Y siempre cuando menos me lo espero || Summer

por **Zoè V. D'aubert** Miér Ago 21, 2013 9:55 am

El ambiente no era el mejor, pero la diversión en el lugar estaba asegurada en la taberna; no porque fuese un lugar donde la música era lo mejor que se pudiese escuchar o porque las compañías eran de lo más exquisito, sino porque esos absurdos mortales se dedicaban a ahogar sus penas en alcohol casi rancio para terminar a golpes con su compañero de mesa por una sola mirada. Eso era lo que a la pelirroja le llamaba la atención: el gentío del que jamás había formado parte en ninguna de sus dos vidas, lo entretenido que era ver a dos pazguatos pelear por un insulso último trago y, dado que esa noche no había nada mejor que hacer después de cenar, ¿por qué no ir allí?

Tan sólo llevaba un par de horas allí sentada y había tenido que espantar a un borracho y librarse de vino casero derramado sobre la barra de madera. No, a primera vista no encajaba allí con su corsé en color burdeos y negro y su pelo semirrecogido en la parte alta de su cabeza, sus tacones eran los únicos que resonaban cuando se levantaba del taburete y sus joyas eran las únicas que allí brillaban esa noche, pero lo bueno de la taberna es que jamás nadie preguntaba por nada a esas horas de la noche, se limitaban a centrarse en sus propios asuntos. Dio un pequeño trago al vaso de vino que tenía delante, observando a una pareja de hombres que divagaban entre los pensamientos de borracho sobre la situación actual francesa, tratando de contener su risa. ¡Cuán absurdas eran sus preocupaciones! De poco les serviría el día de su muerte todo eso que pensaban... y si seguían hablando así sobre la realeza, no tardarían en darles muerte.

Cruzó las piernas elegantemente, una sobre la otra, y apoyó su brazo pálido en la madera de la barra antes de colocar una nueva moneda para que el tabernero llenase de nuevo su vaso, tan diferente a las copas que solía utilizar. Apartó ese pensamiento de su mente, decidida a no hacer comparaciones odiosas que le hiciesen abandonar el lugar, cuando la cabellera rubia que entraba por la puerta hizo que se fijase en la joven que atravesaba en ese momento el marco de la pesada puerta. Con celeridad se levantó de su lugar y esperó a que la chica entrase y acercase al centro de la estancia, la rodeó y retiró su cabello para susurrarle en el oído - Una dama como vos no debería estar sola en un lugar como este a estas horas de la noche, señorita. Podría ser peligroso -; dibujó una amplia sonrisa, quedándose tras ella para esperar la respuesta.

Summer. ¿Cuánto tiempo hacía que no se veían? No hacía tanto como la última vez que habían perdido el contacto y, por supuesto, se había acordado de ella en algunas importantes ocasiones. La chica era joven, mucho más joven que ella, pero había algo que había hecho que fuese con la única mujer que había conectado en todos sus años de existencia, es amiga que nunca había tenido y, a pesar de los años y la distancia, podía asegurar que eso seguiría así durante muchos, muchos años.

por **Summer J. Abadie** Jue Ago 22, 2013 9:38 pm

Summ siempre había amado Marsella; la ciudad, sus aguas y sus noches relativamente tranquilas. Claro que, como en toda ciudad francesa, las noches no estaban faltas de seres sobrenaturales y amenazas que pasaban ignoradas por la humanidad. Inquisidores, licántropos y otros vampiros incluidos, seguía siendo, a ojos de Summer, la ciudad más bella en la que había estado. Por eso, al volver de París, su corazón había decidido quedarse por su cuenta en el sur francés. ¿Qué hacía normalmente a la medianoche en la capital aparte de estar en el cementerio y cazar víctimas? Pocas cosas quedaban abiertas a esas horas en épocas en la que la gente tenía miedo constantemente. Ella no tenía miedo, había nacido en épocas de pobreza y revolución, y como nunca había abandonado su país natal ni por dos minutos, la situación francesa ahora que era vampira no le quitaba ni un día de sueño.

¿Burdeles? No, valoraba demasiado su cuerpo como para entretenerse en lugares de tan baja moral. Oh, sí, las tabernas. Ese era el lugar donde se pasaba la mayor parte de sus noches. Allí bebía y se entretenía viendo los recurrentes espectáculos que ofrecían los hombres embriagados y las cortesanas. Al final de la noche, ocasionalmente se llevaba a algún borracho solitario con falsas promesas y acababa con ellos en algún callejón para que pasaran a formar parte de su sección personal en el cementerio de Montmartre. Así que esa noche volvería a su rutina…

Se puso uno de esos vestidos finos y ajustados que no se pondría para salir con personas de su sector social pero que siempre lograba atraer suficiente atención masculina, y salió caminando a paso lento bajo la luna creciente hasta la taberna más próxima. Sus tacones resonaban en la calle empedrada de un modo que la hacía sentir incómoda. Casi podía escuchar el ruido retumbando a su alrededor en forma de eco. Se desenganchó los zapatos y los dejó abandonados, sin perder la clase ni dejar de caminar al mismo ritmo de antes. De todos modos, los pies no se le veían a causa de la larga falda del vestido.

Alcohol, gritos, risotadas y varias miradas indecentes fueron su bienvenida a la taberna. El lugar estaba iluminado por velas y más concurrido de lo que había esperado; no quedaba mesa disponible. En otro momento se habría sentido intimidada por las miradas, cuando era humana o en sus primeros años de vampira. Pero cuando sabes que eres mejor que los demás en aspecto físico la timidez y la vergüenza desaparecen, al menos en un lugar como ese donde todo lo que cuenta es la apariencia, la rudeza y la reputación. Avanzó hacia la barra con la elegancia de siempre, imponiendo la imagen de reina de hielo que tan bien tenía practicada. Sin embargo, a medio camino una voz a su espalda la detuvo.

Normalmente se le habrían puesto los pelos de punta, los músculos tensos y se habría preparado para asestar un buen puñetazo a quien invadiera su espacio personal sin su permiso. Pero esa voz… la conocía muy bien, a pesar del tiempo o la distancia. -¿Zoè?-preguntó, dándose la vuelta con una gran sonrisa en el rostro. En efecto, allí estaba la pelirroja con esa sonrisa que tantos buenos recuerdos le traía, sus joyas y vestimenta resaltando entre los clientes recurrentes del lugar. -¿Tú? ¿Aquí? –rió. –De todos los lugares donde esperaba encontrarte, este era el último. La próxima vez que me des ese susto en un lugar así, no dudaré en golpearte –bromeó.

por **Zoè V. D'aubert** Vie Ago 23, 2013 6:51 pm

Altiva, altanera, resplandeciente y totalmente fuera de lugar; así era como se veía a la rubia en ese momento en aquél casi oscuro lugar. No encajaba con la imagen del lugar, no encajaba con la estética de las descotadas mujeres que allí había pero, al fin y al cabo, ¿encajaba la pelirroja en el lugar? No, desde luego que no. Ellas eran superiores, maginificencias de la naturaleza, seres perfectos que destacaban entre la gran mayoría de habitantes de la tierra, y ese lugar no era una excepción. Juntas, en el centro de la sala, levantaban miradas lascivas, eran el centro de obscenos gestos que pasaban desapercibidos entre el gentío, mas a Zoè aquello no le desagradaba: sabía de su superioridad y veía lógico que los mundanos humanos fuesen presas fáciles sin esfuerzo alguno.

Amplió su sonrisa ante la pregunta de la chica, aunque más aquello fue una afirmación ante la presencia de la pelirroja, mientras asentía levemente con la cabeza - Sí. Yo, aquí, por increíble que parezca ta hecho -. Rodó los ojos sin borrar la sonrisa de sus labios carnosos y perfilados tan perfectamente como el mármol, divertida ante la amenaza juguetona de su amiga - Oh, vamos, no me digas que ahora un susurro tras la oreja te hace levantar la guardia - reprochó con diversión en su tono de voz. No esperó respuesta por parte de la que consideraba su mejor amiga antes de agarrar a esta del brazo y tirar de ella con suavidad hasta una mesa ya ocupada; tenía demasiadas cosas que contar, demasiadas cosas que preguntarle a Summer, necesitaba saber de ella después del período de tiempo que había estado sin verla; sentía que era su único punto estable desde la muerte de Marco, su creador.

Apoyó ambas manos en la tosca talla de la mesa de madera tras soltar el brazo de su amiga y clavó los ojos profundos y claros en los de aquél que parecía ser el cabecilla del pequeño grupo de tres que ocupaba la mesa. No le costó hacer que aquellos se levantasen y les cediesen sus asientos y su mesa gracias a su gran persuasión: una más de las muchas ventajas de su vida inmortal. Ocupó uno de los asientos y miró de nuevo a su amiga, sonriendo, mientras servía de la jarra que allí ya había dos vasos de vino tinto casero, más basura igual que la de antes - ¿Dónde has estado? No he tenido rastro de ti, querida. Nunca pensé que fuera a verte precisamente aquí - dio un par de suaves golpes al asiento contiguo al suyo, invitando a la joven vampiresa a que se sentara a su lado - Incluso llegué a pensar que corrías peligro alguno. ¿Cómo te ha tratado la... vida? - preguntó con interés antes de dar un trago a ese brebaje que en nada se parecía a su tan acostumbrado vino de lujo, quizá acompañado con unas gotas de sangre fresca.

por **Summer J. Abadie** Sáb Sep 07, 2013 10:13 pm

Aún recordaba a la perfección la vez que había conocido a la pelirroja, en un contexto contrastante a aquel en el que se encontraban y en el que ambas desentonaban como rosas entre arbustos secos. Invierno de 1785 en el Palacio de Versailles. El rey y la reina aún se paseaban en el reino de los vivos, haciendo gala de sus riquezas y ostentoso palacio. Y es que la rubia vampira, que hasta hacía cuatro años solo había conocido la mugre, pobreza y hambre, se había enamorado instantáneamente del brillo, las apariencias y los lujos de los que había sido testigo en ese baile. De copa en copa y de brazo en brazo hasta el amanecer, aún si se despertara del sueño en el que se encontraba inmersa, quería guardar el recuerdo de cada detalle.

Entonces se encontró con Zoè y nunca habría imaginado que entre tantas cosas hermosas que le serían arrebatadas se podría quedar con esa amistad. Nunca es fácil hacerse amigos entre vampiros, solo piensan en sí mismos. Fríos como un témpano de hielo, solitarios, faltos de escrúpulos y traicioneros, era el pan de cada día, las cualidades infaltables. Ella misma recurría a alguna de esas cualidades de vez en cuando y seguro que la otra vampiresa también, pero al menos el ánimo de socializar como humanas prevalecía. Era un don con el que pocos muertos en vida contaban.

Acostumbrada a encontrarse a la bella pelirroja entre la alta sociedad, aún le costaba creerse lo que sus ojos le mostraban. Esperaba quedarase mirándola fijo y que se desvaneciera en el aire como un fantasma, dejando el sutil recordatorio de que la soledad la estaba debilitando hasta la locura. No sería la primera vez que su mente le jugara trucos sucios, aunque jamás había visto una alucinación. Sin embargo, allí parecía estar, lista para salvarla de ahogarse en un mar de olvido. –Si no supiera que haces lo que quieres, cuando quieres, hubiera pensado que te han obligado a venir. ¿Qué hace aquí la bailarina que conocí en Versailles? -preguntó con el mismo ánimo burlón mientras una tímida sonrisa nostálgica se habría paso en su rostro.

La siguió hasta la mesa y observó como la dama, de pequeña complexión, hacía que un hombre mucho más grande se moviera para dejarles el lugar. Conocía sus trucos de persuasión, ella misma podía ejecutarlos. Eso no quitaba que la escena se viera ridícula desde afuera. A ojos de quién no siente ese fuerte vínculo generado con la persuasión, como hilos que uno manipula para que el otro obedezca, el hombre había cedido por voluntad propia los lugares. Por respeto, miedo o admiración, todo era relativo.

-En los tiempos que corren, querida, de inquisición y violencia, andar con la guardia baja en lugares así puede ser un error fatal –comentó, quitándole importancia al acto mientras se sacaba con delicadeza sus inmaculados guantes de seda blanca y los depositaba sobre la tosca madera de la mesa. Ese “querida” era otra de sus burlas, aunque ella misma era pretenciosa le causaba gracia la gente tan refinada. No podía sacarse la sensación de que era observado y eso la inquietaba y la incomodaba en partes iguales ya que nunca, ni siquiera en su vida humana, había sido partidaria de ser el foco de atención. –Peligros corremos todos, pero aprendí a cuidarme bien sola. ¿Cómo me ha tratado?-sonrió, volviendo a mirar a la vampira. –He aprendido una o dos cosas. La principal es que la eternidad puede ser tremendamente monótona y aburrida. La segunda es que no se debe confiar en nadie y la tercera es que como vampira soy un bebé de brazos –suspiró mientras un par de casos se le venían a la mente. Era un breve resumen de sus últimos años, aunque sonara depresivo. De cierto modo zanjaba la conversación, ya que no encontraría variedad de posibles salidas. Por más que la vampira preguntara, solo un par de hechos de relevancia como máximo habían ocurrido hasta entonces.

-Pero, ¿cómo te ha tratado a ti? ¡Espero que tengas mucho que contarme! Quiero oírlo todo-aclaró con emoción. Es que así era ella, del blanco al negro en dos segundos y aunque estuviera en el peor de los humores siempre podía sacar su mejor sonrisa para fingir que todo iba bien.

De reojo echó un vistazo al hombre de la mesa de al lado. Estaba a unos pocos centímetros de ella ya que en el reducido espacio de la taberna todas las mesas estaban amontonadas para sacar el mayor provecho del local. Esperó a que se diera vuelta y de un rápido y sigiloso manotazo se adueñó de la bebida de ese gigante de mal aspecto. Era cerveza y no le gustaba, pero si ocasionaba algo de revuelo podía compensar el mal gusto. Levantó la gran jarra frente a la vampira que le hacía compañía como si efectuara un brindis y se la llevó a los labios, viéndola con una sonrisa de complicidad. ¿Cuánto demoraría el hombre en dares cuenta de la falta de su bebida? No mucho, seguro. –Chín, chín. Por nosotras.

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