AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The place beyond the pines | Privado
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The place beyond the pines | Privado
Recuerdo del primer mensaje :
Quien hace una bestia de sí mismo
se libera del dolor de ser un hombre
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se libera del dolor de ser un hombre
Târsil dejó caer el gran bulto que llevaba atado a la espalda con la intención de descansar de él por lo menos un momento. Lo tiró sobre la nieve y luego se tumbó a su lado. Su respiración estaba alterada, el corazón le latía a mil por hora y apenas lograba reunir un poco de aire en sus pulmones con cada aspiración que hacía. Se sentía levemente mareado a causa de la escasa oxigenación en el cerebro pero, ni todos los obstáculos o los malestares físicos que surgieran en el camino, le harían desistir de su caza.
Estaba allí por una sencilla razón: atrapar a Rianne Coleridge, y no regresaría a París sin ella, eso podía jurarlo. Estaba dispuesto a internarse en las frías montañas el tiempo que fuese necesario, a sufrir las inevitables peripecias a las que seguramente se enfrentaría durante el duro recorrido, pero era hora de que alguien pusiera un fin a las jugarretas de la licántropo que se había estado paseando frente a las narices de la Inquisición sin haber sido capturada todavía, y ese iba a ser él. Deseaba tal mérito, se lo merecía por ser el único Inquisidor con los cojones suficientes para ir a por ella en medio de la tormenta de nieve que se avecinaba. Él le llamaba valentía, pero todos los demás lo habían llamado estúpido al arriesgarse de ese modo. Algunos de sus compañeros habían hecho sus apuestas asegurando que volvería con las manos vacías y antes del tiempo esperado, por lo que Târsil, que era un hombre sumamente orgulloso, había empezado a tomarse esta misión como un verdadero reto, casi una obsesión.
En el bulto que yacía a su lado llevaba todo lo necesario para sobrevivir durante un par de días, tiempo máximo que había predicho que duraría la caza, pero él era tan soberbio que deseaba volver en la mitad de ese tiempo. Tenía comida, un par de pieles que le servirían de cobijo en las bajas temperaturas y algunas armas, en las que no podía faltar Kathleen, la recién bautizada ballesta que había adquirido con la intención de suplir a su querida Marilyn.
Se puso de pie, pero antes de proseguir decidió inspeccionar el lugar. Todo a su alrededor era blanco, cubierto de una nieve espesa. No muy lejos de allí se alzaban montañas más altas con gruesas coronas de más nieve y altos y frondosos pinos cuyo verde amenazaba con desaparecer. Ya había escalado un gran tramo, lo suficiente para sentir los efectos de la altura en su organismo.
Cogió el bulto para atárselo nuevamente a la espalda, pero en ese instante lo volvió a soltar. Buscó su ballesta y la sujetó con firmeza y precisión, apuntando al punto negro, apenas visible, que notó a lo lejos. El sujeto no identificado se movía con rapidez, lo que le hizo deducir que debía tratarse de un animal, o mejor aún, de la humana con naturaleza licana cuyas habilidades sobrehumanas le permitían avanzar sin demasiada dificultad en medio de la borrasca que parecía intensificarse.
—Hoy no es tu día de suerte... —murmuró entre dientes y entornó los ojos en la pequeña y borrosa figura.
Disparar y dar en el blanco no era tarea fácil bajo las condiciones en las que se encontraba. El objetivo se encontraba a una gran distancia, su propio vaho proveniente de la nariz y la boca le dificultaba ver claramente, y por si fuera poco no podía evitar que los brazos (y todo su cuerpo) temblara levemente a causa del frío que se colaba a través de las gruesas ropas que llevaba encima.
Pero disparó, e increíblemente logró herirla.
Estaba allí por una sencilla razón: atrapar a Rianne Coleridge, y no regresaría a París sin ella, eso podía jurarlo. Estaba dispuesto a internarse en las frías montañas el tiempo que fuese necesario, a sufrir las inevitables peripecias a las que seguramente se enfrentaría durante el duro recorrido, pero era hora de que alguien pusiera un fin a las jugarretas de la licántropo que se había estado paseando frente a las narices de la Inquisición sin haber sido capturada todavía, y ese iba a ser él. Deseaba tal mérito, se lo merecía por ser el único Inquisidor con los cojones suficientes para ir a por ella en medio de la tormenta de nieve que se avecinaba. Él le llamaba valentía, pero todos los demás lo habían llamado estúpido al arriesgarse de ese modo. Algunos de sus compañeros habían hecho sus apuestas asegurando que volvería con las manos vacías y antes del tiempo esperado, por lo que Târsil, que era un hombre sumamente orgulloso, había empezado a tomarse esta misión como un verdadero reto, casi una obsesión.
En el bulto que yacía a su lado llevaba todo lo necesario para sobrevivir durante un par de días, tiempo máximo que había predicho que duraría la caza, pero él era tan soberbio que deseaba volver en la mitad de ese tiempo. Tenía comida, un par de pieles que le servirían de cobijo en las bajas temperaturas y algunas armas, en las que no podía faltar Kathleen, la recién bautizada ballesta que había adquirido con la intención de suplir a su querida Marilyn.
Se puso de pie, pero antes de proseguir decidió inspeccionar el lugar. Todo a su alrededor era blanco, cubierto de una nieve espesa. No muy lejos de allí se alzaban montañas más altas con gruesas coronas de más nieve y altos y frondosos pinos cuyo verde amenazaba con desaparecer. Ya había escalado un gran tramo, lo suficiente para sentir los efectos de la altura en su organismo.
Cogió el bulto para atárselo nuevamente a la espalda, pero en ese instante lo volvió a soltar. Buscó su ballesta y la sujetó con firmeza y precisión, apuntando al punto negro, apenas visible, que notó a lo lejos. El sujeto no identificado se movía con rapidez, lo que le hizo deducir que debía tratarse de un animal, o mejor aún, de la humana con naturaleza licana cuyas habilidades sobrehumanas le permitían avanzar sin demasiada dificultad en medio de la borrasca que parecía intensificarse.
—Hoy no es tu día de suerte... —murmuró entre dientes y entornó los ojos en la pequeña y borrosa figura.
Disparar y dar en el blanco no era tarea fácil bajo las condiciones en las que se encontraba. El objetivo se encontraba a una gran distancia, su propio vaho proveniente de la nariz y la boca le dificultaba ver claramente, y por si fuera poco no podía evitar que los brazos (y todo su cuerpo) temblara levemente a causa del frío que se colaba a través de las gruesas ropas que llevaba encima.
Pero disparó, e increíblemente logró herirla.
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Târsil Valborg- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/10/2011
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Re: The place beyond the pines | Privado
—Ya lo sé —dijo de mala gana, como si hablar del asunto realmente lograra ponerlo de pésimo humor—. No soy tan idiota. No me creas tan ingenuo como para pensar algo diferente, que de pronto descubriste que te simpatizo o que te enamoraste de mí y que por eso no quisiste dejarme. Por favor… —ironizó, con toda la intención de burlarse, puesto que tales posibilidades las consideraba completamente absurdas. Al final resopló en señal de lo estúpido que le había parecido siquiera mencionarlo.
Apartó la vista de ella e hizo una pausa, minutos que aprovechó para moverse sobre el suelo y ver si sus piernas le respondían. Mientras lo hacía, continuó hablando. Ojalá no lo hubiera hecho. Ojalá simplemente se hubiera callado la boca porque rara vez tenía algo bueno para decir.
—Déjame decirte que no hiciste lo que cualquier otra persona habría hecho —replicó. Su voz seguía siendo tranquila pero estaba impregnada de ese aire se suficiencia que la convertía en algo verdaderamente molesto—. Cualquier otro en tu lugar habría buscado la forma de largarse, o en su defecto me habría cortado la garganta mientras yo aún estaba inconsciente, mientras aún podía. Tú no lo hiciste porque eres demasiado tonta. ¿Recuerdas lo que te dije antes? Pues ahora te lo confirmo: eres una blandengue, un verdadero fraude. Para tu mala suerte, estoy mejor que nunca. Perdiste tu oportunidad.
Desde luego, alardeaba, como siempre. Nadie que hacía unas horas atrás había estado a punto de morir podía sentirse como él decía, pero era demasiado orgulloso para admitir lo contrario. Se lo estaba llevando el demonio. Sin embargo, Târsil estaba harto de sentirse un inútil. Decidió probar suerte e intentó ponerse de pie. Por suerte, sus miembros antes agarrotados, ésta vez le obedecieron. Todavía se sentía extraño, sobretodo dolorido, como si una estampida de búfalos le hubiera pasado por encima. No quería ni imaginar el aspecto terrible que seguramente tenía, aunque eso era lo de menos. Prefería concentrarse en lo verdaderamente importante, que era salir de allí cuanto antes.
—Dijiste «te salvé». Lo escuché perfectamente —le dijo cuando llegó a su lado y la encaró. La miró directamente a los ojos y pronunció las palabras demasiado cerca de su rostro, bañándola con su aliento, deseando que ésta nunca las olvidara—. Escúchame bien, loba: tú no me salvaste y no te debo absolutamente nada —la frialdad con la que pronunció las palabras debió helarle los huesos a la muchacha, pero él jamás se detuvo a pensar en eso. Todo lo que le interesaba era dejarle bien claro que no estaba en deuda con ella y que por lo tanto no actuaría como tal.
Aclarada la situación, como si nada hubiera pasado, dio media vuelta y se puso manos a la obra. Había demasiados pedazos de madera obstaculizando la huída, así que lo primero era desescombrar. Tomó el primer barrote y comenzó a despejar el área.
—Muévete de una vez y ven a ayudar. Te aseguro que no eres la única que se muere por salir de aquí —dijo al tiempo que lanzaba un pedazo grande de madera hacia el otro lado de la casucha derrumbada.
Después de haberle hablado como lo había hecho, al menos le concedió el hecho de que, en efecto, si querían salir de allí, tendrían que trabajar en equipo.
Apartó la vista de ella e hizo una pausa, minutos que aprovechó para moverse sobre el suelo y ver si sus piernas le respondían. Mientras lo hacía, continuó hablando. Ojalá no lo hubiera hecho. Ojalá simplemente se hubiera callado la boca porque rara vez tenía algo bueno para decir.
—Déjame decirte que no hiciste lo que cualquier otra persona habría hecho —replicó. Su voz seguía siendo tranquila pero estaba impregnada de ese aire se suficiencia que la convertía en algo verdaderamente molesto—. Cualquier otro en tu lugar habría buscado la forma de largarse, o en su defecto me habría cortado la garganta mientras yo aún estaba inconsciente, mientras aún podía. Tú no lo hiciste porque eres demasiado tonta. ¿Recuerdas lo que te dije antes? Pues ahora te lo confirmo: eres una blandengue, un verdadero fraude. Para tu mala suerte, estoy mejor que nunca. Perdiste tu oportunidad.
Desde luego, alardeaba, como siempre. Nadie que hacía unas horas atrás había estado a punto de morir podía sentirse como él decía, pero era demasiado orgulloso para admitir lo contrario. Se lo estaba llevando el demonio. Sin embargo, Târsil estaba harto de sentirse un inútil. Decidió probar suerte e intentó ponerse de pie. Por suerte, sus miembros antes agarrotados, ésta vez le obedecieron. Todavía se sentía extraño, sobretodo dolorido, como si una estampida de búfalos le hubiera pasado por encima. No quería ni imaginar el aspecto terrible que seguramente tenía, aunque eso era lo de menos. Prefería concentrarse en lo verdaderamente importante, que era salir de allí cuanto antes.
—Dijiste «te salvé». Lo escuché perfectamente —le dijo cuando llegó a su lado y la encaró. La miró directamente a los ojos y pronunció las palabras demasiado cerca de su rostro, bañándola con su aliento, deseando que ésta nunca las olvidara—. Escúchame bien, loba: tú no me salvaste y no te debo absolutamente nada —la frialdad con la que pronunció las palabras debió helarle los huesos a la muchacha, pero él jamás se detuvo a pensar en eso. Todo lo que le interesaba era dejarle bien claro que no estaba en deuda con ella y que por lo tanto no actuaría como tal.
Aclarada la situación, como si nada hubiera pasado, dio media vuelta y se puso manos a la obra. Había demasiados pedazos de madera obstaculizando la huída, así que lo primero era desescombrar. Tomó el primer barrote y comenzó a despejar el área.
—Muévete de una vez y ven a ayudar. Te aseguro que no eres la única que se muere por salir de aquí —dijo al tiempo que lanzaba un pedazo grande de madera hacia el otro lado de la casucha derrumbada.
Después de haberle hablado como lo había hecho, al menos le concedió el hecho de que, en efecto, si querían salir de allí, tendrían que trabajar en equipo.
Târsil Valborg- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 10/10/2011
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Re: The place beyond the pines | Privado
El golpe contra su espalda no podía compararse con aquel que él, el hombre al que amaba, acababa de darle sin siquiera tocarla. El inquisidor sabía cómo hacerle daño y ella también sabía cómo fingir que nada le afectaba, aquella no sería la primera ocasión en que tuviera que hacerlo. Es por esto que simplemente lo dejó terminar, lo dejó hablar y también lo dejó que se alejara. Especialmente eso. Lo que más necesitaba en ese momento era distancia entre ellos y el mejor modo de obtenerla era lograr salir de ahí lo antes posible. Lo haría entonces, aunque eso significara que no volverían a estar como estuvieron hace algunas horas nunca más.
Rianne comenzó a trabajar en silencio y rápidamente todo lo que podía escuchar era su respiración agitada y el revoltijo de sensaciones que le recorrían cada rincón de la piel. Seguía enojada, enfadada consigo misma por el descontrol que la había llevado a tomar malas decisiones. Así, mientras levantaba una viga que para una mujer humana habría sido una tarea imposible, tomó la peor determinación de todas y abrió la boca dejando salir de sus labios sólo el nombre del hombre que estaba a su lado. Lo que intentaba era llamar su atención, así que carraspeó para aclarar su garganta y lo hizo nuevamente.
–El asunto es que aunque logremos quitar todo esto, no sabemos cómo están las condiciones afuera, tampoco el daño que hizo la nieve detrás de todos estos escombros… –la voz de la licántropa sonaba distante, como si fuera alguien más hablando desde su cuerpo. Ella se sentía un poco así, ausente incluso de su propio mundo, como si la hubiesen despojado de todo lo que conoce y ahora sólo quedara una cáscara vacía sin mayor sentido que seguir moviendo los brazos para retirar madera que parece no terminar jamás. Se detuvo a mirar la situación pero sus ojos se clavaron en los brazos de su acompañante. ¿Cómo era posible que siguiera en pie después de semejante noche? La frente de Rianne se frunció mientras intentaba encontrar una respuesta. Si él fuera un ser sobrenatural, ella ya lo habría sentido. Pero quizás sus sentidos estaban algo alterados o quizás sólo era capaz de hacer todo eso debido a su entrenamiento.
La loba se movió nuevamente y desechó todo ello, el mal humor volvía a hacerse cargo si seguía trayendo recuerdos absurdos a su memoria. Lo que quiere en realidad es poder golpearlo hasta que pierda el conocimiento, que le de tiempo de pensar con claridad y que también vuelva a hacerle sentir que la necesita. –Creo que tenemos el espacio suficiente para que yo pueda salir a mirar qué tal está todo afuera. Si usted prefiere podemos hacer eso o de caso contrario seguir despejando hasta que ambos podamos mirar. –
Aquella idea no le gustaba del todo, ninguna de las dos lo hacía de todos modos. Tenía miedo de no poder volver, tenía miedo de que la tentación fuera superior y terminara dejándolo solo ahí adentro, tenía miedo de separarse de él y que esa separación, dolorosa pero esperable, terminara por hacer el trabajo que la montaña no hizo y la sepultara en un destino peor que la muerte.
Rianne comenzó a trabajar en silencio y rápidamente todo lo que podía escuchar era su respiración agitada y el revoltijo de sensaciones que le recorrían cada rincón de la piel. Seguía enojada, enfadada consigo misma por el descontrol que la había llevado a tomar malas decisiones. Así, mientras levantaba una viga que para una mujer humana habría sido una tarea imposible, tomó la peor determinación de todas y abrió la boca dejando salir de sus labios sólo el nombre del hombre que estaba a su lado. Lo que intentaba era llamar su atención, así que carraspeó para aclarar su garganta y lo hizo nuevamente.
–El asunto es que aunque logremos quitar todo esto, no sabemos cómo están las condiciones afuera, tampoco el daño que hizo la nieve detrás de todos estos escombros… –la voz de la licántropa sonaba distante, como si fuera alguien más hablando desde su cuerpo. Ella se sentía un poco así, ausente incluso de su propio mundo, como si la hubiesen despojado de todo lo que conoce y ahora sólo quedara una cáscara vacía sin mayor sentido que seguir moviendo los brazos para retirar madera que parece no terminar jamás. Se detuvo a mirar la situación pero sus ojos se clavaron en los brazos de su acompañante. ¿Cómo era posible que siguiera en pie después de semejante noche? La frente de Rianne se frunció mientras intentaba encontrar una respuesta. Si él fuera un ser sobrenatural, ella ya lo habría sentido. Pero quizás sus sentidos estaban algo alterados o quizás sólo era capaz de hacer todo eso debido a su entrenamiento.
La loba se movió nuevamente y desechó todo ello, el mal humor volvía a hacerse cargo si seguía trayendo recuerdos absurdos a su memoria. Lo que quiere en realidad es poder golpearlo hasta que pierda el conocimiento, que le de tiempo de pensar con claridad y que también vuelva a hacerle sentir que la necesita. –Creo que tenemos el espacio suficiente para que yo pueda salir a mirar qué tal está todo afuera. Si usted prefiere podemos hacer eso o de caso contrario seguir despejando hasta que ambos podamos mirar. –
Aquella idea no le gustaba del todo, ninguna de las dos lo hacía de todos modos. Tenía miedo de no poder volver, tenía miedo de que la tentación fuera superior y terminara dejándolo solo ahí adentro, tenía miedo de separarse de él y que esa separación, dolorosa pero esperable, terminara por hacer el trabajo que la montaña no hizo y la sepultara en un destino peor que la muerte.
Rianne Coleridge- Licántropo Clase Media
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Fecha de inscripción : 06/12/2011
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Re: The place beyond the pines | Privado
—De ninguna manera —replicó él con renovada exasperación cuando ella hizo aquella sugerencia, y frunció el ceño, ofendido, por siquiera considerarlo—. No pienso quedarme aquí ni un segundo más. Saldremos. Ahora mismo.
Y así sería, estaba determinado. Nada lo detendría, ni siquiera el hecho de que aún no terminaba de recuperar del todo sus fuerzas. Aunque aparentara lo contrario, que era un hombre férreo, capaz de burlar a la muerte misma, lo cierto es que estar de pie y andar no le resultaba precisamente sencillo. Por momentos sentía que se mareaba un poco, que las rodillas le fallaban y deseaba que en aquel lugar tan destruido, hubiera quedado al menos una pared en pie, sobre la cual recargarse un poco para descansar. Pero su fuerza de voluntad estaba por encima de sus malestares y afortunadamente no lo abandonaba. Para Târsil, mostrar debilidad, aún en los peores momentos, era un signo de debilidad. Saldría de allí, así fuera la última cosa que hiciese; aunque una vez estando afuera desfalleciera por el cansancio. Si tenía que morir, entonces sería lejos de aquel maldito lugar que les había caído encima con el fin de convertirse en su sepulcro.
—No me mires así, como si fuera un lisiado —reprochó malhumorado cuando, por el rabillo del ojo, captó que ella lo miraba con aire de intranquilidad—. Estoy bien, maldición. Y de todos modos ¿a ti qué te importa? Recuerda cuál es tu lugar y cuál es el mío.
Tal vez a Rianne no le preocupaba realmente su salud, quizá solo temía que más que una ayuda, él significara un obstáculo en la huida. Se giró y volvió a lo suyo. Mientras trabajaba, Valborg permaneció callado, ahorrando fuerzas, pero también reflexionando en silencio. Había algo que no lo dejaba en paz: el destino de la licántropo. Antes de todo lo ocurrido, él no tenía dudas acerca de lo que debía hacer: estaba ahí para llevarla consigo, rumbo a una muerte segura. Sin embargo, las circunstancias lo habían obligado a salirse por completo del guión y por un día entero las cosas se le habían ido de las manos. ¿Era eso un inconveniente para continuar con lo planeado, ahora que lo peor había pasado? No lo sería, si tan solo Rianne hubiera hecho lo que debía, lo que cualquiera haría a un hombre que había jurado matarla. Ahora, gracias a su estupidez, él tenía que luchar con ese dilema. Desde luego, estaba convencido de que su deber era cumplir con el trabajo de inquisidor pero, por algún motivo que no llegaba a comprender, cada vez que pensaba en ello una oleada de reproches hacia sí mismo lo abatía.
Era remordimiento, la voz de su consciencia recordándole lo que ella había hecho por él sin tener un deber o una responsabilidad de por medio. Lo había hecho porque, lo que residía en su ser, no era solamente el instinto de una bestia que aparecía cada luna llena, sino que una gran parte de ella también era humana y era capaz de conmoverse con el sufrimiento ajeno. Y ahora él la mataría. ¿Acaso no era irónico que justamente Târsil, que se jactaba de ser humano en su totalidad, deseara despedazarla como si la bestia fuera él y no ella? Sí, lo era, y eso lo tenía molesto porque, mostrarse compasivo con un enemigo, rompía completamente con el hastío y cansino odio que él proyectaba todo el tiempo hacia los sobrenaturales. Actuar de manera contraria a lo que decía lo haría parecer falso, como un payaso bocón que no tenía los cojones suficientes para cumplir con sus promesas de muerte.
Cabreado, lanzó un barrote hacia el otro lado. Afortunadamente su rabia no fue en vano, supo sacar provecho de ella utilizándola como impulso para salir cuando antes de allí. Junto a Rianne cavó enérgicamente en la nieve hasta que, pasadas varias horas, lograron visualizar el exterior a través de un pequeño orificio. En ese momento, ambos se miraron sin poder ocultar el fragmento de esperanza que se les adhirió al cuerpo. Saber que el sol estaba a ahí, a unos cuantos metros de distancia y que calentaría sus cuerpos entumidos, fue su mayor motivación y durante las próximas cuatro horas no se detuvieron a descansar ni un segundo.
Lo lograron. Târsil fue el primero en salir. Alzó el rostro hacia el cielo y abrió la boca para aspirar profundamente aire fresco y puro que resultó reparador para todo su cuerpo. Una vez más, el maldito se había salido con la suya. De Rianne, que yacía a su lado, no se podía decir lo mismo. Él la miró tomando una decisión, una de la que esperaba no tener que arrepentirse después, pero seguramente así sería.
—Sé lo que debes estar pensando de mí —le dijo tras darse cuenta de que ella no parecía muy feliz de estar afuera y que no dejaba de mirarlo—. Es lo mismo que piensa todo el mundo. Y es cierto, soy todo eso que hay en tu mente, pero no soy un mal agradecido. Aunque me pudra admitirlo, me salvaste la vida —y vaya que le costó decirlo en voz alta—. Por eso voy a darte cinco minutos para que desaparezcas de mi vista. Puedes irte, a donde tú quieras, pero escúchame bien —avanzó hacia ella y se le plantó enfrente, luego añadió—: si vuelvo a verte, en ese instante te mataré. No estoy perdonándote la vida, solo estoy dándote tiempo. Algún día volveremos a encontrarnos y para ese entonces lo que pasó en esa cabaña no tendrá más validez, porque estaremos a mano. Ahora lárgate de una vez antes de que cambie de opinión.
Y así sería, estaba determinado. Nada lo detendría, ni siquiera el hecho de que aún no terminaba de recuperar del todo sus fuerzas. Aunque aparentara lo contrario, que era un hombre férreo, capaz de burlar a la muerte misma, lo cierto es que estar de pie y andar no le resultaba precisamente sencillo. Por momentos sentía que se mareaba un poco, que las rodillas le fallaban y deseaba que en aquel lugar tan destruido, hubiera quedado al menos una pared en pie, sobre la cual recargarse un poco para descansar. Pero su fuerza de voluntad estaba por encima de sus malestares y afortunadamente no lo abandonaba. Para Târsil, mostrar debilidad, aún en los peores momentos, era un signo de debilidad. Saldría de allí, así fuera la última cosa que hiciese; aunque una vez estando afuera desfalleciera por el cansancio. Si tenía que morir, entonces sería lejos de aquel maldito lugar que les había caído encima con el fin de convertirse en su sepulcro.
—No me mires así, como si fuera un lisiado —reprochó malhumorado cuando, por el rabillo del ojo, captó que ella lo miraba con aire de intranquilidad—. Estoy bien, maldición. Y de todos modos ¿a ti qué te importa? Recuerda cuál es tu lugar y cuál es el mío.
Tal vez a Rianne no le preocupaba realmente su salud, quizá solo temía que más que una ayuda, él significara un obstáculo en la huida. Se giró y volvió a lo suyo. Mientras trabajaba, Valborg permaneció callado, ahorrando fuerzas, pero también reflexionando en silencio. Había algo que no lo dejaba en paz: el destino de la licántropo. Antes de todo lo ocurrido, él no tenía dudas acerca de lo que debía hacer: estaba ahí para llevarla consigo, rumbo a una muerte segura. Sin embargo, las circunstancias lo habían obligado a salirse por completo del guión y por un día entero las cosas se le habían ido de las manos. ¿Era eso un inconveniente para continuar con lo planeado, ahora que lo peor había pasado? No lo sería, si tan solo Rianne hubiera hecho lo que debía, lo que cualquiera haría a un hombre que había jurado matarla. Ahora, gracias a su estupidez, él tenía que luchar con ese dilema. Desde luego, estaba convencido de que su deber era cumplir con el trabajo de inquisidor pero, por algún motivo que no llegaba a comprender, cada vez que pensaba en ello una oleada de reproches hacia sí mismo lo abatía.
Era remordimiento, la voz de su consciencia recordándole lo que ella había hecho por él sin tener un deber o una responsabilidad de por medio. Lo había hecho porque, lo que residía en su ser, no era solamente el instinto de una bestia que aparecía cada luna llena, sino que una gran parte de ella también era humana y era capaz de conmoverse con el sufrimiento ajeno. Y ahora él la mataría. ¿Acaso no era irónico que justamente Târsil, que se jactaba de ser humano en su totalidad, deseara despedazarla como si la bestia fuera él y no ella? Sí, lo era, y eso lo tenía molesto porque, mostrarse compasivo con un enemigo, rompía completamente con el hastío y cansino odio que él proyectaba todo el tiempo hacia los sobrenaturales. Actuar de manera contraria a lo que decía lo haría parecer falso, como un payaso bocón que no tenía los cojones suficientes para cumplir con sus promesas de muerte.
Cabreado, lanzó un barrote hacia el otro lado. Afortunadamente su rabia no fue en vano, supo sacar provecho de ella utilizándola como impulso para salir cuando antes de allí. Junto a Rianne cavó enérgicamente en la nieve hasta que, pasadas varias horas, lograron visualizar el exterior a través de un pequeño orificio. En ese momento, ambos se miraron sin poder ocultar el fragmento de esperanza que se les adhirió al cuerpo. Saber que el sol estaba a ahí, a unos cuantos metros de distancia y que calentaría sus cuerpos entumidos, fue su mayor motivación y durante las próximas cuatro horas no se detuvieron a descansar ni un segundo.
Lo lograron. Târsil fue el primero en salir. Alzó el rostro hacia el cielo y abrió la boca para aspirar profundamente aire fresco y puro que resultó reparador para todo su cuerpo. Una vez más, el maldito se había salido con la suya. De Rianne, que yacía a su lado, no se podía decir lo mismo. Él la miró tomando una decisión, una de la que esperaba no tener que arrepentirse después, pero seguramente así sería.
—Sé lo que debes estar pensando de mí —le dijo tras darse cuenta de que ella no parecía muy feliz de estar afuera y que no dejaba de mirarlo—. Es lo mismo que piensa todo el mundo. Y es cierto, soy todo eso que hay en tu mente, pero no soy un mal agradecido. Aunque me pudra admitirlo, me salvaste la vida —y vaya que le costó decirlo en voz alta—. Por eso voy a darte cinco minutos para que desaparezcas de mi vista. Puedes irte, a donde tú quieras, pero escúchame bien —avanzó hacia ella y se le plantó enfrente, luego añadió—: si vuelvo a verte, en ese instante te mataré. No estoy perdonándote la vida, solo estoy dándote tiempo. Algún día volveremos a encontrarnos y para ese entonces lo que pasó en esa cabaña no tendrá más validez, porque estaremos a mano. Ahora lárgate de una vez antes de que cambie de opinión.
Târsil Valborg- Inquisidor Clase Media
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Re: The place beyond the pines | Privado
Cuando le hablaba de aquel modo, frío y distante, le recordaba también que así es como debía ser la relación entre ellos. Si antes lo tuvo entre sus brazos de una forma que podía ser incluso romántica fue por mera casualidad, fue nada más una burla de un destino en el que no quería creer, un destino que los juntó una vez y que probablemente lo haría de nuevo. Esta vez porque ella lo buscaría. Rianne escuchó con atención cada palabra que el inquisidor pareció vomitar en su dirección, escuchó y aceptó aquellos cinco minutos en absoluto silencio. Los labios le picaban por replicar de forma irónica o al menos ser capaz de decirle algunos insultos para que no creyera que se había salido con la suya.
Pero fue imposible.
La boca de Rianne estaba seca, adolorida, con un nudo en la garganta compuesto por tantas hebras como letras tenía lo indescifrable que habitaba dentro de su pecho. El corazón amenazó con salir cuando se dio la vuelta y comenzó a caminar. No quería mirar atrás. No quería arrepentirse a última hora y volver para plantarle cara y decirle lo mucho que estaba equivocado, lo mucho que esa loba lo amaba aunque apenas lo conociera. Lo mucho que lo odiaba también por permitirle seguir con vida. Y no es que ella fuera una suicida o deseara cortarse las venas con la daga que siempre traía consigo. No, no era eso. Era el dolor lo que la llevaba a pensar en soluciones tan radicales, un dolor con el que no sabía lidiar.
Caminó así durante casi dos kilómetros hasta que la nieve fue convirtiéndose en una capa húmeda sobre la casi inexistente vegetación. Se derrumbó cerca de una piedra lo suficientemente alta para esconderla y se abrazó el estómago vacío. Necesitaba seguir caminando antes de que él la encontrara, necesitaba comer, necesitaba desaparecer de la tierra y quizás pasar alguna temporada en Inglaterra donde sabía que aún quedaban restos de su familia que la recibirían sin hacer muchas preguntas. Necesitaba cosas, como todos quienes habitan la tierra las necesitan, pero lo que más necesitaba era un alguien que la odiaba, alguien que la hacía sentir estúpida y cursi y pequeña. Tan pequeña que parecía hecha para caber entre sus brazos.
Poco antes del atardecer se puso de pie y volvió a caminar, sabía que cerca encontraría alguna casa desde donde robar un trozo de pan durante la noche sin que nadie pudiera verla. Avanzó lo que parecían unos pocos metros cuando notó una presencia que parecía mirarla desde las sombras. Rianne se sobresaltó al pensar que podía ser él que la estaba siguiendo para cumplir con su palabra, pero desde las sombras apareció un animal cuyos ojos lucían tan asustados como los de ella.
Pero fue imposible.
La boca de Rianne estaba seca, adolorida, con un nudo en la garganta compuesto por tantas hebras como letras tenía lo indescifrable que habitaba dentro de su pecho. El corazón amenazó con salir cuando se dio la vuelta y comenzó a caminar. No quería mirar atrás. No quería arrepentirse a última hora y volver para plantarle cara y decirle lo mucho que estaba equivocado, lo mucho que esa loba lo amaba aunque apenas lo conociera. Lo mucho que lo odiaba también por permitirle seguir con vida. Y no es que ella fuera una suicida o deseara cortarse las venas con la daga que siempre traía consigo. No, no era eso. Era el dolor lo que la llevaba a pensar en soluciones tan radicales, un dolor con el que no sabía lidiar.
Caminó así durante casi dos kilómetros hasta que la nieve fue convirtiéndose en una capa húmeda sobre la casi inexistente vegetación. Se derrumbó cerca de una piedra lo suficientemente alta para esconderla y se abrazó el estómago vacío. Necesitaba seguir caminando antes de que él la encontrara, necesitaba comer, necesitaba desaparecer de la tierra y quizás pasar alguna temporada en Inglaterra donde sabía que aún quedaban restos de su familia que la recibirían sin hacer muchas preguntas. Necesitaba cosas, como todos quienes habitan la tierra las necesitan, pero lo que más necesitaba era un alguien que la odiaba, alguien que la hacía sentir estúpida y cursi y pequeña. Tan pequeña que parecía hecha para caber entre sus brazos.
Poco antes del atardecer se puso de pie y volvió a caminar, sabía que cerca encontraría alguna casa desde donde robar un trozo de pan durante la noche sin que nadie pudiera verla. Avanzó lo que parecían unos pocos metros cuando notó una presencia que parecía mirarla desde las sombras. Rianne se sobresaltó al pensar que podía ser él que la estaba siguiendo para cumplir con su palabra, pero desde las sombras apareció un animal cuyos ojos lucían tan asustados como los de ella.
Rianne Coleridge- Licántropo Clase Media
- Mensajes : 54
Fecha de inscripción : 06/12/2011
DATOS DEL PERSONAJE
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Re: The place beyond the pines | Privado
—Eso es. ¡Date prisa, maldición! —le gritó, cuando comenzó a andar, recordándole que sólo le había dado cinco minutos, ni uno más.
La vio alejarse, apenas conteniéndose. Una inmensa sensación de fracaso invadió a Târsil. Por un momento en verdad pensó en reconsiderar su decisión, olvidarse por completo de aquella estúpida tregua. Incluso se atrevió a dar un paso al frente, con la intención de detenerla. Pero como un hombre supo mantenerse firme y cumplió su palabra. Un tanto frustrado, apretó los labios y sus manos se volvieron dos fuertes puños que gustoso había estampado en alguna pared de no encontrarse en medio de la nada. No apartó la vista de ella. Lo único que deseaba era verla desaparecer y que se llevara cuanto antes, de una vez por todas, esa maldita necesidad de correr a alcanzarla. No fue sencillo para él, pero en el fondo supo que estaba haciendo lo correcto. Algo que rara vez hacía, desde luego. Ya se las arreglaría para justificarse ante los suyos, cuando llegara con las manos vacías. Sería la burla de todos durante semanas enteras, eso era seguro, pero afortunadamente con el paso del tiempo se había vuelto casi inmune a todo lo que se decía por ahí de él.
Al cabo de un buen rato, la figura de Rianne finalmente se perdió. Sólo entonces desvió la vista y echó un vistazo al panorama. Supo que era mejor darse prisa, pues le quedaba mucho camino por recorrer y corría el riesgo de que lo pescara la noche otra vez a la intemperie, algo que no podía permitir, pues ya no contaba con provisiones. Y tampoco hay otra loba para salvarte el trasero, pensó con ironía, negando con la cabeza en señal de lo humillante que resultaba aquello.
Entonces, comenzó a andar.
La vio alejarse, apenas conteniéndose. Una inmensa sensación de fracaso invadió a Târsil. Por un momento en verdad pensó en reconsiderar su decisión, olvidarse por completo de aquella estúpida tregua. Incluso se atrevió a dar un paso al frente, con la intención de detenerla. Pero como un hombre supo mantenerse firme y cumplió su palabra. Un tanto frustrado, apretó los labios y sus manos se volvieron dos fuertes puños que gustoso había estampado en alguna pared de no encontrarse en medio de la nada. No apartó la vista de ella. Lo único que deseaba era verla desaparecer y que se llevara cuanto antes, de una vez por todas, esa maldita necesidad de correr a alcanzarla. No fue sencillo para él, pero en el fondo supo que estaba haciendo lo correcto. Algo que rara vez hacía, desde luego. Ya se las arreglaría para justificarse ante los suyos, cuando llegara con las manos vacías. Sería la burla de todos durante semanas enteras, eso era seguro, pero afortunadamente con el paso del tiempo se había vuelto casi inmune a todo lo que se decía por ahí de él.
Al cabo de un buen rato, la figura de Rianne finalmente se perdió. Sólo entonces desvió la vista y echó un vistazo al panorama. Supo que era mejor darse prisa, pues le quedaba mucho camino por recorrer y corría el riesgo de que lo pescara la noche otra vez a la intemperie, algo que no podía permitir, pues ya no contaba con provisiones. Y tampoco hay otra loba para salvarte el trasero, pensó con ironía, negando con la cabeza en señal de lo humillante que resultaba aquello.
Entonces, comenzó a andar.
TEMA FINALIZADO
Târsil Valborg- Inquisidor Clase Media
- Mensajes : 98
Fecha de inscripción : 10/10/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
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