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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Karsten Walezy Miér Mayo 01, 2013 1:27 pm

Otoño,20:30

La ligera niebla acompañaba sus pasos que provocaban ecos en el empedrado de las calles bajas de París. Era la hora en que el sol se ponía pero en ese otoño frío y algo lluvioso el astro rey apenas se divisaba por entre la maraña de nubes que cubrían la ciudad, como un sudario permanente. Karsten caminaba con lentitud, sus largas zancadas que eran características desde que residía en Grecia estaban tan olvidadas como ese lugar y ahora avanzaba más por inercia, por un reflejo automático que por el deseo de querer seguir viviendo. Sus pasos eran vacilantes como los de un borracho y sus ojos azules no tenían ese brillo de animación de antaño. Primero había sido Ámsterdam con su algarabía y sus canales, sus flores multicolores y sus gentes alegres allí creyó que volvería a encontrar esas ganas de disfrutar su larga existencia y se instaló en un hotel junto al ataúd de Arión, pero nada de ello consiguió alegrarle siquiera pues quién era la luz de su existencia seguía sumido en ese largo sueño que parecía no tener un final. Agobiado y frustrado decidió trasladarse a las frías estepas rusas y envolverse en esas gruesas pieles disfrutando de una dinastía que nunca descansaba,bailes, cenas y charlas junto al fuego tampoco habían conseguido disipar su tristeza y Arión era como un cadáver viviente el cual transportaba de un lado a otro con la esperanza de lograr que despertara.

Ni brujos ni piromantes conseguían que el rubio abriera los otros, ni las jornadas de oración, ni las artes gitanas. Nada...ni su voz, y eso era lo que más abría una herida dentro del alma del vampiro, que su compañero no reaccionase a nada ¿Qué sentido tenía vivir así?. Por último Karsten decidió trasladarse en un intento desesperado a Francia y se dispuso a terminar sus días ahí, para ello compró una vieja y señorial casona con 15 habitaciones y contrató a una docena de criados nuevos, asesinando a los viejos. Si Arión no despertaba, él acabaría sus días allí, había realeza y lujo, fiestas y también un desenfado que se podía oler en el aire. Allí residían extranjeros y los mestizos estaban dotados de una picardía y desfachatez que le gustaba...Ahí en París la sonrisa perdida regresaba lentamente a sus labios, pero su bello amante y esclavo seguía dormido. Sin embargo, no se permitió desesperar y en la habitación dónde le mantenía llenó los armarios de trajes sencillos y exóticos, puso enormes cuadros en las paredes que representaban paraísos en dónde el sol jamás se ponía y las flores tenían infinidad de colores. Llenó cofres con joyas costosas de distintos tamaños y colores. En suma, dejó todo dispuesto para que su amante no necesitara nada una vez que despertara...El tiempo avanzó sin piedad, un mes se transformó en un año y ese día se cumplían 3 desde que llegaran a París, el desaliento se apoderó de él y tras salir a asesinar sin consideración ahora vagaba por los barrios bajos como un fantasma.

Vestido de negro de pies a cabeza, con un sombrero de copa cubriendo sus cabellos castaño claros, unos guantes gruesos tapando la palidez de sus manos y una capa ondeando tras de sí en cada paso, Karsten caminaba con las defensas bajas sin percatarse que un grupo de licántropos le seguía desde hace una hora. Miraba las casas de una planta, deslucidas y pobres en dónde los moradores estaban encerrados bajo siete llaves pues conocían los horrores que salían apenas el sol se entraba. El vampiro se internó por una calleja lateral cuyo camino de tierra era una alfombra que amortiguaba sus pasos, allí el caserío disminuía y terminaba de forma abrupta ante un grupo de altos árboles. Se detuvo por primera vez tuvo consciencia de que estaba yendo hacia ningún lugar y al girarse para dar marcha atrás se encontró con tres hombres que vestían harapos y cuyas miradas brillantes le indicaron que no le dejarían retroceder tan fácilmente, sonrió con desdén pues era vampiro y también un soldado, no un caballero pomposo y mimado que no sabía más que alargar el brazo y pedir lo que quisiera. Por el rabillo del ojo oyó las pisadas fuertes de más atacantes que se situaban a su espalda. Aún con esa sonrisa adornando su rostro se inclinó en una especie de saludo burlón a sus perseguidores y, quitándose el sombrero se lo quitó dejándolo caer a sus pies. Se movió de forma tan rápida que alcanzo a hundir sus largos dedos enguantados en la garganta de uno de los hombres, éste dejó escapar un sonido sibilante que salió como un gorgoteo por la abertura de la carne y cayó de bruces al suelo. Sus compañeros gritaron algo que Karsten no comprendió y se lanzaron a atacarlo, los rechazó con golpes devastadores pero no cedían y cada vez que uno caía, dos más estaban allí ocupando su lugar. Pronto su capa no fue más que jirones y su traje dejaba entrever largas aberturas en dónde brillaba la sangre. Estaba herido y pronto se curaba su carne pero volvía a abrirse a causa de una nueva. Sus movimientos dejaron de ser rápidos y chocó contra el tronco de un árbol sintiendo cómo sus huesos crujían, apretó los dientes mientras la sangre velaba su visión y se pasó la mano por la herida en la frente mientras se ponía de pie y hacía frente a sus atacantes. De pronto, uno de ellos alto y fiero se le abalanzó y ambos cayeron al suelo en medio de un tumulto de ropas y golpes. Karsten sintió que unas tenazas de hierro le agarraban la garganta y pateó una y otra vez intentando liberarse,pero esos dedos parecían de acero y no le soltaban...Jadeó e intentó romperlos pero se ahogaba y más que eso temía que le decapitaran, pensó en Arión que dormía con sus cabellos rubios y entre joyas y terciopelos. De su garganta brotó un sonido que intentó ser un nombre y eso fue lo último que logró balbucear antes de quedar sumido en tinieblas.
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Mensaje por Arión Dom Mayo 05, 2013 4:25 pm

Sus párpados estaban bajados desde hacía ya más de dos siglos, aportando a su delicado rostro un semblante de absoluto encanto e inocencia; casi semejante a la que posee un muñeco de porcelana. Eterno y frío, sin importar la estación del año o que la noche diera paso al día. Nada turbaba su largo letargo, aquel en el que había caído sin remedio una fatídica noche de invierno mientras la chimenea le iluminaba con sus destellos llameantes. No había podido evitar que sus voces mentales, sus musas como el gustaba de llamarlas, le arrastrasen hasta el mundo más onírico y subconsciente. Una y otra vez escuchaba la suave y atrayente voz de su amo colarse por entre las ramas de sus fantasías, llegando a él e interpretando con parsimonia las letras que daban forma a las palabras casi como si de una cantinela de las más hermosas se tratara. Mas el movimiento no llegaba jamás a su cuerpo y la quietud se convertía en la única respuesta factible mientras los días se sucedían y daban forma a las décadas sin que él pudiera percatarse de ello.
Sus noches quedaron eclipsadas por sus musas que adoptaron formas corpóreas dentro del mundo de Morfeo y ensimismaron su mente con canciones e historias. Cada año no era si no un segundo para él, todo parecía haberse detenido y vuelto más parsimonioso y teatral. La negrura daba paso a visiones entrecortadas de la más pura realidad, a través de los ojos de Karsten y se entrelazaba con escenas inexistentes. La realidad y la fantasía se amoldaron a la perfección confundiendo sus sentidos acariciados por las voces propias de su eterna enfermedad. Estas habían nacido en los primeros albores de su existencia mortal, como quedos murmullos entre las sombras, casi imperceptibles. Pero cuando la inmortalidad comenzó a recorrer su cuerpo, sesgando así la vida, las voces alzaron su volumen al máximo y mostraron con poderío su existencia negándose a abandonar el interior de su cabeza. Pero... el letargo les había proporcionado una fuerza brutal y casi parecían manejar, cual macabros titiriteros, los sangrientos e infantiles sueños que poblaban sus noches.

¿Se había producido realmente esa caricia en su mejilla? ¿Había sido el castaño el causante de aquella sensación o era solo una plácida ensoñación? Su conciencia estaba danzando en el limbo de la inexistencia por lo que no podría haber sido capaz de dilucidar lo ocurrido por mucho que lo deseara. Su dueño, su amante, el centro de su mundo y de los que estuvieran por llegar... Karsten significaba tanto para él que perderle sería el primer paso a la muerte definitiva. Pese al profundo sueño que aletargaba su ser sentía un fuerte lazo de unión entre ambos. Su cuerpo atado al ajeno pese a que la distancia en ocasiones se convirtiera en demasiado extensa. Doscientos años plagados de una oscuridad tan profunda como el Averno y una quietud y serenidad tan solo existente en las más bellas y antiguas estatuas de mármol y marfil. No se percataba de las manos del varón cuando estas se deslizaban por su cuerpo, cada vez más delgado debido a la ausencia de sangre que le alimentara, y le cambiaba de ropa cada cierto tiempo. O cuando el cepillo de suaves cerdas peinaba su cabellera rubia para dejarla perfecta antes de que la tapa del ataúd cayera al llegar el amanecer. No podía saber que aquel que una vez le había raptado llevaba dos siglos protegiendo sus sueños con una dulzura única y acicalandole como si de un perfecto muñeco se tratara, dispuesto a él y a un futuro despertar que no terminaba de llegar. La inconsciencia era tan absoluta que poco importaban las escalonadas visiones que recibía, o los murmullos lejanos que arrullaban sus sentidos sin que el correspondiera con el más mínimo gesto. Todo parecía producto de un mismo y larguísimo sueño del que era imposible escapar. Sus voces le atrapaban con fuerza, eran imanes y él no podía resistir la atracción, nada en él era lo que parecía.

El paisaje que había tomado forma en su cabeza, formado por un impresionante lago cristalino y un cielo encapotado, comenzó a titilar frente a la mirada de su subconsciente. El reflejo del agua comenzó a borbotar y a modificarse hasta mostrar un grotesco rostro de varón lupino. Una cortina de color carmesí entorpeció un instante aquella imágen antes de que un segundo hombre cayera sobre el reflejo esputando saliva y gruñendo como un animal enfurecido y excitado por el ataque. La mandíbula se tornó en fauces y los dientes crecieron desmesuradamente. Justo en ese momento, el inexpresivo y frío rostro de Arión se movió levemente, arrugando el ceño en un gesto de extrañeza que podría haber pasado desapercibido incluso a los ojos más hábiles. - ...Kars...ten... -musitó en un susurro que ahogó el ataúd cerrado, despegando por primera vez sus carnosos labios después de doscientos años de mutismo absoluto, permitiendo un fino movimiento en sus cuerdas vocales. Su propio nombre retumbó en el interior de su cráneo con la fuerza de un ejército. Un murmullo ahogado del castaño dicho desde la distancia que le había sido trasmitido por un giro del destino, dando un tirón al lazo que les unía para dar un aviso al eterno durmiente que perdió la visión en cuanto los ojos de Karsten se cerraron por la brutal asfixia. Arión abrió los suyos de golpe, alzando los parpados y contemplando durante un par de segundos la absoluta oscuridad que moraba a su alrededor. Movió sus claros orbes color zafiro y después las puntas de los dedos, retomando la consciencia sin saberlo realmente. Las manos se levantaron empujando con fuerza la tapa de madera, rompiéndola en decenas de astillas antes de salir de la mansión dejándose guiar por la intuición y por la sangre, atravesando las calles con rapidez sobrenatural sin que su mirada se posara sobre lo que le rodeaba. Nada de aquello importaba, tan solo su dueño y señor, para él aún se encontraba en el interior de un sueño y debía convertir aquella pesadilla en algo hermoso.

Pronto se encontró al final de la oscura y estrecha calle, pudiendo ver en persona la escena que se había grabado en su mente. Por fin un parpadeo acudió a sus grandes ojos antes de que sus labios se curvaran en una mueca de ira absoluta. Su perlada y perfecta dentadura quedó a la vista por el gesto y los colmillos crecieron antes de que se abalanzara sobre el hombre lobo que reía a carcajadas al ver sufrir al castaño, que yacía en el suelo, bajo un peso superior al suyo y unas manos que no merecían tocar una piel tan exquisita. El cuello del varón sonriente y grotesco se partió bajo su arremetida, convirtiendo su abrazo en uno mortal en el que la sonrisa aún perduró en el rostro del muerto antes de que este cayera de cualquier manera con la cabeza casi desencajada del tronco. Un muñeco descabezado que no podría jamás volver a ser montado.
Dejó escapar un grito, soltando la furia contenida y acabando con el pesado silencio de décadas antes de dar un salvaje puñetazo en el centro del torso del varón cuyo semblante había podido ver en primer plano debido a las imágenes transmitidas por Karsten. Su mano, de largas uñas, entró en el cuerpo rompiendo huesos, músculos y órganos antes de salir por el lado opuesto del pecho, rozando con la punta de sus sangrantes dedos la mejilla de su amante en una macabra caricia que duró apenas un suspiro. Tiró del indigno, obligandole a soltar al ateniense mientras la muerte acechaba tras el árbol con una sonrisa ladina. Sacó el brazo y le hizo girar con un girar de un golpe, lanzándole al suelo antes de subirse sobre él para dejar caer un golpe tras otro, desfigurando el rostro del ya cadáver y abriendo en canal su cuello con los dedos, a arañazos brutales, gruñendo con furia. Nadie dañaría a su amo, a aquel que había cautivado su muerto corazón y su cabeza demente; no podía permitir que un solo golpe turbara el perfecto semblante de Karsten sin que el causante recibiera el castigo más adecuado. La muerte.

Sus puños aplastaron los huesos y la carne en un aluvión de golpes que no parecía tener final mientras la sangre salpicaba su bonita ropa destrozándola, tiñiendo su cabello y piel de carmesí en un baño grotesco donde solo la necesidad de otorgar el castigo estaba presente. Repentinamente un golpe quedó detenido a la mitad y ladeó el rostro para contemplar su mano goteante de sangre, con fascinación absoluta, parpadeando de manera exageradamente escasa. Parecía que, por vez primera, se daba cuenta de que ahora era su cuerpo y no tan solo su mente la que estaba en movimiento. Confuso al máximo alzó el mentón contemplando el cielo antes de girar el rostro y mirar a su amado, con los labios entreabiertos y el silencio siendo rey y consorte.
La casaca de color azul claro, perfecta para su cabello y ojos, estaba coloreada y la sangre rodaba sobre ella, cayendo hacia las rodillas que aplastaban el abdomen del lupino muerto e indigno. Su mirada se fundió con la del mayor de manera íntima y sincera mientras se levantaba con gesto teatral, dando un par de pasos hacia él. Los colmillos volvieron a adoptar un tamaño más natural y la dulzura e inocencia más aplastante acudieron a su hermoso rostro donde la sangre ajena rodaba sobre las mejillas cual lágrimas agonizantes antes de perderse en el cuello de la casaca. La confusión estaba patente, no comprendía dónde se encontraba ni lo ocurrido realmente, pero la presencia de Karsten era ambrosía para sus sentidos, vida para su cuerpo carente de latido.
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Mensaje por Karsten Walezy Lun Mayo 06, 2013 10:17 pm

El dolor era algo desconocido para él, había pasado tanto tiempo sin sentirlo de esa forma que en su mente, simplemente lo había olvidado como se olvidan lentamente esas cosas y personas que ya no tienen demasiada importancia en el diario vivir. Sus pensamientos volvían una y otra vez a Arión, quién era su amante, su esclavo y compañero sin ningún orden en particular pues sus papeles cambiaban según sus deseos y éstos eran tan variados que sabía que jamás podría asignarle un único rol en su existencia. Pero le importaba mucho más de lo que le demostraba y en ocasiones sus días se basaban sólo en complacer sus deseos como si él fuese el esclavo de una pasión que el tiempo jamás podría lograr disminuir. La ausencia de Arión era dolorosa, tanto como la idea de morir ahí y dejarlo abandonado sin saber si llegaría a despertar algún día, sin poder acariciar su piel y sentir ese gesto recíproco...La idea le obsesionaba e intentó quitarse nuevamente a ese enorme hombre lobo de encima alargando el brazo y estirando sus dedos mientras gruñía de ira, le sacaría un ojo aunque fuese lo último que hiciera, pero éste apartó el rostro y sus uñas sólo dejaron un surco en el rostro ajeno.

Karsten no se entregaría, no sin luchar hasta su último aliento. Por el rabillo del ojo vio cómo otro de sus atacantes corría hacia él dispuesto a devorar lo que quedaba del vampiro antes que se convirtiera en cenizas, moviéndose furioso tomó una rama y la lanzó dándole de lleno al otro en el abdomen. El lobo aulló y el sonido espeluznante de su alarido de dolor hizo que unas aves que anidaban en los árboles emprendiesen el vuelo. Olía a tierra húmeda, a sudor y a sangre como si ese lugar ya hubiese sido usado de tumba para otros, humanos o sobrenaturales a Karsten le tenían sin cuidado quienes hubiesen muerto ahí. No oía los gruñidos mientras pateaba al lobo y sólo se percató de un movimiento en la calle que nada tenía que ver con humanos.

Una nube ocultó del todo el panorama y gimió a su pesar pues empezaba a perder movilidad en sus piernas como si su cuerpo comenzara a perder fuerzas y a entregarse sin su consentimiento a una muerte segura. Oyó una pelea allá en la entrada del bosque y respiró sintiendo que su atacante se removía inquieto. Pensó en Arión y se lo imaginó bailando en un salón muy iluminado por lámparas, con una túnica verde agua al estilo griego y joyas que refulgían en sus sienes, cuello y muñecas. Bailaba atrapando la luz y reía feliz mientras mujeres y hombres le admiraban envidiando su belleza tan andrógina, su posición y su felicidad. Los ojos se le llenaron de lágrimas y miró hacia lo alto a las ramas de los árboles detallando cada color de las hojas, el tronco nudoso y un nido de pichones iluminados por la claridad de la luna. De pronto el peso sobre su cuerpo desapareció y también el dolor, el licántropo aflojó su agarre y oyó un grito cuya musicalidad le era conocida. Algo se acercaba a ellos y sólo distinguió oro y sombras moviéndose cerca, se incorporó y los huesos de su cuello crujieron al hacerlo. De pronto su atacante ya no existía, era una masa grotesca y el olor de la sangre dilató sus fosas nasales y sus pupilas se dilataron también pero no por hambre pues la pérdida de sangre no había sido excesiva. Karsten se apoyó en los antebrazos e incorporó su cuerpo mirando incrédulo a su salvador quién le observaba.

El vampiro se alzó ligero y ágil, los moretones en su garganta se curaban lentamente. Parpadeó pensando que quizá había muerto y extendió la mano para tocar esa gota de sangre que se deslizaba por la mejilla ajena, era real...Tanto como el joven de cabellos casi blancos que estaba ahí como si en realidad no hubiese dormido por años y años, sonrió sin perder su arrogancia y lo estrechó entré sus brazos con gratitud mientras murmuraba en voz baja: -Tú...hasta que decidiste despertar de ese letargo ¿Era necesario que casi perdiera la vida, Arión? - sus cejas se alzaron y apartándose se sacudió las hojas secas y la tierra húmeda mientras se quitaba con un gesto de impaciencia la capa echa jirones. Examinó el rostro de su amante y suspiró hondo entre molesto y agradecido, pero su orgullo era enorme y aquel al cual amaba le debía una gran explicación. Karsten sintió que el resentimiento se acumulaba dentro de sí y agregó con vehemencia: -Dime porque no lo entiendo...Te dí todo,absolutamente todo y sólo caíste dormido como si no desearas vivir más. Te hablé, te toqué pero mi voz no llegaba y tu mente estaba cerrada para mí - Apretó los labios y caminó alrededor intentando refrenar su cólera,pero se giró y arqueando el cuerpo hacia el otro exigió con un grito que se oyó en cada rincón del bosque: -¡DIME! - mientras sus ojos azules escrutaban a Arión con insistencia.
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Mensaje por Arión Miér Mayo 15, 2013 7:54 pm

Una de sus voces mentales le susurró en el oído que parara de golpear la masa insufrible en la que había quedado convertido el licántropo y él actuó casi por impulso mientras la razón acudía con total parsimonia a su cabeza, percatándose de que los puñetazos y desgarros ya carecían de sentido pues hacía largos segundos que el corazón había detenido su rítmo para dar paso al silencio más atroz. Uno que no sería llorado por nadie.
Al levantarse su mirada se encontró con la ajena y quedó quieto cual bellísima estatua frente al mayor, contemplando de refilón como los daños que le habían inflingido comenzaban a desaparecer con lentitud. Pronto su piel quedaría tan perfécta como si nada la hubiera rozado, pero el simple detalle de un rasguño era motivo de castigo por lo que el impulso había sido del todo necesario. Entreabrió con un suspiro sus carnosos labios y alzó levemente el mentón para observar los almendrados ojos de su dueño pues la diferencia de estatura era cuanto menos palpable y el acercamiento lo pedía. Sus párpados cayeron un instante y lo poco que quedaba de la anterior expresión de ira se volatilizó en la noche. Los fuertes brazos de Karsten lo rodearon y dejó escapar un par de segundos de quietud antes de alzar sus delgados brazos y corresponderlo con fuerza y cariño, clavando sus largas uñas claras en los homóplatos ajenos en un indicativo de la añoranza que había eclipsado sus noches. Tenerlo tan cerca y a la vez tan lejos... no podía rozar su cuerpo desde el mundo onírico de su letargo, ni corresponder con una sonrisa a sus suaves palabras nocturnas... pero ahora ahí estaba, apoyando la cabeza en su amplio pecho y apretando su espalda para no volver a dejarlo ir jamás.

Se vio apartado de manera abrupta, aunque eso no le molestó en absoluto, y bajó los brazos manchados una vez más. Escuchó sus frases, sintiendolas tan hermosas como furibundas, una melodía intimidante que había llegado a echar tan de menos como la sangre o la brisa invernal. Como respuesta a la primera cuestión negó suavemente, siguiendole con la mirada sin querer interrumpirle. Ante el siguiente comentario entreabrió los labios pero tan solo la mudez acudió a su garganta, dejando un absoluto silencio como contestación mientras agachaba levemente la cabeza. La confusión le aplastaba con todo el peso de su existencia y no era capaz de responder con algo lógico y válido a aquello que le era planteado. Si quería vivir más, si deseaba seguir con él... mas de una forma u otra el sueño se había superpuesto a sus deseos sin dejarle tomar una sola decisión. Se mordió con fuerza el labio inferior en cuanto el grito retumbó en sus tímpanos haciendo que sus hombros temblaran un solo instante, sumiso y del todo contrariado. No por temor, pues nada podría ser rechazado en aquel hombre que tanto amaba y por el que se pasearía descalzo por las llamas del infierno, si no por la absoluta falta de consciencia hacia aquello. - No lo sé... el sueño era una jaula... la llave se perdió, quería ir a ti pero ... no podía. No había nada. Los hilos se rompieron, mi señor... -Elevó de nuevo la mirada con gesto encantador y delicado y se acercó a él nuevamente, acomodando la palma de su mano diestra en el torso ajeno. - ... no lo sé, Karsten... no hay respuesta... no la encuentro, ellas no me la quieren decir... -se mordió una vez más el labio inferior hasta que un hilillo de sangre nació de la carne y se deslizó hacia el mentón.

Repentinamente el gesto de confusión y dolor dio paso a una sonrisa deslumbrante con tintes infantiles y le estrechó en un poderoso abrazo riendo cantarinamente en su oído, sin permitir que le alejara esta vez. Dio una corta bocanada de aire con un nuevo suspiro, deleitándose con el aroma que escapaba de la piel de Karsten y rozó la piel del cuello con sus labios manchados, marcándola. La risa continuó largos segundos, incapaz de ser contenida pues la alegría era tan fuerte como el deseo de sangre en un recién nacido a la inmortalidad. Se puso de puntillas y le miró fijamente, a escasos cuatro centímetros un rostro del otro- Estoy aquí.... estás aquí... ¡Oh, tu voz brilla! - la siguiente carcajada asustó a un pájaro nocturno que emitió un graznido de molestia y fue acallada cuando atrapó los labios del mayor con los suyos exigiendo un largo beso que parecía no tener final, saboreando cada milésima del contacto como el dulce más puro. Se alejó con un salto y comenzó a girar cual bailarín, pisando la sangre derramada y aplastando alguna que otra extremidad sin darle importancia alguna. Podía notar la fuerza del orgullo de Karsten zarandeando su ser, clamando por una respuesta factible que no era, y quizá no sería, capaz de dar. Pero ni las cadenas más gruesas sostenidas por todo un ejército habrían sido capaces de detener aquel arrebato de alegría absoluta, el derroche de deseo que recorría sus venas muertas. Se detuvo en seco y le miró nuevamente, apagando poco a poco la sonrisa para volver a un semblante inexpresivo. - No quería... que te dañaran...-murmuró dulcemente acariciando con la punta de los dedos la herida existente aún en el cuello del moreno.

Ladeó la cabeza y frunció muy suavemente el ceño, bajando la mirada para contemplar la vestimenta que lucía el ateniense y después la suya propia con un gesto de extrañeza. Aquel tipo de atuendo le resultaba del todo extraño, aunque el anillo de zafiros que lucía en su mano diestra despertó su interés e instó a las comisuras de sus labios a curvarse en una evidente sonrisa de fascinación antes de que esta desapareciera de manera tan rápida como había llegado. Levantó el rostro y por una vez observó con un detenimiento mayor el lugar donde se encontraba paseando su clara mirada por cada cada de la lejanía, estátua o árbol. Desvió la mirada en una mirada interrogante dedicada a Karsten, él mismo no tenía consciencia del tiempo que había pasado en letargo. No sabía que habían sido dos largos siglos y que a eso se había debido realmente el brusco grito ajeno. La angustia acudió por una vez a su cuerpo y arrugó el ceño de manera más significativa, extrañado por cada recoveco y buscando una respuesta del todo escondida. - ¿Dónde....? -comenzó a decir antes de acortar nuevamente la distancia y tomar la mano del moreno con una suya al notar un sonido extraño proveniente de un vehículo en la lejanía. Mostró sus colmillos a la oscuridad antes de clavar su mirada en los preciosos orbes del mayor, ignorando los murmullos incesantes que tenían lugar en su cabeza y que no le permitían siquiera pensar con claridad. Los dejó a un lado para volcar toda su caótica atención en Karsten, cautivado con sus facciones varoniles y con la única luz de la luna clara.
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