocasiones la reprendía, aunque lo cierto es que el hombre amaba también la sencillez de su prometida.
- No todas las personas son tan crueles en el mundo de los pudientes - Le comentó, lo que seguía era para darle confianza, muchos ánimos, Doreen sabía mejor que nadie lo horrible que era tener que agachar la cabeza por comentarios bordes de algunos "superiores", o por que ella poseía una baja estabilidad económica, ni siquiera se le pudo en su momento llamar estabilidad. - Resulta ser que la modista es una excelente persona, incluso algunos de sus vestidos, los cuales nadie regresa a recoger, o que han pasado ya de moda, los manda a casas hogares, a iglesias, o se los reparte cada temporada a personas de bajos recursos que viven en las calles - Le sonrío, aunque aun no iba la parte más importante de la historia. - Si está en su local sabrás su nombre por su propia boca, sino te aguantarás hasta la siguiente ocasiones - Le hizo una pequeña broma, debía ayudar a la chica para que dejará de lado los miedos, las tensiones. - Ella vivía al día, hacía de los peores trabajos que puedas imaginar, usted al menos está limpia Tulipe, ella cuenta que en ocasiones debía dormir entre basura - Suspiró de forma profunda, incluso al haber escapado de casa, nunca había caído en condiciones tan deplorables - Pero un día, un hombre de un país extranjero llegó a París, un hombre importante que se hizo pasar como un mendigo, que por azares del destino la conoció, en medio de tanta mugre le resultó la más hermosa flor nunca antes vista, la sacó de la calle, y al poco tiempo le pidió su mano. Lamentablemente el matrimonio sólo duró quince años, pues el hombre falleció, dejándole sus negocios, una gran fortuna y dos hermosos hijos, pero ella jamás se ha casado con nadie, pues honra la memoria de ese hombre que la amó, y que ella aún ama - Terminó de contar el pequeño relato, uno que en su momento le había dado esperanzas a que jamás estaría sola, y que el amor probablemente llegaría - Es por eso, que a pesar que la cuna privilegiada vaya, no hará desaires a los que a penas puedes comer - Le guiñó un ojo - Terminarás muy cómoda, ya lo verás - En ese momento su mirada se desvió, el carruaje se detuvo dejando a ambas mujeres listas para entrar al hermoso local de confección.
- Vamos, no quiero un pero - Está vez su voz sonó más clara, firme, y con un aire de mando, pues era evidente que la jovencita de hermosas pecas necesitaba de un empujoncito, ¡Que va! ¡Un gran empujón! El cochero abrió la puerta del carruaje, estiró la mano para ayudar a la rubia, el hombre no pudo más que sonreírle, él había sido uno de los hombres que más trabajo le había costado que le tratara con menos formalidades, ahora el sirviente de la joven era uno de los hombres que más la cuidaba, que más la quería, y que se notaba más encantado con el compromiso que su patrón y ahora la señorita tenían. Cuando Doreen piso por fin la calle rocosa, alisó su vestido esperando a que la joven doncella le acompañara. Las puertas del lugar fueron abiertas de par en par, por la ayuda de un joven que no pasaba los quince años, les hizo una reverencia dejando que ambas pasaran, por su parte el chofer mantendría en orden el carruaje frente a la tienda, a no ser que lo movieran pero eso era dudoso. En medio de telas finas, también de vestidos hermosos, ambas fueron recibidas por una mujer de quizás unos cuarenta y cinco años, que tenía el cabello revuelto, unos anteojos enormes de fondo de botella, la mujeres les dio un cálido abrazo, a ambas dándoles la bienvenida.
- ¡Bienvenidas sean! - Comentó la mujer con euforia - Doreen ¡Cuanto tiempo, pequeña! ¡Que cambiada estás! - La mujer comenzó a analizarla son cierto recelo, con una mirada de amenaza completa, hace tiempo que no se veía, la rubia en ocasiones le hacía algunos mandados cuando venía de casa de su madre adoptiva, le compraba frutas, verduras que necesitaba, eran dos amigas fuera de modista-cliente. - Hace mucho no te veo, quizás debería venir una tarde a pasar el rato, te he echado de menos - La mujer terminó con su análisis después de alzarle ambas cejas en forma de aprobación, pero la jovencita ahora prometida estaba segura que no se quedaría así, sino más bien, preguntaría que tanto había hecho, y porque sus vestidos habían cambiado "Todo gracias al Duque" pensó para si misma; al poco tiempo la mujer observó a Tulipe - ¡Justamente necesitaba a alguien de tus medidas, venga para acá, me ayudarás de modelo! - La mujer ni bien había hablando ya había tomado del brazo a la castaña para subirla aun banco - Me llamo Clara jovencita, está es tu casa - La señora era demasiado amable, le dirigió una mirada tranquilizante a la joven pecosa, una cómplice a rubia y comenzó a tomarle medidas a la señorita.
- ¿Recuerdas a la mujer de la que te hablé? Bueno, estás frente a ella - Le dedicó una especie de risita burlona, para después acomodarse en un sillón demasiado cómodo que uno de los mozos que trabajaba en la tienda le llevó, la joven las observaba contenta - Relájate, de vez en cuando los premios no te vendrán mal, acostúmbrate conmigo - Le sugirió, pero está vez Doreen no sonreía, por el contrario, estaba serena, seria, pues se lo estaba diciendo con total sinceridad.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Seré su compañía, mi señorita [Doreen Caracciolo]
La comprometida mujer compartía un tipo de historias de vida que Tulipe sólo había escuchado por casualidad, mientras lavaba ropa, lustraba zapatos o limpiaba los tapices y cortinajes de alguna lujosa mansión. Que alguien de la clase de la señorita Doreen le contara a Tulipe —para que solo ella escuchara— acerca de personas emprendedoras que habían surgido de fosas más profundas que las de ella, motivaba su frágil corazón de alguna manera. ¿Habría esperanza para ella de alguna manera, aunque no fuera la vida que siempre soñó? En las manos abiertas de Dios buscaría su camino, el mismo que la había llevado a la bendición de la compasión de una sonrisa o de una conversación afable como la que estaba sosteniendo con la mujer pronta a casarse.
¿Por qué la sirvienta continuaba limpia? La teoría de la madre Tulipe era que le había encomendado su bienestar a Dios para que éste bajara a sus ángeles para que besaran y la hicieran sonreír. Su integridad psíquica era un suspiro, así de delicada, pero seguía ahí, alimentada por la gentileza de personas como su madre, el duque y la señorita. Podía ser que hubiera pasado su primera noche en Paris —esa nefasta jornada en que no halló trabajo— acompañada de las ratas en un inmueble abandonado en las afueras de la ciudad que apenas sí tenía techo de coirón, pero hasta eso era más admisible que tener de colchón los desechos de los demás. Y Doreen… Doreen se veía tan a gusto predicando acerca de la gran hazaña de la modista que hacía tímidamente sonreír a la criada, puesto que si derrochaba ese orgullo al hablar de su luchadora amistad, ¿por qué no podía algún día hablar así de ella también? Al menos así sería su recuerdo sería conversado no en un libro de historia, pero sí en las tiernas memorias de los ángeles en su andar.
—La modista es afortunada de contar con amistades como usted; a pesar de haber caído en bajas prácticas por necesidad, usted no la mira desde arriba —bajó tímidamente su cabeza, ocultando en parte la ilusión de ser importante para alguien. Levantó su rostro de súbito cuando se fijó que sus palabras podían darse para una malinterpretación— Oh, n-no digo que usted suela mirar desde arriba a los desprotegidos, señorita. Por favor no lo tome a mal.
Pero Doreen podía mostrar más complicidad de lo que la sirvienta pudiera llegar a imaginar. Un solo guiño de la rubia bastó para que el inestable pecho de Tulipe no volviera a su rutina de subir y bajar de manera irregular como si padeciera de un pronunciado asma. Esa jornada le serviría para soltarse un poco y aprender cuándo estaba con amigos y cuándo no. Lo segundo lo había aprendido, o más bien dicho “sobreaprendido”; tomar una buena lección de recreo en confianza de la mano de la encantadora prometida de su amo era una oportunidad de desenvolverse en la familia que llenaría la mansión al sur de París, esa de la que quería —de algún modo— formar parte un día. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la sutil frenada del carruaje. Tragó saliva al darse cuenta de que aquella detención significaba el comienzo de su nueva partida, la cual no permitía dudas ni segundos pensamientos a excepción de uno: si la señorita Doreen dice que la sigas, tú la sigues; si la señorita Doreen ordena que le des tu opinión, se la das.
—Tú sólo hazlo —se dijo a sí misma cuando vio a su futura ama bajar delicadamente del carruaje con ayuda del lacayo. Inhaló aire hasta satisfacer sus pulmones— Bien… aquí voy.
Los torpes pies de Tulipe le jugaron una mala pasada, haciéndole casi caer el medio de transporte acompañada de un corto y espantado chillido. Los sirvientes la miraron extrañados algunos y otros divertidos, causando que sus mejillas se enrojecieran y sus ojos miraran se cerraran fuertemente, no queriendo saber qué desastre había provocado. No obstante, abrió un ojos primero y luego el otro no sin temor, como una niña que acababa de romper el jarrón favorito de su madre. Nadie la estaba regañando, pero había pasado antes que por cometer un error se había ganado un bastonazo en la cabeza de parte del capataz, allí en los campos, por lo que actuaba con cautela. Buscó en los rostros de los empleados qué tan grave había sido, ignorando la insignificancia de su traspié.
—N-No… ¿no pasó nada? —preguntó a su alrededor con sus ojos brillando de la inocencia.
Sólo provocó que los presentes rieran, aunque no de ella, pero sí por su causa. Se veía que era una muchacha demasiado preocupada a pesar de no tener mayores quehaceres que los básicos, no como sus ocupados empleadores; ¿de qué podía estar meditabunda ella? Con suerte tendría bienes o hijos de los cuales cuidar. Tulipe tapó su mejilla derecha con una de sus manos y siguió caminando detrás de la señorita como perrito lazarillo. Algún día reuniría la confianza suficiente para caminar como una flecha en una senda estrecha; por el momento andaría lento, guiada por la luz que otros irradiaban.
La voz decidida de una mujer hizo vibrar los vidrios de la tienda, dando paso a una señora de brazos abiertos y amable sonrisa ante la cual Tulipe se sintió fuera de lugar y Doreen ablandada con la calidez de la bienvenida de su amistad. ¿Pequeña? ¿Cambiada? La sirvienta comenzaba ya a preguntarse desde hacia cuánto que se conocían, porque se miraban como si se les estuviera escapando el recuerdo de la otra; como si fueran familia. Familia… ¡oh, si su madre pudiera sentir cuánto la extrañaba, tal vez se apaciguaría la espera que las separada! Justo había llevado su mano al crucifijo colgante en su cuello para sentir que de alguna manera Dios las interconectaba cuando el plan a viva voz de la señora llegó a sus oídos.
—¿Q-qué, y-yo? —miró hacia Doreen en busca de algo que le dijera que no, pero se mostró totalmente complacida con la resolución de su amiga. Vio de nuevo a la señora con sus ojos más abiertos de lo normal; ¿medidas como las de ella? — P-pero yo soy piel y huesos. —Las excusas no valían para una mujer que se había dedicado por años al arte y negocio de la ropa y que además conocía a la perfección las intenciones algo liberales de Doreen— M-Madame Clara, de verdad lo que menos quisiera es manchar uno de sus hermosas obras de arte o romperlas. Viera usted lo torpe que soy; incluso apenas me bajé tras la señorita Doreen me tropecé y tuve suerte de no caerme en un charco.
Entonces la muchacha se tranquilizó cuando su futura ama le explicó que no tenía que sentirse un estorbo en la tienda; era más, debía gozar lo que estaba viviendo. Fue así como la francesa empobrecida cerró sus ojos y respiro profundamente mientras la modista cubría su busto, cintura y caderas con una huincha de medir.
—¿Qué irá a sacar? —se preguntaba Tulipe aún con su vista enceguecida—Sería más fácil medirme el dedo pulgar; tiene más carne que yo.
De pronto la chiquilla se encontró riendo sola y con ganas al mismo tiempo que la dueña de la tienda anotaba sus medidas en un papel. Abrió sus ojos encontrándose con las presentes, quienes no habían identificado el motivo de su repentino cambio de humor y cerró su boca un poco más relajada que en las anteriores ocasiones, en las que creía haber metido la pata. Carraspeó su garganta, eso sí, pero lo hizo con un afán de continuar y no de detenerse. Miró a la señorita Doreen en su asiento y reunió la personalidad suficiente para hacerle una pregunta desde su lugar en el banquillo; aunque, claro, la voz le tembló lo quisiera o no.
—Por favor, permítame hacerle una pregunta —suavizó sus líneas de expresión, como si al preguntar estuviera también dando parte de su confianza. Confiaba en que no recibiría castigo por ser un poco curiosa— ¿Ya ha sido planeada la organización de la boda? Es que no he tenido la oportunidad de verla probarse un vestido y la ama de llaves… bueno, pensó que sería mejor que no me entrometiera en esos asuntos. Lo cierto es que no quiero causarle más preocupaciones mademoiselle, pero sucede que… —se quedó callada unos segundos. Trataba de soltar esas ideas congeladas en su cabeza— Esto de las bodas es algo que a mí me emociona mucho y no solamente por mi religión —miró hacia el piso, algo avergonzada. Luego miró sonriente a la joven a la que acompañaba— Es que todo esto es tan romántico, ¿no cree usted? Es poco común ver una pareja de prometidos enamorados. Una se da por satisfecha casada y con hijos, pero el amor solemos encontrarlo en los cuentos. Usted… usted ha sido bendecida.
De pequeña, a Tulipe se le rompía el corazón cada vez que jugaba con su única muñeca —a la cual le faltaba un ojo— porque cada vez que lo hacía, su madre se la quitaba de las manos y se agachaba para hablarle con dureza “Eso no te toca a ti; no nos tocó a ninguna de nosotras”. Por supuesto, la niña hacía un lloriqueo ruidoso cada vez que se la traía de vuelta a la realidad “Es mejor que mates esa idea ahora, para que no te la asesine nadie más” Ya no tenía esa ilusión que la lastimaba cada vez que la pensaba, porque había aprendido a vivirla a través de otros; en este caso, en Doreen.
¿Por qué la sirvienta continuaba limpia? La teoría de la madre Tulipe era que le había encomendado su bienestar a Dios para que éste bajara a sus ángeles para que besaran y la hicieran sonreír. Su integridad psíquica era un suspiro, así de delicada, pero seguía ahí, alimentada por la gentileza de personas como su madre, el duque y la señorita. Podía ser que hubiera pasado su primera noche en Paris —esa nefasta jornada en que no halló trabajo— acompañada de las ratas en un inmueble abandonado en las afueras de la ciudad que apenas sí tenía techo de coirón, pero hasta eso era más admisible que tener de colchón los desechos de los demás. Y Doreen… Doreen se veía tan a gusto predicando acerca de la gran hazaña de la modista que hacía tímidamente sonreír a la criada, puesto que si derrochaba ese orgullo al hablar de su luchadora amistad, ¿por qué no podía algún día hablar así de ella también? Al menos así sería su recuerdo sería conversado no en un libro de historia, pero sí en las tiernas memorias de los ángeles en su andar.
—La modista es afortunada de contar con amistades como usted; a pesar de haber caído en bajas prácticas por necesidad, usted no la mira desde arriba —bajó tímidamente su cabeza, ocultando en parte la ilusión de ser importante para alguien. Levantó su rostro de súbito cuando se fijó que sus palabras podían darse para una malinterpretación— Oh, n-no digo que usted suela mirar desde arriba a los desprotegidos, señorita. Por favor no lo tome a mal.
Pero Doreen podía mostrar más complicidad de lo que la sirvienta pudiera llegar a imaginar. Un solo guiño de la rubia bastó para que el inestable pecho de Tulipe no volviera a su rutina de subir y bajar de manera irregular como si padeciera de un pronunciado asma. Esa jornada le serviría para soltarse un poco y aprender cuándo estaba con amigos y cuándo no. Lo segundo lo había aprendido, o más bien dicho “sobreaprendido”; tomar una buena lección de recreo en confianza de la mano de la encantadora prometida de su amo era una oportunidad de desenvolverse en la familia que llenaría la mansión al sur de París, esa de la que quería —de algún modo— formar parte un día. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la sutil frenada del carruaje. Tragó saliva al darse cuenta de que aquella detención significaba el comienzo de su nueva partida, la cual no permitía dudas ni segundos pensamientos a excepción de uno: si la señorita Doreen dice que la sigas, tú la sigues; si la señorita Doreen ordena que le des tu opinión, se la das.
—Tú sólo hazlo —se dijo a sí misma cuando vio a su futura ama bajar delicadamente del carruaje con ayuda del lacayo. Inhaló aire hasta satisfacer sus pulmones— Bien… aquí voy.
Los torpes pies de Tulipe le jugaron una mala pasada, haciéndole casi caer el medio de transporte acompañada de un corto y espantado chillido. Los sirvientes la miraron extrañados algunos y otros divertidos, causando que sus mejillas se enrojecieran y sus ojos miraran se cerraran fuertemente, no queriendo saber qué desastre había provocado. No obstante, abrió un ojos primero y luego el otro no sin temor, como una niña que acababa de romper el jarrón favorito de su madre. Nadie la estaba regañando, pero había pasado antes que por cometer un error se había ganado un bastonazo en la cabeza de parte del capataz, allí en los campos, por lo que actuaba con cautela. Buscó en los rostros de los empleados qué tan grave había sido, ignorando la insignificancia de su traspié.
—N-No… ¿no pasó nada? —preguntó a su alrededor con sus ojos brillando de la inocencia.
Sólo provocó que los presentes rieran, aunque no de ella, pero sí por su causa. Se veía que era una muchacha demasiado preocupada a pesar de no tener mayores quehaceres que los básicos, no como sus ocupados empleadores; ¿de qué podía estar meditabunda ella? Con suerte tendría bienes o hijos de los cuales cuidar. Tulipe tapó su mejilla derecha con una de sus manos y siguió caminando detrás de la señorita como perrito lazarillo. Algún día reuniría la confianza suficiente para caminar como una flecha en una senda estrecha; por el momento andaría lento, guiada por la luz que otros irradiaban.
La voz decidida de una mujer hizo vibrar los vidrios de la tienda, dando paso a una señora de brazos abiertos y amable sonrisa ante la cual Tulipe se sintió fuera de lugar y Doreen ablandada con la calidez de la bienvenida de su amistad. ¿Pequeña? ¿Cambiada? La sirvienta comenzaba ya a preguntarse desde hacia cuánto que se conocían, porque se miraban como si se les estuviera escapando el recuerdo de la otra; como si fueran familia. Familia… ¡oh, si su madre pudiera sentir cuánto la extrañaba, tal vez se apaciguaría la espera que las separada! Justo había llevado su mano al crucifijo colgante en su cuello para sentir que de alguna manera Dios las interconectaba cuando el plan a viva voz de la señora llegó a sus oídos.
—¿Q-qué, y-yo? —miró hacia Doreen en busca de algo que le dijera que no, pero se mostró totalmente complacida con la resolución de su amiga. Vio de nuevo a la señora con sus ojos más abiertos de lo normal; ¿medidas como las de ella? — P-pero yo soy piel y huesos. —Las excusas no valían para una mujer que se había dedicado por años al arte y negocio de la ropa y que además conocía a la perfección las intenciones algo liberales de Doreen— M-Madame Clara, de verdad lo que menos quisiera es manchar uno de sus hermosas obras de arte o romperlas. Viera usted lo torpe que soy; incluso apenas me bajé tras la señorita Doreen me tropecé y tuve suerte de no caerme en un charco.
Entonces la muchacha se tranquilizó cuando su futura ama le explicó que no tenía que sentirse un estorbo en la tienda; era más, debía gozar lo que estaba viviendo. Fue así como la francesa empobrecida cerró sus ojos y respiro profundamente mientras la modista cubría su busto, cintura y caderas con una huincha de medir.
—¿Qué irá a sacar? —se preguntaba Tulipe aún con su vista enceguecida—Sería más fácil medirme el dedo pulgar; tiene más carne que yo.
De pronto la chiquilla se encontró riendo sola y con ganas al mismo tiempo que la dueña de la tienda anotaba sus medidas en un papel. Abrió sus ojos encontrándose con las presentes, quienes no habían identificado el motivo de su repentino cambio de humor y cerró su boca un poco más relajada que en las anteriores ocasiones, en las que creía haber metido la pata. Carraspeó su garganta, eso sí, pero lo hizo con un afán de continuar y no de detenerse. Miró a la señorita Doreen en su asiento y reunió la personalidad suficiente para hacerle una pregunta desde su lugar en el banquillo; aunque, claro, la voz le tembló lo quisiera o no.
—Por favor, permítame hacerle una pregunta —suavizó sus líneas de expresión, como si al preguntar estuviera también dando parte de su confianza. Confiaba en que no recibiría castigo por ser un poco curiosa— ¿Ya ha sido planeada la organización de la boda? Es que no he tenido la oportunidad de verla probarse un vestido y la ama de llaves… bueno, pensó que sería mejor que no me entrometiera en esos asuntos. Lo cierto es que no quiero causarle más preocupaciones mademoiselle, pero sucede que… —se quedó callada unos segundos. Trataba de soltar esas ideas congeladas en su cabeza— Esto de las bodas es algo que a mí me emociona mucho y no solamente por mi religión —miró hacia el piso, algo avergonzada. Luego miró sonriente a la joven a la que acompañaba— Es que todo esto es tan romántico, ¿no cree usted? Es poco común ver una pareja de prometidos enamorados. Una se da por satisfecha casada y con hijos, pero el amor solemos encontrarlo en los cuentos. Usted… usted ha sido bendecida.
De pequeña, a Tulipe se le rompía el corazón cada vez que jugaba con su única muñeca —a la cual le faltaba un ojo— porque cada vez que lo hacía, su madre se la quitaba de las manos y se agachaba para hablarle con dureza “Eso no te toca a ti; no nos tocó a ninguna de nosotras”. Por supuesto, la niña hacía un lloriqueo ruidoso cada vez que se la traía de vuelta a la realidad “Es mejor que mates esa idea ahora, para que no te la asesine nadie más” Ya no tenía esa ilusión que la lastimaba cada vez que la pensaba, porque había aprendido a vivirla a través de otros; en este caso, en Doreen.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
- Mensajes : 150
Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Seré su compañía, mi señorita [Doreen Caracciolo]
Se acomodó en aquel hermoso y cómodo sillón para los visitantes. Le habían ofrecido vino, incluso whisky, también coñac, pero a ella no le gustaba nada de eso, más bien, prefería un vaso de limonada, o agua natural. Doreen a pesar de haber salido huyendo de casa, nunca se pensó estar entre el bajo mundo del libertinaje, muy por el contrario, supo respetar su cuerpo, y su dignidad, pues los modales que sus padres tanto se habían empeñado en inculcarle para que pudiera pregonarlos en su vida marital estaban bien marcados. La mujer era humilde, y quizás nunca tuvo esa vida de lujos como hasta ese momento, pero no por eso iba a abusar. Se sentía bien así, era feliz así, y estaba segura que su prometido también se sentía honrado de poder tener a su lado a una mujer con tales características. Ese era uno de los puntos también, por los cuales ella lo hacía, el reprimirse tanto que se le ofrecía en charola de plata. Por el simple hecho de hacerlo feliz a él, quien ahora era su vida entera, su ser más importante. Tanto le amaba que podía pasar incluso horas pensando en ese hombre, en como adorarlo, llenarlo de alegrías y de amor, porque según la chica, aquel caballero merecía eso y más.
Grosera no era, pero estaba siendo irrespetuosa al no prestar atención a la mujer y a la sirvienta, por eso parpadeó, ladeó el rostro y decidió que era el momento correcto para intervenir con ellas, pero al ver a la modista tan entretenida, prefirió callar, así no interrumpía su tan hermoso trabajo. Sus ojos se desviaron hasta todo aquel hermoso local, y se atrevió de nuevo a ponerse de pie. Una de las hermosas trabajadoras del local, con quizás catorce años de edad, se acercó a Doreen, la abrazó y la invitó a dar una vuelta entre los tubos que mantenían agarrada ropa, y otras cosas. La rubia se estuvo deleitando con las obras tan preciosas que veía su amiga había diseñado. Algunas tenían pedazos de papel con nombres, seguramente eran las que habían decido por comprar. Se alegraba de que su amiga tuviera tanto éxito ahora, y que muchas mujeres, y también hombres gastaran grandes fortunas en ostentosos trajes. A ella no le gustaba gastar tanto en accesorios, pero dado que ahora estaba comprometida con un hombre importante, debía vestir de forma digna, e incluso, gastar lo que odiaba hacer. Encima, le daba vergüenza hacer que su prometido soltara tantas cantidades por ella.
Terminó por escoger un vestido color marrón, pidió ayuda para que le retiraran el corsé, y se adentró a un cuartito que sólo estaba cubierto en las paredes por tela, o más bien, la tela eran las paredes. Y se quedó la ropa que tenía para acomodarse el otro. Era demasiado ostentoso para su gusto, pero recordó que las mujeres de ese entonces se ponían ropa de esa forma. Y tragó saliva, salió del probador para pedir la opinión de todas, y cuando le aprobaron el atuendo, volvió a entrar para colocarse lo que traía. Con todo y corsé que le ayudaron de nueva cuenta, pero está vez a colocárselo. No perdió más tiempo, regresó al sillón.
- La boda está en camino, Tulipe, Emerick se ha encargado de contratar a una organizado, ha dicho que no desea verme nerviosa o algo que se le asemeje por la organización, ya hay quien haga mi vestido de novia, la tienes encima de ti - Se refirió a la modista que estaba muy animada haciendo medidas, arreglos a telas, y montando moldes al cuerpo de la chica. - Pero si tienes interés de ver que pasa, entonces con confianza, puedes decirle al señor que te deje participar, que yo te he dado permiso - Se encogió de hombros, estaba segura que nadie arruinaría su boda, o al menos eso esperaba, el único problema que hubiera si eso llegara a pasar, es que Emerick buscaría al culpable para hacerlo pagar, aquel hombre estaba terco de darle a la rubia la boda de sus sueños, y para él, nadie tenía derecho de truncar ese día. Absolutamente nadie.
- ¿Alguna vez te has enamorado? - Comentó con su semblante sereno, cerró los ojos, estaba tan tranquila - Lamento mi falta de palabras, pero ando pensando un poco sobre las funciones de la boda, se supone debo de tener a alguien en la recepción ¿te gustaría hacerlo? - Le miró de forma cómplice - Claro que se te dará el ropaje que debe ser, y estarás disfrutando del lugar, y de la fiesta tanto como los demás, claro que si eso deseas - Doreen se veía demasiado reflejada en la pequeña como para dejarla fuera de las cosas, aparte, ahora era parte de esa familia, como todos los demás que estaban trabajando bajo los mandatos de Emerick, lo único que quería la rubia era hacer sentir a todos a gusto.
Grosera no era, pero estaba siendo irrespetuosa al no prestar atención a la mujer y a la sirvienta, por eso parpadeó, ladeó el rostro y decidió que era el momento correcto para intervenir con ellas, pero al ver a la modista tan entretenida, prefirió callar, así no interrumpía su tan hermoso trabajo. Sus ojos se desviaron hasta todo aquel hermoso local, y se atrevió de nuevo a ponerse de pie. Una de las hermosas trabajadoras del local, con quizás catorce años de edad, se acercó a Doreen, la abrazó y la invitó a dar una vuelta entre los tubos que mantenían agarrada ropa, y otras cosas. La rubia se estuvo deleitando con las obras tan preciosas que veía su amiga había diseñado. Algunas tenían pedazos de papel con nombres, seguramente eran las que habían decido por comprar. Se alegraba de que su amiga tuviera tanto éxito ahora, y que muchas mujeres, y también hombres gastaran grandes fortunas en ostentosos trajes. A ella no le gustaba gastar tanto en accesorios, pero dado que ahora estaba comprometida con un hombre importante, debía vestir de forma digna, e incluso, gastar lo que odiaba hacer. Encima, le daba vergüenza hacer que su prometido soltara tantas cantidades por ella.
Terminó por escoger un vestido color marrón, pidió ayuda para que le retiraran el corsé, y se adentró a un cuartito que sólo estaba cubierto en las paredes por tela, o más bien, la tela eran las paredes. Y se quedó la ropa que tenía para acomodarse el otro. Era demasiado ostentoso para su gusto, pero recordó que las mujeres de ese entonces se ponían ropa de esa forma. Y tragó saliva, salió del probador para pedir la opinión de todas, y cuando le aprobaron el atuendo, volvió a entrar para colocarse lo que traía. Con todo y corsé que le ayudaron de nueva cuenta, pero está vez a colocárselo. No perdió más tiempo, regresó al sillón.
- La boda está en camino, Tulipe, Emerick se ha encargado de contratar a una organizado, ha dicho que no desea verme nerviosa o algo que se le asemeje por la organización, ya hay quien haga mi vestido de novia, la tienes encima de ti - Se refirió a la modista que estaba muy animada haciendo medidas, arreglos a telas, y montando moldes al cuerpo de la chica. - Pero si tienes interés de ver que pasa, entonces con confianza, puedes decirle al señor que te deje participar, que yo te he dado permiso - Se encogió de hombros, estaba segura que nadie arruinaría su boda, o al menos eso esperaba, el único problema que hubiera si eso llegara a pasar, es que Emerick buscaría al culpable para hacerlo pagar, aquel hombre estaba terco de darle a la rubia la boda de sus sueños, y para él, nadie tenía derecho de truncar ese día. Absolutamente nadie.
- ¿Alguna vez te has enamorado? - Comentó con su semblante sereno, cerró los ojos, estaba tan tranquila - Lamento mi falta de palabras, pero ando pensando un poco sobre las funciones de la boda, se supone debo de tener a alguien en la recepción ¿te gustaría hacerlo? - Le miró de forma cómplice - Claro que se te dará el ropaje que debe ser, y estarás disfrutando del lugar, y de la fiesta tanto como los demás, claro que si eso deseas - Doreen se veía demasiado reflejada en la pequeña como para dejarla fuera de las cosas, aparte, ahora era parte de esa familia, como todos los demás que estaban trabajando bajo los mandatos de Emerick, lo único que quería la rubia era hacer sentir a todos a gusto.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Seré su compañía, mi señorita [Doreen Caracciolo]
La criada le sonrió con gusto a Doreen cuando le transmitió la tranquilizadora noticia de que un organizador mantendría en orden los principales puntos de la celebración; se sentía demasiado pequeña cuando le tocaba ser testigo de acontecimientos de esa embergadura, por lo que una ayuda así la recibía con alivio. Tulipe bien sabía, como todo siervo, que más personas significaban más probabilidades de fallar y, por ende, de castigo. No importaba lo amable que fuese el amo Emerick o lo dulce de la señorita Doreen; eran sus patrones y tenían poder sobre ella, por lo que podían hacer todo cuanto se les ocurriera. Más valía no provocar su disgusto.
Se sentía a salvo mientras la modista instalaba la mitad de los alfileres de la tienda en sus medidas y la señorita a quien debía escoltar usaba ese tono de tranquilidad, pero se quebrantó ese pausado y calmo respirar cuando escuchó a Doreen plantear la posibilidad de usara ropas elegantes para recibir a señores y damas para posteriormente interactuar con ellos en medio de la celebración, perdió el equilibrio unos instantes, casi cayendo al piso. Afortunadamente usando sus brazos volvió a su punto de equilibrio, pero su respiración ¡ay, Dios bendito! Ya estaba hecha un lío. Miró a la dama algo incrédula, esperando que solamente se hubiera tratado de una broma. No era que fuese una malagradecida o antisocial; lo que ocurría era que nunca nadie había puesto sobre sus hombros una responsabilidad mayor a la de lavar ropa o mantener encendido el brasero. Y ella... como si nada se lo había ofrecido.
No bien la experimentada costurera acabó de trabajar en su cuerpo para hacer trabajar en conjunto los lados estéticos y lógicos de su mente, la sirvienta bajó de su lugar en el banquito y se hincó junto al sillón sobre el cual Doreen tan serenamente se encontraba sentada, como un hada saltando sobre las nubes. Tulipe parpadeó seguidamente ante esa visión que no duró más que uno o dos segundos; su señorita se veía tan segura de lo que la rodeaba, tan “en su medio”, que casi podía tocar su sensación de infalibilidad. La criada aclaró su garganta antes de hablar con la cabeza gacha.
—Señorita, ¿usted me está hablando en serio? Ya vio cómo bajé del carruaje, ¿cierto? A-Así soy siempre, torpe como una mula. Podría afirmarse del vestido de una señora y rompérselo, y no quisiera causarle problemas —se dio cuenta la chica de que estaba siendo demasiado negativa a la primera. Negó con su cabeza con velocidad para no seguir metiendo la pata— Ay, espero que no me malinterprete. Y-Yo agradezco de sobremanera su amabilidad y que confíe de esa manera en mí. Es sólo que… —miró hacia sus manos, apenada escondiendo el rostro— …yo no confío tanto.
Algo la desconcertó más que la tarea de la cual le había hablado, y eso fue tocar un tema delicado para la muchacha. Enamorarse… sabía lo que era el amor: una palabra, pero lo importante era lo que implicaba esa palabra. Para las cortesanas el amor era un negocio, para las damas educadas el pilar de las novelas que leían, para los religiosos se traducía en caridad, para los artistas una obra de arte, para los brujos un hechizo, y para alguien de su condición significaba un imposible. Por eso nunca se había permitido ese exquisito y doloroso latir del que tanto pregonaban las almas libres que podían decidir darse tal lujo.
De pronto, un recuerdo atascado en su memoria revoloteó hasta su entendimiento y cobró vida. Era una época en la cual la joven apenas había entrado a la pubertad, sus caderas todavía no mostraban señales de ensanchamiento, y sus pechos con suerte parecían picaduras de mosquitos. Trabajaba con su madre de temporera en los campos de Amiens recogiendo fruta fresca de los árboles en ocasiones y verduras emergentes del suelo en otras. Lavande se aseguraba de que su hija nunca se alejara de su lado, temiendo perderla de vista y que fuera víctima de algún capataz aburrido. Y nunca se vio en peligro, al menos no por el capataz.
Durante una jornada cualquiera, Tulipe y su madre cargaban cajas con ciruelas desde las carretas hasta el mercado de la ciudad. Fue allí cuando uno de los tropiezos de Tulipe le pasó la cuenta. Una de las redondas frutas cayó de su caja y fue a parar junto a un desconocido par de pies. La joven alzó la mirada y encontró el rostro de un muchacho viéndola gentilmente. La chica se quedó quieta, sin decir nada, y correspondiéndole la mirada. Acto seguido el buenmozo joven tomó una de las manos de Tulipe y depositó en ella la escurridiza fruta que había escapado de sus brazos. Pero la cosa fue que no se soltaron las manos. Sólo quedaron mirándose y sonriendo con los ojos. Era… emocionante. La chica nunca había estado con un hombre tan de cerca, y se sentía a morir, pero se preguntaba si acaso la muerte podría ser un placer tan doloroso como aquel.
Era emocionante. Claro, así fue hasta que Lavande irrumpió la escena con un grito de reprobación “¡¿Qué estás haciendo, insensata?!” La madre apartó las manos de los chicos de un empujón cuya fuerza arrojó a Tulipe al suelo al mismo tiempo que las frutas de la caja se desparramaban por el empedrado. Cuando la niña volvió a levantar la mirada, el capataz había sorprendido tanto a su madre como al joven causando escándalos en el trabajo, mandándolos a azotar. Había sido duro. Aquel desafortunado evento había causado que Tulipe asociara el amor con el peligro. Era peligroso, y como con todas las cosas que su madre le indicaba como tal, debía alejarse.
Claro que se te dará el ropaje que debe ser, y estarás disfrutando del lugar, y de la fiesta tanto como los demás, claro que si eso deseas.
Despertó la zagala de sus memorias más enterradas y se dio cuenta de que continuaba junto a la señorita Doreen charlando sobre asuntos de la boda. De pronto hacer el ridículo o tropezar se convirtió en una tontería, en un problema menor. Con algo de práctica y tal vez ayuda de otros sirvientes aprendería a ser diestra y a complacer a sus amos como era debido. Sonrió con tristeza y asintió convencida de tomar el desafío para convertirlo en una oportunidad. Los verdaderos problemas eran aquellos que sin importar la labor, vida, o actitud que tomaras, no se iban.
—Sería un honor, señorita. Dios me acompañará para dar lo mejor de mí. —y así sería. Sólo lo tenía a Él incondicionalmente. Era su tronco, su guía, su cama y su techo.
Junto a ellas de repente apareció la modista junto con algunas trabajadoras mostrándole telas a Doreen para su preferencia. La sirvienta estaba confundida; pensaba que era el vestido de novia y ya, pero la costurera estaba determinada a confeccionar para la mujer de clase media un atuendo para casarse, otro para dormir y otro para afirmar su barriga para cuando ésta creciera por los hijos venideros. Sí, tal vez Tulipe no viviría jamás el sueño de la prometida fémina, pero podía formar parte de él cuidando de la familia que constituiría junto con el amo. Era más, ver una tela acolchada sobre un estante de la tienda le dio la idea de aprender a hacer ropa para bebés.
Se sentía a salvo mientras la modista instalaba la mitad de los alfileres de la tienda en sus medidas y la señorita a quien debía escoltar usaba ese tono de tranquilidad, pero se quebrantó ese pausado y calmo respirar cuando escuchó a Doreen plantear la posibilidad de usara ropas elegantes para recibir a señores y damas para posteriormente interactuar con ellos en medio de la celebración, perdió el equilibrio unos instantes, casi cayendo al piso. Afortunadamente usando sus brazos volvió a su punto de equilibrio, pero su respiración ¡ay, Dios bendito! Ya estaba hecha un lío. Miró a la dama algo incrédula, esperando que solamente se hubiera tratado de una broma. No era que fuese una malagradecida o antisocial; lo que ocurría era que nunca nadie había puesto sobre sus hombros una responsabilidad mayor a la de lavar ropa o mantener encendido el brasero. Y ella... como si nada se lo había ofrecido.
No bien la experimentada costurera acabó de trabajar en su cuerpo para hacer trabajar en conjunto los lados estéticos y lógicos de su mente, la sirvienta bajó de su lugar en el banquito y se hincó junto al sillón sobre el cual Doreen tan serenamente se encontraba sentada, como un hada saltando sobre las nubes. Tulipe parpadeó seguidamente ante esa visión que no duró más que uno o dos segundos; su señorita se veía tan segura de lo que la rodeaba, tan “en su medio”, que casi podía tocar su sensación de infalibilidad. La criada aclaró su garganta antes de hablar con la cabeza gacha.
—Señorita, ¿usted me está hablando en serio? Ya vio cómo bajé del carruaje, ¿cierto? A-Así soy siempre, torpe como una mula. Podría afirmarse del vestido de una señora y rompérselo, y no quisiera causarle problemas —se dio cuenta la chica de que estaba siendo demasiado negativa a la primera. Negó con su cabeza con velocidad para no seguir metiendo la pata— Ay, espero que no me malinterprete. Y-Yo agradezco de sobremanera su amabilidad y que confíe de esa manera en mí. Es sólo que… —miró hacia sus manos, apenada escondiendo el rostro— …yo no confío tanto.
Algo la desconcertó más que la tarea de la cual le había hablado, y eso fue tocar un tema delicado para la muchacha. Enamorarse… sabía lo que era el amor: una palabra, pero lo importante era lo que implicaba esa palabra. Para las cortesanas el amor era un negocio, para las damas educadas el pilar de las novelas que leían, para los religiosos se traducía en caridad, para los artistas una obra de arte, para los brujos un hechizo, y para alguien de su condición significaba un imposible. Por eso nunca se había permitido ese exquisito y doloroso latir del que tanto pregonaban las almas libres que podían decidir darse tal lujo.
De pronto, un recuerdo atascado en su memoria revoloteó hasta su entendimiento y cobró vida. Era una época en la cual la joven apenas había entrado a la pubertad, sus caderas todavía no mostraban señales de ensanchamiento, y sus pechos con suerte parecían picaduras de mosquitos. Trabajaba con su madre de temporera en los campos de Amiens recogiendo fruta fresca de los árboles en ocasiones y verduras emergentes del suelo en otras. Lavande se aseguraba de que su hija nunca se alejara de su lado, temiendo perderla de vista y que fuera víctima de algún capataz aburrido. Y nunca se vio en peligro, al menos no por el capataz.
Durante una jornada cualquiera, Tulipe y su madre cargaban cajas con ciruelas desde las carretas hasta el mercado de la ciudad. Fue allí cuando uno de los tropiezos de Tulipe le pasó la cuenta. Una de las redondas frutas cayó de su caja y fue a parar junto a un desconocido par de pies. La joven alzó la mirada y encontró el rostro de un muchacho viéndola gentilmente. La chica se quedó quieta, sin decir nada, y correspondiéndole la mirada. Acto seguido el buenmozo joven tomó una de las manos de Tulipe y depositó en ella la escurridiza fruta que había escapado de sus brazos. Pero la cosa fue que no se soltaron las manos. Sólo quedaron mirándose y sonriendo con los ojos. Era… emocionante. La chica nunca había estado con un hombre tan de cerca, y se sentía a morir, pero se preguntaba si acaso la muerte podría ser un placer tan doloroso como aquel.
Era emocionante. Claro, así fue hasta que Lavande irrumpió la escena con un grito de reprobación “¡¿Qué estás haciendo, insensata?!” La madre apartó las manos de los chicos de un empujón cuya fuerza arrojó a Tulipe al suelo al mismo tiempo que las frutas de la caja se desparramaban por el empedrado. Cuando la niña volvió a levantar la mirada, el capataz había sorprendido tanto a su madre como al joven causando escándalos en el trabajo, mandándolos a azotar. Había sido duro. Aquel desafortunado evento había causado que Tulipe asociara el amor con el peligro. Era peligroso, y como con todas las cosas que su madre le indicaba como tal, debía alejarse.
Claro que se te dará el ropaje que debe ser, y estarás disfrutando del lugar, y de la fiesta tanto como los demás, claro que si eso deseas.
Despertó la zagala de sus memorias más enterradas y se dio cuenta de que continuaba junto a la señorita Doreen charlando sobre asuntos de la boda. De pronto hacer el ridículo o tropezar se convirtió en una tontería, en un problema menor. Con algo de práctica y tal vez ayuda de otros sirvientes aprendería a ser diestra y a complacer a sus amos como era debido. Sonrió con tristeza y asintió convencida de tomar el desafío para convertirlo en una oportunidad. Los verdaderos problemas eran aquellos que sin importar la labor, vida, o actitud que tomaras, no se iban.
—Sería un honor, señorita. Dios me acompañará para dar lo mejor de mí. —y así sería. Sólo lo tenía a Él incondicionalmente. Era su tronco, su guía, su cama y su techo.
Junto a ellas de repente apareció la modista junto con algunas trabajadoras mostrándole telas a Doreen para su preferencia. La sirvienta estaba confundida; pensaba que era el vestido de novia y ya, pero la costurera estaba determinada a confeccionar para la mujer de clase media un atuendo para casarse, otro para dormir y otro para afirmar su barriga para cuando ésta creciera por los hijos venideros. Sí, tal vez Tulipe no viviría jamás el sueño de la prometida fémina, pero podía formar parte de él cuidando de la familia que constituiría junto con el amo. Era más, ver una tela acolchada sobre un estante de la tienda le dio la idea de aprender a hacer ropa para bebés.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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