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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Târsil Valborg Dom Ago 18, 2013 12:47 pm

Quien hace una bestia de sí mismo
se libera del dolor de ser un hombre

Târsil dejó caer el gran bulto que llevaba atado a la espalda con la intención de descansar de él por lo menos un momento. Lo tiró sobre la nieve y luego se tumbó a su lado. Su respiración estaba alterada, el corazón le latía a mil por hora y apenas lograba reunir un poco de aire en sus pulmones con cada aspiración que hacía. Se sentía levemente mareado a causa de la escasa oxigenación en el cerebro pero, ni todos los obstáculos o los malestares físicos que surgieran en el camino, le harían desistir de su caza.

Estaba allí por una sencilla razón: atrapar a Rianne Coleridge, y no regresaría a París sin ella, eso podía jurarlo. Estaba dispuesto a internarse en las frías montañas el tiempo que fuese necesario, a sufrir las inevitables peripecias a las que seguramente se enfrentaría durante el duro recorrido, pero era hora de que alguien pusiera un fin a las jugarretas de la licántropo que se había estado paseando frente a las narices de la Inquisición sin haber sido capturada todavía, y ese iba a ser él. Deseaba tal mérito, se lo merecía por ser el único Inquisidor con los cojones suficientes para ir a por ella en medio de la tormenta de nieve que se avecinaba. Él le llamaba valentía, pero todos los demás lo habían llamado estúpido al arriesgarse de ese modo. Algunos de sus compañeros habían hecho sus apuestas asegurando que volvería con las manos vacías y antes del tiempo esperado, por lo que Târsil, que era un hombre sumamente orgulloso, había empezado a tomarse esta misión como un verdadero reto, casi una obsesión.

En el bulto que yacía a su lado llevaba todo lo necesario para sobrevivir durante un par de días, tiempo máximo que había predicho que duraría la caza, pero él era tan soberbio que deseaba volver en la mitad de ese tiempo. Tenía comida, un par de pieles que le servirían de cobijo en las bajas temperaturas y algunas armas, en las que no podía faltar Kathleen, la recién bautizada ballesta que había adquirido con la intención de suplir a su querida Marilyn.

Se puso de pie, pero antes de proseguir decidió inspeccionar el lugar. Todo a su alrededor era blanco, cubierto de una nieve espesa. No muy lejos de allí se alzaban montañas más altas con gruesas coronas de más nieve y altos y frondosos pinos cuyo verde amenazaba con desaparecer. Ya había escalado un gran tramo, lo suficiente para sentir los efectos de la altura en su organismo.

Cogió el bulto para atárselo nuevamente a la espalda, pero en ese instante lo volvió a soltar. Buscó su ballesta y la sujetó con firmeza y precisión, apuntando al punto negro, apenas visible, que notó a lo lejos. El sujeto no identificado se movía con rapidez, lo que le hizo deducir que debía tratarse de un animal, o mejor aún, de la humana con naturaleza licana cuyas habilidades sobrehumanas le permitían avanzar sin demasiada dificultad en medio de la borrasca que parecía intensificarse.

Hoy no es tu día de suerte... —murmuró entre dientes y entornó los ojos en la pequeña y borrosa figura.

Disparar y dar en el blanco no era tarea fácil bajo las condiciones en las que se encontraba. El objetivo se encontraba a una gran distancia, su propio vaho proveniente de la nariz y la boca le dificultaba ver claramente, y por si fuera poco no podía evitar que los brazos (y todo su cuerpo) temblara levemente a causa del frío que se colaba a través de las gruesas ropas que llevaba encima.

Pero disparó, e increíblemente logró herirla.


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Mensaje por Rianne Coleridge Dom Sep 22, 2013 2:18 am

Por una vez no creyó en las señales que llegaban a ella a través de sueños. Prefirió no creer porque si aquella era la verdad, el camino que tendría por delante sería el más duro que ella enfrentara jamás. Y esa perspectiva, tan complicada como incierta, transformaba su panorama en una serie de desencuentros molestos y por sobre todo peligrosos. Como cada noche, dejaba su propio destino en las manos de la abuela de su raza quien se encargaría de llevar el barco de su propia vida a un puerto seguro, pero al despertar los miedos se apoderan de sus manos e intentan frenar el avance que ha conseguido en meses. Tiempo atrás le prometió a alguien que encontraría respuestas a esa maldición que la aqueja y ahora la idea es encontrar en las raíces lo que no ha podido ver directo de quienes sólo viajan por las ramas. Una última mirada a la habitación que ocupó desde que llegó a Paris y la sensación de despedida no está, tampoco el vacío ni mucho menos algún atisbo de melancolía que pueda servir de excusa para abandonar los planes. Sólo le queda pagar los días usados, comprar el resto de los materiales que necesita y comenzar a caminar.

Una verdadera excursión que termina en el asentamiento en una cueva entre las montañas. En aquel silencio que se convierte en su enemigo encuentra el mayor adversario que ha debido enfrentar desde que escapó de las amenazas de su tribu. Acá no es blanca ni shawnee, no es Rianne ni Tecumseh, sólo se mueve a través del viento y es el sol quien marca el tiempo de sus días. Despertando con el alba y yendo a dormir con el crepúsculo es que nota cómo las estaciones avanzan, como la luna llena se aleja y luego se va y cómo, además de unos animales, es la soledad su única compañía. El frondoso verde de los árboles se reemplaza por escuálidos brazos limpios, los frutos ya no aparecen y todo lo que tiene para comer son las provisiones que ha estado reservando desde que llegó, pero si antes el transcurso del tiempo se hacía difícil, ahora cree estar al borde de dejar aquel propósito y volver a la ciudad pese a que nunca antes ha deseado la compañía humana ahora sería el sinónimo de fracasar. Puede ver sus hombros derrotados, la imagen de si misma como un lobo con el rabo entre las piernas demostrando de todos los modos posibles cómo no fue capaz de triunfar.

La nieve dificulta aún más su paseo diario. La opción de quedarse en el interior sabiendo que aquella última tormenta fue sólo un aviso de una peor que vendrá es tentadora pero se ha propuesto salir y rondar el lugar esperando encontrar a alguien o simplemente para aclarar sus pensamientos, y es eso lo que hará aunque se esté congelando pese a que no debería sentir frío. Quizás no es la temperatura, sino mas bien la corriente que recorre su espalda y que sólo puede significar que algo, alguien, se acerca. Y el miedo de que ese destino que se repite como una pesadilla se haga real es lo que ahora la mantiene alerta y al mismo tiempo demasiado ansiosa para poder actuar con claridad. Se mueve rápido, lo siente, puede incluso verlo y comienza a rezar para que él no la vea. Pero lo hace y se nota en lo que cree es un golpe que la derriba y que tiñe de rojo la nieve blanca que rápidamente se torna rosa. Intenta arrastrarse, moverse mientras que con las manos se agarra el costado temiendo que todo su interior salga por un pequeño agujero. Es tarde, está segura que morirá mientras camina y sólo se desliza hasta tener la espalda apoyada en una roca que sirve para cubrirse del viento y también para tal vez, ser la tumba que la entierre en esa maldita montaña.
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Mensaje por Târsil Valborg Dom Nov 10, 2013 12:56 am

Dio en el blanco, y como no tenía la menor intención de perderse el gozo que significaba admirar de cerca cómo la víctima agoniza y con un poco de suerte cómo rogaría por un poco de piedad de su parte, se puso en marcha para llegar cuanto antes hasta su posición. Rápidamente cogió el bulto, se lo ató a la espalda y sujetó con fuerza el arma con la que había atacado, manteniéndola al frente y a la altura de su pecho, lista para disparar nuevamente si era necesario. La nieve estaba espesa y le dificultaba el recorrido; los pies se le hundían hasta los tobillos, así que tuvo que avanzar dando largas zancadas para llegar lo antes posible.

Cuando al fin llegó a su lado observó con satisfacción que en efecto, se trataba de una sobrenatural, de un licántropo, y mejor aún, que la que tenía enfrente era ni más ni menos que la ladina y tramposa de Rianne Coleridge. Esto provocó que el orgullo del Inquisidor se disparara hasta los cielos, percibiéndosele más egocéntrico que de costumbre. Le llenaba de gozo saber que había logrado su cometido, que sería admirado por todos cuantos le aborrecían, porque al final de cuentas, aunque la opinión de los demás no fuera su máximo, no podía negar que le llenaba de satisfacción hacerlos que se mordieran la lengua al tragarse todas sus palabras y advertencias, incluso las del Papa, que tampoco era santo de su devoción.

Se liberó del gran peso que significaba el bulto que llevaba atado a la espalda, dejándolo caer nuevamente sobre la nieve, y centró toda su atención en la mujer cuyo rostro denotaba dolor y sufrimiento. Todas las flechas que Târsil utilizaba tenían punta de plata, sólo así garantizaba que los sobrenaturales quedarían debilitados si se les hería, imposibilitándolos para seguir huyendo una vez que Târsil daba en el blanco, lo cual ocurría bastante a menudo.

Este era tu destino, estaba escrito, sólo era… cuestión de tiempo —anunció a la mujer, coronando sus frías palabras con una amplia e inminente sonrisa triunfal que dejó a la vista su blanca dentadura, tan blanca como la nieve que los rodeaba.

Flexionó sus rodillas para acercarse a examinar de cerca la herida en la pierna de la joven, ya que la ventisca le impedía ver con claridad. Tenía la flecha incrustada en el muslo, casi hasta la mitad, y perdía mucha sangre, lo que le hizo deducir que debía ser bastante doloroso para ella. Sin embargo, se mantenía sosiega, orgullosa tal vez, probablemente prohibiéndose gritar o mostrar cualquier signo de debilidad ante su enemigo.

¿Duele? —preguntó él en un afán de humillarla un poco—. Apuesto a que sí, y no luce nada bien… Pero esto es sólo el inicio —amenazó mientras se erguía—. Tienes suerte de que haya dado en una pierna, si hubiera apuntado al corazón a estas alturas ya estarías bien muerta, pero claro, esa no era mi intención, todo a su tiempo…

Esperó ver alguna reacción en ella, algo que le indicara que sufría o que lo odiaba por hablarle y tratarle de ese modo, pero la licántropo permaneció callada durante esos instantes y ni siquiera le dio el placer de mirarlo a los ojos o maldecirlo. Eso comezó a enfadarlo.

¡Hey! Estoy hablándote —le gritó para presionarla, para provocar su rabia, más pareció ser inútil. La mujer resistía con fiereza, lo cual resultaba bastante admirable, incluso para él, aunque claro, eso jamás lo diría en voz alta—. ¿No hay nada que decir? La mayoría de los condenados a muerte tienen una última voluntad… Sólo por curiosidad, ¿cuál sería la tuya?

La observó divertido y curioso a la vez, con detenimiento, con la plena intención de no perder detalle de la mínima expresión facial o corporal que esta fuera capaz de mostrar.
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Mensaje por Rianne Coleridge Vie Ene 24, 2014 12:37 pm

Es por lo general cuando estás a punto de morir que comienzas a preguntarte si existirá el cielo y el infierno del que hablan los cristianos. Rianne podría estar pensado en eso ahora, cuando era pequeña fue su padre quien le enseñó esas creencias que le parecieron siempre ridículas para alguien que vivía en una tribu americana, historias sacadas de un libro que nadie sabe quién escribió pero en el que todos simplemente confían incluso como manual para que maneje sus vidas. Ella prefería pensar sólo en lo que sucedía día a día, en los instantes donde están presentes - aunque no de manera física- los dioses que acompañan a su raza o mejor dicho, a la mitad de sí misma. Al mirar al frente se siente reflejada en los ojos claros que la miran, ambos tienen la misma furia contra todo, el hambre de la caza impregnado como si fuera una obligación más que una opción y también, apenas perceptible, el deseo de esperar un poco más para que algo, alguien, nada, los haga cambiar la dirección y tomar el camino más corto. Ese que para ella sería escapar, poder liberarse corriendo con sus propias piernas y salir de esa trampa que el mismo destino cruel en el que nunca creyó preparó nuevamente. En cambio para él, de quien no conoce ni el nombre, probablemente sería matarla. Lo que posiblemente hará muy pronto, si es que no lo ha hecho ya.

El hombre mueve los labios pero ella no es capaz de identificar lo que dice, intenta leerlos y descubrir si le hace una pregunta, algo que al parecer es de ese modo ya que sus facciones cambian y ahora luce incluso… molesto. Rianne mantenía los ojos en la herida, esperando quizás que su fuerza de voluntad y esa capacidad de recuperación que se ha visto mermada por la mala alimentación y las condiciones en las que se ha encontrado las últimas semanas, ahora finalmente funcione y le permita al menos levantarse para poder esconderse en esos rincones que espera él no conozca. El grito logra que salga de su trance momentáneo, al elevar los párpados y fijar los ojos en algún punto de su rostro un suspiro sale de sus labios como único gesto. Sin darse cuenta estaba reteniendo el aire tal como debería hacerlo con la sangre que le mancha los zapatos al cazador y esta vez, escucha las preguntas claramente. ¿Una última voluntad? Estuvo a punto de echarse a reír y decirle que esas cosas eran para otro tipo de gente, alguien distinto a ella.
—Mi última voluntad… —la voz le salió rasposa, como si su garganta estuviera seca y se encontraran en el desierto en vez de una montaña llena de nieve.

—Mi última voluntad es que te calles, si voy a morir al menos quiero hacerlo en silencio. —expresó mirándolo directamente, para que note que aquello no es una broma ni un desafío, sólo un hecho irrefutable que no tiene intención de discutir ahora. Su cuerpo comienza a temblar y puede reconocer ahora que si no es la herida será la hipotermia lo que le arrebate la vida. Y sin esperar una respuesta porque tampoco hay algún tipo de pregunta formulada, vuelve a bajar su mirada y comienza una plegaria en silencio que sólo dura algunos segundos, lo necesario para encomendarse a sus dioses y que ellos la guíen en el camino que viene. —Antes de que se ponga el sol mi alma dejará este cuerpo y por los colores en el cielo puedes darte cuenta que eso será muy pronto… quédate a mirar tu obra maestra y disfruta de la soledad que encontrarás después… yo al menos estaré en otro lugar junto a mis antepasados… ¿Qué te queda a ti? —aquella no es la mejor conversación que podrían tener en ese momento, pero la verdad es que se ha rendido. Rianne no quiere más noches en cuevas, ni dormir sobre la piedra dura, no más escapar de otros y por sobre todo, no más escapar de si misma y de la maldición que acarrea. ¿Por qué mejor no le habrá disparado en el corazón? —¿Por qué no me disparaste en el corazón? —azul profundo que contrasta con el verde de sus propios ojos, ambos son colores que podrían estar presentes en una tarde soleada de primavera pero que ahora están rodeados de gris, del marrón del suelo despojado de nieve y de la palidez de una loba que difícilmente sería capaz de aullar nuevamente.
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Mensaje por Târsil Valborg Dom Ene 26, 2014 12:57 pm

La nieve bajo los pies del cazador comenzó a teñirse de color rojo. Târsil miró con satisfacción la agonía de la víctima, aunque a él nunca le había gustado llamarles de tal modo, porque una víctima es alguien inocente que cae en garras de un ser malvado que busca hacerle daño. En estas circunstancias, ella era quien hacía daño y los humanos los perjudicados. Ella merecía morir porque su existencia sólo significaba una cosa: muerte. Ni Târsil ni otro inquisidor podían pensar en perdonar la vida de un sobrenatural; las órdenes eran claras: matar a todo aquel ser sobrehumano, especialmente a aquel que se resistiera y no mostrara arrepentimiento alguno de sus infames actos. El setenta por ciento de los sobrenaturales estaba dentro de esa categoría, se mostraban orgullosos de la errante naturaleza que poseían y eran arrogantes aún en sus últimos momentos con vida; los inquisidores no se tentaban el corazón y asesinaban al instante.

Pero sí existía una forma en la que Rianne podía salvarse, una única oportunidad y ésta era si ella aceptaba su naturaleza y rogaba por un perdón, si buscaba una redención para salvar su alma aunque su cuerpo ya estuviera corrompido. La iglesia creía que era capaz de abogar por las criaturas arrepentidas ante Dios y después de mucho orar, conseguir una indulgencia para ellos, después de haber cumplido una fuerte penitencia, por supuesto. Así era como había iniciado el reclutamiento de los llamados condenados.

¿Y quién eres tú para cuestionar lo que decido hacer? —replicó él de mal modo, en el fondo le ponía de mal humor que ella se atreviera a mostrarse desafiante cuando debía estar suplicando por su vida. Flexionó sus rodillas hasta quedar en cuclillas porque quería estar a la altura de la abatida, cara a cara cuando le hablara.

Aún no lo has comprendido, ¿verdad? —preguntó mirándola fijamente a los ojos sin pestañear ni una sola vez con esos orbes azules fríos e intimidantes. Su cabeza rapada de movió de un lado a otro, negando y sonriendo, porque a pesar de los muchos años que llevaba trabajando para la iglesia, aún le irritaba que los caídos mostraran más soberbia que la que a él le caracterizaba—. Soy tu cazador, por lo tanto puedo convertirme en tu verdugo, es mi derecho. Tú pierdes, yo gano, es así de simple. Además, asesinarte limpiamente no tiene mérito alguno; más que un castigo, sería como premiarte. No te mereces una muerte tan piadosa, tienes que sufrir, suplicar, rogar por tu salvación; tienes que desear nunca haber nacido y burlado a la inquisición durante tanto tiempo. Cuando uno de los tuyos se entrega voluntariamente solemos ser compasivos, ¿sabes? Debiste rendirte cuando aún podías, ahora es demasiado tarde. Pero descuida, no morirás aquí. Todos querrán presenciar el espectáculo y yo no pienso negarles el privilegio —finalizó abandonando la posición que había utilizado para sentenciarla, quedando nuevamente de pie.

Târsil miró a su alrededor y se dio cuenta de que la luz del sol ya casi se había extinguido, lo que significaba que, aunque quisiera, era demasiado tarde para emprender el viaje de regreso a la ciudad. El mal clima parecía no tener fin y por el contrario, parecía intensificarse. Exploró un poco los alrededores y logró visualizar lo que parecía una especie de cabaña perdida en medio del hermoso pero igualmente desolador paisaje. Como era de esperarse, era una zona despoblada, casi sin rastros de vida, por lo que encontrar una vivienda era un verdadero golpe de suerte. Su plan era acercarse y pedir posada durante esa noche, al día siguiente, a primera hora, abandonarían aquel sitio para retomar su cometido.

Dio media vuelta y sin dar el menor aviso, colocó sus manos debajo del cuerpo de Rianne y se la echó a la espalda como si se tratara de uno más de sus bultos. Târsil era un hombre corpulento acostumbrado al trabajo pesado, así que transportarla a través de la nieve espesa que se pegaba a sus botas, minimizando la velocidad a la que viajaba, no significó un gran problema. Al llegar a la cabaña tocó a la puerta pero nadie abrió, lo que le hizo sospechar que estaba abandonada. Propinó una patada en ella y de un solo golpe la abrió. Se dio cuenta de que el lugar estaba solo y en pésimas condiciones pero que igualmente serviría para cobijarse del crudo invierno durante esa noche. Entró, cerró la puerta tras él y colocó a Rianne sobre el suelo

Dormiremos aquí —le anunció mientras se despojaba de los bultos que había llevado atados a la espalda—. Intenta algo estúpido y juro que será lo último que hagas; tendrás una muerte aún más horrible de la que te espera —sentenció, al mismo tiempo que se dejaba caer en una esquina de la vivienda, justo frente a la joven que seguía desangrándose.
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Mensaje por Rianne Coleridge Lun Feb 24, 2014 11:13 am

La inquisición. Entonces de eso era que se trataba todo. De esa maldita institución que la puta iglesia había inventado sólo porque de seguro estaban aburridos y necesitaban encontrar otro modo de inmiscuirse aún más en la vida de la gente. Aunque claro, según las palabras del hombre que insiste en hablar como si a ella le importara, los sobrenaturales como Rianne están lejos de ser gente; no son más que seres abominables que deberían desaparecer y para eso es que están los cazadores. Maldito hijo de puta, si pudiera levantarse y pelear nada de eso estaría pasando, se enfrentarían como iguales y él dejaría de tener el poder que tanto parece gustarle. En el fondo niños y hombres comparten muchas características, ambos disfrutan de ser el centro de atención y también de sus juguetes, sólo que con el paso de los años cambia el precio de estos y también el peligro que conlleva jugar. La licántropa levanta los ojos al cielo y observa las horas que le queda por delante, horas de dolor y sufrimiento hasta que la muerte la alcance. Todo considerando que le ha dejado claro que no será compasivo a menos que ella se entregue. ¿Entregarse a qué? ¿Ha cometido algún delito del que se le acuse formalmente? Porque que ella sepa, nunca llegó una carta del gobierno de Francia informándole que es culpable de ser una loba, que es al parecer el motivo que la tiene ahora desangrándose en el piso. De todos modos tampoco había escuchado antes de llegar a ese país que poseer esa condición fuese el problema, más bien era lo asociado a ella.

Sus palabras siguen flotando en el aire, pero todo lo que ella quiso decir ya fue dicho y ahora sólo le queda esperar en la nieve a que la hipotermia la consuma… o al menos eso es lo que creía. Antes de que pudiera intentar moverse –aunque fuera algo prácticamente imposible- aquel hombre la levanta como si ni siquiera pesara y comienza a trasladarla quien sabe donde. La pierna herida de Rianne va chocando contra el cuerpo del cazador y provoca aún más dolor del que ya sentía. Debe morderse los labios para que sus quejidos no sean audibles, necesita seguir pareciendo fuerte aunque continúe tiritando y pese a que por momentos pierda la consciencia. Todo lo que puede ver son las marcas en el suelo cubierto de nieve que deja el pesado caminar del idiota ese que ahora golpea la puerta de lo que parece una cabaña y luego la arroja al suelo. ¿Tiene que ser tan bruto para todo? La respuesta es simple y es un rotundo sí.
—¿Dormir? ¿De verdad crees que ahora me pondré a dormir? —más que palabras coherentes, son balbuceos los que se escuchan. Rianne está molesta y dejó de querer morir en paz o en silencio, ahora lo que pretende es molestarlo para que la mate lo más rápido posible pese a su amenaza que está segura no pasará a ser algo más que eso. Puntos negros oscurecen su visión y son la señal más clara de que le queda poco tiempo. Sonríe. Como una enferma mental sonríe y suelta una rasposa carcajada antes de acomodarse sobre el suelo y buscar la pared para apoyar su espalda.

—¿Qué puede ser más estúpido que venir a la montaña intentando escapar de las personas, buscando información para terminar con esta maldición y ser tan poco cuidadosa que el primer cazador que anda cerca es capaz de atraparme? Dime, ¿hay algo más estúpido que eso? No ¿verdad? No lo creo… —con cada movimiento de su cuerpo se queja, con cada intento de sentarse más recta su visión disminuye un poco más y esa sensación de tener a la muerte tan cerca lejos de asustarla sólo le da paz… y también algo de coraje. —¿Cuál es esa muerte tan horrible que me espera? —baja la mirada a su pierna y espera que él siga los movimientos que ella realiza con una de sus manos para apuntar al lugar donde sigue sangrando. —Todo lo que veo es una muerte desangrada, a menos que levantes tu culo y comiences a moverte ahora, dudo que puedas ser tú quien termine con mi vida… será esa herida quién lo haga y será pronto. —dice soltando las palabras como si fueran verdades universales, hechos en los que desea creer tan fervientemente que no es capaz de evitar soltar un nuevo gemido ante la idea de que pueda decidir hacer algo más con su cuerpo antes de verla morir. —Los dioses han dicho que no saldré de esta montaña hoy, ni mañana, ni el día siguiente a ese… vendrá el viento blanco y se llevará lo que queda de mí hasta convertirlo en cenizas… Yo ya no tengo otra opción pero si quieres salvar tu vida, deberías irte ahora, cazador, antes de que la tormenta azote la montaña y te deje enterrado acá. —como buena mujer de su tribu es capaz de interpretar la naturaleza y es justo eso lo que hace ahora con sólo escuchar el viento.
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Mensaje por Târsil Valborg Miér Feb 26, 2014 2:36 am

«¿Estás admitiendo que eres estúpida? Muy atinado de tu parte» —pensó, mientras alzaba una ceja.

La cabaña había resultado ser un regalo caído del cielo. Podía no tener muebles, estar sucia y descuidada, pero tenía lo primordial: estaba abastecida de un pequeño montón de leña que les serviría para calentarse. Tarsil se arrastró por el suelo y se acercó uno de los bultos que había estado cargando durante casi todo el día, y lo abrió: era una bolsa de dormir individual, aunque no lo suficientemente gruesa para combatir por completo el crudo invierno que los acechaba, como un felino que mira por la rendija en espera de que su presa se distraiga, para poder atacar. Se puso de pie para extenderla en el suelo, pero antes de poder lograrlo, se giró para mirar a Rianne con una expresión de incredulidad impresa en el rostro.

¿Ahora vas a pretender que te importa si vivo o muero? ¿Yo, que te he herido y que pretendo entregarte? ¡Por favor! —bufó exasperado, frunciendo el ceño y entrecerrando desdeñosamente los ojos—. No me creas tan idiota. No te esfuerces, no vas a conseguir nada. Sé que me odias, que desearías que esta cabaña me cayera encima en este instante y me sepultara vivo, no tienes que fingir, a las criaturas como tú no les queda —sabía su nombre, lo conocía porque, al ser ella una licántropo tan perseguida por la Inquisición, era obvio que lo tuvieran, no obstante, no sentía el menor interés en pronunciarlo en voz alta. Prefería seguir dirigiéndose a ella como si se tratara de un animal, una cosa, o lo que fuese, pero nunca como una persona.

Y deja de decir tonterías —se giró, dándole nuevamente la espalda, para continuar preparando la que sería su cama—. No va a ocurrir nada de eso. Dormiremos aquí, muy calientitos, y mañana muy temprano partiremos a tu destino —tan sólo la mitad de lo que decía era cierto, porque estaba claro que no permitiría que ella entrara a su cama. Ella… ella podía arreglárselas como quisiera, no era su problema si pasaba una mala noche, si dormía incómoda o si empezaba a morirse de hambre.

Se dirigió hasta la entrada para atrancar la puerta y luego aseguró la única ventana que la cabaña tenía para prevenir que los lobos quisieran hacerles una inesperada visita a la mitad de la noche. Cogió algunos leños, los juntó formando una pequeña pila y se las ingenió para encender la improvisada chimenea. El pequeño cuarto de madera de llenó de humo, pero cuando éste se dispersó, comenzó a sentirse un poco menos frío el ambiente. Mientras lo hacía, miró a Rianne con el rabillo del ojo y la notó más pálida que hacía unos momentos. Pensó en lo que ella había sentenciado, que moriría si no se le atendía la herida, y eso sí que iba a ser un verdadero desperdicio. Su viaje a las montañas, la exposición a tan bajas temperaturas, todo sería en vano, porque si ella moría, él no cargaría con su cuerpo, y llegar a su destino sin una prueba contundente de que su viaje había sido un éxito, no dejaría a nadie satisfecho, en especial a él.

Lanzó un audible suspiro lleno de resignación cuando se dio cuenta de que, aunque no le gustara tener que darle la razón a Rianne, accedería a lo que ella había sugerido.

Quiero dejarte muy claro algo: voy a vendarte, no porque me agrades o vaya a darte una mínima esperanza de salir con vida de esta, sino porque, si mueres, la diversión habrá acabado demasiado pronto. ¿Lo comprendes? Ahora, estira esa pierna —de uno de sus bultos sacó una camisa y la tironeó hasta formar dos pedazos largos de tela que servirían para armar un torniquete. Se acuclilló y sostuvo los pedazos de tela en las manos, pero ella no obedeció al instante—. Dije que estires la maldita pierna —exigió, entonces, haciendo gala de sus ya bien conocidos pocos modales y trato nada cuidadoso, tomó la pierna herida de la muchacha y la acomodó con brusquedad sobre el piso, acomodándola para que la dejara quieta y le permitiera llevar a cabo el proceso.

Cuando terminó, se puso de pie y volvió hasta donde sus bultos se encontraban. De otro de ellos sacó unas prendas de vestir. Necesitaba deshacerse de la ropa húmeda para evitar enfermarse y poder comenzar a sentir los efectos de la leña encendida. Sin previo aviso comenzó a quitarse la ropa que llevaba puesta, tomándose su tiempo. Empezó por el abrigo, la bufanda y el gorro, los cuales lanzó al piso; luego deslizó la camisa de mangas largas color azul, dejando su torso desnudo, para finalmente despojarse del pantalón. Mientras lo hacía, pudo sentir los ojos de Rianne sobre su espalda, así que se giró un poco para mirarla de refilón. Le pareció haber notado un extraño movimiento en sus labios, como si se curvaran en una especie de mueca, aunque no supo si era por el dolor o por el descaro de desvestirse frente a ella. Él no era más que un hombre, como cualquier otro, pero no podía negarse que su cuerpo era algo digno de admirar: espalda ancha, pecho labrado, tríceps levemente abultados, en general, carne maciza por donde se le viera.

Estás mirándome. ¿Por qué? —preguntó con su aliento helado, dejando escapar una gran cantidad de vaho—. ¿Te gusta lo que ves? —su lado ególatra emergió en el momento menos pensado.
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Mensaje por Rianne Coleridge Lun Jul 21, 2014 11:41 pm

Verlo moverse es como ir al teatro y observar la danza ensayada de los bailarines expertos. Movimientos exactos que lo llevan de un lugar a otro como si conociera de memoria la ubicación de los elementos en la cabaña que acaban de encontrar. Quizás él ha estado ahí antes, tal vez no es su primera vez en las montañas y sólo subestimó su capacidad de conocer el exterior tan bien como ella lo hace. Después de todo, él es un cazador experto, la inquisición no mandaría a un novato a ir a capturar a una licántropa adulta quien además tiene sangre indígena en las venas. Pero este último dato es probable que no lo conozcan, ella ha estado usando su identidad inglesa en este nuevo país. Tecumseh quedó atrás junto con su familia y su calidad de simple humana. Aquel recuerdo le provoca un dolor intenso, una mezcla de agonía y remordimiento por sentirse aún culpable de que algunos de sus compañeros terminaran muertos. ¿Cuándo podrá dejar de pensar en eso? Han pasado tantos años y sigue en lo mismo, siempre dándole vueltas a la misma historia como si los recuerdos pudieran cambiarse después de tanto pensar en ellos. Sus padres, sus hermanos, sus abuelos, todos están muertos por mucho que confíe en que se encontrarán en la próxima vida. Y ella también lo estará, muy pronto.

Aquel hombre se mueve hacia ella en una coreografía macabra de muerte y tortura, de dolor y sufrimiento eterno. Los pies de aquel humano nunca se acercarían tanto de no ser porque al fin le ha encontrado la razón. Rianne va a morir a menos que sea su propio captor quien decida hacer algo. Irónico es, al fin y al cabo, que el dolor de su pierna aumente con la tensión de sentir que él puede tocarla en cualquier momento. Cuando lo hace retiene entre sus labios el aullido que pueda indicar que aquello le ha molestado más de lo que debería. Le dolió el contacto que tuvieron, su brusquedad y también que se alejara así nada más y nuevamente no le quitara la vida. ¿Qué debería decir o hacer para ser merecedora de una muerte rápida? Los ojos de la chica llamean de furia pero él no es capaz de verlo porque parece demasiado enfrascado en sí mismo. Maldito y puto egoísta. Pese a que al mover su extremidad recién vendada se siente mejor, aún cree que le quedan pocas horas por delante. El frío exterior la ayudaba más que el calor que comienza a sentir desde que él encendió la chimenea, ahora tiene los sentidos borrosos, se marea un poco y cuando alza los ojos hasta descubrir su cuerpo semidesnudo, recién nota que lo está mirando como si fuera el primer hombre que ve en su vida.

En sus fantasías anteriores, solía imaginar que despertaba acompañada de alguien con características físicas similares a las que él posee: más alto que ella, con una espalda ancha y los brazos gruesos de quien pudiera protegerla, los músculos desarrollados por el trabajo y la piel ligeramente tostada de forma natural. El inquisidor es considerablemente atractivo, sobre todo si sólo lo mira de espaldas y se aleja de sus ojos, ya que al llegar ahí todo se vuelve un desastre y lo que pudo parecerle aceptable se convierte en algo totalmente indeseable. Es imposible no comprarlo con Tristán. Una punzada de dolor se asienta en el pecho de Rianne al recordar al último hombre que amó y que por supuesto, no la amó a ella. Quizás nunca ha conocido a quien pueda entregar de igual manera lo que ella es capaz de dar, no lo sabe, pero siempre pensó que su amigo podría ser con quien compartía al menos gran parte de su vida. El problema fue siempre que Tristán era eso, su amigo y también que no quería verla ni por nada del mundo. Considerando que además de conseguir un corazón roto, la licántropa además le había compartido su maldición, era normal que se sintiera de ese modo y ella no podía culparlo. Ahí entonces tienen algo en común Tristán y este hombre: ambos la odian y desean verla muerta. ¿Entonces por qué se esfuerza en conseguir respuestas?

Podría darse por vencida y simplemente dejarse arrastrar hasta la tortura. Sonríe ante la idea y ahora, justo ahora que escucha sus preguntas pareciera que esa mueca tiene en realidad ese origen.
—Cállate, no seas irrespetuoso. — replica en un tono de voz que no ha usado antes. Pese a todo lo que ha estado rondando su cabeza, lo mira a los ojos y parece enfrentarse de ese modo a sus miedos. —¿Cómo crees que podría estar mirándote de ese modo? Me tienes en el suelo, con una pierna que puede infectarse en cualquier momento y ni siquiera te has preocupado de si tengo hambre o quiero beber algo… además me vas a matar dentro de poco… ¿te das cuenta lo estúpidas que son tus preguntas o no? —el torrente de palabras sale atropellado, los labios le tiemblan mientras acomoda la espalda lo mejor que puede para estar un poco más recta. El esfuerzo la agota y en su frente comienzan a aparecer gotas de sudor que también podrían ser signo de una inminente fiebre. ¿Cuánto tiempo realmente le quedará? —No te miraría como hombre ni aunque fueras el último de esta tierra… — y para rematar sus palabras escupe el suelo muy cerca de donde se encuentra parado el inquisidor. Acto seguido, cierra los ojos y se cruza de brazos esperando la pronta respuesta que sabe llegará. Sólo espera que esta vez no sea la inconsciencia quien la reclame, ni tampoco la sorpresa de un charco de sangre a su lado lo que la despierte.

Y sin embargo, pese a todas sus palabras de infinito desprecio, minutos después de haberlas pronunciado se da cuenta de que si ha cerrado los ojos es para evitar seguir descubriendo que en realidad, en él ha encontrado a todos los hombres que deseaba.
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Mensaje por Târsil Valborg Dom Ago 24, 2014 1:13 am

Oh, ¿en serio? —Târsil la miró, al inicio alzando ambas cejas como si lo que Rianne acababa de decir realmente lo sorprendiera o lograra indignarlo, quizá entristecerlo un poco, pero no fue capaz de mantener su magistral actuación por demasiado tiempo y explotó en una carcajada.

Podía llegar a considerar humillante el sufrir un rechazo, que una mujer, cualquiera, lo considerara poca cosa o no digno de ella, pero tratándose de un ser tan despreciable como lo era un licántropo la situación no podía ser menos que divertida. Tal vez por eso decidió jugar un poco con ella. Si iban a estar encerrados en esa cabaña hasta el día siguiente lo menos que podía hacer era encontrar algo para entretenerse, y ella le pareció un buen juguete. Qué mejor que burlarse de la que pretendía entregar y asesinar dentro de poco, al menos así su existencia podría cumplir con un propósito, el de brindarle un par de carcajadas más.

¿Y por qué no? —cuestionó desafiante, y como parte de su reto, decidió aumentar la provocación. Se giró hasta quedar de frente a ella mostrando así la parte frontal de su cuerpo, incluidas sus partes nobles. Deseaba intimidarla, ponerla nerviosa, y qué mejor que mostrándole todo lo que ella acababa de desairar—. Mírame, mírame bien, ¿hay algo que me falte? Tengo todo en su lugar, donde debe estar y en las proporciones ideales, ¿no te parece? —ella volteó el rostro evitando mirar su imagen desnuda, pero él se movió y se colocó de nueva cuenta en el sitio exacto para que ella pudiera observarlo—. ¿Cuántos como yo viste o poseíste en toda tu miserable vida, loba? —Preguntó con genuina curiosidad—. ¿No vas a responder? No te hagas la digna o finjas pudor como si fueras una virgen sin experiencia, conozco a las de tu clase. Sólo dios y el diablo saben con cuántos te habrás revolcado —se mofó.

Era ofensivo que hablara de tal modo de una mujer cuya vida desconocía, pero hacer tal cosa era algo común para alguien como Târsil. Solía humillar todo lo que le era posible a sus víctimas antes del gran golpe, tal cosa significaba para él un gran aliciente, algo que consideraba útil para no caer en la monotonía.

Mis ideas no son tan descabelladas, loba, ya que como te he dicho antes, es bastante común que los sentenciados a muerte tengan una última voluntad, y nadie me garantiza que la tuya no sea revolcarte por ahí con alguien más, por última vez —sonrió ampliamente, con cierta complicidad, haciendo evidente que él sabía muy bien de lo que estaba hablando—. ¿Eso quieres, loba? —Se acercó y se acuclilló ante ella, luego tomó una de las manos de Rianne y la colocó sobre su pecho desnudo, guiándola con su propia mano un poco más abajo, muy cerca de donde se concentraba toda su hombría, rozándola, pero sin llegar a tocarla por completo, sólo lo necesario para tentarla—. ¿Quieres que te folle para que puedas irte feliz y aún en tu desgracia no olvides los placeres de la vida? Si me lo pides, estoy dispuesto a hacerlo. ¿Sabes? La gente suele juzgarme mal, creen que sólo puedo ser un desgraciado, pero la realidad es que también puedo ser muy solidario. Como muestra de ello está mi propuesta, y esto —alargó su mano y de uno de sus bultos sacó un pedazo de pan y una cantimplora mediana de acero inoxidable que contenía un poco de vino; se los ofreció como si sus intenciones realmente fueran buenas—. Anda, bebe y come, y si después quieres entrar en mi cama y retozar un poco sobre esto que ya te he mostrado, no pondré objeción alguna —se incorporó y sin el menor pudor regresó hasta su posición anterior para vestirse de nuevo. Mientras lo hacía, la miró de reojo, tan solo para corroborar si al menos había logrado hacerla dudar, considerar su atrevida y descabellada oferta. Por supuesto, en sus planes no estaba acostarse con ella, la sola idea le parecía abominable, no porque no lo hubiera hecho antes, pues en alguna ocasión había cometido el gran error de involucrarse con una sobrenatural y desde entonces se había jurado no volver a hacerlo, pero eso ella no lo sabía. No sabía que nada de lo que había dicho era cierto, que todo era parte de su juego y que hacerla sucumbir significaría obtener la victoria.
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Mensaje por Rianne Coleridge Jue Sep 18, 2014 12:17 am

De su frente cae una gota de sudor perlado que tiñe de brillo la piel libre entre las hebras pegoteadas de su cabello. Durante cada instante que pasa, mientras él la incita a tocarlo, la instiga a mirar su cuerpo, a cada momento ella mantiene los ojos cerrados el mayor tiempo posible. Los párpados le arden y sólo por eso capta destellos de una imagen que se asienta en su cabeza. Le molesta su insistencia, la falta de respeto hacia su libre albedrío y también que todo eso sea motivo de burla porque simplemente tiene claro que en toda aquella situación quien está en desventaja siempre será ella y quien mantendrá el poder en sus manos siempre será él.

El inquisidor está loco pero tiene razón en muchas cosas. Conoce el deseo de Rianne y por eso realiza aquella propuesta, o al menos eso es lo que piensa ella cuando sus mejillas se tiñen de un rosa pálido que no sabe si asociar a la fiebre o a volver a verlo ahora vestido. La licántropa mantuvo silencio, cerró la boca como nunca antes esperando hacerlo enfadar más, conseguir así una muerte rápida o al menos algún golpe que pueda llevarla a la inconsciencia. Sus fuerzas no dan para más, apenas fue capaz de recibir el pan y el vino pero no de llevárselos a la boca. Sin embargo, siente entre los dedos la coraza dura de la hogaza de pan y el metal frío de la cantimplora. ¿Por qué ha decidido ceder en algo como eso? ¿Por qué sí quiere alimentarla pese a que sabe que ella podría aguantar de todos modos? Rianne no quiere tomar esos gestos de un modo equivocado, pero parece algo imposible de hacer. Hay tantas cosas imposibles en su vida que dejaron de serlo.


—No puedo hacerlo… — colgando de sus labios queda el resto de aquella oración callada por el dolor, la mueca aparece nuevamente cuando intenta acomodarse para no dejar caer lo que él recientemente le ha entregado. No está negando la comida o la bebida, lo que intenta hacer en un gesto que puede malentenderse, es simplemente gritarle con la voz baja que no es capaz siquiera de mover sus manos. —Durante semanas he comido lo que me entrega la montaña y mis labios no han conocido líquido más que el de la nieve al derretirse, no es mi intención rechazar vuestra oferta… pero simplemente no puedo comer y beber así sin más… y lo mejor sería que esto no se perdiera, yo voy a morir de todas formas ¿no? — todo iba bien hasta aquel comentario irónico que puede arruinar el ambiente siempre tenso que se mantiene entre ellos.

Su visión se oscurece a ratos, su propia vida parece escapársele a ratos. A pesar de esto, luce relajada o al menos quiere estar de ese modo. Târsil es un acertijo que intenta resolver, un rompecabezas con piezas faltantes difíciles de encontrar y aunque quiera encasillar la atracción inicial en algo físico que le molesta de sobremanera, ahora es el misterio lo que más llama su atención. La noche es demasiado larga a veces, esta es una de esas veces.
—No respondí su pregunta anterior… —las palabras aparecen lentas, como si se movieran al ritmo de los copos de nieve que comienzan a caer en el exterior. —No deseo acostarme con usted, ni follar como acaba de decirlo… no es tampoco esa mi última voluntad considerando mi muerte próxima… ¿sabe usted lo que realmente deseo? —

Con una respiración profunda deja la pausa suficiente para tomar aire pero no permitir que responda realmente a esa pregunta que es más bien retórica. —Mi último deseo es el perdón… no estoy hablando del perdón de vuestra iglesia, ni el perdón de vuestro Dios… estoy hablando del perdón de mi familia por haberles fallado, de un amigo por condenarlo con una maldición… hablo del perdón de todos quienes he dejado atrás en el camino de destrucción que he ido sembrando… un camino que estoy segura usted no conoce. —la mirada de la loba cae de golpe, recuerda todo con tanta claridad que es incluso peor tortura que la que él pueda otorgarle. Todo es injusto, infinitamente injusto y más encima, para sumarle a la mierda que tiene de vida… tendrá también una mierda de muerte.
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Mensaje por Târsil Valborg Jue Oct 09, 2014 11:16 pm

Entonces no eres más que una tonta, una tonta muy débil y muy ingenua —repuso él con un tono mordaz y una sonrisa sardónica. La juzgaba, se burlaba de sus sentimientos, se atrevía a hacerlo. Lo que escuchó le pareció tan intrigante y estúpido a la vez, que no pudo evitar abandonar lo que hacía para acercarse una vez más a Rianne; tenía que mirarla de frente y ver su reacción cuando le dijera aquello—. ¿Crees que ganarás algo lamentándote? Lo hecho no puede deshacerse, niña. Es tarde para eso. Pierdes tu tiempo, y vaya que es poco el que te queda —ella no levantó la vista, mantuvo la mirada perdida en el piso hecho de madera y la cabeza gacha, con la barbilla pegada al cuello.

Su actitud pasiva resultó un tanto desesperante para el inquisidor que no estaba acostumbrado a sobrenaturales tan impasible. Todos los que le habían tocado hasta el momento, habían dado pelea, se habían mostrado orgullosos y algunos hasta arrogantes; pese a su desventajosa posición, todos habían defendido su honor hasta el último momento, no le habían dado a Târsil el gusto de verlos rogar y suplicar por un perdón o al menos un poco de misericordia. Por supuesto, a Târsil le fascinaba eso, su resistencia, la lucha previa, las confrontaciones, los absurdos argumentos, porque siempre llevaba las de ganar. Pero Rianne… ella parecía haberse resignado a lo inevitable, y en lugar de tomar el cuchillo con la esperanza de que su captor se descuidara para clavarlo en su espalda, cerraba los ojos y esperaba la bala.

¿Quieres saber algo? De todos los seres que he capturado, tú eres la más melodramática. Eres tan patética que casi logras darme lástima. ¿O es esa tu táctica para que le libere, arrastrarte como un gusano hasta que sienta compasión por ti y desista de asesinarte? —Alzó ambas cejas y la miró fijamente, pero ella seguía impasible, casi inexpresiva. Durante un segundo, sintió el impulso de acercarse a ella y tomarla de los hombros para sacudirla hasta hacerla reaccionar; le enervaba sentirse ignorado cuando anhelaba disputar, era como si se hubiera quedado dormida mientras le hablaba.

¡Vaya! —bufó exasperado y apartó la mirada un momento para poder rodar los ojos y dejarlos en blanco—. Me siento un tanto decepcionado. Fue mucho el tiempo que la Inquisición estuvo tras de ti, siguiéndote la pista; nos burlaste como si fuéramos niños, prácticamente pasaste frente a nuestras narices, riéndote de nosotros. Eso me hizo pensar que darías una buena pelea cuando al fin lograra capturarte, pero, por el contrario, me estás haciendo esto demasiado aburrido. Lloriqueas y bajas la cabeza en lugar de encararme y defenderte. Es como si ya estuvieras muerta. ¿Acaso no deseas aplastarme el cráneo o sacarme las vísceras? Podrías intentarlo si quisieras… que lo logres es algo distinto —dio un paso al frente para acortar su distancia, tentándola a responder a su sugerencia de atacarlo, y al mismo tiempo hacer alarde de su valentía, pero como ella ni se inmutó, optó por flexionar su espalda y encorvar su cuerpo hasta dejar su rostro a la altura del de Rianne, y en su cara dejó escapar un audible y teatral suspiro lleno de hastío—. Deja que te diga algo, Rianne Coleridge: eres un maldito fraude —le murmuró al oído antes de erguir la espalda. Pero no se alejó, se mantuvo en su sitio, mirándola detenidamente como si se estuviera decidiendo qué hacer con ella, como si realmente existiera más de una opción, lo cual era completamente falso.

Así que no comas si no quieres, sabes que no voy a rogarte para que lo hagas, porque no me interesa en lo más mínimo. Te he ofrecido el pan por simple caridad, porque eso es lo que provocan las perras hambrientas como tú —se mofó, humillándola por enésima vez—. ¿Sabes? Ahora que lo pienso… puede que tengas algo de razón. Me has hecho reflexionar y ya no siento que valga la pena esperar hasta mañana… —mientras hablaba, hundió su mano derecha en el bolsillo de su pantalón, pero cuando ésta emergió, no lo hizo sola, sino acompañada de una filosa navaja que el inquisidor abrió con maestría, sosteniéndola amenazadoramente frente a los ojos de Rianne—. Te mataré ahora mismo y… —la amenaza de Târsil quedó por la mitad cuando calló repentinamente para centrar todos sus sentidos en el repiqueteo de la madera bajo sus pies. Se sentía como si la tierra fuera abrirse, como si algo muy enorme estuviera a punto de caerles encima, lo cual no estaba muy lejos de la realidad.

¿Qué diablos es eso? —Cuestionó, pero más que una pregunta, era una reflexión. El semblante amenazador del inquisidor se esfumó adoptando uno de real preocupación, cuando recapacitó recordando el sitio donde se encontraban y los peligros que corrían. Los lobos del exterior eran lo menos importante—. ¡Maldición! —chilló cuando el repiqueteo bajo sus pies se hizo más intenso y la puerta se hizo trizas. No hubo manera de detener la avalancha de nieve que entró furiosamente por la puerta y las ventanas y que terminó inundando la mitad de la vivienda, la cual crujió y se partió. La navaja de Târsil cayó al piso cuando éste fue golpeado por un gran pedazo de madera que terminó por derribarlo dejándolo atrapado, siendo incapaz de moverse.

Ni siquiera se te ocurra moverte, loba… —amenazó con dificultad porque el tronco que tenía encima le hacía dificultosa la respiración—. No respires… o juro que te abriré la garganta hasta el estómago.

Târsil no amenazaba porque pensara que ella iba escapar, no había forma de salir de esa gran masa de nieve que los tenía rodeados; la sentenciaba porque temía que un solo movimiento más, por más mínimo que este fuera, terminara por provocar que la nieve inundara la cabaña entera y los cubriera por completo. Estaban atrapados, y ambos estaban heridos; la provisiones habían quedado sepultadas y la fogata que era capaz de proveer un poco de calor para no morir congelados, se había apagado. Definitivamente, la situación no era muy alentadora.
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Mensaje por Rianne Coleridge Sáb Dic 20, 2014 11:34 pm

—¿Cómo mierda pretendes que me mueva? ¿Es que acaso no estás viendo como estoy? —gritó desde su apartado rincón sintiendo que las palabras eran en vano, cada letra parecía ser tragada por la nieve y también por la frustración que aquella situación le provocaba. Un “te lo dije” sería infantil e innecesario, pero le daría una satisfacción tremenda que no venía al caso. Momentos antes una avalancha entró por puertas y ventanas dejándolos a ella y al cazador encerrados bajo una montaña de tierra, restos de árboles y por sobre todo nieve. Afortunadamente se podía mover, de algún modo sus piernas y el resto de su cuerpo habían quedado libres de todo aquello y seguramente se debía a que estaba en el extremo más alejado de donde se había generado el mayor daño. No sabía si podría decir lo mismo de Târsil puesto que éste sólo se preocupaba de gritarle amenazas sin sentido y no de informarle lo que estaba sucediendo en su lado de la cabaña.

Estaban separados y ahora más que nunca tendría una oportunidad perfecta para poder escapar y dejarlo ahí tirado para que muriera de hambre y frío. ¿Por qué no lo hacía entonces? ¿Por qué seguía en el suelo tal como él le había dicho? El inquisidor no tenía mayor poder sobre él que aquel que le otorgaban las palabras. Rianne sólo era capaz de ver un montón de escombros frente a ella y montones de nieve gris llena de barro que comenzarían a derretirse. Donde antes había una cabaña ahora más parecía la parte exterior de cualquier edificación.
—Para tu información estoy inmovilizada por la herida que tú me hiciste y encerrada en el mínimo espacio que me dejó la avalancha… estoy atrapada acá y estoy segura que vas a dejarme ahora que te conviene… — hay una mentira y una verdad. La mentira es que está atrapada, una loba como ella sería capaz de arreglárselas para salir por algún lado aunque fuera rompiendo el techo con algún objeto contundente, si no quiere salir es porque no quiere dejarlo. La verdad es que está segura que él también está libre y que quizás mientras dice todas esas palabras él está caminando hacia su salida.

La espalda de Rianne se tensó ante aquel escenario trágico. ¿Qué la mataría primero? ¿El hambre, el frío o la infección de la pierna? El dolor del abandono quizás. La herida que le produjeron sus anteriores palabras. Que la llame fraude es algo que ella misma escogería para representar lo que mejor crea una imagen de ella. Fraude para sus amigos, su familia, para él también. El inquisidor es ahora parte importante de las opiniones que la loba espera oír.


—La tierra está cambiando, Inquisidor… debemos mantenernos quietos unas horas y ella sola nos abrirá el paso… Si intentas salir de este lugar ahora la tormenta te encontrará un poco más abajo y no podrás sobrevivir a ella porque el polvo blanco no te dejará ver… Debes entender lo que estoy diciendo, sólo la paciencia logrará que te salves… —la voz de la mujer es suave como si estuviera explicándole una lección a un niño pequeño que se niega a aprender. Târsil es un hombre obstinado y terco, pero ella puede reconocer fácilmente que esas características están presentes también en su propia persona. Sus puntos de vistas se mantienen firme aún cuando tenga las pruebas justo al frente, pero ahora, espera que puedan diferir en eso y que el inquisidor sea capaz de escucharla y por sobre todo creerle. Porque aquello es una mentira, al menos en parte. La tormenta se dirige a otro lugar, no precisamente al centro de Paris que es donde él dirigiría eventualmente sus pasos.

La madera crujía bajo su peso, podía escuchar al Inquisidor quejarse al otro lado y removerse con cuidado, pero ninguno de los dos hacía mayores movimientos y una cosa era segura: el atardecer estaba cerca y durante la noche todo el panorama cambiaba. Rianne temía de las criaturas que pudieran encontrarse ahí. ¿Ilógico no? Sobre todo considerando que era a ella a quien habían venido a cazar por ser precisamente un elemento del mal que debía ser eliminado, pero lo cierto es que ese tiempo en la montaña previo al encuentro de ellos dos, lo había pasado estudiando el ambiente, encontrando los puntos débiles de un ecosistema que le era totalmente desconocido y sólo así es que se había acostumbrado a los ruidos nocturnos y a dormir con un ojo abierto y uno cerrado.
—Poco antes de que baje el sol necesitamos encontrar el modo de refugiarnos, donde estamos no es seguro… —la preocupación en su voz era evidente y dejaba en claro la posición que ella planeaba interpretar en este nuevo acto. Aunque fuera su presa y él quien intentaba cazarla, no pensaría en ellos de ese modo y serían entonces una pareja competitiva, donde ambos debían aportar para poder ganar.

Segundos después (¿o eran minutos?) los ojos de Rianne amenazaban con cerrarse, ni siquiera era capaz de recordar si él le había respondido, por lo que no le quedó más que volver a preguntar, porque había preguntado antes, ¿verdad?
—¿Entendió lo que dije? —más silencio o sus oídos estaban fallando —¿Está bien? ¿Estás bien, Târsil? —y era primera vez que decía su nombre en voz alta, primera vez que lo llamaba de ese modo y además con la esperanza de que respondiera. Era primera vez que dejaba al descubierto que al igual como él había revelado antes, ella también le estaba siguiendo la pista desde hace un tiempo. ¿Quién atrapó a quién entonces?
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Mensaje por Târsil Valborg Mar Feb 10, 2015 12:05 am

¿Mantenerse quietos unas horas? ¿Así, herido, como estaba? Tenía que estar bromeando. ¿Tener paciencia? ¡Él no sabía qué diablos era eso!, la palabra no estaba en su vocabulario. Además, no tenía tiempo para tonterías. Se sentía cada vez peor por la herida, perdía sangre, y eso lo hacía sentir mareado. Estaba allí, atrapado bajo un montón de barrotes de madera, muriéndose de frío y completamente frustrado por su mala suerte. Y, por si eso no fuera suficiente, ella había decidido torturarlo diciendo tonterías al otro lado de la casucha. Hubiera deseado estar en perfecto estado para ir y callarle la boca de una buena vez porque empezaba a exasperarlo. Pero, maldita sea, no podía.

No seas… estúpida… loba —rechazó utilizando el mismo tono desagradable que había utilizado toda su vida para dirigirse a otros. No obstante, en su voz entrecortada se notaba que estaba débil, que estaba haciendo un gran esfuerzo, porque tenía frío y se sentía cada vez más enfermo a causa de la herida—. ¿Acaso no eres… fuerte como presumen todos los de tu… raza? Me enferma escucharte quejarte por todo… Podrías hacer un… maldito esfuerzo para variar… y dejar de lloriquear… como acostumbras —un quejido involuntario brotó de sus labios cuando intentó moverse—. La maldita herida… en la pierna… no es un obstáculo. Se supone que… los tuyos se regeneran en cuestión de… horas. Lo que tienes ahí es plata… solo tienes que… sacarla para que empiece a cicatrizar.

Aunque sus palabras sonaran más a un reproche o una burla, la estaba motivando a no darse por vencida. ¿Por qué de pronto decidía ayudarla diciéndole qué hacer? ¿En qué lo beneficiaba eso a él? Tal vez porque en el fondo albergaba la estúpida idea de que ella se apiadara de él y decidiera echarle una mano. Estúpida porque, ¿por qué demonios querría ella ayudarlo después de haberla tratado como había hecho? Ella no podía desear ayudarlo porque él había amenazado con asesinarla hacía menos de una hora, y porque era un maldito estúpido que no se lo merecía, desde luego. Irónicamente, los papeles se habían invertido porque, sin haberlo deseado, él dependía de ella. Ahora le tocaba a Tarsil arder en el mismísimo infierno.

El dolor hizo que se desmayara.


***


Una punzada penetró en su pierna despertándolo tres horas después. Apenas y podía mantener los ojos entreabiertos. Estaba débil como un recién nacido y tenía mucha fiebre, lo que le hacía temblar de frío. Tampoco era capaz de recordar con claridad lo que había ocurrido, aunque sentirse como la mierda y verse rodeado de nieve le dieron una idea. Se sentía completamente fuera de sí, como en otra dimensión, y la voz de Rianne llegaba a él desde el otro lado completamente distorsionada. Aún así, se alegró de escucharla y se aferró a ella como a un ancla que lo sacaría de su abstracción.

Rianne… —la llamó intentando gritar pero le salió apenas un susurro. Intentó moverse, pero ya le era imposible—. E-estoy… congelándome. T-tienes que… ayudarme.

Antes de aquel día, jamás hubiera creído que terminaría pidiéndole ayuda a uno de los seres que tanto despreciaba y que cazaba día a día sin ningún tipo de piedad. ¿Se la tendría ella a él?
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Mensaje por Rianne Coleridge Sáb Feb 14, 2015 1:28 am

La loba abrió los ojos con más fuerza al escuchar su nombre, su propio e inglés nombre salir de los labios del inquisidor. Irónicamente sabía que podía escuchar ese susurro sólo por poseer aquella condición maldita, de otro modo ni siquiera el viento podría haber traído aquel sonido. La loba dentro de ella volvió a despertar, se enderezó y notó que el dolor efectivamente había desaparecido luego de quitar con dificultad la bala de plata que mantenía incrustada en la pierna. Ya no había sangre corriendo y pese a que continuaba sintiéndose débil al menos creía que podría ser capaz de mantenerse de pie.

El primer intento, totalmente inútil, estuvo a punto de llevarla al fracaso. No quería intentar sobrevivir sólo para acortar su propia vida, porque ayudar al hombre ese la llevaría a tal destino. Y en parte quizás aquello es lo que buscaba Rianne, lo que finalmente quería conseguir era terminar con su vida de una buena vez y como corresponde. Aquella maldición llegó sin que ella la buscara y le arrebató todo cuanto tuvo en la vida, es tiempo entonces de que sea ahora la muerte quien la reclame. Pero la voz de Târsil, nuevamente débil a causa de un dolor que viaja en sus palabras, es el único motor que la obliga a ponerse de pie. La mujer se aferra a las paredes hasta lograr que sus pies respondan y al cabo de unos segundos en capaz de dar varios pasos en aquel reducido espacio. Tiene que ayudarlo o va a congelarse. Podría dejarlo ahí, debería dejarlo ahí y escapar. Pero no lo guió hasta las montañas para eso.


—¡Târsil no se duerma! ¡No se duerma y escuche mi voz! —la garganta de Rianne se cierra a medida que habla, los dientes le tiemblan pero no siente frío pese a sentir la nieve en sus manos desnudas mientras intenta abrirse paso para llegar a él. La primera vez que vio al inquisidor fue cuando supo que estaba tras su pista, lo observó desde lejos mientras la seguía y comprendió que hacerse ver sería la única forma en que ella también pudiera verlo. Es por esto que comenzó a ser poco prolija en sus movimientos, a ratos se sentía como un neófito que recorre las calles dejando pistas para que alguien más las encuentre. ¡Y él las tomaba todas! Aún así ni Rianne ni Tecumseh podrían alguna vez subestimarlo, la inteligencia del hombre ha sido siempre la característica que más atractiva le parece. —¿Me escucha? Voy a abrir un camino hasta usted y luego iremos a otro lugar antes de que la noche se haga más oscura… —

El sol apenas alumbraba detrás de una cortina gruesa de nubes grises, en cualquier momento dejaría paso a una luna incompleta que no representaba mayores problemas. Rianne se dobló las mangas de la chaqueta hasta el codo y comenzó a separar con dificultad los restos de ramas, troncos y piedras que inundaban la cabaña. El panorama no parecía nada esperanzador pero aunque el trabajo le tomara horas tendría que hacerlo de todos modos. Agregando un poco de rapidez logró mirar por encima de los escombros y ver la silueta de Târsil recostada entre la nieve. Su rostro estaba demasiado pálido y sus ojos se veían hundidos como si quisiera dormir, tal vez para siempre. —¿Puede verme, Târsil? Intente moverse hacia atrás para que pueda quitar lo último. —

La fuerza de la loba era superior a la de cualquier humana de su contextura, no necesitaba ayuda extra para quitar el tronco ancho que cubría la parte inferior del cuerpo del hombre, pero su visión vulnerable le hacía temblar las manos. No tenía más opciones que hacerlo rápido y fue así como llegó a su lado en cuestión de minutos. Agotada y sintiéndose más débil que antes se arrodilló junto a él tal como el inquisidor hizo antes, aunque en sus planes no estaba torturarlo ni matarlo después de largos discursos. ¿Y ahora qué? ¿Qué venía a continuación? Rianne le miró el rostro y además de la mala cara no encontró heridas de consideración, debería también revisar su cuerpo pero no era capaz de mover los dedos ni atreverse a pedir autorización para hacerlo. —Debemos salir de acá… —dijo cerrando los ojos y esperando que fuera él, en todo su dolor, quien tomara las decisiones.
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Mensaje por Târsil Valborg Dom Mar 08, 2015 1:13 am

Después de esa tarde, poco quedaba del Târsil Valborg que todo el mundo conocía. Todo rastro de arrogancia había desaparecido como por arte de magia. La habitual sonrisa burlona, se había borrado de sus labios para dar paso a una mueca de dolor, y el semblante lleno de disgusto, se intensificaba cada vez más conforme pasaban las horas. La situación lo fastidiaba terriblemente, y lo que más le molestaba era ser el más perjudicado. ¿Cómo era posible que en un abrir y cerrar de ojos las cosas hubieran dado tal giro? ¿Por qué habiendo estado tan cerca de obtener la victoria debía estar ahora del peor lado? ¡Maldita sea! Todo era tan absurdo y deshonroso. ¡No estaba listo para hacer el papel de víctima!

Cuando ella se acercó para ayudarlo, él torció el gesto y se recriminó en silencio con amargura. Lo mejor hubiera sido morderse la lengua y morir congelado, pero con orgullo, pero ya había cometido el gran error de pedirle que lo socorriera, e increíblemente había acudido a su llamado. ¿Por qué demonios lo hacía? ¿Con qué fin? ¿Estaba ella consciente de que, de no haber caído la avalancha de nieve encima de ellos, seguramente ella ya estaría muerta? ¿Era demasiado idiota como para pasarlo por alto? Tal vez tenía algún plan secreto. Sí, eso debía ser.

Târsil se mostró desconfiado ante su cercanía y la miró con expresión hosca mientras retiraba el gran barrote de madera que le había destrozado la pierna. Era tan obstinado que, de haber estado en una situación diferente y menos desafortunada, seguramente le hubiera encantado gritarle y exigirle que lo dejara en paz, que no se atreviera a ponerle sus sucias manos encima, asegurándole que él podía solo. No obstante, aunque pecara de soberbio y engreído, sabía que no podía ser tan tonto como para rechazar su ayuda, aunque con ello perdiera la poca dignidad que le quedaba.

Cuando al fin se vio liberado del peso, intentó incorporarse apoyándose y ayudándose con los codos, pero el dolor fue tan intenso que le fue casi inevitable proferir una audible exclamación cuando la pierna se le dobló y fue a dar nuevamente contra el suelo. Cerró los ojos un momento y volvió a intentarlo a los pocos minutos, pero el resultado fue el mismo. No le quedó más remedio que rodar lentamente hasta quedar lo más lejos que le fue posible del pozo que se había abierto en el piso. Al menos así ya no estaría en contacto directo con la nieve, aunque la cabaña siguiera endiabladamente fría. Con dificultad logró quedar sentado, con la pierna estirada y rígida. Se quedó en silencio un largo instante, con la vista fija en la carne viva que yacía expuesta por encima del pantalón rasgado, justo en la rodilla.

Târsil comenzó a reír amargamente cuando la escuchó hablar. ¿Cómo demonios pretendía que salieran? ¿Acaso no estaba viendo la gravedad del asunto? ¿Por qué era tan estúpida?

¿Qué parte de… estar atrapados bajo varios… metros de nieve… no has entendido? —Cuestionó con ironía, sin dejar de temblar por el frío—. ¿Entiendes… lo que es… una avalancha? No… No vamos a… lograrlo. —replicó sin demasiadas fuerzas, lleno de amargura—. Sé de estas… cosas. En el momento en que… intentemos salir de aquí…, todo esto nos caerá encima… y se convertirá en nuestra tumba —«o al menos en la mía», pensó internamente—. Quedaremos… sepultados. Por eso… lo mejor es no moverse…, quedarnos quietos…, muy quietos… y esperar a que amanezca. Eso es… lo mejor. Cuando el sol salga…, empezará a derretir algo de nieve…, o al menos la hará más blanda. Tal vez así… nos será más sencillo… salir.

En silencio, Târsil intentó hacer memoria y calcular cuánto tiempo había trascurrido ya desde el momento del temblor. Llegó a la conclusión de que no podían ser más de dos horas, lo que a su vez le confirmaba que debía estar a punto de anochecer. Ya no tenía que preocuparse por sufrir un inesperado ataque de las bestias del exterior, ahora tenía que enfrentarse a algo mucho más complicado: el frío que empezaba a helarle los huesos. No era tonto, sabía que la temperatura bajaría mucho más conforme avanzaran las horas. Ya no tenía fuego, las mantas habían quedado sepultadas. ¿El calor de su propio cuerpo sería suficiente para evitar un congelamiento? Las posibilidades eran bastante limitadas, pero prefirió no externarlo. Con cuidado se dio la vuelta hasta quedar de lado, dándole la espalda a Rianne, de modo que la pierna herida quedó hacia arriba. Se abrazó a sí mismo y se acurrucó sobre el piso; intentó dormir, pero las bajas temperaturas le hicieron la misión imposible. Como a eso de las dos de la madrugada comenzó a temblar violentamente y los dientes le castañeteaban. Lentamente fue perdiendo la habilidad para pensar y moverse.

Así que, ¿así terminaría el insoportable Târsil Valborg? ¿Víctima de una simple y estúpida hipotermia? Qué estupidez. ¡Qué ironía!
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Mensaje por Rianne Coleridge Sáb Mar 14, 2015 11:00 pm

Estando ya más cerca la situación se veían mucho peor de lo que pensaba. Sus palabras no habían tenido sentido alguno, sólo las había dicho esperando que fuera él quien ideara algún tipo de plan en el cual ambos pudieran salir vivos. ¿Por qué le interesaría a un inquisidor que una licántropa condenada por la iglesia como ella saliera viva de todo eso? Es obvio que no le interesa, sin embargo, ella se arrodilla a su lado y lo escucha, descansa del esfuerzo que acaba de hacer con las manos atadas aunque ahora no literalmente. Oye cada una de sus hirientes palabras, todas aquellas letras le taladran los huesos aún más fuerte que el frío que siente a causa de la nieve. Pese a lo que había pensado antes, es Târsil quien llega a la conclusión más inteligente y que puede salvarlos a ambos.

Rianne sólo responde asintiendo con la cabeza, mirándolo acomodarse en el poco espacio que tienen y esperando a que él se duerma para poder velar su sueño. Suficiente había tenido ella antes mientras estuvo en el otro rincón de la cabaña. ¿Por qué siempre se tiene que enamorar de aquellos hombres que sólo desean su muerte? No aprendió la lección con Tristán que le rompió el corazón una y otra vez y por quien había comenzado todo ese viaje en busca de alguna solución para la maldición que ambos deben cargar. No, no basta sufrir una vez cuando se puede sufrir aún más. Luego fijó sus ojos en Târsil quien se acercó a ella sólo porque pretendía llevarla de vuelta a la ciudad como un trofeo de caza. ¡Malditos sean ambos! Maldita es ella, merece aquellas torturas y algunas más por todo el daño que ha hecho a lo largo de su vida.

Una vez que el inquisidor se quedó dormido entre espasmos de frío, la mujer se quitó la chaqueta y también la camisa. Quedó así sólo cubierta con una enagua que hacía las veces de ropa interior al no llevar corsé y los pantalones masculinos que le ayudaban en aquella huída. Con cuidado rasgó la tela limpia y seca de lo que eran las mangas de su camisa y vendó la pierna de Târsil con precisión y prolijidad, no tenía agua para limpiarla con cuidado pero un poco de nieve sirvió aunque intentaba no usar demasiado para que él no despertara. Quizás el frío ayudaría a bajar su fiebre en caso de infección, pero por sobre todo evitaría tener que llegar a ese extremo. Ahí adentro no tenía acceso a alguna hierba o corteza que pudiera ayudarle a su recuperación, tampoco fuego para preparar alguna infusión, todo lo que tenía era rezarle a los dioses para que esa noche cerrada diera paso rápidamente a la aurora.


—Sigue durmiendo… —le susurró mientras, esperando que no despertara, acarició su rostro suavemente. Una vez que hubo terminado la tarea, Rianne puso la chaqueta sobre los hombros de Târsil esperando con esto conseguir que su temperatura aumentara. No obstante, los labios del hombre comenzaban a tomar un color violáceo que la mantuvo inquieta y por sobre todo preocupada, pronto podría dar paso a la hipotermia y no había luchado tanto para luego perderlo a causa de algo que puede ser evitado. La loba sabía que su cuerpo no tendría problemas en soportar el frío directo de la nieve y de la madrugada que tenían encima, pero era distinto con él que era tan sólo un humano. Es por esto que acomodándose detrás del inquisidor, abrió las piernas y se sentó de modo que abrazara todo su cuerpo y fuera la espalda del hombre que chocara contra su propio pecho.

La cercanía era inevitable para mantener el calor, esa sería la explicación que tendría que darle, porque algo era seguro, sin mirar sus ojos ya sabía que él estaba despierto.
—Durante el verano, la gente de mi tribu y yo vivíamos en cabañas de troncos cubiertos de corteza, agrupadas en grandes poblados, cerca de los campos en que se cultivaban maíz y otros granos…—hablaba suave, intentando que él pudiera volver a la realidad de a poco y que ese cambio brusco le ayudara también a recuperar la energía que el calor le iba dando. —Durante el invierno caía mucha nieve y debíamos movernos hacia otros territorios, nos dedicábamos a la caza para poder alimentarnos, lo hacíamos todos aquellos que pudiéramos sostener una lanza de manera eficiente… —a medida que va contando la historia de su pueblo, Tecumseh acaricia el corto cabello de Târsil con la punta de sus dedos.

—¿Me estás escuchando? ¿Puedes oírme? —sus caricias se detienen y se acerca aún más a él, ya no hay distancia posible entre ambos. Entre sus cuerpos juntos, entre sus piernas pegadas a las piernas del hombre y en sus manos que ahora se mueven arriba y abajo por los brazos del inquisidor que quiere matarla. —Háblame Târsil… dime lo que sea, pero dime algo… —
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Mensaje por Târsil Valborg Jue Mayo 14, 2015 11:10 pm

Ella comenzó a hablar, y siendo su enemiga, seguramente él hubiera querido poseer las fuerzas suficientes para gritarle y exigirle que se callara, que no lo molestara; hacerle saber que lo último que quería en un momento tan complicado y bochornoso como lo era el estar al borde de la muerte, era escuchar su maldita voz relatándole sus estúpidas anécdotas que nadie había pedido escuchar y que por obvias razones muy poco le interesaban. Eso habría sido lo más normal en alguien como Valborg… más no lo hizo. No pudo. O quizá no quiso hacerlo. Eso fue algo realmente inesperado, especialmente para él, aunque por su condición, lo más probable es que ni siquiera se haya percatado del increíble suceso. La temperatura de su cuerpo había disminuido considerablemente dejando atrás los treinta y cinco grados que eran lo normal en un organismo, provocando a su vez que los mecanismos compensadores que sirven para mantener la temperatura empezaran a fallar. Su mente estaba aturdida, sus pensamientos lejanos se perdían en una espesa nebulosa que lo arrastraba a un sitio sombrío y tétrico que no solo existía en su mente, puesto que era difícil encontrar mejores adjetivos que describieran mejor la situación en la que se encontraban.

No estuvo muy seguro de lo que estaba ocurriendo, de pronto no recordaba con exactitud los recientes sucesos, su presencia en las montañas, sus amenazas y crueles palabras hacia Rianne, la avalancha o su pierna herida. No obstante, así como estaba, ofuscado y confundido, el inquisidor de pronto fue brevemente consciente de que se encontraba entre la vida y la muerte, y que era muy probable que lo único que le impedía cruzar la línea que dividía un mundo del otro, fuera la voz de Rianne que escuchaba como un tenue murmullo, muy lejana, a pesar de tenerla hablándole al oído. Estaba cansado y el dolor era insoportable, pero como todo hombre empecinado, él se negaba a morir. Algo muy dentro de sí le exigía luchar, le gritaba que las cosas no podían terminar así, no allí, ni de ese modo. Así que decidió aferrarse a esa voz, su única esperanza. Era la misma voz de esa mujer a la que horas antes había estado a punto de asesinar, de la que se había burlado a su antojo, incluso humillándola. La misma mujer que ahora le salvaba la vida. Qué ironía.

Casi no siento nada… —logró admitir con la lastimera voz de un niño abandonado que provocaba compasión o lástima.

Ni siquiera intentó moverse, puesto que se sentía petrificado, con cada músculo agarrotado, partes de su cuerpo que fueron previamente acondicionados durante su largo y arduo entrenamiento con el fin de obtener fuerza y una mayor resistencia a la hora de realizar su trabajo como inquisidor, y que ahora se encontraban atrofiados por el maldito frío. Resultaba desesperante –y muy indignante- que su propio cuerpo no obedeciera a sus deseos y órdenes. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para lograr hablar de nuevo y no decir incoherencias, aunque lo que dijo a continuación pareciera la mayor de todas.

Por favor… sigue hablando. Cuéntame… más. Di lo que quieras… pero no dejes de hablarme —pidió en medio de violentos temblores que alteraban el tono natural de su voz logrando que ésta saliera ahogada.

Él normalmente no usaba la frase «por favor», y aunque no haya sido plenamente consciente de lo que decía y cómo lo decía, definitivamente la situación lo ameritaba. Fue una suerte que empezara a ser amable con ella, porque debía serlo. Ella era la única que podía salvarlo y, afortunadamente para él, sin habérselo pedido, Rianne había decidido hacerlo. ¿Por qué? Si lograba pasar esa noche, ya tendría tiempo para preguntárselo. Ahora todo era cuestión de tiempo.
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Mensaje por Rianne Coleridge Dom Ago 09, 2015 1:40 am

En el centro se aferró la no tan secreta esperanza de que sus acciones estuvieran sirviendo para algo. Para mantenerlo vivo, para retenerlo en la tierra, para darle más tiempo de que descubriera que ella es algo más que una condenada, algo más que lo que la condición le otorga. Rianne no suele decir en voz alta el nombre de su maldición, ella sabe muy bien el poder que poseen las palabras y prefiere evitar que se siga propagando la infección que la controla desde aquellas fatídicas noches que no recuerda. Sin embargo, no puede ignorar el hecho de que gracias a lo que ella padece es que ha podido ser capaz de vivir y conocer mucho que de otro modo habría sido imposible. Cuando Târsil se mueve es consciente, también, que gracias a la licantropía es que puede evitar que el hombre que ama la deje nuevamente sola. No es como que Târsil le pertenezca, pero por los escasos minutos que ha estado entre sus brazos pareciera que así fuera. Una mezcla entre realidad y fantasía que no quiere abandonar.

Pero está fallando, lleva mucho tiempo en silencio gracias a que las palabras del inquisidor le han impedido decir algo más. Es por esto que rápidamente aclara su garganta y vuelve a hablar, vuelve a intentar ser el hilo de plata que lo mantenga acá.
—La primera vez que tomé una lanza era muy pesada, no podía levantarla como debía y tenía miedo que todos comenzaran a reírse de mí y de mi falta de fuerzas… entrené en silencio, a escondidas de todos… lo hice hasta que no sólo fui capaz de levantarla, también podía lanzarla a una distancia considerable y me sentía poderosa… —Rianne va relatando los hechos en voz baja, pegada a su oreja y esperando descubrir algún tipo de reacción que él pueda emitir. Hasta ahora sólo son temblores que dan cuenta más de sus esfuerzos por mantener el calor que de algún atisbo de vida que le quede. —Al año siguiente pude comenzar a viajar con ellos, mi padre nunca se acercó a nuestro trabajo porque él no se sentía cómodo realizando una labor como esa… mi padre era un hombre blanco, uno como los que viven en estas tierras, él se enamoró de mi madre y vivió de ese modo hasta el fin de sus días… —se interrumpe porque es mejor no ir por ese camino, quizás si deja de lado hablar sobre sentimientos también podrá dejar de sentirlos.

La charla, que más bien es un monólogo, se mantiene por algunas horas más. Cada ciertos minutos Rianne se mueve para acomodar el cuerpo de Târsil entre sus brazos. Ya no se sienten tantos espasmos ni tampoco el ruido que hacían sus dientes al castañetear. Quizás la noche ha sido piadosa con ambos y ha decidido avanzar con rapidez o tal vez, sólo tal vez, tenerlo tan cerca ha acortado las horas para ella. La loba lo aferra con fuerza, tiene bajo los dedos la piel de su bien más preciado. ¡Cuánta obsesión se esconde en cada caricia! Los ojos se le cierran como lo han hecho con el inquisidor, ambos yacen dormidos en el suelo frío de una cabaña que no les permite soñar antes de volver a sentir como la naturaleza los traiciona. Porque cuando ella abre los ojos el cielo ya no es totalmente negro pero tampoco ha aclarado. El sol recién comienza a asomarse entre nubes tan oscuras que teme que pronto llegue la lluvia.


—Târsil, despierte… despierte… —el clamor va acompañado de pequeñas sacudidas para que reaccione. Necesita ponerse de pie pero prefiere seguir un poco más de ese modo. Tiene claro que él aún la necesita pero no sabe cuánto más durará este paréntesis entre la cacería y la entrega. —¿Cómo se siente? —dice poniendo el dorso de la mano sobre su frente intentando identificar algún rasgo de fiebre. Está tibio, al menos no es caliente, pero aún así la hace sentir inquieta. Aún no reacciona del todo y quizás sólo está durmiendo por el cansancio acumulado. Rianne lo acomoda y huele en su piel la mezcla del aroma de ambos. Se siente bien, se siente peligrosamente bien.
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Mensaje por Târsil Valborg Dom Ago 30, 2015 11:45 pm

Mientras el cuerpo de Târsil continuaba sacudiéndose, algo inesperado sucedió: sus labios se curvaron en algo demasiado parecido a una sonrisa. Y, aunque el increíble gesto no permaneció por demasiado tiempo en su rostro, no hay duda de que estuvo allí y Rianne sería testigo de ello por el resto de sus días. Ella lo había provocado, con sus historias y la peculiar forma en la que las relataba. Aunque la mente de Târsil se encontrara en un abismo que por momentos parecía no tener retorno, de alguna manera, la escuchó. En medio del dolor imaginó a una Rianne mucho más joven, flacucha y escurridiza, con lanza en mano, sin ser capaz de sostenerla porque sus brazos eran demasiado delgados y ella demasiado frágil para lograr contener algo que resultaba tan grande a comparación del resto de su pequeño cuerpo. Eso le provocó tanta gracia y cierta ternura que no fue capaz de reprimir la sonrisa que le nació desde lo más profundo de su alma. Y es que no solo el cuerpo de Rianne le proveía calor, también su voz le resultaba dulce y cálida. Estar cerca de ella era acogedor, tan reconfortante como estar junto a una poderosa chimenea o beberse una reparadora y deliciosa taza de chocolate humeante. La piel ardiente de la muchacha le devolvía de a poco la vida que se le escapaba, hacía que la sangre le regresara al cuerpo y que los huesos no se le partieran.  

Allí, entre sus brazos, como se encontraba, volvió a quedarse dormido. Por suerte las horas parecieron transcurrir mucho más rápido porque, cuando abrió los ojos nuevamente, un pequeño y débil rayo de luz se colaba por un insignificante agujero en el techo de la casucha. Eso alertó al inquisidor, pues era la prueba más latente de que no todo estaba perdido. Aún había esperanzas de salir con vida de aquel lugar, solo tenían que esforzarse, cavar y salir a la superficie. Aún estaba débil y muy dolorido, pero de algún modo supo que lo peor había pasado. Cuando se movió y tras rodar sobre el piso, logró darse la vuelta, la inesperada imagen de Rianne apareció.

Me lleva el demonio. ¿Acaso eres idiota? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no te has ido? —Preguntó, completamente confundido. Su voz sonaba más a reproche que a otra cosa—. Tuviste la oportunidad de hacerlo, pudiste largarte y dejarme aquí, pudriéndome en la miseria, como tu enemigo que soy. ¿Por qué te quedaste?

El tono que utilizaba al hablarle había dejado de ser amable y benévolo, dando paso a su ya acostumbrado tonito desagradable, lleno de insolencia. Resultaba indignante, y él muy desagradecido. Quizá lo hacía porque no recordaba todo lo que ella había hecho por él, la manera en la que le había salvado el maldito trasero, la lealtad que le había ofrecido pese a no deberle nada.
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Mensaje por Rianne Coleridge Mar Sep 08, 2015 9:57 pm

Al observar la sonrisa del inquisidor, Rianne sintió como su pecho se calentaba con la afirmación que ella había estado buscando. La mujer tenía a fuego no sólo a su corazón, también otros sectores de su cuerpo que desde hace mucho no recibían atención alguna. Escondió el rostro y se imaginó el reflejo que sus mejillas levemente sonrosadas podrían ofrecer. No le parecían algo digno de quien tenía cerca, todo ella le parecería tan sucia y demacrada que su ánimo empezó a decaer un poco. Sabía que él se burlaría de verla apenas estuviera un poco más consciente, por lo que permaneció mirando hacia otro lado hasta que escuchó su voz llegar clara y sin duda alguna.

Sin embargo, aun considerando todos los escenarios realistas en los que se imaginó estar, nunca pensó que él reaccionaría de ese modo justo después de despertar entre sus brazos. La voz de Târsi le ardía como sal cayendo sobre sus heridas. Parecía como si nunca hubiera pasado nada de lo sucedido en las últimas doce horas. La licántropa se sentía usada pero al mismo tiempo sabía que sólo ella era consciente de aquel sacrificio voluntario que había hecho.
—No pude salir de acá, lo intenté pero la nieve nos tenía atrapados. —mintió descaradamente alzando la barbilla para mostrase igual de desafiante como lo hacía él. Rianne tenía los músculos tensos, agarrotados por estar tantas horas en la misma posición, se estiró brevemente antes de volver a hablar. —No me quedé por ti si eso es lo que piensas, me quedé porque no tuve más alternativas… te salvé porque no tuve más alternativas, no me interesa pasar horas junto a un cadáver inservible como el tuyo… —

Le dolía intensamente decir lo que realmente no sentía. Quería volver a acurrucarse con él, acariciarle el pelo mientras ambos compartían historias, quería protegerlo aunque él no necesitara protección, quería no volver a soltarlo por el miedo a que algo así pudiera pasar. Quería dejar de ser una condenada y convertirse en una mujer digna de él. —No le sigas dando más vueltas, hice lo que cualquier otra persona haría… pero si prefieres me largo ahora, apenas logre liberar una de las entradas y te dejo solo donde estás, el problema es tuyo desde este momento en adelante. —dijo moviéndose por entre el reducido espacio que tenía. Rianne frunció el ceño y comenzó a mirar las posibles opciones. Quería morderle los labios después de darle besos, quería saber desde qué lugar provenían esos pensamientos que aparecían ahora con fuerza, quería entender por qué tuvo que escuchar que le hablara de ese modo para darse cuenta de lo que realmente sentía.

—De otro modo vamos a tener que trabajar juntos, no hay forma de salir de acá hoy si trabajamos por separado… yo sé que tienes fuerza y también cerebro, yo tengo el conocimiento… será imposible perdernos. —La mujer lo miró fijo, clavando sus ojos verdes en las orbes claras del inquisidor. Aún de ese modo, con toda la furia que estaba segura llegaría pronto, le parecía el ser más atractivo del planeta. Que la perdone Tristán, pero si antes creyó sentí amor, estaba muy equivocada.
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