AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
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Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
No estaba siendo una buena noche para Quentin; su cuerpo intranquilo no hallaba calma entre las sábanas, la almohada quemaba su cabeza, y los ojos le dolían. Cualquiera hubiera podido decir que el mayordomo había tenido un día difícil, posiblemente causado por contratiempos con empleados negligentes o molestias suscitadas por caprichos de su ama. Ninguno de esos posibles motivos era la verdadera causa; incluso, podía decirse que había tenido un día excelente por la falta de retrasos y la eficiencia del personal. Era confuso ver a Quentin inútilmente intentando encontrar la posición correcta para dormir sin motivos aparentes para profesar dicha incomodidad. Pero ocurría que las causas no estaban en el presente, sino en el pasado. La respuesta estaba en ese condenado pasado, clavado en la mente del mancebo, en sus manos, en sus piernas, en todos lados.
Con un gruñido a modo de queja, Debussy mandó al diablo su afán por reposar y se sacó las sábanas de encima para quedarse sentado sobre el colchón, anhelando que de esa manera volviera a sus pulmones una adecuada respiración. Por unos momentos se quedó así, alimentando a sus ojos azules con la oscuridad de su habitación. Quería que su mente memorizara eso: la nada. De esa forma podría fingir que siempre había sido Quentin, el mayordomo, y no tendría que aceptar que ese niño lanzado al viento de años pasados también era él. No quería dejar el pasado atrás; quería que el pasado no existiera, que solamente recordara haber vivido desde el momento en que reunió lo necesario para ser un ciudadano ejemplar. Antes no, ni en sueños.
Pasó una mano por su cabeza, refregando su cabello con frustración. Era como si la vida se estuviera burlando de él; no le había bastado con el esfuerzo realizado por salir adelante de la manera que había imaginado. Todo indicaba que quería sacarle todo lo que tuviera y que ni aún obteniéndolo conseguiría estar en paz. Quentin se sujetaba la cabeza con sus manos. Consideraba que no estaba pidiendo demasiado; ni siquiera planeaba ser feliz, sino sólo vivir tranquilo, en paz. Pero ahí estaban esas voces de sus primeros años diciéndole tajantemente que no viviría en paz sin aceptar esa parte de sí, que con tantos secretos como los de él jamás dormiría en paz. Ni siquiera esa gentil sonrisa torcida que usaba para los eventos sociales de su ama lo ayudaría.
—Suficiente —murmuró molesto al mismo tiempo que se levantó de la cama para ponerse encima cualquier prenda de ropa limpia que encontrara. No podía soportar el aire de su propia presencia; lo cambiaría por el ambiente que propinaba la noche o de otra forma al día siguiente dejaría hecha un tumulto la mansión.
Mientras abría los diversos cerrojos de la puerta de la casa que su ama le había asignado, ni siquiera se preguntaba adónde iría; sólo quería estar en un sitio que no le recordara quién era, el que fuera. Pero entonces una tenue sombra atravesó el vidrio de su ventana, obligando a Quentin a levantar su cabeza ante la detección de movimiento en el exterior. Frunció el entrecejo de la extrañeza; ¿se encontraba alguien husmeando para entrar a robar? Tendría que comprobarlo con sus propios medios. Tomó la lámpara de aceite junto al picaporte y salió con cautela de su morada hacia los múltiples patios y jardines que se hallaban entre mansión y mansión. No encontró al intruso a primera vista, como había sido esperado, por lo que aumentó la guardia. Podía ser que aquella silueta desconocida no se internara en los terrenos de su ama, pero si la dejaba ir, le estaría dando la oportunidad de hacerlo. Entonces siguió la misma dirección que había tomado esa figura incógnita, siempre midiendo que el volumen de sus pisadas no subiera lo suficiente como para delatar su posición y que la llama de su lámpara no chillara al punto de proyectar sombra.
El sonido cercano de unos pies más ligeros que los propios alertó al servidor sobre la cercanía de su objetivo. Debía estar caminando junto a las rosas del camino, cerca de la fuente central de las casas grandes y señoriales. Quentin se sabía de memoria cada centímetro del lugar, por lo que apresuró su paso y usó un atajo que de improviso lo dejó frente a frente al supuesto “intruso”.
Grande fue la sorpresa de Quentin cuando la luz de su lámpara le hizo ver de quién se trataba. Se había esperado a un mendigo o al menos a un señorito desorientado por haberse desmedido con el alcohol en un reciente evento social, pero a cambio de eso encontró a una joven mujer paseando bajo las estrellas. La miró. La miró detenidamente sus buenos segundos, y cuando éstos pasaron, avanzó un par de pasos hacia ella, creando una distancia prudente entre ambos. La luz iluminó el rostro de la fémina y él pudo verla mejor. En su mirada transparente olió cierta confusión, mas no malas intenciones. Era obvio que no era ninguna malandrina; con esas ropas recatadas y manos temblorosas era difícil imaginarla robando en vez de bordando.
Estaba algo triste también, mas no inquieta; ¿y si por decisión propia se encontraba caminando por esos lugares y no por meramente haberse perdido? Parecía la opción más lógica.
Cuando notó el mayordomo que la melancolía del rostro de la joven de blondos cabellos no desaparecía, fue cuando lo supo: ella también huía, aunque no de la forma en que la sociedad esperaría que fuese una fuga. Existían esos escapes en las que la niña consentida de la familia tomaba sus cosas y dejaba atrás su casa, y otras en que el mismo corazón se volvía enemigo de tu cabeza, obligándote a darles la espalda. Sin duda que la última era la peor. Fue así que la visión de la dama triste se tornó más profunda bajo los ojos de Quentin. Y para colmo, distinguió en la mujer una belleza natural que potenciaba dicho aire cargado de agua y de sal. El hombre se propuso recordar esa primera impresión; algún día necesitaría sacarla a la luz de nuevo. Eso le decían sus instintos, y ellos nunca fallaban.
Bajó la guardia al darse cuenta de que la joven no era peligrosa y se permitió advertirle.
—Mon dieu, mademoiselle. Por poco la confundo con un delincuente —suspiró pesadamente Quentin, no por la molestia, pero sí por pensar en lo que podría haber pasado si no hubiese sido él quien la hubiera percibido caminando despreocupadamente en mitad de la noche— [b]Lo lamento, pero es de vital importancia que le pregunte. ¿Qué es lo que la ha llevado a transitar por aquí en medio de la oscuridad y tan sola? Es peligroso aún entre residencias como estas. De haberla sentido un capataz o incluso uno de los propietarios, podrían haberle disparado o algo peor. ¿Al menos se encuentra bien? Dígame qué necesita.
¿Podrían dos oscuridades generar luz?
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
- Fragmento Poema XX Pablo Neruda."
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
- Fragmento Poema XX Pablo Neruda."
Era la primera vez que pisaba esa residencia desde la muerte de Sybelle, Darcy y Milo. Se había rehusado a usarla, para ella vivir en ese lugar no era lo mismo sin ellos, sin embargo, la necesidad era grande. Volver a la Iglesia que había sido su refugio estaba descartado, pues los niños a los que cuidaba se habían trasladado a la zona norte de Paris; sobrevivir en ese lugar, sola, y con todos esos recuerdos destrozándole el alma más de lo que la tenía, sin duda estaba descartado, es por eso que por fin había decidido ocupar esa mansión heredada; por otro lado, los sirvientes que en algún momento habían estado bajo el mando de Emerick, todos ellos le habían pedido que permaneciera en ese lugar, le aseguraban que era de ella, que le pertenecía, pero nada de ese lugar podía ser suyo, ni siquiera los recuerdos que en vez de sueños, ahora le resultaban pesadillas. Que dolor, que agonía.
En la entrada, una fila de personas sonrientes se habían formado para hacerle pasar. La joven arqueó una ceja con disimulo al mismo tiempo que una mueca adoraba su rostro. Tanto amor la estaban haciendo flaquear, lo que parecía fortaleza, serenidad y tranquilidad, poco a poco se estaba cayendo, como la mascara que tenía sobrepuesta sobre su rostro; sus ojos se llenaron de lagrimas, pero no parpadeó para soltarlas, se hizo la fuerte, apresuró el paso, y después de dar el último abrazo, subió las escaleras con rapidez, no le importó cual era el cuarto principal, tampoco si los demás estaban preparados para su recibimiento, necesitaba soledad, poder compartir consigo misma el dolor que se había guardado por tanto tiempo; no se contuvo más, lloró.
Las lagrimas que caían por su rostro no eran dulces de felicidad, evidentemente. Se trataban de su dolor más grande, de la amargura más profunda, de la soledad inmensa que su alma estaba experimentando; Doreen se dejó resbalar dejando que su espalda se deslizara por la madera lisa y recién barnizada de la puerta; se abrazó a sus piernas ignorando las telas pomposas que traía, de hecho esas mismas quedaron empapadas después de un par de minutos de dolor exteriorizado por la chica. Se abrazaba por que era lo único que podía hacer en ese momento, el vacío que estaba reinando en su pecho le hacía querer sentir fuerza propia, que inevitablemente notó ya no poseía. En el fondo quizás entendía que si era fuerte, que por eso seguía en pie, pero los recuerdos de innumerables perdidas volvían a hundirla en el abismo que se había formado a su alrededor, ese del cual caía en picada y que sabía no podría ya volver a salir. Por que no, lo que menos deseaba era salir de él. Si debía sufrir porque Dios lo deseaba, entonces lloraría mares enteros, quizás ese era su destino.
La rubia había llorado tanto que el cansancio la azotó con fuerza; se levantó acomodándose los ropajes, observó a su alrededor, sin duda ese no era el cuarto que los sirvientes le habían asignado. De forma poco recatada, educada y delicada se limpió la nariz, los ojos, y sintió claramente la hinchazón no sólo de sus ojos, también de todo el rostro. Inevitablemente bostezó, pero también se llevó las manos hasta la cabeza presionando las sienes porque sentía palpitaciones en la misma, pero relacionadas con dolor de cabeza; abrió la puerta husmeando de un lado a otro del pasillo, a unos pasos de donde se encontraba, observó una figura femenina de quizás unos quince años. La joven no habló, lo cual ella agradeció, pues en ese momento no quería ser amable con nadie. Raro, pero cierto; la jovencita pues se puso a andar, había meneado la cabeza mostrando eso como una señal para que su patrona la siguiera, evidentemente lo hizo pues deseaba descansar, y claro, porque la curiosidad siempre estaba en su contra; saberse que hizo bien al notar una habitación limpia, bien ordenada, y con una cama lista para recibirla y llevarla a brazos de Morfeo la hizo feliz. Por su parte, la pequeña sonrió, se encogió de hombros, y con mucho sentimiento la dejó sola, se notaba que deseaba hablare, preguntarle, pero Doreen valoró que le diera el espacio correcto necesario.
No tardó mucho tiempo en deshacerse de su ropa. Apenas tiró de las puntas del elaborado moño de su corsé, cuando este la liberó y cayó. Recogió sus ropajes, los colocó en orden sobre un diván. La trenza que había hecho antes de ir a su ahora hogar la deshizo, necesitaba menos presión en la cabeza. Con las batas blancas interiores por fin se acostó a dormir. Quizás eran las cuatro de la tarde, pero tomando en cuenta como se encontraba, aquello era lo de menos. En su mente ya estaba plantada la idea de que el día de mañana al despertar, todo comenzaría de la mejor manera.
Las diez de la noche con exactitud. Esa hora era cuando ella abrió los ojos. Se removió entre las sabanas, bostezó un par de veces, y cuando se sintió con el valor correspondiente, se sentó en el borde de la misma. No hacía un frío insoportable, pero estaba fresco, por lo que se estiró para tomar una bata puesta en el pie de la cama. Frunció el ceño con ligereza, seguramente alguien habían entrado al lugar para saber si estaba bien, o quizás con vida. La idea no era del todo descabellada, pero no, Doreen no quería, no pensaba y no iba a morir, al menos no en un tiempo; sus pies se metieron en unos zapatos cómodos que también habían dejado sobre la alfombra. Llegó hasta la ventana y se asomó entre las cortinas, como había imaginado, habían sirvientes montando guardia. Ella odiaba eso, pero ya se había acostumbrado
Inevitablemente una gran sonrisa se formó en su rostro, una idea algo descabellada apareció dentro de su cabeza. ¡Como en los viejos tiempos! ¡Si! Se escaparía sin ser vista, inspeccionaría la zona, hablaría con la luna, o mejor aún, escribiría en ese nuevo diario que había adquirido; quizás hacer las dos cosas al mismo tiempo estaría mejor.
Doreen logró escapar como siempre de los guardias. A veces la idea de poder escapar con tanta facilidad le parecía preocupante, si ella siendo tan noble y sin malicia alguna podía burlar a personas "capacitadas", no se imaginaba lo que podían hacer otros con malas intenciones, pero esos pensamientos negativos se esfumaban cuando podía gozar de un habitad distinto al que tenía de día; caminó por los terrenos cercanos de su mansión, también de los vecinos. Todo estaba tranquilo, a acepción de una casa cercana a la suya que parecía lo pasaban más que bien, pues la música, las risas y los carruajes que iban y venían resonaba. Por supuesto no se hizo ver, se paseaba entre arbustos, arboles, raíces. Para ella no importaba si llegaban a picar o no. Sólo no deseaba ser interrumpida; así siguió su camino hasta caminar por lo menos dos cuadras más. Suspiró recargando su espalda en un tronco, miró al cielo y resopló. Al menos estaba tranquila, lo cual había deseado desde que empezó el día.
- ¡Santísimo Dios! - Respingó llevándose una mano al pecho al escuchar aquella voz masculina. El pecho de Doreen comenzó a vibrar por las pulsaciones aceleradas de su corazón, todo esto a causa del susto. Se presionaba con fuerza aquella zona como queriendo callar sus miedos. - No haga eso, por favor, me ha dado un susto tremendo - Pero pronto se empezó a reír, mostrando la vergüenza y la timidez que la situación le estaba provocando - Lo lamento, tiene razón, andar de esta manera puede confundir a cualquiera, le pido una disculpa - Por fin su pecho se movía de forma natural. Se relamió los labios pues se le habían resecado en el momento del encuentro; a diferencia de él, la rubia no llevaba ninguna vela o lampara de parafina que le dejaran observar a su ahora acompañante, sin embargo por la silueta y la procedencia de la voz, se despegó del tronco, y caminó en dirección del joven. - Lo lamento de verdad - Dijo apenada, bajando un poco el rostro después de haber hecho el primer contacto visual con el chico. No deseaba exponer su tristeza, ni sus males, deseaba pasar desapercibida, lo malo de aquello es que su expresión fácil siempre había sido muy evidente, no era alguien diestro en mentir, o actuar.
- Mi señor, ¿acaso usted no disfruta de la soledad? ¿O de la luna? Es evidente, sólo doy un paseo, necesitaba distraerme - Aseguró, colocando sus manos detrás de su espalda, entrelazando sus dedos también. - Estoy bien, y conozco los riesgo, no es la primera vez que hago esto, lo lamento le repito, sólo necesitaba escapar - La verdad es que ella seguían sin ganas de explicar que ocurría, pero de algo estaba segura, debía empezar a hacerlo sino deseaba perturbar el entorno de otras personas. La idea de contarle sus males a un desconocido podía ser atractiva, pues no volvería a verle ¿Verdad?
Movió su rostro de un lado a otro simplemente para asegurarse si el joven venía acompañado, o si estaba solo, no por seguridad, pues lo cierto es que seguía siendo tan confiada como siempre, sino para esperar a alguien y no tener que repetir las cosas más de dos veces, sin embargo, acompañado de los minutos, sólo se encontró el tiempo perdido, pues nadie más aparecía en la escena.
- Si tanto le preocupa… - Titubeó, sus mejillas blancas se empezaron a tornar rosáceas, lo sabía pues el calor iba incrementando en esa zona de su cuerpo, además se conocía, no había mucha ciencia al respecto - Puede acompañarme, claro, si eso desea, y también si tiene el tiempo o la falta de planes para poder matar un rato el tiempo - Movió su cuerpo, ahora no lo tenía frente al joven, no, más bien miraba en dirección a un sendero escondido cercano a esas propiedades - Hace tiempo solía venir por estos lugares, conozco muchos atajos, quería ir al lago un rato - Confesó, como si se trataran de dos grandes amigos de hace mucho tiempo. - Quizás el agua en su cause se pueda llevar un poco de mis males… - La voz se le entrecortó. ¿Qué había de malo llorar frente a alguien? ¿Qué había de malo en tener un hombro para poder sollozar y saber que no la dejarían caer? En definitiva nada, si se analizaba bien, pero Doreen no deseaba llorar sobre un desconocido, ni abrumarlo con su tormento personal; lo miró unos momentos, ¿por qué él estaría haciendo lo mismo que ella?
- ¿Usted desea algo? - La vergüenza no solo le tiñó las mejillas, sino también las orejas, se había solo preocupado por ella, por sus males, por sus pesares, y jamás se detuvo a analizar al chico, a preguntar, o a ofrecer algo de su ayuda - Quizás podría ayudarle - Comentó por fin, intentando reparar sus malas intenciones.
En la entrada, una fila de personas sonrientes se habían formado para hacerle pasar. La joven arqueó una ceja con disimulo al mismo tiempo que una mueca adoraba su rostro. Tanto amor la estaban haciendo flaquear, lo que parecía fortaleza, serenidad y tranquilidad, poco a poco se estaba cayendo, como la mascara que tenía sobrepuesta sobre su rostro; sus ojos se llenaron de lagrimas, pero no parpadeó para soltarlas, se hizo la fuerte, apresuró el paso, y después de dar el último abrazo, subió las escaleras con rapidez, no le importó cual era el cuarto principal, tampoco si los demás estaban preparados para su recibimiento, necesitaba soledad, poder compartir consigo misma el dolor que se había guardado por tanto tiempo; no se contuvo más, lloró.
Las lagrimas que caían por su rostro no eran dulces de felicidad, evidentemente. Se trataban de su dolor más grande, de la amargura más profunda, de la soledad inmensa que su alma estaba experimentando; Doreen se dejó resbalar dejando que su espalda se deslizara por la madera lisa y recién barnizada de la puerta; se abrazó a sus piernas ignorando las telas pomposas que traía, de hecho esas mismas quedaron empapadas después de un par de minutos de dolor exteriorizado por la chica. Se abrazaba por que era lo único que podía hacer en ese momento, el vacío que estaba reinando en su pecho le hacía querer sentir fuerza propia, que inevitablemente notó ya no poseía. En el fondo quizás entendía que si era fuerte, que por eso seguía en pie, pero los recuerdos de innumerables perdidas volvían a hundirla en el abismo que se había formado a su alrededor, ese del cual caía en picada y que sabía no podría ya volver a salir. Por que no, lo que menos deseaba era salir de él. Si debía sufrir porque Dios lo deseaba, entonces lloraría mares enteros, quizás ese era su destino.
La rubia había llorado tanto que el cansancio la azotó con fuerza; se levantó acomodándose los ropajes, observó a su alrededor, sin duda ese no era el cuarto que los sirvientes le habían asignado. De forma poco recatada, educada y delicada se limpió la nariz, los ojos, y sintió claramente la hinchazón no sólo de sus ojos, también de todo el rostro. Inevitablemente bostezó, pero también se llevó las manos hasta la cabeza presionando las sienes porque sentía palpitaciones en la misma, pero relacionadas con dolor de cabeza; abrió la puerta husmeando de un lado a otro del pasillo, a unos pasos de donde se encontraba, observó una figura femenina de quizás unos quince años. La joven no habló, lo cual ella agradeció, pues en ese momento no quería ser amable con nadie. Raro, pero cierto; la jovencita pues se puso a andar, había meneado la cabeza mostrando eso como una señal para que su patrona la siguiera, evidentemente lo hizo pues deseaba descansar, y claro, porque la curiosidad siempre estaba en su contra; saberse que hizo bien al notar una habitación limpia, bien ordenada, y con una cama lista para recibirla y llevarla a brazos de Morfeo la hizo feliz. Por su parte, la pequeña sonrió, se encogió de hombros, y con mucho sentimiento la dejó sola, se notaba que deseaba hablare, preguntarle, pero Doreen valoró que le diera el espacio correcto necesario.
No tardó mucho tiempo en deshacerse de su ropa. Apenas tiró de las puntas del elaborado moño de su corsé, cuando este la liberó y cayó. Recogió sus ropajes, los colocó en orden sobre un diván. La trenza que había hecho antes de ir a su ahora hogar la deshizo, necesitaba menos presión en la cabeza. Con las batas blancas interiores por fin se acostó a dormir. Quizás eran las cuatro de la tarde, pero tomando en cuenta como se encontraba, aquello era lo de menos. En su mente ya estaba plantada la idea de que el día de mañana al despertar, todo comenzaría de la mejor manera.
Las diez de la noche con exactitud. Esa hora era cuando ella abrió los ojos. Se removió entre las sabanas, bostezó un par de veces, y cuando se sintió con el valor correspondiente, se sentó en el borde de la misma. No hacía un frío insoportable, pero estaba fresco, por lo que se estiró para tomar una bata puesta en el pie de la cama. Frunció el ceño con ligereza, seguramente alguien habían entrado al lugar para saber si estaba bien, o quizás con vida. La idea no era del todo descabellada, pero no, Doreen no quería, no pensaba y no iba a morir, al menos no en un tiempo; sus pies se metieron en unos zapatos cómodos que también habían dejado sobre la alfombra. Llegó hasta la ventana y se asomó entre las cortinas, como había imaginado, habían sirvientes montando guardia. Ella odiaba eso, pero ya se había acostumbrado
Inevitablemente una gran sonrisa se formó en su rostro, una idea algo descabellada apareció dentro de su cabeza. ¡Como en los viejos tiempos! ¡Si! Se escaparía sin ser vista, inspeccionaría la zona, hablaría con la luna, o mejor aún, escribiría en ese nuevo diario que había adquirido; quizás hacer las dos cosas al mismo tiempo estaría mejor.
Doreen logró escapar como siempre de los guardias. A veces la idea de poder escapar con tanta facilidad le parecía preocupante, si ella siendo tan noble y sin malicia alguna podía burlar a personas "capacitadas", no se imaginaba lo que podían hacer otros con malas intenciones, pero esos pensamientos negativos se esfumaban cuando podía gozar de un habitad distinto al que tenía de día; caminó por los terrenos cercanos de su mansión, también de los vecinos. Todo estaba tranquilo, a acepción de una casa cercana a la suya que parecía lo pasaban más que bien, pues la música, las risas y los carruajes que iban y venían resonaba. Por supuesto no se hizo ver, se paseaba entre arbustos, arboles, raíces. Para ella no importaba si llegaban a picar o no. Sólo no deseaba ser interrumpida; así siguió su camino hasta caminar por lo menos dos cuadras más. Suspiró recargando su espalda en un tronco, miró al cielo y resopló. Al menos estaba tranquila, lo cual había deseado desde que empezó el día.
- ¡Santísimo Dios! - Respingó llevándose una mano al pecho al escuchar aquella voz masculina. El pecho de Doreen comenzó a vibrar por las pulsaciones aceleradas de su corazón, todo esto a causa del susto. Se presionaba con fuerza aquella zona como queriendo callar sus miedos. - No haga eso, por favor, me ha dado un susto tremendo - Pero pronto se empezó a reír, mostrando la vergüenza y la timidez que la situación le estaba provocando - Lo lamento, tiene razón, andar de esta manera puede confundir a cualquiera, le pido una disculpa - Por fin su pecho se movía de forma natural. Se relamió los labios pues se le habían resecado en el momento del encuentro; a diferencia de él, la rubia no llevaba ninguna vela o lampara de parafina que le dejaran observar a su ahora acompañante, sin embargo por la silueta y la procedencia de la voz, se despegó del tronco, y caminó en dirección del joven. - Lo lamento de verdad - Dijo apenada, bajando un poco el rostro después de haber hecho el primer contacto visual con el chico. No deseaba exponer su tristeza, ni sus males, deseaba pasar desapercibida, lo malo de aquello es que su expresión fácil siempre había sido muy evidente, no era alguien diestro en mentir, o actuar.
- Mi señor, ¿acaso usted no disfruta de la soledad? ¿O de la luna? Es evidente, sólo doy un paseo, necesitaba distraerme - Aseguró, colocando sus manos detrás de su espalda, entrelazando sus dedos también. - Estoy bien, y conozco los riesgo, no es la primera vez que hago esto, lo lamento le repito, sólo necesitaba escapar - La verdad es que ella seguían sin ganas de explicar que ocurría, pero de algo estaba segura, debía empezar a hacerlo sino deseaba perturbar el entorno de otras personas. La idea de contarle sus males a un desconocido podía ser atractiva, pues no volvería a verle ¿Verdad?
Movió su rostro de un lado a otro simplemente para asegurarse si el joven venía acompañado, o si estaba solo, no por seguridad, pues lo cierto es que seguía siendo tan confiada como siempre, sino para esperar a alguien y no tener que repetir las cosas más de dos veces, sin embargo, acompañado de los minutos, sólo se encontró el tiempo perdido, pues nadie más aparecía en la escena.
- Si tanto le preocupa… - Titubeó, sus mejillas blancas se empezaron a tornar rosáceas, lo sabía pues el calor iba incrementando en esa zona de su cuerpo, además se conocía, no había mucha ciencia al respecto - Puede acompañarme, claro, si eso desea, y también si tiene el tiempo o la falta de planes para poder matar un rato el tiempo - Movió su cuerpo, ahora no lo tenía frente al joven, no, más bien miraba en dirección a un sendero escondido cercano a esas propiedades - Hace tiempo solía venir por estos lugares, conozco muchos atajos, quería ir al lago un rato - Confesó, como si se trataran de dos grandes amigos de hace mucho tiempo. - Quizás el agua en su cause se pueda llevar un poco de mis males… - La voz se le entrecortó. ¿Qué había de malo llorar frente a alguien? ¿Qué había de malo en tener un hombro para poder sollozar y saber que no la dejarían caer? En definitiva nada, si se analizaba bien, pero Doreen no deseaba llorar sobre un desconocido, ni abrumarlo con su tormento personal; lo miró unos momentos, ¿por qué él estaría haciendo lo mismo que ella?
- ¿Usted desea algo? - La vergüenza no solo le tiñó las mejillas, sino también las orejas, se había solo preocupado por ella, por sus males, por sus pesares, y jamás se detuvo a analizar al chico, a preguntar, o a ofrecer algo de su ayuda - Quizás podría ayudarle - Comentó por fin, intentando reparar sus malas intenciones.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
“Escapar”. Aquella palabra hizo eco dentro de la cabeza de Quentin, recordándole lo que había hecho la mayor parte de su vida y que ahora encontraba en la desconocida mujer. No dejaba de ser confuso; él conocía bien el camino que había recorrido para llegar a su situación actual, lo había elegido, pero encontrar ese mismo afán en otra persona le causaba una sensación muy curiosa. Él vivía huyendo de sus fantasmas internos, algo simple que nacía y moría con él. Sin embargo, lograr ver los efectos de dichas ánimas tormentosas en una joven de mirada tan inocua como la que estaba mirando, no se sentía bien; se sentía incorrecto. No debía ser y ya. Ya era suficiente con él no pudiendo dormir. Estaba bien con él, quien ya no tenía vuelta. Eso pensaba. ¿Por qué tenía que ocurrirle a ella también?
—Entiendo que la urgencia ha hecho que usted prefiera verse antes aliviada que segura, pero para la próxima le pido humildemente que avise aunque sea a una persona del personal. Si bien usted conoce estos sitios como la palma de su mano y los servidores como nosotros estamos para su seguridad, no podemos asegurar en un ciento por ciento que nadie ajeno al lugar se las arregle para ingresar. Esto es sólo para evitar que algún infortunio pueda sucederle. —explicó cordial y pausadamente para que ella sintiera que le estaban dando un consejo y no una orden. No quería ahuyentarla de ninguna manera; se encontraba frágil por dentro y se notaba por fuera. Si él había logrado ver aquello, ¿qué le decía que alguien más no lo conseguiría? Una mujer joven, frágil y además bella era un blanco inmediato. Lamentable, pero era la verdad.
Por un momento la propuesta de la moza le pareció inadecuada; caminar junto a un desconocido a sola y en medio de la noche, pero al otro segundo olvidó ese prejuicio al no distinguir en ella tono o mirada maliciosa; incluso, sus mejillas habían adquirido un leve tono encendido que apenas se notaba bajo la luz de su lámpara. Matar el tiempo, eso era todo, ni segundos ni terceros propósitos.
—Es… realmente cándida —pensó Quentin, un tanto asombrado por su nivel de confianza, apertura, y sobretodo inocencia. Tendría que ser más cuidadoso con ella. La acompañaría, desde luego; no confiaba en lo que pudiera traerle la noche si no se encontraba cerca para prevenir aprovechamientos de terceros. Le sonrió con amabilidad, asintiendo con su cabeza— Si usted me concede el honor de acompañarla en sus trayectos, lo haré gustoso, aunque me temo que todavía no conozco su nombre. —se detuvo para hacer una reverencia servicial, de esas que los años en él habían pulido— Quentin Debussy. Estar ahí para servirle es mi placer. —esa sería la última vez que podría decir esa frase con el mismo significado que había tenido desde la primera ocasión en que la había ocupado.
Un quejido apagado al final de la frase de la mujer alertó al maestresala. Miró de reojo a la áurea fémina y entonces se dio cuenta. Encontró tintineantes en sus ojos rastros de lágrimas anhelando salir. Sumado a eso, a pesar de que ella quisiera pasar desapercibida, su rostro parecía empeñado en delatarla; el tono rojizo de su esclerótica contrastaba con el celeste de sus ojos, haciendo notar su profundo malestar. Parecía una cruel ironía que la señorita hubiera venido a encontrar bajo el velo de la noche un escudo escudo ante la causa de sus males, y que siguiera ocultándose hasta del alivio que ella misma había buscado. ¿De quién se estaba ocultando realmente?, ¿de sus males o de sí misma?
Quentin no le negaría consuelo; quería ver sus ojos en libertad, pero antes de eso derrumbaría la primera puerta: el camuflaje. Sólo así podría salir a flote la honestidad, y la verdad la aliviaría, él lo sabía con certeza. Por eso sacó Debussy del interior de su saco un pañuelo blanco y lo acercó con sigilo al rostro de Doreen sin dejar de mirarla con vista cortés. No haría nada inadecuado, de eso quería que estuviera segura.
—Permítame ser sincero... ¿Sabe algo? Dicen que las aves más grandes del mundo no pueden emprender el vuelo por el peso que conllevan. Habrá que aligerar la carga —dijo casi en un susurro el hombre justo antes de pasar la tela tiernamente junto a los ojos de la doncella dorada, absorbiendo rastros de pasadas lágrimas y anhelando captar algunas nuevas que se hubieran quedado pegadas— Así está mejor. —y con esa sonrisa torcida que solía evocar de manera controlada, pero que repentinamente le había salido de improviso, volvió a guardar el lienzo.
Y en silencio se quedó unos instantes, cuidando de seguir exhaustivamente toda reacción que pudiera tener. ¿Estaba exagerando en sus atenciones? Podía ser, pero no podía evitarlo. En primer lugar su educación había sido guiada por un fin obsequioso, y en segundo… tal vez no volvería a verla, así que, ¿por qué no reemplazar esa expresión cariacontecida por una jubilosa en medio de una noche a la cual sus respectivas oscuridades los habían llevado? Podrían estar encendiendo en el otro una pequeña chispa, casi insignificante, pero una esperanza al fin y al cabo.
—Señorita, con el respeto que se merece, ¿estaba escapando de nuevo? —no esperó a que contestara. Su intención no era que se viera expuesta, sino que se diera cuenta de que podía permitirse reír, llorar, lo que sintiera deseos de manifestar— Si ha de ayudarme en algo, le pido entonces que no lo haga, o al menos deme la esperanza de que en un futuro no lo hará. No estoy aquí para juzgarla.
Nada había para enjuiciar; todo había para aprender. A veces, para abrir una sola puerta, se requería de dos. Aquella parecía ser una de esas situaciones. Con un “por favor”, Quentin ofreció su brazo para que la mujer de la silueta melancólica lo tomara y pudieran ir juntos hacia el lago, o a donde ella estimara ir. Después de todo, se había propuesto ser guardián y acompañante. Las horas de la sombra nocturna estaban recién comenzando.
—Entiendo que la urgencia ha hecho que usted prefiera verse antes aliviada que segura, pero para la próxima le pido humildemente que avise aunque sea a una persona del personal. Si bien usted conoce estos sitios como la palma de su mano y los servidores como nosotros estamos para su seguridad, no podemos asegurar en un ciento por ciento que nadie ajeno al lugar se las arregle para ingresar. Esto es sólo para evitar que algún infortunio pueda sucederle. —explicó cordial y pausadamente para que ella sintiera que le estaban dando un consejo y no una orden. No quería ahuyentarla de ninguna manera; se encontraba frágil por dentro y se notaba por fuera. Si él había logrado ver aquello, ¿qué le decía que alguien más no lo conseguiría? Una mujer joven, frágil y además bella era un blanco inmediato. Lamentable, pero era la verdad.
Por un momento la propuesta de la moza le pareció inadecuada; caminar junto a un desconocido a sola y en medio de la noche, pero al otro segundo olvidó ese prejuicio al no distinguir en ella tono o mirada maliciosa; incluso, sus mejillas habían adquirido un leve tono encendido que apenas se notaba bajo la luz de su lámpara. Matar el tiempo, eso era todo, ni segundos ni terceros propósitos.
—Es… realmente cándida —pensó Quentin, un tanto asombrado por su nivel de confianza, apertura, y sobretodo inocencia. Tendría que ser más cuidadoso con ella. La acompañaría, desde luego; no confiaba en lo que pudiera traerle la noche si no se encontraba cerca para prevenir aprovechamientos de terceros. Le sonrió con amabilidad, asintiendo con su cabeza— Si usted me concede el honor de acompañarla en sus trayectos, lo haré gustoso, aunque me temo que todavía no conozco su nombre. —se detuvo para hacer una reverencia servicial, de esas que los años en él habían pulido— Quentin Debussy. Estar ahí para servirle es mi placer. —esa sería la última vez que podría decir esa frase con el mismo significado que había tenido desde la primera ocasión en que la había ocupado.
Un quejido apagado al final de la frase de la mujer alertó al maestresala. Miró de reojo a la áurea fémina y entonces se dio cuenta. Encontró tintineantes en sus ojos rastros de lágrimas anhelando salir. Sumado a eso, a pesar de que ella quisiera pasar desapercibida, su rostro parecía empeñado en delatarla; el tono rojizo de su esclerótica contrastaba con el celeste de sus ojos, haciendo notar su profundo malestar. Parecía una cruel ironía que la señorita hubiera venido a encontrar bajo el velo de la noche un escudo escudo ante la causa de sus males, y que siguiera ocultándose hasta del alivio que ella misma había buscado. ¿De quién se estaba ocultando realmente?, ¿de sus males o de sí misma?
Quentin no le negaría consuelo; quería ver sus ojos en libertad, pero antes de eso derrumbaría la primera puerta: el camuflaje. Sólo así podría salir a flote la honestidad, y la verdad la aliviaría, él lo sabía con certeza. Por eso sacó Debussy del interior de su saco un pañuelo blanco y lo acercó con sigilo al rostro de Doreen sin dejar de mirarla con vista cortés. No haría nada inadecuado, de eso quería que estuviera segura.
—Permítame ser sincero... ¿Sabe algo? Dicen que las aves más grandes del mundo no pueden emprender el vuelo por el peso que conllevan. Habrá que aligerar la carga —dijo casi en un susurro el hombre justo antes de pasar la tela tiernamente junto a los ojos de la doncella dorada, absorbiendo rastros de pasadas lágrimas y anhelando captar algunas nuevas que se hubieran quedado pegadas— Así está mejor. —y con esa sonrisa torcida que solía evocar de manera controlada, pero que repentinamente le había salido de improviso, volvió a guardar el lienzo.
Y en silencio se quedó unos instantes, cuidando de seguir exhaustivamente toda reacción que pudiera tener. ¿Estaba exagerando en sus atenciones? Podía ser, pero no podía evitarlo. En primer lugar su educación había sido guiada por un fin obsequioso, y en segundo… tal vez no volvería a verla, así que, ¿por qué no reemplazar esa expresión cariacontecida por una jubilosa en medio de una noche a la cual sus respectivas oscuridades los habían llevado? Podrían estar encendiendo en el otro una pequeña chispa, casi insignificante, pero una esperanza al fin y al cabo.
—Señorita, con el respeto que se merece, ¿estaba escapando de nuevo? —no esperó a que contestara. Su intención no era que se viera expuesta, sino que se diera cuenta de que podía permitirse reír, llorar, lo que sintiera deseos de manifestar— Si ha de ayudarme en algo, le pido entonces que no lo haga, o al menos deme la esperanza de que en un futuro no lo hará. No estoy aquí para juzgarla.
Nada había para enjuiciar; todo había para aprender. A veces, para abrir una sola puerta, se requería de dos. Aquella parecía ser una de esas situaciones. Con un “por favor”, Quentin ofreció su brazo para que la mujer de la silueta melancólica lo tomara y pudieran ir juntos hacia el lago, o a donde ella estimara ir. Después de todo, se había propuesto ser guardián y acompañante. Las horas de la sombra nocturna estaban recién comenzando.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/07/2013
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Después de tantas cosas vividas, de tantos rostros conocidos, de tantas situaciones representadas. Doreen sintió un gran malestar en medio del pecho. La idea de poder verse en vuelva en la confianza, como siempre, le ponía en un mal estado, pero sobretodo, de mal humor, uno más de lo que ya tenía. No se trataba sólo de escapar del mundo, ni de si misma, se trataba de escapar de la bondad de las personas, irónico, ya que lo que pedía era precisamente eso, poder tener a su lado a alguien que no le traicionara; si bien su nobleza era muy grande, en ocasiones le gustaría ser egoísta, cerrada e incluso maleducada para no dejar pasar a nadie en su cálido, roto y maltrecho corazón, pero ahí estaba de nuevo, con esa manía de ser tan desperfecta, porque eso era, un manojo de errores, de defectos, dejando entrar a alguien nuevo.
La incomodidad se hizo presente. ¿Por qué él mostraba tanta preocupación? Se recordó a si misma cuando veía a alguien necesitado en la calle, siempre se detenía para poder saber que ocurría del otro lado, para dar una mano, un pie, o su cuerpo entero con tal de ver feliz o al menos sacarle una sonrisa a alguien, sin importar si lo valía o no, pues ella no era quien para dar el veredicto final, sólo Dios. Quiso mostrar en su rostro la mueca de desagrado, pero el joven no tenía la culpa del pasado que se encontraba sobre sus hombros. Se reprendió mentalmente, no sólo una, sino varias veces consecutivas. ¡Ella no debía encerrar en el mismo frasco a inocentes y culpables solo por su dolor! Si era ignorante de muchas cosas, lo sería el doble, encima cerrada, y eso no valía en nada la pena, por el contrario, la haría merecedora de cada dolor que le había acuchillado el pecho, pero también de los que vendrían para terminar de matarla lenta, dolorosa y tortuosamente. Claro que la idea de morir, seguía descartada.
- Siempre he creído, si me permite decirle, que los infortunios pueden llegar en cualquier momento, con informes o sin ellos - Las palabras habían sido las más pesimistas que ella pudiera dejar escuchar a alguien, pero bueno, tomando en cuenta su estado tan deplorable de adentro, era normal que llegara a responder así, o que tuviera ciertas posturas negativas. Lo malo de eso es que enseguida se arrepentía, y le hacía muy mal contestar de esa manera tan incorrecta a alguien que parecía tener buenas intenciones - Lo lamento - Por tercera o cuarta vez se estaba disculpando, quizás era lo mejor que sabía hacer, y por eso lo repetía. - Si usted cree que es lo correcto, entonces debo intentar en decir mi paradero aunque pida que no me sigan ¿lo cree mejor? ¿Le deja más tranquilo? - Se aventuró a toparse con la mirada masculina, dedicó una sonrisa cálida, y pronto miró de nuevo al sendero.
Doreen titubeó para decir su nombre, ¿debía decirlo? Es decir, no es que ocultara algo grave, perverso o importante en él, por el contrario, era sólo un nombre, pero había descubierto que quizás presentarse con más formalidad hacía las cosas más reales; decir su nombre le dejaba a él conocerla, pues en las calles a veces repetían el mismo recordando las hazañas revolucionarias, pues se debe recordar que ella era muy cercana del conde Trudeau. También al decir su nombre él podría llegar a ella, preguntando se llega a Roma, dicen por ahí. Quizás Roma sólo fuera una pobre y maltrecha figura, pero se podría alcanzar. De todos modos no se sentía preparada para montar en su vida misterio, así que después de unos segundos en silencio y con meditación decidió decirlo.
- Doreen Caracciolo - No dijo su segundo nombre porque jamás lo hacía, de hecho no recordaba habérselo compartido a alguien, quizás habría mejor presentarse como Nadine, de todas formas no se volverían a ver ¿Verdad? Preguntarse tanto eso le ponía los pelos de punta, pues en su pecho algo gritaba y le decía que si se volverían a encontrar, y que si pasaba, es porque ambos lo deseaban, Paris era muy grande para esconderse de quien fuera, incluso de las autoridades, ella misma había estado en cautiverio de la corona, ¿por qué de él no? Pues claro, porque a él no le temía, por el contrario, le llenaba de curiosidad; al notar que se había perdido en sus cavilaciones, se volvió a sonrojar, pero terminó por completar su presentación con una elegante reverencia, aunque no tan pomposa pues solo llevaba las batas de dormir y la tela que cubría las otras.
Sin poder evitarlo no sólo se sorprendió, sino que se consternó por el siguiente gesto. Doreen estaba acostumbrada a los mandatos de los hombres, a as ordenes que debía hacer sin titubeo, sólo pudo conocer amor e igualdad con ellos un par de veces, lo malo es que todo había salido mal al final, por eso que le secara lagrimas le hizo sacar más, de forma consecutiva, la rubia bajó el rostro sin importar que él siguiera limpiando sus ojos; después de unos minutos se mordió los labios con fuerza para evitar ya de notarse tan frágil. Si estaba conociendo a alguien tan dulce debía aprovecharlo, no hacerlo escapar por sus tonterías, porque si, para ella eso eran, tonterías.
- Usted no tiene porque aligerar nada, es algo que debo aprender a hacer sola, no debo depender de los demás, no debo aferrarme, y usted suficiente debe tener en su vida para encima cargar con tonterías de una joven desconocida, así que por favor, sólo olvidemos mi estado, si desea acompañarme, le pido que olvidemos esto, por favor - En su tono de voz se podía notar la suplica.
Doreen miró el brazo del chico unos momentos, luego volteó a verlo a los ojos, así intercaló un par de veces hasta que dio un paso hacía el frente. Enredó su brazo con el ajeno, pero no sólo eso, también se atrevió a tomarle la mano, le dio un ligero apretón a la misma, intentando convencerlo de que lo mejor era dejar de lado el tema. Avanzó con él, pronto le señaló una zona entre dos arboles, cualquier otro vería simplemente oscuridad, pero si era el hombre tan curioso como había podido ver, entonces notaría el sendero, el camino especial, secreto que estaba ahí. Ella sonrió, ese atajo no sólo era emocionante de tomar, sino que también le llevaba a un terreno mágico, o al menos para ella, a la rubia le gustaban los lugares naturales, porque ellos ayudaban a conectarse con su interior.
- Todos escapamos las veces que necesitamos, mi señor ¿No lo cree? - Suspiró - ¿Usted cuantas veces lo ha hecho? No, no estoy diciendo que ahora lo haga, no le conozco, no sé que hace por aquí, o por allá, o a que se dedique, pero incluso escapamos de nuestros pensamientos cuando lo creemos necesario - Le dio un tirón juguetón al adentrarse entre los arboles, el camino se había vuelto más estrecho, por lo que tuvo que pegarse un poco al cuerpo ajeno. Se ruborizó, pero la noche le ayudaba, era su mejor amiga, y le evitaba mostrarse más expuesta ¿O se equivocaba? - Lamento no traerle por las calles bien iluminadas y seguras, pero le juro que valdrá la pena - Le aseguro.
Después de atravesar aquella negrura que parecía un túnel. Un claro apareció, la luna, hermosa e imponente iluminaba con una manta plateada algunas flores que se había escondido para descansar. Se podía notar también que el sendero seguía, porque del otro lado de algunos arbustos de no muy gran altura se situaba el río. Doreen lo volteó a ver sonriendo, era como haberle hecho una sorpresa a alguien, su lugar favorito de ese lugar, donde siempre se escapaba cuando no necesitaba compañía de revolucionarios o amigos; le dio otro tirón, deshizo el agarre de ambos brazos, le empujó ahora por la espalda, para que se adentrara a ese mundo dentro de Paris, mucha gente ignoraba las maravillas que podían existir a los alrededores.
- ¿Le gusta? ¡Apuesto a que no sabía del lugar! - Le dijo emocionada, pues creía haber hecho sola un descubrimiento. El muchacho le había demostrado no sólo sinceridad, también preocupación, curiosidad, interés ¿por qué no compartirlo con alguien de nobles intenciones? - Es el mejor lugar para escapar - Aclaró, pero siguió avanzando por el lugar - ¿Es de por aquí, señor? - Si, ahora las preguntas sobre el conocimiento de su ahora acompañante estaban llegando, si iban a conocerse, se tendrían que conocer bien.
La incomodidad se hizo presente. ¿Por qué él mostraba tanta preocupación? Se recordó a si misma cuando veía a alguien necesitado en la calle, siempre se detenía para poder saber que ocurría del otro lado, para dar una mano, un pie, o su cuerpo entero con tal de ver feliz o al menos sacarle una sonrisa a alguien, sin importar si lo valía o no, pues ella no era quien para dar el veredicto final, sólo Dios. Quiso mostrar en su rostro la mueca de desagrado, pero el joven no tenía la culpa del pasado que se encontraba sobre sus hombros. Se reprendió mentalmente, no sólo una, sino varias veces consecutivas. ¡Ella no debía encerrar en el mismo frasco a inocentes y culpables solo por su dolor! Si era ignorante de muchas cosas, lo sería el doble, encima cerrada, y eso no valía en nada la pena, por el contrario, la haría merecedora de cada dolor que le había acuchillado el pecho, pero también de los que vendrían para terminar de matarla lenta, dolorosa y tortuosamente. Claro que la idea de morir, seguía descartada.
- Siempre he creído, si me permite decirle, que los infortunios pueden llegar en cualquier momento, con informes o sin ellos - Las palabras habían sido las más pesimistas que ella pudiera dejar escuchar a alguien, pero bueno, tomando en cuenta su estado tan deplorable de adentro, era normal que llegara a responder así, o que tuviera ciertas posturas negativas. Lo malo de eso es que enseguida se arrepentía, y le hacía muy mal contestar de esa manera tan incorrecta a alguien que parecía tener buenas intenciones - Lo lamento - Por tercera o cuarta vez se estaba disculpando, quizás era lo mejor que sabía hacer, y por eso lo repetía. - Si usted cree que es lo correcto, entonces debo intentar en decir mi paradero aunque pida que no me sigan ¿lo cree mejor? ¿Le deja más tranquilo? - Se aventuró a toparse con la mirada masculina, dedicó una sonrisa cálida, y pronto miró de nuevo al sendero.
Doreen titubeó para decir su nombre, ¿debía decirlo? Es decir, no es que ocultara algo grave, perverso o importante en él, por el contrario, era sólo un nombre, pero había descubierto que quizás presentarse con más formalidad hacía las cosas más reales; decir su nombre le dejaba a él conocerla, pues en las calles a veces repetían el mismo recordando las hazañas revolucionarias, pues se debe recordar que ella era muy cercana del conde Trudeau. También al decir su nombre él podría llegar a ella, preguntando se llega a Roma, dicen por ahí. Quizás Roma sólo fuera una pobre y maltrecha figura, pero se podría alcanzar. De todos modos no se sentía preparada para montar en su vida misterio, así que después de unos segundos en silencio y con meditación decidió decirlo.
- Doreen Caracciolo - No dijo su segundo nombre porque jamás lo hacía, de hecho no recordaba habérselo compartido a alguien, quizás habría mejor presentarse como Nadine, de todas formas no se volverían a ver ¿Verdad? Preguntarse tanto eso le ponía los pelos de punta, pues en su pecho algo gritaba y le decía que si se volverían a encontrar, y que si pasaba, es porque ambos lo deseaban, Paris era muy grande para esconderse de quien fuera, incluso de las autoridades, ella misma había estado en cautiverio de la corona, ¿por qué de él no? Pues claro, porque a él no le temía, por el contrario, le llenaba de curiosidad; al notar que se había perdido en sus cavilaciones, se volvió a sonrojar, pero terminó por completar su presentación con una elegante reverencia, aunque no tan pomposa pues solo llevaba las batas de dormir y la tela que cubría las otras.
Sin poder evitarlo no sólo se sorprendió, sino que se consternó por el siguiente gesto. Doreen estaba acostumbrada a los mandatos de los hombres, a as ordenes que debía hacer sin titubeo, sólo pudo conocer amor e igualdad con ellos un par de veces, lo malo es que todo había salido mal al final, por eso que le secara lagrimas le hizo sacar más, de forma consecutiva, la rubia bajó el rostro sin importar que él siguiera limpiando sus ojos; después de unos minutos se mordió los labios con fuerza para evitar ya de notarse tan frágil. Si estaba conociendo a alguien tan dulce debía aprovecharlo, no hacerlo escapar por sus tonterías, porque si, para ella eso eran, tonterías.
- Usted no tiene porque aligerar nada, es algo que debo aprender a hacer sola, no debo depender de los demás, no debo aferrarme, y usted suficiente debe tener en su vida para encima cargar con tonterías de una joven desconocida, así que por favor, sólo olvidemos mi estado, si desea acompañarme, le pido que olvidemos esto, por favor - En su tono de voz se podía notar la suplica.
Doreen miró el brazo del chico unos momentos, luego volteó a verlo a los ojos, así intercaló un par de veces hasta que dio un paso hacía el frente. Enredó su brazo con el ajeno, pero no sólo eso, también se atrevió a tomarle la mano, le dio un ligero apretón a la misma, intentando convencerlo de que lo mejor era dejar de lado el tema. Avanzó con él, pronto le señaló una zona entre dos arboles, cualquier otro vería simplemente oscuridad, pero si era el hombre tan curioso como había podido ver, entonces notaría el sendero, el camino especial, secreto que estaba ahí. Ella sonrió, ese atajo no sólo era emocionante de tomar, sino que también le llevaba a un terreno mágico, o al menos para ella, a la rubia le gustaban los lugares naturales, porque ellos ayudaban a conectarse con su interior.
- Todos escapamos las veces que necesitamos, mi señor ¿No lo cree? - Suspiró - ¿Usted cuantas veces lo ha hecho? No, no estoy diciendo que ahora lo haga, no le conozco, no sé que hace por aquí, o por allá, o a que se dedique, pero incluso escapamos de nuestros pensamientos cuando lo creemos necesario - Le dio un tirón juguetón al adentrarse entre los arboles, el camino se había vuelto más estrecho, por lo que tuvo que pegarse un poco al cuerpo ajeno. Se ruborizó, pero la noche le ayudaba, era su mejor amiga, y le evitaba mostrarse más expuesta ¿O se equivocaba? - Lamento no traerle por las calles bien iluminadas y seguras, pero le juro que valdrá la pena - Le aseguro.
Después de atravesar aquella negrura que parecía un túnel. Un claro apareció, la luna, hermosa e imponente iluminaba con una manta plateada algunas flores que se había escondido para descansar. Se podía notar también que el sendero seguía, porque del otro lado de algunos arbustos de no muy gran altura se situaba el río. Doreen lo volteó a ver sonriendo, era como haberle hecho una sorpresa a alguien, su lugar favorito de ese lugar, donde siempre se escapaba cuando no necesitaba compañía de revolucionarios o amigos; le dio otro tirón, deshizo el agarre de ambos brazos, le empujó ahora por la espalda, para que se adentrara a ese mundo dentro de Paris, mucha gente ignoraba las maravillas que podían existir a los alrededores.
- ¿Le gusta? ¡Apuesto a que no sabía del lugar! - Le dijo emocionada, pues creía haber hecho sola un descubrimiento. El muchacho le había demostrado no sólo sinceridad, también preocupación, curiosidad, interés ¿por qué no compartirlo con alguien de nobles intenciones? - Es el mejor lugar para escapar - Aclaró, pero siguió avanzando por el lugar - ¿Es de por aquí, señor? - Si, ahora las preguntas sobre el conocimiento de su ahora acompañante estaban llegando, si iban a conocerse, se tendrían que conocer bien.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Haber enlazado el brazo propio con el de Doreen, se había sentido como sellar un pacto; harían que el otro olvidara que existía la oscuridad en su corazón, y a cambio de eso no harían enfrentarse con sus tormentos internos. Al menos eso había quedado claro con las palabras de la melancólica doncella y con el acatamiento del misterioso mayordomo. Y en el instante en que comenzaron juntos a caminar en medio de la penumbra nocturna, Quentin se propuso guardar esa velada en su memoria; le serviría revivir aquello más adelante para sentirse acompañado en la soledad que implicaba huir de sí mismo.
Volar lejos, de eso se trataba. Al parecer Doreen comprendía lo que implicaba sentir el llamado de iniciar ese vuelo irrefrenable que prometía separar de la tierra a quien lo emprendiera. Era necesario arrancar a los cielos, importante, y mucho más para quienes guardaban sus aflicciones en el mar profundo de su interioridad, ese azul colmado de secretos, rencores, e inseguridades. Estaba bien, él no tocaría aquello si así lo quería ella, pero eso no quería decir que no pudiera aprehender lo que la rodeaba.
—Pienso que hay algunos que no lo hacen aun necesitándolo. Necesitar algo no va necesariamente de la mano con saberlo. Si estuviera en nuestro conocimiento de inmediato, tal vez hasta menos errores cometeríamos. Pero sí, el ser humano es vulnerable, y necesita hacer aperturas para ausentarse de la estructura que él mismo ha construido bajo sus pies —comentaba con ligereza mientras se fijaba en el camino por el que Doreen lo guiaba. Casi no había luz, pero así y todo Quentin lo sentía menos renegrido que su habitación. Además iba del brazo con quien sería sus ojos. Se daba cuenta de que caminaba bastante cerca de la fémina, y más con la manera en que el camino se había ceñido, pero no buscó alejarse. No se apartaría si ella no se lo pedía. Por dentro esperaba que así se quedara— En mi caso, lo he hecho las veces para mantenerme sano, si ese es mi estado.
Ella se disculpaba con una facilidad que impresionaba de lo reiterada. Aquello hizo pensar a Quentin que seguramente no debía haber nacido en cuna de oro; quienes pertenecían a dicho estrato nunca se equivocaban. Era más, el nivel de educación que había alcanzado a captar de ella podía darle unas buenas lecciones a los socios de su dueña sobre cómo tratar a los demás.
—¿Usted lamenta no llevarme por sitios iluminados? —preguntó algo incrédulo; era como si ella lo estuviese cuidando a él y no él a ella. Se sonrió de la ironía y le dio una sutil palmada a la mano de Doreen que junto a su brazo reposaba— Esperaba que contara conmigo no sólo para pasear, sino también como protección. Está bien. Después de lo que me ha dicho, debo suponer que no está buscando un guardaespaldas, o no se internaría en la oscuridad confiando en un desconocido como yo. —se atrevió a reírse de la nueva situación que estaba viviendo. Sucedía que tenía un protocolo para todo tipo de ocasiones y personas, pero nunca se había topado con una joven de educación que a la vez fuera espontánea. Todo inducía a que Quentin fuera Quentin, algo que casi nunca se permitía— Además, si lo que busca es pasar el rato de manera eficaz, elegir un lugar pavimentado y alumbrado hubiera sido el mayor tropiezo; no tiene nada de interesante algo de lo cual no se puede desprender secreto alguno. Es una de las ventajas de la opacidad.
Y era aquello también lo que mantenía a ambos individuos curiosos por el otro. La verdad era que ambos tenían una parte dentro de sí que se negaban a mirar de frente, porque dolía, porque daba rabia, porque les impedía estar tranquilos, o lo que fuera. La cosa era que al menos por esa noche querían perder la memoria, y al otro día Dios diría. Pero Doreen… ese nombre no lo olvidaría, ya que sería ese conjunto de letras el que lo haría recuperarse de su amnesia optada para recordar en solitario que había hallado alivio. Lo más probable era que si ella se encontraba por esos lugares de gente rica sin serlo, se debiera a un vínculo con alguien de esa clase, ya siendo prometida de uno de ellos o pronta a serlo. Le haría la desconocida en una futura ocasión, pero no importaba. Tenían unas cuantas horas antes de volver al mundo real.
Ante sus ojos pronto brilló la luna, una fresca luna invernal que a Quentin le recordó ese acontecimiento en que huyó de su hogar para no volver. Aquella vez, como era un mozuelo de unos cuantos años de edad que no tenía idea de direcciones, solamente se había guiado por la luna, caminando hacia ella durante todo el trayecto hasta París como un ciervo bramando por las aguas. Y ahora ese mismo satélite lloraba turquesa de nostalgia, igual que en aquel trayecto improvisado que había recorrido. Se quedó con la interrogante de si acaso aquel astro estaba intentando enfilarlo de nuevo, después de tantos años.
Un ligero empujón lo desencajó de su sitio, constriñéndolo a dejar de revisar mentalmente su infancia para echar un vistazo al paraje frente a sus ojos, que consistía en mucho más que un claro floreado bañado por la grisácea luz del cielo, a pesar de que fuera la primera vez que se encontraba con ese rincón apartado de la zona residencial. La escena que se apreciaba estaba compuesta por algo más grande; franqueza mutua, complicidad por una causa común, y en medio de todo eso, Quentin observando paciente a una mujer enternecida con su descubrimiento. Sólo alguien que en su infancia hubiera hallado los objetos preciados de sus padres dentro del ropero, hubiera podido entender los sentimientos de Doreen.
—Admito que me era desconocido este lugar, mademoiselle, al igual que la mayoría de los sitios más rebuscados de esta zona. Ocurre que mi deber como mayordomo impide moverme libremente si la ama no me lo ha ordenado para cumplir con alguna tarea, así que cuando tengo un poco de tiempo libre usualmente transito por los alrededores de París, y no por donde trabajo. —negó con la cabeza dándose cuenta de lo vacía que sonaba una costumbre así— Qué poco interesante, ¿no? Es mi rutina, mi vida. Debo agradecerle de que me haya guiado hasta aquí; de otra forma no hubiera conocido más opciones de las que usualmente tomo.
De dónde venía. Nuevamente se había tocado un tema incómodo, sólo que esta vez le había tocado a Quentin recibir una pregunta de esa índole. Resultaba engorroso verse en una consulta de esa índole, porque necesariamente implicaba echa un vistazo hacia atrás, a esa cuna que nunca había aceptado como suya. Por fuera, en sus gestos corporales, no mostró inconveniente; Doreen le había hecho una pregunta tan cordial como cualquiera que hubiera estado conociendo a otro y no tenía por qué adivinar qué asuntos eran delicados para él. Por ende, Quentin intentó disimular la tensión que se había generado en sus labios y se esmeró a dar una respuesta lo más genérica posible.
—Es muy gentil al preguntar. Verá usted, nací en París y viví aquí los primeros cortos años de mi vida, pero en Orleáns me formé sirviendo a una anciana viuda, quien me instruyó. Cuando ella murió, me trasladé a aquí para servir a Madame Destutt de Tracy, y ahora estoy compartiendo con usted. —se sonrió por el giro que había dado su día. Generalmente su cotidianeidad se encontraba marcada por la rutina, pero la blonda le había dado una escapatoria— ¿Y usted, mademoiselle? ¿vive por aquí? No es mi intención ser un husmeador, pero a diario transito por aquí y nunca me la había topado. De haberla visto, me hubiera acordado de usted.
Pero a pesar del cálido ambiente que ambos habían generado, el frío del invierno estaba presente de todas maneras. Una brisa fresca de mediana intensidad atravesó las hojas de los árboles y se internó bajo las ropas de los presentes.
—Me temo que su vestimenta, si bien le asienta, no la protegerá del frío, señorita Doreen. Permítame —dejó la lámpara sobre la hierba y se quitó el saco rápidamente para ponerlo alrededor de la joven para que entrara en calor. Tenía que admitir Quentin que ella ponía una expresión encantadora cuando recibía gestos de otra persona— Sé que no me ha pedido que la proteja, pero creo que es preferible vivir esta agradable velada sin tener que iniciar el día lamentando una gripe.
Era parte de él ser así. Independiente de que el mayordomo durmiera o eventualmente desapareciera, ese aire galante y a veces posesivo de Quentin estaba impregnado en su manera de ser. Y de alguna manera, Doreen se las arreglaba para que despertara aún más.
Volar lejos, de eso se trataba. Al parecer Doreen comprendía lo que implicaba sentir el llamado de iniciar ese vuelo irrefrenable que prometía separar de la tierra a quien lo emprendiera. Era necesario arrancar a los cielos, importante, y mucho más para quienes guardaban sus aflicciones en el mar profundo de su interioridad, ese azul colmado de secretos, rencores, e inseguridades. Estaba bien, él no tocaría aquello si así lo quería ella, pero eso no quería decir que no pudiera aprehender lo que la rodeaba.
—Pienso que hay algunos que no lo hacen aun necesitándolo. Necesitar algo no va necesariamente de la mano con saberlo. Si estuviera en nuestro conocimiento de inmediato, tal vez hasta menos errores cometeríamos. Pero sí, el ser humano es vulnerable, y necesita hacer aperturas para ausentarse de la estructura que él mismo ha construido bajo sus pies —comentaba con ligereza mientras se fijaba en el camino por el que Doreen lo guiaba. Casi no había luz, pero así y todo Quentin lo sentía menos renegrido que su habitación. Además iba del brazo con quien sería sus ojos. Se daba cuenta de que caminaba bastante cerca de la fémina, y más con la manera en que el camino se había ceñido, pero no buscó alejarse. No se apartaría si ella no se lo pedía. Por dentro esperaba que así se quedara— En mi caso, lo he hecho las veces para mantenerme sano, si ese es mi estado.
Ella se disculpaba con una facilidad que impresionaba de lo reiterada. Aquello hizo pensar a Quentin que seguramente no debía haber nacido en cuna de oro; quienes pertenecían a dicho estrato nunca se equivocaban. Era más, el nivel de educación que había alcanzado a captar de ella podía darle unas buenas lecciones a los socios de su dueña sobre cómo tratar a los demás.
—¿Usted lamenta no llevarme por sitios iluminados? —preguntó algo incrédulo; era como si ella lo estuviese cuidando a él y no él a ella. Se sonrió de la ironía y le dio una sutil palmada a la mano de Doreen que junto a su brazo reposaba— Esperaba que contara conmigo no sólo para pasear, sino también como protección. Está bien. Después de lo que me ha dicho, debo suponer que no está buscando un guardaespaldas, o no se internaría en la oscuridad confiando en un desconocido como yo. —se atrevió a reírse de la nueva situación que estaba viviendo. Sucedía que tenía un protocolo para todo tipo de ocasiones y personas, pero nunca se había topado con una joven de educación que a la vez fuera espontánea. Todo inducía a que Quentin fuera Quentin, algo que casi nunca se permitía— Además, si lo que busca es pasar el rato de manera eficaz, elegir un lugar pavimentado y alumbrado hubiera sido el mayor tropiezo; no tiene nada de interesante algo de lo cual no se puede desprender secreto alguno. Es una de las ventajas de la opacidad.
Y era aquello también lo que mantenía a ambos individuos curiosos por el otro. La verdad era que ambos tenían una parte dentro de sí que se negaban a mirar de frente, porque dolía, porque daba rabia, porque les impedía estar tranquilos, o lo que fuera. La cosa era que al menos por esa noche querían perder la memoria, y al otro día Dios diría. Pero Doreen… ese nombre no lo olvidaría, ya que sería ese conjunto de letras el que lo haría recuperarse de su amnesia optada para recordar en solitario que había hallado alivio. Lo más probable era que si ella se encontraba por esos lugares de gente rica sin serlo, se debiera a un vínculo con alguien de esa clase, ya siendo prometida de uno de ellos o pronta a serlo. Le haría la desconocida en una futura ocasión, pero no importaba. Tenían unas cuantas horas antes de volver al mundo real.
Ante sus ojos pronto brilló la luna, una fresca luna invernal que a Quentin le recordó ese acontecimiento en que huyó de su hogar para no volver. Aquella vez, como era un mozuelo de unos cuantos años de edad que no tenía idea de direcciones, solamente se había guiado por la luna, caminando hacia ella durante todo el trayecto hasta París como un ciervo bramando por las aguas. Y ahora ese mismo satélite lloraba turquesa de nostalgia, igual que en aquel trayecto improvisado que había recorrido. Se quedó con la interrogante de si acaso aquel astro estaba intentando enfilarlo de nuevo, después de tantos años.
Un ligero empujón lo desencajó de su sitio, constriñéndolo a dejar de revisar mentalmente su infancia para echar un vistazo al paraje frente a sus ojos, que consistía en mucho más que un claro floreado bañado por la grisácea luz del cielo, a pesar de que fuera la primera vez que se encontraba con ese rincón apartado de la zona residencial. La escena que se apreciaba estaba compuesta por algo más grande; franqueza mutua, complicidad por una causa común, y en medio de todo eso, Quentin observando paciente a una mujer enternecida con su descubrimiento. Sólo alguien que en su infancia hubiera hallado los objetos preciados de sus padres dentro del ropero, hubiera podido entender los sentimientos de Doreen.
—Admito que me era desconocido este lugar, mademoiselle, al igual que la mayoría de los sitios más rebuscados de esta zona. Ocurre que mi deber como mayordomo impide moverme libremente si la ama no me lo ha ordenado para cumplir con alguna tarea, así que cuando tengo un poco de tiempo libre usualmente transito por los alrededores de París, y no por donde trabajo. —negó con la cabeza dándose cuenta de lo vacía que sonaba una costumbre así— Qué poco interesante, ¿no? Es mi rutina, mi vida. Debo agradecerle de que me haya guiado hasta aquí; de otra forma no hubiera conocido más opciones de las que usualmente tomo.
De dónde venía. Nuevamente se había tocado un tema incómodo, sólo que esta vez le había tocado a Quentin recibir una pregunta de esa índole. Resultaba engorroso verse en una consulta de esa índole, porque necesariamente implicaba echa un vistazo hacia atrás, a esa cuna que nunca había aceptado como suya. Por fuera, en sus gestos corporales, no mostró inconveniente; Doreen le había hecho una pregunta tan cordial como cualquiera que hubiera estado conociendo a otro y no tenía por qué adivinar qué asuntos eran delicados para él. Por ende, Quentin intentó disimular la tensión que se había generado en sus labios y se esmeró a dar una respuesta lo más genérica posible.
—Es muy gentil al preguntar. Verá usted, nací en París y viví aquí los primeros cortos años de mi vida, pero en Orleáns me formé sirviendo a una anciana viuda, quien me instruyó. Cuando ella murió, me trasladé a aquí para servir a Madame Destutt de Tracy, y ahora estoy compartiendo con usted. —se sonrió por el giro que había dado su día. Generalmente su cotidianeidad se encontraba marcada por la rutina, pero la blonda le había dado una escapatoria— ¿Y usted, mademoiselle? ¿vive por aquí? No es mi intención ser un husmeador, pero a diario transito por aquí y nunca me la había topado. De haberla visto, me hubiera acordado de usted.
Pero a pesar del cálido ambiente que ambos habían generado, el frío del invierno estaba presente de todas maneras. Una brisa fresca de mediana intensidad atravesó las hojas de los árboles y se internó bajo las ropas de los presentes.
—Me temo que su vestimenta, si bien le asienta, no la protegerá del frío, señorita Doreen. Permítame —dejó la lámpara sobre la hierba y se quitó el saco rápidamente para ponerlo alrededor de la joven para que entrara en calor. Tenía que admitir Quentin que ella ponía una expresión encantadora cuando recibía gestos de otra persona— Sé que no me ha pedido que la proteja, pero creo que es preferible vivir esta agradable velada sin tener que iniciar el día lamentando una gripe.
Era parte de él ser así. Independiente de que el mayordomo durmiera o eventualmente desapareciera, ese aire galante y a veces posesivo de Quentin estaba impregnado en su manera de ser. Y de alguna manera, Doreen se las arreglaba para que despertara aún más.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
- Usted no es un desconocido, ahora es mi cómplice está noche, y también se su nombre, señor Debussy - Le miró de reojo. En su rostro se podía captar una sonrisa tenue, pero dado que caminaba mirando al frente, sería imposible que él la notara. Doreen sabía que podía ser leída de principio a fin por sus gestos, no es que fuera la mejor mentirosa, ni la mejor actriz, de hecho era muy transparente, si madre en muchas ocasiones le regañaba por eso. Recordar a su progenitora la hizo suspirar, pero por primera vez un recuerdo no le pareció malo, por el contrario; siguió entonces sonriendo ¿qué otra cosa podría hacer? Se sentía traviesa, pero al mismo tiempo segura porque no estaba sola. Es decir, no es que buscara compañía, de hecho la idea de haber escapado de la mansión era la soledad en un estado distinto, natural, pero ahora que se acompañaba de alguien más notaba que en vez de molestarle, le gustaba demasiado, quizás las siguientes noches de soledad se replantearía si buscaba esta sola con su agonía, o acompañada con alguien que parecía comprenderle. - ¿Acaso sigo siendo una desconocida para usted? - Está vez si volteó a verle con esa curiosidad característica en ella, pues deseaba saber incluso como se movía el rostro del joven al responderle.
- No quiero protección, mi señor, es decir, le agradezco - Se encogió de hombros mientras hacía esa pausa y buscaba las palabras correctas para expresarse - Lo que necesito es liberación, está noche necesitamos liberarnos, porque no sólo lo necesito yo, también usted - Asintió como queriendo decir que lo sabía, que no sólo la rota era ella. - Si nos liberamos un poco, aunque sea sólo un poquito está noche, las que nos volvamos a ver le dejaría protegerme cuanto quiera - La idea de no volver a verlo por lo visto ya la estaba desechando. ¿Para que negarlo? Con la primeros minutos del encuentro ya tenía una buena sensación del joven. A veces las cosas pasan por algo, o no a veces, sino la mayoría de las veces, y si ellos estaban ahí no debían dejarse pasar por nada. ¡Una buena amistad saldría de esa noche! ¿No? Si, sólo eso, pues la esperanza de poder toparse al amor de su vida a la vuelta de la esquina ya se le había esfumado, así como se esfuma el verano cuando su tiempo se había pasado.
No quiso seguir hablando mientras el destino que sería suyo propio se iba mostrando, mejor que él pensara las cosas a su manera y ella a la suya, Doreen nunca quiso hacer que los demás vieran la vida de su forma, por eso dejaba espacios silenciosos para que sus acompañantes guardaran en su memoria lo que les sirviera en el futuro, o solo lo conservara como un recuerdo grato, a veces no se necesita lucrar, sino disfrutar. Ella que tanto busca disfrutar de la vida se daba cuenta que quizás era de lo poco que hacía. Pensar en que Dios le traería una recompensa más adelante le alentaba.
- Usted quiere mucho a su "ama" - Aquella palabra no le gustaba en absoluto, le parecía demasiado opresivo, incluso un nivel jerárquico alto y de denigración. La joven negó repetidas veces, pero no exteriorizó lo que pensaba o lo que sentía; cuando le empezaron a dar tratos de patrona, la rubia deshizo todo eso, prefería que le dijeran señorita, o mi señora, algunas veces Doreen se escuchaba mejor, con más confianza, para ella los sirvientes eran como la familia, pues sin ellos no se tenía mucho, ellos la alimentaban, le lavaban, le planchaban, le limpiaban, eran como madres y padres que, aunque lo hacían por necesidad, también merecían un respeto, pues eran el pilar de una casa que sin ellos, se desmoronaría. - O al menos eso parece, se refiere de muy buena manera a ella, y hasta creo que le brillan los ojos al mencionarla - No le molestaba decir eso, y en verdad esperaba que el no se ofendiera, no es que quisiera ser una abusiva con el tema, pero se sentía muy a gusto en el momento, la confianza le había ganado.
- A veces soy muy imprudente al hablar ¿no lo cree? Lo lamento, me ganó el momento, es decir, si quiere a su ama es bueno, no se lo dije de mala manera, lo juro - La inquietud y la vergüenza se estaban apoderando de nuevo de ella, pero con la imagen que tenía frente a sus ojos, el hermoso prado, el olor tan delicioso, se calmó, de nada servia ponerse de peor estado, se suponía iba a liberarse, no a incomodarse, y al parecer el chico se lo tomaba con gracia. Repasando hasta ese momento el encuentro, no se sintió tan mal, descubrió que el chico se había reído un par de veces con ella. ¡Una bonita sonrisa! Si, la tenía, y eso lo tenía en su cabeza, las sonrisas limpias como la ajena le implantaban aún más confianza, quizás por eso se dejaba llevar tanto. Tragó saliva, lo volteó a ver para que notara que le prestaba atención a sus palabras. Para ella era tan difícil sentirse segura con alguien, ya sea conocido, o desconocido, porque no sabía si sus acciones eran buenas, malas, aceptadas o no. Se complicaba tanto cuando lo único que necesitaba era dejarse fluir, Doreen se regañaba, muchas veces lo hacía como en ese momento. - Cuando termine la noche quiero que me diga si la pasó bien - El comentario salió al aire, pero lo necesitaba saber, porque así como ella buscaba alegría y buenos momentos, sabía que el probablemente la buscaría, y claro, se la buscaba dar. ¿que había de malo en eso?
- ¿Es bonito Orleáns? Debe ser interesante conocer otros lados, yo sólo conozco mi lugar de origen, y claro, Paris - Parpadeó - Toulouse, así se llama mi lugar de origen - Suspiró con aire melancólico - Mis padres viven allá… Yo… - Titubeó - Me escapé de casa cuando era más joven - No es que fuera un secreto grave, al menos ya no lo era, pues ella creía que había hecho lo mejor, aunque la sociedad se lo reprochara - No deseaba casarme con el hombre que mis padres me impusieran, yo quería amor, como esas novelas que se pueden leer las mujeres a escondidas, quería aventura, poder conocer el mundo, me escapé porque necesitaba ser feliz, pero lo único que hago desde que escapé, es perder a quien quiero y amo, así que no más - Compuso el estado flaquean que había tenido al hablar de eso - No vivía por la zona, quizás por eso no nos habíamos visto, hoy es que vuelvo después de un año a este lugar - Asintió agachándose para tomar una flor que se mantenía extrañamente abierta, la observó mientras él seguía hablando.
Doreen parpadeó tras la observación del hombre. Ni siquiera recordaba como iba vestida, sólo sabía que no llevaba el corsé porque respiraba con naturalidad; después de hacerse un análisis de sus ropajes alzó la mirada, y antes de poder replicar ya tenía el saco encima suyo, negó, incluso le mostró una mueca de total desaprobación, aunque por dentro aplaudía y sonreía llena de agradecimiento y sorpresa; para ella esos detalles eran valiosos, simples pero que le llenaban el alma. Lo miró de arriba abajo, con descaro, y no, no le importó que sus mejillas se tiñeran no de rosáceo, sino más bien de carmín por la vergüenza que estaba experimentando.
- ¿Y usted? - Por fin soltó - ¡Usted no debe pasar frío! Tampoco orillarse a una gripe porque una imprudente señorita no viene bien vestida - Aunque su cuerpo estaba agradeciendo la calidez de la tela, inevitablemente se removió en el saco masculino, el aroma del chico le invadió en sus fosas nasales. Limpio, varonil, fresco y natural. Eso podía identificar en los aromas que manaban de la tela, aspiró intentando parecer natural, los olores siempre le habían encantado, quizás por eso amaba tanto las flores. Recordando las flores, volvió a observar la de la mano, la tendió hacía el hombre, pero no a sus manos, sino la acercó a su nariz - Huele bien ¿no lo cree? - Con un gesto cariñoso y dulce acarició la punta de la nariz del chico con los pétalos de la flor. Se mordió el labio inferior al notar la cercanía, pero más aun por hacerle oler, quizás él no quería, y ya prácticamente lo había obligado - Me gustan, las flores, son hermosas - Se sorprendió por el cambio de su animo, de su rostro, y de tema. Pues del saco hablaban de los olores de las flores. La naturalidad del encuentro la abrumaba.
- Quizás yo le ponga mi abrigo en la próxima ocasión - Le molestó, sólo para que se diera cuenta que no olvidaba el detalle - Cuando tenga frío puedo devolverla, con confianza tendrá que decírmelo, sino lo hace sabré que no me la tendrá - Porque prefería devolverla, ella podía asumir sus responsabilidades, el no ir preparada; movió su mano libre para tomar una masculina, y volvió a tirar de él para seguir su camino, el lago estaba solo tras la loma.
- ¿Por qué no está dormido como la mayoría de las personas en Paris? - Soltó de nuevo otra pregunta, que para ella era de lo más simple - No creo que los sonidos de mis pasos lo hayan despertado, es decir, no creo ser muy escandalosa, usted también iba a dar un paseo ¿por qué? ¿Sufre de insomnio? De ser así puedo prepararle un remedio, soy buena en eso, estuve tomando clases, de todo tipo, incluso para curar heridas - Doreen no le iba a decir que eso iba de la mano con curar heridos de guerra, ella era la encargada de ellos cuando regresaban de sus combates. La actividad era pesada, aunque algunos la subestimaran, pues la idea de curar a aquellos héroes requería valor, habían lesiones tan profundas y dolorosas que la habían impresionado - ¿Cenó mucho? Según dicen también eso afecta a poder conciliar el sueño - Era cierto que ambos escapaban de algo, pero quizás él tenía otros motivos para no dormir, no sólo los recuerdos. Ahí se encontraba ella, queriendo hacer algo más por él.
La loma no se hizo esperar bajo los pies de ambos chicos. Del otro lado se podía ver el río en su cause, aunque se notaba tranquilo, la luna que aun no estaba llena se reflejaba en el agua oscurecida por la falta de sol. Doreen miró aquel lugar con emoción, aunque giró su rostro hacía atrás para poder ver también el prado que dejaban atrás, estaban en la linea de lo que podían ser dos mundos los cuales deseaba. Fue ahí donde de nuevo lo soltó, miró hacía el suelo y notó lo verde del pasto, la primavera se dejaba ver, les dejaría gozar, se sentó, y lo volteó a ver hacía arriba, aunque él no la veía.
- Aquí no se puede estar triste, no se puede - Dijo con la voz entrecortada, porque era evidente que deseaba volver a llorar - No se puede porque la naturaleza es maravillosa, y no se debe estropear tanto paisaje hermoso con dolores que carcomen el alma - Miró al frente, en su regazo se encontraba la flor a la cual le cayeron las lagrimas saladas de la joven - Si yo fuera una flor, solo me preocuparía por que los demás se alegraran con mi presencia, con mi olor, adornaría sus casas de ser cortada, o acariciaría la nariz de un desconocido que parece haberle sacado sonrisas sonrisas en una noche a un alma desgraciada - Y bajó la cabeza, observando sus telas, ya no pudo más, Doreen comenzó a llorar.
- No quiero protección, mi señor, es decir, le agradezco - Se encogió de hombros mientras hacía esa pausa y buscaba las palabras correctas para expresarse - Lo que necesito es liberación, está noche necesitamos liberarnos, porque no sólo lo necesito yo, también usted - Asintió como queriendo decir que lo sabía, que no sólo la rota era ella. - Si nos liberamos un poco, aunque sea sólo un poquito está noche, las que nos volvamos a ver le dejaría protegerme cuanto quiera - La idea de no volver a verlo por lo visto ya la estaba desechando. ¿Para que negarlo? Con la primeros minutos del encuentro ya tenía una buena sensación del joven. A veces las cosas pasan por algo, o no a veces, sino la mayoría de las veces, y si ellos estaban ahí no debían dejarse pasar por nada. ¡Una buena amistad saldría de esa noche! ¿No? Si, sólo eso, pues la esperanza de poder toparse al amor de su vida a la vuelta de la esquina ya se le había esfumado, así como se esfuma el verano cuando su tiempo se había pasado.
No quiso seguir hablando mientras el destino que sería suyo propio se iba mostrando, mejor que él pensara las cosas a su manera y ella a la suya, Doreen nunca quiso hacer que los demás vieran la vida de su forma, por eso dejaba espacios silenciosos para que sus acompañantes guardaran en su memoria lo que les sirviera en el futuro, o solo lo conservara como un recuerdo grato, a veces no se necesita lucrar, sino disfrutar. Ella que tanto busca disfrutar de la vida se daba cuenta que quizás era de lo poco que hacía. Pensar en que Dios le traería una recompensa más adelante le alentaba.
- Usted quiere mucho a su "ama" - Aquella palabra no le gustaba en absoluto, le parecía demasiado opresivo, incluso un nivel jerárquico alto y de denigración. La joven negó repetidas veces, pero no exteriorizó lo que pensaba o lo que sentía; cuando le empezaron a dar tratos de patrona, la rubia deshizo todo eso, prefería que le dijeran señorita, o mi señora, algunas veces Doreen se escuchaba mejor, con más confianza, para ella los sirvientes eran como la familia, pues sin ellos no se tenía mucho, ellos la alimentaban, le lavaban, le planchaban, le limpiaban, eran como madres y padres que, aunque lo hacían por necesidad, también merecían un respeto, pues eran el pilar de una casa que sin ellos, se desmoronaría. - O al menos eso parece, se refiere de muy buena manera a ella, y hasta creo que le brillan los ojos al mencionarla - No le molestaba decir eso, y en verdad esperaba que el no se ofendiera, no es que quisiera ser una abusiva con el tema, pero se sentía muy a gusto en el momento, la confianza le había ganado.
- A veces soy muy imprudente al hablar ¿no lo cree? Lo lamento, me ganó el momento, es decir, si quiere a su ama es bueno, no se lo dije de mala manera, lo juro - La inquietud y la vergüenza se estaban apoderando de nuevo de ella, pero con la imagen que tenía frente a sus ojos, el hermoso prado, el olor tan delicioso, se calmó, de nada servia ponerse de peor estado, se suponía iba a liberarse, no a incomodarse, y al parecer el chico se lo tomaba con gracia. Repasando hasta ese momento el encuentro, no se sintió tan mal, descubrió que el chico se había reído un par de veces con ella. ¡Una bonita sonrisa! Si, la tenía, y eso lo tenía en su cabeza, las sonrisas limpias como la ajena le implantaban aún más confianza, quizás por eso se dejaba llevar tanto. Tragó saliva, lo volteó a ver para que notara que le prestaba atención a sus palabras. Para ella era tan difícil sentirse segura con alguien, ya sea conocido, o desconocido, porque no sabía si sus acciones eran buenas, malas, aceptadas o no. Se complicaba tanto cuando lo único que necesitaba era dejarse fluir, Doreen se regañaba, muchas veces lo hacía como en ese momento. - Cuando termine la noche quiero que me diga si la pasó bien - El comentario salió al aire, pero lo necesitaba saber, porque así como ella buscaba alegría y buenos momentos, sabía que el probablemente la buscaría, y claro, se la buscaba dar. ¿que había de malo en eso?
- ¿Es bonito Orleáns? Debe ser interesante conocer otros lados, yo sólo conozco mi lugar de origen, y claro, Paris - Parpadeó - Toulouse, así se llama mi lugar de origen - Suspiró con aire melancólico - Mis padres viven allá… Yo… - Titubeó - Me escapé de casa cuando era más joven - No es que fuera un secreto grave, al menos ya no lo era, pues ella creía que había hecho lo mejor, aunque la sociedad se lo reprochara - No deseaba casarme con el hombre que mis padres me impusieran, yo quería amor, como esas novelas que se pueden leer las mujeres a escondidas, quería aventura, poder conocer el mundo, me escapé porque necesitaba ser feliz, pero lo único que hago desde que escapé, es perder a quien quiero y amo, así que no más - Compuso el estado flaquean que había tenido al hablar de eso - No vivía por la zona, quizás por eso no nos habíamos visto, hoy es que vuelvo después de un año a este lugar - Asintió agachándose para tomar una flor que se mantenía extrañamente abierta, la observó mientras él seguía hablando.
Doreen parpadeó tras la observación del hombre. Ni siquiera recordaba como iba vestida, sólo sabía que no llevaba el corsé porque respiraba con naturalidad; después de hacerse un análisis de sus ropajes alzó la mirada, y antes de poder replicar ya tenía el saco encima suyo, negó, incluso le mostró una mueca de total desaprobación, aunque por dentro aplaudía y sonreía llena de agradecimiento y sorpresa; para ella esos detalles eran valiosos, simples pero que le llenaban el alma. Lo miró de arriba abajo, con descaro, y no, no le importó que sus mejillas se tiñeran no de rosáceo, sino más bien de carmín por la vergüenza que estaba experimentando.
- ¿Y usted? - Por fin soltó - ¡Usted no debe pasar frío! Tampoco orillarse a una gripe porque una imprudente señorita no viene bien vestida - Aunque su cuerpo estaba agradeciendo la calidez de la tela, inevitablemente se removió en el saco masculino, el aroma del chico le invadió en sus fosas nasales. Limpio, varonil, fresco y natural. Eso podía identificar en los aromas que manaban de la tela, aspiró intentando parecer natural, los olores siempre le habían encantado, quizás por eso amaba tanto las flores. Recordando las flores, volvió a observar la de la mano, la tendió hacía el hombre, pero no a sus manos, sino la acercó a su nariz - Huele bien ¿no lo cree? - Con un gesto cariñoso y dulce acarició la punta de la nariz del chico con los pétalos de la flor. Se mordió el labio inferior al notar la cercanía, pero más aun por hacerle oler, quizás él no quería, y ya prácticamente lo había obligado - Me gustan, las flores, son hermosas - Se sorprendió por el cambio de su animo, de su rostro, y de tema. Pues del saco hablaban de los olores de las flores. La naturalidad del encuentro la abrumaba.
- Quizás yo le ponga mi abrigo en la próxima ocasión - Le molestó, sólo para que se diera cuenta que no olvidaba el detalle - Cuando tenga frío puedo devolverla, con confianza tendrá que decírmelo, sino lo hace sabré que no me la tendrá - Porque prefería devolverla, ella podía asumir sus responsabilidades, el no ir preparada; movió su mano libre para tomar una masculina, y volvió a tirar de él para seguir su camino, el lago estaba solo tras la loma.
- ¿Por qué no está dormido como la mayoría de las personas en Paris? - Soltó de nuevo otra pregunta, que para ella era de lo más simple - No creo que los sonidos de mis pasos lo hayan despertado, es decir, no creo ser muy escandalosa, usted también iba a dar un paseo ¿por qué? ¿Sufre de insomnio? De ser así puedo prepararle un remedio, soy buena en eso, estuve tomando clases, de todo tipo, incluso para curar heridas - Doreen no le iba a decir que eso iba de la mano con curar heridos de guerra, ella era la encargada de ellos cuando regresaban de sus combates. La actividad era pesada, aunque algunos la subestimaran, pues la idea de curar a aquellos héroes requería valor, habían lesiones tan profundas y dolorosas que la habían impresionado - ¿Cenó mucho? Según dicen también eso afecta a poder conciliar el sueño - Era cierto que ambos escapaban de algo, pero quizás él tenía otros motivos para no dormir, no sólo los recuerdos. Ahí se encontraba ella, queriendo hacer algo más por él.
La loma no se hizo esperar bajo los pies de ambos chicos. Del otro lado se podía ver el río en su cause, aunque se notaba tranquilo, la luna que aun no estaba llena se reflejaba en el agua oscurecida por la falta de sol. Doreen miró aquel lugar con emoción, aunque giró su rostro hacía atrás para poder ver también el prado que dejaban atrás, estaban en la linea de lo que podían ser dos mundos los cuales deseaba. Fue ahí donde de nuevo lo soltó, miró hacía el suelo y notó lo verde del pasto, la primavera se dejaba ver, les dejaría gozar, se sentó, y lo volteó a ver hacía arriba, aunque él no la veía.
- Aquí no se puede estar triste, no se puede - Dijo con la voz entrecortada, porque era evidente que deseaba volver a llorar - No se puede porque la naturaleza es maravillosa, y no se debe estropear tanto paisaje hermoso con dolores que carcomen el alma - Miró al frente, en su regazo se encontraba la flor a la cual le cayeron las lagrimas saladas de la joven - Si yo fuera una flor, solo me preocuparía por que los demás se alegraran con mi presencia, con mi olor, adornaría sus casas de ser cortada, o acariciaría la nariz de un desconocido que parece haberle sacado sonrisas sonrisas en una noche a un alma desgraciada - Y bajó la cabeza, observando sus telas, ya no pudo más, Doreen comenzó a llorar.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
¿Desconocida? Podía ser, pero estaba siendo una desconocida conocida de alguna manera; estaban siendo sinceros con el otro, cosa que no se permitían con cualquiera, por lo que eso ya generaba un estado de complicidad de energía propia. ¿Qué tanto debían conocerse los demás ahí afuera, en el mundo real? Seguramente no debían conocerse mucho; podía desprenderse de la energía que invertían en simular ser quienes no eran en vez de abrir las puertas de sus verdaderos seres que la honestidad no estaba en sus prioridades. Sí, Quentin estaba apenas en la segunda etapa de conocimiento de alguien, esa compuesta por preguntas cordiales con la esperanza de obtener respuestas poco convencionales para avanzar en las capas que los cubrían, pero lo importante era el contenido y no la forma. No estaban buscando impresionar a nadie ni quedar en un trabajo; estaban acompañándose en sus contrariedades, y la compañía se lograba sincerándose. No había otra forma.
Quentin se sonrió para sí mismo sin llegar a mostrar su dentadura. Era sólo que resultaba todo tan irónico… ¿qué importaba ser conocido o desconocido en un universo formado por dos? Nada. Era irrelevante, sin valor. El concepto de lo apropiado se relativizaba de acuerdo a aquellos dos cómplices nocturnos surgidos por obra del azar, o tal vez no. Y en medio de esa obra azarosa de autor desconocido, lo que más hacía el mayordomo era escuchar con paciencia. Ella tenía ideas llenas de ilusión, esperanza y de buenas intenciones. Se trataba de un alma limpia, sin duda, probablemente dañada por el mundo al cual pertenecía, pero no alterada en su esencia, afortunadamente. ¿Cómo podía ser eso? El hombre que solía usar guantes blancos no lo entendía. Siempre analizaba todo con lógica para concluir un resultado irrefutable, pero con Doreen… con Doreen le faltaba encontrar algún elemento para llegar adonde estaba ella. Él no lo sabía, pero le estaba ocurriendo lo común que le pasaba a quien pasaba perdido en la oscuridad durante mucho tiempo y repentinamente veía un atisbo de luz: ceguera momentánea. No comprendía a cabalidad qué lo estaba rodeando, pero se sentía a salvo.
De esa forma habló un poco más de lo que lo hubiera hecho usando su uniforme. Ella había hecho lo mismo. Si iban a liberarse como ella decía, las cosas deberían emparejarse.
—Déjeme ver si lo entendí —se acarició la barbilla— Ya no somos desconocidos, de alguna forma usted ha resultado más suspicaz de lo que creí y se ha atrevido a decir acertadamente que busco lo mismo que usted al menos en cuanto al género. Y si pongo de mi parte, me dejará protegerla a pesar de que no es lo que busca. ¿Qué es poner de mi parte, entonces? Enséñeme, por favor. Sé que usted sabe.
Al decir esas cosas no estaba buscando ganarse un lugar dentro de las butacas de gente respetable y medianamente aceptable de Doreen; había caminado junto a él como su compañía, no como una invitada a la merienda de madame Destutt de Tracy. Decía aquello porque realmente no comprendía el modo en que la rubia veía las cosas, y ¿cómo entenderlo a la primera? A Quentin toda su vida le habían pedido u ordenado hacer cosas materiales y superficiales como ordenar la mercancía de la casa de empeño de Valmorain o, ya más de adulto, asegurarse de que los peones de la mansión cumplieran con sus quehaceres, y eso era para él “poner de su parte”. Pero la joven había entrado dentro de la escena y le estaba presentando una nueva connotación para la misma frase, y por la manera en que se expresaba, todo parecía indicar que era la acepción más importante. Era algo frustrante no captarlo de inmediato.
Lo sacó de ese estado de malogro una afirmación bastante peculiar de parte de la dama. “Querer” era una palabra que estaba fuera de su vocabulario usual, y también del de términos raramente utilizados. Jamás se había sentido parte de su familia, en cuanto a Valmorain ni siquiera valía la pena pensarlo, y a sus amos —desde Bárbara hacia atrás— los había respetado por la vida ajetreada que tenían y que lograban llevar con éxito, pero ¿qué era esa cosa tan confusa de querer a alguien? Se asimilaba a un nexo, a una atadura, eso sabía, pero nunca se había sentido pertenecer a ningún lugar, como una planta sin raíces. ¿En serio ella sabía hacer todo eso de lo que se había perdido? ¿Hacer mayores sus contadas alegrías?
—Creo que “querer” es una palabra muy grande, mi señorita. Es cierto que es una señora respetable y que le soy leal en todo lo que pueda, aún cuando ella no me supervisa, pero cualquier día ella podría prescindir de mí y yo buscaría un nuevo trabajo, así sin alterar el curso de nuestras vidas. —él negaba con su mano derecha para que Doreen bajara sus nervios, para hacerle saber que todo estaba bien, pero por dentro a él le agradaba esta zagala titubeante y espontánea, y no quería apagar eso de ella. Era lo más cercano de autenticidad que había tenido cerca hacía mucho tiempo; ¿cómo deshacerse de ello así sin más? De ninguna manera, porque no quería convertirse él en quien destruyera todo aquello tan intacto— Es de una personalidad muy considerada, mademoiselle, mas me temo que sus temores son infundados. Recuerde que no estoy aquí para juzgarla. Si lo dijo bien o mal… aquí soy un hombre cualquiera, no un maestro de modales intentando convencerla de que mientras más igual sea a un marco esperado por la sociedad, mejor mujer será. Quedamos en que eso no se interpondría y sinceramente me gustaría que así se quedara. Por favor, que no nos queda demasiado tiempo antes de que nos veamos forzados a volver a lo que llamamos vida. —apartó un cabello desordenado del rostro de Doreen, haciéndolo hacia atrás para ver mejor sus ojos claros. Reflejaban su alma, lo presentía— Yo le contestaré su pregunta cuando me lo diga, aunque no necesite pensarla, y a cambio le pediré que me conteste seguido de mi respuesta si es que se ha arrepentido de “escaparse” conmigo.
Por la idea romántica que tenía Doreen de la vida, no tenía luces de querer arrepentirse de nada, porque sus acciones iban de la mano con lo que sentía su corazón, o al menos eso se notaba en la intensidad con que manifestaba sus más profundos sentimientos. La decisión de la dorada había sido casi tan tonta y valiente como la que él había tomado, sólo que ella lo había hecho apostando todo lo que tenía, arriesgándose a perder incluso más de lo que le había confiado al destino. Todo demostraba que ella había tomado las decisiones menos convencionales y a la vez las más complejas de hacer. Alguien arriba debía quererla mucho para que no le hubiera pasado nada demasiado grave, pero alguien que llevaba una vida como ella siempre salía lastimado de alguna manera, y fue lo que le confirmó con esas frases nostálgicas de un afecto que ya no estaba.
—No había nada que me retuviera en Orleáns, para ser honesto. Sería exagerado aventurarme a decir que es más interesante que de donde usted viene, Toulouse, donde la población casi se equipara y las llanuras son más extensas. Supongo que eso no bastó para retenerla, ya que lo que buscaba no estaba en un lugar físico. Es una búsqueda algo complicada, si me permite decirle, aunque creo que usted ya lo sabe. He visto que el amor es para quien lo siente como una brújula que promete llevarte a cualquier lugar y con la cual que encontrar el norte es tan probable como encontrar cualquier otra dirección. —miró seriamente a Doreen e hizo una pausa antes de continuar— ¿Y si la guía a un romance no correspondido o a uno imposible? Puede ser una señorita enamorada de esto que ha hallado en libros, pero hasta las románticas necesitan comer. ¿Y si se enamora de alguien que no pueda darle lo que merezca para vivir? Enamorarse sería peligroso, ¿no le parece?
Se mostró conforme el varón cuando pudo resguardar a Doreen del frío. Poco le importaba que estuviera con poca o mucha ropa, bastaba con que el aire se enfriara para él poner de su parte para aliviarla. Era parte de sus principios y además le nacía. Ningún hombre debía permanecer sentado si una sola mujer se encontraba de pié, y no habría varón alguno usando saco si una dama temblaba de frío. Ella temblaba… pero por ese sonrojo hacía dudar a Quentin sobre si ese tiritón indefenso era causado por el tiempo helado o por algo más.
Ella hacía muchas preguntas, alimentada por el gozo que implicaba sentirse cómoda emocionalmente debido al ambiente tanto físico como moral que la seguía, pero Quentin no contestaba ninguna de ellas; ese evidente tono carmesí encontrado sin demasiado esfuerzo en las mejillas de Doreen, lo había hecho perder la atención momentáneamente. El frío podía soportarlo con facilidad, y trataba diariamente con las flores que debía arreglar para cada cuarto de la mansión de su dueña, volviéndose algo rutinario.
—¿Ella se dará cuenta de que no me hará desviar la atención o sólo es más testaruda que yo? —se preguntaba el mayordomo mientras la veía disfrutar con las plantas. Rompió su seguidilla de palabras cuando escuchó la sugerencia de la fémina de ser ella quien prestaba su ropa en una próxima ocasión. Sería directo con ella por haber continuado con sus evasivas— Señorita Doreen —llamó su atención con una palabra simple y certera— Usted luce… embelesadora con sus mejillas sonrojadas. ¿Por qué ocultarlas?
Quentin jamás abandonaba una interrogante, ni por conveniencia ni porque se lo pidieran, y si ella no le contestaba, se quedaría latente ahí la duda para sacarla en un futuro más cercano que remoto. Las preguntas no pasarían; no las opacarían la luz de la luna, ni se las llevaría la corriente del río. Ni siquiera si Doreen soltaba su mano y le daba la espalda, desaparecería la incertidumbre. Sucedía que la fémina se había topado con alguien que observaba con detenimiento, pero que también buscaba respuestas.
Un momentáneo silencio entre ambos hizo que Quentin volviera a estar en alerta, atento a los cambios de la joven. Era una oscuridad más pronunciada en la que ella se encontraba inmersa, por lo que verla resultaba complicado, pero eso no quería decir que no pudiera oírla, interpretar sus pausas, traducir sus tonos. Lo que salió de su boca fue más que melancólico; derechamente iba a un solo sentido. Lo veía venir como en un poema de desamores y desilusiones. La prosa de la muchacha se apagaba, moría al mismo tiempo en que nacían sus lágrimas.
Escuchó Debussy los primeros sollozos de Doreen y no se sintió ganoso de continuar tapando el motivo por el cual ella había querido huir. Por algo se le había escapado, porque era demasiado grande su pesar, y la única manera de hacer una pena más pequeña era destrozándola a pedazos, a palabras, hasta que ya no quedara en pié ese código de sal. Deliberadamente se hincó detrás de Doreen e hizo el ademán de querer abrazarla, pero temiendo su reacción prefirió poner ambas manos en los hombros de la joven como modo de apoyo. Nunca había entendido por qué, pero la gente solía sentirse mejor cuando resguardaban sus espaldas que cuando los encaraban de frente, algo mucho más agresivo.
Fue así que desde su posición acercó su rostro a uno de los oídos de la blonda y le habló con suavidad.
—Señorita, por favor escúcheme. Las lágrimas, lejos de ensuciar, purifican. Usted lo ha dicho, este lugar contiene una magia especial que me es dificultoso aprehender, pero eso no quiere decir que no esté. Ha sido esa magia la que la ha llamado a llorar esta noche, a limpiarse de lo que sea que tenga guardado dentro de sí —sintió en medio de sus palabras una lágrima cayendo desde la mejilla derecha de la joven hacia una de sus manos. Hizo que reflexionara al respecto— La mujer tiene un don, uno que erróneamente es visto como debilidad hasta por ella misma. Usted puede llorar, dejarse ir cuando la carga era demasiado pesada como para huir con ella. No piense que le tengo lástima, que no es cierto. Mi señorita Doreen… —apoyó su mentón unos segundos en el hombro izquierdo de la chica antes de levantarlo nuevamente y terminar con lo que había pensado— …usted tiene una puerta abierta esperándola tras cada fuga frustrada —él no la tenía, pero no se lo diría— y sé que le sonará ridículo, pero también me tiene a mí, aunque mañana continúe con su vida. No olvide que estar ahí para servirle es mi placer —y cuando dijo eso último, se dio cuenta de que lo que implicaba dicha frase había cambiado. Demasiado tarde para regresar.
Quentin se sonrió para sí mismo sin llegar a mostrar su dentadura. Era sólo que resultaba todo tan irónico… ¿qué importaba ser conocido o desconocido en un universo formado por dos? Nada. Era irrelevante, sin valor. El concepto de lo apropiado se relativizaba de acuerdo a aquellos dos cómplices nocturnos surgidos por obra del azar, o tal vez no. Y en medio de esa obra azarosa de autor desconocido, lo que más hacía el mayordomo era escuchar con paciencia. Ella tenía ideas llenas de ilusión, esperanza y de buenas intenciones. Se trataba de un alma limpia, sin duda, probablemente dañada por el mundo al cual pertenecía, pero no alterada en su esencia, afortunadamente. ¿Cómo podía ser eso? El hombre que solía usar guantes blancos no lo entendía. Siempre analizaba todo con lógica para concluir un resultado irrefutable, pero con Doreen… con Doreen le faltaba encontrar algún elemento para llegar adonde estaba ella. Él no lo sabía, pero le estaba ocurriendo lo común que le pasaba a quien pasaba perdido en la oscuridad durante mucho tiempo y repentinamente veía un atisbo de luz: ceguera momentánea. No comprendía a cabalidad qué lo estaba rodeando, pero se sentía a salvo.
De esa forma habló un poco más de lo que lo hubiera hecho usando su uniforme. Ella había hecho lo mismo. Si iban a liberarse como ella decía, las cosas deberían emparejarse.
—Déjeme ver si lo entendí —se acarició la barbilla— Ya no somos desconocidos, de alguna forma usted ha resultado más suspicaz de lo que creí y se ha atrevido a decir acertadamente que busco lo mismo que usted al menos en cuanto al género. Y si pongo de mi parte, me dejará protegerla a pesar de que no es lo que busca. ¿Qué es poner de mi parte, entonces? Enséñeme, por favor. Sé que usted sabe.
Al decir esas cosas no estaba buscando ganarse un lugar dentro de las butacas de gente respetable y medianamente aceptable de Doreen; había caminado junto a él como su compañía, no como una invitada a la merienda de madame Destutt de Tracy. Decía aquello porque realmente no comprendía el modo en que la rubia veía las cosas, y ¿cómo entenderlo a la primera? A Quentin toda su vida le habían pedido u ordenado hacer cosas materiales y superficiales como ordenar la mercancía de la casa de empeño de Valmorain o, ya más de adulto, asegurarse de que los peones de la mansión cumplieran con sus quehaceres, y eso era para él “poner de su parte”. Pero la joven había entrado dentro de la escena y le estaba presentando una nueva connotación para la misma frase, y por la manera en que se expresaba, todo parecía indicar que era la acepción más importante. Era algo frustrante no captarlo de inmediato.
Lo sacó de ese estado de malogro una afirmación bastante peculiar de parte de la dama. “Querer” era una palabra que estaba fuera de su vocabulario usual, y también del de términos raramente utilizados. Jamás se había sentido parte de su familia, en cuanto a Valmorain ni siquiera valía la pena pensarlo, y a sus amos —desde Bárbara hacia atrás— los había respetado por la vida ajetreada que tenían y que lograban llevar con éxito, pero ¿qué era esa cosa tan confusa de querer a alguien? Se asimilaba a un nexo, a una atadura, eso sabía, pero nunca se había sentido pertenecer a ningún lugar, como una planta sin raíces. ¿En serio ella sabía hacer todo eso de lo que se había perdido? ¿Hacer mayores sus contadas alegrías?
—Creo que “querer” es una palabra muy grande, mi señorita. Es cierto que es una señora respetable y que le soy leal en todo lo que pueda, aún cuando ella no me supervisa, pero cualquier día ella podría prescindir de mí y yo buscaría un nuevo trabajo, así sin alterar el curso de nuestras vidas. —él negaba con su mano derecha para que Doreen bajara sus nervios, para hacerle saber que todo estaba bien, pero por dentro a él le agradaba esta zagala titubeante y espontánea, y no quería apagar eso de ella. Era lo más cercano de autenticidad que había tenido cerca hacía mucho tiempo; ¿cómo deshacerse de ello así sin más? De ninguna manera, porque no quería convertirse él en quien destruyera todo aquello tan intacto— Es de una personalidad muy considerada, mademoiselle, mas me temo que sus temores son infundados. Recuerde que no estoy aquí para juzgarla. Si lo dijo bien o mal… aquí soy un hombre cualquiera, no un maestro de modales intentando convencerla de que mientras más igual sea a un marco esperado por la sociedad, mejor mujer será. Quedamos en que eso no se interpondría y sinceramente me gustaría que así se quedara. Por favor, que no nos queda demasiado tiempo antes de que nos veamos forzados a volver a lo que llamamos vida. —apartó un cabello desordenado del rostro de Doreen, haciéndolo hacia atrás para ver mejor sus ojos claros. Reflejaban su alma, lo presentía— Yo le contestaré su pregunta cuando me lo diga, aunque no necesite pensarla, y a cambio le pediré que me conteste seguido de mi respuesta si es que se ha arrepentido de “escaparse” conmigo.
Por la idea romántica que tenía Doreen de la vida, no tenía luces de querer arrepentirse de nada, porque sus acciones iban de la mano con lo que sentía su corazón, o al menos eso se notaba en la intensidad con que manifestaba sus más profundos sentimientos. La decisión de la dorada había sido casi tan tonta y valiente como la que él había tomado, sólo que ella lo había hecho apostando todo lo que tenía, arriesgándose a perder incluso más de lo que le había confiado al destino. Todo demostraba que ella había tomado las decisiones menos convencionales y a la vez las más complejas de hacer. Alguien arriba debía quererla mucho para que no le hubiera pasado nada demasiado grave, pero alguien que llevaba una vida como ella siempre salía lastimado de alguna manera, y fue lo que le confirmó con esas frases nostálgicas de un afecto que ya no estaba.
—No había nada que me retuviera en Orleáns, para ser honesto. Sería exagerado aventurarme a decir que es más interesante que de donde usted viene, Toulouse, donde la población casi se equipara y las llanuras son más extensas. Supongo que eso no bastó para retenerla, ya que lo que buscaba no estaba en un lugar físico. Es una búsqueda algo complicada, si me permite decirle, aunque creo que usted ya lo sabe. He visto que el amor es para quien lo siente como una brújula que promete llevarte a cualquier lugar y con la cual que encontrar el norte es tan probable como encontrar cualquier otra dirección. —miró seriamente a Doreen e hizo una pausa antes de continuar— ¿Y si la guía a un romance no correspondido o a uno imposible? Puede ser una señorita enamorada de esto que ha hallado en libros, pero hasta las románticas necesitan comer. ¿Y si se enamora de alguien que no pueda darle lo que merezca para vivir? Enamorarse sería peligroso, ¿no le parece?
Se mostró conforme el varón cuando pudo resguardar a Doreen del frío. Poco le importaba que estuviera con poca o mucha ropa, bastaba con que el aire se enfriara para él poner de su parte para aliviarla. Era parte de sus principios y además le nacía. Ningún hombre debía permanecer sentado si una sola mujer se encontraba de pié, y no habría varón alguno usando saco si una dama temblaba de frío. Ella temblaba… pero por ese sonrojo hacía dudar a Quentin sobre si ese tiritón indefenso era causado por el tiempo helado o por algo más.
Ella hacía muchas preguntas, alimentada por el gozo que implicaba sentirse cómoda emocionalmente debido al ambiente tanto físico como moral que la seguía, pero Quentin no contestaba ninguna de ellas; ese evidente tono carmesí encontrado sin demasiado esfuerzo en las mejillas de Doreen, lo había hecho perder la atención momentáneamente. El frío podía soportarlo con facilidad, y trataba diariamente con las flores que debía arreglar para cada cuarto de la mansión de su dueña, volviéndose algo rutinario.
—¿Ella se dará cuenta de que no me hará desviar la atención o sólo es más testaruda que yo? —se preguntaba el mayordomo mientras la veía disfrutar con las plantas. Rompió su seguidilla de palabras cuando escuchó la sugerencia de la fémina de ser ella quien prestaba su ropa en una próxima ocasión. Sería directo con ella por haber continuado con sus evasivas— Señorita Doreen —llamó su atención con una palabra simple y certera— Usted luce… embelesadora con sus mejillas sonrojadas. ¿Por qué ocultarlas?
Quentin jamás abandonaba una interrogante, ni por conveniencia ni porque se lo pidieran, y si ella no le contestaba, se quedaría latente ahí la duda para sacarla en un futuro más cercano que remoto. Las preguntas no pasarían; no las opacarían la luz de la luna, ni se las llevaría la corriente del río. Ni siquiera si Doreen soltaba su mano y le daba la espalda, desaparecería la incertidumbre. Sucedía que la fémina se había topado con alguien que observaba con detenimiento, pero que también buscaba respuestas.
Un momentáneo silencio entre ambos hizo que Quentin volviera a estar en alerta, atento a los cambios de la joven. Era una oscuridad más pronunciada en la que ella se encontraba inmersa, por lo que verla resultaba complicado, pero eso no quería decir que no pudiera oírla, interpretar sus pausas, traducir sus tonos. Lo que salió de su boca fue más que melancólico; derechamente iba a un solo sentido. Lo veía venir como en un poema de desamores y desilusiones. La prosa de la muchacha se apagaba, moría al mismo tiempo en que nacían sus lágrimas.
Escuchó Debussy los primeros sollozos de Doreen y no se sintió ganoso de continuar tapando el motivo por el cual ella había querido huir. Por algo se le había escapado, porque era demasiado grande su pesar, y la única manera de hacer una pena más pequeña era destrozándola a pedazos, a palabras, hasta que ya no quedara en pié ese código de sal. Deliberadamente se hincó detrás de Doreen e hizo el ademán de querer abrazarla, pero temiendo su reacción prefirió poner ambas manos en los hombros de la joven como modo de apoyo. Nunca había entendido por qué, pero la gente solía sentirse mejor cuando resguardaban sus espaldas que cuando los encaraban de frente, algo mucho más agresivo.
Fue así que desde su posición acercó su rostro a uno de los oídos de la blonda y le habló con suavidad.
—Señorita, por favor escúcheme. Las lágrimas, lejos de ensuciar, purifican. Usted lo ha dicho, este lugar contiene una magia especial que me es dificultoso aprehender, pero eso no quiere decir que no esté. Ha sido esa magia la que la ha llamado a llorar esta noche, a limpiarse de lo que sea que tenga guardado dentro de sí —sintió en medio de sus palabras una lágrima cayendo desde la mejilla derecha de la joven hacia una de sus manos. Hizo que reflexionara al respecto— La mujer tiene un don, uno que erróneamente es visto como debilidad hasta por ella misma. Usted puede llorar, dejarse ir cuando la carga era demasiado pesada como para huir con ella. No piense que le tengo lástima, que no es cierto. Mi señorita Doreen… —apoyó su mentón unos segundos en el hombro izquierdo de la chica antes de levantarlo nuevamente y terminar con lo que había pensado— …usted tiene una puerta abierta esperándola tras cada fuga frustrada —él no la tenía, pero no se lo diría— y sé que le sonará ridículo, pero también me tiene a mí, aunque mañana continúe con su vida. No olvide que estar ahí para servirle es mi placer —y cuando dijo eso último, se dio cuenta de que lo que implicaba dicha frase había cambiado. Demasiado tarde para regresar.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
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Datos de interés:
Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Durante todo ese tiempo, la sensación de vacío, de caer, había ido incrementando. Ella tenía la culpa sin duda. No había hecho nada para sacar el rostro de las aguas y poder respirar con naturalidad, pero es que las falta de ganas se lo impedía. No sólo se trataba de un hoyo negro sin final, también de la falta de brazos que le ayudaran a salir, o quizás los tenía, pero tampoco quería verlos; notó que la esperanza dentro de ella no se había extinguido ni roto, pues poco a poco salía a la luz, escalando ese sendero de oscuridad con uñas y dientes. Pero no, no había logrado escapar, aún le faltaba un gran trayecto por recorrer, ni siquiera un acto de la superación había llegado, quizás nunca llegaría. Lo que le daba rabia consigo misma es mostrarse tan débil frente a un desconocido, pero ella era de esa manera ¿qué más podría mostrar? Las cosas como son, no le apetece mentirle mostrando otra manera de ser, sería también mentirse a si misma. En definitiva se encontraba bien así.
Por unos instantes se olvidó del escenario anterior, de las flores, de la luna, del río e incluso del abrigo que le cubría, también se olvidó de las preguntas, de las respuestas que debía dar y recibir. La curiosidad se moría por que el dolor invadía. Al menos ella que se trataba de todo menos razón, sino más bien de sentimientos, sólo tenía una oleada de los mismos, una oleada que parecía un maremoto, destructivo. La ventajas de ello es que después de una gran tormenta viene la calma, o al menos ese es su consuelo. ¿Podrá realizarse? Espera que si, ya tiene dos manos que parecen dispuestas a ayudarle, a acariciarle, incluso a abrazarle, aunque en ese momento sólo se encuentren sobre sus hombros. ¡Que daría ella por recibir un cálido abrazo! Que le dijeran al oído que era importante, y que jamás la volverían a soltar, pero la simple idea ya podría relacionarse con un sueño, uno tan hermoso pero que jamás ocurrirá.
Doreen sintió unas cálidas manos aferrarse a sus hombros, la presión que estás ejercían en los mismos le resultaron cálidas, muy reconfortantes, por lo regular, o al menos tenía entendido que los hombres odiaban ser el consuelo de alguien llorando, pero por extraño que pareciera, con él no tenía ese temor, y se estaba portando con ella de una forma tan poco esperada de un desconocido, así que no había problema, se dejó llevar; las lagrimas podrían purificar su alma, pero también era una prueba de las pruebas que le había mandado Dios, de lo triste que era su paso, y del dolor que ya no podía aguantar en el pecho, y que desgraciadamente buscaba liberar. Ella se sentía excesivamente expuesta, lo cual era grave, mostrar las debilidades a alguien era un arma para destruirte, pero él ya no podría destruirla más lo que estaba hecho polvo.
- Yo no quiero… No quiero llorar, no quiero purificar nada, ¿por qué duele? ¿Por qué tengo que sentir esto adentro de mi pecho? ¡No lo entiendo! - No sólo la tristeza estaba reinando su pecho, también la rabia, el enojo, la amargura, era un par de cosas negativas que ella no estaba acostumbrada en lidiar; cuando el rostro del chico susurró a su oído, ella ladeó el suyo para recargarlo en el ajeno, de esa forma le decía que hacía bien en no apartarse, le daba un poco más de complicidad a las cosas Era tener tacto, acariciar a alguien, pero no físicamente, sino con él alma. Un suspiró de ella demostró que le abrazaba en su corazón, que lo guardaba ahí, en ese maltrecho manojo de sentimientos, y que jamás lo olvidaría, muy por el contrario. Sin despegarse demasiado lo volteó a ver, de frente, con esa cercanía también le decía muchas cosas. No importó verse llorosa, con el rostro rojo, no importó que su rostro estuviera partido en mil sensaciones malas, deseaba que la viera al natural y que notara que le confiaba su poco corazón roto. Alzó su mano para acariciar la mejilla ajena, y sin importar las lagrimas, le sonrió.
- Gracias - Dijo muy bajito - Simplemente por aparecer y no dejar que cayera, por no permitir que me hundiera y que pudiera hacer alguna tontería - Porque aunque no pensaba en la muerte, estaba consiente que el dolor llegaba a cegar, a lograr que en vez de salir, se hundieran más - ¿Puedo contarte? Necesito decirlo… Yo quisiera que tu supieras - Le miraba suplicante - Para mañana puedes olvidarlo, y si le apetece no nos volvemos a ver - La idea de cargar con sus tormentos a alguien más no le gustaba, pero lo sentía tan necesario como respirar; dejó de acariciar su mejilla, de esa forma buscó las manos ajenas para tomarlas con las propias, le dio suaves tirones y le invitó a sentarse a su lado, como debía ser. Ella no entendía de donde provenía tanto valor para con él chico. Para tomar sus manos, para verlo a los ojos, para contarle sus secretos, sus dolores, pero sobretodo para hacerle formar parte de ella.
- Creo que este lugar es más que mágico, quizás incluso hasta sea bendecido por Dios, al fin y al cabo son sus creaciones ¿No lo cree? - Volvió a sonreír con naturalidad - La mujer tiene el don del llanto, pero también ustedes, no sé porque se reprimen de hacerlo, cuando nacen tienen que llorar para saberse bien, para saber que respiran, es en parte una necesidad si lo ves de está manera - Suspiró, enredó una mano con la ajena, más bien los dedos para darle un apretón cálido - ¿Recuerda lo de poner de su parte? Yo me refiera a poner el corazón en cada una de las cosas que haga conmigo, a este encuentro, a eso me refería ¿Usted lo usa a menudo? Porque, no se ofenda, pero noto que es demasiado analítico, a veces incluso demasiado automático y rígido - Le soltó las manos para colocárselas ahora a él en los hombros, dado que no la juzgaría se sentía un poco más segura, porque de no haber puesto algunas pautas al aire, quizás estaría a una distancia producente sin hacer esos gestos - El corazón debería de regirnos un poco más a todos, lo digo en general, de ser así no tendríamos tanta hambre, o tantas necesidades, pero como se piensa demasiado con la razón, con el hambre de poder, por eso quizás vivimos estos tiempos - Se encogió de hombros.
Doreen se dio cuenta que su charla aunque tenía sentido y la decía de la forma más sincera, también era una manera de retrasar su tema, su dolor, y el recibimiento de nuevas lagrimas que les estropeara tan hermoso encuentro; terminó por morderse el labio inferior, por soltar los hombros, por carraspear la garganta, por parpadear, y al final, después de tomar una bocanada de aire profunda, la dejó salir, la tensión se fue y le miró a los ojos para contarle su historia.
- La gente a mi alrededor siempre termina por irse, sino es que por morir - Aquello sonaba demasiado trágico, pero lejos de serlo era su realidad, debía mostrarle lo malo desde el inicio - Aunque a mis padres fui yo quien los dejó, me doy cuenta que quizás la raíz del problema era ese, que los dejé, que fui una malagradecida - Su voz aun se notaba tranquila - Y después llegué a Paris y aunque creí que pasaría hambre al principio no fue así, conocí muchas personas maravillosas que decían debía permanecer con ellos, fue ahí donde experimenté después de mucho apego y momentos la muerte, ellos murieron, tres, los más importantes para mi, quienes me dieron todo lo que tengo ahora, toda está vida de fantasía, de lujos que no me importaría darlo de vuelta para que ellos regresaran - Sonrió con ironía, su voz comenzaba a cortarse, y sus ojos se llenaron de ese cristalino liquido mejor conocido como lagrimas - Y después de su muerte yo encontré refugio con los niños, ¡los niños siempre tan buenos! ¡Tan llenos de vida! ¡De esperanza! ¡De amor! - Hizo una pausa breve, ella ya no deseaba verlo ya, porque sería manchar la imagen del muchacho, y ella no deseaba mancharlo con sus recuerdos y tormentos. Tragó saliva y mejor recargó su cabeza en el hombro ajeno, sonrió, pero por ella misma - Conocí a alguien, a un hombre que me prometió amor, y que le creí que me amaba, un hombre que me dio un anillo, palabras que llegaron a mi corazón, una promesa de boda, un interés por mi familia, ¡Que no le importaba que mi clase fuera inferior a la suya! Yo lo quería, si, pero un día, un día desapareció, me dejo, sin ni siquiera una carta, sólo se fue… - Y Doreen comenzó a llorar, a dejar salir esos malditos sentimientos que tenía dentro. La joven se mordió los labios intentando calmarse, pero ya lo había dicho, no había vuelta atrás. Aunque lo extraño es que un peso grande que tenía encima se le había esfumado. Había sido terapéutico para ella por fin decir lo que le dolía.
- Creo que tengo una especie de maldición ¿lo ve? Si me encariño, si quiero la gente se queda, la gente se va, la gente muere, la gente me abandona, ya no pienso querer más, me he prometido a mi, pero también a mi corazón que de ser posible se utilizará el menos tiempo, así no vuelve a dañarse, es lo mejor, o quizás solo lo utilice para otro tipo de cosas, los niños del orfanato, si, para ellos será todo mi corazón, todas mis emociones, todos mis sentimientos - A pesar de que el llanto seguía, no se sentía tan mal de seguir hablando - El corazón no es malo, malos son aquellos que no aman, de esos si debemos sentimos mal, porque la vida sin amor no es vida, es sólo vivir en automático - Doreen no deseaba seguir sentada ahí. Se puso de pie casi de un salto. Se quitó el abrigo que él le había dado y se lo colocó en el regazo, también se retiró su bata personal, se quedó con esa tela blanca que utilizaba para dormir, que le llegaba hasta las rodillas. Sentía la necesidad de meter los pies al agua, quizás el río en su cause le quitaría otro peso de encima, eso era muy probable, pues ella le había depositado esa fe al cause. Al llegar a la orilla metió primero un pie alzando la tela de su bata para no mojarla, y luego metió el otro. Respingó por el frío del liquido transparente, pero luego remangando la tela hasta sus muslos hundió su cuerpo hasta las rodillas, cerró los ojos y dejó que la sensación natural la invadiera. Unos minutos después de giró para buscar a Quentin con la mirada. Sostuvo la tela con una mano, con la otra la estiró hacía él.
- Acompáñeme - Le pidió sonriente - No le va a pasar nada, si enferma yo le cuidaré - Su voz la había alzado un poco más para que el joven llegara a escucharla - ¿Lo ve? Ya fui guiada a un romance no correspondido - Asintió - Pero también he conocido gente que no tiene nada y sin embargo me da todo, la vida de lujos no lo es todo, si lo fuera entonces las personas que van a visitar a su ama se notarían más naturales, felices - Se encogió de hombros y le arrojó agua con su mano libre - Enamorarse es peligroso, mi señor, pero incluso cuando el amor te lleva al dolor, vale la pena, se necesita tropezar las veces necesarias para encontrar al elegido; el amor se debe conocer antes de la muerte, sino la vida no habría valido la pena. Con el amor se escriben las más hermosas historias, las mejores novelas, con el amor se tiene una vida verdadera - Y así concluyó, ya había hablado demasiado. Era el turno de su acompañante. Su dolor había disminuido esa noche, y todo gracias a él: Quentin Debussy.
Por unos instantes se olvidó del escenario anterior, de las flores, de la luna, del río e incluso del abrigo que le cubría, también se olvidó de las preguntas, de las respuestas que debía dar y recibir. La curiosidad se moría por que el dolor invadía. Al menos ella que se trataba de todo menos razón, sino más bien de sentimientos, sólo tenía una oleada de los mismos, una oleada que parecía un maremoto, destructivo. La ventajas de ello es que después de una gran tormenta viene la calma, o al menos ese es su consuelo. ¿Podrá realizarse? Espera que si, ya tiene dos manos que parecen dispuestas a ayudarle, a acariciarle, incluso a abrazarle, aunque en ese momento sólo se encuentren sobre sus hombros. ¡Que daría ella por recibir un cálido abrazo! Que le dijeran al oído que era importante, y que jamás la volverían a soltar, pero la simple idea ya podría relacionarse con un sueño, uno tan hermoso pero que jamás ocurrirá.
Doreen sintió unas cálidas manos aferrarse a sus hombros, la presión que estás ejercían en los mismos le resultaron cálidas, muy reconfortantes, por lo regular, o al menos tenía entendido que los hombres odiaban ser el consuelo de alguien llorando, pero por extraño que pareciera, con él no tenía ese temor, y se estaba portando con ella de una forma tan poco esperada de un desconocido, así que no había problema, se dejó llevar; las lagrimas podrían purificar su alma, pero también era una prueba de las pruebas que le había mandado Dios, de lo triste que era su paso, y del dolor que ya no podía aguantar en el pecho, y que desgraciadamente buscaba liberar. Ella se sentía excesivamente expuesta, lo cual era grave, mostrar las debilidades a alguien era un arma para destruirte, pero él ya no podría destruirla más lo que estaba hecho polvo.
- Yo no quiero… No quiero llorar, no quiero purificar nada, ¿por qué duele? ¿Por qué tengo que sentir esto adentro de mi pecho? ¡No lo entiendo! - No sólo la tristeza estaba reinando su pecho, también la rabia, el enojo, la amargura, era un par de cosas negativas que ella no estaba acostumbrada en lidiar; cuando el rostro del chico susurró a su oído, ella ladeó el suyo para recargarlo en el ajeno, de esa forma le decía que hacía bien en no apartarse, le daba un poco más de complicidad a las cosas Era tener tacto, acariciar a alguien, pero no físicamente, sino con él alma. Un suspiró de ella demostró que le abrazaba en su corazón, que lo guardaba ahí, en ese maltrecho manojo de sentimientos, y que jamás lo olvidaría, muy por el contrario. Sin despegarse demasiado lo volteó a ver, de frente, con esa cercanía también le decía muchas cosas. No importó verse llorosa, con el rostro rojo, no importó que su rostro estuviera partido en mil sensaciones malas, deseaba que la viera al natural y que notara que le confiaba su poco corazón roto. Alzó su mano para acariciar la mejilla ajena, y sin importar las lagrimas, le sonrió.
- Gracias - Dijo muy bajito - Simplemente por aparecer y no dejar que cayera, por no permitir que me hundiera y que pudiera hacer alguna tontería - Porque aunque no pensaba en la muerte, estaba consiente que el dolor llegaba a cegar, a lograr que en vez de salir, se hundieran más - ¿Puedo contarte? Necesito decirlo… Yo quisiera que tu supieras - Le miraba suplicante - Para mañana puedes olvidarlo, y si le apetece no nos volvemos a ver - La idea de cargar con sus tormentos a alguien más no le gustaba, pero lo sentía tan necesario como respirar; dejó de acariciar su mejilla, de esa forma buscó las manos ajenas para tomarlas con las propias, le dio suaves tirones y le invitó a sentarse a su lado, como debía ser. Ella no entendía de donde provenía tanto valor para con él chico. Para tomar sus manos, para verlo a los ojos, para contarle sus secretos, sus dolores, pero sobretodo para hacerle formar parte de ella.
- Creo que este lugar es más que mágico, quizás incluso hasta sea bendecido por Dios, al fin y al cabo son sus creaciones ¿No lo cree? - Volvió a sonreír con naturalidad - La mujer tiene el don del llanto, pero también ustedes, no sé porque se reprimen de hacerlo, cuando nacen tienen que llorar para saberse bien, para saber que respiran, es en parte una necesidad si lo ves de está manera - Suspiró, enredó una mano con la ajena, más bien los dedos para darle un apretón cálido - ¿Recuerda lo de poner de su parte? Yo me refiera a poner el corazón en cada una de las cosas que haga conmigo, a este encuentro, a eso me refería ¿Usted lo usa a menudo? Porque, no se ofenda, pero noto que es demasiado analítico, a veces incluso demasiado automático y rígido - Le soltó las manos para colocárselas ahora a él en los hombros, dado que no la juzgaría se sentía un poco más segura, porque de no haber puesto algunas pautas al aire, quizás estaría a una distancia producente sin hacer esos gestos - El corazón debería de regirnos un poco más a todos, lo digo en general, de ser así no tendríamos tanta hambre, o tantas necesidades, pero como se piensa demasiado con la razón, con el hambre de poder, por eso quizás vivimos estos tiempos - Se encogió de hombros.
Doreen se dio cuenta que su charla aunque tenía sentido y la decía de la forma más sincera, también era una manera de retrasar su tema, su dolor, y el recibimiento de nuevas lagrimas que les estropeara tan hermoso encuentro; terminó por morderse el labio inferior, por soltar los hombros, por carraspear la garganta, por parpadear, y al final, después de tomar una bocanada de aire profunda, la dejó salir, la tensión se fue y le miró a los ojos para contarle su historia.
- La gente a mi alrededor siempre termina por irse, sino es que por morir - Aquello sonaba demasiado trágico, pero lejos de serlo era su realidad, debía mostrarle lo malo desde el inicio - Aunque a mis padres fui yo quien los dejó, me doy cuenta que quizás la raíz del problema era ese, que los dejé, que fui una malagradecida - Su voz aun se notaba tranquila - Y después llegué a Paris y aunque creí que pasaría hambre al principio no fue así, conocí muchas personas maravillosas que decían debía permanecer con ellos, fue ahí donde experimenté después de mucho apego y momentos la muerte, ellos murieron, tres, los más importantes para mi, quienes me dieron todo lo que tengo ahora, toda está vida de fantasía, de lujos que no me importaría darlo de vuelta para que ellos regresaran - Sonrió con ironía, su voz comenzaba a cortarse, y sus ojos se llenaron de ese cristalino liquido mejor conocido como lagrimas - Y después de su muerte yo encontré refugio con los niños, ¡los niños siempre tan buenos! ¡Tan llenos de vida! ¡De esperanza! ¡De amor! - Hizo una pausa breve, ella ya no deseaba verlo ya, porque sería manchar la imagen del muchacho, y ella no deseaba mancharlo con sus recuerdos y tormentos. Tragó saliva y mejor recargó su cabeza en el hombro ajeno, sonrió, pero por ella misma - Conocí a alguien, a un hombre que me prometió amor, y que le creí que me amaba, un hombre que me dio un anillo, palabras que llegaron a mi corazón, una promesa de boda, un interés por mi familia, ¡Que no le importaba que mi clase fuera inferior a la suya! Yo lo quería, si, pero un día, un día desapareció, me dejo, sin ni siquiera una carta, sólo se fue… - Y Doreen comenzó a llorar, a dejar salir esos malditos sentimientos que tenía dentro. La joven se mordió los labios intentando calmarse, pero ya lo había dicho, no había vuelta atrás. Aunque lo extraño es que un peso grande que tenía encima se le había esfumado. Había sido terapéutico para ella por fin decir lo que le dolía.
- Creo que tengo una especie de maldición ¿lo ve? Si me encariño, si quiero la gente se queda, la gente se va, la gente muere, la gente me abandona, ya no pienso querer más, me he prometido a mi, pero también a mi corazón que de ser posible se utilizará el menos tiempo, así no vuelve a dañarse, es lo mejor, o quizás solo lo utilice para otro tipo de cosas, los niños del orfanato, si, para ellos será todo mi corazón, todas mis emociones, todos mis sentimientos - A pesar de que el llanto seguía, no se sentía tan mal de seguir hablando - El corazón no es malo, malos son aquellos que no aman, de esos si debemos sentimos mal, porque la vida sin amor no es vida, es sólo vivir en automático - Doreen no deseaba seguir sentada ahí. Se puso de pie casi de un salto. Se quitó el abrigo que él le había dado y se lo colocó en el regazo, también se retiró su bata personal, se quedó con esa tela blanca que utilizaba para dormir, que le llegaba hasta las rodillas. Sentía la necesidad de meter los pies al agua, quizás el río en su cause le quitaría otro peso de encima, eso era muy probable, pues ella le había depositado esa fe al cause. Al llegar a la orilla metió primero un pie alzando la tela de su bata para no mojarla, y luego metió el otro. Respingó por el frío del liquido transparente, pero luego remangando la tela hasta sus muslos hundió su cuerpo hasta las rodillas, cerró los ojos y dejó que la sensación natural la invadiera. Unos minutos después de giró para buscar a Quentin con la mirada. Sostuvo la tela con una mano, con la otra la estiró hacía él.
- Acompáñeme - Le pidió sonriente - No le va a pasar nada, si enferma yo le cuidaré - Su voz la había alzado un poco más para que el joven llegara a escucharla - ¿Lo ve? Ya fui guiada a un romance no correspondido - Asintió - Pero también he conocido gente que no tiene nada y sin embargo me da todo, la vida de lujos no lo es todo, si lo fuera entonces las personas que van a visitar a su ama se notarían más naturales, felices - Se encogió de hombros y le arrojó agua con su mano libre - Enamorarse es peligroso, mi señor, pero incluso cuando el amor te lleva al dolor, vale la pena, se necesita tropezar las veces necesarias para encontrar al elegido; el amor se debe conocer antes de la muerte, sino la vida no habría valido la pena. Con el amor se escriben las más hermosas historias, las mejores novelas, con el amor se tiene una vida verdadera - Y así concluyó, ya había hablado demasiado. Era el turno de su acompañante. Su dolor había disminuido esa noche, y todo gracias a él: Quentin Debussy.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
El caballero no intentó darle falsos argumentos. ¿De qué servirían? No habían ido allí para tapar sus penas, sino para dejarlas ir. Si iba a ayudar, debía cuidar que no eludiera más.
—Intente no buscar explicaciones, mademoiselle. Aquello sólo aumentará su tormento. Sé que debe resultar terrible lo que le estoy pidiendo, pero es necesario que lo acepte y lo deje ir. Prefiero que se libere conmigo antes que sola, sin una mano que la haga hacia atrás —acariciaba los hombros de Doreen casi por inercia, como una forma de estar cerca a pesar de la distancia que como caballero debía tener.
El llanto de la joven sonaba doloroso, indefenso. ¿Qué la había hecho llorar así? A Quentin se le hacía que sólo la pérdida de una intensa y duradera ilusión dejaba un efecto de amargura tan prolongado como aquel que se escurría de los ojos de Doreen. Se dio cuenta entonces el mayordomo de que estaba inmerso en la oscuridad junto a un corazón roto, a un alma adolorida, y a un par de ojos empapados en las promesas del ayer que ya no podrían ser. Se preguntó también qué se sentiría ver escurrirse las esperanzas entre los dedos como si fueran agua y se contestó que estaba fuera de su entendimiento, porque nunca había esperado nada de nadie más que de él mismo, sin ilusiones, y por lo mismo tampoco era feliz. Al parecer ella lo había sido en algún momento. No valía la pena discutir si pesaba más haber perdido algo o no haberlo tenido jamás, porque la respuesta ante sus ojos azulados sollozaba.
No supo qué esperar cuando la joven se volteó a verlo con esa mirada mezclada con desconsuelo y gratitud. Pensó el hombre que algo debía estar mal con él, porque aún con esas brillantes gotas invadiendo su faz, la joven resultaba dar vida a una visión cuya belleza se comía el aire de sus pulmones. Era algo hermoso y taciturno a la vez, como si Dios hubiera mandado a sus ángeles para que bajaran del cielo y lloraran por la suerte de la tierra. No había nada más triste que un ángel llorando, y más cuando éste intentaba sonreír y te acariciaba la mejilla. Quentin se quedó quieto y con los labios entreabiertos, simplemente observándola y oyéndola. Ella lo necesitaba más que nunca ahora que su carga se había derrumbado en el camino y no podría continuar sin haberse librado de ella, al menos en una parte.
—No tiene nada que agradecer. Estoy junto a usted por voluntad propia, no por un favor ni mucho menos por una orden. Quedamos en que así sería nuestro trato, ¿verdad? —ese contacto cálido en su mejilla lo acogía, hacía que se sintiera importante por quien le hablaba. Sin medir las consecuencias posó su mano sobre la de Doreen, manteniéndola en el lugar, así como también mantenía sus ojos en el rostro de la chica. Se quedaría; quería al menos intentar enterrar su angustia. De esa forma, el varón también podría sanarse a sí mismo, aunque no lo supiera— Cuénteme, yo le prometo no interrumpirla; sin embargo, debo hacer una reserva: no me pida que lo olvide. Es lo más humano que he tenido cerca.
Ella pareció aceptar dicho trato cuando lo tomó de sus manos y lo sentó junto a ella. Desde esa posición estaban como iguales, a la misma altura, lejos de la sociedad que los condenaría si los viera de esa manera. Sólo ubicados en un mismo plano averiguarían cómo curar sus heridas. Quentin inhaló el aire que se había generado entre los dos, tan liviano por fuera como no estaba siendo por dentro. Se quedó tranquilo viendo a la zagala a su lado, despacio haciendo viajar su vista por los ojos temblorosos de Doreen hasta que lo detuvo la imagen de su boca rosácea; por primera vez en mucho tiempo hablaría de sus suplicios, pues ya no conseguía arrastrarlos.
—Hay veces en que dudo sobre la efectividad de dicha magia, pero me volveré el más férreo creyente si consigue disolver el llanto que su alma desprende —hablaba de manera gentil con tintes de neutralidad. Ocurría que mientras más incómodo fuera un tema, más formal sonaba. Iba a misa cada Domingo, oraba las veces necesarias por día, pero no sentía esa ilusión que todos mostraban por Dios, porque nunca se había sentido bendecido.— Llorar… llorar es una costumbre, lo que solemos hacer cuando todo se cierra, cuando ya hemos intentado todo. —una sonrisa nostálgica se tomó su rostro cuando recordó una de las pocas veces en que había llorado, en su infancia, cuando le dijeron que su hermana era en realidad su madre. ¿Qué pudo hacer para cambiar esa realidad? Nada. Y fue por eso que la frustración del momento se tradujo en lágrimas— Pero las costumbres son modificables hasta cierto punto. Cambié la típica respuesta de las lágrimas con el bajo perfil, de eso hace años. Verá usted… cuando algo deja de ocuparse, pronto se olvida el cómo. Ya no se accionan mis ojos, es todo. Es por eso que usted tiene ese don y yo no lo tengo.
Una tibia sensación se internó en su pecho cuando sintió la mano de Doreen entrelazándose con la suya, no sólo manteniéndola en dicho sitio, sino que también percibiendo su textura. ¿Hace cuánto que no había sentido la palma de una mujer contra la suya? Ayer no, desde luego, ni hace años tampoco. No era casto tampoco; su lecho había sido llenado las veces que su necesidad se lo había encomendado incluso antes de convertirse en mayordomo, pero en ninguna de esas veces había existido una complicidad y afectividad mutua que llevara a los amantes a algo más que el acto mismo. Y en eso consistía acariciar las manos, palpar las mejillas, oler el cabello, besar la frente. Eran muestras desinteresadas de afecto. ¿Sentía eso Doreen por él o se comportaba así por su naturaleza afable? No tuvo tiempo para preguntárselo; ella quería hablarle de algo importante. Poner su corazón… ella lo explicaba como si fuera lo más normal sobre la faz de la tierra, pero para él era todavía una isla por descubrir. ¿Y cómo haberla descubierto antes si su madre le había negado esa enseñanza? Suspiró pesadamente. Sería una lección difícil de superar. Su mano se contrajo en la de Doreen un poco más. La miró fijamente, sin expresión alguna. La respuesta era una sola y no la disfrazaría con un gesto agradable.
—No lo uso. —así de simple—Ni tampoco llegaré a usarlo como usted dice. Cuando un órgano no se usa, eventualmente deja de funcionar y se atrofia. Eso es lo que ocurre con el mío. No es cuestión de voluntad. Siendo sincero con usted, la estabilidad no llegó a mi vida sino hasta que fui instruido como maestresala. Para ese entonces ya había cumplido mi mayoría de edad sin haber necesitado ocupar mi corazón en todos esos años. De haberlo utilizado, no estaría aquí, con usted. —de pronto sintió la misma delicada mano de la muchacha llegar a sus hombros, haciéndolos temblar al contraponer sus nervios tensos con los de la suavidad de sus dedos femeninos— Fue porque no dejé que el corazón me rigiera que no morí de hambre y ahora siento que no necesito nada más para vivir que aire, alimento y un techo. ¿Qué es lo que me aportaría usar mi corazón? ¿Qué es lo que a usted le ha aportado?
Con la primera parte del discurso de Doreen, quedaba claro que no le convenía en ningún sentido aventurarse en esa travesía cuyo fin parecía ser un naufragio sin sobrevivientes y sin señales de tierra cercana. Ella había tenido más suerte de la que solían tener las mujeres bellas que emprendían prematuramente, sin el brazo protector de un marido sobre ellas. Podría haberle pasado de todo. Lo más insólito de todo era que después de haber escapado de las garras de la miseria, prefiriera volver a ellas antes que no recuperar jamás a esos seres que habían partido. Incluso se le partía la garganta al mencionarlos, como si todavía conservara las esperanzas de verlos. ¿Por qué aún las mantenía si no obtendría nada de ellas? Todo se debía a una causa que Quentin desconocía, aquello que hacía falta para que comprendiera por qué Doreen se emocionaba al recordar a esos niños desposeídos. No lo comprendía; ella no recibía nada a cambio, los niños eran los únicos beneficiados. El mayordomo se mostraba confundido. Quedaba un largo trecho por recorrer.
Sólo sentía que ver llorar a Doreen era una de las cosas más tristes que hubiera podido apreciar, porque creía tan ciegamente en que todas las emociones que estaba intentando transmitir que poco y nada se enfocaba en las consecuencias de querer así a alguien. Ella tenía razón; Quentin era demasiado analítico para su propio bien. Pero cuando sentía la cercanía de aquella moza, como ahora que la tenía recargada sobre su hombro como si fuera a dormir, esa estructura fija tambaleaba. No sabía lo que era, pero se sentía bien, no conforme. Inconcientemente llevó una de sus manos al cabello de Doreen, arriesgándose a que ella se pusiera de pié y se marchara. Comenzó a acariciar con sutileza las hebras de su cabello rubio. El hombre no había mentido; era lo más puro que había encontrado en un mundo podrido y que pudría lo que en él se encontrase.
De pronto sintió su hombro un poco más pesado, pero no porque la joven estuviera ejerciendo más presión, sino porque había penas cuya salida estaba pendiente. No podía retrasarla más.
—Algo falta —se adelantó el hombre— La escucho. Aquí estoy.
Así que le habían matado la ilusión más grande de todas, como lo suponía. La misma gente que había amado con fervor la había abandonado con la misma potencia. Y la inseguridad había quedado impregnada en ella y también en sus pasatiempos. Sólo se escuchaba de monjas y viudas enfocando sus vidas en causas sociales como los niños, pero nunca de una joven y atractiva doncella. No tenía ninguna lógica esa decisión. Quería huir de todas las maneras posibles, se notaba. Fue entonces que sacó del saco que usaba Doreen el pañuelo que al inicio de verla había utilizado, y se lo entregó en sus manos.
—Quédeselo, por favor. Lo necesita más que yo —dijo con convicción. Luego conseguiría otro, no le costaría. Lo importante con esa entrega no era el valor monetario— Piense que cuando lo utilice, estaré acompañándola en su desdicha. Tómelo como un amuleto de buena suerte para que ningún palurdo la traicione de esa forma otra vez. —hizo una pausa al notar que no había medido sus palabras— Perdóneme si le parece ofensivo, sé que no conozco a ese hombre que la hizo sufrir, pero sé lo suficiente para decir lo que es. Es un estúpido. Sólo un estúpido abandonaría a alguien como usted.
Cuando Doreen se puso de pié repentinamente, Quentin se preguntó si acaso había dicho algo malo o si había sido demasiado duro. Lo siguiente no tuvo explicación alguna para él. Ella se quitó el abrigo y lo dejó a un lado, hasta ahí todo bien; fue un cuento distinto cuando también removió la bata de su cuerpo y quedó únicamente con una delgada capa de tela blanca que apenas le cubría las rodillas. El hombre, aún sentado, tuvo que apoyarse sobre sus muñecas para no caer de espaldas. Ver la piel expuesta de las pantorrillas de Doreen iluminada por la luz de la luna y caminando paulatinamente hasta el río hacía que olvidara quién era él y quién era ella para solamente enfocarse en admirarla.
Y cuando ella se volteó a verlo a invitarlo con ella a meterse al agua… ahí fue cuando se puso una mano sobre la cabeza, se revolvió el cabello, y se preguntó si acaso eso le estaba pasando a él. Se propuso contenerse, no acceder ante la petición de la dama, porque sabía bien lo que se apoderaría de él si lo hacía. Costaba, realmente era complejo quedarse allí con una invitación como esa. Quentin reía intentando conservar la vista en el suelo y no en las generosas caderas de la mujer. Lo más inaudito era que ella no parecía tener noción alguna del inmenso poder que tenía. Lo estaba provocando sin planearlo.
El mayordomo rompió el silencio. Sus ojos fueron iluminados por la luz lunar cuando se atrevió a mirarla de nuevo.
—Es algo cruel de su parte esperar que le conteste coherentemente después de… —no completó la frase, no valía la pena— Usted puede asegurarme y prometerme que me cuidará, señorita. Sé que puede hacerlo. No obstante, no puede garantizar que sea inmune. Si enamorarse es peligroso, acompañarla en el agua también, tanto para usted como para mí. —hizo una pausa cerrando sus ojos con fuerza cuando notó que se habían perdido en las rodillas de Doreen. Continuó hablando así— Puede que sea un servidor, pero también soy un hombre. Con el respeto que merece, usted es una mujer hermosa; cualquier hombre la acompañaría, pero no sin consecuencias que pudiera lamentar. Es por su bien que guardo mi distancia.
Y sería mejor que la doncella no tentara a la suerte.
—Intente no buscar explicaciones, mademoiselle. Aquello sólo aumentará su tormento. Sé que debe resultar terrible lo que le estoy pidiendo, pero es necesario que lo acepte y lo deje ir. Prefiero que se libere conmigo antes que sola, sin una mano que la haga hacia atrás —acariciaba los hombros de Doreen casi por inercia, como una forma de estar cerca a pesar de la distancia que como caballero debía tener.
El llanto de la joven sonaba doloroso, indefenso. ¿Qué la había hecho llorar así? A Quentin se le hacía que sólo la pérdida de una intensa y duradera ilusión dejaba un efecto de amargura tan prolongado como aquel que se escurría de los ojos de Doreen. Se dio cuenta entonces el mayordomo de que estaba inmerso en la oscuridad junto a un corazón roto, a un alma adolorida, y a un par de ojos empapados en las promesas del ayer que ya no podrían ser. Se preguntó también qué se sentiría ver escurrirse las esperanzas entre los dedos como si fueran agua y se contestó que estaba fuera de su entendimiento, porque nunca había esperado nada de nadie más que de él mismo, sin ilusiones, y por lo mismo tampoco era feliz. Al parecer ella lo había sido en algún momento. No valía la pena discutir si pesaba más haber perdido algo o no haberlo tenido jamás, porque la respuesta ante sus ojos azulados sollozaba.
No supo qué esperar cuando la joven se volteó a verlo con esa mirada mezclada con desconsuelo y gratitud. Pensó el hombre que algo debía estar mal con él, porque aún con esas brillantes gotas invadiendo su faz, la joven resultaba dar vida a una visión cuya belleza se comía el aire de sus pulmones. Era algo hermoso y taciturno a la vez, como si Dios hubiera mandado a sus ángeles para que bajaran del cielo y lloraran por la suerte de la tierra. No había nada más triste que un ángel llorando, y más cuando éste intentaba sonreír y te acariciaba la mejilla. Quentin se quedó quieto y con los labios entreabiertos, simplemente observándola y oyéndola. Ella lo necesitaba más que nunca ahora que su carga se había derrumbado en el camino y no podría continuar sin haberse librado de ella, al menos en una parte.
—No tiene nada que agradecer. Estoy junto a usted por voluntad propia, no por un favor ni mucho menos por una orden. Quedamos en que así sería nuestro trato, ¿verdad? —ese contacto cálido en su mejilla lo acogía, hacía que se sintiera importante por quien le hablaba. Sin medir las consecuencias posó su mano sobre la de Doreen, manteniéndola en el lugar, así como también mantenía sus ojos en el rostro de la chica. Se quedaría; quería al menos intentar enterrar su angustia. De esa forma, el varón también podría sanarse a sí mismo, aunque no lo supiera— Cuénteme, yo le prometo no interrumpirla; sin embargo, debo hacer una reserva: no me pida que lo olvide. Es lo más humano que he tenido cerca.
Ella pareció aceptar dicho trato cuando lo tomó de sus manos y lo sentó junto a ella. Desde esa posición estaban como iguales, a la misma altura, lejos de la sociedad que los condenaría si los viera de esa manera. Sólo ubicados en un mismo plano averiguarían cómo curar sus heridas. Quentin inhaló el aire que se había generado entre los dos, tan liviano por fuera como no estaba siendo por dentro. Se quedó tranquilo viendo a la zagala a su lado, despacio haciendo viajar su vista por los ojos temblorosos de Doreen hasta que lo detuvo la imagen de su boca rosácea; por primera vez en mucho tiempo hablaría de sus suplicios, pues ya no conseguía arrastrarlos.
—Hay veces en que dudo sobre la efectividad de dicha magia, pero me volveré el más férreo creyente si consigue disolver el llanto que su alma desprende —hablaba de manera gentil con tintes de neutralidad. Ocurría que mientras más incómodo fuera un tema, más formal sonaba. Iba a misa cada Domingo, oraba las veces necesarias por día, pero no sentía esa ilusión que todos mostraban por Dios, porque nunca se había sentido bendecido.— Llorar… llorar es una costumbre, lo que solemos hacer cuando todo se cierra, cuando ya hemos intentado todo. —una sonrisa nostálgica se tomó su rostro cuando recordó una de las pocas veces en que había llorado, en su infancia, cuando le dijeron que su hermana era en realidad su madre. ¿Qué pudo hacer para cambiar esa realidad? Nada. Y fue por eso que la frustración del momento se tradujo en lágrimas— Pero las costumbres son modificables hasta cierto punto. Cambié la típica respuesta de las lágrimas con el bajo perfil, de eso hace años. Verá usted… cuando algo deja de ocuparse, pronto se olvida el cómo. Ya no se accionan mis ojos, es todo. Es por eso que usted tiene ese don y yo no lo tengo.
Una tibia sensación se internó en su pecho cuando sintió la mano de Doreen entrelazándose con la suya, no sólo manteniéndola en dicho sitio, sino que también percibiendo su textura. ¿Hace cuánto que no había sentido la palma de una mujer contra la suya? Ayer no, desde luego, ni hace años tampoco. No era casto tampoco; su lecho había sido llenado las veces que su necesidad se lo había encomendado incluso antes de convertirse en mayordomo, pero en ninguna de esas veces había existido una complicidad y afectividad mutua que llevara a los amantes a algo más que el acto mismo. Y en eso consistía acariciar las manos, palpar las mejillas, oler el cabello, besar la frente. Eran muestras desinteresadas de afecto. ¿Sentía eso Doreen por él o se comportaba así por su naturaleza afable? No tuvo tiempo para preguntárselo; ella quería hablarle de algo importante. Poner su corazón… ella lo explicaba como si fuera lo más normal sobre la faz de la tierra, pero para él era todavía una isla por descubrir. ¿Y cómo haberla descubierto antes si su madre le había negado esa enseñanza? Suspiró pesadamente. Sería una lección difícil de superar. Su mano se contrajo en la de Doreen un poco más. La miró fijamente, sin expresión alguna. La respuesta era una sola y no la disfrazaría con un gesto agradable.
—No lo uso. —así de simple—Ni tampoco llegaré a usarlo como usted dice. Cuando un órgano no se usa, eventualmente deja de funcionar y se atrofia. Eso es lo que ocurre con el mío. No es cuestión de voluntad. Siendo sincero con usted, la estabilidad no llegó a mi vida sino hasta que fui instruido como maestresala. Para ese entonces ya había cumplido mi mayoría de edad sin haber necesitado ocupar mi corazón en todos esos años. De haberlo utilizado, no estaría aquí, con usted. —de pronto sintió la misma delicada mano de la muchacha llegar a sus hombros, haciéndolos temblar al contraponer sus nervios tensos con los de la suavidad de sus dedos femeninos— Fue porque no dejé que el corazón me rigiera que no morí de hambre y ahora siento que no necesito nada más para vivir que aire, alimento y un techo. ¿Qué es lo que me aportaría usar mi corazón? ¿Qué es lo que a usted le ha aportado?
Con la primera parte del discurso de Doreen, quedaba claro que no le convenía en ningún sentido aventurarse en esa travesía cuyo fin parecía ser un naufragio sin sobrevivientes y sin señales de tierra cercana. Ella había tenido más suerte de la que solían tener las mujeres bellas que emprendían prematuramente, sin el brazo protector de un marido sobre ellas. Podría haberle pasado de todo. Lo más insólito de todo era que después de haber escapado de las garras de la miseria, prefiriera volver a ellas antes que no recuperar jamás a esos seres que habían partido. Incluso se le partía la garganta al mencionarlos, como si todavía conservara las esperanzas de verlos. ¿Por qué aún las mantenía si no obtendría nada de ellas? Todo se debía a una causa que Quentin desconocía, aquello que hacía falta para que comprendiera por qué Doreen se emocionaba al recordar a esos niños desposeídos. No lo comprendía; ella no recibía nada a cambio, los niños eran los únicos beneficiados. El mayordomo se mostraba confundido. Quedaba un largo trecho por recorrer.
Sólo sentía que ver llorar a Doreen era una de las cosas más tristes que hubiera podido apreciar, porque creía tan ciegamente en que todas las emociones que estaba intentando transmitir que poco y nada se enfocaba en las consecuencias de querer así a alguien. Ella tenía razón; Quentin era demasiado analítico para su propio bien. Pero cuando sentía la cercanía de aquella moza, como ahora que la tenía recargada sobre su hombro como si fuera a dormir, esa estructura fija tambaleaba. No sabía lo que era, pero se sentía bien, no conforme. Inconcientemente llevó una de sus manos al cabello de Doreen, arriesgándose a que ella se pusiera de pié y se marchara. Comenzó a acariciar con sutileza las hebras de su cabello rubio. El hombre no había mentido; era lo más puro que había encontrado en un mundo podrido y que pudría lo que en él se encontrase.
De pronto sintió su hombro un poco más pesado, pero no porque la joven estuviera ejerciendo más presión, sino porque había penas cuya salida estaba pendiente. No podía retrasarla más.
—Algo falta —se adelantó el hombre— La escucho. Aquí estoy.
Así que le habían matado la ilusión más grande de todas, como lo suponía. La misma gente que había amado con fervor la había abandonado con la misma potencia. Y la inseguridad había quedado impregnada en ella y también en sus pasatiempos. Sólo se escuchaba de monjas y viudas enfocando sus vidas en causas sociales como los niños, pero nunca de una joven y atractiva doncella. No tenía ninguna lógica esa decisión. Quería huir de todas las maneras posibles, se notaba. Fue entonces que sacó del saco que usaba Doreen el pañuelo que al inicio de verla había utilizado, y se lo entregó en sus manos.
—Quédeselo, por favor. Lo necesita más que yo —dijo con convicción. Luego conseguiría otro, no le costaría. Lo importante con esa entrega no era el valor monetario— Piense que cuando lo utilice, estaré acompañándola en su desdicha. Tómelo como un amuleto de buena suerte para que ningún palurdo la traicione de esa forma otra vez. —hizo una pausa al notar que no había medido sus palabras— Perdóneme si le parece ofensivo, sé que no conozco a ese hombre que la hizo sufrir, pero sé lo suficiente para decir lo que es. Es un estúpido. Sólo un estúpido abandonaría a alguien como usted.
Cuando Doreen se puso de pié repentinamente, Quentin se preguntó si acaso había dicho algo malo o si había sido demasiado duro. Lo siguiente no tuvo explicación alguna para él. Ella se quitó el abrigo y lo dejó a un lado, hasta ahí todo bien; fue un cuento distinto cuando también removió la bata de su cuerpo y quedó únicamente con una delgada capa de tela blanca que apenas le cubría las rodillas. El hombre, aún sentado, tuvo que apoyarse sobre sus muñecas para no caer de espaldas. Ver la piel expuesta de las pantorrillas de Doreen iluminada por la luz de la luna y caminando paulatinamente hasta el río hacía que olvidara quién era él y quién era ella para solamente enfocarse en admirarla.
Y cuando ella se volteó a verlo a invitarlo con ella a meterse al agua… ahí fue cuando se puso una mano sobre la cabeza, se revolvió el cabello, y se preguntó si acaso eso le estaba pasando a él. Se propuso contenerse, no acceder ante la petición de la dama, porque sabía bien lo que se apoderaría de él si lo hacía. Costaba, realmente era complejo quedarse allí con una invitación como esa. Quentin reía intentando conservar la vista en el suelo y no en las generosas caderas de la mujer. Lo más inaudito era que ella no parecía tener noción alguna del inmenso poder que tenía. Lo estaba provocando sin planearlo.
El mayordomo rompió el silencio. Sus ojos fueron iluminados por la luz lunar cuando se atrevió a mirarla de nuevo.
—Es algo cruel de su parte esperar que le conteste coherentemente después de… —no completó la frase, no valía la pena— Usted puede asegurarme y prometerme que me cuidará, señorita. Sé que puede hacerlo. No obstante, no puede garantizar que sea inmune. Si enamorarse es peligroso, acompañarla en el agua también, tanto para usted como para mí. —hizo una pausa cerrando sus ojos con fuerza cuando notó que se habían perdido en las rodillas de Doreen. Continuó hablando así— Puede que sea un servidor, pero también soy un hombre. Con el respeto que merece, usted es una mujer hermosa; cualquier hombre la acompañaría, pero no sin consecuencias que pudiera lamentar. Es por su bien que guardo mi distancia.
Y sería mejor que la doncella no tentara a la suerte.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
La mirada de Doreen se paseaba en las aguas, en aquellas ondas que se producían gracias al cause. Le gustaba. ¿Cómo no lo haría aquello? Quizás era un gesto natural de la naturaleza, pero no por eso menos importante o hermoso; sus piernas podían sentir la presión del líquido cristalino al chocar con ellas. Obstruían el paso, eso era malo, nadie debía detener al agua, porque daba vida, porque ayudaba al día con día de los humanos, y también de esas criaturas oscuras que se empeñaban en esconderse y al mismo tiempo a imponerse. ¡Vaya ironía! Pero no valía la pena recordarlos, mucho menos hablar de ellos, quienes en ese momento debían estar al acecho de su posible nueva víctima, incluso ellos mismos podrían serlo. Que egoísta de su parte exponer al hombre a tales peligros, aunque si él supiera de esos seres quizás ni siquiera la habría dejado caminar hasta ahí, tal vez la habría llevado de vuelta a casa; notó entonces que el tema de su corazón ya no estaba siendo tan importante, que lo estaba soltando con simplemente confesarlo, quizás era lo que le hacía falta, tener a alguien que le escuchara el dolor que cargaba dentro. Alguien que no le juzgara, pero que estuviera dispuesto a seguir ahí. Para ella. Estaba tan agradecida que se dejaba llevar por la confianza, las emociones, y la complicidad de la noche ¿qué había de malo en eso?
Quentin sin darse cuenta se había convertido ya en un pilar para ella, se suponía que era ahora una estructura desecha a causa de las guerras que le vinieron encima, había el material para poder montar de nuevo una hermosa casa, pero sola no podía armar cada una de las piezas que necesitaba para el rompecabezas de su vida, sin embargo, él llegaba, él tomaba el primer bloque, pero no cualquiera, sino la columna más pesada, larga y gruesa para ponerla de pie, para darle un punto de referencia. Se había vuelto el centro de lo que se iría armando con paciencia, con esmero, pero sobretodo con mucho amor, porque no había cosa que ella no hiciera sino fuera de por medio el amor; para Doreen no bastaba un corazón roto para dejar de sacarle jugo y seguir usándolo. ¿Importara que le dijeran tonta por repetir las cosas? Claro que no, el mundo podría decirle que estaba mal por volver a confiar, pero detrás de ella había un joven que no buscaba nada a cambio por verla tranquila, eso ni en un millón de años lo había imaginado. Lo agradecía, y quizás más adelante encontraría la forma de compensarlo.
Se giró dentro del agua, aunque lo hizo con mucha tranquilidad, no tenía prisa, o al menos no deseaba volver a su casa, a su cuarto y a su cama para descansar, la idea le ponía de malas, pues volver un recuerdo ese momento le volvería una cruel realidad; ella deseaba pedirle al caballero que fuera con ella a casa, que la guiara por el camino a la realidad, que no se apartara hasta que la viera segura, pero ser egoísta no era lo suyo, estaba más que consiente de algo: debía aprender a valerse de su corazón por si sola; ella se negaba a emprender un viaje sola ¿Por qué? La amargura de verse sin alguien a quien compartirle aunque sea un trozo de fruta le dolía en el alma, y todo aquello que se creía haber superado en ese momento estaba por desmoronarse de nuevo. ¿De verdad se dejaría caer? No, claro que no, y por esa razón alzó la mirada con dignidad para poder captar a un hombre a una distancia prudente que la mirada con nerviosismo, y que ella no comprendía el grado de sus acciones, o al menos hasta que se dispuso a hablar y entonces se percató de lo malo que parecía todo eso. Doreen se avergonzó.
El rostro pálido de la rubia iba adoptando colores distintos, pero todos de la mano. Primero sus mejillas se volvieron rosáceas, después de un color carmín, pero no, no se quedó en sus pómulos también el color, sino que hasta sus orejas, y su nariz acompañaron la vergüenza, con suerte gracias a la noche y la distancia él no podría notarlo; quiso dejar caer la tela para cubrirle un poco más, pero de ser así las empaparía, quiso salir corriendo a su casa pero de nada serviría. Para ella lo mejor sería quedarse y afrontar un poco las consecuencias de sus actos, lo que para ella había sido un acto inocente, todo se había malinterpretado, pero no le culpaba, pues de ser otro seguramente le habría saltado encima, a pesar de la vergüenza se sentía bendecida y agradecida por que él, Quentin, era todo un caballero; caminó poco a poco y lentamente hasta la orilla. Su cuerpo reaccionó a una brisa traicionera pues se erizó, tembló. Dejó caer la tela cuando las piernas escurrieron el agua suficiente, se acercó a él con la mirada baja y con una rapidez que ni ella misma sabía que poseía, se enfundó con su bata de dormir, y no, no puso resistencia, se acomodó también el sacó, se abrazó a las piernas y hundió su rostro entre sus rodillas para que él ya no la pudiera ver, al menos no de forma tan directa, pues la mirada del hombre la hacía sentir desnuda. Ella comprendía que él no lo hacía con mala intención, o al menos eso se repetía en su cabeza.
-¡No fue mi intención! No lo hice con esa intención, sólo deseaba que sintiera lo bueno que es el agua para llevarse un de penas, me deje llevar ¡Lo siento! - Su voz salía en forma de grito hacías a la nueva postura que había adoptado. Su cuerpo seguía temblando, pero no de frío sino de vergüenza, porque no se le iba a ir de un momento a otro, menos cuando ella había obrado tan mal -No... No vaya a pensar mal de mi, por favor - Giró su rostro enrojecido está vez para verlo, las lagrimas volvían a hacerse presentes, odiaba sentirse tan frágil y débil, con cualquier cosa bastaba para hacerle llorar, pero sobretodo hacerle sentir tan poca cosa. En su mente la idea de no salir más de su casa parecía atractiva, así no cometía errores tan malos y poco dignos - verdad no piense mal de mi, no tenía dobles intenciones, no es que yo sea una... - Pero mencionar aquella palabra le costaba - soy fácil, se lo juro de verdad, señor Debussy - En su rostro había suplica. Su corazón palpitaba de forma frenética y su respiración se había turbado. ¡Él no podía pensar mal de ella! ¡Él era su columna! No podía.
Doreen se sentía sumamente perturbada, ahora no sólo tenía que soportar el dolor y el recuerdo de personas que se iban y la dejaban, sino que también tendría que aguantar que alguien pensara mal de ella, y no era sólo un desconocido ahora, bueno fuera si así hubiera quedado, en desconocidos, pero la idea había cambiado, Quentin sabía más de ella que cualquiera. ¡Que mal se estaba sintiendo de nuevo!
Movió las manos para quitar de su rostro las lagrimas traicioneras, no valía la pena seguir ahí, pero ¿para qué mentir? Algo ocurría que le impedía ponerse de pie y marcharse, quizás en el fondo sabía que el no la juzgaba, y por esa razón la paciencia le acompañaba. No deseaba irse y al mismo tiempo si. Se sentía tan confundida.
Por primera vez, la joven no sabía que decir, tampoco que hacer. En el fondo quizás sabía que lo más prudente era marcharse, pero la idea no le parecía, es decir, si ella había cometido el error, entonces era momento de arreglarlo ¿No? El problema era ¿cómo? Muchas ideas vinieron a su cabeza, el problema es que le daba miedo hacer un paso en falso y verse de nuevo mal. Se mordió el labio inferior pensativa, al final sólo recargó de nuevo su rostro en las rodillas, pero no lo escondió, sino que seguía viendo en la dirección del hombre; Doreen no se creía una joven hermosa, de hecho en su mente aquello estaba muy alejado, ella estaba a kilómetros luz de creerlo. Recordaba siempre sus cicatrices, sus problemas con el amor, su poca experiencia en los hombres, en materia sexual, en temas de seducción; recordó que una vez Sybelle le estaba dando clases de movimientos corporales, según su amiga la mujer debía aprender a usar esas armas para tener a cualquiera bajo sus pies, lo malo es que ella nunca aprendió, recordarlo le hizo sonreír, pero pronto escondió su felicidad por aquella mueca de vergüenza. Que tontería eso de recordar cosas en ese momento de crisis y silencios incomodos. Al final no encontró nada, así que se rindió, se enderezó para sentarse de forma correcta y ver al frente. Las aguas ya no serían sus amigas esa noche.
- Me siento sin armas - Terminó por romper el silencio incomodo. -Es decir, después de lo ocurrido, no sé de que hablar, mucho menos que proponer para hacer, quizás sea mejor marchar a dormir, o intentar hacerlo ¿no le parece bien? - Pero el joven seguía silencioso, con una mueca más que clara evidenciaba que no iba a recostarse, al menos no a esas horas, quizás Doreen fingiría ir a casa y después volvería a escabullirse por la noche, intentando ser más meticulosa, menos evidente y más sigilosa para no ser descubierta. Aunque claro que agradecía el encuentro -A veces soy así, me dejo guiar tanto por lo que el corazón dice, por todos los impulsos que nacen que no mido las consecuencias, debería usted enseñarme a ser más lógica, quizás me salve de muchos problemas, de muchos dolores - Afirmó, la idea de no pensar con el corazón parecía no ser tan mala, quizás se enfocaría más en los negocios con la ayuda de alguien. Si, en definitiva buscaría que alguien le ayudara, de esa forma distraería su mente, no le daría tiempo al corazón de intervenir. - Cuando era pequeña siempre iba al lago con mi hermano a nadar, quizás por eso el ofrecimiento, recordar sensaciones como esas me venían bien, de verdad lo lamento, no intentaba parecer alguien tan suelto -Quizás lo repetiría unas mil veces más en el transcurso de la noche para sentirse segura, o más bien, para saber si él de verdad le creía. Esa era su prioridad; Doreen se puso de pie por segunda vez, pero en vez de correr al lago se plantó frente al joven - ¿Podemos caminar entre las flores? - Hacer aquello sería extraño, pero al menos era como retroceder, un paso de vuelta a su destino final - Quizás las flores nos cuenten otras historias - Invitó, es decir, as flores no hablaban, pero podrían al menos inspirarse con ellas para sacar a la luz otros temas ¿no?
- ¿Sabe? Le contaré que me impulsó escaparme - Hizo una mueca - Cuando era pequeña, mi madre siempre me enseñaba primero a aprender a lavar los trastes del hogar, eso era muy sencillo, me gustaba jugar agua, hacer burbujas con el jabón que se ocupaba, aunque me regañaban siempre porque según hacía mucho desastre, eso me ponía mal, porque yo jugaba, era una niña - Sonrió con pesadez. - Por las noches, cuando mi padre llegaba a la casa, siempre lo observaba en su sillón leyendo algo, lo que fuera, un libro nuevo, un libro viejo, pergaminos, todo y al mismo tiempo nada, porque cuando me notaba observarle se marchaba, me decía que no era para mi - Suspiró - Yo quería saber que decían esos libros, poder leerlos, poder meterme en ellos, quien me impulsó a eso fue mi hermano, él le robó el primer libro a mi padre para que yo aprendiera a leerlo, claro que en un principio me costaba trabajo entender las letras, pero era un buen maestro, cuando mis padres descubrieron que leía, me castigaron... el castigo más feo fue encerrarme en el sótano durante tres días, solo con comida que mi madre me daba cada determinadas horas, mi hermano me llevaba libros a escondidas - Le volteó a ver mientras le animaba a caminar - Pero mi padre siempre decía que yo debía aprender a ser una excelente mujer, así amarraba mejor el trato de matrimonio, yo no deseaba casarme con alguien así ¿no es tonto? Claro que lo es, pues mi deseo era casarme, siempre lo había sido, por amor - Se encogió de hombros, la idea de casarse, de enamorarse, bueno, ya la había enterrado, justamente debajo de donde sería su nueva construcción. Su relato la había relajado, mucho, pues por un momento olvidó lo que acabó de hacer en el lago.
Doreen se tomó un momento para volver a ver al joven, deseaba notar en la mirada masculina si el tema que le avergonzaba se había olvidado. Ella no sabía si él era un buen actor, o de verdad se había centrado en su relato, así que se calmó.
- Cuénteme de su infancia - Mencionó con cierta ilusión, esperando que la suya hubiera sido mejor, aunque ¿para que mentir? Doreen no puede hacerlo, la suya no fue tan mala, tuvo una madre cálida que la abraza, y aunque su padre fuera un regordete hombre enojón, siempre le dejaba un beso de las buenas noches en la frente, después de haberla arropado, quizás la rubia iba a ser su mejor negocio en vida, iban a subir de posición social, corriendo con suerte claro, pero la amaban a su manera; por un momento se vio tentada a colgarse del brazo ajeno al andar para poder escuchar su historia, pero se frenó de golpe, mejor quedarse a la distancia, ya no sería tan confianzuda, suficientes motivos le había dado para mal pensar de ella, otro más en definitiva no - Sólo si desea contarme, sino, le entiendo - Le aclaró.
Mientras el tiempo pasaba, el silencio la hacía hundirse en la desesperación, la verdad es que no puede olvidar su mala acción. Doreen recordó la mirada perdida de Quentin en sus rodillas, la forma en que la miró fue extraña. ¿Por qué la miraba así? Es decir, aparte de lo evidente. Ella no era la mujer más hermosa, de hecho ni siquiera se consideraba como tal. Era insegura, titubeaba mucho, siempre bajaba la cabeza, tenía cicatrices, encima lloraba frente a él. Lo que menos debía sentir el hombre por ella era deseo ¿Verdad? Además, la palabra deseo no iba de la mano con ella, era una ignorante del tema. Si, sin duda ignoraba eso, y como mil cosas más, pero la sensación de que él le dijera hermosa, de haberse sentido como tal con una mirada le llenó de un sentimiento cálido extraño, quizás no estaba tan mal subir su moral de vez en cuando. Le agradecía internamente, porque sentirse bien consigo misma de forma momentánea no tenía nada de malo; levantó entonces su rostro para ver al chico, pero obviamente los pensamientos anteriores la mantuvieron sonrosada.
- ¿Tiene días libres a la semana, o solo las noches? ¿Su ama le demanda demasiado tiempo? - La curiosidad le invadió. ¿Por qué? Doreen se puso a pensar que en realidad le debía mucho; la había hecho contarle que le atormentaba, de esa forma le restó peso sobre sus hombros, la protegía a su manera aunque ella misma se lo negara, le dedicaba su tiempo, aunque fuera para él más valioso analizarse a si mismo. Eran una infinidad de cosas que le debía - Es que... - Sus manos se habían enredado a la altura de su regazo, las observaba jugueteando con sus dedos, como un tipo de movimiento relajador para sus nervios - Quisiera invitarle, si lo cree digno y correcto, a comer a mi casa, o a cenar, o a desayunar, lo que sea más fácil para usted, sólo si lo cree conveniente, sino, lo comprendo, es decir, tendrá muchas ocupaciones - Se encogió de hombros - Es una forma de darle las gracias, pero sin que las palabras se las lleve el viento - Aclaró, porque después de todo lo vivido, Doreen ya no deseaba hablar demás, sino más bien, vivir más de lo que le permitiera su condición humana.
- ¿Le gustaría? - Insistió, aunque, ahora se arrepentía sin duda de la invitación, no por que no deseara estar alado del chico o mostrarle su gratitud, sino más bien, porque invitarle a su casa podría ser algo mal visto. La paranoia le estaba ganando de nuevo, la inseguridad la invadía. ¿Por qué tenía que dudar tanto? ¡El lago! Claro, de no haberlo hecho no tendría tanto miedo de hacer otra propuesta que para ella parecía inocente, pero que podría ser mal interpretada por él.
Tan distintos e iguales a la vez.
Quentin sin darse cuenta se había convertido ya en un pilar para ella, se suponía que era ahora una estructura desecha a causa de las guerras que le vinieron encima, había el material para poder montar de nuevo una hermosa casa, pero sola no podía armar cada una de las piezas que necesitaba para el rompecabezas de su vida, sin embargo, él llegaba, él tomaba el primer bloque, pero no cualquiera, sino la columna más pesada, larga y gruesa para ponerla de pie, para darle un punto de referencia. Se había vuelto el centro de lo que se iría armando con paciencia, con esmero, pero sobretodo con mucho amor, porque no había cosa que ella no hiciera sino fuera de por medio el amor; para Doreen no bastaba un corazón roto para dejar de sacarle jugo y seguir usándolo. ¿Importara que le dijeran tonta por repetir las cosas? Claro que no, el mundo podría decirle que estaba mal por volver a confiar, pero detrás de ella había un joven que no buscaba nada a cambio por verla tranquila, eso ni en un millón de años lo había imaginado. Lo agradecía, y quizás más adelante encontraría la forma de compensarlo.
Se giró dentro del agua, aunque lo hizo con mucha tranquilidad, no tenía prisa, o al menos no deseaba volver a su casa, a su cuarto y a su cama para descansar, la idea le ponía de malas, pues volver un recuerdo ese momento le volvería una cruel realidad; ella deseaba pedirle al caballero que fuera con ella a casa, que la guiara por el camino a la realidad, que no se apartara hasta que la viera segura, pero ser egoísta no era lo suyo, estaba más que consiente de algo: debía aprender a valerse de su corazón por si sola; ella se negaba a emprender un viaje sola ¿Por qué? La amargura de verse sin alguien a quien compartirle aunque sea un trozo de fruta le dolía en el alma, y todo aquello que se creía haber superado en ese momento estaba por desmoronarse de nuevo. ¿De verdad se dejaría caer? No, claro que no, y por esa razón alzó la mirada con dignidad para poder captar a un hombre a una distancia prudente que la mirada con nerviosismo, y que ella no comprendía el grado de sus acciones, o al menos hasta que se dispuso a hablar y entonces se percató de lo malo que parecía todo eso. Doreen se avergonzó.
El rostro pálido de la rubia iba adoptando colores distintos, pero todos de la mano. Primero sus mejillas se volvieron rosáceas, después de un color carmín, pero no, no se quedó en sus pómulos también el color, sino que hasta sus orejas, y su nariz acompañaron la vergüenza, con suerte gracias a la noche y la distancia él no podría notarlo; quiso dejar caer la tela para cubrirle un poco más, pero de ser así las empaparía, quiso salir corriendo a su casa pero de nada serviría. Para ella lo mejor sería quedarse y afrontar un poco las consecuencias de sus actos, lo que para ella había sido un acto inocente, todo se había malinterpretado, pero no le culpaba, pues de ser otro seguramente le habría saltado encima, a pesar de la vergüenza se sentía bendecida y agradecida por que él, Quentin, era todo un caballero; caminó poco a poco y lentamente hasta la orilla. Su cuerpo reaccionó a una brisa traicionera pues se erizó, tembló. Dejó caer la tela cuando las piernas escurrieron el agua suficiente, se acercó a él con la mirada baja y con una rapidez que ni ella misma sabía que poseía, se enfundó con su bata de dormir, y no, no puso resistencia, se acomodó también el sacó, se abrazó a las piernas y hundió su rostro entre sus rodillas para que él ya no la pudiera ver, al menos no de forma tan directa, pues la mirada del hombre la hacía sentir desnuda. Ella comprendía que él no lo hacía con mala intención, o al menos eso se repetía en su cabeza.
-¡No fue mi intención! No lo hice con esa intención, sólo deseaba que sintiera lo bueno que es el agua para llevarse un de penas, me deje llevar ¡Lo siento! - Su voz salía en forma de grito hacías a la nueva postura que había adoptado. Su cuerpo seguía temblando, pero no de frío sino de vergüenza, porque no se le iba a ir de un momento a otro, menos cuando ella había obrado tan mal -No... No vaya a pensar mal de mi, por favor - Giró su rostro enrojecido está vez para verlo, las lagrimas volvían a hacerse presentes, odiaba sentirse tan frágil y débil, con cualquier cosa bastaba para hacerle llorar, pero sobretodo hacerle sentir tan poca cosa. En su mente la idea de no salir más de su casa parecía atractiva, así no cometía errores tan malos y poco dignos - verdad no piense mal de mi, no tenía dobles intenciones, no es que yo sea una... - Pero mencionar aquella palabra le costaba - soy fácil, se lo juro de verdad, señor Debussy - En su rostro había suplica. Su corazón palpitaba de forma frenética y su respiración se había turbado. ¡Él no podía pensar mal de ella! ¡Él era su columna! No podía.
Doreen se sentía sumamente perturbada, ahora no sólo tenía que soportar el dolor y el recuerdo de personas que se iban y la dejaban, sino que también tendría que aguantar que alguien pensara mal de ella, y no era sólo un desconocido ahora, bueno fuera si así hubiera quedado, en desconocidos, pero la idea había cambiado, Quentin sabía más de ella que cualquiera. ¡Que mal se estaba sintiendo de nuevo!
Movió las manos para quitar de su rostro las lagrimas traicioneras, no valía la pena seguir ahí, pero ¿para qué mentir? Algo ocurría que le impedía ponerse de pie y marcharse, quizás en el fondo sabía que el no la juzgaba, y por esa razón la paciencia le acompañaba. No deseaba irse y al mismo tiempo si. Se sentía tan confundida.
Por primera vez, la joven no sabía que decir, tampoco que hacer. En el fondo quizás sabía que lo más prudente era marcharse, pero la idea no le parecía, es decir, si ella había cometido el error, entonces era momento de arreglarlo ¿No? El problema era ¿cómo? Muchas ideas vinieron a su cabeza, el problema es que le daba miedo hacer un paso en falso y verse de nuevo mal. Se mordió el labio inferior pensativa, al final sólo recargó de nuevo su rostro en las rodillas, pero no lo escondió, sino que seguía viendo en la dirección del hombre; Doreen no se creía una joven hermosa, de hecho en su mente aquello estaba muy alejado, ella estaba a kilómetros luz de creerlo. Recordaba siempre sus cicatrices, sus problemas con el amor, su poca experiencia en los hombres, en materia sexual, en temas de seducción; recordó que una vez Sybelle le estaba dando clases de movimientos corporales, según su amiga la mujer debía aprender a usar esas armas para tener a cualquiera bajo sus pies, lo malo es que ella nunca aprendió, recordarlo le hizo sonreír, pero pronto escondió su felicidad por aquella mueca de vergüenza. Que tontería eso de recordar cosas en ese momento de crisis y silencios incomodos. Al final no encontró nada, así que se rindió, se enderezó para sentarse de forma correcta y ver al frente. Las aguas ya no serían sus amigas esa noche.
- Me siento sin armas - Terminó por romper el silencio incomodo. -Es decir, después de lo ocurrido, no sé de que hablar, mucho menos que proponer para hacer, quizás sea mejor marchar a dormir, o intentar hacerlo ¿no le parece bien? - Pero el joven seguía silencioso, con una mueca más que clara evidenciaba que no iba a recostarse, al menos no a esas horas, quizás Doreen fingiría ir a casa y después volvería a escabullirse por la noche, intentando ser más meticulosa, menos evidente y más sigilosa para no ser descubierta. Aunque claro que agradecía el encuentro -A veces soy así, me dejo guiar tanto por lo que el corazón dice, por todos los impulsos que nacen que no mido las consecuencias, debería usted enseñarme a ser más lógica, quizás me salve de muchos problemas, de muchos dolores - Afirmó, la idea de no pensar con el corazón parecía no ser tan mala, quizás se enfocaría más en los negocios con la ayuda de alguien. Si, en definitiva buscaría que alguien le ayudara, de esa forma distraería su mente, no le daría tiempo al corazón de intervenir. - Cuando era pequeña siempre iba al lago con mi hermano a nadar, quizás por eso el ofrecimiento, recordar sensaciones como esas me venían bien, de verdad lo lamento, no intentaba parecer alguien tan suelto -Quizás lo repetiría unas mil veces más en el transcurso de la noche para sentirse segura, o más bien, para saber si él de verdad le creía. Esa era su prioridad; Doreen se puso de pie por segunda vez, pero en vez de correr al lago se plantó frente al joven - ¿Podemos caminar entre las flores? - Hacer aquello sería extraño, pero al menos era como retroceder, un paso de vuelta a su destino final - Quizás las flores nos cuenten otras historias - Invitó, es decir, as flores no hablaban, pero podrían al menos inspirarse con ellas para sacar a la luz otros temas ¿no?
- ¿Sabe? Le contaré que me impulsó escaparme - Hizo una mueca - Cuando era pequeña, mi madre siempre me enseñaba primero a aprender a lavar los trastes del hogar, eso era muy sencillo, me gustaba jugar agua, hacer burbujas con el jabón que se ocupaba, aunque me regañaban siempre porque según hacía mucho desastre, eso me ponía mal, porque yo jugaba, era una niña - Sonrió con pesadez. - Por las noches, cuando mi padre llegaba a la casa, siempre lo observaba en su sillón leyendo algo, lo que fuera, un libro nuevo, un libro viejo, pergaminos, todo y al mismo tiempo nada, porque cuando me notaba observarle se marchaba, me decía que no era para mi - Suspiró - Yo quería saber que decían esos libros, poder leerlos, poder meterme en ellos, quien me impulsó a eso fue mi hermano, él le robó el primer libro a mi padre para que yo aprendiera a leerlo, claro que en un principio me costaba trabajo entender las letras, pero era un buen maestro, cuando mis padres descubrieron que leía, me castigaron... el castigo más feo fue encerrarme en el sótano durante tres días, solo con comida que mi madre me daba cada determinadas horas, mi hermano me llevaba libros a escondidas - Le volteó a ver mientras le animaba a caminar - Pero mi padre siempre decía que yo debía aprender a ser una excelente mujer, así amarraba mejor el trato de matrimonio, yo no deseaba casarme con alguien así ¿no es tonto? Claro que lo es, pues mi deseo era casarme, siempre lo había sido, por amor - Se encogió de hombros, la idea de casarse, de enamorarse, bueno, ya la había enterrado, justamente debajo de donde sería su nueva construcción. Su relato la había relajado, mucho, pues por un momento olvidó lo que acabó de hacer en el lago.
Doreen se tomó un momento para volver a ver al joven, deseaba notar en la mirada masculina si el tema que le avergonzaba se había olvidado. Ella no sabía si él era un buen actor, o de verdad se había centrado en su relato, así que se calmó.
- Cuénteme de su infancia - Mencionó con cierta ilusión, esperando que la suya hubiera sido mejor, aunque ¿para que mentir? Doreen no puede hacerlo, la suya no fue tan mala, tuvo una madre cálida que la abraza, y aunque su padre fuera un regordete hombre enojón, siempre le dejaba un beso de las buenas noches en la frente, después de haberla arropado, quizás la rubia iba a ser su mejor negocio en vida, iban a subir de posición social, corriendo con suerte claro, pero la amaban a su manera; por un momento se vio tentada a colgarse del brazo ajeno al andar para poder escuchar su historia, pero se frenó de golpe, mejor quedarse a la distancia, ya no sería tan confianzuda, suficientes motivos le había dado para mal pensar de ella, otro más en definitiva no - Sólo si desea contarme, sino, le entiendo - Le aclaró.
Mientras el tiempo pasaba, el silencio la hacía hundirse en la desesperación, la verdad es que no puede olvidar su mala acción. Doreen recordó la mirada perdida de Quentin en sus rodillas, la forma en que la miró fue extraña. ¿Por qué la miraba así? Es decir, aparte de lo evidente. Ella no era la mujer más hermosa, de hecho ni siquiera se consideraba como tal. Era insegura, titubeaba mucho, siempre bajaba la cabeza, tenía cicatrices, encima lloraba frente a él. Lo que menos debía sentir el hombre por ella era deseo ¿Verdad? Además, la palabra deseo no iba de la mano con ella, era una ignorante del tema. Si, sin duda ignoraba eso, y como mil cosas más, pero la sensación de que él le dijera hermosa, de haberse sentido como tal con una mirada le llenó de un sentimiento cálido extraño, quizás no estaba tan mal subir su moral de vez en cuando. Le agradecía internamente, porque sentirse bien consigo misma de forma momentánea no tenía nada de malo; levantó entonces su rostro para ver al chico, pero obviamente los pensamientos anteriores la mantuvieron sonrosada.
- ¿Tiene días libres a la semana, o solo las noches? ¿Su ama le demanda demasiado tiempo? - La curiosidad le invadió. ¿Por qué? Doreen se puso a pensar que en realidad le debía mucho; la había hecho contarle que le atormentaba, de esa forma le restó peso sobre sus hombros, la protegía a su manera aunque ella misma se lo negara, le dedicaba su tiempo, aunque fuera para él más valioso analizarse a si mismo. Eran una infinidad de cosas que le debía - Es que... - Sus manos se habían enredado a la altura de su regazo, las observaba jugueteando con sus dedos, como un tipo de movimiento relajador para sus nervios - Quisiera invitarle, si lo cree digno y correcto, a comer a mi casa, o a cenar, o a desayunar, lo que sea más fácil para usted, sólo si lo cree conveniente, sino, lo comprendo, es decir, tendrá muchas ocupaciones - Se encogió de hombros - Es una forma de darle las gracias, pero sin que las palabras se las lleve el viento - Aclaró, porque después de todo lo vivido, Doreen ya no deseaba hablar demás, sino más bien, vivir más de lo que le permitiera su condición humana.
- ¿Le gustaría? - Insistió, aunque, ahora se arrepentía sin duda de la invitación, no por que no deseara estar alado del chico o mostrarle su gratitud, sino más bien, porque invitarle a su casa podría ser algo mal visto. La paranoia le estaba ganando de nuevo, la inseguridad la invadía. ¿Por qué tenía que dudar tanto? ¡El lago! Claro, de no haberlo hecho no tendría tanto miedo de hacer otra propuesta que para ella parecía inocente, pero que podría ser mal interpretada por él.
Tan distintos e iguales a la vez.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Con ese semblante colorado de vergüenza, esos ojos temerosos por la impresión que pudieran haber provocado, y aquella voz potente que salía disparada desde un corazón agitado hacia fuera, Quentin sonreía más con sus ojos que con su boca. No la culpaba; la inocencia, cuando era tal, no entendía ni de picardías ni de segundos pensamientos. ¿Para qué pelear con ello? Al menos antes de que la crudeza del mundo carcomiera sus pensamientos libres de malicia, quería ser testigo de ese vestir apresurado por el pudor y la moral. El mayordomo no hubiese querido sacarla jamás de ese estado en el que parecía volverse una con el agua, pero era imposible para el zorro quedar indiferente ante la liebre, ante esos tentadores movimientos, ante su delicadeza. Y para desgracia de la ingenuidad de Doreen, Debussy tenía fuego en la sangre, como cualquier hombre medianamente sano.
—No es necesario que se sobresalte, mademoiselle. Lo decía por mí, no por usted. Soy un servidor, pero no sacerdote. Hay cosas que no están en mis manos —se atrevió a expresar en unas cortas líneas una muy sutil broma.
Pero su sonrisa se nubló cuando notó que en Doreen aquello había causado más que un susto repentino; estaba suplicante, como si de ello dependiera algo importante. Supo el hombre que tenía que cortar eso de raíz antes de que dijera algo de lo que pudiera arrepentirse, algo indebido por su propia sanidad. Entrecerró sus ojos dándose cuenta de el manojo de nervios que se había hecho la rubia y se acercó a ella deprisa para apagar ese fuego que quemaba el aire de sus pulmones antes de que se volviera un incendio. La miró a los ojos, la tomó de las manos y le habló con gentileza, una de verdad, no esa que había ensayado para desempeñarse en su trabajo. No quería que llorara, y menos por su causa. Se suponía que estaban acompañándose precisamente para ahuyentar los males; no sumaría otro a su lista. ¿Por qué Quentin, el racional, haría algo como eso? Porque bien sabía él lo que era acumular esperanzas muertas sobre la espalda porque no queda elección, ¡por Dios que lo sabía! Y él podía aguantarlo, era lo que le había tocado, pero a ella no quería que le tocara. Si el mundo seguía perdiendo a personas como ella, entonces ¿qué quedaría? Podía estar proyectando sus propias ilusiones en Doreen, dejándolas vivir a través de ella, porque él les había cerrado las puertas hacía tiempo.
Quentin no sentía lástima por ella; para él, sentir lástima por alguien era una falta de respeto hacia esa persona, porque se la estaba considerando inferior. Sólo quería… salvar esa esperanza, a ella, aunque fuera ambicioso al entrar en carrera por esa causa.
—Señorita Doreen, sé que yo causé que se sintiera ofendida y lo lamento, pero intente escucharme dentro de lo posible. No hay nada malintencionado en usted que pudiera provocar en mí un pensamiento erróneo hacia su persona. De haber sido así, la hubiese llevado incluso a la fuerza hasta su casa y yo hubiera regresado a mi morada. Hubiese terminado todo ahí y los dos hubiésemos dormido con la intención de despertar al día siguiente olvidando todo lo hablado y acontecido —negó con su cabeza— No es lo que he hecho. Tampoco es que simplemente he omitido pensar al respecto y que por eso no me he ido, no. El quedarme ha sido una decisión, porque usted ha contribuido a ello con su bondad, y solamente por su injerencia. Nada más.
La joven tenía sus piernas inquietas, pidiéndole que se largara de ahí lo antes posible, pero Quentin se dio cuenta de que estaba comportándose de manera egoísta cuando quiso dentro de sí que se quedara. Sí, un pancista y además un majadero; los cambios de temperatura podían pasarle la cuenta a la moza, corrían el riesgo de que alguien los descubriera y la reputación de Doreen quedara por el suelo, y además de eso, con cada cosa que compartían desde adentro estaban construyendo un lazo. El racionalista comprendía que eso sólo provocaría malestares entre ambos. Así y todo, quería que permaneciera aunque fuera unos momentos más con él, porque sí, porque le había nacido, porque no le interesaba entender las razones que lo pudieran llevar a un no.
Ella estaba desorientada, poniendo a Quentin en una encrucijada. ¿Y si realmente en vez de bien le estaba haciendo mal su compañía? Estaría cometiendo una irresponsabilidad y un descriterio aún mayor que el de estar junto a ella perdido bajo las estrellas. Sin queriendo convencerla de nada y sólo anhelando que ella pudiera expresar lo que realmente sentía, habló despacio y lo más neutral posible.
—Sin duda que lo mejor para usted sería volver para resguardarse de los riesgos de permanecer aquí, pero me pregunto si es lo que quiere. Si realmente quiere volver a casa, le ruego que permita a este insensato escoltarla hasta allá. Es lo menos que puedo hacer. —no quería tener que hacerlo; sería un trago amargo no poder conservar un buen final de ese encuentro— Pero si decide quedarse a pesar de todo eso, yo me quedaré junto a usted como el más entusiasta de los invitados, hasta que usted disponga que no queda nada más que quiera compartirme. Sin importar lo que elija, recuerde que siempre preferiré la sinceridad de su corazón, aunque la meta en problemas, antes que una coraza que me impida protegerla de esos problemas.
No quería que esa magia que salía de sus ojos se viera perdida en el tiempo y en el espacio. Quería corriera, que huyera de las nefastas consecuencias que el mundo le aplicaría por ser como era, pero que corriera hacia él para que pudiera escudarla. París ya tenía suficientes con las máquinas humanas que tenía como para sumar otra. Doreen no lo sabía, pero estaba haciendo sentir a Quentin como una verdadera basura con sus explicaciones. Ella no había hecho nada malo, maldita sea; había sido indebido, sí, pero no lo había hecho inconscientemente, y por lo mismo no tenía culpa alguna que pagar. Él, en cambio, sí. Santo Cristo, ¡cómo quería callarla de una vez y gritarle que el único crimen que había cometido había sido hacer que la deseara! Pero si lo hacía estarían ambos perdidos, fueran las consecuencias positivas o negativas. Se contuvo, lo tragó por el respeto que le tenía.
—Ya no lo lamente más, por favor. Fue mi culpa. Pensé solamente en mí, y no en lo que pudiera estar pasando por su mente ni en sus motivos. Es bueno que tenga recuerdos valiosos en los que apoyarse; no los aparte por mi falta de tacto —al oír la petición de la chica, Quentin le ofreció su mano para que ambos se pusieran de pié. Había un llamado a continuar escribiendo su historia— Caminaré con usted.
Acompañarse, de eso se trataba todo. No importaba de qué lugar vinieran, ni qué tijera los hubiera cortado, no había otros destino para las almas solitarias que encontrarse. Todo había iniciado en la sorpresa de un encuentro casual, pero era casual únicamente para ellos, quienes estaban de paso por la tierra. La verdad era que no existía la casualidad. La casualidad no era nada más ni nada menos que la salida cómoda a una pregunta que debías responder por ti mismo. La interrogante estaba abierta para ambos; aún no tenían la respuesta, pero el impulso a encontrarla seguía ahí, y no les quedaba más remedio que hacerse con ella.
En medio de ese paseo, Quentin mantuvo pendientes sus oídos para saber acerca de la infancia de Doreen. En la base, resultaba bastante similar a la infancia de cualquier señorita respetable, con lecciones relacionadas con el hogar y con el cómo comportarse. A la mitad se puso peligroso… una mujer leyendo ofendía a cualquiera, a menos que perteneciera a las familias intelectuales de la clase alta. Él mismo se había guardado su conocimiento sobre aquella técnica reservada a unos pocos, y por una razón muy específica que había notado a lo largo de los años: los señores olvidaban antes la muerte de su padre antes que un golpe al ego, y eso que él era un hombre. No quiso ni pensar en qué le hubieran hecho a Doreen si hubiese servido un día de su vida. De todos modos no le había salido gratis, nunca salía gratis. Con las mujeres solían usarse castigos más mentales que físicos; con los hombres los golpes y fustazos estaban a la orden del día.
—Desde que la conocí hasta este momento no pensé nada sobre usted que la pudiera convertir en una mujer deshonrosa. Ahora sé que sabe leer, y… —miró sus ojos, su semblante, su expresión. Todo estaba ahí— …nada ha cambiado. Sigue siendo usted. Y aunque me he mantenido escéptico sobre la lectura en las mujeres, estoy seguro de una cosa: que el beneficio o maleficio de algo se mide por sus efectos, y si en usted no ha causado más que dichas, no debería tratarse de algo malo —hizo una pausa aprovechando de reflexionar en torno a la cuestión, en torno al amor que ella tanto defendía. Raro, ¿no? Llevar por delante un ideal que le había clavado espinas en su corazón y en su seguridad— Puedo entender que quiera llevar una vida de casada que tenga un significado mayor que el de cumplir con las expectativas familiares y de la sociedad misma, pero hay algo que no me queda claro. Sin afán de poner en duda sus convicciones, ¿qué la lleva a amparar con esa insistencia algo que la ha hecho llorar tanto como el amor?
Así como él había hecho esa pregunta directa al corazón, Doreen le había lanzado una dolorosa interpelación. Dolorosa no porque dolía, sino porque el resentimiento se sentía. Infancia… había bloqueado la mayor parte de los recuerdos de su niñez porque su mente automáticamente había descartado ciertos eventos para protegerlo. Al principio, Quentin se limitó a mirar hacia el suelo con una mano apoyada sobre su boca. Era como si un hechizo le hubiera robado la voz, pero que a cambio de eso le devolvía ciertas imágenes de su pasado sin mucho contenido, pero el suficiente para darle a la señorita una respuesta, sería su ofrenda para ella. La doncella le había contado de sus años más verdes; él haría lo mismo por ella.
Tomó del suelo una de las flores, específicamente una margarita silvestre, y la arregló en el cabello de Doreen. Con el apoyo de su imagen podría soltar su lengua para aportar con su grano de arena.
—Mi cuna, mademoiselle, se radicó aquí, en París, y fue tan sencilla como la flor que a su pelo adorna, aunque no llega a igualar su belleza —llegó a su mente el decolorado papel de las paredes y el ruido chillón que hacían las maderas añejas al pisarlas— Vivíamos en una casa muy pequeña mis padres, mi hermana mayor y yo, o eso creía. Cuando tenía cuatro años comencé darme cuenta de que a quien llamaba hermana era en realidad mi madre, y que a quienes llamaba padres eran mis abuelos. Yo supongo que lo hicieron para cuidar las apariencias, porque nunca supe quién era mi padre. Lo sé, un escándalo tapado de la forma más antigua que conozco. —miró hacia la luna, y recordó entonces la noche en que se habían ido de casa— Mi madre nos llevó a ella y a mí a Orleáns para poder actuar como mi madre, pero así y todo nunca le resultó. Ella estaba más pendiente de encontrar un marido que de hallar un padre, y fue así que conoció a un cocinero y se casó con él. No le mentiré; hasta el día de hoy lo detesto. Las vacas que mandaba al matadero tenían más noción de la realidad que él. Y yo llevo su apellido. Qué ironía, ¿no? Ni siquiera me pude acostumbrar con la llegada de mis hermanos, porque salieron iguales a él. Mi madre estaba como atontada con lo que estaba viviendo, no se daba cuenta de lo carentes de sentido que se habían vuelto simplemente contentándose con respirar, mas nunca con pensar, con querer más, con nada que valiera la pena. —tomó una buena bocanada de aire y soltó lo último con una sonrisa no de felicidad, sino de resignación— En pocas palabras, nunca los sentí como familia; mas bien como extraños, y cuando te sientes extraño en tu propio hogar, desde ese momento deja de serlo. Así que a los nueve años me fui y jamás volví. Me hice mi propia suerte. Ahí termina mi infancia. No es un relato muy alegre, como podrá darse cuenta, pero es la verdad. Si no se siente cómoda después de saber esto, la comprenderé.
Después de su relato, el mayordomo esperaba que ocurriera cualquier cosa menos eso: una invitación. Volteó a ver a la chica con rostro evidentemente sorprendido y sin ánimos de ocultarse. Era como si estuviera preguntándole a través de la mirada si efectivamente había dicho eso o si había confundidos las intenciones de ella con las pretensiones propias. Al parecer, Doreen también se estaba sorprendiendo de ella misma; ese jugueteo con sus manos la delataba. ¿Estaba nerviosa, pensaba que no aceptaría? La joven se subestimaba mucho. No importaba; él abandonaría su nexo con la oscuridad por los minutos que ella necesitara para convertirse en su luz y consiguiera ver de qué estaba hecha.
Quentin tomó ambas manos de la chica entre las suyas, impidiendo que se siguieran maltratando del nerviosismo. No tenía que temer, pues él no quería más que una excusa para prolongar un encuentro que por una cuestión de lógica estaba destinado a morir en esa misma penumbra nocturna. También en enfrentar lo obvio la acompañaría.
—Déjeme a mí encargarme de mi ama. Yo estaré ahí para pasar este invierno en compañía. Conservaré el mejor recuerdo de esta velada y lo reviviré cuando me encamine de vuelta hacia usted para recibir este honor que me ha concedido. —miró hacia la unión de sus manos y se dio cuenta de lo que estaba haciendo, pero nada hizo por detenerlo; se había resignado a que ya no podría permanecer indiferente frente a ella.
Se llevaría más de un gruñido de desagrado de parte de Bárbara con su petición, sin mencionar que estaría de mal humor por el resto del día, pero no importaba; sus experiencias le habían dejado una resiliencia que definitivamente usaría para prologar esa sensación de paz que le surgía junto a la doncella.
Y así, Doreen había sollozado por haberse quedado sin defensa alguna, pero había sido ella quien sin armas había dejado al ecuánime mayordomo.
—No es necesario que se sobresalte, mademoiselle. Lo decía por mí, no por usted. Soy un servidor, pero no sacerdote. Hay cosas que no están en mis manos —se atrevió a expresar en unas cortas líneas una muy sutil broma.
Pero su sonrisa se nubló cuando notó que en Doreen aquello había causado más que un susto repentino; estaba suplicante, como si de ello dependiera algo importante. Supo el hombre que tenía que cortar eso de raíz antes de que dijera algo de lo que pudiera arrepentirse, algo indebido por su propia sanidad. Entrecerró sus ojos dándose cuenta de el manojo de nervios que se había hecho la rubia y se acercó a ella deprisa para apagar ese fuego que quemaba el aire de sus pulmones antes de que se volviera un incendio. La miró a los ojos, la tomó de las manos y le habló con gentileza, una de verdad, no esa que había ensayado para desempeñarse en su trabajo. No quería que llorara, y menos por su causa. Se suponía que estaban acompañándose precisamente para ahuyentar los males; no sumaría otro a su lista. ¿Por qué Quentin, el racional, haría algo como eso? Porque bien sabía él lo que era acumular esperanzas muertas sobre la espalda porque no queda elección, ¡por Dios que lo sabía! Y él podía aguantarlo, era lo que le había tocado, pero a ella no quería que le tocara. Si el mundo seguía perdiendo a personas como ella, entonces ¿qué quedaría? Podía estar proyectando sus propias ilusiones en Doreen, dejándolas vivir a través de ella, porque él les había cerrado las puertas hacía tiempo.
Quentin no sentía lástima por ella; para él, sentir lástima por alguien era una falta de respeto hacia esa persona, porque se la estaba considerando inferior. Sólo quería… salvar esa esperanza, a ella, aunque fuera ambicioso al entrar en carrera por esa causa.
—Señorita Doreen, sé que yo causé que se sintiera ofendida y lo lamento, pero intente escucharme dentro de lo posible. No hay nada malintencionado en usted que pudiera provocar en mí un pensamiento erróneo hacia su persona. De haber sido así, la hubiese llevado incluso a la fuerza hasta su casa y yo hubiera regresado a mi morada. Hubiese terminado todo ahí y los dos hubiésemos dormido con la intención de despertar al día siguiente olvidando todo lo hablado y acontecido —negó con su cabeza— No es lo que he hecho. Tampoco es que simplemente he omitido pensar al respecto y que por eso no me he ido, no. El quedarme ha sido una decisión, porque usted ha contribuido a ello con su bondad, y solamente por su injerencia. Nada más.
La joven tenía sus piernas inquietas, pidiéndole que se largara de ahí lo antes posible, pero Quentin se dio cuenta de que estaba comportándose de manera egoísta cuando quiso dentro de sí que se quedara. Sí, un pancista y además un majadero; los cambios de temperatura podían pasarle la cuenta a la moza, corrían el riesgo de que alguien los descubriera y la reputación de Doreen quedara por el suelo, y además de eso, con cada cosa que compartían desde adentro estaban construyendo un lazo. El racionalista comprendía que eso sólo provocaría malestares entre ambos. Así y todo, quería que permaneciera aunque fuera unos momentos más con él, porque sí, porque le había nacido, porque no le interesaba entender las razones que lo pudieran llevar a un no.
Ella estaba desorientada, poniendo a Quentin en una encrucijada. ¿Y si realmente en vez de bien le estaba haciendo mal su compañía? Estaría cometiendo una irresponsabilidad y un descriterio aún mayor que el de estar junto a ella perdido bajo las estrellas. Sin queriendo convencerla de nada y sólo anhelando que ella pudiera expresar lo que realmente sentía, habló despacio y lo más neutral posible.
—Sin duda que lo mejor para usted sería volver para resguardarse de los riesgos de permanecer aquí, pero me pregunto si es lo que quiere. Si realmente quiere volver a casa, le ruego que permita a este insensato escoltarla hasta allá. Es lo menos que puedo hacer. —no quería tener que hacerlo; sería un trago amargo no poder conservar un buen final de ese encuentro— Pero si decide quedarse a pesar de todo eso, yo me quedaré junto a usted como el más entusiasta de los invitados, hasta que usted disponga que no queda nada más que quiera compartirme. Sin importar lo que elija, recuerde que siempre preferiré la sinceridad de su corazón, aunque la meta en problemas, antes que una coraza que me impida protegerla de esos problemas.
No quería que esa magia que salía de sus ojos se viera perdida en el tiempo y en el espacio. Quería corriera, que huyera de las nefastas consecuencias que el mundo le aplicaría por ser como era, pero que corriera hacia él para que pudiera escudarla. París ya tenía suficientes con las máquinas humanas que tenía como para sumar otra. Doreen no lo sabía, pero estaba haciendo sentir a Quentin como una verdadera basura con sus explicaciones. Ella no había hecho nada malo, maldita sea; había sido indebido, sí, pero no lo había hecho inconscientemente, y por lo mismo no tenía culpa alguna que pagar. Él, en cambio, sí. Santo Cristo, ¡cómo quería callarla de una vez y gritarle que el único crimen que había cometido había sido hacer que la deseara! Pero si lo hacía estarían ambos perdidos, fueran las consecuencias positivas o negativas. Se contuvo, lo tragó por el respeto que le tenía.
—Ya no lo lamente más, por favor. Fue mi culpa. Pensé solamente en mí, y no en lo que pudiera estar pasando por su mente ni en sus motivos. Es bueno que tenga recuerdos valiosos en los que apoyarse; no los aparte por mi falta de tacto —al oír la petición de la chica, Quentin le ofreció su mano para que ambos se pusieran de pié. Había un llamado a continuar escribiendo su historia— Caminaré con usted.
Acompañarse, de eso se trataba todo. No importaba de qué lugar vinieran, ni qué tijera los hubiera cortado, no había otros destino para las almas solitarias que encontrarse. Todo había iniciado en la sorpresa de un encuentro casual, pero era casual únicamente para ellos, quienes estaban de paso por la tierra. La verdad era que no existía la casualidad. La casualidad no era nada más ni nada menos que la salida cómoda a una pregunta que debías responder por ti mismo. La interrogante estaba abierta para ambos; aún no tenían la respuesta, pero el impulso a encontrarla seguía ahí, y no les quedaba más remedio que hacerse con ella.
En medio de ese paseo, Quentin mantuvo pendientes sus oídos para saber acerca de la infancia de Doreen. En la base, resultaba bastante similar a la infancia de cualquier señorita respetable, con lecciones relacionadas con el hogar y con el cómo comportarse. A la mitad se puso peligroso… una mujer leyendo ofendía a cualquiera, a menos que perteneciera a las familias intelectuales de la clase alta. Él mismo se había guardado su conocimiento sobre aquella técnica reservada a unos pocos, y por una razón muy específica que había notado a lo largo de los años: los señores olvidaban antes la muerte de su padre antes que un golpe al ego, y eso que él era un hombre. No quiso ni pensar en qué le hubieran hecho a Doreen si hubiese servido un día de su vida. De todos modos no le había salido gratis, nunca salía gratis. Con las mujeres solían usarse castigos más mentales que físicos; con los hombres los golpes y fustazos estaban a la orden del día.
—Desde que la conocí hasta este momento no pensé nada sobre usted que la pudiera convertir en una mujer deshonrosa. Ahora sé que sabe leer, y… —miró sus ojos, su semblante, su expresión. Todo estaba ahí— …nada ha cambiado. Sigue siendo usted. Y aunque me he mantenido escéptico sobre la lectura en las mujeres, estoy seguro de una cosa: que el beneficio o maleficio de algo se mide por sus efectos, y si en usted no ha causado más que dichas, no debería tratarse de algo malo —hizo una pausa aprovechando de reflexionar en torno a la cuestión, en torno al amor que ella tanto defendía. Raro, ¿no? Llevar por delante un ideal que le había clavado espinas en su corazón y en su seguridad— Puedo entender que quiera llevar una vida de casada que tenga un significado mayor que el de cumplir con las expectativas familiares y de la sociedad misma, pero hay algo que no me queda claro. Sin afán de poner en duda sus convicciones, ¿qué la lleva a amparar con esa insistencia algo que la ha hecho llorar tanto como el amor?
Así como él había hecho esa pregunta directa al corazón, Doreen le había lanzado una dolorosa interpelación. Dolorosa no porque dolía, sino porque el resentimiento se sentía. Infancia… había bloqueado la mayor parte de los recuerdos de su niñez porque su mente automáticamente había descartado ciertos eventos para protegerlo. Al principio, Quentin se limitó a mirar hacia el suelo con una mano apoyada sobre su boca. Era como si un hechizo le hubiera robado la voz, pero que a cambio de eso le devolvía ciertas imágenes de su pasado sin mucho contenido, pero el suficiente para darle a la señorita una respuesta, sería su ofrenda para ella. La doncella le había contado de sus años más verdes; él haría lo mismo por ella.
Tomó del suelo una de las flores, específicamente una margarita silvestre, y la arregló en el cabello de Doreen. Con el apoyo de su imagen podría soltar su lengua para aportar con su grano de arena.
—Mi cuna, mademoiselle, se radicó aquí, en París, y fue tan sencilla como la flor que a su pelo adorna, aunque no llega a igualar su belleza —llegó a su mente el decolorado papel de las paredes y el ruido chillón que hacían las maderas añejas al pisarlas— Vivíamos en una casa muy pequeña mis padres, mi hermana mayor y yo, o eso creía. Cuando tenía cuatro años comencé darme cuenta de que a quien llamaba hermana era en realidad mi madre, y que a quienes llamaba padres eran mis abuelos. Yo supongo que lo hicieron para cuidar las apariencias, porque nunca supe quién era mi padre. Lo sé, un escándalo tapado de la forma más antigua que conozco. —miró hacia la luna, y recordó entonces la noche en que se habían ido de casa— Mi madre nos llevó a ella y a mí a Orleáns para poder actuar como mi madre, pero así y todo nunca le resultó. Ella estaba más pendiente de encontrar un marido que de hallar un padre, y fue así que conoció a un cocinero y se casó con él. No le mentiré; hasta el día de hoy lo detesto. Las vacas que mandaba al matadero tenían más noción de la realidad que él. Y yo llevo su apellido. Qué ironía, ¿no? Ni siquiera me pude acostumbrar con la llegada de mis hermanos, porque salieron iguales a él. Mi madre estaba como atontada con lo que estaba viviendo, no se daba cuenta de lo carentes de sentido que se habían vuelto simplemente contentándose con respirar, mas nunca con pensar, con querer más, con nada que valiera la pena. —tomó una buena bocanada de aire y soltó lo último con una sonrisa no de felicidad, sino de resignación— En pocas palabras, nunca los sentí como familia; mas bien como extraños, y cuando te sientes extraño en tu propio hogar, desde ese momento deja de serlo. Así que a los nueve años me fui y jamás volví. Me hice mi propia suerte. Ahí termina mi infancia. No es un relato muy alegre, como podrá darse cuenta, pero es la verdad. Si no se siente cómoda después de saber esto, la comprenderé.
Después de su relato, el mayordomo esperaba que ocurriera cualquier cosa menos eso: una invitación. Volteó a ver a la chica con rostro evidentemente sorprendido y sin ánimos de ocultarse. Era como si estuviera preguntándole a través de la mirada si efectivamente había dicho eso o si había confundidos las intenciones de ella con las pretensiones propias. Al parecer, Doreen también se estaba sorprendiendo de ella misma; ese jugueteo con sus manos la delataba. ¿Estaba nerviosa, pensaba que no aceptaría? La joven se subestimaba mucho. No importaba; él abandonaría su nexo con la oscuridad por los minutos que ella necesitara para convertirse en su luz y consiguiera ver de qué estaba hecha.
Quentin tomó ambas manos de la chica entre las suyas, impidiendo que se siguieran maltratando del nerviosismo. No tenía que temer, pues él no quería más que una excusa para prolongar un encuentro que por una cuestión de lógica estaba destinado a morir en esa misma penumbra nocturna. También en enfrentar lo obvio la acompañaría.
—Déjeme a mí encargarme de mi ama. Yo estaré ahí para pasar este invierno en compañía. Conservaré el mejor recuerdo de esta velada y lo reviviré cuando me encamine de vuelta hacia usted para recibir este honor que me ha concedido. —miró hacia la unión de sus manos y se dio cuenta de lo que estaba haciendo, pero nada hizo por detenerlo; se había resignado a que ya no podría permanecer indiferente frente a ella.
Se llevaría más de un gruñido de desagrado de parte de Bárbara con su petición, sin mencionar que estaría de mal humor por el resto del día, pero no importaba; sus experiencias le habían dejado una resiliencia que definitivamente usaría para prologar esa sensación de paz que le surgía junto a la doncella.
Y así, Doreen había sollozado por haberse quedado sin defensa alguna, pero había sido ella quien sin armas había dejado al ecuánime mayordomo.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/07/2013
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Reconocer que sus acciones habían sido sumamente incorrectas no le causaba inconveniente alguno, para nada. Ella era de esas personas que no le daba vergüenza saberse mal al actuar, de hecho creía que de sus errores aprendía el doble, pues la equivocación, acompañada de la vergüenza activaban algo dentro de su ser que le hacia reaccionar y jamás olvidarlo; gracias a ese acto negativo que tuvo momentos antes, en el agua, pensaría dos veces antes de actuar, se mediría un poco más, y desacreditaría un poco a su corazón para que no la llevara a hacer actos tan garrafales; si lo veía por el lado amable, el señor Debussy era un hombre de generosos principios, no había abusado de ella, por el contrario, le había enseñado, agradecer que un desconocido tuviera ese tipo de detalles tampoco estaba mal, aunque claro, la misma negatividad de sus malas acciones de lo impedían ver por completo, cuando el momento sea para ella el correcto, entonces se disculpara asumiendo sus malos actos.
Por oro lado, Doreen notaba que ahora había algo de arrepentimiento en la mirada del mayordomo, no es que fuera muy expresivo en realidad, pero algo había podido conocer de él durante ese corto tiempo juntos, además de que podía decirse lo veía más al natural, aunque poco supiera de eso, pues era la primera vez que se veían, de todas formas algo notaba en él, algo que podía presumir quizás no mostraba o era con otras personas. En su pecho se accionó el orgullo aparentado ser otra cosa. No es que le gustara verlo arrepentido, sino el efecto que podía haber ejercido en él. Ella mejor que nadie sabía que si a alguien le importas poco no se toma las molestias, no siente nada, se muestra indiferente y hasta da la media vuelta. Quizás su reacción por sobre el agua fue demasiado, no quizás, lo era, y ahora las palabras del hombre quieran no estar. Pero lo dicho ya estaba, ninguno podría volver el tiempo y pensarse tanto sus acciones como sus palabras; sentirse culpable ahora era lo poco que había en su interior. Se sentía miserable por haber convertido una escena hermosa en una de incomodidad, por que si, como siempre, ella tenía la culpa de las cosas.
Opciones. Parecía que el hombre siempre las tenía, en cualquier situación. Le podía hacer olvidar todo al acompañarle a su casa, o le haría olvidar estando juntos. ¿Qué idea era mejor? En definitiva no se quería ir, la magia del lugar y del encuentro seguir abrazándola como una brisa en medio de un desierto, quizás parte de la magia la componía él; irse sería seguir huyendo de la vida, de lo que le gustaba, de las experiencias obtenidas, sería no saber afrontar las situaciones de peligro, eso le haría débil todo el tiempo, pero quedarse la pondría en aprietos, con esas ganas de volver al río, con ese deseo de que él jamás se hubiera confundido, las dos salidas tenían sus ventajas y desventajas, se sentía tan perdida como en un inicio, sin que él le hubiera propuesto nada, pero no se deseaba ir. Jamás la rubia se había notado tan contradictoria, pero no tardaría demasiado en escoger, la verdad es que deseaba permanecer, quedarse un poco más, de nuevo la idea de que quizás no volverían a verse sonaba atractiva, era como tener un bonito sueño, uno del que al despertar por más que desearas repetirlo no se podría; se quedaría, pero no le tomaría el brazo al andar. Estaría a cuatro pasos suyos de distancia de él, y con eso era suficiente, o al menos eso creía, pues de nuevo el joven tenía otras opciones.
- Me quedaré un rato más, hasta que el sueño se apoderé de mil por completo - Durante la revolución, la rubia se vio sometida a mentir una gran cantidad de veces, pero se suponían eran mentiras blancas que ayudaban a una buena causa, nunca le había sabido bien mentir, y en definitiva ese momento tampoco ayudaba, pero quizás debía hacerlo. Ella no tendría sueño en mucho rato, pues había dormido casi toda la tarde, sino se hubiera levantado quizás toda la noche, aunque debe reconocer que los ojos hinchados eran molestos, llorar en definitiva no era lo suyo, pero le salía muy bien. Odiar sus debilidades parecía ser indispensable para que viviera, pues no había día que no lo recordara - Y en todo caso, usted también debe dormir, mañana o en unas horas tendrá un día lleno de actividades, sin dormir no se trabaja bien - Aquello era en serio, o al menos le hablaba porque se preocupaba, no deseaba ser la causante de ese mal rendimiento en su jornada, pero Quentin patria dispuesto a correr el riesgo. De todas formas no se tardarían mucho más aquella noche, muchos puntos estaban dichos. - Así que un rato más y marchamos ¿De acuerdo? - le miró de reojo, no tenía ganas de sostenerle la mirada. La fuerza para eso seguía sin llegar.
De nuevo el tema del amor aparecía. Si ella estuviera en la situación de Quentin, sería muy probable dudar del amor, ponerlo en tela de juicio al ver a alguien sufrir de esa manera, sin embargo, con todo y golpes de la vida, la pintora no podía desecharlo, ella había nacido para amar, no sólo a una pareja no, en definitiva mucha gente se confundida en eso, creían que el amor sólo se debía dar a un hombre o una mujer, dependiendo de la persona; para ella el amor era más bueno que eso, se podía amar a sus padres, a sus hermanos, a los demás familiares, a los animales, a las plantas, a los amigos e incluso a los enemigos, pues estos últimos siempre ayudaban a crearte más carácter y fortaleza con cada una de sus acciones negativas. Ella amaba la vida por el simple hecho de respirar. Dios lis amaba, y él les había puesto todas las herramientas para poder sobrellevar cada cruz en sus espaldas, todo dolor es una prueba que el mandaba. Nada lo enviaba sabiendo que no serias capaz de sobrellevarlo. Así de sencillo. A ella le tocaba sufrir en ese momento, pero al día de mañana era muy probable o casi probable que gozará de esos momentos de felicidad, porque así como las alegrías, las penas por más dolorosas eran momentáneas. El tiempo se las llevaba, el tiempo las curaba.
- Debe pensar que soy muy tonta para seguir creyendo en el tema ¿verdad? - Pero no esperó a que le respondiera la pregunta, ella misma respondería los que fuera necesario. - En realidad no considero que lo sea, creo que es más tonto quien vive sin amor, sin ni siquiera aspirar a tenerlo - Con naturalidad se encogió de hombros y siguió avanzando. Cuidando sus pasos ara no tropezar con alguna piedra, o peor aún, cuidando no acercarse demasiado a él para no hacerle mal pensar de nuevo. Su error ya no lo cometería más veces, no. Lo que menos deseaba era dejar una mala imagen de su persona con el caballero, suficiente ya había hecho con sus errores. - El amor no es sólo sentir que darías todo por una persona, pero enfoquémonos en mi punto, en el que me hizo sufrir para poder darle una respuesta más acorde a mi - Sonrío de forma tenue, pero lo hizo con sinceridad - Amar es poder observar a alguien las veces necesarias y hacer que te encandile su presencia, amar es saberse que te acompañara en el camino llamado vida sin soltar tu mano, amar es poder sonreír incluso de las caídas sabiendo que estiraras la mano para levantarte y sabrás alguien te impulsara a ponerte de pie; amar es ver despertar a alguien y creer que es el ser más hermoso de la tierra, amar es compartir tus logros, alegrías y tristezas, amar es una caricia certera al mismo tiempo que besos cálidos, cómplices y únicos, amar es abrazar el alma ajena para hacerla una con la tuya, amar es desear una vida entera con esa persona ¿Por qué desechar algo tan maravilloso como el amor? ¿Por qué no creer en el? Porque incluso el amor acepta lo negativo ¿De qué sirve desechar algo tan maravilloso sin importar lo que se sufra? - Le miro ahora si a los ojos - Quizás yo no pueda experimentarlo, pero habrá quienes si, y por ellos también se puede aplaudir a tan mágico sentimiento - Concluyó.
Estuvo demasiado atenta al escuchar el relato de la infancia ajena; incluso lo miraba al avanzar sin prestar atención a poder caerse o no. La verdad es que poco le importaba tropezar. ¿Quién no lo hacia? Se vería mucho más educada si le atendía cuando le compartía tales relatos. Doreen entendía que a veces fragmentos de la vida podían llegar a ser muy privados, y que por esa razón a las personas le costaba compartirlos, aunque no pareciera, no se encontraba del todo segura si en el caso del mayordomo sería de esa manera, pero quiso tomarlo como algo muy cómplice y privado, como si tuviera la fortuna de ser la primera en escucharlo aunque era probable que no lo fuera. Asentía cada determinado tiempo para que él prosiguiera con sus palabras. A diferencia de él, la rubia si se había sentido en casa, su madre aunque era una mujer de hogar se trataba de una fémina muy inteligente, y su padre era ambicioso, sólo bastaba con saber como deseaba usar a su hija para su antojo; quiso abrazarlo, decirle que si el se lo proponía podría tener una familia, pero de nuevo se frenó, y quizás sus palabras no fueran tomadas del todo como prudentes, así que ignoró los impulsos de su corazón. Sólo le dio un breve apretón el el brazo, y siguieron avanzando, pero en total silencio. La joven ya no sabía que decir, y eso de cuidar sus palabras y corazonadas le resultaba duro, así que mejor callar, era la única salida.
- A veces las infancias, o quiero creer que la mayoría de ellas forjan lo que será en un futuro, parece que con nosotros así fue; en mi caso sólo bastaron imposiciones y regalos para irme y tantear a mi suerte, en su caso bastó para no dejarle seguir ese cause y volverse el hombre educado y trabajador de hoy en día, así que podemos agradecer a esos malos momentos ¿qué opina? - sonrío por el gesto de la flor, pero de nuevo quiso ir hacia atrás, Doreen se sentía segura en el aspecto de que nada le pasaría si estaba con el hombre, pero no se sentía segura con la cercanía, el miedo a actuar mal no la iba a abandonar, al menos no esa noche, no cuando el tropiezo era tan reciente. - Veamos lo positivo de la situación, ¿para qué lamentarnos? Mejor así - Le ánimo mordiendo con fuerza su labio inferior, sus manos ocupadas ya estaban con la intromisión de las ajenas, su nervio ahora lo cambiaría con los mordiscos.
- Debo preocuparme por lo que su ama quiera, claro que si, recuerde que las personas de poder adquisitivo algo cuidan bien de sus intereses, si usted es eficiente, entonces ella debe cuidarlo, no dejar que salga o se distraiga con una llorona dama que apenas conoce - Sintió el impulso de soltar sus manos para darle un golpecito cariñoso en la punta de su nariz, pero no tuvo el valor de alejarse, ya no. A Doreen le costaba poner apreciar esos gestos tan dulces de parte de alguien ajeno a si misma, es decir, a la joven no le costaba mostrarse dulce y cariñosa, ojo, no con todos, con unos cuantos, aunque habían matices distintos con cada persona, sin embargo siempre le costaba ver que alguien le demostraba tanta simpatía, se quedó así, porque el joven había prometido que no la juzgaba a mal, se convenció que él no le decía las palabras sólo para hacerle sentir cómoda, sino porque de verdad lo haría porque eso deseaba, no juzgarla y gozar. ¿Gozar? Pues claro, con la compañía ajena - Pero si su ama no pone objeción, entonces yo le daré a ella un regalo en gratitud, porque me permitirá tener una parte momentánea de usted aunque le pertenezca a ella - Se encogió de hombros con naturalidad, como resignada a tener que compartir a Quentin, aunque aquello fuera extraño y absurdo; a Doreen no le pertenecía, ni siquiera le conocía por completo, y sin embargo ya deseaba ser egoísta con el mundo por el; el mayordomo resultaba ser lo más grato que le había sucedido desde hace tiempo, incluso muchísimo antes de tener esa desaparición. Porque ¿Para que mentir? Desde antes se había distanciado de esa persona que parecía metido en sus conflictos y no en verla a ella; entonces el miedo la invadió ¿Qué ocurría si se llegaba a encariñar con ese que estaba frente a ella? Es decir, no es que pensara en otra cosa, podrían ser amigos, cómplices ¿por qué no? Pero, ¿y si en un principio él ponía todo su interés en ella y después que se le pasaba la novedad, el joven se aburría y se alejaba? No, la rubia debía construir una barrera más grande, así no exponía sus sentimientos, así no había forma de que alguien llegara, la abrazara y luego la dejara caer de golpe. El miedo ahora la acompañaría, si, a todos lados.
- Le diría que podríamos vernos mañana, pero dado que dormirá muy poco, será mejor que llegue, trabaje, hable con su ama y descanse. ¿Le parece entonces si es en tres días? - Ese tiempo también le ayudaba a ella a arreglar su vida. Es decir, reconocer la nueva vivienda, ya la conocía, pero era distinto volver a pisar el lugar tomando en cuenta todos los que se habían ido; no sólo eso, también hablar con todos los empleados, reconocerlos, darles y pedirles su confianza, hacerse de alguien que le ayudara en los negocios, tanto con la galería, como con la joyería. ¡Darcy había estado loco al dejarle tanto! ¿Cómo había confiado en dejarle tantas responsabilidades? Seguramente la creía capaz, pero a veces la joven se tensaba de tanto nervio por creer no poder lograrlo; debía hacerse a la idea sola, por eso tres días era suficiente, si le pedía más tiempo ella no podría salir de ese hoyo que (en esa noche) había logrado salir un poco. Sólo un poco.
Doreen le soltó las manos, pero no fue brusca, tampoco grosera, de hecho lo hizo con delicadeza, pues la manera en que ambos pares estaban, le había gustado. Las manos grandes de Quentin cubrían las suyas, pero no le parecía que fuera un acto machista e imponente, podía notar armonía en esa unión, era como verse a ellos desde el enfoque de la luna y notar como la podía proteger, aquello le pareció un pensamiento hermoso, sentirse protegida de forma especial por alguien era lo que le faltaba, pero no, no era momento de pensar en eso, ni ilusionarse, porque era la primera vez que se veían, y era evidente que él vivía en un mundo distinto al de ella: enfocado en su ama. No tenía idea porque le daban punzadas en medio del pecho con la idea, pero lo ignoró, no había que decir; en ese instante ya no le importo tomarle del brazo para seguir andando, si le había tomado las manos de esa manera, entonces ¿que importaba si avanzaban cerca? Además, ignorando lo acontecido en el lago, no había nada de malo con ello. Le volteó a ver mientras avanzaban, le dedicó miradas y sonrisas cómplices, ya no se sentía mal, ni expuesta, quizás era la magia del lugar, o quizás era la magia proveniente de él; la rubia reconocía una cosa, Quentin tenía un poder mágico que la hacia sonreír con naturalidad, de nuevo quiso abrazarlo, pero bueno, mejor quedarse tranquila. Por primera vez quiso maldecirlo por los impulsos que se tenía que restringir para con él, pero la simple idea de maldecirlo le daba un mal sabor de boca, pero también le soltaba risas cómplices consigo misma, algo ocurría que no sabía describir, que le daba curiosidad, pero también enojó, jamás se perdonaría de hacerlo. Él no merecía más que buenos tratos.
- ¿Cree que los encuentros signifiquen algo? - Preguntó con interés, porqué ya no significa sólo una noche, por lo que ambos mostraban, había interés para volver a verse, y no, no sólo una vez, lo cual le daba una buena sensación dentro del pecho; las ganas de verse otra vez decía que el encuentro había dado buenos frutos, como un cultivo esperado, y aunque no tuvo mucho tiempo de riego, pero que había bastado esas poca horas para saber lo que se necesitaba. Doreen sabía que él tenía mucho que enseñarle, no sólo de la vida, también de su persona, quizás ella podría hacer lo mismo para con él, aunque no creyera que hubiera demasiado de su parte. - Porque en este momento no puedo creer que nuestro encuentro sea por casualidad y sólo por un momento, no sé si me entiende - Ella misma se sentía confundida por las palabras que le estaba compartiendo. No quería confundirlo, pero ella misma lo estaba, quizás juntos podrían aclarar un poco más el tema; ella veía el final de la noche llegar, pero no lo deseaba, aún quedaban horas para que el amanecer llegara, lo malo es que las ideas se le escurrían de la cabeza como el agua entre los dedos, en su pecho la desesperación llegaba, ojalá el pudiera tener la iniciativa de realizar algo más. Ojalá lo hiciera.
- ¿Esta cansado? - Preguntó intentando sacar algún otro punto, es que ella no tenía idea de que más poderle decir, o hablar, que preguntar sin necesidad de entrometerse demasiado o tocar algún punto que no era debido. - A mi hermano le gustaba sacar gruesas mantas, colocarlas sobre la hierba, ver las estrellas y en ocasiones quedarnos dormidos hasta que el sol nos molestara demasiado - De nuevo recordando, no había recuerdo más hermoso que el de su hermano, no había persona a quien más extrañara que a ese muchacho. Se trataba de su vida misma, de la mitad de Doreen, su única familia verdadera, quien la había aceptado y apoyado durante todo el tiempo juntos, sabía que desde lejos le echaba porras. - Entonces no tuvo relación alguna con sus hermanos, eso es una pena - Musitó inocente - Señor Debussy... ¿Usted ha hecho alguna especie de vínculo especial, y que no sea laboral con alguien? - Se detuvo de su andar para verlo de nuevo de frente - Los lazos nos hacen extrañar y añorar ¿nunca le ha pasado? ¿La necesidad de permanecer? - Preguntas que podían ser sencillas y al mismo tiempo complicadas, dependiendo de los ojos de quien se miren. - ¿Cree que algún día pueda formarlo? Debería - Le animó.
Esperó unos momentos en silencio mientras el hombre removía en su memoria, a veces algunos recuerdos tardaban en llegar, ella era experta dando espacios.
- Por cierto, ¿Qué preferiría comer? ¿Qué le gustaría que le preparada? ¡Porque yo lo prepararé! - Doreen recordó lo que su madre una vez le dijo "Los hombres se enamoran por el estómago", aunque ella no lo haría con esa intención, sólo buscaba que le diera aceptación. ¿Verdad? Pues claro, no debían haber otras detrás, o al menos eso creía. ¿De verdad buscaba que él viera o se encantará más con ella? Aquello era extraño, aunque quizás a él ni le gustara su sazón o guiso.
Le volvió a tomar del brazo, para seguir avanzando, ya había hablado mucho, y se dio cuenta que una esperanza extraña aceleró su respiración. ¿Quién era Quentin Debussy? ¿Por que la confundía tanto?
Por oro lado, Doreen notaba que ahora había algo de arrepentimiento en la mirada del mayordomo, no es que fuera muy expresivo en realidad, pero algo había podido conocer de él durante ese corto tiempo juntos, además de que podía decirse lo veía más al natural, aunque poco supiera de eso, pues era la primera vez que se veían, de todas formas algo notaba en él, algo que podía presumir quizás no mostraba o era con otras personas. En su pecho se accionó el orgullo aparentado ser otra cosa. No es que le gustara verlo arrepentido, sino el efecto que podía haber ejercido en él. Ella mejor que nadie sabía que si a alguien le importas poco no se toma las molestias, no siente nada, se muestra indiferente y hasta da la media vuelta. Quizás su reacción por sobre el agua fue demasiado, no quizás, lo era, y ahora las palabras del hombre quieran no estar. Pero lo dicho ya estaba, ninguno podría volver el tiempo y pensarse tanto sus acciones como sus palabras; sentirse culpable ahora era lo poco que había en su interior. Se sentía miserable por haber convertido una escena hermosa en una de incomodidad, por que si, como siempre, ella tenía la culpa de las cosas.
Opciones. Parecía que el hombre siempre las tenía, en cualquier situación. Le podía hacer olvidar todo al acompañarle a su casa, o le haría olvidar estando juntos. ¿Qué idea era mejor? En definitiva no se quería ir, la magia del lugar y del encuentro seguir abrazándola como una brisa en medio de un desierto, quizás parte de la magia la componía él; irse sería seguir huyendo de la vida, de lo que le gustaba, de las experiencias obtenidas, sería no saber afrontar las situaciones de peligro, eso le haría débil todo el tiempo, pero quedarse la pondría en aprietos, con esas ganas de volver al río, con ese deseo de que él jamás se hubiera confundido, las dos salidas tenían sus ventajas y desventajas, se sentía tan perdida como en un inicio, sin que él le hubiera propuesto nada, pero no se deseaba ir. Jamás la rubia se había notado tan contradictoria, pero no tardaría demasiado en escoger, la verdad es que deseaba permanecer, quedarse un poco más, de nuevo la idea de que quizás no volverían a verse sonaba atractiva, era como tener un bonito sueño, uno del que al despertar por más que desearas repetirlo no se podría; se quedaría, pero no le tomaría el brazo al andar. Estaría a cuatro pasos suyos de distancia de él, y con eso era suficiente, o al menos eso creía, pues de nuevo el joven tenía otras opciones.
- Me quedaré un rato más, hasta que el sueño se apoderé de mil por completo - Durante la revolución, la rubia se vio sometida a mentir una gran cantidad de veces, pero se suponían eran mentiras blancas que ayudaban a una buena causa, nunca le había sabido bien mentir, y en definitiva ese momento tampoco ayudaba, pero quizás debía hacerlo. Ella no tendría sueño en mucho rato, pues había dormido casi toda la tarde, sino se hubiera levantado quizás toda la noche, aunque debe reconocer que los ojos hinchados eran molestos, llorar en definitiva no era lo suyo, pero le salía muy bien. Odiar sus debilidades parecía ser indispensable para que viviera, pues no había día que no lo recordara - Y en todo caso, usted también debe dormir, mañana o en unas horas tendrá un día lleno de actividades, sin dormir no se trabaja bien - Aquello era en serio, o al menos le hablaba porque se preocupaba, no deseaba ser la causante de ese mal rendimiento en su jornada, pero Quentin patria dispuesto a correr el riesgo. De todas formas no se tardarían mucho más aquella noche, muchos puntos estaban dichos. - Así que un rato más y marchamos ¿De acuerdo? - le miró de reojo, no tenía ganas de sostenerle la mirada. La fuerza para eso seguía sin llegar.
De nuevo el tema del amor aparecía. Si ella estuviera en la situación de Quentin, sería muy probable dudar del amor, ponerlo en tela de juicio al ver a alguien sufrir de esa manera, sin embargo, con todo y golpes de la vida, la pintora no podía desecharlo, ella había nacido para amar, no sólo a una pareja no, en definitiva mucha gente se confundida en eso, creían que el amor sólo se debía dar a un hombre o una mujer, dependiendo de la persona; para ella el amor era más bueno que eso, se podía amar a sus padres, a sus hermanos, a los demás familiares, a los animales, a las plantas, a los amigos e incluso a los enemigos, pues estos últimos siempre ayudaban a crearte más carácter y fortaleza con cada una de sus acciones negativas. Ella amaba la vida por el simple hecho de respirar. Dios lis amaba, y él les había puesto todas las herramientas para poder sobrellevar cada cruz en sus espaldas, todo dolor es una prueba que el mandaba. Nada lo enviaba sabiendo que no serias capaz de sobrellevarlo. Así de sencillo. A ella le tocaba sufrir en ese momento, pero al día de mañana era muy probable o casi probable que gozará de esos momentos de felicidad, porque así como las alegrías, las penas por más dolorosas eran momentáneas. El tiempo se las llevaba, el tiempo las curaba.
- Debe pensar que soy muy tonta para seguir creyendo en el tema ¿verdad? - Pero no esperó a que le respondiera la pregunta, ella misma respondería los que fuera necesario. - En realidad no considero que lo sea, creo que es más tonto quien vive sin amor, sin ni siquiera aspirar a tenerlo - Con naturalidad se encogió de hombros y siguió avanzando. Cuidando sus pasos ara no tropezar con alguna piedra, o peor aún, cuidando no acercarse demasiado a él para no hacerle mal pensar de nuevo. Su error ya no lo cometería más veces, no. Lo que menos deseaba era dejar una mala imagen de su persona con el caballero, suficiente ya había hecho con sus errores. - El amor no es sólo sentir que darías todo por una persona, pero enfoquémonos en mi punto, en el que me hizo sufrir para poder darle una respuesta más acorde a mi - Sonrío de forma tenue, pero lo hizo con sinceridad - Amar es poder observar a alguien las veces necesarias y hacer que te encandile su presencia, amar es saberse que te acompañara en el camino llamado vida sin soltar tu mano, amar es poder sonreír incluso de las caídas sabiendo que estiraras la mano para levantarte y sabrás alguien te impulsara a ponerte de pie; amar es ver despertar a alguien y creer que es el ser más hermoso de la tierra, amar es compartir tus logros, alegrías y tristezas, amar es una caricia certera al mismo tiempo que besos cálidos, cómplices y únicos, amar es abrazar el alma ajena para hacerla una con la tuya, amar es desear una vida entera con esa persona ¿Por qué desechar algo tan maravilloso como el amor? ¿Por qué no creer en el? Porque incluso el amor acepta lo negativo ¿De qué sirve desechar algo tan maravilloso sin importar lo que se sufra? - Le miro ahora si a los ojos - Quizás yo no pueda experimentarlo, pero habrá quienes si, y por ellos también se puede aplaudir a tan mágico sentimiento - Concluyó.
Estuvo demasiado atenta al escuchar el relato de la infancia ajena; incluso lo miraba al avanzar sin prestar atención a poder caerse o no. La verdad es que poco le importaba tropezar. ¿Quién no lo hacia? Se vería mucho más educada si le atendía cuando le compartía tales relatos. Doreen entendía que a veces fragmentos de la vida podían llegar a ser muy privados, y que por esa razón a las personas le costaba compartirlos, aunque no pareciera, no se encontraba del todo segura si en el caso del mayordomo sería de esa manera, pero quiso tomarlo como algo muy cómplice y privado, como si tuviera la fortuna de ser la primera en escucharlo aunque era probable que no lo fuera. Asentía cada determinado tiempo para que él prosiguiera con sus palabras. A diferencia de él, la rubia si se había sentido en casa, su madre aunque era una mujer de hogar se trataba de una fémina muy inteligente, y su padre era ambicioso, sólo bastaba con saber como deseaba usar a su hija para su antojo; quiso abrazarlo, decirle que si el se lo proponía podría tener una familia, pero de nuevo se frenó, y quizás sus palabras no fueran tomadas del todo como prudentes, así que ignoró los impulsos de su corazón. Sólo le dio un breve apretón el el brazo, y siguieron avanzando, pero en total silencio. La joven ya no sabía que decir, y eso de cuidar sus palabras y corazonadas le resultaba duro, así que mejor callar, era la única salida.
- A veces las infancias, o quiero creer que la mayoría de ellas forjan lo que será en un futuro, parece que con nosotros así fue; en mi caso sólo bastaron imposiciones y regalos para irme y tantear a mi suerte, en su caso bastó para no dejarle seguir ese cause y volverse el hombre educado y trabajador de hoy en día, así que podemos agradecer a esos malos momentos ¿qué opina? - sonrío por el gesto de la flor, pero de nuevo quiso ir hacia atrás, Doreen se sentía segura en el aspecto de que nada le pasaría si estaba con el hombre, pero no se sentía segura con la cercanía, el miedo a actuar mal no la iba a abandonar, al menos no esa noche, no cuando el tropiezo era tan reciente. - Veamos lo positivo de la situación, ¿para qué lamentarnos? Mejor así - Le ánimo mordiendo con fuerza su labio inferior, sus manos ocupadas ya estaban con la intromisión de las ajenas, su nervio ahora lo cambiaría con los mordiscos.
- Debo preocuparme por lo que su ama quiera, claro que si, recuerde que las personas de poder adquisitivo algo cuidan bien de sus intereses, si usted es eficiente, entonces ella debe cuidarlo, no dejar que salga o se distraiga con una llorona dama que apenas conoce - Sintió el impulso de soltar sus manos para darle un golpecito cariñoso en la punta de su nariz, pero no tuvo el valor de alejarse, ya no. A Doreen le costaba poner apreciar esos gestos tan dulces de parte de alguien ajeno a si misma, es decir, a la joven no le costaba mostrarse dulce y cariñosa, ojo, no con todos, con unos cuantos, aunque habían matices distintos con cada persona, sin embargo siempre le costaba ver que alguien le demostraba tanta simpatía, se quedó así, porque el joven había prometido que no la juzgaba a mal, se convenció que él no le decía las palabras sólo para hacerle sentir cómoda, sino porque de verdad lo haría porque eso deseaba, no juzgarla y gozar. ¿Gozar? Pues claro, con la compañía ajena - Pero si su ama no pone objeción, entonces yo le daré a ella un regalo en gratitud, porque me permitirá tener una parte momentánea de usted aunque le pertenezca a ella - Se encogió de hombros con naturalidad, como resignada a tener que compartir a Quentin, aunque aquello fuera extraño y absurdo; a Doreen no le pertenecía, ni siquiera le conocía por completo, y sin embargo ya deseaba ser egoísta con el mundo por el; el mayordomo resultaba ser lo más grato que le había sucedido desde hace tiempo, incluso muchísimo antes de tener esa desaparición. Porque ¿Para que mentir? Desde antes se había distanciado de esa persona que parecía metido en sus conflictos y no en verla a ella; entonces el miedo la invadió ¿Qué ocurría si se llegaba a encariñar con ese que estaba frente a ella? Es decir, no es que pensara en otra cosa, podrían ser amigos, cómplices ¿por qué no? Pero, ¿y si en un principio él ponía todo su interés en ella y después que se le pasaba la novedad, el joven se aburría y se alejaba? No, la rubia debía construir una barrera más grande, así no exponía sus sentimientos, así no había forma de que alguien llegara, la abrazara y luego la dejara caer de golpe. El miedo ahora la acompañaría, si, a todos lados.
- Le diría que podríamos vernos mañana, pero dado que dormirá muy poco, será mejor que llegue, trabaje, hable con su ama y descanse. ¿Le parece entonces si es en tres días? - Ese tiempo también le ayudaba a ella a arreglar su vida. Es decir, reconocer la nueva vivienda, ya la conocía, pero era distinto volver a pisar el lugar tomando en cuenta todos los que se habían ido; no sólo eso, también hablar con todos los empleados, reconocerlos, darles y pedirles su confianza, hacerse de alguien que le ayudara en los negocios, tanto con la galería, como con la joyería. ¡Darcy había estado loco al dejarle tanto! ¿Cómo había confiado en dejarle tantas responsabilidades? Seguramente la creía capaz, pero a veces la joven se tensaba de tanto nervio por creer no poder lograrlo; debía hacerse a la idea sola, por eso tres días era suficiente, si le pedía más tiempo ella no podría salir de ese hoyo que (en esa noche) había logrado salir un poco. Sólo un poco.
Doreen le soltó las manos, pero no fue brusca, tampoco grosera, de hecho lo hizo con delicadeza, pues la manera en que ambos pares estaban, le había gustado. Las manos grandes de Quentin cubrían las suyas, pero no le parecía que fuera un acto machista e imponente, podía notar armonía en esa unión, era como verse a ellos desde el enfoque de la luna y notar como la podía proteger, aquello le pareció un pensamiento hermoso, sentirse protegida de forma especial por alguien era lo que le faltaba, pero no, no era momento de pensar en eso, ni ilusionarse, porque era la primera vez que se veían, y era evidente que él vivía en un mundo distinto al de ella: enfocado en su ama. No tenía idea porque le daban punzadas en medio del pecho con la idea, pero lo ignoró, no había que decir; en ese instante ya no le importo tomarle del brazo para seguir andando, si le había tomado las manos de esa manera, entonces ¿que importaba si avanzaban cerca? Además, ignorando lo acontecido en el lago, no había nada de malo con ello. Le volteó a ver mientras avanzaban, le dedicó miradas y sonrisas cómplices, ya no se sentía mal, ni expuesta, quizás era la magia del lugar, o quizás era la magia proveniente de él; la rubia reconocía una cosa, Quentin tenía un poder mágico que la hacia sonreír con naturalidad, de nuevo quiso abrazarlo, pero bueno, mejor quedarse tranquila. Por primera vez quiso maldecirlo por los impulsos que se tenía que restringir para con él, pero la simple idea de maldecirlo le daba un mal sabor de boca, pero también le soltaba risas cómplices consigo misma, algo ocurría que no sabía describir, que le daba curiosidad, pero también enojó, jamás se perdonaría de hacerlo. Él no merecía más que buenos tratos.
- ¿Cree que los encuentros signifiquen algo? - Preguntó con interés, porqué ya no significa sólo una noche, por lo que ambos mostraban, había interés para volver a verse, y no, no sólo una vez, lo cual le daba una buena sensación dentro del pecho; las ganas de verse otra vez decía que el encuentro había dado buenos frutos, como un cultivo esperado, y aunque no tuvo mucho tiempo de riego, pero que había bastado esas poca horas para saber lo que se necesitaba. Doreen sabía que él tenía mucho que enseñarle, no sólo de la vida, también de su persona, quizás ella podría hacer lo mismo para con él, aunque no creyera que hubiera demasiado de su parte. - Porque en este momento no puedo creer que nuestro encuentro sea por casualidad y sólo por un momento, no sé si me entiende - Ella misma se sentía confundida por las palabras que le estaba compartiendo. No quería confundirlo, pero ella misma lo estaba, quizás juntos podrían aclarar un poco más el tema; ella veía el final de la noche llegar, pero no lo deseaba, aún quedaban horas para que el amanecer llegara, lo malo es que las ideas se le escurrían de la cabeza como el agua entre los dedos, en su pecho la desesperación llegaba, ojalá el pudiera tener la iniciativa de realizar algo más. Ojalá lo hiciera.
- ¿Esta cansado? - Preguntó intentando sacar algún otro punto, es que ella no tenía idea de que más poderle decir, o hablar, que preguntar sin necesidad de entrometerse demasiado o tocar algún punto que no era debido. - A mi hermano le gustaba sacar gruesas mantas, colocarlas sobre la hierba, ver las estrellas y en ocasiones quedarnos dormidos hasta que el sol nos molestara demasiado - De nuevo recordando, no había recuerdo más hermoso que el de su hermano, no había persona a quien más extrañara que a ese muchacho. Se trataba de su vida misma, de la mitad de Doreen, su única familia verdadera, quien la había aceptado y apoyado durante todo el tiempo juntos, sabía que desde lejos le echaba porras. - Entonces no tuvo relación alguna con sus hermanos, eso es una pena - Musitó inocente - Señor Debussy... ¿Usted ha hecho alguna especie de vínculo especial, y que no sea laboral con alguien? - Se detuvo de su andar para verlo de nuevo de frente - Los lazos nos hacen extrañar y añorar ¿nunca le ha pasado? ¿La necesidad de permanecer? - Preguntas que podían ser sencillas y al mismo tiempo complicadas, dependiendo de los ojos de quien se miren. - ¿Cree que algún día pueda formarlo? Debería - Le animó.
Esperó unos momentos en silencio mientras el hombre removía en su memoria, a veces algunos recuerdos tardaban en llegar, ella era experta dando espacios.
- Por cierto, ¿Qué preferiría comer? ¿Qué le gustaría que le preparada? ¡Porque yo lo prepararé! - Doreen recordó lo que su madre una vez le dijo "Los hombres se enamoran por el estómago", aunque ella no lo haría con esa intención, sólo buscaba que le diera aceptación. ¿Verdad? Pues claro, no debían haber otras detrás, o al menos eso creía. ¿De verdad buscaba que él viera o se encantará más con ella? Aquello era extraño, aunque quizás a él ni le gustara su sazón o guiso.
Le volvió a tomar del brazo, para seguir avanzando, ya había hablado mucho, y se dio cuenta que una esperanza extraña aceleró su respiración. ¿Quién era Quentin Debussy? ¿Por que la confundía tanto?
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Los minutos avanzaban presurosos de frío entre la vegetación del lugar, pero ni Doreen ni Quentin sentían el peso de su carrera sobre sus ojos. Y era que había cosas que simplemente no podían esperar, que no debían retrasarse ni postergarse porque el tiempo era ahora. Estaban atentos, expectantes, y en silencio, como si algo estuviese a punto de suceder, algo que no lograban identificar, pero ahí estaba. ¿Cómo saber actuar frente algo tan desconocido? Quentin veía que no había nada que pudiera hacer; sentía que quería acompañarla y cuidarla del mundo que él bien conocía más allá de la razón. Había sido una noche de suerte, sí. Ahora le cabía preguntarse de qué clase de suerte se trataba, y lo averiguaría estando cerca de ella. De alguna manera se las arreglaría para no perder el contacto a pesar de sus diferentes estilos de vida. Después de todo, organizar los tiempos y acciones eran su diario quehacer.
—Le dije que caminaría junto a usted, mademoiselle. Mantendré mi palabra porque es mi voluntad. Ocuparme del cansancio será otra de mis tareas, pero en vista de las circunstancias no es tan importante; no impedirá que realice mis tareas como corresponde ni tampoco me apartará de su camino mientras me considere en él —sonaba seguro, como quien se sabía dueño de sus actos y esclavo de sus impulsos— Cuente con mi escolta para lo que nos resta de camino. —no imaginaba que el camino se alargaría un tanto más.
Quentin sonreía de gusto y de debía a la gran cantidad de cosas que estaba descubriendo al compartir con alguien como Doreen. La gente solía anhelar personas idénticas a ellos mismos para pasar el rato, salir a beber el té de las seis, o para comer una tarta de fresas con nata, como si fuesen la gran cosa. El mayordomo conocía a personas similares a él todos los días tanto en la mansión como con los demás sirvientes como en la ciudad, y se aburría como un loco, porque no había nada de interesante en lo conocido y fácil de comprender. Acababa de descubrir que para armonizar y congeniar, no había nada mejor que ser distintos. De alguien con quien compartiera sus principios y opiniones nada aprendería, pero Doreen… ¿cuántas lecciones le faltarían por ver? Curioso.
Pero mientras Quentin aumentaba su seguridad con cada intimidad compartida, podía ver que Doreen la iba perdiendo; usaba con frecuencia palabras como “tonta”, “fácil”, y quizás cuántas otras que debía decir en su cabeza sin expresarlas hacia fuera. Supo que tendría que tener cuidado con sus futuros calificativos hacia ella; no quería irse ni tampoco que ella se fuera. Quería alargar lo más posible lo que fuera que se estuviera dando ahí, tan clandestinamente entre las heredades de los opulentos. Bajo el amparo de la oscuridad, nadie lo vería dejar sus guantes blancos de lado para palpar una mejilla de porcelana rescatada de las lágrimas, pero bajo su propia piel no vería él mismo, sino alguien más.
—Según lo que he visto los años que he vivido, creer en algo diferente no convierte a una persona en tonta, sino en valiente. ¿Por qué se trata de esa manera? He oído más ataques personales de su parte que de una monja reconcomida. Además, no creo que sea ninguna de esas cosas. ¿Quién le ha metido eso en la cabeza? —se rió de sí mismo cordialmente cuando oyó el pensamiento de Doreen sobre aquellos carentes de ser de amor— Creo que encajo perfecto con esa descripción que ha dado. Está bien, no me molesta en lo absoluto, pero espero que entienda que si no estoy entusiasmado por encontrarme con algo que ha generado tantas noches de insomnio y faltas de atención, no es porque pretenda huir de ello, además que sería un absurdo considerando lo que se dice, que no es una elección. Lo que pasa es que no veo cómo algo que nunca he sentido o siquiera entendido me pueda enfervorizar. Por lo mismo no se le puede explicar a un ciego lo que es un color.
Su respuesta no era esperanzadora, ni la mitad del discurso de Doreen, pero era la verdad. Al unirse a ella en ese paseo, le había prometido a ella y también a sí mismo que sería honesto; de otra forma, no hablaría Quentin, sino el mayordomo, el correcto, el instrumento, y la rubia ya había demostrado lo suficiente que no quería tener a un mueble caminando a su lado. De haber sido ese el caso, hubiera llevado consigo un animalito doméstico de su morada.
Las estrellas callaron y el brillo de los ojos de Quentin se apagó cuando la doncella anunció su próximo punto, y el más importante de la lección: qué era el amor. Sonaba como una maldición, una muy adictiva según lo que ella contaba. Acompañar a alguien por siempre… ¿quién querría lidiar con sus demonios toda una eternidad? Nadie muy inteligente, desde luego. Y así, Quentin nuevamente se sentía incapaz de adecuar su entendimiento a aquella compleja asignatura, pero había algo más, una pequeña luz resplandeciendo en la negrura. Aquella luz se estaba traduciendo en los efectos de la joven oradora que, si bien su discurso resultaba confuso para el hombre, lograba que él captara la importancia del amor, de cuánto podía marcar, unir, y desunir. Pero hasta en aquella luz, el varón distinguió sombras, las cuales no se calló.
—Entonces no se puede prevenir, no se mata con facilidad, y se piensa con dificultad. Diría que hay que cuidar de quien uno se enamora, pero tampoco está en nuestras manos. Sólo podemos rezar para que no nos mate en el intento —recapitulaba, intentando sacar una conclusión de cada cosa dicha— Pero hay algo que no comprendo. Usted defiende el amor diciendo que es maravilloso y que nadie debería desecharlo, pero... —y la miró con la misma intensidad, queriendo percibir algo de ella que le dijera qué estaba pasando por su corazón— …ese discurso no calza con lo que sale de sus ojos. Puede que la esté malinterpretando, pero también puedo estar en lo cierto. Usted dirá. ¿Se ha desencantado a tal punto de ponerse a sí misma en una coraza? Los libros son un refugio, al igual que proyectar en otros lo que a uno le gustaría vivir. ¿Estoy en lo correcto?
Ella lo confundía; con cada paso que avanzaba hacia él, retrocedía dos, y siempre con una sonrisa de por medio. ¿Tenía miedo de él? Pensaba haberle dejado claro que no tenía nada que temer, y más con haberle advertido de no volver a mostrar sus piernas a un extraño a solas, sin nadie que pudiera controlar lo que pudiera suceder. Había querido mostrarle que no era un aprovechador, pero ella continuaba temblando. No creía ser tan aterrador como para causar esos efectos, entonces ¿qué le ocurría? Todas esas preguntas continuaban abiertas mientras ella seguían indagando, conversando, abriendo nuevos puertos de interacción. ¿Hablar era su forma de ahuyentar los problemas? No le resultaría, pensaba Quentin, porque con cada puerta que ella abriera, borraría una barrera entre los dos, y el hombre sabía lo que eso significaba: un vínculo. Y los vínculos, aunque ella tal vez no lo sospechara, eran recíprocos; ella podría verlo a él tanto como él a ella. Debussy podía ver que Doreen tenía ese potente mecanismo de ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío, pero eso no quería decir que realmente se lo creyera. Por la manera en que titubeaba, debía creerlo a medias, pero no importaba, porque le servía para continuar. Con eso debía bastarle. En realidad, hasta él se mostraba conforme con eso: seguir y nada más.
—Seré tan sincero como usted lo ha sido conmigo. No agradezco ni a la familia que me parió para ni al hombre que me empleó. Puede que sin ellos hubiera sido un niño más en situación de hacinamiento y desnutrición, como ocurre aquí en París. Sé todo eso, y quizás qué otras cosas pudieron haberme ocurrido y no lo sé —hizo una pausa mirando hacia la luna. Algo tenía ese astro que daba claridad a quien la buscaba. Luego volvió a ver a la joven— Pero no sabe lo que daría por entender aunque sea en una mínima fracción lo que siente usted por la felicidad y el amor. Si uno de ellos, tan sólo uno hubiera volteado y dicho “no”, hubiera sido un tonto ignorante, pero al menos hubiera tenido el valor de abrazarla sin que me importaran las consecuencias. Y aquí me tiene: una ilustre máquina a su servicio. —le hacía sentido el motivo de Bárbara para contratarlo— Soy reemplazable para ella, como toda pieza de relojería. No me cuida; me fiscaliza. Debo dejar haciendo sus labores a los empleados y luego solicitar permiso. A ella le pertenece lo que hago y parte de mi tiempo, pero es sólo hasta cuando yo lo diga. Desde luego que no me conviene irme de ese puesto laboral, sobretodo con alguien que no pide mucho, como ella. Pero descuide. Entre ambos no hay familiaridad, pero sí confianza para tratar ese tema. Puedo compensarle las horas perdidas. —negó ligeramente con la cabeza; ¿qué estaba haciendo? No quiso preguntárselo y continuó— En tres días yo estaré atravesando la ciudad sin uniforme y usted me verá a tiempo en el umbral de su hogar.
Se sintió algo solo cuando sintió sus manos libres de las de la blonda. Suspiró; seguramente le había parecido inapropiado tal gesto y se había retirado por lo mismo, y como ella era una verdadera dama, había recogido sus extremidades con la sutileza característica de una mujer bien educada. No la culpaba; invitar a alguien al hogar a disfrutar de una comida era una cosa, pero el contacto físico era otra totalmente distinta, una que comprometía a los involucrados. Quentin reafirmó esa idea en su cabeza cuando ella le tomó inmediatamente el brazo para seguir con su paseo.
A medida que avanzaban, el hombre se hacía la misma odiosa pregunta: “¿Qué estoy haciendo?” Ni siquiera se había dado cuenta de que había olvidado su lámpara de aceite junto al río, porque la luz de la luna había enfocado a cierta dorada mujer. ¿Por qué había decidido salir? ¿por qué siguió esa silueta? ¿por qué ella? ¿por qué él? ¿por qué solos los dos? ¿por qué de noche? Si tan sólo uno de los factores hubiera flaqueado, todo hubiese permanecido en su lugar. Algo no calzaba, o más bien dicho, todo calzaba para la estructura sobre la cual Quentin creía se derrumbara a pedazos lentamente. No lo entendía; parecía obra de algún plan perfectamente elaborado que estuviera del brazo con Doreen.
—¿Usted también tiene esa sensación? —ralentizó su paso para no perder la atención de la respuesta de Doreen. Ella se notaba interesada en hallar la respuesta, al igual que él— No me atrevo a especular sobre lo que puede ser, pero sí sobre lo que no es. Las casualidades son todo menos perfectas, cosa que no se aplica aquí. —miró hacia abajo unos segundos— Por este empedrado debería haber cruzado algún rondador, o tres considerando el tiempo que llevamos aquí, o pudimos habernos quedado en nuestras camas. Podría seguir, pero no quiero desperdiciar el tiempo. Pienso que si tiene un significado, no tardaremos en descubrirlo. Hagamos un trato; el que lo descubra antes, se lo revelará al otro. ¿Le parece justo?
Así tendrían una excusa más para hablar de lo que fuera, porque lo necesitaban más de lo que pensaban. Lo necesitaban porque estando juntos, simplemente conversando acerca de lo que se les viniera a la mente, la oscuridad de sus corazones no pesaba tanto. Y ahí estaba Doreen, ahondando en su lado más descuidado: el emocional, para abrir una apertura hacia la luz.
—Se puede estar cansado de muchas cosas, señorita, pero el agotamiento físico es el que menos me preocupa. Cuando se vive de un oficio como el mío, se aprende llevar un día con poca o mucha energía. En su caso, tuvo compañía. Quisiera darle buenas noticias, que nos protegíamos entre los hermanos, pero no tuvimos esa suerte —se quedó pensando, viendo a Doreen en silencio. ¿Vínculos laborales? Muchos; ¿vínculos especiales? Comenzaba a ser una historia diferente— Digamos que puedo estar en vías de formar uno. Si la suerte me acompaña, será la primera en saberlo, y si no, no volveremos a hablarlo y lo olvidaremos.
Porque si fracasaba, no volverían a verse, lo cual era lo más obvio. O si se volvían a ver, sería en un evento de sociedad, cuando él le sirviera una copa de vino junto al resto de la servidumbre. Por mientras, ella le manifestaba su deseo de servirle con gentileza, y no porque mediara una obligación laboral, sino porque así le había nacido. Estaría feliz de hacer eso. Quentin se preguntaba que tenía para ofrecerle a ella. No tenía nada más que sus conocimientos y una buena habilidad para encontrar gangas de buen precio y calidad en el mercado, entonces se los ofrecería también.
—Ha hecho que despierte mi curiosidad, señorita Doreen, pero como todo buen invitado, no llegaré con las manos vacías. Permítame aportar con traer los ingredientes, no sé, podríamos comer algunas aves de corral, aprovechando la época baja de venado. Cuando entre por la puerta de su hogar, usted me dirá. No es ninguna política correcta decir que sería un honor para mí probar su comida y sentarme en su mesa —le sonrió inclinando ligeramente su cabeza como un gesto de complicidad.
De pronto ante ellos vieron una reja que cercaba una mansión de considerable amplitud. Habían llegado a un límite del camino, aunque siempre podían dar la vuelta y fingir que nada habían encontrado. Eso hizo pensar al hombre.
—¿En un lugar parecido a este vive usted? —preguntó Quentin, tomándole el peso a lo que eso implicaba. Debía ser rápido si no quería que nadie los viera. Si alguien llegaba a siquiera echarles un vistazo, los dos estarían en jaque, porque nadie los escucharía ni creerían en sus honestas intenciones; la malicia iba por delante en los ojos de quien mirase. Se volteó a ver a Doreen y bajó su cabeza para frente a frente comunicarse— Por favor, si todavía no se ha arrepentido de su generosa oferta dígame dónde puedo encontrarla, o al menos por qué calles pasa a la hora del té. Llevaré a su hogar lo prometido y compartiremos agradablemente, al igual que ahora. —apoyó sus manos en los hombros de Doreen. Quería que lo oyera con cuidado— Sin embargo, si se ha hastiado de mi presencia, sea tajante y ordéneme que me retire. De ser así, le prometo que viéndola a salvo desapareceré y no volverá a saber de mí. Yo no le guardaré rencor alguno y me contentaré con salvaguardarla a lo lejos.
Era una promesa del caballero. Por dentro, el hombre se oponía.
—Le dije que caminaría junto a usted, mademoiselle. Mantendré mi palabra porque es mi voluntad. Ocuparme del cansancio será otra de mis tareas, pero en vista de las circunstancias no es tan importante; no impedirá que realice mis tareas como corresponde ni tampoco me apartará de su camino mientras me considere en él —sonaba seguro, como quien se sabía dueño de sus actos y esclavo de sus impulsos— Cuente con mi escolta para lo que nos resta de camino. —no imaginaba que el camino se alargaría un tanto más.
Quentin sonreía de gusto y de debía a la gran cantidad de cosas que estaba descubriendo al compartir con alguien como Doreen. La gente solía anhelar personas idénticas a ellos mismos para pasar el rato, salir a beber el té de las seis, o para comer una tarta de fresas con nata, como si fuesen la gran cosa. El mayordomo conocía a personas similares a él todos los días tanto en la mansión como con los demás sirvientes como en la ciudad, y se aburría como un loco, porque no había nada de interesante en lo conocido y fácil de comprender. Acababa de descubrir que para armonizar y congeniar, no había nada mejor que ser distintos. De alguien con quien compartiera sus principios y opiniones nada aprendería, pero Doreen… ¿cuántas lecciones le faltarían por ver? Curioso.
Pero mientras Quentin aumentaba su seguridad con cada intimidad compartida, podía ver que Doreen la iba perdiendo; usaba con frecuencia palabras como “tonta”, “fácil”, y quizás cuántas otras que debía decir en su cabeza sin expresarlas hacia fuera. Supo que tendría que tener cuidado con sus futuros calificativos hacia ella; no quería irse ni tampoco que ella se fuera. Quería alargar lo más posible lo que fuera que se estuviera dando ahí, tan clandestinamente entre las heredades de los opulentos. Bajo el amparo de la oscuridad, nadie lo vería dejar sus guantes blancos de lado para palpar una mejilla de porcelana rescatada de las lágrimas, pero bajo su propia piel no vería él mismo, sino alguien más.
—Según lo que he visto los años que he vivido, creer en algo diferente no convierte a una persona en tonta, sino en valiente. ¿Por qué se trata de esa manera? He oído más ataques personales de su parte que de una monja reconcomida. Además, no creo que sea ninguna de esas cosas. ¿Quién le ha metido eso en la cabeza? —se rió de sí mismo cordialmente cuando oyó el pensamiento de Doreen sobre aquellos carentes de ser de amor— Creo que encajo perfecto con esa descripción que ha dado. Está bien, no me molesta en lo absoluto, pero espero que entienda que si no estoy entusiasmado por encontrarme con algo que ha generado tantas noches de insomnio y faltas de atención, no es porque pretenda huir de ello, además que sería un absurdo considerando lo que se dice, que no es una elección. Lo que pasa es que no veo cómo algo que nunca he sentido o siquiera entendido me pueda enfervorizar. Por lo mismo no se le puede explicar a un ciego lo que es un color.
Su respuesta no era esperanzadora, ni la mitad del discurso de Doreen, pero era la verdad. Al unirse a ella en ese paseo, le había prometido a ella y también a sí mismo que sería honesto; de otra forma, no hablaría Quentin, sino el mayordomo, el correcto, el instrumento, y la rubia ya había demostrado lo suficiente que no quería tener a un mueble caminando a su lado. De haber sido ese el caso, hubiera llevado consigo un animalito doméstico de su morada.
Las estrellas callaron y el brillo de los ojos de Quentin se apagó cuando la doncella anunció su próximo punto, y el más importante de la lección: qué era el amor. Sonaba como una maldición, una muy adictiva según lo que ella contaba. Acompañar a alguien por siempre… ¿quién querría lidiar con sus demonios toda una eternidad? Nadie muy inteligente, desde luego. Y así, Quentin nuevamente se sentía incapaz de adecuar su entendimiento a aquella compleja asignatura, pero había algo más, una pequeña luz resplandeciendo en la negrura. Aquella luz se estaba traduciendo en los efectos de la joven oradora que, si bien su discurso resultaba confuso para el hombre, lograba que él captara la importancia del amor, de cuánto podía marcar, unir, y desunir. Pero hasta en aquella luz, el varón distinguió sombras, las cuales no se calló.
—Entonces no se puede prevenir, no se mata con facilidad, y se piensa con dificultad. Diría que hay que cuidar de quien uno se enamora, pero tampoco está en nuestras manos. Sólo podemos rezar para que no nos mate en el intento —recapitulaba, intentando sacar una conclusión de cada cosa dicha— Pero hay algo que no comprendo. Usted defiende el amor diciendo que es maravilloso y que nadie debería desecharlo, pero... —y la miró con la misma intensidad, queriendo percibir algo de ella que le dijera qué estaba pasando por su corazón— …ese discurso no calza con lo que sale de sus ojos. Puede que la esté malinterpretando, pero también puedo estar en lo cierto. Usted dirá. ¿Se ha desencantado a tal punto de ponerse a sí misma en una coraza? Los libros son un refugio, al igual que proyectar en otros lo que a uno le gustaría vivir. ¿Estoy en lo correcto?
Ella lo confundía; con cada paso que avanzaba hacia él, retrocedía dos, y siempre con una sonrisa de por medio. ¿Tenía miedo de él? Pensaba haberle dejado claro que no tenía nada que temer, y más con haberle advertido de no volver a mostrar sus piernas a un extraño a solas, sin nadie que pudiera controlar lo que pudiera suceder. Había querido mostrarle que no era un aprovechador, pero ella continuaba temblando. No creía ser tan aterrador como para causar esos efectos, entonces ¿qué le ocurría? Todas esas preguntas continuaban abiertas mientras ella seguían indagando, conversando, abriendo nuevos puertos de interacción. ¿Hablar era su forma de ahuyentar los problemas? No le resultaría, pensaba Quentin, porque con cada puerta que ella abriera, borraría una barrera entre los dos, y el hombre sabía lo que eso significaba: un vínculo. Y los vínculos, aunque ella tal vez no lo sospechara, eran recíprocos; ella podría verlo a él tanto como él a ella. Debussy podía ver que Doreen tenía ese potente mecanismo de ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío, pero eso no quería decir que realmente se lo creyera. Por la manera en que titubeaba, debía creerlo a medias, pero no importaba, porque le servía para continuar. Con eso debía bastarle. En realidad, hasta él se mostraba conforme con eso: seguir y nada más.
—Seré tan sincero como usted lo ha sido conmigo. No agradezco ni a la familia que me parió para ni al hombre que me empleó. Puede que sin ellos hubiera sido un niño más en situación de hacinamiento y desnutrición, como ocurre aquí en París. Sé todo eso, y quizás qué otras cosas pudieron haberme ocurrido y no lo sé —hizo una pausa mirando hacia la luna. Algo tenía ese astro que daba claridad a quien la buscaba. Luego volvió a ver a la joven— Pero no sabe lo que daría por entender aunque sea en una mínima fracción lo que siente usted por la felicidad y el amor. Si uno de ellos, tan sólo uno hubiera volteado y dicho “no”, hubiera sido un tonto ignorante, pero al menos hubiera tenido el valor de abrazarla sin que me importaran las consecuencias. Y aquí me tiene: una ilustre máquina a su servicio. —le hacía sentido el motivo de Bárbara para contratarlo— Soy reemplazable para ella, como toda pieza de relojería. No me cuida; me fiscaliza. Debo dejar haciendo sus labores a los empleados y luego solicitar permiso. A ella le pertenece lo que hago y parte de mi tiempo, pero es sólo hasta cuando yo lo diga. Desde luego que no me conviene irme de ese puesto laboral, sobretodo con alguien que no pide mucho, como ella. Pero descuide. Entre ambos no hay familiaridad, pero sí confianza para tratar ese tema. Puedo compensarle las horas perdidas. —negó ligeramente con la cabeza; ¿qué estaba haciendo? No quiso preguntárselo y continuó— En tres días yo estaré atravesando la ciudad sin uniforme y usted me verá a tiempo en el umbral de su hogar.
Se sintió algo solo cuando sintió sus manos libres de las de la blonda. Suspiró; seguramente le había parecido inapropiado tal gesto y se había retirado por lo mismo, y como ella era una verdadera dama, había recogido sus extremidades con la sutileza característica de una mujer bien educada. No la culpaba; invitar a alguien al hogar a disfrutar de una comida era una cosa, pero el contacto físico era otra totalmente distinta, una que comprometía a los involucrados. Quentin reafirmó esa idea en su cabeza cuando ella le tomó inmediatamente el brazo para seguir con su paseo.
A medida que avanzaban, el hombre se hacía la misma odiosa pregunta: “¿Qué estoy haciendo?” Ni siquiera se había dado cuenta de que había olvidado su lámpara de aceite junto al río, porque la luz de la luna había enfocado a cierta dorada mujer. ¿Por qué había decidido salir? ¿por qué siguió esa silueta? ¿por qué ella? ¿por qué él? ¿por qué solos los dos? ¿por qué de noche? Si tan sólo uno de los factores hubiera flaqueado, todo hubiese permanecido en su lugar. Algo no calzaba, o más bien dicho, todo calzaba para la estructura sobre la cual Quentin creía se derrumbara a pedazos lentamente. No lo entendía; parecía obra de algún plan perfectamente elaborado que estuviera del brazo con Doreen.
—¿Usted también tiene esa sensación? —ralentizó su paso para no perder la atención de la respuesta de Doreen. Ella se notaba interesada en hallar la respuesta, al igual que él— No me atrevo a especular sobre lo que puede ser, pero sí sobre lo que no es. Las casualidades son todo menos perfectas, cosa que no se aplica aquí. —miró hacia abajo unos segundos— Por este empedrado debería haber cruzado algún rondador, o tres considerando el tiempo que llevamos aquí, o pudimos habernos quedado en nuestras camas. Podría seguir, pero no quiero desperdiciar el tiempo. Pienso que si tiene un significado, no tardaremos en descubrirlo. Hagamos un trato; el que lo descubra antes, se lo revelará al otro. ¿Le parece justo?
Así tendrían una excusa más para hablar de lo que fuera, porque lo necesitaban más de lo que pensaban. Lo necesitaban porque estando juntos, simplemente conversando acerca de lo que se les viniera a la mente, la oscuridad de sus corazones no pesaba tanto. Y ahí estaba Doreen, ahondando en su lado más descuidado: el emocional, para abrir una apertura hacia la luz.
—Se puede estar cansado de muchas cosas, señorita, pero el agotamiento físico es el que menos me preocupa. Cuando se vive de un oficio como el mío, se aprende llevar un día con poca o mucha energía. En su caso, tuvo compañía. Quisiera darle buenas noticias, que nos protegíamos entre los hermanos, pero no tuvimos esa suerte —se quedó pensando, viendo a Doreen en silencio. ¿Vínculos laborales? Muchos; ¿vínculos especiales? Comenzaba a ser una historia diferente— Digamos que puedo estar en vías de formar uno. Si la suerte me acompaña, será la primera en saberlo, y si no, no volveremos a hablarlo y lo olvidaremos.
Porque si fracasaba, no volverían a verse, lo cual era lo más obvio. O si se volvían a ver, sería en un evento de sociedad, cuando él le sirviera una copa de vino junto al resto de la servidumbre. Por mientras, ella le manifestaba su deseo de servirle con gentileza, y no porque mediara una obligación laboral, sino porque así le había nacido. Estaría feliz de hacer eso. Quentin se preguntaba que tenía para ofrecerle a ella. No tenía nada más que sus conocimientos y una buena habilidad para encontrar gangas de buen precio y calidad en el mercado, entonces se los ofrecería también.
—Ha hecho que despierte mi curiosidad, señorita Doreen, pero como todo buen invitado, no llegaré con las manos vacías. Permítame aportar con traer los ingredientes, no sé, podríamos comer algunas aves de corral, aprovechando la época baja de venado. Cuando entre por la puerta de su hogar, usted me dirá. No es ninguna política correcta decir que sería un honor para mí probar su comida y sentarme en su mesa —le sonrió inclinando ligeramente su cabeza como un gesto de complicidad.
De pronto ante ellos vieron una reja que cercaba una mansión de considerable amplitud. Habían llegado a un límite del camino, aunque siempre podían dar la vuelta y fingir que nada habían encontrado. Eso hizo pensar al hombre.
—¿En un lugar parecido a este vive usted? —preguntó Quentin, tomándole el peso a lo que eso implicaba. Debía ser rápido si no quería que nadie los viera. Si alguien llegaba a siquiera echarles un vistazo, los dos estarían en jaque, porque nadie los escucharía ni creerían en sus honestas intenciones; la malicia iba por delante en los ojos de quien mirase. Se volteó a ver a Doreen y bajó su cabeza para frente a frente comunicarse— Por favor, si todavía no se ha arrepentido de su generosa oferta dígame dónde puedo encontrarla, o al menos por qué calles pasa a la hora del té. Llevaré a su hogar lo prometido y compartiremos agradablemente, al igual que ahora. —apoyó sus manos en los hombros de Doreen. Quería que lo oyera con cuidado— Sin embargo, si se ha hastiado de mi presencia, sea tajante y ordéneme que me retire. De ser así, le prometo que viéndola a salvo desapareceré y no volverá a saber de mí. Yo no le guardaré rencor alguno y me contentaré con salvaguardarla a lo lejos.
Era una promesa del caballero. Por dentro, el hombre se oponía.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 31/07/2013
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Y entonces bostezó, pero no había sido por aburrimiento, sino más bien por cansancio. Aquella sensación en realidad le era extraña, distinta pero apremiante. ¿Por qué? Era cierto que la rubia había descansado toda la tarde, pero una cosa era dormir por tristeza, por la necesidad de perderse de la realidad, y otra muy distinta a descansar con paz, tranquilidad y kilos menos de encima; la sensación de sentirse liberada del tema que le dolía le invitaba a tomar una siesta renovadora, como si le invitara a abrazarse con Morfeo para dar por fin el último toque para cerrar ese ciclo de vida. Se sentía más que agradecida con el hombre, le debía mucho, y es que en un principio la idea de contarle sus dolores a un desconocido había sido lo mejor, por primera vez había buscado el llegar, descargarse y no volver a ver a la persona, pero después de lo acontecido aquella noche lo que menos deseaba era dejar de verlo. Lo único malo o difícil serían los horarios, pero ella se especializaba en tener paciencia, bastaba con ver el mundo y la época en la que vivía para reafirmar las cosas; cuando viera a los ojos a Quentin de nuevo (si tenía la fortuna) no recordaría sólo ese encuentro maravilloso, sino también a un hombre que sin importar nada la había tratado como una igual, y como regalo extra, también un varón que le entregó sinceridad pura, eso la llenó de confianza pero también de esperanzas e ilusiones recargadas.
Doreen podía presumir de ser afortunada, lo era simplemente por tener en su vida ahora a alguien como él, por que si de ella dependiera no lo dejaría volver con su ama para tenerlo sólo para si misma, así tener más de una plática como esa, y tener tiempos sólo entre ellos, sin miedo a que las horas pasarán volando, sin temer a que los rayos de sol asomarán para truncar un maravilloso encuentro, si Quentin no tuviera que volver le regalaría palabras de aliento, pero también de la verdad más cruda, esa que ella tanto apreciaba, si Debussy no se iba se sentiría segura, nadie les juzgaría por verlos juntos, pues serían amigos, cómplices, compañeros de batalla, de guerras, de alegrías y logros, pero la realidad era otra, él para empezar no era un objeto que se pudiera ir pasando de mano en mano, la vida no era tan fácil, las necesidades eran grandes, el mundo no se podía ignorar, y lo más importante de todo, ella no podía estar segura si él deseaba o aspiraba a lo mismo, lo que muy probablemente era que no, ¿pero que se podía hacer? Soñar no costaba nada, por el contrario, enriquecía a la mente, al corazón, aunque sólo se tratarán de fantasías momentáneas.
Su cuerpo se vio envuelvo en una fuerte oleada de calor; Doreen se dio cuenta de golpe en sus pensamientos: había deseado que el mayordomo no se apartara más de su lado. Eso sin duda la hizo enrojecer, de verse en un espejo notaria que el rosáceo estaba de pies a cabeza en ella. Sin duda agradecía que sus pensamientos no pudieran ser leídos, pero de todas formas no es que en su mente se albergaran pensamientos malos. La necesidad de tener una compañía muy externa a todo lo que le conectaba con cada capítulo del pasado sin duda le jugaba malas pasadas, pero era lo que necesitaba. El joven se había convertido en una llama cálida que le alejaba del frío y del mal, pero no, ella no podía ser tan egoísta, el mundo merecía también un poco de aquella esperanza y ganas de vivir que el hombre le dio, así que jamás haría un comentario imprudente; aquella situación era extraña, porque si Doreen se adentrara a la mente del hombre encontraría exactamente sus mismos pensamientos pero dirigidos a ella, obviamente. Si ella supiera eso no sólo se sentiría como en esos momentos, sino también con una dosis extra de felicidad, y ¿por qué no decirlo? También de vanidad, con el autoestima dos volúmenes más alto.
- Siempre he creído que el correcto descanso hace a las personas más trabajadoras, eficientes, y felices. - Le miró sonriente. - Pero quizás sea sólo en mi caso, he descubierto que el no dormir bien y a mis horas me pone de muy mal humor, de hecho incluso un poco imprudente y altanera, sin duda una mala forma de ser, dormir es una de mis debilidades, lo cual es gracioso si tomamos en cuenta que la noche me resulta más interesante para disfrutar, ya tenemos de ejemplo esta noche - Mencionó de forma singular, pestañeando un par de veces de forma consecutiva; un gesto de coqueteo inocente, pues le había salido al natural, sin dobles intenciones. - Dormí suficiente por la tarde, por esa razón estoy sin cuidado ahora - Se adelantó a decir antes de que el caballero le objetara o hiciera comentario al respecto, tomando en cuenta su declaración u el horario no había congruencia, pero existían excepciones a la regla que valían la pena, casi todo lo valía por casualidades así.
¿Por qué Doreen solía ser tan transparenta? La rubia no tenía problemas con ser perfectamente leída, o incluso decir más de como era, siempre le pareció que guardar tales detalles (por más insignificantes que fueran) era mentir, pero sobretodo restarse valor e importancia a si mismo. ¿De qué servía mostrar otras realidades? No sólo eso, todas las mentiras siempre terminaban por caer sobre su propio peso; si ella valoraba tanto la verdad, ¿entonces de que servía no mostrar ese maravilloso don con los demás? Nunca se debe exigir lo que no se dará, no se tiene cara para eso, y al menos cínica y descarada no es. ¿Él valoraría tanto la verdad como ella? Sin duda la joven poseía serios traumas referente a eso, pero no hay que culparla, la vida misma se ha encargado de hacerle mostrarse tan renuente o significativa con ciertos temas. Mejor así, ella puede tomar las medidas necesarias con respecto a lo permitido, no es que pueda exigirle ese detalle a todos, al menos esta consiente de su escala en esa pirámide social, y aunque algunos la traten como su igual, o a otros no les quede de otra darle tales tratos, sabe que no con todos es lo mismo; vuelve a agradecer estar en compañía del chico de la hermosa y discreta sonrisa.
- No lo sé - Dijo al fin después de un rato de silencios necesarios. - No sé porque me digo de esas maneras, lo hago sin pensar, en automático, como si algo dentro de mi supiera que así es, y no de otra manera, no puedo culpar a nadie más que a mi por haber perdido el amor propio, ni siquiera recuerdo en que punto del camino lo deje caer o si es que lo llegue a tener - Hizo una mueca clara, pero su mirada se perdió en la nada, se encontraba haciendo memoria, desnudando sus recuerdos más vividos por una posible respuesta más certera para el hombre que parecía importarle, pero no llegó a nada, sólo a los momentos en que su padre le regañaba y daba lecciones verdaderas de como debía ser, entonces lo supo, él le había sembrado aquellos adjetivos calificativos tan bajos. - Cuando tomaba un libro a escondidas y era descubierta mi padre decía que eso volvía a una mujer tonta, porque a nadie le importaba si sabía o no leer, más bien saber a cocinar, tejer o barrer, pero a mi no me importaba ser tonta por eso, aunque claro que me dolía me lo dijera quien aportó a traerme a la vida - Se encogió de hombros, por como había cambiado su expresión estaba claro que no deseaba hacer un análisis de su vida o de sus sentimientos, mucho menos de su concepto propio, nadie se había reparado en eso, así que no empezarían esa noche - Tal parece que usted ve cosas distintas en mi - Le dedicó una sonrisa cálida y agradecida, que él la viera con otros ojos significaba mucho para ella, quería decir que no estaba haciendo las cosas para nada mal.
- A veces digo cosas sin sentido, sin medir las consecuencias, le ruego me perdone - Se avergonzó. Era tan extraño estar con él pues en un momento podía sonreír como la mujer más afortunada, y en seguida por un descuido mostrar una mueca triste o de descontento, era como tener lecciones de vida, ella debía estar atenta a no cometer imprudencias a cada paso dado, pero la idea de frenar sus impulsos le ponía irritable, era como frenar ser ella misma, había nacido de esa forma ¿para que mentir? Ambos habían hecho un pacto de honestidad al inicio de la velada, si media cada una de sus acciones entonces estaría faltando a su palabra. - Si analizamos un poco las cosas, quizás no hablemos de amor hacia alguien más, pero si hacia usted mismo, es decir - Se detuvo unos momentos en su trayecto para compartirle sus divagaciones momentáneas - Si no hubiera amor en su persona, por lo menos en si mismo no habría salido de esa vida ofrecida por su madre para aventurarse por el mundo, así que no está del todo exento al amor - Le animó - Quiere decir que es capaz de amar, dicen que el amor proviene de uno mismo, sino se ama, no puede llegar a amar plenamente - Y si ella aplicaba sus anteriores palabras a su persona, quería decir que le faltaba un gran camino por recorrer, primero que nada aceptándose para amarse propiamente, aunque quizás con ella funcionaba a la inversa. Aquello era casi seguro.
- El día que ame, ese día comprenderá porque aunque duela, amar vale la pena - Se encogió de hombros, no había demasiado que decir al respecto - Señor Debussy ¿por que se empeña en analizar lo que no se analiza? - Le miró de forma severa - Si todo tuviera una explicación lógica, analítica, como quiera llamarle - Hizo un movimiento de desaprobación con las manos, negaba con una de ellas - Entonces todo lo vivido lo tendríamos a la mano en libros, de ahí aprenderíamos, permítame decirle una cosa, y espero que no se ofenda, pero me hace enfadar tanto análisis - Y hablaba en serio - Si usted no hubiera sentido el impulso de marchar de casa porque era una corazonada grande, no lo hubiera hecho, no basta con sólo planear las cosas para hacerlas, piénselo bien, creo que el que se subestima bastante es otro - Siguió caminando a paso más veloz, le estaba poniendo los pelos de punta, no es que analizar fuera malo, pero el exceso si - Y lamento decirlo también, pero vive sólo en automático por vivir no vale la pena, así que de verdad espero encuentre a alguien a quien amar, y que sea pronto, para que disfrute de esas mieles en plenitud, cuando lo haga me lo echará en cara por favor - Le pidió severa, pero se notaba aquello como una especie de orden; inevitablemente se empezó a reír. Él tenía sin duda un poder especial sobre ella, tanto cambio de ánimo tan repentino la volvería loca. Él tendría la culpa si terminaba en el sanatorio mental. La idea la volvió a relajar sonriendo. - Lo lamento - Terminó por decir muy bajito, lo que menos buscaba era ofenderlo o hacerle sentir equivocado, quizás ella lo estaba pero al menos le decía su verdad, lo que creía de las cosas.
Siguieron caminando, esta vez ella dejó que el siguiera hablando, ya no se interpondría, y si el joven mencionaba algo que le hiciera ponerse de malas o querer contradecirle se mordería la lengua. No deseaba verse imprudente, pero sobretodo no deseaba molestar a quien le había ayudado a cerrar un ciclo y ahora a abrir otro; ella por ejemplo, no creía que los empleados que estaban trabajando para ella fueran reemplazables, es decir, sabe que nadie es indispensable según decían los letrados, aquellos expertos, pero para ella no era así, cada uno de ellos había llegado por que así Dios lo dispuso, porque él era el único que sabía porque había las cosas. Todos estaban para servir pero no eran menos o más importantes que cualquiera que tuviera más dinero, simplemente eran, y ella tenía la fortuna de tenerlos y conocerlos, pero claro, en esas reglas absurdas que habían puesto los ricos mejor ni se metía. Así estaba mejor, de igual forma si su ama lo llegaba a despedir, ella estaba segura de algo: lo contratarían con facilidad, pues el valía la pena. Se notaba a leguas pero en fin, estaba más que comprobado que no muchos estaban de acuerdo en todo lo que ella veía, aunque bueno, con ese punto si lo aseguraba.
- Me gusta la idea de tener a Quentin Debussy y no al mayordomo en mi hogar - Comentó - Y no, no quiero que llegue tan analítico como siempre, si va a ir es porque se va a dejar llevar por sus impulsos y a disfrutar de las cosas, como si... Como si fuera el dueño del hogar, así, sin preocupaciones, no etiquetas, se va a divertir y se dejará atender, lo merece, por lo que ha hecho hoy por mi - Alzó una mano para que guardara silencio, porque parecía iba a replicar - Sé que no lo hizo buscando algo a cambio, pero sólo le pido me deje hacer mi parte, es lo que siento merece, bueno, lo mínimo - Suspiró sin dejar de caminar, la verdad es que sus pies ya le molestaban, pero podía aguantar un poco más, de todas formas no estaban muy lejos de su casa. Agradecía la condición física obtenida gracias a la revolución, sin duda le sacaba ahora ventaja a cada acontecimiento de su vida, por más doloroso que en su momento hubiera sido. - Pues más vale me diga el significado teórico si lo descubre antes que yo, porque seguro yo lo descubro antes a través del corazón - Le molestó. Ahora hablaban del significado del encuentro. Poderse saber hablar de todo un poco con alguien también le ponía de un humor magnífico, y si le molestaba era por que de nuevo se ponía a analizar la situación - No sé que sea, ni que significado tenga, pero le agradezco a Dios haberme enviado a alguien como usted para ayudarme con tanto dolor que tenía encima - Se atrevió a estirar su mano para acaricia esa mejilla pálida que el joven tenía - Jamás le olvidaré, aunque viviera unos mil años más, usted es mi bendición personal - Y dejó de acariciarle para seguir con su camino, uno que le mostraba su vivienda estaba próxima, pero al menos tenía minutos para poder compartir un poco más con el caballero.
Doreen estuvo a punto de replicar, a discutirle sobre dejarle traer o no los ingredientes, se supone que si era el invitado no debía preocuparse en traer más que su presencia, ¿qué de malo debía haber en eso? Suspiró con profundidad para no decir nada malo, algo que pudiera incomodar lo que hasta ahora parecía un encuentro más que perfecto, claro, ignorando el hecho de las lágrimas y del lago. Pero bueno ¿Para qué volverse a alterar por algo ya "olvidado"? Negó un par de veces para que el mayordomo entendiera ella no deseaba llevara nada, pero no lo decía en voz alta por temor a hacerlo incomodar. Miró hacia el frente notando la estructura con atención, ¿debía decirle que sólo estaban a la vuelta de su hogar? Ella no se quería ir, el tiempo pasaba volando; se sorprendió por la forma en que le habló, en que la miraba y también la forma en que presionaba sus hombros. ¿Por qué ahora el dudaba de si quería o no invitarle para un nuevo encuentro. ¿No había quedado claro ya que era lo que quería? Hizo una mueca, sin duda debían tener mucho camino que recorrer para terminar por conocerse, o al menos para saber las reacciones del otro, la rubia creía que nunca se terminaba por conocer a alguien.
- ¿Por qué ahora usted parece el inseguro? - Le miró a los ojos alzando su cabeza un poco para poder captar bien su mirada, el hombre era alto, bastante en comparación a ella - No le he dado motivos para que crea tengo intenciones de desechar la invitación que he hecho, no soy así, no me gusta hacer o decir algo y dejarlo al aire, quizás tomando en cuenta lo ocurrido en el lago me haya sentido cohibida e insegura pues no deseo que piense mal de mi por mis impulsos, pero jamás me he sentido arrepentida, para nada - Le aclaró con el semblante más serio que había mostrado en mucho tiempo, quería que el confiara en ella - ¿Y qué es eso de salvaguardarme a lo lejos? - Negó repetidas veces - He dicho que no deseo un vigilante, así que espero no se atreva, señor Debussy, que eso si me hará enojar - Doreen tenía la sensación de que de él sino no se podría escapar en vigilancia, lo había hecho con tantos guardias, pero le daba la sensación que él no le quitaría el ojo de encima. Eso la intimidaba. - Aunque... Si usted esta buscando un pretexto para no asistir a mi invitación o cree que es demasiado inapropiado tenga la confianza de decírmelo, tampoco le guardaré rencor - Aclaró de forma tajante.
Doreen le apartó con cuidado las manos de los hombros, sin parecer brusca, no deseaba darle otra imagen o sensación negativa al muchacho, sólo le soltó una mano, la otra la tomó con fuerza para darle un tirón. Ambos llegaron a la calle principal que se encontraba a escaso metro y medio de distancia. Ya casi no estaban iluminadas pues las lámparas de parafina se estaban terminando, ningún carruaje se veía, tampoco se oía alguno aproximarse, la calle sólo era de ellos y nadie más, como si el mundo se hubiera extinguido para dejarlos sólo a ellos dos. Ella avanzaba por delante, en ocasiones de giraba para verle regalándole sonrisas cómplices, con aires coquetos que le salían al natural, la rubia a veces se subestimaba demasiado, y no notaba tales acciones; después de unos cinco metros de distancia observo dos árboles encontrados que abrían paso de forma natural y hermosa a un largo tramó empedrado, se trataba del trayecto a la entrada de rejas, cuando la viera el velador acercarse capaz y le daba algo, si estaba despierto, claro; al poco tiempo se encontraron frente a las rejas, pero ella no se detuvo ahí, lo jalo por el lado izquierdo, y se situaron frente al muro, la luz de la luna de quería colar entre los árboles para ver que pasaba pero no había manera, apenas y se ponían ver el uno al otro con tanta oscuridad.
- Aquí es - Artículo después de recuperar el aliento de forma natural, pues la carrera le había agitado un poco el pecho. - Ya sabe a donde llegar, no es muy lejos de donde nos encontramos, si lo nota, sólo a unas cuantas casas, si contamos bien unas cuatro - Pero las mansiones ahí eran inmensas - Cuando venga de su nombre, daré instrucciones para que lo dejen pasar sin problema, alguno de los empleados son preguntones, le ruego no les trate mal, no lo hacen con malas intenciones, siempre preguntan porque desean saber si son buenas las personas que me hablan, aunque sólo convivo con señoritas - Sonrío encogiéndose de hombros. - Usted será mi primer amigo varón, debemos dar buena impresión - Le molestó sólo para hacerle sonreír, se dio cuenta que le encantaba esa sonrisa masculina, le hacia ver más joven, despreocupado y natural. No lo dijo en voz alta por que eso si parecería insolente - Entonces ¿Tres días? ¿Por la noche o el día? - Preguntó interesada, aunque el horario era lo de menos.
La vida de Doreen se podía contar por cada momento de dolor o alegría extrema que había tenido, desde muy pequeña, no se trataba sólo de una línea recta, para nada, sin importar sus tristezas, sus malos momentos, sus dolores, ella podía reconocer que Dios le recompensaba a cada mal con situaciones el doble de importantes, tan significativas que podía recordarlas al pie de la letra; ahí estaba, en un momento de esos que recordaría para toda la vida, con esa sensación de familiaridad, tranquilidad, paz, armonía y amor. ¿Amor? Claro que si, porque La rubia no hacia nada sin poner el corazón de por medio. Guardaría a Quentin en sus memorias profundas, pero también en la cama de esperanzas e ilusiones; cuando quisiera dejarse caer, en ese momento lo traería a su memoria para recordar porque debía sonreír, no sólo sus palabras de aliento, de regalo o las inoportunas (tomando en cuenta sus malas acciones en el lago) sino también su sonrisa, porque a ella ese gesto ajeno le había causado impacto; quizás su gesto no era tan grande o puro, pero algo había que le había dado calor en el interior de la chica. ¿Qué sería? Lo averiguaría, o esperaría a que él se lo respondiera al mismo tiempo en el pacto hecho.
- Entonces... ¿Es momento de despedirnos? - Preguntó sin una gota de ánimo. - Le pedí que me dijera si se había aburrido o no conmigo ¿Lo recuerda? - Movió su cuerpo para retirarse el saco del varón, se quedaba con esas prendas de noche - Muchas gracias - Lo colocó sobre sus brazos y sin pensarlo hizo una reverencia educada, no exagerada, más bien nacida del alma - Ojalá me encontrara más seguido a alguien como usted - Por no decir que a él, pero le costaba ser tan directa - Las cosas serían mejor - Admitió pestañeando. Sólo esperaba que él se despidiera para poder entrar a la casa. - Lo esperaré ansiosa, Quentin, de verdad - Comentó apenada, pero sincera - ¿Le molestaría o pensaría mal de mi si le doy un beso en la mejilla de despedida? - Bajó la mirada sonrojada, pero tenía ganas de darle un gesto más personal.
Doreen podía presumir de ser afortunada, lo era simplemente por tener en su vida ahora a alguien como él, por que si de ella dependiera no lo dejaría volver con su ama para tenerlo sólo para si misma, así tener más de una plática como esa, y tener tiempos sólo entre ellos, sin miedo a que las horas pasarán volando, sin temer a que los rayos de sol asomarán para truncar un maravilloso encuentro, si Quentin no tuviera que volver le regalaría palabras de aliento, pero también de la verdad más cruda, esa que ella tanto apreciaba, si Debussy no se iba se sentiría segura, nadie les juzgaría por verlos juntos, pues serían amigos, cómplices, compañeros de batalla, de guerras, de alegrías y logros, pero la realidad era otra, él para empezar no era un objeto que se pudiera ir pasando de mano en mano, la vida no era tan fácil, las necesidades eran grandes, el mundo no se podía ignorar, y lo más importante de todo, ella no podía estar segura si él deseaba o aspiraba a lo mismo, lo que muy probablemente era que no, ¿pero que se podía hacer? Soñar no costaba nada, por el contrario, enriquecía a la mente, al corazón, aunque sólo se tratarán de fantasías momentáneas.
Su cuerpo se vio envuelvo en una fuerte oleada de calor; Doreen se dio cuenta de golpe en sus pensamientos: había deseado que el mayordomo no se apartara más de su lado. Eso sin duda la hizo enrojecer, de verse en un espejo notaria que el rosáceo estaba de pies a cabeza en ella. Sin duda agradecía que sus pensamientos no pudieran ser leídos, pero de todas formas no es que en su mente se albergaran pensamientos malos. La necesidad de tener una compañía muy externa a todo lo que le conectaba con cada capítulo del pasado sin duda le jugaba malas pasadas, pero era lo que necesitaba. El joven se había convertido en una llama cálida que le alejaba del frío y del mal, pero no, ella no podía ser tan egoísta, el mundo merecía también un poco de aquella esperanza y ganas de vivir que el hombre le dio, así que jamás haría un comentario imprudente; aquella situación era extraña, porque si Doreen se adentrara a la mente del hombre encontraría exactamente sus mismos pensamientos pero dirigidos a ella, obviamente. Si ella supiera eso no sólo se sentiría como en esos momentos, sino también con una dosis extra de felicidad, y ¿por qué no decirlo? También de vanidad, con el autoestima dos volúmenes más alto.
- Siempre he creído que el correcto descanso hace a las personas más trabajadoras, eficientes, y felices. - Le miró sonriente. - Pero quizás sea sólo en mi caso, he descubierto que el no dormir bien y a mis horas me pone de muy mal humor, de hecho incluso un poco imprudente y altanera, sin duda una mala forma de ser, dormir es una de mis debilidades, lo cual es gracioso si tomamos en cuenta que la noche me resulta más interesante para disfrutar, ya tenemos de ejemplo esta noche - Mencionó de forma singular, pestañeando un par de veces de forma consecutiva; un gesto de coqueteo inocente, pues le había salido al natural, sin dobles intenciones. - Dormí suficiente por la tarde, por esa razón estoy sin cuidado ahora - Se adelantó a decir antes de que el caballero le objetara o hiciera comentario al respecto, tomando en cuenta su declaración u el horario no había congruencia, pero existían excepciones a la regla que valían la pena, casi todo lo valía por casualidades así.
¿Por qué Doreen solía ser tan transparenta? La rubia no tenía problemas con ser perfectamente leída, o incluso decir más de como era, siempre le pareció que guardar tales detalles (por más insignificantes que fueran) era mentir, pero sobretodo restarse valor e importancia a si mismo. ¿De qué servía mostrar otras realidades? No sólo eso, todas las mentiras siempre terminaban por caer sobre su propio peso; si ella valoraba tanto la verdad, ¿entonces de que servía no mostrar ese maravilloso don con los demás? Nunca se debe exigir lo que no se dará, no se tiene cara para eso, y al menos cínica y descarada no es. ¿Él valoraría tanto la verdad como ella? Sin duda la joven poseía serios traumas referente a eso, pero no hay que culparla, la vida misma se ha encargado de hacerle mostrarse tan renuente o significativa con ciertos temas. Mejor así, ella puede tomar las medidas necesarias con respecto a lo permitido, no es que pueda exigirle ese detalle a todos, al menos esta consiente de su escala en esa pirámide social, y aunque algunos la traten como su igual, o a otros no les quede de otra darle tales tratos, sabe que no con todos es lo mismo; vuelve a agradecer estar en compañía del chico de la hermosa y discreta sonrisa.
- No lo sé - Dijo al fin después de un rato de silencios necesarios. - No sé porque me digo de esas maneras, lo hago sin pensar, en automático, como si algo dentro de mi supiera que así es, y no de otra manera, no puedo culpar a nadie más que a mi por haber perdido el amor propio, ni siquiera recuerdo en que punto del camino lo deje caer o si es que lo llegue a tener - Hizo una mueca clara, pero su mirada se perdió en la nada, se encontraba haciendo memoria, desnudando sus recuerdos más vividos por una posible respuesta más certera para el hombre que parecía importarle, pero no llegó a nada, sólo a los momentos en que su padre le regañaba y daba lecciones verdaderas de como debía ser, entonces lo supo, él le había sembrado aquellos adjetivos calificativos tan bajos. - Cuando tomaba un libro a escondidas y era descubierta mi padre decía que eso volvía a una mujer tonta, porque a nadie le importaba si sabía o no leer, más bien saber a cocinar, tejer o barrer, pero a mi no me importaba ser tonta por eso, aunque claro que me dolía me lo dijera quien aportó a traerme a la vida - Se encogió de hombros, por como había cambiado su expresión estaba claro que no deseaba hacer un análisis de su vida o de sus sentimientos, mucho menos de su concepto propio, nadie se había reparado en eso, así que no empezarían esa noche - Tal parece que usted ve cosas distintas en mi - Le dedicó una sonrisa cálida y agradecida, que él la viera con otros ojos significaba mucho para ella, quería decir que no estaba haciendo las cosas para nada mal.
- A veces digo cosas sin sentido, sin medir las consecuencias, le ruego me perdone - Se avergonzó. Era tan extraño estar con él pues en un momento podía sonreír como la mujer más afortunada, y en seguida por un descuido mostrar una mueca triste o de descontento, era como tener lecciones de vida, ella debía estar atenta a no cometer imprudencias a cada paso dado, pero la idea de frenar sus impulsos le ponía irritable, era como frenar ser ella misma, había nacido de esa forma ¿para que mentir? Ambos habían hecho un pacto de honestidad al inicio de la velada, si media cada una de sus acciones entonces estaría faltando a su palabra. - Si analizamos un poco las cosas, quizás no hablemos de amor hacia alguien más, pero si hacia usted mismo, es decir - Se detuvo unos momentos en su trayecto para compartirle sus divagaciones momentáneas - Si no hubiera amor en su persona, por lo menos en si mismo no habría salido de esa vida ofrecida por su madre para aventurarse por el mundo, así que no está del todo exento al amor - Le animó - Quiere decir que es capaz de amar, dicen que el amor proviene de uno mismo, sino se ama, no puede llegar a amar plenamente - Y si ella aplicaba sus anteriores palabras a su persona, quería decir que le faltaba un gran camino por recorrer, primero que nada aceptándose para amarse propiamente, aunque quizás con ella funcionaba a la inversa. Aquello era casi seguro.
- El día que ame, ese día comprenderá porque aunque duela, amar vale la pena - Se encogió de hombros, no había demasiado que decir al respecto - Señor Debussy ¿por que se empeña en analizar lo que no se analiza? - Le miró de forma severa - Si todo tuviera una explicación lógica, analítica, como quiera llamarle - Hizo un movimiento de desaprobación con las manos, negaba con una de ellas - Entonces todo lo vivido lo tendríamos a la mano en libros, de ahí aprenderíamos, permítame decirle una cosa, y espero que no se ofenda, pero me hace enfadar tanto análisis - Y hablaba en serio - Si usted no hubiera sentido el impulso de marchar de casa porque era una corazonada grande, no lo hubiera hecho, no basta con sólo planear las cosas para hacerlas, piénselo bien, creo que el que se subestima bastante es otro - Siguió caminando a paso más veloz, le estaba poniendo los pelos de punta, no es que analizar fuera malo, pero el exceso si - Y lamento decirlo también, pero vive sólo en automático por vivir no vale la pena, así que de verdad espero encuentre a alguien a quien amar, y que sea pronto, para que disfrute de esas mieles en plenitud, cuando lo haga me lo echará en cara por favor - Le pidió severa, pero se notaba aquello como una especie de orden; inevitablemente se empezó a reír. Él tenía sin duda un poder especial sobre ella, tanto cambio de ánimo tan repentino la volvería loca. Él tendría la culpa si terminaba en el sanatorio mental. La idea la volvió a relajar sonriendo. - Lo lamento - Terminó por decir muy bajito, lo que menos buscaba era ofenderlo o hacerle sentir equivocado, quizás ella lo estaba pero al menos le decía su verdad, lo que creía de las cosas.
Siguieron caminando, esta vez ella dejó que el siguiera hablando, ya no se interpondría, y si el joven mencionaba algo que le hiciera ponerse de malas o querer contradecirle se mordería la lengua. No deseaba verse imprudente, pero sobretodo no deseaba molestar a quien le había ayudado a cerrar un ciclo y ahora a abrir otro; ella por ejemplo, no creía que los empleados que estaban trabajando para ella fueran reemplazables, es decir, sabe que nadie es indispensable según decían los letrados, aquellos expertos, pero para ella no era así, cada uno de ellos había llegado por que así Dios lo dispuso, porque él era el único que sabía porque había las cosas. Todos estaban para servir pero no eran menos o más importantes que cualquiera que tuviera más dinero, simplemente eran, y ella tenía la fortuna de tenerlos y conocerlos, pero claro, en esas reglas absurdas que habían puesto los ricos mejor ni se metía. Así estaba mejor, de igual forma si su ama lo llegaba a despedir, ella estaba segura de algo: lo contratarían con facilidad, pues el valía la pena. Se notaba a leguas pero en fin, estaba más que comprobado que no muchos estaban de acuerdo en todo lo que ella veía, aunque bueno, con ese punto si lo aseguraba.
- Me gusta la idea de tener a Quentin Debussy y no al mayordomo en mi hogar - Comentó - Y no, no quiero que llegue tan analítico como siempre, si va a ir es porque se va a dejar llevar por sus impulsos y a disfrutar de las cosas, como si... Como si fuera el dueño del hogar, así, sin preocupaciones, no etiquetas, se va a divertir y se dejará atender, lo merece, por lo que ha hecho hoy por mi - Alzó una mano para que guardara silencio, porque parecía iba a replicar - Sé que no lo hizo buscando algo a cambio, pero sólo le pido me deje hacer mi parte, es lo que siento merece, bueno, lo mínimo - Suspiró sin dejar de caminar, la verdad es que sus pies ya le molestaban, pero podía aguantar un poco más, de todas formas no estaban muy lejos de su casa. Agradecía la condición física obtenida gracias a la revolución, sin duda le sacaba ahora ventaja a cada acontecimiento de su vida, por más doloroso que en su momento hubiera sido. - Pues más vale me diga el significado teórico si lo descubre antes que yo, porque seguro yo lo descubro antes a través del corazón - Le molestó. Ahora hablaban del significado del encuentro. Poderse saber hablar de todo un poco con alguien también le ponía de un humor magnífico, y si le molestaba era por que de nuevo se ponía a analizar la situación - No sé que sea, ni que significado tenga, pero le agradezco a Dios haberme enviado a alguien como usted para ayudarme con tanto dolor que tenía encima - Se atrevió a estirar su mano para acaricia esa mejilla pálida que el joven tenía - Jamás le olvidaré, aunque viviera unos mil años más, usted es mi bendición personal - Y dejó de acariciarle para seguir con su camino, uno que le mostraba su vivienda estaba próxima, pero al menos tenía minutos para poder compartir un poco más con el caballero.
Doreen estuvo a punto de replicar, a discutirle sobre dejarle traer o no los ingredientes, se supone que si era el invitado no debía preocuparse en traer más que su presencia, ¿qué de malo debía haber en eso? Suspiró con profundidad para no decir nada malo, algo que pudiera incomodar lo que hasta ahora parecía un encuentro más que perfecto, claro, ignorando el hecho de las lágrimas y del lago. Pero bueno ¿Para qué volverse a alterar por algo ya "olvidado"? Negó un par de veces para que el mayordomo entendiera ella no deseaba llevara nada, pero no lo decía en voz alta por temor a hacerlo incomodar. Miró hacia el frente notando la estructura con atención, ¿debía decirle que sólo estaban a la vuelta de su hogar? Ella no se quería ir, el tiempo pasaba volando; se sorprendió por la forma en que le habló, en que la miraba y también la forma en que presionaba sus hombros. ¿Por qué ahora el dudaba de si quería o no invitarle para un nuevo encuentro. ¿No había quedado claro ya que era lo que quería? Hizo una mueca, sin duda debían tener mucho camino que recorrer para terminar por conocerse, o al menos para saber las reacciones del otro, la rubia creía que nunca se terminaba por conocer a alguien.
- ¿Por qué ahora usted parece el inseguro? - Le miró a los ojos alzando su cabeza un poco para poder captar bien su mirada, el hombre era alto, bastante en comparación a ella - No le he dado motivos para que crea tengo intenciones de desechar la invitación que he hecho, no soy así, no me gusta hacer o decir algo y dejarlo al aire, quizás tomando en cuenta lo ocurrido en el lago me haya sentido cohibida e insegura pues no deseo que piense mal de mi por mis impulsos, pero jamás me he sentido arrepentida, para nada - Le aclaró con el semblante más serio que había mostrado en mucho tiempo, quería que el confiara en ella - ¿Y qué es eso de salvaguardarme a lo lejos? - Negó repetidas veces - He dicho que no deseo un vigilante, así que espero no se atreva, señor Debussy, que eso si me hará enojar - Doreen tenía la sensación de que de él sino no se podría escapar en vigilancia, lo había hecho con tantos guardias, pero le daba la sensación que él no le quitaría el ojo de encima. Eso la intimidaba. - Aunque... Si usted esta buscando un pretexto para no asistir a mi invitación o cree que es demasiado inapropiado tenga la confianza de decírmelo, tampoco le guardaré rencor - Aclaró de forma tajante.
Doreen le apartó con cuidado las manos de los hombros, sin parecer brusca, no deseaba darle otra imagen o sensación negativa al muchacho, sólo le soltó una mano, la otra la tomó con fuerza para darle un tirón. Ambos llegaron a la calle principal que se encontraba a escaso metro y medio de distancia. Ya casi no estaban iluminadas pues las lámparas de parafina se estaban terminando, ningún carruaje se veía, tampoco se oía alguno aproximarse, la calle sólo era de ellos y nadie más, como si el mundo se hubiera extinguido para dejarlos sólo a ellos dos. Ella avanzaba por delante, en ocasiones de giraba para verle regalándole sonrisas cómplices, con aires coquetos que le salían al natural, la rubia a veces se subestimaba demasiado, y no notaba tales acciones; después de unos cinco metros de distancia observo dos árboles encontrados que abrían paso de forma natural y hermosa a un largo tramó empedrado, se trataba del trayecto a la entrada de rejas, cuando la viera el velador acercarse capaz y le daba algo, si estaba despierto, claro; al poco tiempo se encontraron frente a las rejas, pero ella no se detuvo ahí, lo jalo por el lado izquierdo, y se situaron frente al muro, la luz de la luna de quería colar entre los árboles para ver que pasaba pero no había manera, apenas y se ponían ver el uno al otro con tanta oscuridad.
- Aquí es - Artículo después de recuperar el aliento de forma natural, pues la carrera le había agitado un poco el pecho. - Ya sabe a donde llegar, no es muy lejos de donde nos encontramos, si lo nota, sólo a unas cuantas casas, si contamos bien unas cuatro - Pero las mansiones ahí eran inmensas - Cuando venga de su nombre, daré instrucciones para que lo dejen pasar sin problema, alguno de los empleados son preguntones, le ruego no les trate mal, no lo hacen con malas intenciones, siempre preguntan porque desean saber si son buenas las personas que me hablan, aunque sólo convivo con señoritas - Sonrío encogiéndose de hombros. - Usted será mi primer amigo varón, debemos dar buena impresión - Le molestó sólo para hacerle sonreír, se dio cuenta que le encantaba esa sonrisa masculina, le hacia ver más joven, despreocupado y natural. No lo dijo en voz alta por que eso si parecería insolente - Entonces ¿Tres días? ¿Por la noche o el día? - Preguntó interesada, aunque el horario era lo de menos.
La vida de Doreen se podía contar por cada momento de dolor o alegría extrema que había tenido, desde muy pequeña, no se trataba sólo de una línea recta, para nada, sin importar sus tristezas, sus malos momentos, sus dolores, ella podía reconocer que Dios le recompensaba a cada mal con situaciones el doble de importantes, tan significativas que podía recordarlas al pie de la letra; ahí estaba, en un momento de esos que recordaría para toda la vida, con esa sensación de familiaridad, tranquilidad, paz, armonía y amor. ¿Amor? Claro que si, porque La rubia no hacia nada sin poner el corazón de por medio. Guardaría a Quentin en sus memorias profundas, pero también en la cama de esperanzas e ilusiones; cuando quisiera dejarse caer, en ese momento lo traería a su memoria para recordar porque debía sonreír, no sólo sus palabras de aliento, de regalo o las inoportunas (tomando en cuenta sus malas acciones en el lago) sino también su sonrisa, porque a ella ese gesto ajeno le había causado impacto; quizás su gesto no era tan grande o puro, pero algo había que le había dado calor en el interior de la chica. ¿Qué sería? Lo averiguaría, o esperaría a que él se lo respondiera al mismo tiempo en el pacto hecho.
- Entonces... ¿Es momento de despedirnos? - Preguntó sin una gota de ánimo. - Le pedí que me dijera si se había aburrido o no conmigo ¿Lo recuerda? - Movió su cuerpo para retirarse el saco del varón, se quedaba con esas prendas de noche - Muchas gracias - Lo colocó sobre sus brazos y sin pensarlo hizo una reverencia educada, no exagerada, más bien nacida del alma - Ojalá me encontrara más seguido a alguien como usted - Por no decir que a él, pero le costaba ser tan directa - Las cosas serían mejor - Admitió pestañeando. Sólo esperaba que él se despidiera para poder entrar a la casa. - Lo esperaré ansiosa, Quentin, de verdad - Comentó apenada, pero sincera - ¿Le molestaría o pensaría mal de mi si le doy un beso en la mejilla de despedida? - Bajó la mirada sonrojada, pero tenía ganas de darle un gesto más personal.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Ahora lo entendía; Doreen había llegado inadvertida, tan inaudible como una hoja cayendo sobre la hierba, pero para generar la más bondadosa de las secuelas: enseñarle que su corazón era más que un órgano que indicaba que seguía con vida. Divertirse, actuar como si fuera el dueño del hogar, y con ella de su lado. De esa manera, ¿podrían hablar eternamente desde lo más profundo de sí mismos? ¿Existía algo así? Sonaba utópico, y cualquier hombre medianamente cuerdo pensaría lo mismo si lo oyese, pero valía la pena intentarlo. ¿Qué tenía que perder si al fin y al cabo no tenía nada? Incluso era más que eso; podía ganar más de lo que hubiera anhelado encontrar jamás, pero eso último él no lo sabía. Iría a la casa de la joven con la intención de seguir sintiéndose de esa manera tan extraña y que tan bien se sentía. Era como si tuviera un hogar al cual regresar, porque ella estaría esperándolo a él
—No merezco nada. Usted me ha dado todo esta noche —lo dijo con sinceridad y sin desviar su mirada de los transparentes ojos de Doreen; estaba nadando en ellos— Recibiré de usted lo que se halle en voluntad de dar. Dejaré la codicia de lado, porque no tengo nada más para pedir, pero sí mucho que agradecer. Yo… hubiera estado bien simplemente volviendo a conciliar el sueño y dormir hasta mañana para tener un día normal de deberes. Sí, hubiera estado bien, pero sólo eso: bien. Gracias a usted, volveré con la mitad de horas para dormir, pero creo que por primera vez en mucho tiempo descansaré de verdad. —se atrevió a acariciar un mejilla de Doreen, intentando memorizar su textura. Podía ser la última vez— Lo mínimo que podría hacer es respetar el espacio que gentilmente me ha cedido. Sólo le pediré que me premie con estar ahí. No quiero coartarle su libertad exigiéndole nada, porque si comenzara a intervenir en sus decisiones, no estaría compartiendo con quien he conocido. Quiero compartir con usted así, como hasta ahora: inalterable, inmanente, Doreen.
Ella le pedía que no lo analizara todo, pero costaba. ¿Cómo no buscar una respuesta cuando dentro de sí mismo las preguntas no cesaban? Siempre daba pasos que le convinieran o que le reportaran una utilidad considerable, pero este caso era diferente. ¿Por qué se sentía animoso de acompañarla? Su ama le cobraría su ausencia con más tareas, lidiaría con los malandrines del mercado corriendo el riesgo de que lo asaltaran, y todo para hacer que los ojos de la cándida muchacha rieran. ¿Había algo más absurdo que aquello? ¡Era una pésima inversión! Pero mientras Quentin más la miraba, hallaba menos explicaciones y más ataduras. ¿Sería el precio de abrirse de esa manera con alguien? No lo creía; su raciocinio no cedería por eso, él lo conocía bien. Entonces… ¿tanto le había gustado lo que había visto de ella? Esperaba que no, rogaba porque no fuera así. Si resultaba ser ese el motivo, entonces ambos lo terminarían pagando.
Aquel era uno de los motivos que había tenido para hablarle así a la chica, tan titubeante como no lo había sido en toda la velada. Él quería ir con ella, llevar lo necesario para compartir la hora del almuerzo, oír sus anécdotas y guardar cada una de sus limpias sonrisas para llevarse con él. Todo eso quería, pero con cada pretensión cumplida, retrocedería. Quería que fuese ella la que los detuviera, la que dijera que no. Quentin juraba por dentro que si Doreen se arrepentía de emprender el camino antes de iniciarlo, él sería el primero en borrar las huellas que los pudieran llevar de regreso al otro para que no quedara ni rastro de las memorias que podrían unirlos. Sólo tenía que decirle que no; en vez de eso, ella dejó claro que no se arrepentiría de nada.
—Entonces puede que sea un egoísta —dijo aquello para no decir lo que en realidad sentía; que si ella no le ponía trabas, él sería todo lo osado que pudiera ser— Un egoísta porque me siento en casa caminando junto a usted y no me gustaría que terminara; un egoísta porque quiero compartir con usted en su hogar sin importar los efectos negativos que esto pudiera generar en su reputación; y un cobarde, por sobre todas las cosas, porque sabiendo de este cúmulo de asuntos soy incapaz de dar un pié atrás y mantenerme indiferente.
Quentin la veía apartarse de él y caminar un par de pasos más adelante, inconsciente de lo que estaba generando. Al principio, Doreen y él habían hablado de temas periféricos; ella recogía hilera tras hilera de flores y dejaba escurrirse sus pétalos entre los dedos. La seguía con calma, dudando de cada paso que daba, pero sin detenerse nunca. En el fondo de su alma, necesitaba continuar con ese viaje hacia lo desconocido, hacia lo que ella le pudiera mostrar. Y a pesar de sus pasados abatimientos, a pesar de las dudas y ojos temblorosos y del peligro y la incertidumbre de todo aquello, a pesar de todo lo que pudiera convertirse en una piedra de tope, Quentin se sentía maravillado. Se trataba de una maravilla accidentada y oculta tras la bruma, pero era real. Y esas miradas que ella daba… sus miradas hacia atrás acompañadas con esas sonrisas que querían llevárselo todo tampoco ayudaban a reaccionar. Doreen, su nombre significaba don de Dios y bienaventurada. Lo que lo volvía intrigado podía ser la doble naturaleza de esa joven de todas las jóvenes. La mezcla que había en la rubia estaba compuesta de una sonrisa tierna, una mirada de soñadora infantilidad y una especie de hermosura sin explotar. Podía seguir así toda la noche, caminando tras ella y encontrándole detalles más detalles hasta visualizar su forma completa.
Observó con detalle la edificación a la cual arribaron; majestuosa, al igual que sus hermanas. Ahora que lo recordaba, hacía tiempo que no se veía demasiado movimiento en aquella mansión; debía ser aquel el motivo por el cual no le había prestado atención últimamente. Pasaría de la indiferencia a la aprensión, pero con mucha precaución, porque Doreen ya le había dejado en claro que no necesitaba de un guardaespaldas, y además porque estaba lidiando con una señorita cuya morada era cien veces la suya. A las damas que vivían en lugares así se las vigilaba más, y por ende también se hablaba de ellas en los últimos chismes de la ciudad. Sería cuidadoso de no darle mala reputación.
—Sé tratar con empleados, no se preocupe. Yo mismo formo parte del servicio de la mansión de mi ama, así que de alguna forma nos entenderemos. Y para que se quede tranquila, por trabajar para usted, seré el doble de atento con las personas que me reciban. —le devolvió la sonrisa como un gesto de complicidad, aunque por dentro se tomara con importancia eso de dar una buena impresión, porque si algo salía mal, sería la imagen de ella la más afectada. — No tengo ni autoridad ni moral para manejar el tiempo en su propio hogar, pero si desea mi opinión, durante la noche sería más fácil para mi horario. Así me ocuparía de que los sirvientes hubieran finalizado sus quehaceres antes de emprender el camino hacia acá, y no me sentiría presionado durante el día para abandonar pronto nuestra reunión para volver al trabajo.
Un silencio se generó, un silencio tortuoso. La verdad era que querían verse nuevamente con un afán prematuro, con la urgencia que volvía locos a los abstinentes, pero el espectáculo de la vida tenía que continuar, y los necesitaba a ellos. Ahora Doreen podría sumergirse en sus sábanas sin sentir que la acuchillaban, y Quentin sentiría menos pesado el aire de sus pulmones. Tenían que irse, lo sabían. El hombre miró a Doreen al rostro y encontró en él el sueño suficiente como para no pelearse con la cama. En tres días volverían a verse, con la esperanza de que la magia de aquella velada durara hasta ese entonces para poder revivirla en una cena.
—Me temo que está en lo cierto, señorita Doreen. Sabe que esto no lo olvidaré, ¿cierto? Y porque no quiero que se recuerde mal, pienso que hay que tomar en cuenta que unos cuantos grados bajo cero le harán de todo a su salud, menos mejorarla. Adentro está tibio, estable. En la puerta están sus criados —respondió siguiendo el desanimado patrón de la joven, pero añadiéndole un tono tranquilizador para que la espera fuera menos angustiosa para ambos— Diría que volviéramos a sentirnos tan incómodos que tuviéramos que salir de improviso hacia el exterior para toparnos por sorpresa con un extraño, pero estará de acuerdo conmigo que esto no se puede vivir dos veces, no sin recibir represalias de alguna parte.
Habían ralentizado el momento de la despedida lo más posible, pero la realidad llamaba a la puerta. No importaba cuántas veces le dieran la espalda, eventualmente terminarían encontrándose de frente con ella.
—Señorita Doreen… —susurró cerca de su rostro para que ella misma levantara su faz hacia la de él. Había quienes debían temerle, pero ella no, aunque tal vez lo haría después de eso— …los besos no se piden. —y con eso, tomó el rostro de la joven entre sus manos, y con todo lo que no decía, depositó un ósculo sobre la frente de a quien la fortuna le había traído. Lo prolongó lo más que pudo, guardándola consigo. Ella se iría, pero Quentin la llevaría con él en su camino de regreso a casa. Se separó más despacio, buscando de inmediato sus ojos para comunicarse con lo que sentía. Nuevamente estaba frente a él esa sublime visión sonrojada que acarició de inmediato— Es hermosa, Doreen Caracciolo.
Y se permitió quedarse así unos minutos simplemente acariciando su rostro. Sólo su beso faltaba para coronar una noche prohibida y solamente de ellos dos. Que Dios se apiadara de ellos; sólo él sabría qué pasaría con ellos luego de tres noches y tres días. Así, con la llegada de unos cuantos sirvientes de confianza de la blonda, Quentin se separó con delicadeza de la joven.
—Esperan por usted —asintió con cordialidad para disimular lo demás. Si se mostraba expectante, ella, como será de corazón noble, nunca se iría a descansar.— A été un plaisir, mademoiselle —y así, al igual que al inicio, Quentin se reverenció ante la dama quedándose de ella para sí únicamente sus palabras, sus gestos, su memoria, y la esperanza. En las manos de Doreen estaba qué ocurriría con esas ilusiones; en los brazos de Quentin se quedaría su aroma para que supiera a ella volver.
—No merezco nada. Usted me ha dado todo esta noche —lo dijo con sinceridad y sin desviar su mirada de los transparentes ojos de Doreen; estaba nadando en ellos— Recibiré de usted lo que se halle en voluntad de dar. Dejaré la codicia de lado, porque no tengo nada más para pedir, pero sí mucho que agradecer. Yo… hubiera estado bien simplemente volviendo a conciliar el sueño y dormir hasta mañana para tener un día normal de deberes. Sí, hubiera estado bien, pero sólo eso: bien. Gracias a usted, volveré con la mitad de horas para dormir, pero creo que por primera vez en mucho tiempo descansaré de verdad. —se atrevió a acariciar un mejilla de Doreen, intentando memorizar su textura. Podía ser la última vez— Lo mínimo que podría hacer es respetar el espacio que gentilmente me ha cedido. Sólo le pediré que me premie con estar ahí. No quiero coartarle su libertad exigiéndole nada, porque si comenzara a intervenir en sus decisiones, no estaría compartiendo con quien he conocido. Quiero compartir con usted así, como hasta ahora: inalterable, inmanente, Doreen.
Ella le pedía que no lo analizara todo, pero costaba. ¿Cómo no buscar una respuesta cuando dentro de sí mismo las preguntas no cesaban? Siempre daba pasos que le convinieran o que le reportaran una utilidad considerable, pero este caso era diferente. ¿Por qué se sentía animoso de acompañarla? Su ama le cobraría su ausencia con más tareas, lidiaría con los malandrines del mercado corriendo el riesgo de que lo asaltaran, y todo para hacer que los ojos de la cándida muchacha rieran. ¿Había algo más absurdo que aquello? ¡Era una pésima inversión! Pero mientras Quentin más la miraba, hallaba menos explicaciones y más ataduras. ¿Sería el precio de abrirse de esa manera con alguien? No lo creía; su raciocinio no cedería por eso, él lo conocía bien. Entonces… ¿tanto le había gustado lo que había visto de ella? Esperaba que no, rogaba porque no fuera así. Si resultaba ser ese el motivo, entonces ambos lo terminarían pagando.
Aquel era uno de los motivos que había tenido para hablarle así a la chica, tan titubeante como no lo había sido en toda la velada. Él quería ir con ella, llevar lo necesario para compartir la hora del almuerzo, oír sus anécdotas y guardar cada una de sus limpias sonrisas para llevarse con él. Todo eso quería, pero con cada pretensión cumplida, retrocedería. Quería que fuese ella la que los detuviera, la que dijera que no. Quentin juraba por dentro que si Doreen se arrepentía de emprender el camino antes de iniciarlo, él sería el primero en borrar las huellas que los pudieran llevar de regreso al otro para que no quedara ni rastro de las memorias que podrían unirlos. Sólo tenía que decirle que no; en vez de eso, ella dejó claro que no se arrepentiría de nada.
—Entonces puede que sea un egoísta —dijo aquello para no decir lo que en realidad sentía; que si ella no le ponía trabas, él sería todo lo osado que pudiera ser— Un egoísta porque me siento en casa caminando junto a usted y no me gustaría que terminara; un egoísta porque quiero compartir con usted en su hogar sin importar los efectos negativos que esto pudiera generar en su reputación; y un cobarde, por sobre todas las cosas, porque sabiendo de este cúmulo de asuntos soy incapaz de dar un pié atrás y mantenerme indiferente.
Quentin la veía apartarse de él y caminar un par de pasos más adelante, inconsciente de lo que estaba generando. Al principio, Doreen y él habían hablado de temas periféricos; ella recogía hilera tras hilera de flores y dejaba escurrirse sus pétalos entre los dedos. La seguía con calma, dudando de cada paso que daba, pero sin detenerse nunca. En el fondo de su alma, necesitaba continuar con ese viaje hacia lo desconocido, hacia lo que ella le pudiera mostrar. Y a pesar de sus pasados abatimientos, a pesar de las dudas y ojos temblorosos y del peligro y la incertidumbre de todo aquello, a pesar de todo lo que pudiera convertirse en una piedra de tope, Quentin se sentía maravillado. Se trataba de una maravilla accidentada y oculta tras la bruma, pero era real. Y esas miradas que ella daba… sus miradas hacia atrás acompañadas con esas sonrisas que querían llevárselo todo tampoco ayudaban a reaccionar. Doreen, su nombre significaba don de Dios y bienaventurada. Lo que lo volvía intrigado podía ser la doble naturaleza de esa joven de todas las jóvenes. La mezcla que había en la rubia estaba compuesta de una sonrisa tierna, una mirada de soñadora infantilidad y una especie de hermosura sin explotar. Podía seguir así toda la noche, caminando tras ella y encontrándole detalles más detalles hasta visualizar su forma completa.
Observó con detalle la edificación a la cual arribaron; majestuosa, al igual que sus hermanas. Ahora que lo recordaba, hacía tiempo que no se veía demasiado movimiento en aquella mansión; debía ser aquel el motivo por el cual no le había prestado atención últimamente. Pasaría de la indiferencia a la aprensión, pero con mucha precaución, porque Doreen ya le había dejado en claro que no necesitaba de un guardaespaldas, y además porque estaba lidiando con una señorita cuya morada era cien veces la suya. A las damas que vivían en lugares así se las vigilaba más, y por ende también se hablaba de ellas en los últimos chismes de la ciudad. Sería cuidadoso de no darle mala reputación.
—Sé tratar con empleados, no se preocupe. Yo mismo formo parte del servicio de la mansión de mi ama, así que de alguna forma nos entenderemos. Y para que se quede tranquila, por trabajar para usted, seré el doble de atento con las personas que me reciban. —le devolvió la sonrisa como un gesto de complicidad, aunque por dentro se tomara con importancia eso de dar una buena impresión, porque si algo salía mal, sería la imagen de ella la más afectada. — No tengo ni autoridad ni moral para manejar el tiempo en su propio hogar, pero si desea mi opinión, durante la noche sería más fácil para mi horario. Así me ocuparía de que los sirvientes hubieran finalizado sus quehaceres antes de emprender el camino hacia acá, y no me sentiría presionado durante el día para abandonar pronto nuestra reunión para volver al trabajo.
Un silencio se generó, un silencio tortuoso. La verdad era que querían verse nuevamente con un afán prematuro, con la urgencia que volvía locos a los abstinentes, pero el espectáculo de la vida tenía que continuar, y los necesitaba a ellos. Ahora Doreen podría sumergirse en sus sábanas sin sentir que la acuchillaban, y Quentin sentiría menos pesado el aire de sus pulmones. Tenían que irse, lo sabían. El hombre miró a Doreen al rostro y encontró en él el sueño suficiente como para no pelearse con la cama. En tres días volverían a verse, con la esperanza de que la magia de aquella velada durara hasta ese entonces para poder revivirla en una cena.
—Me temo que está en lo cierto, señorita Doreen. Sabe que esto no lo olvidaré, ¿cierto? Y porque no quiero que se recuerde mal, pienso que hay que tomar en cuenta que unos cuantos grados bajo cero le harán de todo a su salud, menos mejorarla. Adentro está tibio, estable. En la puerta están sus criados —respondió siguiendo el desanimado patrón de la joven, pero añadiéndole un tono tranquilizador para que la espera fuera menos angustiosa para ambos— Diría que volviéramos a sentirnos tan incómodos que tuviéramos que salir de improviso hacia el exterior para toparnos por sorpresa con un extraño, pero estará de acuerdo conmigo que esto no se puede vivir dos veces, no sin recibir represalias de alguna parte.
Habían ralentizado el momento de la despedida lo más posible, pero la realidad llamaba a la puerta. No importaba cuántas veces le dieran la espalda, eventualmente terminarían encontrándose de frente con ella.
—Señorita Doreen… —susurró cerca de su rostro para que ella misma levantara su faz hacia la de él. Había quienes debían temerle, pero ella no, aunque tal vez lo haría después de eso— …los besos no se piden. —y con eso, tomó el rostro de la joven entre sus manos, y con todo lo que no decía, depositó un ósculo sobre la frente de a quien la fortuna le había traído. Lo prolongó lo más que pudo, guardándola consigo. Ella se iría, pero Quentin la llevaría con él en su camino de regreso a casa. Se separó más despacio, buscando de inmediato sus ojos para comunicarse con lo que sentía. Nuevamente estaba frente a él esa sublime visión sonrojada que acarició de inmediato— Es hermosa, Doreen Caracciolo.
Y se permitió quedarse así unos minutos simplemente acariciando su rostro. Sólo su beso faltaba para coronar una noche prohibida y solamente de ellos dos. Que Dios se apiadara de ellos; sólo él sabría qué pasaría con ellos luego de tres noches y tres días. Así, con la llegada de unos cuantos sirvientes de confianza de la blonda, Quentin se separó con delicadeza de la joven.
—Esperan por usted —asintió con cordialidad para disimular lo demás. Si se mostraba expectante, ella, como será de corazón noble, nunca se iría a descansar.— A été un plaisir, mademoiselle —y así, al igual que al inicio, Quentin se reverenció ante la dama quedándose de ella para sí únicamente sus palabras, sus gestos, su memoria, y la esperanza. En las manos de Doreen estaba qué ocurriría con esas ilusiones; en los brazos de Quentin se quedaría su aroma para que supiera a ella volver.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
- Mensajes : 62
Fecha de inscripción : 31/07/2013
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Doreen odiaba las cosas obvias e inevitables de la vida como la muerte o el final de un encuentro. No le gustaba para nada tener que decir hasta luego, mucho menos adiós ya que en ocasiones no se podía volver a saludar, pues el destino cruel llegaba a no dejarle volver a tener otros encuentros. Era cierto que el joven le prometida volverse a ver, volver a encontrarse, buscarle, pero la vida daba tantas vueltas, lo celoso del destino podría truncarles sus futuras visitas. La imposibilidad le daba miedo, pero no buscaba demostrarlo; desesperación también llegaría a sentir, ella debía calmarse, relajarse, respirar. De nada le servía actuar de esa forma, la única que sufriría sería ella. Lo cierto es que las respuestas positivas del mayordomo la llenaba de una esperanza extraña, era como dejar con él una parte oculta de su alma ya que le había compartido otra, la más dolorosa. No le daba vergüenza admitir o contar que había conocido a un hombre apuesto y caballeroso en medio de llantos, por algo había sido así, le tocaba desnudar su alma con alguien que quizás nunca la dejaría caer, o quizás lo haría desde un principio, todo dependía de como avanzara la situación y la conexión que ambos tuvieran, porque de eso dependía mucho, la química que decían por ahí los seres humanos tenían dentro. ¡Ella ya no deseaba química! Deseaba poder formar algo estable con alguien, no precisamente tener una pareja, pues en ese momento se sentía incapaz, pero saberse que tendría a un ser que jamás la dejaría atrás, sin ni siquiera decirle adiós. Extrañamente no deseaba que Quentin fuera sólo un paso por su vida, así que se arriesgaría para tenerlo, sería valiente, más que en otros momentos.
No deseaba voltear hacía la casa, de hacerlo vería aquellas caras preocupadas, se sentiría mal, y probablemente querría entrar corriendo; por otro lado ver al joven parado en ese lugar le haría retroceder, volver a su lado, tomarle sus manos, esperar a que le repartiera besos en la frente. ¿Por qué todo le resultaba tan difícil? Hizo una mueca, la mayor parte del tiempo detestaba tanto protocolo que la sociedad imponía ¿qué culpa tenía ella de ser un alma soñadora, libre y revolucionaria? Ninguna, pero debía acatar las reglas que se habían impuesto con mucho tiempo de anticipación, mucho antes incluso de que ella naciera o que sus mismos padres o abuelos. Suspiró de mala gana, fastidiada, enojada por tener que marcharse y ni siquiera poder invitarle una taza de café caliente; tomó dos bocanas de aire, de forma consecutiva dejó salir el mismo para relajarse. Muchos sentimientos, muchos impulsos frenados, muchas sonrisas entregadas, muecas, llanto, era demasiado en tan poco tiempo ¿cómo pudieron manejar eso? Él no parecía molesto por haber recibido las penas ajenas, más bien parecía honrado por la confianza, que confusión, ese hombre era tan complicado que le erizaba la piel aunque quisiera controlarlo. Ahora era ella la que pensaba más de lo que sentía, en algún punto debía de hacerlo con tantas cosas malas que le habían pasado, claro, pero no podía evitar sentir extraño, conocer otras facetas suyas le resultaba fascinante. ¡Y las que estaba por escarbar!
- Confío en usted, señor Debussy, lo hice desde el primer momento, sino me habría marchado, es fácil darse la vuelta, seguir un camino, no ver hacía atrás a quien se deja ¿No se lo he contado esta noche? Pensé que había quedado claro, me han dado lecciones para saber hacerlo, pero no soy así, y por supuesto, algo despertó en mi, y por eso seguí, por eso permanecí, por eso estamos ahora despidiéndonos con la esperanza de vernos en un futuro cercano - Se encogió de hombros con naturalidad, Doreen se notaba tranquila a pesar de ser un manojo de nervios, cuidar sus palabras al pronunciarlas no era su fuerte, pero un esfuerzo grande hacía para poder medirse frente a él; no dijo más porque le gustaba también escucharlo. ¿Egoísta se decía? Jamás le había resultado el egoísmo tan necesario y bueno. Soltó un par de risitas cómplices, traviesas, llenas de nervios por supuesto, procesando todo lo que él le estaba compartiendo, lo repetía en su cabeza para grabárselo, no es que tuviera una mala memoria, pero repitiendo todo más de una vez se podía memorizar hasta el tono de voz y los gestos. - Un egoísta preocupado por la reputación ajena, algo no cuadra en esa oración - Se burló para dejar de lado la melancolía de la separación, tomarse con humor las cosas era la mejor salida - Le falta demasiado por conocerme, señor, la reputación no es algo que tenga en alto - Se sinceró, pero se adelantó a ponerle el dedo indice sobre los labios - No, no porque sea una fácil o me hayan visto con muchos hombres rondando, no se trata de eso - Se atrevió a acariciar sus labios de esa forma, dejando que él no pronunciara palabra alguna - Se trata de la tan hablada revolución de hace un año atrás, podría yo compartirle la experiencia, pero no esta noche, usted tiene que irse claro - Sonrió - No es que sea malo, pero saben que no soy una chica común, y aunque no lo crea muchos están agradecidos por eso, el pueblo ya no se encuentra tan decadente como antes - Puntualizó, al menos se notaba una gran mejoría desde esos tiempos, aunque ella sabía la verdad del porqué había iniciado todo, habría mucho que platicar, mucho que compartir, pero ella tenía el tiempo necesario y la libertad para organizar cualquier encuentro con él y compartirle fragmentos de su vida.
- Nada de dos veces, la primera es la que cuenta, la especial - Ya le había retirado el dedo de sobre sus comisuras, de hecho se había tomado el espacio, miraba al suelo, los zapatos grandes del hombre a comparación con los suyos, se empezó a reír por ver la diferencia, seguramente alguien que los viera de forma externa se reiría por la diferencia de estatura que mostraban; levantó el rostro para notar su llamado, ella deseaba darle un beso de despedida y era él quien no perdía el tiempo para dárselo. Se sonrojó por la naturalidad, porque parecía que al igual que ella él lo añoraba, un contacto tan intimo que cerraba un pacto entre ambos, se relamió los labios mientras dejaba entrar el aire de nueva cuenta a sus pulmones, tragó saliva intentando que no se notara demasiado el nerviosismo generado, pero ese rubor que jamás la dejaba se hizo presente, encima ¿decirle hermosa? Ella no entendía a que estaba jugando Quentin, ¿acaso no había aprendido a leerla en ese tiempo juntos? Tragó saliva con fuerza, la vergüenza le subió por las orejas, descendió por su rostro e incluso estaba segura se le veía en su cuello, en el pecho, esto último si lo pudiera ver, pero dado que no; alguien a lo lejos tosió, ella se giró para descubrir de quien se trataba, la sonrisa torpe se asomó en su rostro, era como si estuviera siendo descubierta de una travesura, la peor de todas las que hubiera cometido, volvió su atención a su ahora conocido. - Gracias - Sólo dijo con torpeza.
Doreen le reverenció de la misma manera que él lo había hecho. Al mismo tiempo, no supo que responder, que decir, andaba torpe, nerviosa, extraña, feliz, acelerada; su impulso la llevó a acercarse para dejar sobre la piel masculina un beso cálido, incluso húmedo, uno que quizás permanecería unos segundos más después de separar sus labios de su mejilla. No le vio de nuevo a los ojos porque no le daría el valor suficiente para irse, porque le pediría que se quedara, eso estaría mal, muy mal; se giró sobre sus talones para empezar a caminar a la puerta de largas rejas puntiagudas. Un hombre le sonreía mientras le abría para dejarla pasar. Ella contestó con una sonrisa fugaz que se escondió al volver su mirada al frente, donde dos mujeres, una que le doblaba la edad, y otra de escasos quince años la miraban aliviadas, pobres de ellas, las habría hecho sufrir y preocuparse, pero aunque sonara feo valió la pena.
- Señorita, señorita ¿Dónde estaba? Nos preocupamos demasiado, no vuelva a hacerlo - Pidió la más pequeña de las tres. Doreen sintió como un golpe en el estomago por la forma en que la joven le hablaba.
- ¿Algunas costumbres jamás se perderán, verdad mademoiselle? - La señora de años encima le sonreía con total nerviosismo - Si el señor Trudeau estuviera con vida le estaría dando severo regaño, pueden pasarme cosas malas, la noche no es buena, nosotras mejor que nadie lo sabemos, no lo vuelva a hacer, o al menos avíseme a mi, sabré que volverá - La mujer dejó salir el aire contenido de sus pulmones, su semblante asustadizo se había esfumado, se notaba tranquila, e incluso cómplice pues había echado una mirada fugaz en la dirección del hombre al que había besado en la mejilla.
- Lo lamento - Se disculpó Doreen volteando a ver al mayordomo que marchaba - Necesitaba purificar mi alma, conocer un poco de esperanza y luz en alguien más - Porque así había sido; Quentin había sido la luz necesaria en el momento que lo necesitaba con locura. No se arrepentía de nada, más bien añoraba volver a estar al lado del hombre - No existen las casualidades ¿verdad? - Preguntó volteando a ver las dos mujeres que no perdían pista de Quentin - Tal parece que Dios me ha mandado a otro guardián - Les aclaró dando la media vuelta para volver a su cuarto, esperaba soñar con ese encuentro, y con las manos de Quentin Debussy haciendo armonía con las propias, como una pieza antigua, anticuada y perfecta que necesitaba de esas dos partes para ser perfectamente apreciada y valorada.
No deseaba voltear hacía la casa, de hacerlo vería aquellas caras preocupadas, se sentiría mal, y probablemente querría entrar corriendo; por otro lado ver al joven parado en ese lugar le haría retroceder, volver a su lado, tomarle sus manos, esperar a que le repartiera besos en la frente. ¿Por qué todo le resultaba tan difícil? Hizo una mueca, la mayor parte del tiempo detestaba tanto protocolo que la sociedad imponía ¿qué culpa tenía ella de ser un alma soñadora, libre y revolucionaria? Ninguna, pero debía acatar las reglas que se habían impuesto con mucho tiempo de anticipación, mucho antes incluso de que ella naciera o que sus mismos padres o abuelos. Suspiró de mala gana, fastidiada, enojada por tener que marcharse y ni siquiera poder invitarle una taza de café caliente; tomó dos bocanas de aire, de forma consecutiva dejó salir el mismo para relajarse. Muchos sentimientos, muchos impulsos frenados, muchas sonrisas entregadas, muecas, llanto, era demasiado en tan poco tiempo ¿cómo pudieron manejar eso? Él no parecía molesto por haber recibido las penas ajenas, más bien parecía honrado por la confianza, que confusión, ese hombre era tan complicado que le erizaba la piel aunque quisiera controlarlo. Ahora era ella la que pensaba más de lo que sentía, en algún punto debía de hacerlo con tantas cosas malas que le habían pasado, claro, pero no podía evitar sentir extraño, conocer otras facetas suyas le resultaba fascinante. ¡Y las que estaba por escarbar!
- Confío en usted, señor Debussy, lo hice desde el primer momento, sino me habría marchado, es fácil darse la vuelta, seguir un camino, no ver hacía atrás a quien se deja ¿No se lo he contado esta noche? Pensé que había quedado claro, me han dado lecciones para saber hacerlo, pero no soy así, y por supuesto, algo despertó en mi, y por eso seguí, por eso permanecí, por eso estamos ahora despidiéndonos con la esperanza de vernos en un futuro cercano - Se encogió de hombros con naturalidad, Doreen se notaba tranquila a pesar de ser un manojo de nervios, cuidar sus palabras al pronunciarlas no era su fuerte, pero un esfuerzo grande hacía para poder medirse frente a él; no dijo más porque le gustaba también escucharlo. ¿Egoísta se decía? Jamás le había resultado el egoísmo tan necesario y bueno. Soltó un par de risitas cómplices, traviesas, llenas de nervios por supuesto, procesando todo lo que él le estaba compartiendo, lo repetía en su cabeza para grabárselo, no es que tuviera una mala memoria, pero repitiendo todo más de una vez se podía memorizar hasta el tono de voz y los gestos. - Un egoísta preocupado por la reputación ajena, algo no cuadra en esa oración - Se burló para dejar de lado la melancolía de la separación, tomarse con humor las cosas era la mejor salida - Le falta demasiado por conocerme, señor, la reputación no es algo que tenga en alto - Se sinceró, pero se adelantó a ponerle el dedo indice sobre los labios - No, no porque sea una fácil o me hayan visto con muchos hombres rondando, no se trata de eso - Se atrevió a acariciar sus labios de esa forma, dejando que él no pronunciara palabra alguna - Se trata de la tan hablada revolución de hace un año atrás, podría yo compartirle la experiencia, pero no esta noche, usted tiene que irse claro - Sonrió - No es que sea malo, pero saben que no soy una chica común, y aunque no lo crea muchos están agradecidos por eso, el pueblo ya no se encuentra tan decadente como antes - Puntualizó, al menos se notaba una gran mejoría desde esos tiempos, aunque ella sabía la verdad del porqué había iniciado todo, habría mucho que platicar, mucho que compartir, pero ella tenía el tiempo necesario y la libertad para organizar cualquier encuentro con él y compartirle fragmentos de su vida.
- Nada de dos veces, la primera es la que cuenta, la especial - Ya le había retirado el dedo de sobre sus comisuras, de hecho se había tomado el espacio, miraba al suelo, los zapatos grandes del hombre a comparación con los suyos, se empezó a reír por ver la diferencia, seguramente alguien que los viera de forma externa se reiría por la diferencia de estatura que mostraban; levantó el rostro para notar su llamado, ella deseaba darle un beso de despedida y era él quien no perdía el tiempo para dárselo. Se sonrojó por la naturalidad, porque parecía que al igual que ella él lo añoraba, un contacto tan intimo que cerraba un pacto entre ambos, se relamió los labios mientras dejaba entrar el aire de nueva cuenta a sus pulmones, tragó saliva intentando que no se notara demasiado el nerviosismo generado, pero ese rubor que jamás la dejaba se hizo presente, encima ¿decirle hermosa? Ella no entendía a que estaba jugando Quentin, ¿acaso no había aprendido a leerla en ese tiempo juntos? Tragó saliva con fuerza, la vergüenza le subió por las orejas, descendió por su rostro e incluso estaba segura se le veía en su cuello, en el pecho, esto último si lo pudiera ver, pero dado que no; alguien a lo lejos tosió, ella se giró para descubrir de quien se trataba, la sonrisa torpe se asomó en su rostro, era como si estuviera siendo descubierta de una travesura, la peor de todas las que hubiera cometido, volvió su atención a su ahora conocido. - Gracias - Sólo dijo con torpeza.
Doreen le reverenció de la misma manera que él lo había hecho. Al mismo tiempo, no supo que responder, que decir, andaba torpe, nerviosa, extraña, feliz, acelerada; su impulso la llevó a acercarse para dejar sobre la piel masculina un beso cálido, incluso húmedo, uno que quizás permanecería unos segundos más después de separar sus labios de su mejilla. No le vio de nuevo a los ojos porque no le daría el valor suficiente para irse, porque le pediría que se quedara, eso estaría mal, muy mal; se giró sobre sus talones para empezar a caminar a la puerta de largas rejas puntiagudas. Un hombre le sonreía mientras le abría para dejarla pasar. Ella contestó con una sonrisa fugaz que se escondió al volver su mirada al frente, donde dos mujeres, una que le doblaba la edad, y otra de escasos quince años la miraban aliviadas, pobres de ellas, las habría hecho sufrir y preocuparse, pero aunque sonara feo valió la pena.
- Señorita, señorita ¿Dónde estaba? Nos preocupamos demasiado, no vuelva a hacerlo - Pidió la más pequeña de las tres. Doreen sintió como un golpe en el estomago por la forma en que la joven le hablaba.
- ¿Algunas costumbres jamás se perderán, verdad mademoiselle? - La señora de años encima le sonreía con total nerviosismo - Si el señor Trudeau estuviera con vida le estaría dando severo regaño, pueden pasarme cosas malas, la noche no es buena, nosotras mejor que nadie lo sabemos, no lo vuelva a hacer, o al menos avíseme a mi, sabré que volverá - La mujer dejó salir el aire contenido de sus pulmones, su semblante asustadizo se había esfumado, se notaba tranquila, e incluso cómplice pues había echado una mirada fugaz en la dirección del hombre al que había besado en la mejilla.
- Lo lamento - Se disculpó Doreen volteando a ver al mayordomo que marchaba - Necesitaba purificar mi alma, conocer un poco de esperanza y luz en alguien más - Porque así había sido; Quentin había sido la luz necesaria en el momento que lo necesitaba con locura. No se arrepentía de nada, más bien añoraba volver a estar al lado del hombre - No existen las casualidades ¿verdad? - Preguntó volteando a ver las dos mujeres que no perdían pista de Quentin - Tal parece que Dios me ha mandado a otro guardián - Les aclaró dando la media vuelta para volver a su cuarto, esperaba soñar con ese encuentro, y con las manos de Quentin Debussy haciendo armonía con las propias, como una pieza antigua, anticuada y perfecta que necesitaba de esas dos partes para ser perfectamente apreciada y valorada.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 01/03/2011
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DATOS DEL PERSONAJE
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Re: Ex Tenebris Lux [Doreen Caracciolo]
Nada era para siempre; se podía prometer eternidad, una edén interminable con todas sus letras, pero el momento de alejarse inevitablemente terminaba por llegar. ¿Qué se podía hacer? Disfrutar sin ver las espinas de por medio, memorizar cada elemento de la escena antes de que ésta se desvaneciera por completo. El maestresala se encargó de inhalar el aroma de la joven antes de que ella se separara de él impulsada por la urgencia de los empleados de tenerla a salvo. La miró con afecto, con esperanzas, con ganas de volver a verla. ¿Quién no hubiera sentido deseos de estar cerca de alguien así nuevamente? Doreen… ella apenas había tenido filtro con él; le había contado de miedos, sueños, creencias, y debilidades. Ahora podía decir que alguien se había mostrado tal cual era bajo sus ojos, que alguien lo había visto como un igual del que nada se tenía que temer ni esperar. Claro, también le había mostrado sus rodillas en su inocencia, pero eso no tenía por qué contarlo, ¿verdad? No; aquello se iría pintado en un cuadro directo a su memoria.
¿Ella involucrada en la revolución, esa revolución? Quentin no se lo hubiera imaginado jamás, y menos fijándose en esas manos femeninas que temblaban al tacto. Se sonrió sin llegar a mostrar su dentadura. Ocurría que si bien le sorprendía en cierto grado aquella faceta de ella, no le producía aversión ni en lo más mínimo; incluso, terminaba de convencerse de la autenticidad de la muchacha con tal declaración. ¿Y qué derecho tenía a hablar él de lo bueno y de lo malo cuando las huellas de su pasado continuaban calientes sobre la arena de lo secreto? En definitiva no la juzgaría. Le había dicho a la doncella que no dictaminaría nada sobre lo que pudiera estar pasando dentro de su mente y así lo cumpliría. Tenía su palabra como hombre, como Quentin Debussy. Y con la misma palabra empeñada, juraba que nunca olvidaría ese hipnótico sonrojo en las mejillas de Doreen.
—Por favor, las gracias debo dárselas yo a usted. Se ha arriesgado mucho —dijo con sinceridad. Ella tenía mucho más que perder que él, y aún así se había arriesgado en confiarse a un desconocido del que apenas conocía su nombre. El que ambos se hubieran topado viviendo el mismo estado había ayudado, les había dado el empujón necesario para descansar en el otro sin importar las consecuencias.
Tampoco importaron las consecuencias de ese intercambio sutilmente hechicero de besos. Cada uno había expresado a través de ellos una verdad no revelada; Doreen había manifestado sus ganas de que se quedara, y Quentin su infinito afán de mantenerse cerca de ella.
—A este paso me convertiré en el más callado de todos —desvió su rostro hacia la luz del hogar de la dama cuando vio aproximarse a un par de mujeres. Era el momento oportuno de irse, o ninguno de los dos lo haría— Vaya con ellas; se las ha asustado lo suficiente. Tenga usted buenas noches.
Luego de su delicada reverencia, Quentin se quedó quieto, observando atento cómo ella atravesaba la reja para encontrarse con su sirvientas, que más bien parecían familia del modo en que las trataba. Fue cuando el hombre apoyó sus manos en los barrotes de la verja, dándose cuenta de que no estaba en su poder el que ella estuviera bien, que encontrara la paz, el consuelo con el que no la había encontrado. Se sintió amargo sentir que nada podría hacer por ella estando a lo lejos, siendo quien era él y ella siendo quien era, pero pronto ese gusto desagradable se apaciguó con esa complicidad que recibió de la mirada azul de la muchacha. De cierta forma le hizo saber que nada de lo que había ocurrido esa noche cambiaría a la mañana siguiente, que recordaría cada palabra pronunciada y esperanza entregada.
—Tres días… —susurró el joven como un decreto cuando la vio romper la mirada para ingresar a la mansión.
Sintió una presencia que lo obligó a volver a enfocar su vista. Frente a él se encontraba viéndolo la mayor de las mujeres que había acudido a su ama. Era una escena un tanto graciosa, sobretodo teniendo en cuenta el reproche en su rostro y sus brazos cruzados. Miraba a Quentin de pies a cabeza, como si acabara de llegar un mueble nuevo por encargo y tuviera que cerciorarse de su estado. Cualquier se hubiera sentido fuera de lugar con miradas como esas, pero el mayordomo, que tenía experiencia interpretando intenciones mudas, supo exactamente qué decir.
—Usted dirá en qué puedo ayudarla —volvió a ocupar ese tono cordial. No alcanzaron a pasar los segundos cuando recibió su respuesta.
—¿Cuáles son sus intenciones con la señorita? —dijo la mujer con voz firme y maternal.
Directa y certera como una flecha. Por dentro rió con la fiereza de su defensa. Le alegraba ver que Doreen no estaba sola; era más, hasta sus criados se involucraban. Otro motivo para entrar en confianza.
—Las mejores, Madame, se lo aseguro. —respondió con convicción, pero no por eso con menos caballerosidad. La expresión de la criada no cambió.
—Pues más vale que así sea —advirtió la señora para finalizar. Acto seguido, se giró y entró a la mansión siguiendo a su compañera. Había terminado la corta conversación.
Así fue como Quentin se encargó de anotar mentalmente en dónde se encontraba la mansión en donde vivía la blonda y se propuso retomar su camino hacia su propio lecho, a ver si encontraba el sueño ahora que su carga había disminuido en peso. Sin olvidar la lámpara de aceite que había dejado abandonada en su paseo con Doreen, volvió a entrar a su casa, a su solitaria guarida. Así, mientras se desvestía junto a su cama, se preguntó qué había hecho para que alguien como ella tan generosamente abriera sus sentimientos con él. Con él, que no era nadie, que no había hecho nada para merecer tanta bondad, porque todo lo había hecho por él. Cobijándose bajo las sábanas se perdía buscando una razón que no hallaba. Miraba hacia el techo y nada. Suspiró ante el hecho irrefutable de que no podría desentrañar todas las verdades del mundo analizando lo acontecido. Al echarse hacia atrás en su cama, supo que lo único importante era que ahora que la había conocido, quería hacer algo por ella. Doreen había encendido una pequeña luz en sus tinieblas.
No tenía idea de lo que pudiera estar pasando por la cabeza de la joven, pero él ya la había comenzado a extrañar y a en su almohada a pensar. Por haberse reprimido con ella en reiteradas ocasiones, esa noche soñó, envolviéndose en una idílica y prohibida visión. Despierto tenía las normas de conducta y la misma moral reprimiéndole, pero en el mundo onírico no mandaban nada más que sus propias ansias.
Se vio a sí mismo surcando las puertas hacia el infinito en un éxtasis de sentidos. Allí sentía su sangre galopando por sus venas palpitante, sin temor, sin freno. Se embriagaba de los besos de una mujer; lo quemaban y estremecían su cuerpo al llenarse de ella, y en cada poro de su cuerpo sentía las caricias de su voz. Su penetrante mirada… oh, qué delicia. Esa mujer era Doreen; la había pensado mostrándole algo más que sus rodillas, y había repartido sus besos más allá de su rostro.
Ese también sería su secreto.
¿Ella involucrada en la revolución, esa revolución? Quentin no se lo hubiera imaginado jamás, y menos fijándose en esas manos femeninas que temblaban al tacto. Se sonrió sin llegar a mostrar su dentadura. Ocurría que si bien le sorprendía en cierto grado aquella faceta de ella, no le producía aversión ni en lo más mínimo; incluso, terminaba de convencerse de la autenticidad de la muchacha con tal declaración. ¿Y qué derecho tenía a hablar él de lo bueno y de lo malo cuando las huellas de su pasado continuaban calientes sobre la arena de lo secreto? En definitiva no la juzgaría. Le había dicho a la doncella que no dictaminaría nada sobre lo que pudiera estar pasando dentro de su mente y así lo cumpliría. Tenía su palabra como hombre, como Quentin Debussy. Y con la misma palabra empeñada, juraba que nunca olvidaría ese hipnótico sonrojo en las mejillas de Doreen.
—Por favor, las gracias debo dárselas yo a usted. Se ha arriesgado mucho —dijo con sinceridad. Ella tenía mucho más que perder que él, y aún así se había arriesgado en confiarse a un desconocido del que apenas conocía su nombre. El que ambos se hubieran topado viviendo el mismo estado había ayudado, les había dado el empujón necesario para descansar en el otro sin importar las consecuencias.
Tampoco importaron las consecuencias de ese intercambio sutilmente hechicero de besos. Cada uno había expresado a través de ellos una verdad no revelada; Doreen había manifestado sus ganas de que se quedara, y Quentin su infinito afán de mantenerse cerca de ella.
—A este paso me convertiré en el más callado de todos —desvió su rostro hacia la luz del hogar de la dama cuando vio aproximarse a un par de mujeres. Era el momento oportuno de irse, o ninguno de los dos lo haría— Vaya con ellas; se las ha asustado lo suficiente. Tenga usted buenas noches.
Luego de su delicada reverencia, Quentin se quedó quieto, observando atento cómo ella atravesaba la reja para encontrarse con su sirvientas, que más bien parecían familia del modo en que las trataba. Fue cuando el hombre apoyó sus manos en los barrotes de la verja, dándose cuenta de que no estaba en su poder el que ella estuviera bien, que encontrara la paz, el consuelo con el que no la había encontrado. Se sintió amargo sentir que nada podría hacer por ella estando a lo lejos, siendo quien era él y ella siendo quien era, pero pronto ese gusto desagradable se apaciguó con esa complicidad que recibió de la mirada azul de la muchacha. De cierta forma le hizo saber que nada de lo que había ocurrido esa noche cambiaría a la mañana siguiente, que recordaría cada palabra pronunciada y esperanza entregada.
—Tres días… —susurró el joven como un decreto cuando la vio romper la mirada para ingresar a la mansión.
Sintió una presencia que lo obligó a volver a enfocar su vista. Frente a él se encontraba viéndolo la mayor de las mujeres que había acudido a su ama. Era una escena un tanto graciosa, sobretodo teniendo en cuenta el reproche en su rostro y sus brazos cruzados. Miraba a Quentin de pies a cabeza, como si acabara de llegar un mueble nuevo por encargo y tuviera que cerciorarse de su estado. Cualquier se hubiera sentido fuera de lugar con miradas como esas, pero el mayordomo, que tenía experiencia interpretando intenciones mudas, supo exactamente qué decir.
—Usted dirá en qué puedo ayudarla —volvió a ocupar ese tono cordial. No alcanzaron a pasar los segundos cuando recibió su respuesta.
—¿Cuáles son sus intenciones con la señorita? —dijo la mujer con voz firme y maternal.
Directa y certera como una flecha. Por dentro rió con la fiereza de su defensa. Le alegraba ver que Doreen no estaba sola; era más, hasta sus criados se involucraban. Otro motivo para entrar en confianza.
—Las mejores, Madame, se lo aseguro. —respondió con convicción, pero no por eso con menos caballerosidad. La expresión de la criada no cambió.
—Pues más vale que así sea —advirtió la señora para finalizar. Acto seguido, se giró y entró a la mansión siguiendo a su compañera. Había terminado la corta conversación.
Así fue como Quentin se encargó de anotar mentalmente en dónde se encontraba la mansión en donde vivía la blonda y se propuso retomar su camino hacia su propio lecho, a ver si encontraba el sueño ahora que su carga había disminuido en peso. Sin olvidar la lámpara de aceite que había dejado abandonada en su paseo con Doreen, volvió a entrar a su casa, a su solitaria guarida. Así, mientras se desvestía junto a su cama, se preguntó qué había hecho para que alguien como ella tan generosamente abriera sus sentimientos con él. Con él, que no era nadie, que no había hecho nada para merecer tanta bondad, porque todo lo había hecho por él. Cobijándose bajo las sábanas se perdía buscando una razón que no hallaba. Miraba hacia el techo y nada. Suspiró ante el hecho irrefutable de que no podría desentrañar todas las verdades del mundo analizando lo acontecido. Al echarse hacia atrás en su cama, supo que lo único importante era que ahora que la había conocido, quería hacer algo por ella. Doreen había encendido una pequeña luz en sus tinieblas.
No tenía idea de lo que pudiera estar pasando por la cabeza de la joven, pero él ya la había comenzado a extrañar y a en su almohada a pensar. Por haberse reprimido con ella en reiteradas ocasiones, esa noche soñó, envolviéndose en una idílica y prohibida visión. Despierto tenía las normas de conducta y la misma moral reprimiéndole, pero en el mundo onírico no mandaban nada más que sus propias ansias.
Se vio a sí mismo surcando las puertas hacia el infinito en un éxtasis de sentidos. Allí sentía su sangre galopando por sus venas palpitante, sin temor, sin freno. Se embriagaba de los besos de una mujer; lo quemaban y estremecían su cuerpo al llenarse de ella, y en cada poro de su cuerpo sentía las caricias de su voz. Su penetrante mirada… oh, qué delicia. Esa mujer era Doreen; la había pensado mostrándole algo más que sus rodillas, y había repartido sus besos más allá de su rostro.
Ese también sería su secreto.
Quentin Debussy- Humano Clase Media
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